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Orientaciones para el abordaje curricular de Ciencias Sociales 1

Un recorte de contenidos, según Segal y Gojman, se refiere a:


[...] la operación de separar, de aislar una parcela de la realidad coherente en sí
misma, con una racionalidad propia, y a la que uno podría acercarse como si lo
hiciera con una lente de aumento. Focalizar la mirada en una parcela de la
realidad, reconocer los elementos que la conforman, analizar las relaciones
que los vinculan entre sí, encontrar las lógicas explicativas de la misma,
puede resultar de utilidad para explicar la sociedad en una escala más amplia.. 2
Siempre que se elige un tema, se lleva a cabo una opción, se toman
decisiones vinculadas a los contenidos curriculares y también en
relación con las propuestas didácticas. Se decide separar, recortar del
resto, algunos contenidos para tratarlos en profundidad.
Seleccionar significa, por lo tanto, determinar qué contenidos se enseñan.
En la toma de estas decisiones se pone en juego, desde la perspectiva
de cada docente, su interpretación de la sociedad, su concepción
acerca de la enseñanza de las Ciencias Sociales y el cómo orientar e
intervenir en el proceso de enseñanza. También requiere contemplar los
saberes previos de los alumnos para considerar desde dónde parten y
cuáles son sus posibilidades de poner en juego procedimientos propios del
área.
Estos recortes deben funcionar como puertas de entrada a partir de las
cuales explicar o resolver las cuestiones planteadas por el eje
problematizador y abordar la realidad pasada y presente en los diferentes
años y ciclos graduando crecientemente sus niveles de profundización.
La finalidad de trabajar con un recorte de contenidos consiste en que los
alumnos tengan la ocasión de acercarse al estudio de la realidad
social y que puedan percibir las múltiples relaciones entre los distintos
planos de la sociedad: política, económica, espacial, social, histórica,
cultural, tecnológica. Si bien el saber enseñado es diferente del saber
científico, la selección de contenidos debe ser acorde con el conocimiento
científico, en el sentido de que los contenidos a enseñar no pueden ser
analizados como meras simplificaciones de objetos más complejos. Por
lo tanto, deben tener en cuenta los aportes de las disciplinas sociales .tanto
sus sistemas conceptuales como los métodos que les son propios que
se encuentren relacionados con los conocimientos previos de los alumnos y
que pueden ser útiles a la finalidad perseguida.
Por otra parte, es necesario poner atención en la secuenciación de
los contenidos seleccionados, para garantizar que los alumnos puedan ir
construyendo y ampliando el conocimiento; es decir, los contenidos deben
ser presentados con continuidad y progresión, debiendo estar en
concordancia con los que enuncia para cada ciclo el Diseño Curricular.
El qué enseñar se encuentra estrechamente ligado al cómo enseñar. Las
formas en las que el docente interactúa con los contenidos y los
alumnos también deben ser consideradas como contenidos. Así, las

1
Elaborado a partir de los Documentos:
Dujovney, S. y Hamra, D.; Hacia una mejor calidad de la Educación Rural. Dirección General de Cultura
y Educación de la Pcia. De Bs. As. 2003.
Hamra, D.; Orientaciones para el abordaje curricular de Ciencias Sociales para la EGB. Dirección
General de Cultura y Educación de la Pcia. De Bs. As. 2003.
2
1 Gojman, Silvia y Segal, Analía, .Selección de contenidos y estrategias didácticas en

Ciencias Sociales: la trastienda de una propuesta. en Aisenberg, B. y Alderoqui, S.


(comps.), Didáctica de las Ciencias Sociales II, Paidós, Buenos Aires,1998, pág. 83.
propuestas de actividades, las intervenciones que realice, los
materiales que presente, el tiempo del que disponga determinarán e
influenciarán la selección de contenidos a la que arribe.
Los contenidos seleccionados deben ser pertinentes, significativos.
La vida de las sociedades se desarrolla en el entrecruzamiento del tiempo y
el espacio y esto se vive en la cotidianeidad. Organizar y seleccionar los
contenidos a partir de un recorte implica contemplar los conceptos
estructurantes de las Ciencias Sociales:
Tiempo histórico. Hace comprensibles las transformaciones que se
producen
en el interior de una sociedad. .El tiempo es una relación creada para
coordinar
y dar sentido a los cambios producidos en cada sociedad, en cada cultura,
en
cada civilización.3No se trata de una mera cronología de los hechos sociales
sino de comprender cuál fue el alcance, la injerencia, los condicionamientos
que
conformaron el presente tal como es. Se trata de que los alumnos
construyan
distintas relaciones entre el antes, el ahora y el después. La construcción
del
concepto de tiempo histórico requerirá de situaciones de enseñanza que
posibiliten
el reconocimiento de cambios y de permanencias. A modo de ejemplo, las
conclusiones obtenidas a partir del análisis de los objetos con los que se
trabaje,
las construcciones que se observen, los testimonios escritos y orales,
etcétera.
Es decir, la caracterización de las formas de vida presentadas a partir del
recorte
seleccionado y la comparación entre el pasado y el presente permitirá a los
alumnos ubicar elementos y actividades humanas en distintos momentos,
reconocer rupturas, regularidades, ritmos de cambio, duraciones diversas
(tiempo
corto, medio, largo) y avanzar en la comprensión del devenir histórico.
Espacio geográfico. Es un concepto que da cuenta de procesos e interre-
laciones. Por lo tanto, su enseñanza debe superar la visión empirista que se
centra en el análisis del paisaje. En este sentido, su comprensión implica el
reconocimiento tanto de relaciones de apropiación, uso, ocupación,
localización,
distribución, delimitación, transformación, organización y valoración como
de
aquellas limitaciones y posibilidades que el territorio presenta a las distintas
actividades sociales. Por ello, es un espacio social construido
históricamente,
dinámico. El espacio social, construido por el trabajo humano no es más, al
fin de cuentas, que la naturaleza reelaborada por la sociedad en un proceso
histórico en el cual lo que mayor importancia adquiere son los hombres: su
desarrollo tecnológico, sus intereses económicos y políticos, sus
contradicciones

3
Pagés, Joan, .El tiempo histórico., en Benejam, Pilar y Pages, Joan (comp.), Enseñar y aprender ciencias
sociales, geografía e historia en la educación secundaria. Barcelona, ICE-Horsori, 1997, pág. 201.
y conflictos..4 Su estudio permitirá a los alumnos identificar espacios
urbanos y rurales,
sus fisonomías y funciones, cómo se conectan a través de diferentes
circuitos productivos
y mediante distintos sistemas de transporte y comunicación.
Sujetos sociales. Son los que participan de la vida social y actúan de
acuerdo
al contexto con diferente grado de responsabilidad. .Individuales o
colectivos,
públicos o privados, comunitarios o institucionales son estos sujetos
los
protagonistas de las acciones correspondientes a la construcción de los
territorios.
[...] Son actores sociales portadores de ideas, puntos de vista e intereses
que se
traducen en acciones y decisiones que dejan huellas, o no en los territorios. 5
Este concepto se abordará al considerar quiénes intervienen en los casos
analizados, el desarrollo de sus conflictos y en relación con las escalas de
análisis
seleccionadas. Por ejemplo: son los actores sociales quiénes, a través de sus
decisiones, persiguiendo determinados objetivos, atendiendo a diversos
intereses
y mediante el trabajo, construyen y transforman el espacio social.

La selección de un recorte requiere además tener en cuenta los


principios explicativos que posibilitan el análisis de los fenómenos
sociales. Se trata de procedimientos y conceptos organizadores comunes
a las Ciencias Sociales. A partir de ellos, los alumnos se irán aproximando
progresivamente, durante su escolaridad, a la comprensión de los
procesos en la medida en que se enfrenten al estudio de diversas
sociedades. Se consideran los siguientes principios explicativos:
 Dinámica cambio -continuidad. Todo cambia constantemente,
todo es
devenir. Cada sociedad en el desarrollo de sus diversos planos (relaciones
políticas, sociales y económicas, relación con el medio, concepciones,
tecnología,
etc.) produce cambios que afectarán a todos o alguno de ellos con mayor o
menor intensidad. Estos cambios o permanencias operados en una
sociedad,
tienen sentido y son explicados y ordenados a partir del tiempo. Así, el
tiempo
social presente es producto de los cambios y continuidades producidos en el
pasado. Cada sociedad tiene su propio ritmo y el mismo depende de las
interacciones que se establezcan entre los diversos planos sociales, algunos
serán más permeables al cambio, otros lo resistirán y aparecerán como
constantes

4
Vesentini, W., Sociedad y espacio, San Pablo, Atica, 1990.
4 Gurevich Raquel: .Conceptos y problemas en geografía.en Didáctica de las Ciencias Sociales II, Buenos
Aires, Paidós, 1998.
5
Gurevich Raquel: .Conceptos y problemas en geografía.en Didáctica de las Ciencias Sociales II, Buenos
Aires, Paidós, 1998.
inalterables a las transformaciones que se producen a su alrededor. Esta
dinámica
es la que posibilita el movimiento de la historia.
 Integralidad. La vida de los pueblos no se desarrolla
aisladamente; en la
generación de un hecho social en algún lugar, confluyen un cúmulo de
factores
internos y externos que se articulan, determinan e influyen -a veces,
decisivamente- en el desarrollo de la sociedad. .Las relaciones entre
personas
y grupos pueden ser de intercambio, de convivencia, de interdependencia,
de
cooperación, de competencia o de conflicto. Es esencialmente en los últimos
siglos, cuando las relaciones sociales, económicas, políticas, culturales han
alcanzado un mayor grado de interacción y vinculación al punto de
globalizarse.
 Multicausalidad. la explicación de los hechos sociales puede estar
dada a
partir de un sinnúmero de causas. Esto dependerá de la disciplina que
aborde
el estudio, de la complejidad de relaciones que se establecen entre
los
diversos planos sociales (económico, político, ideológico, social); de
condicionamientos del plano internacional en determinado contexto
histórico-
social; etc.
 Intencionalidad de los sujetos sociales. Es un fenómeno
inherente al
accionar humano; las múltiples y complejas relaciones que establecen
hombres
y mujeres entre sí y con los otros, son producto de la voluntad y deseo de
éstos, a diferencia de lo que sucede con los fenómenos de la naturaleza.
 Multiperspectividad. Esta diversidad de interpretaciones será
producto del
marco teórico del cual partan los investigadores, los autores de los libros de
texto, los entrevistados, el mismo docente. Lo interesante es presentar y
trabajar
con los alumnos varias visiones sobre un mismo hecho para que puedan
contrastarlas, analizarlas y sacar sus propias conclusiones en torno del
mismo.

Recursos didácticos

Mapa Introducción de Ganado Siglo XVI


Referencias

Del Atlántico
1. 1536. Pedro de Mendoza: Caballar
2. 1542. A. Núñez Cabeza de Vaca: Caballar
3. 1555. Goess: Vacuno

Del Norte
4. 1542. Diego de Rojas: Caballar
5. 1549 – 50. Núñez del Prado: Mular y Vacuno
6. 1550. Nuño de Chávez: Lanar y Caballar
7. 1586. Felipe de Cáceres: Caballar, Lanar, Cabrío, Vacuno

De Chile
8. 1552. F. de Aguirre: Vacunos

Del Paraguay
9. 1573. Juan de Garay: Caballar, Ovino
10. 1580. Juan de Garay: Caballar, Ovino, Vacuno

 Lobato, Mirta Z. y Suriano, Juan (2004); Atlas Histórico de la Argentina –


Nueva Historia Argentina; Buenos Aires; Ed. Sudamericana; 2da Ed.; p. 83
Power Point
Diapositiva 3
Diapositiva 4
Diapositiva 5

Trabajo y ciudadanía6
Jean Yves Calvez

Trabajo y ciudadanía están estrechamente ligados, sobre todo desde la Revolución Industrial. La
economía contemporánea tiene, ciertamente, una tendencia a separarlos, pero nosotros ¿debemos
admitir esta separación? Este será el principal punto que trataré a continuación.
En primer lugar me pregunto: el trabajo ¿hacía al ciudadano en la Edad Media? Bastante poco,
6
Anales de la educación común / Tercer siglo / año 2 / número 5 / Educación y trabajo / diciembre de 2006
Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires,
Dirección Provincial de Planeamiento
Versión digital del artículo publicado en pp. 20 a 25 de la edición en papel
pienso; podemos tomar como ejemplo al campesino, siervo atado a su señor y a la tierra. O bien
su relación política –y no verdaderamente una relación de ciudadanía– que consistía
precisamente en el vínculo feudal, lo más importante para el hombre de esa época. El artesano
era a menudo más independiente. Su status social contribuía a su ciudadanía. Las corporaciones
tenían un rol y gozaban, en principio, de reconocimiento en las ciudades e incluso en las aldeas:
ahí entonces, los hombres estaban presentes por su trabajo, por su profesión, no como
ciudadanos abstractos o en sí. (El campesino no era nadie fuera del vínculo con el señor).

El trabajo asumido y protegido por la ciudadanía


Con la Revolución Industrial el trabajador se convirtió, en gran medida, en asalariado, contratado en
la fábrica por un sueldo pero no era miembro de la realidad social determinante: la sociedad de
capitales. De esta forma se instituyó la gran división entre capital y trabajo que han analizado y
denunciado los socialistas, especialmente Marx. Al mismo tiempo había nacido la sociedad política
democrática excediendo a los “antiguos regímenes” feudales o monárquicos: la sociedad de
ciudadanos, todos miembros; iguales al menos en un principio. De esta forma el trabajo, frágil y
precario, va encontrando poco a poco –demasiado poco al principio– pero pronto, mayor protección
en la ciudadanía. El amplio derecho del trabajo derivó de esta. Principalmente a principios del siglo
XX, el trabajo dejó de ser un asunto meramente privado o contractual.

La reciente oposición
No hace mucho tiempo se discutió, incluso con más vigor que como lo hiciera Hannah Arendt, la
idea de un carácter central del trabajo: a partir de la gran crisis que sufrió el empleo a mediados de
los años 70 luego de la repentina suba del precio del petróleo. Jim Rifkin anunció en ese momento
“el fin del
trabajo”. Otros llegaron más lejos y dijeron haberse equivocado largamente al reconocer tanto
significado al trabajo, más que nada una significación mayor de ciudadanía. Es perfectamente
posible,
dijeron, ser un ciudadano sin hacer ningún aporte laboral remunerado a la sociedad. Y se podría
asegurar a todos los ciudadanos un sueldo básico –“allocation universelle” [un subsidio universal]–
incluso si nadie asume un trabajo remunerado. Jean-Marc Ferry (1995), partidario de este “subsidio
universal” escribió palabras muy duras sobre el carácter “represivo” del trabajismo, entendamos por
esto la sociedad que impone a todos, en la medida de lo posible, el deber de trabajar y busca
garantizar la ocasión [para hacerlo]. Este sistema tendría como efecto y objetivo “someter” a los
hombres, impedir que surjan sus iniciativas, convertirlos casi en una dócil manada.

El desinterés del liberalismo por el trabajo


Incluso en desacuerdo con el recurso de un subsidio universal, el liberalismo económico y, mas aún,
el financiero de los últimos años, fue progresivamente desinteresándose de las consecuencias del
subempleo y de su puesta en práctica, propició el desmantelamiento de las legislaciones sociales y
de numerosas protecciones. En un principio, el liberalismo proclamó fuertemente su convicción de
una cercana erosión de la pobreza gracias al desarrollo económico de forma liberal: la prosperidad
se expandiría como por napas a partir de centros más dinámicos guiados por su propio dinamismo.
Desde un punto de vista más general, sin embargo, los años 90 han significado un notable retroceso
para el empleo en numerosos países, y una consecuente degradación de la pertenencia ciudadana de
la mayoría. A pesar de haber sido indemnizados y/o asistidos, incluso muy bien indemnizados en
algunos casos, los desocupados se revelaron como personas en precariedad psicológica y material,
dependientes, privadas de su autonomía, además corrieron el riesgo de ser la presa fácil de
clientelismos políticos de todo tipo, todo lo contrario de ciudadanos firmes sobre sus bases. Al
haber perdido su apoyo en el trabajo reconocido, socialmente significativo, la ciudadanía tiende a
perder fuerza. Esta situación se observa cada vez más en los suburbios y en otras zonas de vida
precaria donde reinan la ausencia de empleo y la pespectiva de emplearse o bien sólo hay changas
[petits boulots], incluido el comercio de drogas. El mínimo cuidado de los lazos sociales esperables
de los ciudadanos se borra. Consecuentemente, la urbanidad, incluso la cortesía elemental, declina.
La necesidad de trabajo se mantiene
Teniendo en cuenta la experiencia de los últimos años es posible afirmar que el perjuicio de la
desvinculación de la ciudadanía en relación con el trabajo socialmente reconocido es un perjuicio
inmenso: un perjuicio político después de haber sido un perjuicio social. Y la conclusión es clara:
podemos decir, y aun con mayor firmeza que en los años 80 o 90 del siglo pasado, que no se puede
justificar por ninguna razón de teoría económica o sociológica el desinterés por el empleo efectivo
de las persona.

EVOLUCION HISTORICA DEL TRABAJO LIBRE


Primeros antecedentes de la esclavitud
El origen de la esclavitud corresponde a una época imprecisa cuya mayor aproximación puede situarse durante el
período neolítico (unos 8.000 años A.C. hasta aproximadamente 3.000 A.C.) cuando el hombre descubre la agricultura
como explotación y comienza a adquirir costumbres sedentarias. Con anterioridad, la condición nómade de los
antiguos habitantes del planeta no se compadecía con la utilización de esclavos pues la recolección de
alimentos y la caza constituían la actividad económica fundamental. Pero esto no quiere decir que las formas
sedentarias por sí mismas hayan introducido la esclavitud, ya que en los primeros tiempos las actividades
económicas fueron realizadas por un sistema comunista primitivo y tribal. Sin embargo, éste tropezó con
innumerables dificultades, como la escasez de tierras aptas para el cultivo, que obstaculizó el asentamiento
definitivo en zonas fijas. La búsqueda de tierras fértiles se convirtió en una prioridad para las diversas tribus que, en
esta acción, se intersectaban intercambiando experiencias sobretodo en la fabricación y utilización de enseres.
Pero estos contactos no siempre fueron amistosos pese a las características pacíficas que generalmente habían
adquirido las distintas tribus, determinadas por su nomadismo, condición que, a su vez, era el resultado de
cubrir la primitiva necesidad de alimentos con lo que se obtenía de la caza y de la recolección. El hombre, entonces,
en esos tiempos, no necesitaba guerrear para satisfacer sus apetencias, excepto en casos de encuentros
ocasionales que no constituían una regla. La costumbre de la guerra —la guerra de todos contra todos—
comienza precisamente en la época de la historia en la que el hombre se vuelve sedentario. Las tierras aptas para
el cultivo no eran ilimitadas y su posesión origina el conflicto. Los pueblos luchan entre sí y el vencedor se apropia de
las tierras y de los sembrados del vencido y los sobrevivientes son esclavizados y utilizados para las tareas
agrícolas, el cuidado de los animales y otras actividades generales. Sin embargo, estas acciones aisladas no
configuran todavía a la esclavitud como una institución. Solamente cuando se produce la revolución urbana
(como la denomina Gordon Childe), con la que los asentamientos no sólo son definitivos sino que estructuran
ciudades complejas en las que surge una clase sacerdotal, una burocrática, una guerrera, los artesanos, etc.,
se vuelve necesario que la población campesina produzca un excedente para mantener a quienes se dedican a
otros menesteres distintos de la agricultura. Desde esta época comienza a coexistir el trabajo libre con el
trabajo esclavo. Este último irá adquiriendo distintas intensidades según los lugares y las circunstancias
históricas, además de las modalidades en cuanto a sus fuentes de aprovisionamiento y a su regla-
mentación que fueron impuestas por la práctica en la utilización de esta forma de trabajo humano.

Régimen legal y características de la esclavitud


clásica
La sociedad antigua se encontró, desde sus inicios, con las formas de trabajo esclavo, a las que
perfeccionó e institucionalizó. Ya Hamurabi durante su reinado en Babilonia, aproximadamente en el año
2000 A.C., al reconocer en sus códigos el derecho del deudor de otorgar su persona en dación como pago
de sus deudas reviste a la esclavitud de una base legal que, hasta ese momento, estaba aceptada de hecho. En
Atenas, las leyes no escritas establecían obligaciones similares. Dracón, en el 621 A.C., las compiló por escrito
y las hizo publicar, con lo que la esclavitud por deuda adquirió una nueva jerarquía legal. Esto coincidió con la
introducción de la moneda acuñada que generalizó los préstamos en metálico y también la usura. Como
consecuencia se incrementó la cantidad de esclavos por deudas, cosa que trajo una intranquilidad popular
que llevó a Solón, en el 594 A.C., a introducir drásticas reformas, entre las que
Se incluyeron la cancelación de deudas y la liberación de todos los que habían sido esclavizados por
morosidad. Sin embargo, las reformas generales de Solón fracasaron y instauró la dictadura de Pisstrato,
quien volé a poner en vigencia la esclavitud por deuda En Roma, la ley de las Doce Tablas, sancionada
alrededor del año 450 A.C., tiene el mismo espíritu que la codificación de Dracón Grecia. Por un lado,
introdujeron medidas que favorecían a los plebeyos frente a la noble y por el otro, legalizaron la esclavitud
por deudas impagas.
En general, los que fueron sometidos a esclavitud en el mundo antiguo fueron: Ios deudores
insolventes, como ya vimos más arriba; los prisioneros de guerra; los que vendían su libertad por dinero o
alimentos; los que no pagaban las multas; los que eran víctima de los traficantes de esclavos que algunas
veces los compraban en el mercado esclavista y otras los capturaban y, finalmente, Ios hijos de esclavos
que heredaban esta condición.
Las justificaciones éticas del sistema esclavista en el mundo antiguo son bien conocidas: nos basta con
la más eminente, la Aristóteles. En el libro I de su Política, dedica los capítulos 4, 5, 6 y 7 al tema de la
esclavitud y entre otras apreciaciones escribe lo siguiente: "La naturaleza quiere sin duda establece una
diferencia entre los cuerpos libres y los los esclavos, haciendo los de éstos fuer para los trabajos serviles y
los de aquél erguidos e inútiles para tales menester pero útiles en cambio para la vida política (que se
divide en actividad guerrera y pacífica (libro I cap. 5)”. Luego termina este capítulo como sigue: "Es, pues,
manifiesto que unos son libres y otros esclavos por naturaleza que para estos últimos la esclavitud es a la
conveniente y justa".

Estructura económica y esclavitud


Si bien es cierto que la esclavitud fue el sistema de trabajo predominante en la sociedad antigua, también
lo es que coexistió con el que realizaban los trabajadores libres y los libertos, tanto en las actividades
urbanas como en las agrícolas. Incluso en algunas ciudades-estado, como Esparta, no existió la esclavitud
propiamente dicha. Aquella era una sociedad militar y agrícola y para los trabajos de esta última
actividad existía un sistema de servidumbre que integraban los ilotas. De todas maneras, en casi todo el
mundo antiguo fue la esclavitud el sistema de trabajo buscado portas clases dirigentes y los propietarios
industriales, mineros y campesinos. En el mundo griego, Atenas fue una sociedad eminentemente
esclavista a partir del siglo V A.C. y lo mismo ocurrió con la inmensa mayoría de las ciudades-estado
griegas que guerreaban entre sí y esclavizaban a los vencidos, en muchos casos matando a los hombres,
pues eran guerreros y los vencedores no querían correr el riesgo de subversión interna, y manteniendo a las
mujeres y niños.
La realidad es que el sistema esclavista impidió el progreso de la técnica aplicada a la producción ya que ésta
descansó sobre una mano de obra, aunque no calificada, bastante barata y de fácil reproducción. Y el hecho de que
no hubieran grandes masas consumidoras impidió el crecimiento del Imperio, en el caso de Roma, y la
decadencia del mundo antiguo en general.

El sistema esclavista es, pues, compatible con sociedades que producen la mayor parte para el autoabastecimiento,
que no pueden generar grandes excedentes porque carecen de mercados internos importantes y la abundancia de
mano de obra, libre o esclava, agudiza las contradicciones por el constante incremento de la miseria. Ninguna sociedad
basada en la explotación humana puede crecer indefinidamente, ya que la expansión de los mercados encuentra sus
límites en los escasos recursos de los explotados; con mayor razón una sociedad esclavista que, por definición, se
basa en un trabajo humano no remunerado. Por eso mientras más se expandía la esclavitud, más se reducían los merca-
dos, lo que constituye la principal contradicción del sistema esclavista.

La esclavitud en las épocas moderna y


contemporánea
El sistema esclavista define un modo de producción en el que el trabajo esclavo es predominante, no porque
la productividad total fue realizada por él, ni tampoco por su importancia numérica comparada con el trabajo libre, sino
porque las clases dominantes dependían de su existencia y podían incrementarlo discrecionalmente. Como ya vimos
anteriormente, esto último no fue posible en forma continuada y ascedente, no porque lo decidieran las élites
voluntariamente sino porque el sistema llevaba en sus entrañas su propia contradicción ya que, a mayor trabajo esclavo
se producía una mayor reducción de los mercados. Esto determinó la abolición espontánea y paulatina de la
esclavitud, cuya realización demandó un proceso de siglos, ya que a fines de la Edad Media todavía existían bolsones
que utilizaban el trabajo esclavo. Además, no se suplantó abruptamente por el trabajo libre, sino por la servidumbre
de la época feudal que constituyó una derivación de la esclavitud.
Una vez superada la etapa de la esclavitud y con la generalización del trabajo libre como sistema, por su carácter
predominante, no es posible pensar en la reinstalación del trabajo esclavo, pues ello implicaría una contradicción con el
nuevo modo de producción, que necesitó del ensanchamiento progresivo de los mercados para asegurar su
continuidad. No estamos hablando de la etapa feudal que en sí no fue otra cosa que una consecuencia de la
imposibilidad que tuvo el sistema anterior para continuar en vigencia y que continuó produciendo para el
autoabastecimiento. Nos estamos refiriendo a la época mercantilista en la que se comenzó a configurar el
futuro sistema capitalista y a la época en que éste ya se encontraba en vigencia. Volver a repetir el ciclo
histórico de la esclavitud hubiera significado un retorno a un pasado que ya había demostrado sus
limitaciones. Sin embargo, los sistemas no son tan puros y las clases dominantes apelan en forma
heterodoxa a todo lo que posibilite su mantenimiento y consolidación. Por ello en la coyuntura inmediata
anterior a la definitiva implantación del sistema capitalista, que va desde el descubrimiento de América
hasta unos años después de iniciada la revolución industrial, se recurrió en forma deliberada a la reinstalación
del trabajo esclavo, el que financió con un gran costo de vidas humanas, la acumulación del capital que
posibilitó el acceso de la burguesía al poder. Sin el trabajo esclavo, utilizado en las plantaciones de
algodón y de azúcar de América la revolución industrial y el sistema capitalista habrían tardado más
tiempo en desarrollarse, salvo que se hubiera recurrido a otra experiencia similar en otro lugar del mundo.
La esclavitud reapareció en el mundo a principios del siglo XVI. En el Nuevo Mundo se utilizó el trabajo
esclavo como consecuencia de la desaparición masiva de los aborígenes, motivada por las duras
exigencias a que se vieron sometidos por los colonizadores. La población indígena fue diezmada en el
intensivo trabajo de minas y plantaciones. Esto determinó que se recurriera, no por consideraciones
humanitarias hacia los nativos, como en algunas oportunidades se ha señalado, sino por estrictas
razones económicas, a la importación de esclavos africanos. Este tráfico fue prácticamente monopolizado
por los ingleses y se calcula que desde sus comienzos hasta el siglo XIX se introdujeron alrededor de trece
millones de africanos en América.
El beneficio inglés del tráfico de esclavos fue indudable y no sólo consistió en la venta de negros a las
plantaciones, sino que se estableció un comercio triangular entre Inglaterra, Africa y las colonias americanas,
con cuyas ganancias se pudo financiar, como dijimos anteriormente, el desarrollo de la revolución
industrial.
Hablar de la inhumanidad de la esclavitud reimplantada en el siglo XVI es superfluo. El sistema capitalista
nunca efectuó consideraciones humanitarias cuando se trató de acumular capital, ya que en este último
se encuentra su esencia y ello lo realizará de la manera que resulte más conveniente. Si bien la esclavitud
se contradice con el sistema capitalista, no porque éste sea humanitario y abomine de los esclavos, sino
porque éstos no pueden formar parte del mercado que es lo que necesita el capital para colocar sus productos
y sí, en cambio, pueden hacerlo los trabajadores libres, la utilizó en los albores de su formación como un
medio para extraer aceleradamente las riquezas del Nuevo Mundo y para consolidarse definitivamente.
Cuan do a fines del siglo XIX, luego de un proceso que duró casi un siglo, el capitalismo terminó aboliendo la
esclavitud, no lo hizo por consideraciones humanitarias sino porque la riqueza deseada ya había sido obtenida
y, a partir de ese momento, resultaba más beneficioso realizar la producción por medio del trabajo libre,
ya que se podían introducir técnicas de trabajo más racionales y, además, los trabajadores pasaban a engrosar
el creciente mercado mundial. Esto es lo que marca la diferencia entre el sistema de esclavitud que tuvo vigen-
cia en la sociedad antigua hasta aproximadamente el siglo IV y el que se reimplantó a partir del siglo XVI. Este
último fue un complemento para el sistema capitalista en ciernes. Lo utilizó porque fue la mejor y más
acelerada manera de acumular capital y lo abolió porque los negros eran más útiles, luego de haber producido
la riqueza, para venderles las cuantiosas manufacturas generadas por la revolución industrial.
Con posterioridad, en el siglo XX han reaparecido formas de trabajo esclavo en los campos de
concentración nazis durante la segunda guerra mundial, pero no se puede hablar de esto como sistema,
ya que su duración estuvo limitada por la contingencia bélica. Sí habría que analizar si los patrones consu-
mistas impuestos por la sociedad de consumo (véase Dicc. Cons. Polít. azul: Sociedad de consumo) en
relación con el trabajo asalariado no son una forma de neoesclavitud ya que la función de quien trabaja por
un salario en el sistema capitalista es la de reintegrarlo en forma absoluta en el creciente mercado de
necesidades artificiales.

Mapa de las mujeres en la Argentina


Página 12. Viernes, 26 de marzo de 2010
Por Luciana Peker

En la Argentina, las estudiantes universitarias, que llegan a recibirse, superan ampliamente a


los varones que se forman como profesionales. Sin embargo, a pesar de la mayor capacitación,
la desigualdad salarial es una injusticia que está borrada de la agenda política y afecta a los
bolsillos femeninos: las mujeres ganan alrededor de un 20 por ciento menos que los varones.
Pero el problema es más difícil de solucionar porque hay poquísimas sindicalistas para
defender las condiciones de empleo de las trabajadoras. Todo esto, a pesar de que ya tres de
cada diez familias dependen de una jefa de hogar. Mientras que la gran deuda de la salud
pública es que la mortalidad materna prácticamente no baja desde hace 15 años y la principal
causa es el aborto. Las estadísticas enlazadas en esta nota a partir de distintas investigaciones
reflejan un país con grandes progresos, contradicciones, deudas pendientes, disparidades
sociales e inequidades regionales.

Una radiografía de las mujeres argentinas que avanzaron en su capacitación, la mantención del
hogar y el acceso al poder, pero todavía sufren discriminación laboral y económica –un
problema absolutamente invisibilizado– y otras agujeros en las políticas públicas incongruentes
con el nivel de desarrollo del país –como el embarazo adolescente o las muertes por aborto-
que no logran revertirse a pesar de los reclamos y los compromisos internacionales. Un informe
para saber quiénes somos, cómo estamos y todo lo que nos falta para que la igualdad sea una
palabra que nos beneficie a todas.
MAS TRABAJADORAS, PERO TODAVIA SIN IGUALDAD

 Okupas: siete de cada diez hombres tiene trabajo. En cambio, menos de cinco de
cada diez mujeres está empleada. Algunas de las catalogadas como “inactivas” (por
el sistema de encuestas) son amas de casa por elección y otras no pueden trabajar
por falta de redes estatales, familiares y sociales que les den posibilidades de que
sus hijos estén cuidados. “La condición de inactividad presenta grandes diferencias
de género. Entre las mujeres inactivas la mayoría son amas de casa, mientras que
entre los hombres la mayoría es jubilado”, resalta la investigación “Rosa es distinto
que celeste”, de la consultora de Gustavo Quiroga “epm”. Esto significa que los
hombres tildados de inactivos (que no es lo mismo a desocupados que son los que
buscan empleo) lo son cuando ya llegan a grandes e igualmente reciben el ingreso
de su jubilación. En cambio, muchas mujeres son llamadas “inactivas” a pesara de
realizar tareas domésticas y de crianza de sus hijos y no perciben ninguna
retribución por esa tarea.
 ¿Trabajas o estudias? A pesar de que las mujeres llegan a recibirse de profesionales
más que los varones, el 24 por ciento de los hombres tildados de “inactivos” son
jóvenes que no necesitan o deciden no trabajar para poder estudiar (son, en su
mayoría, mantenidos por sus familias) mientras que las universitarias que pueden
dedicarse exclusivamente al estudio representan sólo all 13 por ciento de las
mujeres sin empleo.
 Sin patronas: hay una gran diferencia, también, en los empleos y potencialidades y
cargos de mujeres y varones. Por ejemplo, sólo el 19 por ciento de las mujeres son
patronas o cuentapropistas y el 26 por ciento de los varones se manda a sí mismo y
a sus empleados/as. Muy pocas mujeres son patronas, pero casi todas tienen
patrones. Los costos no son gratuitos. “La sobrerrepresentación femenina en oficios
precarios produce bajos ingresos, inestabilidad, falta de cobertura social y pobres
condiciones y medio ambiente laboral”, advierte la Coordinación de Equidad de
Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo.
 Oficios femeninos: ya las mujeres no pueden ser sólo maestras o tocar el piano y
coser. Sin embargo, los estigmas de género siguen generando influencias: el 77,8
por ciento de las docentes son mujeres, el 70 por ciento de las integrantes de los
servicios sociales y de salud (con el mandato de ayudar al prójimo) son trabajadoras
sociales, enfermeras o médicas y apenas el 2,9 por ciento de los/las obreros/as
tienen casco y son señoras o señoritas dedicadas a la construcción, a pesar de
experiencias sindicales y de las Madres de Plaza de Mayo, que demostraron cómo
las mujeres pueden colocar ladrillos correctamente y con un gran empoderamiento
para ellas, su autoestima y su vida cotidiana.
 Sin amos de casa: la tarea de quedarse full life en la casa, o ir a buscar a la puerta de
la escuela a los hijos e hijas, coser los agujeros de las medias o preparar unos fideos
para la cena sigue estando en manos de mujeres. Entre las mujeres que no trabajan,
el 44 por ciento son amas de casa (lo que quiere decir que, en realidad, trabajan
muchísimo pero en una tarea no reconocida socialmente), mientras que sólo el 7 por
ciento de los varones sin empleo se dedican a mirar los cuadernos, ir a reuniones de
padres/madres, sacar las telas de araña y limpiar el fondo de la heladera.
 Dime cuántos hijos/as tienes y te diré cuánto puedes trabajar: no es cierto que
donde comen dos coman tres, ni que es lo mismo criar un hijo que tres o cuatro. En
la medida que las madres se tienen que hacer cargo de más hijos –que tendría que
ser una elección libre y que no condicionara sus potencialidades si fueran
debidamente apoyadas por el Estado y las condiciones sociales y familiares– son
menores sus posibilidades de tener un trabajo. Seis de cada diez mujeres que crían
un solo hijo trabajan. Pero ya cuando las madres tienen sus dos manos ocupadas
por dos chicos/as las puertas abiertas se comienzan a cerrar. El 44,7 por ciento de
las que cargan (a upa y todo lo demás) con dos niños o niñas se mantiene en el
sistema laboral. Mientras que apenas tres de cada diez valientes a las que ya no les
alcanzan las manos –con tres niños/as o más– se encuentran laboralmente activas.
Esto quiere decir que entre las mujeres que tienen un hijo y las que tienen tres o
más, las posibilidades de trabajar disminuyen a la mitad, según el informe “Políticas
de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, de la Coordinación de
Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo, que incluye datos de
la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del tercer trimestre del 2008. Si
existiera un sistema con jardines maternales, redes de mujeres, subvenciones por
hijos, etc, las mujeres no tendrían que ser rehenes de su maternidad sino poder
realizarse en más de un plano de su vida.
 Menos derechos: un gran agujero en el empleo femenino es que dos de cada diez
trabajadoras es empleada doméstica. O sea que el 20 por ciento de las mujeres
trabaja –cuidando los hijos o la casa– de las otras mujeres para que ellas puedan
trabajar. Y, por otro lado, cuentan con sueldos precarios, no suelen estar en blanco y
ni siquiera tienen licencia por maternidad, como el resto de las trabajadoras. Por eso,
hay un proyecto para igualar las condiciones laborales de las empleadas domésticas
al del resto de los y las asalariados/as. Mientras que, según datos del Ministerio de
Trabajo, las mujeres están sobrerrepresentadas al máximo en este oficio, ya que el
97,8 por ciento de las personas que se ocupan de las tareas domésticas en otras
casas o negocios son mujeres. El mayordomo Alfred sólo existe para cuidar a
“Batman”, pero en la realidad, los hombres vuelan de los cuidados hogareños.

LA DESIGUALDAD SALARIAL ROMPE LOS BOLSILLOS

Bolsillos sin fondo: la brecha salarial entre varones y mujeres (la diferencia salarial por
condición de género) es en promedio de 24,6 por ciento en la Argentina, pero llega al 26 por
ciento en el sector servicios y al 33,1 por ciento, por ejemplo, en la intermediación financiera,
según datos del Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial del Ministerio de Trabajo, del
2008. Entre otras cosas, porque los jefes les preguntan: “¿A vos no te mantiene tu marido?”, les
critican que ellas faltan cuando sus hijos las enferman, subestiman sus ideas o les traban sus
ascensos.

Injusticia salarial: “A igual calificación los hombres ganan más que las mujeres, cualquiera sea
el estadístico que se utilice para medirlo. Por ejemplo, el sueldo promedio de un hombre cuya
actividad es calificada como profesional es de $4064 mensuales, mientras que para las mujeres
este valor desciende a $3409, es decir, un 16 por ciento menos. En el caso de personas que
realizan actividades no calificadas el sueldo promedio de las mujeres es un 24 por ciento menor
que el de los hombres”, sostiene el informe de la consultora “epm”, de Gustavo Quiroga, en
base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del segundo trimestre del 2009.

Jefas, pero de familia: Tres de cada diez mujeres está al frente de su casa: en el 35 por ciento
de hogares las esposas, solteras o separadas son jefas de hogar. Ellas tienen la
responsabilidad de estar al frente de los gastos, pero no ganan como necesitan –ni como sus
pares varones– para que ese frente no les pese tanto como sucede en la actualidad.

El techo masculino rompe el cristal: “Los hombres no sólo tienen el sueldo promedio más
alto que las mujeres (cualquiera sea la clasificación laboral) sino que, además, en todos los
casos para ellos el techo salarial es mucho más alto que para el sexo femenino”, asegura
Gustavo Quiroga. Esto implica que no sólo las mujeres ganan menos, aun en las mismas
tareas que sus compañeros masculinos en la mayoría de los casos, sino que también gozan de
menos posibilidades de ascender y ganar más. Si se tiene en cuenta que ya en tres de cada
diez familias la responsabilidad de pagar las expensas, el supermercado y los libros del colegio,
entre otras cosas, cae en la billetera femenina, la desigualdad salarial implica no sólo una
desventaja de género sino un empobrecimiento para sus hijos e hijas.

Piso pegoteado: las diferencias laborales y salariales entre mujeres y varones ya constituyen
una realidad registrada por estadísticas oficiales y que hay que cambiar, aunque haya que tocar
muchas puertas (o techos) y dejar de pagar el derecho de piso, tan pegajoso como lo define la
Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades del Ministerio de Trabajo.
Según esta área existen dos situaciones que perjudican a las mujeres: el techo de cristal (que
alude a la dificultad para ocupar altos cargos o prosperar en las carreras) y el piso pegajoso
(que habla de la concentración de las mujeres en trabajos de poca calificación y movilidad, con
bajas remuneraciones). Basta de techos y pisos: puertas abiertas a más y mejores
oportunidades.

Salud pisoteada: “Los problemas de salud ocupacional de las mujeres no son, en general
abordados por los empleadores, sindicatos, investigadores y gestores de políticas, lo que
contribuye a aumentar más las inequidades por razón de género en la salud ocupacional”,
remarca el informe “Políticas de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, del
Ministerio de Trabajo.

¿Y ahora quién podrá defendernos? No es raro que la desigualdad salarial no esté en la


agenda pública, mediática y política, no sólo por la falta de políticas de género sino por la falta
de mujeres que puedan defender las condiciones específicas de trabajo de las mujeres: sólo el
23 por ciento de los puestos de dirigencia sindical están ocupados por otras mujeres que –si
además tienen conciencia de solidaridad de género– se puedan ocupar de qué no sólo los
gremios mayoritariamente masculinos –-como los camioneros, petroleros, mecánicos, etc.–
consigan buenas paritarias sindicales, de pedir por la licencia por paternidad de, por lo menos,
15 días (para no quedarse solas cuando tienen hijos), mejores condiciones para dar la teta, que
la maternidad no atrase sus carreras o la creación de jardines maternales y de infantes (hasta
los cinco años para trabajadoras/es en sus lugares de empleo) que son beneficios que,
generalmente, facilitan la posibilidad de mantenerse o ascender en el mundo laboral.

En fin, hay un sinfín de deudas de género en la Argentina (un país que, en el imaginario social
mayoritario, se jacta de no ser machista) porque hay mujeres empresarias, en la política o en la
universidad. Sin embargo, esos pasos adelante no representan el final de la igualdad, sino
rasgos de un país contradictorio que, a veces, por mirar el promedio, se olvida de la más
jóvenes, pobres y excluidas, de los cuerpos perdidos en camillas clandestinas y de los bolsillos
rotos de las mujeres que todavía pierden por ser mujeres.

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Costa, María Eugenia. Realidades laborales e imaginarios sociales en torno a los


frigoríficos Swift y Armour

“Tus muros descarnados de ladrillo


son una misma cosa con la carne humana”
Eduardo González Lanuza. Poemas de las fábricas, 1924

“ese ritmo intenso y brutal del trabajo que convierte al


trabajador en mucho menos que una máquina; porque a
una máquina se le da descanso, se la aceita, se la cuida”.
José Peter, fundador de la Federación Obreros de la
Industria de la Carne.

A principios del siglo XX los frigoríficos Armour y Swift, de capital extranjero, fueron los
más importantes establecimientos fabriles de la región. Hasta la finalización de la primera guerra
mundial, la industria de la carne fue la base de la economía primaria exportadora de la Argentina. La
guerra influyó favorablemente en la producción de los frigoríficos de Berisso, porque las carnes
enlatadas del Swift abastecían a los ejércitos beligerantes. Desde 1914 a 1918, aumentó la faena de
ganado para exportación, pero para los años ‘20 la producción y la venta comenzaron a declinar. Con
el estallido de la crisis económica de 1929 y la difusión del discurso nacionalista en los años ’30, se
intentó limitar el peso económico de los “trusts de la carne” de Chicago (la National Packing
Company).7 Del mismo modo, con la segunda guerra mundial, el abastecimiento alimenticio de las
potencias en conflicto implicó una reactivación de las actividades de las empresas cárnicas. 8
En los frigoríficos de Berisso se faenaban sobre todo bovinos, pero también ovinos,
porcinos y aves, que se exportaban congelados, cocidos o como conservas. Dentro de los
frigoríficos, convivían otras industrias: fabricas de latas, de cajones, de toneles, de bolsas, de llaves,
de clavos, etc. Cada fábrica tenía su propia usina, planta de tratamiento de aguas, calderas para la
producción de vapor, compresores que producían el frío para las cámaras, sectores de
almacenamiento de las materias procesadas, talleres para el mantenimiento, oficinas de planeamiento
y control, laboratorios de análisis y de pruebas, etc. Cabe mencionar que las oficinas técnicas eran
espacios físicos de experimentación e investigación (adaptaban máquinas, mejoraban herramientas,
elaboraban planes de trabajo y circuitos de producción). Consideramos que los frigoríficos Armour y
Swift, dada la magnitud de su infraestructura edilicia, la concentración del número de trabajadores y
la complejidad de su organización tecnológica y administrativa, pueden ser abordados como testigos
privilegiados del pasado industrial del país. A la vez, poseen un significado relevante para la historia
social y cultural de la localidad de Berisso en particular.
Los conjuntos edilicios del Swift y Armour seguían los principios constructivos de las
plantas de Chicago, como así también su compleja estructura administrativa y de producción. Puede
señalarse que el establecimiento de los frigoríficos requería grandes espacios para la ubicación de los
corrales para el ganado y de los edificios, además de necesitar suficiente agua para llevar a cabo el
proceso productivo. También era fundamental la cercanía al puerto de embarque. A lo largo del
tiempo, los edificios de los frigoríficos berissenses se fueron modificando y ampliando, según las
necesidades productivas y los adelantos tecnológicos implementados. Al inicio de la producción de
carnes, la mayoría de las construcciones eran de madera, salvo las cámaras frías y algunos
departamentos que se realizaban de mampostería. Las primitivas instalaciones de “La Plata Cold
Storage”, luego de la adquisición de la compañía Swift, dieron paso a otras de hierro, cal y ladrillos,
capaces de resistir una edificación de varios pisos. Existían normas constructivas establecidas por el
“Reglamento para frigoríficos, saladeros y fábricas de carnes conservadas”. Según esta normativa,
ciertas secciones (por ejemplo las destinadas a la matanza o al lavado) debían estar separadas por
paredes impermeabilizadas o azulejadas para facilitar la limpieza; los pisos tenían una pendiente que
facilitaba el desagote de la sangre y el agua; las salas tenían que ser amplias, ventiladas y luminosas;
las mesadas y recipientes debían ser de hierro galvanizado, para lograr condiciones de higiene. La
intervención estatal en el establecimiento de normas para el procesamiento de ganado derivaba de la
9
importancia que tenía el producto para el comercio de exportación argentino.
Según consta en los planos conservados y las fotografías antiguas, los diferentes cuerpos
edilicios del Swift y el Armour estaban constituidos por diferentes espacios en los que se organizaba

7
Cf. Smith, P. Carne y política en la Argentina. Buenos Aires, Paidós, 1983.
8
Buxedas, M. La industria frigorífica en el Río de La Plata.1959-1977 Buenos Aires, CLACSO, 1983. Parte I “El
marco global de la producción de carne vacuna en el Río de La Plata” Parte III “La Industria exportadora argentina”
9
Cf. Lobato, M. “Una visión del mundo del trabajo. Obreros inmigrantes en la industria frigorífica. 1900-1930”. En:
Devoto, F y Miguez, E. Asociacionismo, trabajo e identidad étnica. Buenos Aires, CEMLA-CSER-IEHS, 1992.
cada una de las fases del proceso productivo. Internamente, la fábrica se asemejaba a una ciudad: las
calles tenían direcciones obligatorias, con velocidades permitidas y carteles de prohibiciones.
Alrededor del edificio donde se encontraba la playa de matanza, se distribuían las dependencias y
oficinas separadas por largas calles internas y unidas por puentes aéreos que permitían el tránsito de
los obreros y los productos cárnicos. Mediante canaletas y tuberías, se lograba que los cortes se
desplazaran entre los diferentes pisos por medio de la gravedad o por zorras mecánicas. Debido a
esto, las zonas de matanza se ubicaban en los pisos superiores, en los intermedios se realizaban
procesos que requerían un tratamiento posterior, mientras que la planta baja se destinaba a los
últimos pasos del proceso de industrialización. Los obreros describían a los frigoríficos como lugares
ruidosos y espacios malolientes, como ambientes sanguinolentos e insalubres (por la humedad, el
polvo, la suciedad). Los pisos estaban cubiertos constantemente de sangre y agua. En algunos
sectores y rincones se acumulaban los restos de los animales, de los cuales emanaban olores
nauseabundos. Los trabajadores rememoraban sobre todo ciertas escenas de la playa de matanza
donde los hombres y las máquinas actuaban sincronizadamente. “El animal venía, lo mataban, caía,
lo colgaban, lo degollaban, cuereaban, abrían, y en cada garrón se le ponía una roldana, tiraba el
ginche (...) era terrible, era bravo, porque la noria no paraba”. Los relatos aluden a las formas
tayloristas de organización del trabajo en los frigoríficos (división de las tareas, imposición de un
determinado ritmo e intensidad, continuidad y sincronización de las labores, en una palabra
estandarización).
Esta organización del trabajo se relacionaba con la necesidad de disminuir los tiempos de
elaboración de los productos y de vigilancia o control de los obreros. La organización del espacio
fabril admite también una lectura que se relaciona con la evolución de la tecnología mecánica y
su impacto sobre los trabajadores. El perfeccionamiento de las máquinas y las herramientas a
partir de la década del 30 (sistema de trolley para el desplazamiento de las reses, guinches que
elevaban y trasladaban los cadáveres, sierras y cuchillos eléctricos, mesadas y cintas mecánicas)
le daban continuidad al trabajo. “La racionalidad y eficiencia asociadas a la organización
científica del trabajo fue un rasgo característico de la organización industrial en los frigoríficos
(...) La introducción de nuevas maquinarias, la modificación de algunas construcciones, la
incorporación de algunos métodos de racionalización eran los indicios clave asociados con
cambios en las formas de trabajo”. Las propagandas que colocaban el Swift y el Armour en
diarios y revistas (La Prensa, La Nación, El Día, El Hogar, La Res, Swiftlandia) difundían cierto
esquema de valores interrelacionados: modernidad, eficiencia, productividad, racionalización y
progreso.
En la década del ‘30 y sobre todo en los ’40, el Swift y el Armour realizaron algunas
construcciones para mejorar las condiciones de trabajo obreras: baños, vestuarios, comedores,
guarderías, servicios médicos y, sobre todo, clubes sociales y deportivos. El objetivo era generar un
ambiente de trabajo más agradable, estimular el rendimiento de los trabajadores y evitar conflictos
laborales. Con los deportes (en primer lugar el fútbol y luego el basquet) se favorecía la
socialización y colaboración de los obreros. Para el Sindicato de la Carne de Berisso (que apoyó la
realización de los juegos provinciales patrocinados por la Junta Deportiva Obrera) el deporte
ayudaba a “confraternizar y conocernos mutuamente con los compañeros de otros gremios” y
constituía otro “eslabón de la gran cadena sindical”. 10 Además, la competencia deportiva ayudaba a
10
Cit. en el periódico Conciencia obrera, 1949. Plotkin, M. op. cit
crear la idea de un “nosotros”, que unía a las compañías frigoríficas con sus asalariados. El Swift
editaba una revista (Swiftlandia) y el Armour tenía un grupo teatral que organizaba funciones en la
localidad. Cabe destacar que los clubes sociales de las fábricas, con sus fiestas, bailes, kermesses o
pic-nics cumplieron una importante función socio-cultural, como un medio de integración de los
obreros.

De inmigrantes a obreros: experiencias cotidianas e historias testimoniales.

“Nubes de bicicletas
iban como bandadas,
la boca de la fábrica
los tragaba.
Entre todas,
mi viejo pedaleaba.”
WalterVasiloff. Vivencias berissenses.

A la ciudad de Berisso llegaban, para trabajar en los frigoríficos, hombres y mujeres de


diferentes orígenes nacionales. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, la proporción de
extranjeros sobre la población total de la localidad era más alta que la correspondiente al total del
país (casi el 60 % de la habitantes de Berisso eran extranjeros). Los grupos de inmigrantes que
predominaban eran los italianos y los españoles (como en el resto de la Argentina), pero llama la
atención el alto porcentaje de los que provenían de diferentes regiones del centro este europeo, de la
península balcánica y de las áreas bajo dominación otomana. Italianos, españoles, rusos, polacos,
rumanos, checos, montenegrinos, búlgaros, griegos, armenios, lituanos, servios, sirios, libaneses y
otros, se mezclaban en el mundo de las fábricas. La mayor parte de los obreros eran hombres
solteros, sin una especialización laboral previa y con escasa alfabetización. Algunos habían sido
trabajadores agrícolas (fracasados de las experiencias colonizadoras), obreros de la construcción o
del ferrocarril y unos pocos (poseedores de oficios) se habían empleado previamente en talleres o
fábricas de Buenos Aires o Rosario. Aunque sus experiencias de vida diferían en muchos aspectos,
tenían algunos puntos en común: habían emigrado por razones de hambre, pobreza, guerras,
persecuciones políticas y buscaban salir de su condición de pobres. Agustín, de origen eslovaco,
arribó a la Argentina en 1928 e ingresó recién llegado al Swift; cuenta: “yo no quería esperar otra
guerra (...) en la primera guerra yo era chico y tenía que trabajar en lugar de hombre (...) nosotros
éramos campesinos, teníamos más o menos una hectárea (...) En el año 23 la gente comenzó a
salir ... Antes de la guerra iban a Norteamérica pero ya no le daban pasaje, entonces Argentina se
abrió a la inmigración…”.
No es difícil de imaginar las problemáticas de los recién llegados. Debían hallar una
vivienda, encontrar trabajo y, sobre todo, aprender los códigos de la nueva sociedad, comunicarse. El
idioma era una barrera en el establecimiento de nuevos lazos. La base de la comunicaciones era el
español y se necesitaba tiempo para aprenderlo. Don Constantino cuenta que emigró de Italia con su
padre y su hermano, dejando en su pueblo natal a la madre y las hermanas. “Salíamos a la calle y no
sabíamos ni una palabra de español. Los chicos nos cargaban. Pero mi papá nos compró libros y
nos hizo leer”. Las nuevas vivencias de un inmigrante (por ejemplo, las de un campesino de Italia
meridional o un pastor de los Balcanes) implicaban una ruptura con su pasado personal, pero había
elementos de continuidad. Para adaptarse a la nueva vida, los inmigrantes se apoyaban no sólo en sus
costumbres y tradiciones ancestrales que constituían sus marcos de referencia, sino también en las
solidaridades familiares o en los contactos regionales/nacionales. 11 La existencia de redes sociales
primarias entre los recién llegados y los extranjeros del mismo origen étnico, instalados previamente
en una localidad, fue analizada en detalle por Fernando Devoto. Este autor sostiene que las
posibilidades laborales o de incorporación en la comunidad que brindan los migrantes anteriores
estuvieron en relación directa con las posibilidades existentes en la economía nacional, regional o
local.12 Por otra parte, señala que los lazos personales, las dependencias y los favores entre familias,
amigos, “paisanos”, fueron factores fundamentales a la hora de determinar quién emigraba, cómo
elegían su destino, dónde se establecían, cómo obtenían trabajo y con quién se relacionaban.
Los testimonios orales dan cuenta de ese momento en que los trabajadores inmigrantes
arribaron a Berisso con expectativas de empleo y apelaron a sus lazos familiares o de amistad, para
obtener una ubicación. Pedro relata: “Los paisanos de mi pueblo venían a Berisso, porque tenían
gente conocida; uno es un pariente mío.” (...) “...llegué a La Plata y pregunté ¿Berisso?, y me
dijeron el 25; entonces tomé el tranvía 25, hasta el fondo, me bajé y llegué. Alexis tenía fonda (...)
entro allá y encuentro a Nicola Peteff, que conocíamos de Bulgaria, después estaba mi tío Josefo,
Ivalino, todos”. Juan, refiriéndose a un amigo que lo alojó en su pieza, cuenta que cuando llegó “él
me dio ropa, yo no tenía; me bañé y me acosté a dormir. A la mañana me llama -Levantate me dice-
Me levanté a las seis, a las siete me llevó a la puerta del frigorífico”. Desde el momento en que
alguien llegaba a la localidad, la ayuda se materializaba brindándole casa, comida, diciéndole cómo
conseguir trabajo, realizando el gesto de acompañarlo al portón de la fábrica donde se realizaba la
contratación. En el portón, los obreros eran elegidos por su físico y por su origen para los diversos
tipos de tareas. Los que llegaban desde tierras nórdicas se destinaban a las cámaras de los
frigoríficos y a los eslavos, por ser corpulentos, se los ubicaba en la zona de cargas. Constantino, que
trabajó en el Swift, recuerda: “Era emocionante ver a esos hombres rústicos y fuertes gritar: ¡A mí,
a mí!, pidiendo trabajo (...) Se amontonaban en la puerta del frigorífico esperando enganchar algo
(...) Ganábamos centavos en el frigorífico, pero en ese entonces valían”.
Se debe señalar que, cuando el Swift y el Armour abrieron sus puertas en la década del ‘10,
contaban con unos 3.000 trabajadores. En los años ’30, la crisis económica afectó al comercio de
carnes y provocó una abrupta disminución de la faena. En los años ’40, durante los períodos de
máxima actividad, ambas compañías empleaban entre 10 y 15.000 asalariados, pero cuando
disminuía la demanda se reducían a 5.000. Durante el periodo expansivo de la producción de carnes,
los obreros vivían prácticamente en las fábricas con intensos ritmos de trabajo, a pesar de las
denuncias del gremio de los frigoríficos. Los trabajadores, sobre todo los menos calificados, rotaban
de sección o de tarea según las necesidades de la empresa. Las continuas entradas y salidas, así como
11
Prieto Castillo, D. Comunicación y percepción en las migraciones. Barcelona, Serbal/UNESCO, 1984.
12
Devoto, Fernando. Historia de la inmigración en la Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
la alternancia entre los dos frigoríficos, constituyeron un rasgo de esta experiencia obrera signada
por la precariedad, la amenaza de desocupación
Desde la apertura de las empresas hasta la crisis de 1930, la mayoría de los trabajadores
provenía de algún punto de Europa o Asia Menor; a comienzos de los ’40, la cantidad de extranjeros
comienza a declinar por la disminución de los flujos inmigratorios, la nacionalización de gran parte
de la población y por los movimientos de migraciones internas (santiagueños, correntinos,
tucumanos, catamarqueños). En este proceso de migraciones internas, los lazos familiares también
fueron agentes activos para la integración al trabajo fabril. Un obrero del Armour decía: “Yo vine el
año 41 (...) acostumbraba ir a trabajar tanto en la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán,
por todos lados (...) hice la cosecha y me vine. Yo tenía un hermano acá en Berisso. Digo que me
voy a quedar un día o dos y me voy (...) al tercer día me iba a ir y me dice ¿por qué no te quedás a
trabajar en el frigorífico? El trabajaba en la base naval y a veces trabajaba de changas en el
frigorífico; bueno, un día fui y me tomaron”.
El ingreso al mundo del trabajo tenía importantes consecuencias para la vida personal de
los inmigrantes, ya que la fábrica era un ámbito de sociabilidad, un lugar donde confluían hombres y
mujeres de hablas diferentes, de costumbres diversas. La fábrica era un espacio donde se forjaban
solidaridades, se constituían identidades y se desarrollaban modos de pensar y actuar.

Bibliografía:
Costa, M. E. y Sánchez, D. Percepciones, vivencias cotidianas y afirmación de identidades populares
en torno a la calle Nueva York de Beriso. En: Panella, C.(comp.) Berisso. Escenas de su historia. La
Plata, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 2003.
Lobato, M. La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso
(1904-1970). Buenos Aires, Prometeo, 2001.
Trabajo y ciudadanía13
Jean Yves Calvez

Trabajo y ciudadanía están estrechamente ligados, sobre todo desde la Revolución Industrial. La
economía contemporánea tiene, ciertamente, una tendencia a separarlos, pero nosotros ¿debemos
admitir esta separación? Este será el principal punto que trataré a continuación.
En primer lugar me pregunto: el trabajo ¿hacía al ciudadano en la Edad Media? Bastante poco,
pienso; podemos tomar como ejemplo al campesino, siervo atado a su señor y a la tierra. O bien
su relación política –y no verdaderamente una relación de ciudadanía– que consistía
precisamente en el vínculo feudal, lo más importante para el hombre de esa época. El artesano
era a menudo más independiente. Su status social contribuía a su ciudadanía. Las corporaciones
tenían un rol y gozaban, en principio, de reconocimiento en las ciudades e incluso en las aldeas:
ahí entonces, los hombres estaban presentes por su trabajo, por su profesión, no como
ciudadanos abstractos o en sí. (El campesino no era nadie fuera del vínculo con el señor).

El trabajo asumido y protegido por la ciudadanía


Con la Revolución Industrial el trabajador se convirtió, en gran medida, en asalariado, contratado en
la fábrica por un sueldo pero no era miembro de la realidad social determinante: la sociedad de
capitales. De esta forma se instituyó la gran división entre capital y trabajo que han analizado y
denunciado los socialistas, especialmente Marx. Al mismo tiempo había nacido la sociedad política
democrática excediendo a los “antiguos regímenes” feudales o monárquicos: la sociedad de
ciudadanos, todos miembros; iguales al menos en un principio. De esta forma el trabajo, frágil y

13
Anales de la educación común / Tercer siglo / año 2 / número 5 / Educación y trabajo / diciembre de 2006
Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires,
Dirección Provincial de Planeamiento
Versión digital del artículo publicado en pp. 20 a 25 de la edición en papel
precario, va encontrando poco a poco –demasiado poco al principio– pero pronto, mayor protección
en la ciudadanía. El amplio derecho del trabajo derivó de esta. Principalmente a principios del siglo
XX, el trabajo dejó de ser un asunto meramente privado o contractual.

La reciente oposición
No hace mucho tiempo se discutió, incluso con más vigor que como lo hiciera Hannah Arendt, la
idea de un carácter central del trabajo: a partir de la gran crisis que sufrió el empleo a mediados de
los años 70 luego de la repentina suba del precio del petróleo. Jim Rifkin anunció en ese momento
“el fin del
trabajo”. Otros llegaron más lejos y dijeron haberse equivocado largamente al reconocer tanto
significado al trabajo, más que nada una significación mayor de ciudadanía. Es perfectamente
posible,
dijeron, ser un ciudadano sin hacer ningún aporte laboral remunerado a la sociedad. Y se podría
asegurar a todos los ciudadanos un sueldo básico –“allocation universelle” [un subsidio universal]–
incluso si nadie asume un trabajo remunerado. Jean-Marc Ferry (1995), partidario de este “subsidio
universal” escribió palabras muy duras sobre el carácter “represivo” del trabajismo, entendamos por
esto la sociedad que impone a todos, en la medida de lo posible, el deber de trabajar y busca
garantizar la ocasión [para hacerlo]. Este sistema tendría como efecto y objetivo “someter” a los
hombres, impedir que surjan sus iniciativas, convertirlos casi en una dócil manada.

El desinterés del liberalismo por el trabajo


Incluso en desacuerdo con el recurso de un subsidio universal, el liberalismo económico y, mas aún,
el financiero de los últimos años, fue progresivamente desinteresándose de las consecuencias del
subempleo y de su puesta en práctica, propició el desmantelamiento de las legislaciones sociales y
de numerosas protecciones. En un principio, el liberalismo proclamó fuertemente su convicción de
una cercana erosión de la pobreza gracias al desarrollo económico de forma liberal: la prosperidad
se expandiría como por napas a partir de centros más dinámicos guiados por su propio dinamismo.
Desde un punto de vista más general, sin embargo, los años 90 han significado un notable retroceso
para el empleo en numerosos países, y una consecuente degradación de la pertenencia ciudadana de
la mayoría. A pesar de haber sido indemnizados y/o asistidos, incluso muy bien indemnizados en
algunos casos, los desocupados se revelaron como personas en precariedad psicológica y material,
dependientes, privadas de su autonomía, además corrieron el riesgo de ser la presa fácil de
clientelismos políticos de todo tipo, todo lo contrario de ciudadanos firmes sobre sus bases. Al
haber perdido su apoyo en el trabajo reconocido, socialmente significativo, la ciudadanía tiende a
perder fuerza. Esta situación se observa cada vez más en los suburbios y en otras zonas de vida
precaria donde reinan la ausencia de empleo y la pespectiva de emplearse o bien sólo hay changas
[petits boulots], incluido el comercio de drogas. El mínimo cuidado de los lazos sociales esperables
de los ciudadanos se borra. Consecuentemente, la urbanidad, incluso la cortesía elemental, declina.
La necesidad de trabajo se mantiene
Teniendo en cuenta la experiencia de los últimos años es posible afirmar que el perjuicio de la
desvinculación de la ciudadanía en relación con el trabajo socialmente reconocido es un perjuicio
inmenso: un perjuicio político después de haber sido un perjuicio social. Y la conclusión es clara:
podemos decir, y aun con mayor firmeza que en los años 80 o 90 del siglo pasado, que no se puede
justificar por ninguna razón de teoría económica o sociológica el desinterés por el empleo efectivo
de las persona.

EVOLUCION HISTORICA DEL TRABAJO LIBRE


Primeros antecedentes de la esclavitud
El origen de la esclavitud corresponde a una época imprecisa cuya mayor aproximación puede situarse durante el
período neolítico (unos 8.000 años A.C. hasta aproximadamente 3.000 A.C.) cuando el hombre descubre la agricultura
como explotación y comienza a adquirir costumbres sedentarias. Con anterioridad, la condición nómade de los
antiguos habitantes del planeta no se compadecía con la utilización de esclavos pues la recolección de
alimentos y la caza constituían la actividad económica fundamental. Pero esto no quiere decir que las formas
sedentarias por sí mismas hayan introducido la esclavitud, ya que en los primeros tiempos las actividades
económicas fueron realizadas por un sistema comunista primitivo y tribal. Sin embargo, éste tropezó con
innumerables dificultades, como la escasez de tierras aptas para el cultivo, que obstaculizó el asentamiento
definitivo en zonas fijas. La búsqueda de tierras fértiles se convirtió en una prioridad para las diversas tribus que, en
esta acción, se intersectaban intercambiando experiencias sobretodo en la fabricación y utilización de enseres.
Pero estos contactos no siempre fueron amistosos pese a las características pacíficas que generalmente habían
adquirido las distintas tribus, determinadas por su nomadismo, condición que, a su vez, era el resultado de
cubrir la primitiva necesidad de alimentos con lo que se obtenía de la caza y de la recolección. El hombre, entonces,
en esos tiempos, no necesitaba guerrear para satisfacer sus apetencias, excepto en casos de encuentros
ocasionales que no constituían una regla. La costumbre de la guerra —la guerra de todos contra todos—
comienza precisamente en la época de la historia en la que el hombre se vuelve sedentario. Las tierras aptas para
el cultivo no eran ilimitadas y su posesión origina el conflicto. Los pueblos luchan entre sí y el vencedor se apropia de
las tierras y de los sembrados del vencido y los sobrevivientes son esclavizados y utilizados para las tareas
agrícolas, el cuidado de los animales y otras actividades generales. Sin embargo, estas acciones aisladas no
configuran todavía a la esclavitud como una institución. Solamente cuando se produce la revolución urbana
(como la denomina Gordon Childe), con la que los asentamientos no sólo son definitivos sino que estructuran
ciudades complejas en las que surge una clase sacerdotal, una burocrática, una guerrera, los artesanos, etc.,
se vuelve necesario que la población campesina produzca un excedente para mantener a quienes se dedican a
otros menesteres distintos de la agricultura. Desde esta época comienza a coexistir el trabajo libre con el
trabajo esclavo. Este último irá adquiriendo distintas intensidades según los lugares y las circunstancias
históricas, además de las modalidades en cuanto a sus fuentes de aprovisionamiento y a su regla-
mentación que fueron impuestas por la práctica en la utilización de esta forma de trabajo humano.

Régimen legal y características de la esclavitud


clásica
La sociedad antigua se encontró, desde sus inicios, con las formas de trabajo esclavo, a las que
perfeccionó e institucionalizó. Ya Hamurabi durante su reinado en Babilonia, aproximadamente en el año
2000 A.C., al reconocer en sus códigos el derecho del deudor de otorgar su persona en dación como pago
de sus deudas reviste a la esclavitud de una base legal que, hasta ese momento, estaba aceptada de hecho. En
Atenas, las leyes no escritas establecían obligaciones similares. Dracón, en el 621 A.C., las compiló por escrito
y las hizo publicar, con lo que la esclavitud por deuda adquirió una nueva jerarquía legal. Esto coincidió con la
introducción de la moneda acuñada que generalizó los préstamos en metálico y también la usura. Como
consecuencia se incrementó la cantidad de esclavos por deudas, cosa que trajo una intranquilidad popular
que llevó a Solón, en el 594 A.C., a introducir drásticas reformas, entre las que
Se incluyeron la cancelación de deudas y la liberación de todos los que habían sido esclavizados por
morosidad. Sin embargo, las reformas generales de Solón fracasaron y instauró la dictadura de Pisstrato,
quien volé a poner en vigencia la esclavitud por deuda En Roma, la ley de las Doce Tablas, sancionada
alrededor del año 450 A.C., tiene el mismo espíritu que la codificación de Dracón Grecia. Por un lado,
introdujeron medidas que favorecían a los plebeyos frente a la noble y por el otro, legalizaron la esclavitud
por deudas impagas.
En general, los que fueron sometidos a esclavitud en el mundo antiguo fueron: Ios deudores
insolventes, como ya vimos más arriba; los prisioneros de guerra; los que vendían su libertad por dinero o
alimentos; los que no pagaban las multas; los que eran víctima de los traficantes de esclavos que algunas
veces los compraban en el mercado esclavista y otras los capturaban y, finalmente, Ios hijos de esclavos
que heredaban esta condición.
Las justificaciones éticas del sistema esclavista en el mundo antiguo son bien conocidas: nos basta con
la más eminente, la Aristóteles. En el libro I de su Política, dedica los capítulos 4, 5, 6 y 7 al tema de la
esclavitud y entre otras apreciaciones escribe lo siguiente: "La naturaleza quiere sin duda establece una
diferencia entre los cuerpos libres y los los esclavos, haciendo los de éstos fuer para los trabajos serviles y
los de aquél erguidos e inútiles para tales menester pero útiles en cambio para la vida política (que se
divide en actividad guerrera y pacífica (libro I cap. 5)”. Luego termina este capítulo como sigue: "Es, pues,
manifiesto que unos son libres y otros esclavos por naturaleza que para estos últimos la esclavitud es a la
conveniente y justa".

Estructura económica y esclavitud


Si bien es cierto que la esclavitud fue el sistema de trabajo predominante en la sociedad antigua, también
lo es que coexistió con el que realizaban los trabajadores libres y los libertos, tanto en las actividades
urbanas como en las agrícolas. Incluso en algunas ciudades-estado, como Esparta, no existió la esclavitud
propiamente dicha. Aquella era una sociedad militar y agrícola y para los trabajos de esta última
actividad existía un sistema de servidumbre que integraban los ilotas. De todas maneras, en casi todo el
mundo antiguo fue la esclavitud el sistema de trabajo buscado portas clases dirigentes y los propietarios
industriales, mineros y campesinos. En el mundo griego, Atenas fue una sociedad eminentemente
esclavista a partir del siglo V A.C. y lo mismo ocurrió con la inmensa mayoría de las ciudades-estado
griegas que guerreaban entre sí y esclavizaban a los vencidos, en muchos casos matando a los hombres,
pues eran guerreros y los vencedores no querían correr el riesgo de subversión interna, y manteniendo a las
mujeres y niños.
La realidad es que el sistema esclavista impidió el progreso de la técnica aplicada a la producción ya que ésta
descansó sobre una mano de obra, aunque no calificada, bastante barata y de fácil reproducción. Y el hecho de que
no hubieran grandes masas consumidoras impidió el crecimiento del Imperio, en el caso de Roma, y la
decadencia del mundo antiguo en general.

El sistema esclavista es, pues, compatible con sociedades que producen la mayor parte para el autoabastecimiento,
que no pueden generar grandes excedentes porque carecen de mercados internos importantes y la abundancia de
mano de obra, libre o esclava, agudiza las contradicciones por el constante incremento de la miseria. Ninguna sociedad
basada en la explotación humana puede crecer indefinidamente, ya que la expansión de los mercados encuentra sus
límites en los escasos recursos de los explotados; con mayor razón una sociedad esclavista que, por definición, se
basa en un trabajo humano no remunerado. Por eso mientras más se expandía la esclavitud, más se reducían los merca-
dos, lo que constituye la principal contradicción del sistema esclavista.

La esclavitud en las épocas moderna y


contemporánea
El sistema esclavista define un modo de producción en el que el trabajo esclavo es predominante, no porque
la productividad total fue realizada por él, ni tampoco por su importancia numérica comparada con el trabajo libre, sino
porque las clases dominantes dependían de su existencia y podían incrementarlo discrecionalmente. Como ya vimos
anteriormente, esto último no fue posible en forma continuada y ascedente, no porque lo decidieran las élites
voluntariamente sino porque el sistema llevaba en sus entrañas su propia contradicción ya que, a mayor trabajo esclavo
se producía una mayor reducción de los mercados. Esto determinó la abolición espontánea y paulatina de la
esclavitud, cuya realización demandó un proceso de siglos, ya que a fines de la Edad Media todavía existían bolsones
que utilizaban el trabajo esclavo. Además, no se suplantó abruptamente por el trabajo libre, sino por la servidumbre
de la época feudal que constituyó una derivación de la esclavitud.
Una vez superada la etapa de la esclavitud y con la generalización del trabajo libre como sistema, por su carácter
predominante, no es posible pensar en la reinstalación del trabajo esclavo, pues ello implicaría una contradicción con el
nuevo modo de producción, que necesitó del ensanchamiento progresivo de los mercados para asegurar su
continuidad. No estamos hablando de la etapa feudal que en sí no fue otra cosa que una consecuencia de la
imposibilidad que tuvo el sistema anterior para continuar en vigencia y que continuó produciendo para el
autoabastecimiento. Nos estamos refiriendo a la época mercantilista en la que se comenzó a configurar el
futuro sistema capitalista y a la época en que éste ya se encontraba en vigencia. Volver a repetir el ciclo
histórico de la esclavitud hubiera significado un retorno a un pasado que ya había demostrado sus
limitaciones. Sin embargo, los sistemas no son tan puros y las clases dominantes apelan en forma
heterodoxa a todo lo que posibilite su mantenimiento y consolidación. Por ello en la coyuntura inmediata
anterior a la definitiva implantación del sistema capitalista, que va desde el descubrimiento de América
hasta unos años después de iniciada la revolución industrial, se recurrió en forma deliberada a la reinstalación
del trabajo esclavo, el que financió con un gran costo de vidas humanas, la acumulación del capital que
posibilitó el acceso de la burguesía al poder. Sin el trabajo esclavo, utilizado en las plantaciones de
algodón y de azúcar de América la revolución industrial y el sistema capitalista habrían tardado más
tiempo en desarrollarse, salvo que se hubiera recurrido a otra experiencia similar en otro lugar del mundo.
La esclavitud reapareció en el mundo a principios del siglo XVI. En el Nuevo Mundo se utilizó el trabajo
esclavo como consecuencia de la desaparición masiva de los aborígenes, motivada por las duras
exigencias a que se vieron sometidos por los colonizadores. La población indígena fue diezmada en el
intensivo trabajo de minas y plantaciones. Esto determinó que se recurriera, no por consideraciones
humanitarias hacia los nativos, como en algunas oportunidades se ha señalado, sino por estrictas
razones económicas, a la importación de esclavos africanos. Este tráfico fue prácticamente monopolizado
por los ingleses y se calcula que desde sus comienzos hasta el siglo XIX se introdujeron alrededor de trece
millones de africanos en América.
El beneficio inglés del tráfico de esclavos fue indudable y no sólo consistió en la venta de negros a las
plantaciones, sino que se estableció un comercio triangular entre Inglaterra, Africa y las colonias americanas,
con cuyas ganancias se pudo financiar, como dijimos anteriormente, el desarrollo de la revolución
industrial.
Hablar de la inhumanidad de la esclavitud reimplantada en el siglo XVI es superfluo. El sistema capitalista
nunca efectuó consideraciones humanitarias cuando se trató de acumular capital, ya que en este último
se encuentra su esencia y ello lo realizará de la manera que resulte más conveniente. Si bien la esclavitud
se contradice con el sistema capitalista, no porque éste sea humanitario y abomine de los esclavos, sino
porque éstos no pueden formar parte del mercado que es lo que necesita el capital para colocar sus productos
y sí, en cambio, pueden hacerlo los trabajadores libres, la utilizó en los albores de su formación como un
medio para extraer aceleradamente las riquezas del Nuevo Mundo y para consolidarse definitivamente.
Cuan do a fines del siglo XIX, luego de un proceso que duró casi un siglo, el capitalismo terminó aboliendo la
esclavitud, no lo hizo por consideraciones humanitarias sino porque la riqueza deseada ya había sido obtenida
y, a partir de ese momento, resultaba más beneficioso realizar la producción por medio del trabajo libre,
ya que se podían introducir técnicas de trabajo más racionales y, además, los trabajadores pasaban a engrosar
el creciente mercado mundial. Esto es lo que marca la diferencia entre el sistema de esclavitud que tuvo vigen-
cia en la sociedad antigua hasta aproximadamente el siglo IV y el que se reimplantó a partir del siglo XVI. Este
último fue un complemento para el sistema capitalista en ciernes. Lo utilizó porque fue la mejor y más
acelerada manera de acumular capital y lo abolió porque los negros eran más útiles, luego de haber producido
la riqueza, para venderles las cuantiosas manufacturas generadas por la revolución industrial.
Con posterioridad, en el siglo XX han reaparecido formas de trabajo esclavo en los campos de
concentración nazis durante la segunda guerra mundial, pero no se puede hablar de esto como sistema,
ya que su duración estuvo limitada por la contingencia bélica. Sí habría que analizar si los patrones consu-
mistas impuestos por la sociedad de consumo (véase Dicc. Cons. Polít. azul: Sociedad de consumo) en
relación con el trabajo asalariado no son una forma de neoesclavitud ya que la función de quien trabaja por
un salario en el sistema capitalista es la de reintegrarlo en forma absoluta en el creciente mercado de
necesidades artificiales.

Mapa de las mujeres en la Argentina


Página 12. Viernes, 26 de marzo de 2010
Por Luciana Peker

En la Argentina, las estudiantes universitarias, que llegan a recibirse, superan ampliamente a


los varones que se forman como profesionales. Sin embargo, a pesar de la mayor capacitación,
la desigualdad salarial es una injusticia que está borrada de la agenda política y afecta a los
bolsillos femeninos: las mujeres ganan alrededor de un 20 por ciento menos que los varones.
Pero el problema es más difícil de solucionar porque hay poquísimas sindicalistas para
defender las condiciones de empleo de las trabajadoras. Todo esto, a pesar de que ya tres de
cada diez familias dependen de una jefa de hogar. Mientras que la gran deuda de la salud
pública es que la mortalidad materna prácticamente no baja desde hace 15 años y la principal
causa es el aborto. Las estadísticas enlazadas en esta nota a partir de distintas investigaciones
reflejan un país con grandes progresos, contradicciones, deudas pendientes, disparidades
sociales e inequidades regionales.

Una radiografía de las mujeres argentinas que avanzaron en su capacitación, la mantención del
hogar y el acceso al poder, pero todavía sufren discriminación laboral y económica –un
problema absolutamente invisibilizado– y otras agujeros en las políticas públicas incongruentes
con el nivel de desarrollo del país –como el embarazo adolescente o las muertes por aborto-
que no logran revertirse a pesar de los reclamos y los compromisos internacionales. Un informe
para saber quiénes somos, cómo estamos y todo lo que nos falta para que la igualdad sea una
palabra que nos beneficie a todas.

MAS TRABAJADORAS, PERO TODAVIA SIN IGUALDAD

 Okupas: siete de cada diez hombres tiene trabajo. En cambio, menos de cinco de
cada diez mujeres está empleada. Algunas de las catalogadas como “inactivas” (por
el sistema de encuestas) son amas de casa por elección y otras no pueden trabajar
por falta de redes estatales, familiares y sociales que les den posibilidades de que
sus hijos estén cuidados. “La condición de inactividad presenta grandes diferencias
de género. Entre las mujeres inactivas la mayoría son amas de casa, mientras que
entre los hombres la mayoría es jubilado”, resalta la investigación “Rosa es distinto
que celeste”, de la consultora de Gustavo Quiroga “epm”. Esto significa que los
hombres tildados de inactivos (que no es lo mismo a desocupados que son los que
buscan empleo) lo son cuando ya llegan a grandes e igualmente reciben el ingreso
de su jubilación. En cambio, muchas mujeres son llamadas “inactivas” a pesara de
realizar tareas domésticas y de crianza de sus hijos y no perciben ninguna
retribución por esa tarea.
 ¿Trabajas o estudias? A pesar de que las mujeres llegan a recibirse de profesionales
más que los varones, el 24 por ciento de los hombres tildados de “inactivos” son
jóvenes que no necesitan o deciden no trabajar para poder estudiar (son, en su
mayoría, mantenidos por sus familias) mientras que las universitarias que pueden
dedicarse exclusivamente al estudio representan sólo all 13 por ciento de las
mujeres sin empleo.
 Sin patronas: hay una gran diferencia, también, en los empleos y potencialidades y
cargos de mujeres y varones. Por ejemplo, sólo el 19 por ciento de las mujeres son
patronas o cuentapropistas y el 26 por ciento de los varones se manda a sí mismo y
a sus empleados/as. Muy pocas mujeres son patronas, pero casi todas tienen
patrones. Los costos no son gratuitos. “La sobrerrepresentación femenina en oficios
precarios produce bajos ingresos, inestabilidad, falta de cobertura social y pobres
condiciones y medio ambiente laboral”, advierte la Coordinación de Equidad de
Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo.
 Oficios femeninos: ya las mujeres no pueden ser sólo maestras o tocar el piano y
coser. Sin embargo, los estigmas de género siguen generando influencias: el 77,8
por ciento de las docentes son mujeres, el 70 por ciento de las integrantes de los
servicios sociales y de salud (con el mandato de ayudar al prójimo) son trabajadoras
sociales, enfermeras o médicas y apenas el 2,9 por ciento de los/las obreros/as
tienen casco y son señoras o señoritas dedicadas a la construcción, a pesar de
experiencias sindicales y de las Madres de Plaza de Mayo, que demostraron cómo
las mujeres pueden colocar ladrillos correctamente y con un gran empoderamiento
para ellas, su autoestima y su vida cotidiana.
 Sin amos de casa: la tarea de quedarse full life en la casa, o ir a buscar a la puerta de
la escuela a los hijos e hijas, coser los agujeros de las medias o preparar unos fideos
para la cena sigue estando en manos de mujeres. Entre las mujeres que no trabajan,
el 44 por ciento son amas de casa (lo que quiere decir que, en realidad, trabajan
muchísimo pero en una tarea no reconocida socialmente), mientras que sólo el 7 por
ciento de los varones sin empleo se dedican a mirar los cuadernos, ir a reuniones de
padres/madres, sacar las telas de araña y limpiar el fondo de la heladera.
 Dime cuántos hijos/as tienes y te diré cuánto puedes trabajar: no es cierto que
donde comen dos coman tres, ni que es lo mismo criar un hijo que tres o cuatro. En
la medida que las madres se tienen que hacer cargo de más hijos –que tendría que
ser una elección libre y que no condicionara sus potencialidades si fueran
debidamente apoyadas por el Estado y las condiciones sociales y familiares– son
menores sus posibilidades de tener un trabajo. Seis de cada diez mujeres que crían
un solo hijo trabajan. Pero ya cuando las madres tienen sus dos manos ocupadas
por dos chicos/as las puertas abiertas se comienzan a cerrar. El 44,7 por ciento de
las que cargan (a upa y todo lo demás) con dos niños o niñas se mantiene en el
sistema laboral. Mientras que apenas tres de cada diez valientes a las que ya no les
alcanzan las manos –con tres niños/as o más– se encuentran laboralmente activas.
Esto quiere decir que entre las mujeres que tienen un hijo y las que tienen tres o
más, las posibilidades de trabajar disminuyen a la mitad, según el informe “Políticas
de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, de la Coordinación de
Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo, que incluye datos de
la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del tercer trimestre del 2008. Si
existiera un sistema con jardines maternales, redes de mujeres, subvenciones por
hijos, etc, las mujeres no tendrían que ser rehenes de su maternidad sino poder
realizarse en más de un plano de su vida.
 Menos derechos: un gran agujero en el empleo femenino es que dos de cada diez
trabajadoras es empleada doméstica. O sea que el 20 por ciento de las mujeres
trabaja –cuidando los hijos o la casa– de las otras mujeres para que ellas puedan
trabajar. Y, por otro lado, cuentan con sueldos precarios, no suelen estar en blanco y
ni siquiera tienen licencia por maternidad, como el resto de las trabajadoras. Por eso,
hay un proyecto para igualar las condiciones laborales de las empleadas domésticas
al del resto de los y las asalariados/as. Mientras que, según datos del Ministerio de
Trabajo, las mujeres están sobrerrepresentadas al máximo en este oficio, ya que el
97,8 por ciento de las personas que se ocupan de las tareas domésticas en otras
casas o negocios son mujeres. El mayordomo Alfred sólo existe para cuidar a
“Batman”, pero en la realidad, los hombres vuelan de los cuidados hogareños.

LA DESIGUALDAD SALARIAL ROMPE LOS BOLSILLOS

Bolsillos sin fondo: la brecha salarial entre varones y mujeres (la diferencia salarial por
condición de género) es en promedio de 24,6 por ciento en la Argentina, pero llega al 26 por
ciento en el sector servicios y al 33,1 por ciento, por ejemplo, en la intermediación financiera,
según datos del Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial del Ministerio de Trabajo, del
2008. Entre otras cosas, porque los jefes les preguntan: “¿A vos no te mantiene tu marido?”, les
critican que ellas faltan cuando sus hijos las enferman, subestiman sus ideas o les traban sus
ascensos.

Injusticia salarial: “A igual calificación los hombres ganan más que las mujeres, cualquiera sea
el estadístico que se utilice para medirlo. Por ejemplo, el sueldo promedio de un hombre cuya
actividad es calificada como profesional es de $4064 mensuales, mientras que para las mujeres
este valor desciende a $3409, es decir, un 16 por ciento menos. En el caso de personas que
realizan actividades no calificadas el sueldo promedio de las mujeres es un 24 por ciento menor
que el de los hombres”, sostiene el informe de la consultora “epm”, de Gustavo Quiroga, en
base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del segundo trimestre del 2009.

Jefas, pero de familia: Tres de cada diez mujeres está al frente de su casa: en el 35 por ciento
de hogares las esposas, solteras o separadas son jefas de hogar. Ellas tienen la
responsabilidad de estar al frente de los gastos, pero no ganan como necesitan –ni como sus
pares varones– para que ese frente no les pese tanto como sucede en la actualidad.

El techo masculino rompe el cristal: “Los hombres no sólo tienen el sueldo promedio más
alto que las mujeres (cualquiera sea la clasificación laboral) sino que, además, en todos los
casos para ellos el techo salarial es mucho más alto que para el sexo femenino”, asegura
Gustavo Quiroga. Esto implica que no sólo las mujeres ganan menos, aun en las mismas
tareas que sus compañeros masculinos en la mayoría de los casos, sino que también gozan de
menos posibilidades de ascender y ganar más. Si se tiene en cuenta que ya en tres de cada
diez familias la responsabilidad de pagar las expensas, el supermercado y los libros del colegio,
entre otras cosas, cae en la billetera femenina, la desigualdad salarial implica no sólo una
desventaja de género sino un empobrecimiento para sus hijos e hijas.

Piso pegoteado: las diferencias laborales y salariales entre mujeres y varones ya constituyen
una realidad registrada por estadísticas oficiales y que hay que cambiar, aunque haya que tocar
muchas puertas (o techos) y dejar de pagar el derecho de piso, tan pegajoso como lo define la
Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades del Ministerio de Trabajo.
Según esta área existen dos situaciones que perjudican a las mujeres: el techo de cristal (que
alude a la dificultad para ocupar altos cargos o prosperar en las carreras) y el piso pegajoso
(que habla de la concentración de las mujeres en trabajos de poca calificación y movilidad, con
bajas remuneraciones). Basta de techos y pisos: puertas abiertas a más y mejores
oportunidades.

Salud pisoteada: “Los problemas de salud ocupacional de las mujeres no son, en general
abordados por los empleadores, sindicatos, investigadores y gestores de políticas, lo que
contribuye a aumentar más las inequidades por razón de género en la salud ocupacional”,
remarca el informe “Políticas de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, del
Ministerio de Trabajo.

¿Y ahora quién podrá defendernos? No es raro que la desigualdad salarial no esté en la


agenda pública, mediática y política, no sólo por la falta de políticas de género sino por la falta
de mujeres que puedan defender las condiciones específicas de trabajo de las mujeres: sólo el
23 por ciento de los puestos de dirigencia sindical están ocupados por otras mujeres que –si
además tienen conciencia de solidaridad de género– se puedan ocupar de qué no sólo los
gremios mayoritariamente masculinos –-como los camioneros, petroleros, mecánicos, etc.–
consigan buenas paritarias sindicales, de pedir por la licencia por paternidad de, por lo menos,
15 días (para no quedarse solas cuando tienen hijos), mejores condiciones para dar la teta, que
la maternidad no atrase sus carreras o la creación de jardines maternales y de infantes (hasta
los cinco años para trabajadoras/es en sus lugares de empleo) que son beneficios que,
generalmente, facilitan la posibilidad de mantenerse o ascender en el mundo laboral.

En fin, hay un sinfín de deudas de género en la Argentina (un país que, en el imaginario social
mayoritario, se jacta de no ser machista) porque hay mujeres empresarias, en la política o en la
universidad. Sin embargo, esos pasos adelante no representan el final de la igualdad, sino
rasgos de un país contradictorio que, a veces, por mirar el promedio, se olvida de la más
jóvenes, pobres y excluidas, de los cuerpos perdidos en camillas clandestinas y de los bolsillos
rotos de las mujeres que todavía pierden por ser mujeres.

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Costa, María Eugenia. Realidades laborales e imaginarios sociales en torno a los


frigoríficos Swift y Armour

“Tus muros descarnados de ladrillo


son una misma cosa con la carne humana”
Eduardo González Lanuza. Poemas de las fábricas, 1924

“ese ritmo intenso y brutal del trabajo que convierte al


trabajador en mucho menos que una máquina; porque a
una máquina se le da descanso, se la aceita, se la cuida”.
José Peter, fundador de la Federación Obreros de la
Industria de la Carne.

A principios del siglo XX los frigoríficos Armour y Swift, de capital extranjero, fueron los
más importantes establecimientos fabriles de la región. Hasta la finalización de la primera guerra
mundial, la industria de la carne fue la base de la economía primaria exportadora de la Argentina. La
guerra influyó favorablemente en la producción de los frigoríficos de Berisso, porque las carnes
enlatadas del Swift abastecían a los ejércitos beligerantes. Desde 1914 a 1918, aumentó la faena de
ganado para exportación, pero para los años ‘20 la producción y la venta comenzaron a declinar. Con
el estallido de la crisis económica de 1929 y la difusión del discurso nacionalista en los años ’30, se
intentó limitar el peso económico de los “trusts de la carne” de Chicago (la National Packing
Company).14 Del mismo modo, con la segunda guerra mundial, el abastecimiento alimenticio de las
potencias en conflicto implicó una reactivación de las actividades de las empresas cárnicas. 15
En los frigoríficos de Berisso se faenaban sobre todo bovinos, pero también ovinos,
porcinos y aves, que se exportaban congelados, cocidos o como conservas. Dentro de los
frigoríficos, convivían otras industrias: fabricas de latas, de cajones, de toneles, de bolsas, de llaves,
de clavos, etc. Cada fábrica tenía su propia usina, planta de tratamiento de aguas, calderas para la
producción de vapor, compresores que producían el frío para las cámaras, sectores de
almacenamiento de las materias procesadas, talleres para el mantenimiento, oficinas de planeamiento
y control, laboratorios de análisis y de pruebas, etc. Cabe mencionar que las oficinas técnicas eran
14
Cf. Smith, P. Carne y política en la Argentina. Buenos Aires, Paidós, 1983.
15
Buxedas, M. La industria frigorífica en el Río de La Plata.1959-1977 Buenos Aires, CLACSO, 1983. Parte I “El
marco global de la producción de carne vacuna en el Río de La Plata” Parte III “La Industria exportadora argentina”
espacios físicos de experimentación e investigación (adaptaban máquinas, mejoraban herramientas,
elaboraban planes de trabajo y circuitos de producción). Consideramos que los frigoríficos Armour y
Swift, dada la magnitud de su infraestructura edilicia, la concentración del número de trabajadores y
la complejidad de su organización tecnológica y administrativa, pueden ser abordados como testigos
privilegiados del pasado industrial del país. A la vez, poseen un significado relevante para la historia
social y cultural de la localidad de Berisso en particular.
Los conjuntos edilicios del Swift y Armour seguían los principios constructivos de las
plantas de Chicago, como así también su compleja estructura administrativa y de producción. Puede
señalarse que el establecimiento de los frigoríficos requería grandes espacios para la ubicación de los
corrales para el ganado y de los edificios, además de necesitar suficiente agua para llevar a cabo el
proceso productivo. También era fundamental la cercanía al puerto de embarque. A lo largo del
tiempo, los edificios de los frigoríficos berissenses se fueron modificando y ampliando, según las
necesidades productivas y los adelantos tecnológicos implementados. Al inicio de la producción de
carnes, la mayoría de las construcciones eran de madera, salvo las cámaras frías y algunos
departamentos que se realizaban de mampostería. Las primitivas instalaciones de “La Plata Cold
Storage”, luego de la adquisición de la compañía Swift, dieron paso a otras de hierro, cal y ladrillos,
capaces de resistir una edificación de varios pisos. Existían normas constructivas establecidas por el
“Reglamento para frigoríficos, saladeros y fábricas de carnes conservadas”. Según esta normativa,
ciertas secciones (por ejemplo las destinadas a la matanza o al lavado) debían estar separadas por
paredes impermeabilizadas o azulejadas para facilitar la limpieza; los pisos tenían una pendiente que
facilitaba el desagote de la sangre y el agua; las salas tenían que ser amplias, ventiladas y luminosas;
las mesadas y recipientes debían ser de hierro galvanizado, para lograr condiciones de higiene. La
intervención estatal en el establecimiento de normas para el procesamiento de ganado derivaba de la
16
importancia que tenía el producto para el comercio de exportación argentino.
Según consta en los planos conservados y las fotografías antiguas, los diferentes cuerpos
edilicios del Swift y el Armour estaban constituidos por diferentes espacios en los que se organizaba
cada una de las fases del proceso productivo. Internamente, la fábrica se asemejaba a una ciudad: las
calles tenían direcciones obligatorias, con velocidades permitidas y carteles de prohibiciones.
Alrededor del edificio donde se encontraba la playa de matanza, se distribuían las dependencias y
oficinas separadas por largas calles internas y unidas por puentes aéreos que permitían el tránsito de
los obreros y los productos cárnicos. Mediante canaletas y tuberías, se lograba que los cortes se
desplazaran entre los diferentes pisos por medio de la gravedad o por zorras mecánicas. Debido a
esto, las zonas de matanza se ubicaban en los pisos superiores, en los intermedios se realizaban
procesos que requerían un tratamiento posterior, mientras que la planta baja se destinaba a los
últimos pasos del proceso de industrialización. Los obreros describían a los frigoríficos como lugares
ruidosos y espacios malolientes, como ambientes sanguinolentos e insalubres (por la humedad, el
polvo, la suciedad). Los pisos estaban cubiertos constantemente de sangre y agua. En algunos
16
Cf. Lobato, M. “Una visión del mundo del trabajo. Obreros inmigrantes en la industria frigorífica. 1900-1930”. En:
Devoto, F y Miguez, E. Asociacionismo, trabajo e identidad étnica. Buenos Aires, CEMLA-CSER-IEHS, 1992.
sectores y rincones se acumulaban los restos de los animales, de los cuales emanaban olores
nauseabundos. Los trabajadores rememoraban sobre todo ciertas escenas de la playa de matanza
donde los hombres y las máquinas actuaban sincronizadamente. “El animal venía, lo mataban, caía,
lo colgaban, lo degollaban, cuereaban, abrían, y en cada garrón se le ponía una roldana, tiraba el
ginche (...) era terrible, era bravo, porque la noria no paraba”. Los relatos aluden a las formas
tayloristas de organización del trabajo en los frigoríficos (división de las tareas, imposición de un
determinado ritmo e intensidad, continuidad y sincronización de las labores, en una palabra
estandarización).
Esta organización del trabajo se relacionaba con la necesidad de disminuir los tiempos de
elaboración de los productos y de vigilancia o control de los obreros. La organización del espacio
fabril admite también una lectura que se relaciona con la evolución de la tecnología mecánica y
su impacto sobre los trabajadores. El perfeccionamiento de las máquinas y las herramientas a
partir de la década del 30 (sistema de trolley para el desplazamiento de las reses, guinches que
elevaban y trasladaban los cadáveres, sierras y cuchillos eléctricos, mesadas y cintas mecánicas)
le daban continuidad al trabajo. “La racionalidad y eficiencia asociadas a la organización
científica del trabajo fue un rasgo característico de la organización industrial en los frigoríficos
(...) La introducción de nuevas maquinarias, la modificación de algunas construcciones, la
incorporación de algunos métodos de racionalización eran los indicios clave asociados con
cambios en las formas de trabajo”. Las propagandas que colocaban el Swift y el Armour en
diarios y revistas (La Prensa, La Nación, El Día, El Hogar, La Res, Swiftlandia) difundían cierto
esquema de valores interrelacionados: modernidad, eficiencia, productividad, racionalización y
progreso.
En la década del ‘30 y sobre todo en los ’40, el Swift y el Armour realizaron algunas
construcciones para mejorar las condiciones de trabajo obreras: baños, vestuarios, comedores,
guarderías, servicios médicos y, sobre todo, clubes sociales y deportivos. El objetivo era generar un
ambiente de trabajo más agradable, estimular el rendimiento de los trabajadores y evitar conflictos
laborales. Con los deportes (en primer lugar el fútbol y luego el basquet) se favorecía la
socialización y colaboración de los obreros. Para el Sindicato de la Carne de Berisso (que apoyó la
realización de los juegos provinciales patrocinados por la Junta Deportiva Obrera) el deporte
ayudaba a “confraternizar y conocernos mutuamente con los compañeros de otros gremios” y
constituía otro “eslabón de la gran cadena sindical”. 17 Además, la competencia deportiva ayudaba a
crear la idea de un “nosotros”, que unía a las compañías frigoríficas con sus asalariados. El Swift
editaba una revista (Swiftlandia) y el Armour tenía un grupo teatral que organizaba funciones en la
localidad. Cabe destacar que los clubes sociales de las fábricas, con sus fiestas, bailes, kermesses o
pic-nics cumplieron una importante función socio-cultural, como un medio de integración de los
obreros.

De inmigrantes a obreros: experiencias cotidianas e historias testimoniales.

“Nubes de bicicletas
iban como bandadas,
la boca de la fábrica
los tragaba.
Entre todas,
mi viejo pedaleaba.”
17
Cit. en el periódico Conciencia obrera, 1949. Plotkin, M. op. cit
WalterVasiloff. Vivencias berissenses.

A la ciudad de Berisso llegaban, para trabajar en los frigoríficos, hombres y mujeres de


diferentes orígenes nacionales. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, la proporción de
extranjeros sobre la población total de la localidad era más alta que la correspondiente al total del
país (casi el 60 % de la habitantes de Berisso eran extranjeros). Los grupos de inmigrantes que
predominaban eran los italianos y los españoles (como en el resto de la Argentina), pero llama la
atención el alto porcentaje de los que provenían de diferentes regiones del centro este europeo, de la
península balcánica y de las áreas bajo dominación otomana. Italianos, españoles, rusos, polacos,
rumanos, checos, montenegrinos, búlgaros, griegos, armenios, lituanos, servios, sirios, libaneses y
otros, se mezclaban en el mundo de las fábricas. La mayor parte de los obreros eran hombres
solteros, sin una especialización laboral previa y con escasa alfabetización. Algunos habían sido
trabajadores agrícolas (fracasados de las experiencias colonizadoras), obreros de la construcción o
del ferrocarril y unos pocos (poseedores de oficios) se habían empleado previamente en talleres o
fábricas de Buenos Aires o Rosario. Aunque sus experiencias de vida diferían en muchos aspectos,
tenían algunos puntos en común: habían emigrado por razones de hambre, pobreza, guerras,
persecuciones políticas y buscaban salir de su condición de pobres. Agustín, de origen eslovaco,
arribó a la Argentina en 1928 e ingresó recién llegado al Swift; cuenta: “yo no quería esperar otra
guerra (...) en la primera guerra yo era chico y tenía que trabajar en lugar de hombre (...) nosotros
éramos campesinos, teníamos más o menos una hectárea (...) En el año 23 la gente comenzó a
salir ... Antes de la guerra iban a Norteamérica pero ya no le daban pasaje, entonces Argentina se
abrió a la inmigración…”.
No es difícil de imaginar las problemáticas de los recién llegados. Debían hallar una
vivienda, encontrar trabajo y, sobre todo, aprender los códigos de la nueva sociedad, comunicarse. El
idioma era una barrera en el establecimiento de nuevos lazos. La base de la comunicaciones era el
español y se necesitaba tiempo para aprenderlo. Don Constantino cuenta que emigró de Italia con su
padre y su hermano, dejando en su pueblo natal a la madre y las hermanas. “Salíamos a la calle y no
sabíamos ni una palabra de español. Los chicos nos cargaban. Pero mi papá nos compró libros y
nos hizo leer”. Las nuevas vivencias de un inmigrante (por ejemplo, las de un campesino de Italia
meridional o un pastor de los Balcanes) implicaban una ruptura con su pasado personal, pero había
elementos de continuidad. Para adaptarse a la nueva vida, los inmigrantes se apoyaban no sólo en sus
costumbres y tradiciones ancestrales que constituían sus marcos de referencia, sino también en las
solidaridades familiares o en los contactos regionales/nacionales. 18 La existencia de redes sociales
primarias entre los recién llegados y los extranjeros del mismo origen étnico, instalados previamente
en una localidad, fue analizada en detalle por Fernando Devoto. Este autor sostiene que las
posibilidades laborales o de incorporación en la comunidad que brindan los migrantes anteriores
estuvieron en relación directa con las posibilidades existentes en la economía nacional, regional o

18
Prieto Castillo, D. Comunicación y percepción en las migraciones. Barcelona, Serbal/UNESCO, 1984.
local.19 Por otra parte, señala que los lazos personales, las dependencias y los favores entre familias,
amigos, “paisanos”, fueron factores fundamentales a la hora de determinar quién emigraba, cómo
elegían su destino, dónde se establecían, cómo obtenían trabajo y con quién se relacionaban.
Los testimonios orales dan cuenta de ese momento en que los trabajadores inmigrantes
arribaron a Berisso con expectativas de empleo y apelaron a sus lazos familiares o de amistad, para
obtener una ubicación. Pedro relata: “Los paisanos de mi pueblo venían a Berisso, porque tenían
gente conocida; uno es un pariente mío.” (...) “...llegué a La Plata y pregunté ¿Berisso?, y me
dijeron el 25; entonces tomé el tranvía 25, hasta el fondo, me bajé y llegué. Alexis tenía fonda (...)
entro allá y encuentro a Nicola Peteff, que conocíamos de Bulgaria, después estaba mi tío Josefo,
Ivalino, todos”. Juan, refiriéndose a un amigo que lo alojó en su pieza, cuenta que cuando llegó “él
me dio ropa, yo no tenía; me bañé y me acosté a dormir. A la mañana me llama -Levantate me dice-
Me levanté a las seis, a las siete me llevó a la puerta del frigorífico”. Desde el momento en que
alguien llegaba a la localidad, la ayuda se materializaba brindándole casa, comida, diciéndole cómo
conseguir trabajo, realizando el gesto de acompañarlo al portón de la fábrica donde se realizaba la
contratación. En el portón, los obreros eran elegidos por su físico y por su origen para los diversos
tipos de tareas. Los que llegaban desde tierras nórdicas se destinaban a las cámaras de los
frigoríficos y a los eslavos, por ser corpulentos, se los ubicaba en la zona de cargas. Constantino, que
trabajó en el Swift, recuerda: “Era emocionante ver a esos hombres rústicos y fuertes gritar: ¡A mí,
a mí!, pidiendo trabajo (...) Se amontonaban en la puerta del frigorífico esperando enganchar algo
(...) Ganábamos centavos en el frigorífico, pero en ese entonces valían”.
Se debe señalar que, cuando el Swift y el Armour abrieron sus puertas en la década del ‘10,
contaban con unos 3.000 trabajadores. En los años ’30, la crisis económica afectó al comercio de
carnes y provocó una abrupta disminución de la faena. En los años ’40, durante los períodos de
máxima actividad, ambas compañías empleaban entre 10 y 15.000 asalariados, pero cuando
disminuía la demanda se reducían a 5.000. Durante el periodo expansivo de la producción de carnes,
los obreros vivían prácticamente en las fábricas con intensos ritmos de trabajo, a pesar de las
denuncias del gremio de los frigoríficos. Los trabajadores, sobre todo los menos calificados, rotaban
de sección o de tarea según las necesidades de la empresa. Las continuas entradas y salidas, así como
la alternancia entre los dos frigoríficos, constituyeron un rasgo de esta experiencia obrera signada
por la precariedad, la amenaza de desocupación
Desde la apertura de las empresas hasta la crisis de 1930, la mayoría de los trabajadores
provenía de algún punto de Europa o Asia Menor; a comienzos de los ’40, la cantidad de extranjeros
comienza a declinar por la disminución de los flujos inmigratorios, la nacionalización de gran parte
de la población y por los movimientos de migraciones internas (santiagueños, correntinos,
tucumanos, catamarqueños). En este proceso de migraciones internas, los lazos familiares también
fueron agentes activos para la integración al trabajo fabril. Un obrero del Armour decía: “Yo vine el
año 41 (...) acostumbraba ir a trabajar tanto en la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán,

19
Devoto, Fernando. Historia de la inmigración en la Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
por todos lados (...) hice la cosecha y me vine. Yo tenía un hermano acá en Berisso. Digo que me
voy a quedar un día o dos y me voy (...) al tercer día me iba a ir y me dice ¿por qué no te quedás a
trabajar en el frigorífico? El trabajaba en la base naval y a veces trabajaba de changas en el
frigorífico; bueno, un día fui y me tomaron”.
El ingreso al mundo del trabajo tenía importantes consecuencias para la vida personal de
los inmigrantes, ya que la fábrica era un ámbito de sociabilidad, un lugar donde confluían hombres y
mujeres de hablas diferentes, de costumbres diversas. La fábrica era un espacio donde se forjaban
solidaridades, se constituían identidades y se desarrollaban modos de pensar y actuar.

Bibliografía:
Costa, M. E. y Sánchez, D. Percepciones, vivencias cotidianas y afirmación de identidades populares
en torno a la calle Nueva York de Beriso. En: Panella, C.(comp.) Berisso. Escenas de su historia. La
Plata, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 2003.
Lobato, M. La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso
(1904-1970). Buenos Aires, Prometeo, 2001.

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