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¿Capitalismo de amigos?
Kirchner fue un predicador. Utilizó conceptos de esa raigambre –los que no suelen estar
demasiado ausentes de la discursividad política argentina-, y adoptó inflexiones en las que
se reconocía ese latido interno. Basta escuchar el rasguido final de sus discursos, con una
nota sofocada de reconvención y ruego. El “ayúdenme… yo solo no puedo”, emitido con
cierto tono de lamento y advertencia, dejaba entrever cierta hebra de desencanto para la
que siempre un predicador debe estar preparado. Es una queja que apela a los otros y a él
mismo, donde da cuenta de la dificultad de las tareas a emprender. Decide entonces
enfrentar a los suspicaces, sabiendo que es siempre dificultoso tornarse crédulo. De esa
dificultad trata todo predicador. El chasquido final de angustia en el fraseo de Kirchner
quería se el exceso del hombre prudente para conjurar el escepticismo que imagina en un
mundo cada vez mas agrietado. Liguemos esto con Calafate, ciertamente, lugar
paradisíaco de fuertes consumos turísticos. El núcleo poblacional de Calafate es el que
más crece en la Argentina, a costa de inversiones turísticas y también de un genuino
encantamiento paisajístico. Para el matrimonio Kirchner el sitio significaba un lugar de
retiro, un juego de contrastes con la aspereza de la política y una toponimia apreciada en
su dimensión de locus mitológico. Fue un inopinado lugar donde morir.
Lo contrario del capitalismo de amigos vendría ser el capitalismo serio, cuya lógica
productiva y contractual se regiría por la eficiencia, por la racionalidad lucrativa, por la
necesidad de inversiones, por las expectativas de tolerancia sindical y respeto a los
esquemas legales de cada nación. Pero… no parece que este concepto se adecuado, no
solo porque una categoría moral –la seriedad- mal podría aplicarse a los automatismos
financieros y técnicos del capitalismo, sino porque el propio cuadro de la “ética
protestante” con el que supuestamente surge el capitalismo ha desaparecido en nombre
de la fusión del capitalismo clásico con economías simbólicas provenientes del lenguaje
comunicacional. No hay allí “seriedad puritana” ni “observancia del cuadro legal” sino
barbarismos pertenecientes a los tratos de mercado, a los fetiches de consumo y al
descubrimiento ya antigua de la productividad de lo ilegal. En algún momento del circuito
de acumulación, se precisa la instancia de la ilegalidad capitalismo, consustancial con su
lógica. Sin contar también los acuerdos “amistosos”, no solo los que forman parte del
folletín del pionerismo –los amigos que en un garaje perdido en Estados Unidos inventan
de un día para otro una poderosa compañía de internet-, sino los pertenecientes a las
cada vez más complicadas relaciones de la esfera política con la clase gerencia
capitalismo. Esto es, juegos de “amigos” que encuentran su estructura de intercambios en
las viejas nociones de peligro, amenaza y protección que tan bien ha interpretado la
mafia, fenómeno estamental pero coaligada –en su gran productividad anacrónica- con el
gran espectáculo moderno del capital “echando sangre y lodo por sus poros”.
Utilizo adrede los términos estructura y superestructura para señalar con lenguaje fuerte
lo mismo que a veces se desea indicar del kirchnerismo: la discordancia entre su lenguaje
repentinamente exhumado y sus efectivas realizaciones. Se trata de que iba a jugar,
acaso, con los utensilios de la realidad económica existente pero introduciendo elementos
inesperados que desentierran las gloriosas piezas de hierro oxidadas, las olvidadas hachas
del tercermundismo. Según como se lo considere, los empresarios que no gustan de
aderezos “keynesianos” en su práctica habitual serán los desconfiados por el universo de
gestos imprevistamente radicalizados; al paso que los que exigiesen observancia literal a
los planes orgánicos de economía pública regulada también sumarían su propia
desconfianza. Unos molestos por la superestructura que lanzó el kirchnerismo, otros por
no verla concretada en nuevas estructuras sociales y económicas.
Nos hubiera gustado, evidentemente, que a la manera clásica, el país atravesara una
propuesta frentista tal como en diversos momentos se había insinuado, y que tuviera
entre sus componentes a una porción importante del empresariado ligado al mercado
interno, pero cuyo ápice conceptual se rigiera por la conciencia emancipatoria del pueblo-
nación, surgido de los trabajos de Alberdi hace más de un siglo y medio, que hoy deben
ser revisados y reformulados. Lógicamente, un frene de esas características debe tener
ciertas precondiciones, que en la historia de los frentismos universales han sido bien
examinadas. Los Frentes cuya tipología obedece al cuño nacional-popular progresista, con
perspectivas que acentúen el papel de los trabajadores, productores y actores culturales
colectivos, tropiezan con las dificultades reconocidas en materia de representación
sectorial.
¿Por qué se halla vulnerada, en la Argentina y en casi todo el mundo, la idea clásica de
representación social? No solo por el poder constitutivo que tienen los medios de
comunicación de presentarse como argamasa simbólica que cimienta el orden político.
También porque se ha desacomodado de un modo trágico la pareja conceptual
conocimiento e interés. Se han desacompasado los imperativos sociales de conocimiento
colectivo de los intereses de realización, autoconocimiento y emancipación que deberían
tener los mismos sectores sociales generadores del impulso político, conceptual y
simbólico de la representación. Los fenómenos de burocratización, cuyo estudio mundial
comenzó con los trabajos de Max Weber –cuyo eco no se hizo esperar en los grandes
debates de la Revolución rusa que le son contemporáneos-, establecían por un lado, el
necesario principio de cálculo racional, por otro, la obligatoria reflexión sobre el hecho de
que las clases sociales, no podían considerarse campos de “conciencia autoatribuida” sino
trazas culturales inmersas en la heterogeneidad de las simbologías colectivas. La relación
vital entre lo social y lo político, que el pensamiento clásico percibió fácilmente desnudada
a poco que se denunciara acabadamente el “fetichismo de la mercancía”, se tornó hoy un
campo de vínculos opacos constituidos por la trama de la tecnologización de la vida
cotidiana, con la aparición de mediadores corporativos, estamentales, altamente
feudalizados, para toda la experiencia de modernidad en curso, tan vasta y revolucionario,
como encarcelada.
Todo ello impone una actualización del pensamiento político de orientación crítico-
emancipadora, que sin embargo suele elaborar con consignas que actúan en los rincones
venerables pero improductivos de las memorias transcurridas. Así, estamos ante la
circunstancia de una visión crasamente hipotética-deductiva del Frente, que responde a
una teoría de transparencia social en la que el frentista supone la representación literal de
cada sector y clase con relación a una traducción adecuada, compuesta porción por
porción, de intereses y preferencias. Pero vivimos en sociedades opacas, de
representación violentada, flotante y alegórica. Son tiempos de intereses vulnerados,
preferencias inducidas, conocimientos que evaden su posibilidad de revisión interna, de
vigilancias y controles sobre la vida presuntamente espontánea y desnuda, en suma de
pérdida de la autonomía de la acción colectiva.
Pero esta pérdida, debemos agregar, se hace en nombre de una ciudadanía que suele
verse como poseedora de la “dignidad de la acción libre sin choripán ni ómnibus
alquilado”, cuando en verdad este momento que visualiza como libre es el más
encadenado a una retórica de sumisión que finge el lenguaje de la autonomía. El
problema de la autonomía ideológica del ciudadano de las grandes metrópolis capitalistas
es el capítulo final de la llamada “autoestima” de los pequeños propietarios –y de la
propiedad en general-, que ya no desean investigar el genial y oscuro trastrocamiento que
se ha operado: llamar libertad a la opresión. Solo queda encarar la vida de la libertad
como libertad prestada y vida corroída por una felicidad que se aleja de su significado
clásico, político y doméstico, por las rutas que le señala el miedo colectivo y el confort
atrincherado, su hilo permanente y secreto. ¿Qué tiene que ver todo esto con los
problemas de un Frente político y social? ¿Por qué incluimos estas rápidas reflexiones
junto a la pregunta de cuál es la variedad capitalista que se está desarrollando en la
Argentina?
En sus últimos meses, Kirchner había hablado de un Frente en sus diversos discursos, que
sin embargo no atinaba a definir acabadamente (con todo, en su libro con Di Tella, el tema
ya estaba presente). Mencionaba “trabajadores, clase media y empresarios” y otras
oportunidades añadió diversos estamentos: profesores, intelectuales. En su formulación
abstracta, cada término de la coalición introduce arduos problemas. Todos confluyen
hacia el enigma de la representación general de los intereses específicos y colectivos, y a
los procedimientos por los que se establecerían las mediaciones entre conocimiento e
interés (conocimiento de las prácticas sociales en relación con los intereses objetivos que
se suponen en juego). ¿Basta decir CGT para encontrar a la representación de los
trabajadores? ¿Cuál sería la de los empresarios? Y la clase media como concepto genérico,
¿es representable?
Nada más lejos que una acción meramente sumatoria o una adición lineal para concebir
los frentes políticos y sociales. No proceden por añadidura sino por entrechoque o
desagregación. ¿Cómo así? Los Frentes son luchas fácticas y discursivas por encontrar
puntuaciones que sinteticen, condensando y descartando, un conjunto de temas que son
interpelaciones a diversos ámbitos de la memoria y disponibilidad social. De ahí que se
pueda decir que Kirchner esta intentando encontrar esa cifra y recursos conceptuales que
permitieran comprender la necesidad y característica de ese frentismo, sin que apareciera
una sumatoria, esto es, un mero pacto social, con el cual, inmerso como estaba todo en la
tradición peronista, necesariamente se confundía.
El “capitalismo de amigos”, lógicamente, es una acusación a la que los tribunos del bloque
parlamentario y comunicacional de la oposición someten al kirchnerismo, sin tener en
cuenta el conjunto de dilemas de índole conceptual que estaban implícitos, y lo siguen
estando, en términos de esta verdadera encrucijada nacional. ¿Es posible un frente
libertario de transformación nacional? El kirchnerismo, intuitivamente se acercaba al
tema, pero en medio de una fumarada de críticas que interpretaban esa búsqueda
balbuceante de una confluencia de fuerzas sociales, como un síntoma vulgar de
corrupción. Lógicamente, no es posible pensar la argamasa frentistas con la esmirriada
dimensión empresarial que ofrecen un propietario de casinos o un constructor que hizo
fortuna al ampara del poder, aún en el caso de no existir, en los términos argentinos,
ninguna irregularidad en esos casos. Es evidente que por ahí no hay que buscar ninguna
burguesía nacional, pero además esos conceptos precisan se pasados por cribo de
seriedad reflexiva que los intranquilos tiempos argentinos no suelen ofrecer. Estas
cuestiones quedan abiertas, con más razón ahora. No es aceptable que la palabra
“capitalismo” sea una bandera para figurar en ninguna gesta popular. Ni siquiera bajo la
advocación de los “serio”. Lo intuyó el peronismo en su marcha: “combatiendo al capital”.
Surgía de un improvisado hervor que podía no congeniar con las efectivas acciones de un
gobierno. Pero ese borbotón era una de las corrientes profundas del alma viva de la
sociedad.
El kirchnerismo vive una vida descuidad en relación con estas materias. No piensa que
“Lázaro Baez” sea una categoría interna del pensamiento emancipador, pero no acierta en
poner en ese lugar incómodo y en realidad vacante, una elaboración sustituta de densidad
suficiente como para llamar al debate de la constitución frentista, nacional popular,
democrático-participativa, crítica-emancipatoria, social-imaginativa, que este capítulo de
la historia nacional merece. Piensa los conjuntos históricos reales como si se los pudiese
abordar pieza por pieza, desconexas unas de otras. Y surge así la idea de una esfera
económica que podría verse regulada por sus leyes propias de desarrollo (de ahí el tinte
desarrollista que tienen muchas acciones de gobierno) o el llamado a realizar “negocios”
con que solicita la atención de los empresarios argentinos, ya no de los llamados “amigos”
sino de los de linaje capitalista tradicional, los verdaderos, lo que íntima o explícitamente
se oponen al gobierno. ¿Esto descoyunta al kirchnerismo? No lo obliga a ingresar más
hondamente en la esfera histórico-social, de la que por otro lado tiene ideas claras,
fundadas en su cosmovisión nacional-popular, que suele ser citada asiduamente. Es que le
falta el gesto unitivo, la forja o argamasa que acoyunte la economía desplegada en
términos de realización colectiva –si se quiere, llámesela desarrollo-, con las cuestiones
culturales que responden al horizonte de la vida emancipada. Esta no es un problema
agregado, sino una esfera que no puede separarse de la productiva; ambas no se expresan
acabadamente sino se aglutinan en “el pensamiento unitario (cohesionante) de la
política”, como Gramsci decía. Las cuestiones del Frente, en gran medida, se vinculan al
tratamiento de este dilema.
1
Después del derrumbe. Abril de 2003. Ed Galerna. Conversaciones con Torcuato Di Tella.
Propuesta electoral de Néstor Kirchner en su candidatura a la presidencia.