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Extracto del libro de Horacio González: “Kirchnerismo: una controversia cultural” – Ed.

Colihue – 2011 (pag. 39 – 48)

¿Capitalismo de amigos?

En Después del derrumbe1, Kirchner propone distintas perspectivas para reactivar la


producción económica en los términos de un ingreso razonado a la globalización, con
preservación de la autonomía y asociaciones fructíferas con los capitalistas privados. En
algún momento, se define a favor de un “capitalismo con nación, pueblo y bandera”. No
llega a cuestionarse, como se hará después, la autonomía del Banco Central. En este libro,
parece más un diagramador de perspectivas estratégicas, por otro lado bien formuladas,
que un predicador. Pero poco a poco fue surgiendo este último rasgo.

Kirchner fue un predicador. Utilizó conceptos de esa raigambre –los que no suelen estar
demasiado ausentes de la discursividad política argentina-, y adoptó inflexiones en las que
se reconocía ese latido interno. Basta escuchar el rasguido final de sus discursos, con una
nota sofocada de reconvención y ruego. El “ayúdenme… yo solo no puedo”, emitido con
cierto tono de lamento y advertencia, dejaba entrever cierta hebra de desencanto para la
que siempre un predicador debe estar preparado. Es una queja que apela a los otros y a él
mismo, donde da cuenta de la dificultad de las tareas a emprender. Decide entonces
enfrentar a los suspicaces, sabiendo que es siempre dificultoso tornarse crédulo. De esa
dificultad trata todo predicador. El chasquido final de angustia en el fraseo de Kirchner
quería se el exceso del hombre prudente para conjurar el escepticismo que imagina en un
mundo cada vez mas agrietado. Liguemos esto con Calafate, ciertamente, lugar
paradisíaco de fuertes consumos turísticos. El núcleo poblacional de Calafate es el que
más crece en la Argentina, a costa de inversiones turísticas y también de un genuino
encantamiento paisajístico. Para el matrimonio Kirchner el sitio significaba un lugar de
retiro, un juego de contrastes con la aspereza de la política y una toponimia apreciada en
su dimensión de locus mitológico. Fue un inopinado lugar donde morir.

Le tocó a Kirchner predicar sobre la base de un llamado, hecho en lengua improvisada,


pero no dejaba de estar fundado en los tientos sueltos de la historia nacional que
mantenía importantes mojones de una memoria en espera. Con el tiempo, los aprestos
tempranos de la oposición política y mediática dispusieron sus potencias críticas para
atacar sutilmente la política kirchnerista de derechos humanos (nombre estatal para los
memoriales de justicia). Afirmaron que debía ser medida o interpretada a través de lo que
más parecería interesar al kirchnerismo, lo que incluso podía ser el verdadero desenlace
de su “fachada humanística”, mera justificación tardía de su carozo especulativo: el
capitalismo de amigos. Esta expresión parecería lapidaria para los gobiernos Kirchner. Si el
capitalismo, organización social histórica que implica un grado de abstracción en la
producción, un sujeto generado en las relaciones de propiedad privada, grandes fuerzas
de clase y culturas impersonales de la mercancía, implica la superación de los regímenes
comunales y familiares y particularistas, se entiende la dura crítica que propone esa
expresión. Y mucho más si un horizonte prestigioso de la herencia democrática moderna,
la lucha por los derechos humanos, era considerada como una curiosa paradoja o un mero
pretexto, un calculado frontispicio.

Capitalismo de amigos significaría entonces un sinónimo para el derrumbe del propio


capitalismo, malversado por la incomprensión de sus normas efectivas, menoscabado por
los mismos que querrían ejercerlo sin conocer sus secretos. Así visto, el capitalismo de
amigos es carencia de verdaderas instituciones capitalistas, tratos personalistas, cohecho
y corrupción. ¿Sería esta una crítica posible al kirchnerismo? Se hace desde las derechas
económicas, sustancialmente, y sin cambiar el concepto, desde muchas fuerzas de
izquierda. ¿Se desearía entonces un verdadero capitalismo, con su corte de hechos de
explotación y barbarie? ¿Se quiere superar el capitalismo con un sistema productivo
socializado o apenas se desea que la historia transite por caminos de productividad
colectiva e impersonal? Para responder estas preguntas, sería necesaria una historia del
capitalismo argentino y del modo en que las formaciones políticas se relacionaron con es
esquiva noción, que sin embargo es contundente aun en sus versiones mas sofocadas.

Lo contrario del capitalismo de amigos vendría ser el capitalismo serio, cuya lógica
productiva y contractual se regiría por la eficiencia, por la racionalidad lucrativa, por la
necesidad de inversiones, por las expectativas de tolerancia sindical y respeto a los
esquemas legales de cada nación. Pero… no parece que este concepto se adecuado, no
solo porque una categoría moral –la seriedad- mal podría aplicarse a los automatismos
financieros y técnicos del capitalismo, sino porque el propio cuadro de la “ética
protestante” con el que supuestamente surge el capitalismo ha desaparecido en nombre
de la fusión del capitalismo clásico con economías simbólicas provenientes del lenguaje
comunicacional. No hay allí “seriedad puritana” ni “observancia del cuadro legal” sino
barbarismos pertenecientes a los tratos de mercado, a los fetiches de consumo y al
descubrimiento ya antigua de la productividad de lo ilegal. En algún momento del circuito
de acumulación, se precisa la instancia de la ilegalidad capitalismo, consustancial con su
lógica. Sin contar también los acuerdos “amistosos”, no solo los que forman parte del
folletín del pionerismo –los amigos que en un garaje perdido en Estados Unidos inventan
de un día para otro una poderosa compañía de internet-, sino los pertenecientes a las
cada vez más complicadas relaciones de la esfera política con la clase gerencia
capitalismo. Esto es, juegos de “amigos” que encuentran su estructura de intercambios en
las viejas nociones de peligro, amenaza y protección que tan bien ha interpretado la
mafia, fenómeno estamental pero coaligada –en su gran productividad anacrónica- con el
gran espectáculo moderno del capital “echando sangre y lodo por sus poros”.

El kirchnerismo ha seguido un programa implícito, contrario al neoliberalismo económico


de la época anterior y promotor de conductas públicas del Estado en el mundo
productivo, económico en general. ¿Cómo formuló este programa? En verdad nunca hubo
un programa explícito, sino evocativo. Un collage de discurso rememorantes de los
fuertes años del signo “nacional popular” –los míticos setenta-, que se lanzaban en
distintas ocasiones, dando lugar a la creación de una atmósfera –subrayo esta palabra-
evocadora de los nacionalismos populares y estatalistas de los ciclos históricos anteriores.
El kirchnerismo, así, pareció querer ser remanente de esos temas, para llevarlos
nuevamente al horizonte de discusión contemporáneo. Pero lógicamente no sometidos
por entero a los procedimientos enérgicos que aquellos programas propagandizaban. La
programática antiliberal y estatalista salía de la cápsula mítica en la que invernaba, y
aceptaba una nueva marcha por el mundo en las condiciones limitadas que proponía la
situación de las instituciones que había resistido, machucadas. Los cuadros políticos
perplejos que la pondrían en práctica podrían se aquellos escépticos que no pensaban ver
nunca más algo interesante, pero que atesoraban en su conciencia el procedimiento para
tornarse realistas. El kirchnerismo resultó entonces una gran novedad, aunque para la
ortodoxia de las programáticas abandonadas del pasado parecía notoriamente
insuficiente.

La cuestión de la burguesía nacional –viejo clásico de las izquierdas nacionales- es por


demás apropiada para reflexionar sobre esta característica de esgrimir nuevamente la
temática emancipadora con el respaldo de superficiales cimientos políticos. Algunas veces
se insinuó que ante la “inexistencia de la burguesía nacional”, el kirchnerismo debió apelar
a esas formaciones capitalistas hendidas y truncadas, que precisaban del respaldo estatal
para despegar en términos de una burguesía emprendedora, con tendencia a volverse al
mercado interno e intereses políticos de realización nacional y –además- cierta simpatía
hacia dinamismos de una alianza de clase, parecidos, sino superadores, de los que en
algún momento había esgrimido el desarrollismo. Aparece entonces el concepto
despectivo de “capitalismo de amigos”, lo que para los temperamentos más realistas
podía pensarse como las dificultades existentes en el terreno del vellocino de oro de la
política argentina, el vacío estridente que se percibía en ese foso mal aireado donde
debería existir esa lozana clase burguesa-nacional.
El desmantelamiento de la red ferroviaria, crimen cultural todavía no reparado, el no
menor despojo de la privatización de YPF, las telefónicas y las compañías eléctricas,
bárbaras decisiones que comprometieron el goce soberano de la administración
estratégica de recursos, obtuvieron consideraciones favorables a la reconsideración y
reversión de estos casos, pero los métodos empleados contrastaban con los propósitos
que se dejaban flotar en el aire del nuevo tiempo. Podría decirse que el kirchnerismo
definió los problemas de estructura según los memoranda que figuraban en una
conciencia –ya inscripta-, del nacionalismo popular transcurrido. Pero sabía muy bien que
esas estructuras no podían desplegarse sin más en los años que corrían, luego de la
historia de devastación social que se había atravesado. Por lo tanto, las consignas pasaban
a ser una superestructura con potencialidad agitativa, sin que necesariamente hubiera
consonancia con las estructuras que se imaginaba poder reponer.

Utilizo adrede los términos estructura y superestructura para señalar con lenguaje fuerte
lo mismo que a veces se desea indicar del kirchnerismo: la discordancia entre su lenguaje
repentinamente exhumado y sus efectivas realizaciones. Se trata de que iba a jugar,
acaso, con los utensilios de la realidad económica existente pero introduciendo elementos
inesperados que desentierran las gloriosas piezas de hierro oxidadas, las olvidadas hachas
del tercermundismo. Según como se lo considere, los empresarios que no gustan de
aderezos “keynesianos” en su práctica habitual serán los desconfiados por el universo de
gestos imprevistamente radicalizados; al paso que los que exigiesen observancia literal a
los planes orgánicos de economía pública regulada también sumarían su propia
desconfianza. Unos molestos por la superestructura que lanzó el kirchnerismo, otros por
no verla concretada en nuevas estructuras sociales y económicas.

De esa discordancia desestabilizadora, inherente al pensamiento político, vive el


kirchnerismo. De ahí que al verse estos reflejos tornasolados, surjan acusaciones en torno
a su “montonerismo” o en torno a su “simulación”. Es preciso cambiar pues la definición
del problema, para no vernos forzados a una disyuntiva indolente, entre la “liberación” y
la “impostura” Puede ser, no obstante, que la lengua política argentina aún no haya
encontrado esa forma del verbo movilizador que sepa esquivar la disyuntiva falaz entre la
falta atribuida de estructuras (realizativas) en relación a la supuesta abundancia de
superestructura (discursivas).

¿Quiénes serían los “amigos capitalistas” encumbrados por el poder en cumplimiento de


la nostálgica consigna de crear una “burguesía nacional”?. Volvamos a consultar el
vademécum majuliano. En El dueño hay entrevistas a los empresarios supuestamente
satelizados por el kirchnerismo: los Cirigliano, Lázaro Báez, Cristóbal López, los Eskhenazi,
etc. No surgen de ellas poco más que obvios compromisos de una zona de la política tan
inestable como previsible y un conjunto de inversiones surgidas al calor estatal con
regiones grises que se explican precisamente por la ausencia de la tan mentada burguesía
nacional. Con distintos grados de “seriedad”, para usa la categoría que fue invocada, estos
empresarios estuvieron relacionados con Kirchner de manera no episódica en algunos
casos, y otras ligadas a complejas tramas de subsidios e intervenciones estatales que son
la urdimbre costumbrista, insoslayable, que se arrastra en la economía del país.

Se origina en estos casos una ambigüedad en el trato entre funcionarios y empresarios,


distantes al proyecto de una “burguesía lúcida”, como solía decirse, pero tampoco
sistemáticamente ligada a una corrupción estructural, como desde hace tiempo suele
pensarse la escena pública. Los regímenes de subsidio al transporte, por otra parte, no son
lo mismo que los casinos que desafortunadamente crecen en el país, o del profundo
problema que implica la hipótesis de la reconstrucción integral de YPF como empresa
pública, a la altura que el rango estatal que tuvo en el pasado. No pueden conjugarse el
crecimiento de las empresas de juego –nada interesantes en una perspectiva económica
social y popular- y volverse a erguir a YPF como emprendimiento nacional. Emergentes
deshilachados de un complejo panorama económico, estos hechos que pululan
erráticamente deberían ser vistos a la luz de una consideración frentista.

Nos hubiera gustado, evidentemente, que a la manera clásica, el país atravesara una
propuesta frentista tal como en diversos momentos se había insinuado, y que tuviera
entre sus componentes a una porción importante del empresariado ligado al mercado
interno, pero cuyo ápice conceptual se rigiera por la conciencia emancipatoria del pueblo-
nación, surgido de los trabajos de Alberdi hace más de un siglo y medio, que hoy deben
ser revisados y reformulados. Lógicamente, un frene de esas características debe tener
ciertas precondiciones, que en la historia de los frentismos universales han sido bien
examinadas. Los Frentes cuya tipología obedece al cuño nacional-popular progresista, con
perspectivas que acentúen el papel de los trabajadores, productores y actores culturales
colectivos, tropiezan con las dificultades reconocidas en materia de representación
sectorial.

¿Por qué se halla vulnerada, en la Argentina y en casi todo el mundo, la idea clásica de
representación social? No solo por el poder constitutivo que tienen los medios de
comunicación de presentarse como argamasa simbólica que cimienta el orden político.
También porque se ha desacomodado de un modo trágico la pareja conceptual
conocimiento e interés. Se han desacompasado los imperativos sociales de conocimiento
colectivo de los intereses de realización, autoconocimiento y emancipación que deberían
tener los mismos sectores sociales generadores del impulso político, conceptual y
simbólico de la representación. Los fenómenos de burocratización, cuyo estudio mundial
comenzó con los trabajos de Max Weber –cuyo eco no se hizo esperar en los grandes
debates de la Revolución rusa que le son contemporáneos-, establecían por un lado, el
necesario principio de cálculo racional, por otro, la obligatoria reflexión sobre el hecho de
que las clases sociales, no podían considerarse campos de “conciencia autoatribuida” sino
trazas culturales inmersas en la heterogeneidad de las simbologías colectivas. La relación
vital entre lo social y lo político, que el pensamiento clásico percibió fácilmente desnudada
a poco que se denunciara acabadamente el “fetichismo de la mercancía”, se tornó hoy un
campo de vínculos opacos constituidos por la trama de la tecnologización de la vida
cotidiana, con la aparición de mediadores corporativos, estamentales, altamente
feudalizados, para toda la experiencia de modernidad en curso, tan vasta y revolucionario,
como encarcelada.

Nuestras teorías políticas no tienen en cuenta de una manera productiva la existencia de


instituciones sociales veladas, con autodefensas y automatismos en torno a la
intermediación que ejercen. La eventualidad de manifestarse el descontento cultural que
provocan no siempre desemboca en una comprensión general del estado de las
sociedades contemporáneas, donde actúan estamentos sindicales tradicionales,
portadores de diferentes menoscabos de sus compromisos originales, inclinados a “pactos
sociales” y no a “frentes”; asociaciones empresariales ideologizadas en el sentido de una
globalización neoliberal; clases medias atravesadas por políticas de miedo, aprisionadas
por retóricas de la inseguridad, la corrupción y la inflación, y ámbitos de producción de
“contenidos culturales” por la vía de tecnologías comunicacionales que son en sí mismas
(en términos generales) una ideología de paralización de la vitalidad social.

Todo ello impone una actualización del pensamiento político de orientación crítico-
emancipadora, que sin embargo suele elaborar con consignas que actúan en los rincones
venerables pero improductivos de las memorias transcurridas. Así, estamos ante la
circunstancia de una visión crasamente hipotética-deductiva del Frente, que responde a
una teoría de transparencia social en la que el frentista supone la representación literal de
cada sector y clase con relación a una traducción adecuada, compuesta porción por
porción, de intereses y preferencias. Pero vivimos en sociedades opacas, de
representación violentada, flotante y alegórica. Son tiempos de intereses vulnerados,
preferencias inducidas, conocimientos que evaden su posibilidad de revisión interna, de
vigilancias y controles sobre la vida presuntamente espontánea y desnuda, en suma de
pérdida de la autonomía de la acción colectiva.

Pero esta pérdida, debemos agregar, se hace en nombre de una ciudadanía que suele
verse como poseedora de la “dignidad de la acción libre sin choripán ni ómnibus
alquilado”, cuando en verdad este momento que visualiza como libre es el más
encadenado a una retórica de sumisión que finge el lenguaje de la autonomía. El
problema de la autonomía ideológica del ciudadano de las grandes metrópolis capitalistas
es el capítulo final de la llamada “autoestima” de los pequeños propietarios –y de la
propiedad en general-, que ya no desean investigar el genial y oscuro trastrocamiento que
se ha operado: llamar libertad a la opresión. Solo queda encarar la vida de la libertad
como libertad prestada y vida corroída por una felicidad que se aleja de su significado
clásico, político y doméstico, por las rutas que le señala el miedo colectivo y el confort
atrincherado, su hilo permanente y secreto. ¿Qué tiene que ver todo esto con los
problemas de un Frente político y social? ¿Por qué incluimos estas rápidas reflexiones
junto a la pregunta de cuál es la variedad capitalista que se está desarrollando en la
Argentina?

En sus últimos meses, Kirchner había hablado de un Frente en sus diversos discursos, que
sin embargo no atinaba a definir acabadamente (con todo, en su libro con Di Tella, el tema
ya estaba presente). Mencionaba “trabajadores, clase media y empresarios” y otras
oportunidades añadió diversos estamentos: profesores, intelectuales. En su formulación
abstracta, cada término de la coalición introduce arduos problemas. Todos confluyen
hacia el enigma de la representación general de los intereses específicos y colectivos, y a
los procedimientos por los que se establecerían las mediaciones entre conocimiento e
interés (conocimiento de las prácticas sociales en relación con los intereses objetivos que
se suponen en juego). ¿Basta decir CGT para encontrar a la representación de los
trabajadores? ¿Cuál sería la de los empresarios? Y la clase media como concepto genérico,
¿es representable?

Nada más lejos que una acción meramente sumatoria o una adición lineal para concebir
los frentes políticos y sociales. No proceden por añadidura sino por entrechoque o
desagregación. ¿Cómo así? Los Frentes son luchas fácticas y discursivas por encontrar
puntuaciones que sinteticen, condensando y descartando, un conjunto de temas que son
interpelaciones a diversos ámbitos de la memoria y disponibilidad social. De ahí que se
pueda decir que Kirchner esta intentando encontrar esa cifra y recursos conceptuales que
permitieran comprender la necesidad y característica de ese frentismo, sin que apareciera
una sumatoria, esto es, un mero pacto social, con el cual, inmerso como estaba todo en la
tradición peronista, necesariamente se confundía.

El “capitalismo de amigos”, lógicamente, es una acusación a la que los tribunos del bloque
parlamentario y comunicacional de la oposición someten al kirchnerismo, sin tener en
cuenta el conjunto de dilemas de índole conceptual que estaban implícitos, y lo siguen
estando, en términos de esta verdadera encrucijada nacional. ¿Es posible un frente
libertario de transformación nacional? El kirchnerismo, intuitivamente se acercaba al
tema, pero en medio de una fumarada de críticas que interpretaban esa búsqueda
balbuceante de una confluencia de fuerzas sociales, como un síntoma vulgar de
corrupción. Lógicamente, no es posible pensar la argamasa frentistas con la esmirriada
dimensión empresarial que ofrecen un propietario de casinos o un constructor que hizo
fortuna al ampara del poder, aún en el caso de no existir, en los términos argentinos,
ninguna irregularidad en esos casos. Es evidente que por ahí no hay que buscar ninguna
burguesía nacional, pero además esos conceptos precisan se pasados por cribo de
seriedad reflexiva que los intranquilos tiempos argentinos no suelen ofrecer. Estas
cuestiones quedan abiertas, con más razón ahora. No es aceptable que la palabra
“capitalismo” sea una bandera para figurar en ninguna gesta popular. Ni siquiera bajo la
advocación de los “serio”. Lo intuyó el peronismo en su marcha: “combatiendo al capital”.
Surgía de un improvisado hervor que podía no congeniar con las efectivas acciones de un
gobierno. Pero ese borbotón era una de las corrientes profundas del alma viva de la
sociedad.

El kirchnerismo vive una vida descuidad en relación con estas materias. No piensa que
“Lázaro Baez” sea una categoría interna del pensamiento emancipador, pero no acierta en
poner en ese lugar incómodo y en realidad vacante, una elaboración sustituta de densidad
suficiente como para llamar al debate de la constitución frentista, nacional popular,
democrático-participativa, crítica-emancipatoria, social-imaginativa, que este capítulo de
la historia nacional merece. Piensa los conjuntos históricos reales como si se los pudiese
abordar pieza por pieza, desconexas unas de otras. Y surge así la idea de una esfera
económica que podría verse regulada por sus leyes propias de desarrollo (de ahí el tinte
desarrollista que tienen muchas acciones de gobierno) o el llamado a realizar “negocios”
con que solicita la atención de los empresarios argentinos, ya no de los llamados “amigos”
sino de los de linaje capitalista tradicional, los verdaderos, lo que íntima o explícitamente
se oponen al gobierno. ¿Esto descoyunta al kirchnerismo? No lo obliga a ingresar más
hondamente en la esfera histórico-social, de la que por otro lado tiene ideas claras,
fundadas en su cosmovisión nacional-popular, que suele ser citada asiduamente. Es que le
falta el gesto unitivo, la forja o argamasa que acoyunte la economía desplegada en
términos de realización colectiva –si se quiere, llámesela desarrollo-, con las cuestiones
culturales que responden al horizonte de la vida emancipada. Esta no es un problema
agregado, sino una esfera que no puede separarse de la productiva; ambas no se expresan
acabadamente sino se aglutinan en “el pensamiento unitario (cohesionante) de la
política”, como Gramsci decía. Las cuestiones del Frente, en gran medida, se vinculan al
tratamiento de este dilema.

Si el capitalismo no es entonces una palabra propiciatoria, será necesario en el futuro


encontrar la forma de nombrar la sociedad que nos espera y debemos construir. Las
acciones empeñadas hasta el momento, con sus movilizaciones, luchas y debates, no
cuentan con una alternativa conceptual adecuada. Pero las tradiciones libertarias,
socialistas, democrático-sociales, cooperativistas, comunitarias, etc., que siempre
actuaron en el interior del peronismo –que es un pensamiento de segunda instancia, un
colector de ideas seculares a las que invita a un inagotable debate interno-, deben seguir
expresándose con la identidad política que corresponda. Ese es un problema argentino
específico: las grandes ideas de acción social suelen no estar en la Argentina expresadas
con su nombre primero, sino englobadas en otras hospitalidades. El peronismo fue y es
una de ellas, pues las luchas sociales van adquiriendo los nombres que le dan las
circunstancias toponímicas de cada sociedad.

1
Después del derrumbe. Abril de 2003. Ed Galerna. Conversaciones con Torcuato Di Tella.
Propuesta electoral de Néstor Kirchner en su candidatura a la presidencia.

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