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Contiene una fantasía contenta con amor indecente

José Rodrigo

Te miras en el espejo de tu recámara, observas con atención tus ojos, intentas descubrir si no te
estás engañando. Al parecer es cierto. Te pasas una mano por el cabello, lo sientes deslizarse
entre tus dedos con suavidad. Parece que hoy es ese día. Intentarás besar a tu hermana de once
años, con todo y que tú apenas tienes nueve. Piensas en el día anterior que se quedaron dormidos
abrazados después de la comida, cuando regresaron de la escuela; en el juego de lamerse las
manos uno al otro; en el de enredar las piernas cuando van sentados juntos en el carro; en el de
fingir ser tú un perro fiel y ella una dueña cariñosa. Te dirá a lo mejor: ​—​¿Me darías un beso?
—​Y tú dirías: ​—​Sí​—. Le darías un beso en un cachete, un beso largo. Luego sentirías cómo se
acelera el movimiento de tu corazón, estarías muy agitado. Ella tal vez movería despacio su cara
y los labios de los dos quedarían cerca. Ya no se dirían otra cosa, porque no podrían hacerlo, por
los besos. Tendrían la boca ocupada y ya no se dirían nada.

Un día en una reunión en casa de la abuela, tus dos tíos se ponen a tomar con tu papá el
whisky que ha llevado. Tú estás viendo una película con tus primos en un cuarto. Tu hermana
está en la sala con los adultos, escuchando su plática y oliendo el humo de sus cigarros. Ya han
comido todos y ahora platican sentados en los sillones, mientras tú y tus primos ven su película
favorita por quinta vez en el mes. Por momentos se escuchan desde el piso de abajo las risotadas
de papá y de los tíos, la abuela y tu hermana también se ríen pero no a carcajadas tan grandes. Te
pones a pensar que a ella sí la dejan estar ahí porque es una niña grande, tranquila y sonriente. Se
termina la película y se hace de noche. Se van todos a su casa contentos de haber visto a la
abuela y también de poderse ir ya. De regreso a la casa tu hermana te cuenta que papá le ha dado
un poco de whisky. En ese momento sientes envidia de sus privilegios con los adultos, o a lo
mejor lo que sientes son celos. Tienes urgencia por llegar a la casa. Llegan. Después de ponerte
la pijama le dices a tu papá que no tienes sueño aún, que quieres ver la tele otro rato, es mentira.
Tu papá te dice que ya es muy tarde y que te debes ir a dormir ya, pero le insistes y como es fin
de semana, lo convences rápido. Le das las buenas noches y lo abrazas. Tu hermana está

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hablando por teléfono y tú te sientas en el sillón al lado de ella. Tu padre se tarda un rato más en
subir a su cuarto a dormir, se entretiene en quién sabe qué. Prendes la televisión para disimular
las intenciones, miras de reojo el short color durazno y las piernas tan blancas de tu hermana,
sentada ahí en el mismo sillón que tú. Once años palpitantes en su cuerpo y contando, se ve tan
distinta ahora de cuando era más chica.
—​Dios ​—​piensas​—, ​quiero besar a mi hermana​.
Estás rezando ahora. Siempre le pides cosas ridículas a Dios pero esto es importante, lo
estás deseando con mucha fuerza​. En la tele están pasando un reality show sobre barcos
pesqueros en el Pacífico. Tu hermana está hablando con una amiga pero también está viendo la
pantalla.
—Ya cuelga —le dices, y le tocas el brazo.
—¿Qué? —Te responde, arrugando el ceño.
En la tele un grupo de pescadores vestidos con trajes de lona naranja batalla con unas
jaulas de pesca muy grandes. Es de noche y la marea golpea con fuerza la proa del barco,
sacudiendo violentamente al grupo de pescadores que debe aventar al agua las jaulas. Tu
hermana vuelve a su conversación, pero se te queda viendo a los ojos, mientras platica de una
compañera que le cae mal. Te mira directo en los ojos, con sus tobillos recogidos contra sus
muslos, el esmalte de las uñas de sus pies volviéndose más rojo. Te arrodillas en el sillón para
acercar tu cara a la de ella lentamente, te mira, y escucha a su amiga por el teléfono. Le das un
beso en el cachete, muy despacio, no quitas la cara hasta que te la empuja para atrás con la palma
abierta. Entonces le quitas el teléfono, cuelgas y subes corriendo a tu cuarto con la intención de
que te siga. Viene tras de ti, no enciendes la luz y te metes debajo de las cobijas de tu cama, ella
hace lo mismo.
—¡Ya dámelo! —Te dice, siguiendo el juego.
—Quítamelo.
—¡Ya!
—Está aquí
—¿Dónde? todavía no terminaba de hablar.

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—Aquí, entre mis rodillas —dices mientras la aprietas fuerte contra ti, la abrazas y
acercas tu cabeza a la de ella.
—Ya, ándale.
La besas en la boca, un beso rápido y tierno. Aleja la cara haciendo ruidos de disgusto en
cuanto dejas de apretarla contra la tuya, te empuja con fuerza y sale corriendo de tu cuarto. Te
quedas ahí, hecho bola debajo de las cobijas, comienzas a llorar de confusión y de miedo, y no te
mueves más hasta que te quedas dormido. Esa noche sueñas con una gaviota buscando un
cangrejo en la arena de una playa, las olas revuelven tiras de algas y las arrojan a la orilla, la
gaviota planea sobre la costa, detenida por el viento, observando con cuidado.

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