Sei sulla pagina 1di 35

Cuerpo y Autoagresión en la Adolescencia: Una Aproximación

Psicoanalítica

Gerald Asencio C. y Melissa Tardones V.

Profesor Guía: Daniel Jofré A.

Profesor Coordinador: Juan Antonio González de Requena F.

Universidad Austral de Chile, Sede Puerto Montt.

Resumen

La autoagresión en la adolescencia es un tema, que en la actualidad, se ha vuelto recurrente

al interior de la clínica psicoanalítica. Esuna manifestación de un malestar que ha calado

profundamente sobre las formas clásicas de abordaje terapéutico, en tanto se habla de

autoagresión como una actividad eventualmente explicada por una gran variedad de

hipótesis clínicas que no terminan por aclarar la función del daño hacia el propio cuerpo

como exteriorización de un conflicto más complejo. De esta forma, se exponen inicialmente

las principales nociones del cuerpo desarrolladas a lo largo de la teoría psicoanalítica, de

modoque exista un marco de referencia respecto al cuerpo y su función psíquica a lo largo

del psicoanálisis. Además, se abordan dos temáticas importantes para la comprensión de la

autoagresión como expresión de malestar contemporáneo: En primer lugar, los conceptos

de agresividad y violencia, con la finalidad de evidenciar las distinciones teóricas que estas

presentan; y en segundo lugar, observaciones en torno a la clínica contemporánea y la

autoincisión como un método de expresión de un conflicto psíquico en el sujeto

adolescente. Finalmente, se reflexiona sobre el rol de la cultura y la relevancia de lo social

en relación con las conductas autolesivas y su interpretación a nivel psíquico.

Palabras clave: Agresividad, adolescencia, cuerpo, psicoanálisis, violencia.


Índice

Introducción ............................................................................................................................ 3

El Cuerpo en la Teoría de Sigmund Freud ............................................................................. 6

Cuerpo funcional. ................................................................................................................ 6

Cuerpo represión. ................................................................................................................ 7

Cuerpo erógeno. .................................................................................................................. 7

Cuerpo narcisístico. ............................................................................................................ 8

Cuerpo pulsional. ................................................................................................................ 9

El Cuerpo en la Teoría de Jacques Lacan ............................................................................. 10

El Cuerpo en la Teoría de Françoise Dolto .......................................................................... 13

Esquema corporal. ............................................................................................................ 14

Imagen inconsciente del cuerpo. ....................................................................................... 14

El Cuerpo en la Teoría de Jean-Jacques Rassial................................................................... 16

Agresividad y Violencia: Algunas Distinciones ................................................................... 18

Clínica Contemporánea y la Expresión de un Conflicto en la Adolescencia a través de la

Autoincisión ......................................................................................................................... 23

Conclusión ............................................................................................................................ 30

Bibliografía ........................................................................................................................... 32

2
Introducción

Para fines del presente seminario, nos hemos propuesto analizar desde una

perspectiva psicoanalítica el fenómeno de la autoagresión en la adolescencia. Con el objeto

de desarrollar la temática propuesta, expondremos como un aspecto relevante la noción de

cuerpo, distinciones sobre agresividad y violencia, para luego avanzar hacia el campo de la

agresión al propio cuerpo. Para ellos nos hemos interrogado a través de las siguientes

preguntas: ¿Es el cuerpo portador de un conflicto intrapsíquico y simbólico? ¿Qué papel

pondera el nuevo lazo social en las expresiones psicopatológicas como la agresión al propio

cuerpo?

Para comenzar, al hablar de autoagresión como fenómeno, podemos señalar su

existencia en la cultura bajo diversas formas en su manifestación, justificada desde aspectos

religiosos, ideológicos y sociales, es decir, no es un elemento nuevo (Ángel, 2014). Sin

embargo, la existencia de una serie de elementos concernientes tanto a las instancias

intrapsíquicas como a las del vínculo social han puesto en relieve las características

particulares que posee la autoagresión dentro de la presente época. La autoagresión ha sido

cualificada de diferentes formas en la historia, al considerarse primeramente el suicidio

como la forma más severa de agresión hacia la propia persona, sin que ello contemple

aspectos psicopatológicos para su comprensión, el cual surge más tarde, con la aparición de

las neurosis y la consideración de la complejidad del fenómeno, lo que permite introducirlo

a la categoría de síndrome (Ángel, 2014). Elevar la autolesión a la categoría de síndrome

permite establecer distinciones que son primordiales para para su descripción como

fenómeno y para su abordaje clínico, ya que la desaparición de su caracterización como

síntoma asociado a trastornos psicopatológicos específicos y su inserción en un campo de

3
mayor complejidad abre un espacio de conjunción entre la conducta autolesiva y la

intencionalidad que existe, tras la puesta en acto de lo que podemos llamar expresión de un

malestar contemporáneo. Lo que hoy es denominado más precisamente como autoincisión

o delibérate self-harm injury es definida como: “una conducta que origina un daño o una

herida al propio cuerpo o a partes del mismo y se caracteriza por intencionalidad,

reiteración y falta de intención suicida” (Manca, 2011, p.79).

La introducción de la intencionalidad como elemento importante en la autoinjuria

nos deriva a la problemática pulsional que se presenta en esta y su relación con el

masoquismo, el sadismo, la angustia y la presencia del Otro ¿Por qué infringir dolor hacia

el propio yo? ¿Qué hay de ese dolor infringido hacia el yo en el cuerpo y cuál es su relación

con el registro de lo real?

Para Ángel (2014), a pesar de las diferencias existentes entre las autoagresiones en

adolescentes, hay elementos que constituyen una constante y que aportan semiológicamente

a la caracterización de la expresión del malestar a través del corte al propio cuerpo, estas

son: el cuerpo mismo, la repetición, la angustia, sentimientos de culpa y una sensación de

sin sentido respecto a la vida. En base a esto, podemos referirnos a la separación del

fenómeno de la autoincisión en una serie de categorías de acuerdo a su génesis y funciones,

a saber: pacificación de estados de angustia, intento de separación o diferenciación,

mensaje dirigido al Otro a través del acting out, vía de satisfacción de la pulsión de muerte

y modo de apropiación del cuerpo. En este sentido, componentes como la angustia y la

intencionalidad nos imbuyen a un ámbito de lo consciente. Sin embargo, la presencia del

Otro y la necesidad de dirigir un mensaje a este nos empuja hacia el análisis de aspectos de

orden inconsciente. La relación de lo inconsciente con el pasaje adolescente y sus dolencias

4
nos permiten analizar el fenómeno no sólo desde un aspecto afectivo, por lo tanto,

consciente, sino que también desde las instancias de construcción de nuevas

identificaciones y retranscripciones del contenido psíquico inconsciente o aprés coup

(Angel, 2014). Esta reorganización de lo sexual, por lo tanto, si bien constituye un afecto

consciente, es decir, que se siente, es más bien la organización de un nuevo sentido

inconsciente (Moreno, citado en Ángel, 2014). El adolescente va a ir en búsqueda del

establecimiento de límites propios, que lo diferencien de sus padres y, por lo ende, orientará

sus energías a la investidura de nuevos objetos en búsqueda de un ideal del yo propio,

negando el discurso paterno y materno para dar lugar a su discurso (Henríquez, 2010). Es

esta conflictividad la que nos introduce en el campo de la palabra y nos orienta a dar

respuestas a un fenómeno que necesita de ella para ser resuelto. Como señala Henríquez

(2010): “el adolescente cambia su cuerpo, pero no encuentra palabras para definirse”

(p.18). La relevancia de un abordaje desde el psicoanálisis y la antropología adquiere

sentido al momento de brindar respuestas sobre la causalidad de la autoincisión debido a las

lagunas presentes en las explicaciones de orden neurobiológico. En estas lagunas se refleja

la importancia de una tesis sobre la dinámica pulsional y lo inconsciente respecto a su

diferencia con las posiciones neurocientíficas, donde el fenómeno se relaciona con una

respuesta del sistema endocrino y la segregación de sustancias frente a un estímulo.

Belçaguy (2012) señala que las neurociencias abordan el fenómeno de la autolesión desde

su relación con los centros cerebrales de placer/displacer, desde los cuales se estimula la

segregación de sustancias endocrinas analgésicas que disminuyen el dolor y producen

alivio cuando el cuerpo recibe algún tipo de daño. No obstante, existen una serie de

actividades placenteras que están relacionadas a la segregación de las mismas sustancias

5
como lo son el comer, el deporte y la actividad sexual. Por lo tanto, una explicación desde

la neurociencia a la adquisición de placer a través del dolor queda incompleta.

Bajo este marco, se buscará ligar las diversas concepciones y conclusiones

realizadas históricamente por el psicoanálisis, por lo que se torna fundamental, para

objetivos de la presente revisión bibliográfica, el desarrollo de las nociones de cuerpo y

autoagresión.

El Cuerpo en la Teoría de Sigmund Freud

Cuerpo funcional.

En el presente apartado, se utilizarán principalmente los aportes de José Ángel

Rodríguez, quien expone las modificaciones y evolución del concepto cuerpo en

psicoanálisis, enfocándose primordialmente en la obra freudiana y lacaniana. En un primer

momento de la obra freudiana, Rodríguez (2011) destaca un primer modelo corporal, donde

el cuerpo pertenece a una conciencia de carácter yoico, el cual, ante su eventual fracaso,

haría la función de soporte ante determinados espectros de nivel inconsciente,

manifestándose así una lesión psíquica en la concepción o representación de las funciones

de carácter orgánico. Por lo tanto, el autor da a entender que las neurosis en sí no originan

nada realmente novedoso. Más bien, desarrollan y en algunos grados magnifican algunas

reacciones orgánicas. Rodríguez (2011) concluye entonces, en cuanto a este primer modelo

o paradigma del cuerpo, que el cuerpo se representa como el lugar privilegiado en el cual se

manifestarán los estados de ánimo. Además, este cuerpo no puede ser reducido únicamente

a un organismo con un funcionamiento neurofisiológico. El autor señala al cuerpo como

6
causado por efectos de representaciones que fueron encarnadas en la arista de su

materialidad.

Cuerpo represión.

En un segundo modelo corporal, tal como indica Rodríguez (2011), la represión

jugará un rol central, ya que se menciona al cuerpo como una especie de contenedor de

recuerdos reprimidos. Dichos recuerdos, memorias y huellas mnémicas de carácter

inconciliable para el sujeto serían reactualizados, manifestándose como desplazamientos

sintomáticos conversivos. En este punto, se habla de un cuerpo que comprende la presencia

y existencia de una carga psíquica, además de la idea de un sistema de neuronas, las que

actúan de manera interconectada entre sí, así como al exterior del cuerpo.

Cuerpo erógeno.

En un tercer modelo freudiano sobre el cuerpo, según Rodríguez (2011) se afirma

como irreductible el dominio de las representaciones psíquicas hacia un campo meramente

de una mecánica neuroquímica.

En este período, los planteamientos freudianos sobre el cuerpo tienen una

importante focalización sobre la vida psicosexual en la infancia, debido a que esta proviene

fundamentalmente desde diversas fuentes de placer, o bien desde pulsiones parciales y

zonas erógenas cuya única finalidad es la administración del placer en el sujeto. Se asume

entonces al cuerpo como un espacio privilegiado para las pulsiones sexuales (Rodríguez,

2011). Por lo tanto, el cuerpo de la represión mencionado anteriormente pasaría a ser un

7
cuerpo que se presenta erogenizado, manifestando así el surgimiento de sus deseos

reprimidos.

El cuerpo ya no es exclusivamente comprendido como el contenedor de las

formaciones del inconsciente. Ahora es descrito por Freud como una formación del

inconsciente en sí misma. Rodríguez (2011) concluye este modelo al hacer hincapié sobre

la idea del cuerpo en Freud como sede, cuna y punto de llegada del circuito pulsional del

sujeto. Estamos frente a la concepción de un cuerpo geográfico, con flujos libidinales

interconectados y variables debido a una satisfacción pulsional que se mantiene expectante

a su cumplimiento.

Cuerpo narcisístico.

En un cuarto modelo corporal identificado por Rodríguez (2011) se incluye el

concepto de narcisismo como componente para la comprensión del cuerpo, ya que, en este

punto, las pulsiones sexuales del sujeto deberían haber sido reunidas en la selección de su

objeto, objeto que se entiende como contrapuesto hacia la propia persona y, por tanto, se

vuelve un objeto de carácter ajeno. Aparece a continuación el concepto de autoerotismo,

como componente narcisístico de la actividad sexual. Es en este punto donde Freud

desplazará, tal como sostiene Rodríguez (2011), de forma paulatina su interés sobre el

cuerpo de las pulsiones primarias hasta llegar a un cuerpo de carácter yoico, debido a la

influencia de factores y teorizaciones contextuales. Así, el niño exteriorizará, de manera

temprana, las unidades portadoras de la libido que tienen como objetivo un sujeto externo y

ajeno en calidad de objeto.

8
El autor señala que, en este punto de la obra de Freud, se está hablando de un

modelo de cuerpo de la satisfacción, el cual describe en base a lo que podría indicarse como

cuerpo de relaciones objetales (Rodríguez, 2011).

Cuerpo pulsional.

Finalmente, el último modelo corporal identificado por Rodríguez (2011) a lo largo

de la obra freudiana posee su eje en el fenómeno pulsional, el cual será definido por su

finalidad, vale decir, su satisfacción. Además, se considera relevante señalar a la libido

como la pulsión de vida del sujeto, ya que “en las pulsiones del yo, hay que buscar el

representante de la pulsión de muerte, los procesos primarios, siendo el odio, el

representante natural. La libido sexual, que formaba parte del yo, narcisístico, se amplía

hasta convertirse en eros” (Rodríguez, 2011, p. 5). Lo anterior da cuenta del sujeto y su

cuerpo compelidos a impedir la repetición y a lograr canalizar las energías pulsionales.

Rodríguez (2011) señala que el cuerpo es visto como la sede y el fin de los impulsos

originarios del ello que no pueden ser satisfechos. Siguiendo la misma línea, en tanto existe

un proceso de decisión donde el infante se encuentra entre un hiperinvestimiento específico

en un nivel orgánico y la elección de los padres como objeto, el autor sostiene que en esta

instancia el niño decide por elegir su propio cuerpo, decisión de la cual resultarán angustias

como la culpa, lo moral y las identificaciones.

Es, en último lugar, este cuerpo, el que Freud señala como el campo en el cual las

fuerzas pulsionales juegan con el objetivo de obtener su triunfo, de poder ser satisfechas. El

cuerpo pulsional es el sitio donde la repetición logra encontrar sus lugares localizados en el

9
propio cuerpo, trascendiendo su fijación a nivel histórico o el grado de satisfacción que

produzca dicha repetición (Rodríguez, 2011).

El Cuerpo en la Teoría de Jacques Lacan

En la enseñanza de Jacques Lacan, es posible encontrar, al igual que en los

desarrollos freudianos y cercanos al psicoanálisis, una numerosa mención en referencia a lo

que es el cuerpo. En este sentido, su desarrollo y las nociones entregadas, tanto para la

conceptualización, así como para la comprensión del cuerpo al interior de la disciplina

psicoanalítica aportan al objetivo central de la presente revisión con varios puntos de

inflexión para pensar el cuerpo más allá de las limitaciones que lo orgánico y netamente

científico puedan presentar.

Como primera conceptualización del cuerpo, podría señalarse que Lacan (2009), en

el desarrollo de sus planteamientos, sostiene inicialmente al cuerpo como una especie de

cuerpo imaginario, considerando su teoría del estadio del espejo y la función de este como

dispositivo que formará la función del yo. Según Rodríguez (2011), el cuerpo preespecular

inicialmente fragmentado en el infante se ve unificado de forma anticipada en la imagen del

Otro. Se conforma así una conciencia del cuerpo, la que es vista por el niño como una

“totalidad que brinda al sujeto un dominio imaginario del cuerpo y cuyo empuje interno se

precipita de la insuficiencia a la anticipación hasta una forma ortopédica de la totalidad y la

identidad enajenante” (Rodríguez, 2011, p. 6). De acuerdo a lo anterior, este primer

acercamiento al acontecer, o bien, consciencia del cuerpo en la teoría lacaniana puede

comprenderse a través del estadio del espejo, en tanto este sea visto como una

identificación en el sentido más literal de la palabra.

10
Más adelante, se hace posible considerar lo anteriormente explicado como

desplazamiento por parte de Lacan respecto de lo que es el cuerpo. Es decir, se considera el

cuerpo bajo un orden secundario, tomando la palabra una plaza fundamental en el asunto.

En este sentido, Leguil (2017) señala que la palabra prima por sobre el cuerpo en tanto

funciona como una cadena significante del sujeto. El cuerpo como tal en la teoría de Lacan

irá adentrándose y desarrollándose de manera gradual, por lo que comienza a observarse y

repensarse el cuerpo como el lugar específico en el cual el inconsciente freudiano se

intentará repensar.

Posteriormente, el cuerpo en la teoría de Lacan implica una serie de identificaciones

ahora más explícitamente ligadas a otro, puesto que, según señala Leguil (2017), en el

estadio del espejo el infante logra reconocerse a sí mismo en el espejo, así como instaurar

de alguna manera un primer momento del yo en tanto observa la unificación de su propio

cuerpo antes fragmentado. Pero, al reconocerse a sí mismo, surge a la vez la consciencia de

su cuerpo en relación a otro, a un semejante, cuerpo ajeno con el cual puede establecer

comparaciones y reconocerse (Leguil, 2017). Sin embargo, este reconocimiento en un Otro

puede generar, por un lado, un exceso de júbilo en el infante, ya que a través del estadio del

espejo logra observarse a través de la mirada del otro, haciéndose posible para el niño verse

a sí mismo de la forma en que el Otro lo ve (Miller, 2002). Al reconocer que la imagen de

su cuerpo es señalada por Otro, quien está presente y señala en el propio reconocimiento

del infante un acontecimiento importante respecto de su existencia en el mundo, puede

hablarse de un cuerpo que se ve implicado directamente en la formación del yo, por ende,

de un cuerpo más narcisista.

11
Y por otro lado, esta experiencia frente al espejo, en conjunto con la novedad que le

significa su propio reflejo, puede ser eventualmente angustiante para el niño al no percibir

en la mirada de quien lo confirma, en su reflejo, el entusiasmo que espera observar en

referencia al descubrimiento de su propia imagen (Leguil, 2017). De suceder lo anterior, la

mirada sin mayor alegría del Otro para con su imagen permitiría el surgimiento de un Otro

con características omnipotentes para el infante, un Otro que de cierta manera lo abandona

sin ninguna seguridad sobre su imagen. Debido a esto, quedaría de alguna forma “mal

librado de su propia imagen” (p. 116), ya que no se otorga ningún grado de existencia a la

imagen del cuerpo del niño. En continuación con lo anterior, Leguil (2017) señala que, para

este caso, la imagen, al no ser reconocida por otro, en tanto se habla de una motivación

dirigida hacia una satisfacción compartida, no posee efectos mayormente revitalizantes a

nivel psíquico del niño.

Años más tarde, el cuerpo visto a través del psicoanálisis lacaniano se verá afectado

por transformaciones fundamentales. Ya no se habla del cuerpo únicamente desde aristas

ligadas a lo especular, lo narcisista y/o lo significante. Ahora la noción de fantasma se

adhiere a su estudio para la comprensión del cuerpo en pos de guiar la cura psicoanalítica.

El cuerpo se situaría ahora en una articulación de lo simbólico y lo imaginario. Lacan

(1958-59) ya no describe al sujeto únicamente a través de una cadena de significantes como

lo hizo años atrás. Ahora este sujeto del significante es completado a través de un

componente de carácter corporal, ya que el hablar de un sujeto del significante implicaría

que el sujeto quien habla se situaría separado del cuerpo como imagen. Por lo tanto,

existiría una disyunción entre los registros simbólico e imaginario (Leguil, 2017).

12
Finalmente, el cuerpo lacaniano ya no se trata únicamente de un cuerpo

angustioso.Ahora se habla de un cuerpo del trauma el cual se encuentra con la lengua

(Leguil, 2017). Este cuerpo de las pulsiones funciona, en palabras de Lacan (2006): “como

un eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir” (p. 18). Se habla entonces de un cuerpo,

el cual funciona como una bolsa o cámara de eco, aludiendo al enorme efecto de la palabra,

la cual hace vibrar la existencia del cuerpo, haciendo así del sentido un goce (Leguil, 2017).

La relación de la palabra y el lenguaje son definidas finalmente como parte del orden del

acontecimiento del cuerpo del sujeto, que, según sostiene Leguil (2017), el psicoanálisis ya

no abarca exclusivamente el síntoma como mensaje inicialmente indescifrable o como una

patología a través de la palabra, sino que:

Se trata de hablar del acontecimiento del cuerpo, o sea, de la forma en la que la palabra

afecta al sujeto en su cuerpo. Se trata más bien de delimitar una inscripción, una marca, un

rastro, que no es una huella significante, sino una inscripción de goce (p. 120).

El Cuerpo en la Teoría de Françoise Dolto

Ahora, desde los planteamientos desarrollados por la médica pediatra y

psicoanalista francesa Françoise Dolto, vastamente reconocida por sus aportes al

psicoanálisis de la infancia, se torna relevante considerar su punto de vista respecto de la

constitución del concepto de cuerpo, además de la significancia de este en el desarrollo

psíquico del infante, en tanto se toma en cuenta lo indisociable entre aquello que se

considera mente, o lo puramente concerniente al psiquismo, para con lo que hace referencia

al cuerpo.

13
En su teoría, se vuelve indispensable una diferencia inicial respecto de lo que es

considerado cuerpo. Dolto (2007) habla entonces de la existencia de un esquema corporal y

de una imagen inconsciente del cuerpo.

Esquema corporal.

Por un lado, al hacer referencia al concepto de esquema corporal, Dolto (2007)

señala que este se define como la representación del cuerpo realizada por el niño/a,

correspondiente a una realidad de hecho, donde el cuerpo es visto con especificidad en

cuanto a las partes que lo componen y con un accionar delimitado respecto de su extensión.

Dicha representación cumplirá una función de referencia dentro del espacio físico que

ocupa en el mundo. Si se es más específico, pertenecería al modo carnal a través del cual se

vivencia el cuerpo en contacto con el mundo físico, puesto que, al entrar en contacto con él,

lo ligado a la sensación o lo sensorial en el infante se vuelve fundamental, ya que la

experiencia que viva y recoja para sí inserto en esta realidad física depende enormemente

de su integridad orgánica y de sus reacciones a nivel cenestésico (Dolto, 2007).

Imagen inconsciente del cuerpo.

Por otro lado, Dolto (2007) desarrolla el concepto de imagen inconsciente del

cuerpo, el que no ha de ser comprendido como una idea equivalente a lo definido por el

esquema corporal, puesto que la autora describe esta imagen inconsciente como una especie

de síntesis viva de las experiencias del infante, una síntesis que no contiene únicamente la

información y rastros sensoriales experimentados por el niño a través de su cuerpo físico.

La imagen inconsciente del cuerpo, señala Dolto (2007), se encuentra anudada al sujeto y la

14
historia que le precede, por lo que estaríamos hablando de una imagen que será desarrollada

bajo un contexto completamente singular para cada individuo, considerando situaciones

tanto internas psíquicamente como a nivel relacional con los otros. Se abarcan entonces, al

hablar de esta imagen inconsciente del cuerpo, las impresiones conjuntas al interior del

psiquismo del infante respecto de sus huellas sensoriales, las cuales se inscriben en él a

partir del período de gestación hasta su encuentro, o bien descubrimiento de sí mismo

frente a su imagen en el espejo (Nasio, 2008).

En lo que respecta a las particularidades esenciales para la comprensión de esta

imagen inconsciente, Dolto (2007) sostiene que se forma en el plano de lo inconsciente,

debido a que su formación en el infante es considerada como la encarnación simbólica

inconsciente del sujeto, accediendo de esta manera a la comunicación con los otros. A

modo de explicar de manera más específica lo señalado anteriormente, la autora señala lo

siguiente:

La imagen del cuerpo es aquello en lo cual se inscriben las experiencias relacionales de la

necesidad y del deseo, valorizantes y/o desvalorizantes, es decir, narcisizantes y/o

desnarcisizantes. Estas sensaciones valorizantes o desvalorizantes se manifiestan como una

simbolización de las variaciones de percepción del esquema corporal, y más

particularmente de aquellas que inducen los encuentros interhumanos, entre las cuales el

contacto y los decires de la madre son predominantes (p. 33).

A diferencia del esquema corporal —el cual Dolto sitúa en la realidad a través de su

carácter tridimensional como punto de partida, donde lo aprendido y lo experimentado por

el sujeto permiten su desarrollo— la imagen inconsciente del cuerpo tendría un desarrollo

mucho más cercano hacia las esferas de la comunicación con otros, además de relacionarse

15
con las huellas mnémicas respecto a la instancias de castración experimentadas por el

infante (Carvajal y Ramírez, 2014). De este modo, se vuelve posible comprender esta

imagen del cuerpo como una referencia directa hacia las representaciones simbolígenas, las

cuales instauran la prohibición del deseo del sujeto, lo que deviene en su inscripción dentro

del mundo de la falta y la dinámica de la ley (Dolto, 2007), por lo que se logra comprender

una inherente necesidad por parte del sujeto de acercarse a un otro, de ser visto y notado

por el resto, en tanto busca expresarse y manifestar su deseo de comunicarse con un otro.

El Cuerpo en la Teoría de Jean-Jacques Rassial

En los postulados propuestos por el psicoanalista francés Jean-Jacques Rassial el

cuerpo es visto con mayor detención y minuciosidad durante la etapa de la adolescencia en

lo que se puede denominar, más específicamente, como proceso adolescente. En dicho

proceso lo real del cuerpo, vale decir, los cambios corporales propios de la pubertad,

impulsan una reorganización de las identificaciones psíquicas del adolescente integradas

durante la infancia, identificaciones donde el cuerpo ocupa una plaza fundamental (Gutton,

1993). De esta manera, es posible comprender que el adolescente sufre una serie de

modificaciones fisiológicas las cuales no resultan exclusivamente en un cambio en el plano

biológico, sino que también en el ámbito psíquico al emerger lo sexual sobre las

identificaciones medianamente establecidas por el sujeto durante su infancia. De esta

manera, se está en presencia de un proceso de reestructuración (Gutton, 1993; Rassial,

1999).

Rassial (1999) habla sobre el après-coup del estadio del espejo, en otras palabras,

un efecto con posterioridad de este estadio propio del desarrollo infantil, vivenciado ahora

16
durante el proceso adolescente del sujeto. En esta hipótesis se tornan relevantes dos

dimensiones fundamentales para este proceso: la mirada, en el caso de la niña, y la voz, en

el caso del varón. Lo anterior no se restringe exclusivamente por el sexo con el cual el

infante nace, puesto que si el adolescente, independiente de su sexo, experimenta las

problemáticas propias de la mirada o la voz, esto dependerá esencialmente de la posición en

la que este se ubicó durante el momento de la sexuación en la infancia. De acuerdo a esto,

la noción de inconsciente bisexual, o bisexualidad psíquica, propuesta por Freud (1920) es

fundamental para comprender en mejor medida la importancia del proceso de sexuación

infantil, la cual se ligará a sus identificaciones primarias, represiones y relaciones objetales

que configurarán psíquicamente al infante.

En el caso de la niña, o el cuerpo sexuado bajo lo femenino, se acentúa la relevancia

de la mirada, en tanto se comprende la existencia de un goce especular experimentado por

la adolescente, donde el ejemplo más decidor se encuentra en el acto de mirarse al espejo.

En este observarse a sí misma reflejada en el espejo existe algo particular para el sujeto, lo

cual es transmitido en vías directas hacia el plano subjetivo del adolescente, proveniente

desde lo provocado por la figurabilidad de su propia imagen, o sea, desde el campo de la

mirada. (Rassial, 1999). Es en este punto donde se hace una clara referencia a la

reconfiguración del cuerpo adolescente, ya separado, o bien, alejado de los ideales e

identificaciones de la infancia, hacia la construcción de un cuerpo presentado como objeto,

cuya finalidad es la de poder ser deseable. Por lo tanto, el mero crecimiento a nivel

biológico resultará insuficiente en este proceso. En este sentido, el cuerpo sexuado en lo

femenino, un cuerpo que en la infancia no poseía símbolos fálicos, centrará su actividad

17
psíquica en torno al reconocimiento de la mirada del Otro, de modo que este pueda

aceptarla en el entorno simbólico (Rassial, 1999).

Ahora, para el caso del niño vivenciando el proceso adolescente, Rassial (1999)

señala que el cambio primordial acontecido a nivel corporal es el cambio de la voz, así

pues, será la voz la que movilice las modificaciones propias de la adolescencia más allá de

lo netamente fisiológico y la que también terminará por influir directamente en la

autopercepción del adolescente como sujeto en el plano simbólico. El adolescente se verá

introducido y en constante uso del campo de la palabra, por lo que los relatos serán el

centro de las problemáticas adolescentes experimentadas por el varón, ya que en el acto de

hablar, relatar, inventar, hacer uso de su voz en pocas palabras, intentará encontrar un

espacio en donde logre situar al Otro. En el acto de contar aquello que es, aquello que no es

y/o aquello que anhela ser, el adolescente, inmerso en este juego de la palabra, pretenderá

encontrar una mirada aprobatoria por parte del Otro, donde la motivación de este proceso

recae en la sensación de completud del varón, ya que él sí mantenía posición de símbolos

fálicos durante la infancia. En este estado de completud, el varón, quien siente que no se

encuentra falto de nada, buscará activamente la posesión de cosas para obtener algo que

pueda testimoniar su posición sexual (Rassial, 1999).

Agresividad y Violencia: Algunas Distinciones

Para introducir uno de los elementos principales sobre las patologías del acto y

responder a nuestra principal pregunta, debemos realizar ciertas distinciones de gran

importancia para el análisis; diferenciar entre agresión, agresividad y violencia es

primordial para cimentar el camino hacia la autoagresión. Como ya señalamos con

18
anterioridad, la autoagresión no se muestra como un fenómeno nuevo sino más bien como

un fenómeno que ha sido redefinido de acuerdo a la cultura. Prontamente, veremos que el

papel de la cultura en la conflictividad yen el conflicto intrapsíquicoes fundamental, ya que,

sin afanes de establecer psicologismos, admitir el papel de lo psíquico en relación con lo

cultural nos permitirá introducirnos en las dinámicas pertenecientes al vínculo social y su

expresión en el malestar de agredir al propio cuerpo.

Para comenzar, los conceptos de violencia, agresividad y agresión, a pesar de parecer

y ser usados como sinónimos, no lo son y sus diferencias pasan inadvertidas debido a su

uso común (Boggon, 2006). Estos poseen diferentes variables y determinantes que los

diferencian sustancialmente; cuando hablamos de agresividad nos planteamos sobre la

potencialidad de un sujeto de ejercer un acto agresivo (Corsi, citado en Boggon, 2006). No

obstante, la agresión es aquello que ponemos en acto, es la potencialidad agresiva puesta en

acto (Boggon, 2006). Estas conductas agresivas poseen un elemento que concierne a

nuestro análisis, el cual es la intencionalidad, como señala Corsi (citado en Boggon, 2006),

uno de los aspectos que caracterizan a la conducta agresiva es la intención de dañar del

mismo agresor y de evitar ser dañado, además de la direccionalidad, es decir, lo referido al

hacia dónde va dirigido el acto, hacia quién y también su aspecto transitivo, que señala el

hecho de que siempre el acto agresivo es dirigido desde un agresor a un agredido.

No obstante, cuando hablamos de violencia también se involucra la intencionalidad

del sujeto, un aspecto en el cual no hay diferencias sustanciales. Sin embargo, cuando

hablamos de violencia nos hallamos ante la presencia del poder, con las imposiciones de un

sujeto sobre otro, teniendo una raigambre en lo que es el significado y sin ser el acto

violento un fin en sí mismo, sino un medio para conseguir determinados fines, lo que los

19
diferencia de los actos agresivos que tienen por fin en sí mismo agredir (Boggon, 2006).

Por lo tanto, al hablar de violencia hablamos del orden de lo simbólico, donde existen

significantes y significados que erigen la introducción y el despliegue del acto violento, no

así en la agresividad que concierne al registro de lo imaginario (Sánchez, 2011). Esta

diferencia nos lleva una cuestión importante sobre la causalidad de la agresión, al analizar

la génesis y el aspecto constituyente que pondera la agresividad en lo imaginario, es decir,

en las representaciones y la imagen y su relación con el nacimiento del narcisismo.

La agresividad, en la complexión del sujeto, es estructural; su primera aparición

relevante es en el estadio del espejo, frente a la fragmentación corporal, en respuesta a la

separación de la imagen que lo aliena el sujeto se identifica con la imagen alienante, bajo lo

cual se estructura el narcisismo y se da nacimiento al yo al decir: “yo es otro” (Sánchez,

2011, p.1). Es así como nos enfrentamos al primer proceso de individuación, el comienzo

de la constitución del sujeto como tal, teniendo como base la agresividad. Por otra parte,

aunque esta tensión imaginaria es pacificada por el complejo de Edipo no extingue la

agresividad por completo. Sin embargo, logra apaciguar el narcisismo y la agresividad

imaginaria al poner cierta distancia respecto al otro con la introducción del ideal del yo y el

orden de las identificaciones imaginarias específicas, sin ser ya estas correspondientes en su

completud a la imagen alienante (Sánchez, 2011). Asimismo, si complementamos con las

premisas Freudianas sobre la agresión,se afirma que la explicación que ofrece es reactiva,

es decir, que la agresión sería una respuesta del sujeto ante estados de frustración (Boggon,

2006) que, al fusionarse con cargas libidinales y amorosas, darían el origen a la cultura,

posterior a la sublimación de dicha agresión (García Silberman y Ramos Lira, citados en

Boggon, 2006).

20
De otra forma, el hincar el paso hacia la cultura implica, como ya señalamos, el

advenimiento de lo simbólico. Lo simbólico se introduce al establecer prácticas culturales

que son introducidas a través del diálogo entre estas mismas, las que se hacen transponibles

y perdurables por medio de la subjetividad, que aquí adquiere el nombre de habitus, donde

el sujeto es formado y transformado(Bourdieu, citado en Rojas y Aviña, 2009). De esta

forma, en primera instancia, las prácticas se vuelven tales al ser introducidas por el cuerpo,

la imagen, siendo el aspecto común entre el vínculo persona-sociedad; sin embargo, la

introducción de cuerpo, de lo común, en la constitución del habitus pondera el surgimiento

de principios e ideales, en definitiva, de lo racional (Rojas y Aviña, 2009).

Entonces, luego de haber señalado las diferencias más importantes, podemos erigir

la siguiente pregunta: ¿Qué implicancias tiene la cultura, específicamente sobre la forma de

lazo social actual, en la prevalencia de las expresiones psicopatológicas que trasladan la

agresión hacia el propio cuerpo?

Sobre el papel de la agresividad en el malestar en la cultura Sánchez (2011) expone

una reflexión de Miller respecto a la quinta tesis que hizo Lacan sobre esto, bajo la cual

Miller señala que, en tiempos anteriores, el hombre estaba más vinculado a la comunidad y

los ritos ceremoniales, por lo que la familia extendida limitaba la agresividad y que, en

cambio, en la civilización moderna se aísla al individuo, por lo tanto, se evidencia su yo, lo

que refuerza su paranoia estructural. Por otra parte, esta preminencia del yo a través del

aislamiento o la individualización aparejaría un considerable acercamiento al estado de

abandono original del sujeto (Garmendia, citado en Sánchez, 2011).

21
La modernidad, con la promoción de ideales racionales y por lo tanto científicos,

abrió un espacio a la novedad al cuestionar el fundamento divino y por ende constituyó una

negación al culto de lo tradicional. Sin embargo, a pesar de la apertura de este espacio a la

novedad y su búsqueda para el establecimiento de nuevos ideales sobre lo verdadero, a

fines de 1950 se produce un cambio en el saber, lo que, de la mano de la economía

convierte a la ciencia en una primacía técnica, relevando la pregunta de la ciencia por la

verdad a una cuestión de utilidad (Bilbao, 2014). Ahora, si bien esta puesta en relieve del

individuo como tal ha resaltado al yo por excelencia, este no excluye la formación de un

nuevo lazo social, sino que establece y propicia uno nuevo. A saber, estas características de

la época actual, ponderantes del yo, junto al declive de los grandes ideales de masas,

promueven una nueva forma de lazo social que sitúa a la agresividad en otro repertorio de

acción, presentándose a través del sujeto en una puesta en acto con ciertas diferencias a la

relación especular anterior y generando nuevos territorios y urdimbres de lo social.

Al hablar de nuevos repertorios de bajo los cuales la agresividad se presenta,

Sánchez (2011) señala que la agresividad hoy no puede desplazarse de una manera cruda,

sino velada, cubierta incluso de cortesía, lo que nos lleva a la salida propuesta por Lacan, la

cual llamó fraternidad discreta. La fraternidad discreta es una salida lógica ante el declive

del Nombre del Padre y la caída del Ideal, que promueve la formación de una nueva forma

de lazo social en que la identificación no sucede en una verticalidad, sino que sucede en

una forma horizontal, es decir, no existe una identificación con el semejante que suceda por

amor al líder, sino que esta se exhibe sustentada en un yo que hace comunidad no sin el

otro(Sánchez, 2011), lo que nos lleva a pensar en la relación de las nuevas formas del

vínculo social con las expresiones psicopatológicas contemporáneas. Más precisamente, lo

22
que es llamado en la contemporaneidad como clínica del vacío, enfermedades del silencio y

del narcisismo (Álvarez, 2015). Asimismo, al hablar de la causalidad psicopatológica y su

vínculo con lo social y lo cultural, es menester afirmar que el conflicto intrapsíquico y su

expresión a través de un malestar, si bien concede un espacio relevante a lo estructural

respecto a lo psíquico, no excluye y más deriva también de una conexión con las prácticas

culturales que devienen en la constitución del habitus (Rojas y Aviña, 2009). La conexión

con estos se manifiesta a través de las patologías puestas en el cuerpo, al ser el habitus el

que comunica la imposición de autoridad y control externo sobre el cuerpo en dirección a la

cualidad pulsional de cada sujeto. En consecuencia, el habitus es también formador y

transmisor del síntoma en el momento en que el sujeto se rebela o conforma con el mandato

(Rojas y Aviña, 2009).

Clínica Contemporánea y la Expresión de un Conflicto en la Adolescencia a través de

la Autoincisión

En la clínica psicoanalítica contemporánea se ha caracterizado una serie de

síntomas, llamados los nuevos síntomas, debido a que estos poseen cualidades específicas

que involucran especialmente al cuerpo. Los nuevos síntomas involucran semiológicamente

aspectos que conciernen a las adicciones, las manifestaciones psicosomáticas, la anorexia,

la bulimia y la violencia, los cuales, además de relacionarse con el narcisismo, se

relacionan estrechamente con un sufrimiento psíquico que insiste sin cesar y que se muestra

como algo imposible de ser elaborado por la palabra, presentando en consecuencia la toma

del cuerpo como sitio privilegiado de inscripción del malestar (Soria y Orozco, 2014;

Álvarez, 2015). Dentro de esta clínica encontramos la agresión tanto a otros como hacia el

sí mismo; sobre el segundo tipo de agresión, es característica la autolesión, quemaduras con

23
monedas, cigarros u otros objetos, tatuajes y otros objetos que traspasen el cuerpo (Álvarez,

2015). No obstante, es importante diferenciar las prácticas autoagresivas que tienen

relación con una fragilidad narcisista e identitaria (Ladame, 2004; Le Breton, 2002, citados

en Manca, 2011), de aquellas patológicamente más graves, como las autolesiones

deliberadas (Manca, 2011). En las primeras, vinculadas más al narcisismo y la construcción

o puesta en acto de una identidad encontramos a aquellas agresiones que se expresan en el

uso de piercings, prótesis o elementos que permitan identificar al sujeto por estas mismas,

estableciendo una clara diferencia con las autolesiones deliberadas, las cuales tienen como

fin el daño al propio cuerpo, lo que en conclusión las introduce en un escalón de gravedad

más alto debido a la semiología psicopatológica que las caracteriza y que permite ubicarlas

nosológicamente en otro lugar respecto del tipo de autoagresión. De esta manera,

comenzamos a entrar en el campo definitorio sobre la autoagresión: primero hacia el sí

mismo, luego dotado de intencionalidad y, en tercer lugar, concerniente a lo consciente;

todas estas características señalan un tipo de autoagresión que consiste en un corte

superficial y con consciencia, que expresa un conflicto psíquico en el cuerpo, sin propósitos

estéticos, decorativos o como parte de un ritual (Ángel, 2014) y sin intención suicida

(Bower, 2014), el cual se nombrará como autoincisión debido a su especificidad

semiológica y nosológica sindromática(Ángel, 2014) .

Bower (2014) afirma que el cuerpo siempre ha estado sometido a las disposiciones

culturales y que los cortes han tenido un lugar valioso en diferentes culturas al ser sinónimo

de bien y dignidad. Sin embargo, el vínculo que existe hoy entre el sujeto y el corte en el

cuerpo viene a significar una batalla con él. En definitiva, los cortes de antes no son los

mismos cortes de hoy. Asimismo, tampoco su causalidad ni implicancias tanto psíquicas

24
como referentes al vínculo social. La prevalencia de este tipo de injuria al propio cuerpo

llegó a considerarse en algunos países una epidemia (Conterio y Lader, citados en Bower,

2014), como así también el desorden mental del tercer milenio (Plante, citado en Bower,

2014).

A pesar de ser el cuerpo el lienzo privilegiado de inscripción del malestar (Bower,

2016), este es también objeto de variadas formas sobre la cual se inscribe el padecimiento.

La manifestación del malestar persigue formas en que la autoincisión cumple un papel

funcional (Ángel, 2014), no obstante, las diferencias respecto a la función del corte recaen

en las que cumplen un papel en lo consciente y las que encuentran su origen en lo

inconsciente. Tomando las premisas lacanianas, Bower (2014) señala que, en el lenguaje, el

significante opera produciendo cortes que son marca, que devienen en una inscripción que

en la incisión siempre concierne a una operatoria libidinal, bajo la cual el sujeto busca

inscribirse en el Otro. Por otra parte, existen casos en que los cortes son utilizados como un

intento desesperado de retornar a lo real del cuerpo (Dartiguelongue, 2010). En otra arista,

la práctica del cutting o corte superficial contiene como característica su realización en

soledad y secreto. Por ende, expresa el no ofrecimiento a la mirada del Otro

(Dartiguelongue, 2012). Respecto a esto Ángel (2014) señala varias clasificaciones de la

autoincisión basada en las determinaciones psíquicas para su puesta en acto, a saber: la

pacificación de estados de angustia, intento de separación y/o diferenciación, mensaje

dirigido al Otro a través del actingout, vía de satisfacción de la pulsión de muerte y como

modo de apropiación del cuerpo.

El cuerpo ya es posicionado como un lugar en el cual reescribir la historia del sujeto

por ende sus conflictos, especialmente aquellos que acontecen en la adolescencia. Las

25
partes del cuerpo que se eligen para propinar los cortes poseen partes de la historia del

sujeto mismo, los cuales al ser un territorio sobre el cual se posa el dolor dan cuenta del

dominio del goce sobre este y por lo tanto los corresponde como zona erógena (Paredes,

Pérez y Alcalá, 2015). La piel es el lugar por donde todo pasa y todo queda en relación al

Otro, es zona de conflicto por excelencia (Paredes, Pérez y Alcalá, 2015) y por lo tanto un

lugar de inscripción privilegiado para el acontecer del conflicto adolescente. No obstante, el

acto de cortarse en la adolescencia vislumbra, como fenómeno clínico y social, una

interrogante que trasciende al ámbito descriptivo sobre los daños y cómo estos son hechos

por los jóvenes, esta es la pregunta sobre el goce, que se traduce en una pregunta por la

invocación de la palabra y los efectos del corte como así también sus orígenes en el

discurso del Otro (Paredes, Pérez y Alcalá, 2015). La relación entre cuerpo y goce en la

contemporaneidad es resaltada a través de la concepción actual sobre el paradigma del

cuerpo, de lo cual podemos referir cronológicamente a este: primero como principio de

generación material (física), después como principio somático y por último como órgano

(instrumento) (Bower, 2016). Un cuerpo orgánico es en otras palabras un instrumento, por

ende, un cuerpo que adquiere su sentido a través de la modificación del mismo, enhebrando

en la modificación de su imagen un mensaje de ofrenda y agotamiento en la búsqueda de

posicionar una pregunta sobre el deseo, sobre el lugar que este tiene en el Otro (Bower,

2014; 2016). Bower (2016) señala que el cuerpo actual es dispuesto y da forma a un cuerpo

máquina, el cual sería mecánico, autónomo y susceptible de ser reformado. He ahí la

relación entre la cultura y la prevalencia de una forma de expresión del malestar a través de

la autoagresión, más específicamente la autoincisión; el cuerpo que es digno de ser

modificable, antes estaba enraizado a una comunidad de lazos verticales, donde el orden en

26
la transmisión de la cultura pendía de la comunidad y su significado, de la comunidad como

significante. En cambio, en la actualidad, el tipo de lazo social es en definitiva un llamado a

la diferencia, donde lo simbólico está puesto en la discreción de los lazos comunitarios, que

aunque existentes aún, poseen características distintas a los lazos de la incipiente

modernidad. Hoy, en tiempos de lo que podríamos llamar una modernidad acelerada lo que

se busca es la realización del fantasma, donde el sujeto no encuentra su lugar en el Otro si

no es como objeto de goce, instituyendo las autoincisiones como una forma de sostener el

deseo cuando el fantasma falla en su función; se trata de una lesión que recae en lo real del

órgano antes que en la imagen del cuerpo (Bower, 2016).

Por otro lado, en cuanto a la adolescencia se puede señalar que la autoincisión es

una patología propia de lo contemporáneo y es instituida como una práctica que evidencia

el uso del cuerpo en la actualidad. Así, se puede enunciar que la preeminencia del yo a

través de la imagen, dificulta la consolidación y la producción de subjetividad en el registro

de lo simbólico (Bilbao, 2014). Además, Paredes, Pérez y Alcalá (2015), señalan que lo que

opera como causa del acto de cortarse es una ausencia simbólica, ya que si el sujeto no

puede significar su acto y menos comprenderlo es por la ausencia del significante fálico del

deseo.

La relación de lo anteriormente dicho, con la prevalencia de la autoincisión en la

adolescencia, es que el pasaje adolescente representa por excelencia un lugar de conflicto,

un conflicto que es puesto sobre el cuerpo y la imagen. En ese pasaje las identificaciones

primarias con los padres son rehechas, Henríquez (2010) lo describe como una muda sobre

la cual el adolescente no puede decir algo, ya que el adolescente necesita desidentificarse y

desligarse de las ataduras primarias que lo constituyeron hasta ahora. Al entrar en este

27
proceso que representa un lugar de sumo conflicto, se convierte en el lugar privilegiado

para la expresión de los síntomas concernientes al nuevo lazo social y a la clínica

psicoanalítica contemporánea. La retranscripción de los contenidos ya transcritos y fijados

como huella en la psique implica un desligue, que deja al adolescente descubierto y abre la

oportunidad de reescribir su historia como sujeto, su identidad. Es en esta reescritura que

yace la ligazón con los significantes que edifican la cultura y lo social, al ser precisamente

este momento, como señala Henríquez (2010), donde en el adolescente aprecia un declive

de lo familiar y donde lo social deviene más importante.

Por otra parte, podríamos señalar dos aspectos relevantes en el desarrollo de la

adolescencia, que influyen en la prevalencia de una patología del acto como lo es la

autoincisión: uno tiene que ver con el aceleramiento de la actual época y el otro con la falta

de referentes simbólicos claros en el lugar de los adultos. Estos dos aspectos se encuentran

claramente enhebrados debido a la demanda existente en la actualidad al adolescente, la

cual, pendiente de los acelerados ritmos actuales ha forzado tanto la introducción del sujeto

a la adolescencia como el cumplimiento de la demanda social de lo que es ser joven.

Pedroza y Campos (2017) se refieren a esto a partir de lo que ellos consideran un

achatamiento del periodo de latencia, que traería como consecuencia la entrada a la

adolescencia con una carencia importante de referentes simbólicos a los cuales sujetarse

para enfrentar lo traumático de lo real en lo sexual. Asimismo, Caligaris (citado en Pedroza

y Campos, 2017) afirma que la adolescencia es una invención social, lo que se podría

señalar como un no lugar, aspecto que obliga la instauración de un periodo de moratoria

forzada. También una causa del conflicto adolescente actual puede presentarse en el

espacio vacío encontrado en el lugar del adulto, ya que, al ser hoy la adultez un ícono de

28
eterna juventud más que un referente al cual atarse o en el cual inscribirse, fuerza la

permanencia de una huella que no quiere ser borrada por el adulto (Pedroza y Campos,

2017), estableciendo una demanda para el joven sobre la adultez que se sustenta en seguir

siendo joven. Así, la adultez ya no sería un lugar donde reescribir los contenidos subjetivos

del adolescente, sino que más bien podría ser interpretado como un espacio de repetición de

estos contenidos.

En otro ámbito, al ahondar en los estados y procesos psíquicos implicados en la

autoincisión en la adolescencia, se puede afirmar que existen tres elementos principales y

de gran relevancia en la puesta en acto de este malestar, estas son: el actingout, el

masoquismo y la repetición (Ángel, 2014). Así, a pesar de toda implicancia simbólica y de

inscripción de la subjetividad, se puede establecer como primordial el hecho de que una

agresión al propio cuerpo está relacionada a una vía de satisfacción de la pulsión de muerte.

Un destino pulsional que sea compulsivamente repetitivo y doloroso es en efecto una

impulsión hacia la destrucción propia (Rojas y Aviña, 2009). Asimismo, el actingout es

definido como un acto portador de un mensaje que va dirigido al Otro (Ángel, 2014) y al

ser la repetición la vuelta a un estado anterior, se establece un lazo importante entre estos

elementos y la pulsión de muerte. En efecto, la autoincisión tiene relación con la

escenificación de la vuelta a un estado anterior, ya sea este ligado a estados previos de

apaciguamiento o de un mensaje que en el contenido psíquico no ha podido ser elaborado

de una manera óptima, sino más bien fallida.

Todos estos aspectos, tanto psicológicos como sociales, introducen la conflictividad

característica de la adolescencia, que involucra el cuerpo, la imagen, lo psíquico, lo social y

lo cultural y nos permiten pensar en ella como un lienzo donde posar el conflicto primario,

29
como también en un lugar de modificaciones para el futuro del sujeto y su posición en el

mundo.

Conclusión

Sustraído del análisis hecho,a través de esta revisión, afirmamos una tesis en quela

relevancia de la cultura en las expresiones psicopatológicas de gran prevalencia en la

adolescencia, como lo es la autoincisión, es pertinente. Asimismo, podemos destacar la

importancia de la configuración del lazo social en las formas actuales de malestar

contemporáneo, a través de los cuales se expresan las patologías de acto. El nuevo lazo

social lleva al sujeto a su estado de abandono primordial, bajo lo cual podemos señalar, que

el correlato que posee la predominancia de la agresividad con las instancias primarias de la

constitución del yo y el registro de lo imaginario se ve posiblemente implicada en la

prevalencia de patologías como la autoincisión, debido a que los nuevos lazos que

constituyen la alteridad no encontrarían un lugar idóneo de inscripción de la subjetividad

juvenil por la proliferación de lo individual, lo cual concierne al yo y su propia imagen. Al

existir un exceso de imagen y una predominancia del silencio es en el registro de lo real que

el adolescente tratará de inscribirse, ya sea esta expresión como el mensaje a un Otro, como

pacificación de estados de angustia o vía de satisfacción de la pulsión de muerte.

Esta discusión nos lleva a elementos próximos a estudiar en una posterior revisión

como lo son el narcisismo, la pulsión de muerte, el masoquismo y el dolor.

En este sentido, es el cuerpo como portador del dolor el que funciona como espacio

de inscripción de la conflictividad psíquica. El dolor, en lo contemporáneo, recae en un

espacio que es modificable, en un cuerpo que es lienzo al servicio de la satisfacción y

30
demanda del Otro, y que a la vez se relaciona con el dolor, por ende, con el goce. La

satisfacción a través de instancias dolorosas, nos lleva a una posible discusión futura sobre

la regresión del sujeto al restablecimiento de estados primarios anteriores a la vida y

relacionados, en definitiva, a la muerte. De esta forma, se puede reflexionar acerca de un

cuerpo en la actualidad como constitutivo del yo, un cuerpo narcisista que busca, por sobre

todo, ante el declive de la palabra y lo simbólico, inscribirse como tal, como un yo presente,

evitando así su caída por fuera de la escena. En este caso, la escenificación a través del

actingout tendría por objeto buscar un lugar de inscripción de la subjetividad en lo social, lo

que adquiere su sentido a través de la presencia de unotro negativo, es decir, de la presencia

discreta de una alteridad que existe, pero es no sin el otro.

31
Bibliografía

Álvarez, M. (2015). Nuevos síntomas: ¿Máscaras para encubrir el sufrimiento psíquico?

Revista Letra en Psicoanálisis, 1, 1-11.

Ángel, C. (2014). Cortes a flor de piel: Una aproximación psicoanalítica a la conducta de la

autoincisión en la adolescencia. Katharsis, 18, 117-140.

Belçaguy, M. (2012). Adolescentes que se autolesionan ¿Tramitación de la angustia? En J,

Barrionuevo. (Comp.), La angustia en la clínica con adolescentes (pp. 11-21).

Buenos Aires: EUDEBA.

Bilbao, R. (2014). Transformaciones sociales y subjetividad: Del malestar de la restricción

al mall-estar del exceso. Summa Psicológica UST, 11(1), 7-18.

Boggon, L. (2006). Violencia, agresividad y agresión: Una diferenciación necesaria. XIII

Jornadas de investigación y segundo encuentro de investigadores en psicología del

Mercosur. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Bower, L. (2014). Las autolesiones: Más allá del daño tisular. Revista Electrónica de

Psicología Social Poiésis, 1(27), 1-6.

Bower, L. (2016). Los cortes en el cuerpo y su orientación al Otro. VIII Congreso

Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XXIII Jornadas

de Investigación Décimo Encuentro de Investigadores en Psicología del

MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

32
Carvajal, P. y Ramírez, C. (2014). Imagen Inconsciente del Cuerpo en el Embarazo

Adolescente: Un acercamiento psicoanalítico al fenómeno del embarazo adolescente.

(Tesis de grado). Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Chile.

Dartiguelongue, J. (2010). Sobre la práctica de la realización de cortes en el cuerpo y el

problema de su generalización. II Congreso Internacional de Investigación y

Práctica Profesional en Psicología XVII Jornadas de Investigación Sexto Encuentro

de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología -

Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Dartiguelongue, J. (2012). Cobardía neurótica y un tipo particular del uso del cuerpo. IV

Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XIX

Jornadas de Investigación VIII Encuentro de Investigadores en Psicología del

MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Dolto, F. (2007). La imagen inconsciente del cuerpo. Buenos Aires: Paidós.

Freud, S. (1979). Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. En J. L.

Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 18, pp. 141-164).

Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1920).

Gutton, P. (1993). Lo puberal. Buenos Aires: Paidós.

Henríquez, N. (2010). Unidad y separación en el proceso adolescente: Aproximaciones

psicoanalíticas. (Tesis de grado). Universidad de Chile, Chile.

Lacan, J. (1958-59). El seminario, libro VI. El deseo y su interpretación. Buenos Aires:

Paidós.

33
Lacan, J. (2009). Escritos 1. México: Editorial Siglo XXI

Leguil, C. (2017). El cuerpo lacaniano, más allá del sexo, más allá del género. Revista

Conclusiones Psicoanalíticas. 4(4), 111-121.

Manca, M. (2011). Agresiones al propio cuerpo en la adolescencia: ¿Redefinición de los

límites del cuerpo o desafío evolutivo? Psicoanálisis, 1(33), 77-88.

Miller, J-A. (2002). Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo. Buenos Aires: Edigraf

S.A.

Nasio, J. (2008). El cuerpo y sus imágenes. Buenos Aires: Paidós

Paredes, L., Pérez, S. y Alcalá, J. (2015). El goce de los cortes del cuerpo y el discurso

violentado. PSICUMEX, 5(1), 53-70.

Pedroza, R. y Campos, A. (2017). Reflexiones sobre la mortalidad adolescente en Brasil: 10

hipótesis sobre el trabajo al lado del adolescente en conflicto con la ley. Revista

Affectio Societatis, 14(27). 13-31.

Rassial, J-J. (1999). El pasaje adolescente. De la familia al vínculo social. Barcelona:

Ediciones del Serbal.

Rodríguez, J. (2011). Los paradigmas del cuerpo en psicoanálisis: Sigmund Freud y

Jacques Lacan. (Tesis doctoral). Universidad de Sevilla, España.

Rojas, M. y Aviña, G. (2009). Autoagresión corporal entre los jóvenes del occidente de

México: Psicopatología y cultura. Revista Latinoamericana de Psicopatología

Fundamental, 12(4), 662-676.

34
Sánchez, M. (2011). Agresividad y violencia. Consecuencias. Revista digital de

psicoanálisis, arte y pensamiento. 6.

Soria, H. y Orozco, M. (2014). El sujeto y el dominio corporal en la hipermodernidad.

International Journal of Good Conscience, 9(1), 122-128.

35

Potrebbero piacerti anche