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Ci~r1Cjf '¡ciales

0 Reflexiones
desde la cultura

Rossana Reguillo Cruz


y Raúl Fuentes Navarro
(coords.)

Renato Ortiz
Néstor García Canclini
Gilberto Giménez
José Manuel Valenzuela
Rossana Reguillo
Juan Manuel Ramírez Sáiz
Larissa Adler-Lomnitz
Raúl Fuentes Navarro


!TESO
El ESriKITUVIVIFICA
CIENCIAS SOCIALES, GLOBALIZACIÓN Y PARADIGMAS

Renato Ortiz

Pensar las ciencias sociales r<~qui~r~ dr. llllít ltlr.tu:lón t•ndoblada tanto en
relación con el pasado como con el htturo, y clr UIIM preocupación
constante por la tradición y por los c:amhlo11. 1Hl(o t'rtlubhula porque las
transformaciones recientes nos obligan a romlclrr1t1 llr lhrrm& radical y
sistemática los problemas que nos cnvuclvrn, y 110 r• pur rl 11ólo hecho de
que nos enfrentemos con el final del siglo, a 1111 llf'l' c¡ur nr.y~r~amos en las
profecías milenaristas, lo que resultaría dt~sastroMu (Htm 1111 c·lrntUlco social:
las fechas históricas tienen sólo un valor rdativu. l.MII dC'nt:hu sociales
poseen una historia ya consolidada aumpw mudto dr lo '1'"' IIC' haga en la
actualidad nos parezca insuficiente. Dt~ ahr d lllll'l(ilnirnlo dr. estudios y
diagnósticos que buscan su restructuraciún, como rl C:ltlltl del informe
patrocinado por la Comisión Gulbenkian. CiC'rlalllt:lll~ 11«' trata de un
1

informe incompleto, pero no resulta fácil clahonu· una ev~tlu~tdón a: una


escala tan amplia como para abarcar institucion~s acadt'mkKII de diversos
países; el informe, no obstante, es sugerente~ y naltiv<t umt at:lltud abierta
en relación con los desafíos contemporáneos.
Creo, sin embargo, que deben evitarse dos a el itudt•s ~~~ ~st~ movimien-
to de repensar las ciencias sociales. Una de ellas, la m:b conservadora,

l. Wallerstein, Immanuel (coord.) Para abrir as ciincias sociai.1, Corl~l, S~to l'aulo, 1996
En español: Abrir las ciencias sociaws, CIIH-UNAM/Siglo XXI, México, 1\l!lli.
20 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

consiste en tomar a los clásicos como fundadores de un saber acabado, lo


que nos conduciría por necesidad a una mineralización del pensamientp.
Recuerdo que Weber, al contraponer la ciencia y el arte, luego de ennu-
merar algunos puntos comunes entre ellos, apuntaba un aspecto singular
del universo científico: laexperim.en~ación racional.IEso significa que el
trabajo científico, confronta<.ro-en forma constante con la realidad, se
encuentra íntimamente asociado a la idea del progreso (Weber, 1963)~. lo
que no ocurre propiamente en el mundo artístico. Existe por ello una
acumulación de conocimiento que conduce de manera obligada a un
cierto envejecimiento de lo producido. Las ciencias sociales, con todas las
dificultades que las envuelven, que son muchas, no deben pensarse como
una suma cero de experiencias. Por el contrario, de hecho "conocemos
más" sobre muchos aspectos de las diversas formaciones sociales (basta
con mirar el conocimiento acumulado por los antropólogos sobre las
sociedades primitivas). A propósito de la historia antigua, Finley dirá que
no son sólo el volumen de los datos y las técnicas las que evolucionan, "todo
historiador inevitablemente sufre por ignorar lo que acontecerá después
de éL Todo historiador, hasta el más mediocre, tiene por ello una expe-
riencia histórica mayor que la de sus predecesores, por más destacados que
los primeros hayan sido. Esto, aunque es una verdad de Perogrullo, resulta
importante" (Finley, 1994). Es claro que no se trata de desacreditar a los
clásicos (Weber, Marx, Durkheim, Malinowski, Maree! Mauss). Sin duda,
en muchos aspectos ellos siguen siendo actuales (resultaría imposible
discutir el capitalismo sin referirnos a los textos de Marx). Sería insensato
regresar a la querella entre antiguos y modernos, como si esa disputa entre
eruditos del siglo XVII tuviera aún vigencia entre nosotros. 2 De nada servirí~
sacralizar un tipo de literatura como si fuera'capaz de contener ontológica·
mente el principio y el fin de todo argumento sociológico.
La actitud inversa la representaría el creer que todo ha cambiado, que
los tiempos actuales, flexibles, demandarían una ciencia social radicalmen~
te distinta e incompatible con lo que hasta entonces se ha practicado. Esta
percepción predomina entre las discusiones sobre la "crisis de los paradig~
mas". En este caso, prevalece la idea de "revolución epistemológica".
Nuevos paradigmas, asociados a temas como el de la posmodernidad o el
de la globalización vendrían en forma natural a ocupar el terreno infértil

2. Sobre la querella entre los antiguos y los modernos véase: Nisbet, Robert. Histmy ofthe
idi!a ofprogress, Basic Books, Nueva York, 1980.
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del pensamiento tradicional. El inconveniente de este tipo de interpreta-


ción es que la idea de revoluciones sucesivas resulta poco convincente,
como si con cada impasse teórico, o con cada descubrimiento tecno1ógico,
despuntara una transformación equivalente en el plano analítico. Bour-
dieu tiene razón cuando afirma que el campo del pensamiento científico
ha pasado apenas por una revolución sustantiva, que él denomina inaugu-
ral (Bourdieu, 1983). O sea, cuando el pensamiento se constituye pro-
piamente como científico, y cobra autonomía en relación con las injeren-
cias externas, en el orden explicativo del campo. En el caso de las ciencias
sociales eso habría sucedido durante el siglo XIX, cuando se instituciona-
lizan como disciplinas legítil!las. A partir de entonces los cambios dejan de
ser, continuando con la imagen anterior, revolucionarios. En realidad se
trata de secuencias que se inscriben dentro de los cánones previamente
establecidos. Por ello resulta impropio el término revolución: lo que
pretende captarse muchas veces se integra al movimiento de la revolución
3
inaugural, acto fundador del propio campo del conocimiento. Cualquier
balance que se realice sobre las ciencias sociales debe tomar en considera-
ción la existencia de una tradición intelectual que se incorpora en las
diversas instituciones académicas. El pasado es el presente que se manif~.ts­
ta en el arsenal de conceptos con los que operamos, en los tipos efe
investigaciones que realizamos,- en la bibliografía que seleccionamos, en
las .técnicas que empleamos, etc. No obstante, las transformaciones ocurri-
das han sido profundas. Hacer un fetiche el saber tradicional equivaldría
a confinarnos en una posición conformista y a dejar de percibir aspectos
que exigen un tratamiento nuevo y diferenciado. El arte consiste en
entender la tradición como punto de partida, en la cual sólo enraizamos
nuestra identidad, sin que por ello quedemos prisioneros en su rigidez.
Comprender la tradición es, pues, superarla; dar continuidad a la consti~
tución de un saber que no es estático ni definitivo. •
1 Hacer ciencias sociales hoy, como en el pasado, significa enfrentarse
con una serie de }!.I"QlJ..!~rnas X:<:_<::tJJfen_t~s, cuestiones que se replantean

3. En la literatura contemporánea se utiliza de manera excesiva e imprecisa el término


revolución. Se habla de revolución tecnológica, comunicativa o paradigmática como
si realmente estuviéramos viviendo una nueva era. Las metáforas llegan a una exagera-
ción tal que algunos autores echan mano de imágenes místicas para describir la nueva
condición de la humanidad. McLuhan y Powers hablan, por ejemplo, de la "era de
acuario". Véase: McLuhan, Marshall y Bruce R. Powers. The global villn!ff!, Oxford
University Press, Oxford, 1989.
22 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

incesantemente como si no pudieran resolverse en forma definitiva. No


creo que eso se deba a una debilidad intrínseca de las ciencias sociales,
argumento obligatorio cuando se las compara con las ciencias exactas. Esta
obsesión por contraponer el saber de las humanidades al de las llamadas
ciencias duras me parece un despropósito, una preocupación insólita y
desubicada en el tiempo (tal vez tuvo su razón de ser en el siglo XIX, cuando
el positivismo comtiano buscaba reconocimiento a cualquier costo). No se
trata tanto de definir aquello que se entiende por objetividad en las
ciencias de las sociedades (ellas tienen clara su especificidad) sino de
reconocer que la recurrencia de ~~es un aspecto constitutivo
de la disciplina. Lejos de ser una falla, un error a corregirse por parte del
formalismo metodológico, estos dilemas persisten a lo largo del tiempo
porque son parte de su esencia, de su estructura.
El primero de ellos se refiere al sentido ~!Jlltq. Sabemos que la
construcción del objeto sociológico requiere de una ruptura con el sentido
común; después de todo ésta es una de las primeras reglas del método al
4
que se refería Durkheim. Tarea difícil, pues son varias las dimensiones
que involucran al investigador en la construcción de su objeto: ideología,
moral, subjetividad (por ejemplo, cuando se estudia un tema como la
violencia es difícil controlar el discurso analítico manteniéndolo exento
de un juicio moral que ya incluye a priori una condena del acto violento
que se busca comprender)': Las ciencias sociales operan muy cerca de la
realidad, su lengua conceptual es la misma que comparte el resto de los
ciudadanos. La escritura del texto, producto final de nuestra reflexión, se
hace con las mismas palabras, las mismas nociones que el hombre común
emplea. Para ejercer un verdadero control sobre lo que está-diciéndose es.
preciso establecer ~~~<j~, ~-ªm_i~_ll..~ en relación con el dato
inmediato y con la forma como lo articulamos en su versión interpretativa
La artesanía intelectual requiere del investigador una capacidad inventiv<
para la producción de artificios que lo alejen del mundo real. Es en este,
juego de proximidad/distancia que ejercemos lo que Wright Milis deno-
minaba imaginación sociológica (Wright Milis, 1972). No existe un univer-
so garantizado de la Gran Ciencia (así con mayúsculas) como lo pensaban
muchos autores (y no sólo los positivistas) del siglo pasado. Un espacio que

4. Un texto que trata este aspecto de manera inteligente es: Bourdieu, P.,J.C. Passeron y
J.C. Chamboredon. Le métier de sociowgue, Mouton, París/La Haya, 1973. En español: El
oficio de soci6wgo, Siglo XXI, México, 1975.
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~xistiera en sí y por sí, independiente de los practicantes que lo habrían


:onstruido. Por ello, la idea de "ruptura epistemológica" acuñada por los
historiadores de la ciencia (pienso en Bachelard) se aplica mal al dominio
de las ciencias sociales (y no por causa de una interpretación infeliz del
marxisJIIo hecha por Althusser). Esta idea presupone la existencia de una
barrera definitiva, de un foso que separa al sentido común y del raciocinio
científico. Esto resulta válido para disciplinas como la fisica y la química;
en las ciencias sociales los límites son tenues: para existir, deben reconquis-
tarse en forma permanente.~~~~~'-?--~~
rehacerse y retom.a!"~-e e.s«:;-pas.Qjnici_qJ (no en pocas ocasiones es posible
~coñtrar-áün -gran autor que en su próximo texto se pierde porque "bajó
la guardia" de su vigilancia epistemológica). Por lo tanto, cualquier cambio
que se discuta debe pensarse dentro de esos parámetros. El advenimiento
de una sociedad posmoderna, postindustrial, flexible, en nada modifica
--,estas cosas.
1
El segundo aspecto a que hacía alusión al principio, en rel~c_i_ó_I1~9E
/las actitudes que deben evitarse en este replanteamiento aelas ciencias
• sociales, se refiere a la !"t_istori<:_idad_ deJ obje-to__ s_Qcio}Qgü:q. En las
ciencias sociales no es sólo el observador quien interfiere en el proceso de
observación; el propio objeto se sitúa siempre en un contexto histórico
determinado. Este hecho trae consigo varias implicaciones. La primera es
que el grado de universalización de la explicación en ciencias sociales
resulta, por necesidad, restringido. La crítica de Passeron al idealismo
científico, como el popperiano, resulta decisiva. Cito al autor:

La investigación sociológica, en la medida en que logra la inteligi-


bilidad procede por veredas teóricas que siempre están por comenzar
de nuevo, porque jamás resultan separables por completo de la litera-
lidad de los enunciados que confieren sentido a sus construcciones
unilaterales. Por ello se encuentra condenada a un uso móvil y alter-
nativo de los conceptos dictados por su proyecto de elaboración de
perfiles comparativos de relaciones y sistemas de relaciones (Passeron,
1995: 40).

Dicho de otra manera: resulta imposible partir de una teoría general


deductiva, es decir, de una serie abstracta y coherente capaz de deducir la
realidad, pues la literalidad de los enunciados sujeta al análisis al contexto
de la enunciación. Un ejemplo lo constituye la idea de "ley", tan de moda
24 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

en el siglo pasado. Una "ley" debía ser una explicación que aislara elemen-
tos atemporales que, en principio, podrían articularse en forma estruc-
tural. Cada uno de esos elementos constituiría un eslabón de una cadena
=explicativa. La idea de "ley sociológica" presupone así que los hecqos
so~;iC!les sean transhistóricos, lo que evidentemente no es verdad. De ahí lit
diftcultad para establecer explicaciones genéricas que involucren de m4-
nera simultánea formaciones sociales radicalmente distintas como las
soc;iedades primitivas y las sociedades modernas. Este tipo de interpreta-
ción, recurrente en el pensamiento evolucionista (baste recordar las "leyes
de los tres estados" en Comte, o los trabaJos de Tylor sobre la mente
primitiva), olvida que la ~!!xplicación sociológica está marcada por la
historicidad.
No resulta casual que autores tan diversos como Jean Claude Passeron
y Octávio Ianni utilicen imágenes similares para caracterizar la práctica
sociológica: hablan de la sociología como estenografía o taquigrafía de la.
realidad. 5 La comparación resulta sugerente. La taquigrafía y la estenogra-
fía son lenguajes sintéticos, formas abreviadas de enunciación. De la
riqueza de la lengua, de sus articulaciones y vericuetos, se retienen sólo
algunos trazos. Las notaciones taquigráficas o estenográficas incluyen así
un grado de abstracción que ciertamente la amplitud de la lengua no tiene.
Por ser más simples y reducidas ganan en universalización. Sin embargo,
este movimiento de universalización nunca se completa, pues los trazos de
esas escrituras se encuentran presos por la "literalidad de los enunciados"
a los residuos del contexto. El pen~miento sociológico representa siempr-e
una traducción, una mediación entre el ideal de la universalización ~ue
resulta necesario) y el enraizamiento de los fenómenos sociales. Por ello
la noción de paradigma, en el sentido en que la definía Kuhn, resulta
impropia para la caracterización de la naturaleza de las ciencias sociales
(Kuhn, 1975). Un paradigma es un referente teórico cuya validez se funda
sólo en' formulaciones abstractas. El paradigma entra en crisis cuando ya
no consigue explicar un conjunto de contradicciones que nacen del
propio seno de su orden explicativo. El impulso de cambio proviene de
una necesidad interna del sistema teórico que por resultar insatisfactorio
necesita ser revisado. Un paradigma es algo ahistórico, premisa que cier-
tamente no se aplica a la comprensión de las sociedades. En rigor, debe-

ti. Ianni, Octávio. "A sociologia numa época de globalismo", en Ferreira, Leila C.
(coord.), A sociolog;ia no lwriwnte do Século XXI, Bottempo, Sao Paulo, 1997.
RENATO ÜRTIZ 25

riamos decir que las ciencias sociales no son paradigmáticas, que operan
según otra modalidad. 6
La historicidad del objeto sociológico nos permite también entender
los desarrollos regionales y nacionales de las disciplinas. La historia de las
ciencias sociales es distinta en los diversos lugares en donde se enraíza.
Para evitar posibles malos entendidos clarifico mi argumentación: no se
trata de retomar el viejo debate sociología importada contra sociología
autóctona, vigente en los años cincuenta y sesenta en América Latina. Para
diversos autores -en Brasil, Guerreiro Ramos (1995) representa esta c<r
rriente de pensamiento-, la sociología debería ser un saber nacional, es
decir, un conjunto de métodos y de técnicas de investigación adecuados a
las realidades de cada país. De esta manera se preconizaba la existencia de
una "teoría nativa" que en principio sería superior y radicalmente opuesta
a las explicaciones exógenas (para muchos una prolongación cultural del
colonialismo). Dentro de esta perspectiva existe una ruptura entre la
"ciencia importada", o sea, europea y. norteamericana, y la "ciencia autén-
tica", cuya validez se confirmaría únicamente por su vocación nacionalista.
Esta forma de pensar estaba fuertemente marcada por una visión ideoló-
gica, pues se entendía por sociología un saber cuyo objetivo central sería
la "salvación nacional", un conocimiento al servicio de la solución de los
problemas socioeconómicos de cada país. Esta visión militante está por
completo desprovista de sentido. Ya en los años cincuenta y sesenta muchos
autores latinoamericanos (un tanto a contracorriente del ardor naciona-
lista de la época) la criticaron con razón. 7 Los procedimientos metodoló-
gicos son parte de una subcultura científica que trasciende la realidad de,
los lugares en particular. No existen dos ciencias, "central"/"periférica",
"occidental"/"oriental;;' "burguesa"/"proletaria", como si cada uno de
sus compartimientos encerrara verdades equivalentes y particulares. El
patrón de trabajo intelectual no se encuentra determinado por las especi-

6. Es común encontrar en los debates sobre las ciencias sociales la siguiente afirmación:
"el marxismo dejó de ser un paradigma a partir de la crisis del bloque soviético". Se
trata de una afirmación por completo ajena a los términos kuhnianos. En caso de que
el marxismo fuese un paradigma, lo que en efecto no es, las transformaciones del
bloque soviético, que son de naturaleza histórica, para nada habrían interferido con
su validez epistemológica.
7. En Brasil este papel le corresponde principalmente a F1orestan Fernandes. Véase: "O
padrao de trabalho cien tífico dos sociólogos brasileiros", en A sociologia no Brasi~ Vozes,
Petrópolis, 1977.
26 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

ficidades nacionales, civilizatorias o políticas sino por valores y normas


acordados por la comunid<id <;it:.J:ltffi:~'7 "'~
Sin embargo, la realización de los "ideales científicos" se efectúa
también en función de los contextos. Los dilemas relativos a la historicidad
del objeto sociológico no se reducen a cuestiones de orden explicativo,
como lo considera Passeron, sino que también inciden en la propia
materialización de las disciplinas. Primero, al nivel de la operacionaliza-
ción de los conceptos; una categoría como "burguesía" tiene muy poco de
universal, se adecua a una determinada situación de la historia europea (y
no de todos l.os países europeos, por ejemplo, el caso del imperio ruso),
pero se inserta con dificultad -o mejor, posee menor poder explicativo-
cuando se aplica a realidades específicas como la comprensión de las
oligarquías latinoamericanas, o del sistema estratificado de la sociedad
japonesa en la época Meiji. Su validez es, por lo tanto, relativa. Segundo,
en relación con los temas ·que fundan determinadas disciplinas, por
ejemplo, la sociología. Cu¡¡ndo la sociología emerge en Europa y en
Estados Unidos a fines del siglo XIX, los problemas que enfrenta versan
sobre las transformaciones ocurridas después de la revolución industrial.
Su interés se concentra en temas como la metrópolis, la fragmentación del
trabajo, las relaciones anónimas en la gran ciudad, en contraposición con
el cara a cara de los pueblos y de las comunidades rurales, la racionalización
de la gerencia comercial, etc. En América Latina las principales proble-
máticas son otras: el mestizaje, el colonialismo, la tradición rural, los
obstáculos de la industrialización. 8 Un ejemplo sugerente tiene que ver
con la cultura popular. En países como Francia e Inglaterra el estudio de
la cultura popular resulta prácticamente ignorado por la totalidad de las
disciplinas académicas. 9 Relegada por la antropología, que privilegia el
entendimiento de las sociedades primitivas, ignorada por la historia, que
se orienta al estudio de los grandes hechos políticos, marginada por la
sociología, que tiende a considerarla como un anacronismo del "antiguo

8. El mismo debate que se verifica en América Latina se reproduce en Japón, donde las
ciencias sociales, fuertemente marcadas por el nacionalismo, contraponen el pensa-
miento "oriental" al determinismo racionalista "occidental". Véase: Dale, Peter. The
myth ofjapanese uniqtuness, Routledge, London, 1986. .
9. Sobre el estudio de la cultura popular en la Europa del siglo XIX y su relación con la
sociología y la antropología, véase: Ortiz, Renato. RnmO.nticos efolcloristas, Olho d 'Agua,
Sao Pauto, 1992.
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régimen", la temática de la cultura popular sólo encuentra abrigo entre


los folkloristas. 10 Su destino sería definitivamente otro en un país como
Brasil; en razón de la importancia de su presencia (tradiciones rurales,
sincretismo religioso, diversidad racial) la cultura popular se vuelve en.
forma obligada materia de reflexión. Por ello autores como Sílvio Romero,
Euclides da Cunha, Nina Rodrigues, considerados como precursores del
pensamiento sociológico brasileño, se interesan por la literatura popular,
por los movimientos mesiánicos, por los cultos afro brasileños. Son esos los
temas fundamentales del "pensamiento brasileño" y no las contradiccio-
nes entre la clase obrera y la burguesía, la industrialización y el mundo
rural. ElsaJaer.~iológi(;o,resulta, así) diferencial en. función.c1e...W& lugarG.i
d~ producción de conocímiento,,A la tradición académica, más orientada
hacia los métodos, se suma una !fadición regionalizaQ.a que privilegia
temáticas y autores. Al lado de la exigencia propiamente metodológica
(construcción del objeto sociológico, eliminación de las nociones estable-
cidas de antemano), que es de carácter universal, es decir, específica del
campo de las ciencias sociales, la historia particular de los lugares incidirá
sobre la producción intelectual. Ésta imprime un dinamismo, algunas
veces indebido por su alta ideologización, que se agrega a la historicidad
inicial del objeto sociológico mismo.

11

Mucho se discute en la actualidad acerca de lo que podríamos calificar


como el fin de las fronteras, entre los territorios nacionales cuando
hablamos de globalización, o de la separación entre el arte y la cultura
popular, postulado básico del pensamiento estético del siglo pasado. Las
posiciones posmodernas han subrayado con insistencia los procesos de
sincretismo, de mezcla, sugiriendo con ello una confusión entre los límites
establecidos. Convendría plantearse interrogantes como ¿es posible esta-
blecer una homología entre este movimiento y el fin de las fronteras en las

10. Hoy resulta común encontrarse con historiadores que hablan de la cultura de los
desamparados, subrayando una orientación de la historia desde abajo. Se olvida, no
obstante, que este tipo de interpretación es muy reciente. Es sólo a partir de mediados
de los años sesenta que los historiadores franceses comenzaron a interesarse por la
temática de la cultura popular. Véase: Muchembled, R Culture populaire et culture des
élites, Flammarion, París, 1978.
28 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

ciencias sociales? (pienso en el debate sobre interdisciplinariedady transdis-


ciplinariedaá). ¿Es legítimo este paralelo, y si lo fuera, en qué medida?
Para intentar ofrecer respuestas resulta necesario entender primero lo
que se entiende por frontera en ciencias sociales. Una línea tiene que ver
con la cuestión de la autonomía del saber. En este punto existe un
paralelismo con el mundo de las artes. El hecho de que un escritor como
Flaubert sea de forma recurrente retomado por autores tan dispares como
Sartre y Bourdieu resulta sintomático (Sartre, 1972; Bourdieu, 1996).
Flaubert representa en realidad una metáfora del proceso de autonomiza-
ción de la literatura. Cuando preconizaba la validez del principio de "el
arte por el arte" su intuición buscaba la definición en la forma más precisa
posible de la esfera del universo artístico. Rechazando cualquier otro tipo
de imposición, política o mediación, pretendía fundamentar las estructu-
ras intrínsecas al campo artístico (para usar un concepto de Bourdieu) en
términos exclusivamente estéticos. O como diría Sartre, Flaubert inaugura
la época en que el escritor escribe para ser leído (es decir, juzgado y
apreciado) sólo por sus pares, los demás artistas. De ahí la distancia que
toma en relación con los textos políticos de sus antecesores (Voltaire, por
ejemplo) y su desprecio por la literatura folletinesca puesta al servicio de
los grandes diarios (forma de adecuar la escritura al éxito de público). L'art
pour l'art condensa una reivindicación de autonomía, y lo mismo sucede
con las ciencias sociales. En principio, éstas últimas se confunden con las
diversas actividades reflexivas existentes: religión, periodismo, política,
filosofía. Los intelectuales del siglo XIX metían en la misma bolsa moralis-
mo y juicio personal, en un eclecticismo que se alejaba de cualquier control
sistemático. Por esa razón Durkheim anota en la conclusión de Las reglas
del método sociológico:

Ese conjunto de reglas [ ... ] todo ese aparato de precauciones puede


parecer arduo para una ciencia que, hasta aquí, reclamaba de los que
a ella se consagraban poco más que una cultura general y filosófica, y
es verdad que poner en práctica tal método no podría tener por efecto
vulgarizar los asuntos sociológicos. Cuando se solicita a las personas,
como-condición de iniciación previa, que se deshagan de los conceptos
que tienen el hábito de aplicar a un determinado orden de cosas para
repensadas con nuevos esfuerzos, no puede esperarse el reclutamiento
de una clientela numerosa. Pero ese no es el objetivo a perseguir.
Creemos, por el contrario, que llegó, para la sociología, el momento
RENATO ÜRTIZ 29
f ~J

de renunciar a lo/xitos ~undanos,


por así decirlo, y de asumir el
carácter esotérico que conviene a toda ciencia" (Durkheim, 1995:
150-151).

El término esoterismo traduce una inclinación flaubertiana en el sentido


en que las ciencias sociales deberían separarse de las imposiciones ajenas
al interés propiamente científico. Durkheim actúa así como un arquitecto,
modela el espacio creando fronteras que hagan posible el desarrollo de
un pensamiento exento de demandas políticas, religiosas y mundanas.
(Ortiz, 1989). La frontera es, ,eor ta_nto, ~-~<1:.~?-r:t.<:f_i~!é)n para la existencia
de.lill.~Q~I-~_l~!!91!lQ.....sinirunkC~§.,S1J identidf!Ji.se desvanecería.
Otro significado de frontera tiene que ver con la especialización, que
primero fue disciplinaria: historia, sociología, antropología, ciencia polí-
tica. Ahora, Jo que está en tela de juicio no son las diferencias epistemoló-
gicas como las que separan a las ciencias sociales de la física o del sentido
común. En rigor, el raciocinio lógico utilizado en la historia y en la
sociología difícilmente podría tratarse de una manera diferenciada. Ambas
disciplinas comparten el mismo piso epistemológico, poseen la misma
naturaleza.u Este argumento se aplica también a la comparación entre
sociología y antropología. Dejando de lado el objeto clásico de la antropo-
logía, las sociedades primitivas -hoy una subespecialidad de área-, pocos
aspectos distinguen a un sociólogo de un antropólogo. Los temas de
interés son comunes y las técnicas de investigación intercambiables. Las
disciplinas generan, sin embargo, dominios en la medida en que crean su
propia tradición. El interés de la historiografía por la investigación en
archivos orienta a los historiadores en una determinada dirección. Las
discusiones de los clásicos antropológicos -Frazer, Tylor, Malinowsky, Rad-
cliffe Brown, Lévi-Strauss- privilegian un determinado tipo de lectura
distinto del cultivado por los sociólogos -Parsons, Merton, Escuela de
Chicago. Cuando los científicos de la política definen como área de interés
los sindicatos, el gobierno, los partidos, los movimientos sociales, esta
selección no tiene nada de casual. Proviene de una concepción que
considera a la ciencia política como un universo restringido cuyo objetivo
exclusivo es la comprensión de la conducta política. Se postula así -lo cual
resulta discutible- la existencia de un homo politicus cuya actuación en la

11. Véase: Passeron, J.C. "História e sociología: identidad e social e identidade lógica de
urna disciplina", en O raciocínio sociológico, Vozes, Petrópolis, 1995.
30 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

.
sociedad estaría definida por fronteras seguras, distante de las implicacio-
nes de orden cultural, estéticas y religiosas. /
A estas identidades disciplinarias se sobreponen aun otros tipos de
especializaciones, subdisciplinarias (sociología urbana, antropología indí-
gena, políticas públicas, historia del arte), y otro tipo de áreas (comunica-
ción, orientalismo, japonología), cada una de ellas orientada a aspectos
específicos de la realidad social, sea un tema, "lo urbano", o una región,
"el Oriente".
¿Cómo entender este movimiento de multiplicación de fronteras? Si
se retoma la clase inaugural de Max Weber sobre el oficio del científico
puede plantearse un argumento. La especialización se vincula con la idea
del progreso. La acumulación del conocimiento se hace mediante un
proceso de división del trabajo, forma de realización de un análisis más
detallado de un determinado fenómeno social. En este sentido Durkheim
afirma que la sociología no puede constituir un saber genérico, que debe
especializarse (Durkheim, 1975). Por esa razón son importantes las inves-
tigaciones empíricas, que generalmente se agrupan en torno a las subdis-
ciplinas y las áreas. Se enfocan en aspectos específicos que, vistos en el
contexto de determinados universos, permiten contar con detalles y enri-
quecer el análisis. En este sentido yo diría que la especialización incluye
un valor positivo.
No obstante, el desarrollo de las ciencias sociales durante el siglo XX,
con la formación de las universidades, centros e institutos de investigación,
departamentos, avanzó en sentido inverso. La especialización disciplina-
ria, subdisciplinaria y temática alcanzó un grado tal que comprometió la
frontera de la ciencia social. En otras palabras, esta primera delimitación,
necesaria para el desarrollo de un saber autónomo, genera límites en su
interior que imposibilitan su propia realización. Movimiento de fragmen-
tación que ya no atiende al mejoramiento del conocimiento sino a los
intereses de grupos profesionales que se disputan los presupuestos de
investigación y las posiciones de autoridad en el campo intelectual (Bour-
dieu, 1984). Un ejemplo lo representa el orientalismo. Se trata evidente-
mente de un universo en cuyo interior se acumulan tesis e informaciones
de importancia mayor. Cualquiera que pretenda estudiar el mundo mu-
sulmán debe necesariamente tomar en cuenta lo trabajado con anteriori-
dad por parte de los especialistas. Sin embargo, por estar confinados en
límites seguros, un conjunto de problemas dejan de formularse, muchas
veces por incómodos, ya que involucran intereses personales e ideologías
RENATO ÜRTIZ 31

políticas. Por esa razón un autor como Edward Sapir diría que el orienta-
lismo se transformó en un "discurso de poder", esto es, en una ideología
que legitima un conjunto de prácticas en relación con el mundo árabe, no
obstante sin contar con la capacidad de dudar sobre su propio fundamento
(Said, 1990). Algo semejante ocurre en relación con las disciplinas. La falta
de diálogo entre ellas no proviene de una dificultad epistemológica sino
que es simplemente la expresión del endurecimiento de las fronteras
disciplinarias. En rigor, la construcción del objeto en las ciencias sociales
no se vincula con una o con otra disciplina; no hay nada que de antemano
fye por necesidad nuestro interés en éste o en aquel universo disciplinario.
Sin embargo, la tradición de cada disciplina tiende a predeterminar las
preguntas, los asuntos, las técnicas de investigación y la teraúo.ología que
se emplea por parte de los investigadores. Ello nos encierra en una trampa
cuya función es básicamente la reproducción de las certezas adquiridas.
Las fronteras alimentan así el conservadurismo intelectual. Se pierde no
sólo en lo que se .refiere a la comunicación (las disciplinas dejan de
conversarunas con otras) sino sobre todo en lo que respecta a la creatividad,
pues las cuestiones que podrían plantearse desde un punto de vista
transdisciplinario se consideran como improcedentes dada la perspectiva
interna de cada disciplina. 12
Las discusiones que prevalecen acerca de la ínter y de la transdiscipli-
nariedad revelan justamente este insatisfactorio aspecto del desarrollo de
las ciencias sociales. Son ya varios los intentos por evitar los problemas que
proceden de esta fragmentación del trabajo: constitución de núcleos de
investigación alrededor de temas específicos reuniendo investigadores
de diversos horizontes; programas de formación profesional y de investi-
gación científica que trascienden las disciplinas; incentivos a la formación
pluridisciplinaria de los alumnos de posgrado. El informe de la Comisión
Gulbenkian realiza, en este sentido, una propuesta atrevida: la obligatorie-
dad de la doble adscripción departamental para los profesores (Wallers-
tein, 1996: 146). Todas esas sugerencias, muchas de ellas ya puestas en
práctica, incluyen, sin embargo, una dimensión institucional. Creo, por
tanto, que el tema de las fronteras nos da la oportunidad de reflexionar

12. Un texto sugerente que realiza una crítica pertinente de las dificultades que representa
un área de estudio, en este caso lajaponología, es: Reader, Ian. "Do we need more
japanese studies or less?", enjapanFarum., vol.l7, núm.l, 1995.
32 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

un poco más allá de esas constataciones, en particular acerca del tipo de


textos que producen las ciencias sociales.
Tomo el ~emplo del ensayo. Tradicionalmente se le ha considerado
como un trabajo incompleto, inmaduro. Be a:hí la connotación peyorativa
que el término "ensayístico" adquirió entre nosotros. "Ensayístico" quiere
decir "poco desarrollado", "ecléctico", con "demasiada opinión". El ensa-
yo se contrapone, así, a una reflexión más dura, propiamente analítica, y
al trabajo empírico, ambos marcados por referencias explícitas y bien
delineadas. El ensayo deja ver un texto en el cual el control de lo dicho se
encuentra relajado. Por ello lo asociamos con la dimensión más subjetiva
de quien lo escribe, lo cual llevó a algunos autores a imaginar la escritura
ensayística como una especie de atributo de corte literario del investiga-
dor, contrapuesto a la frialdad de la razón científica. Podríamos entender
esta disputa sobre el ensayo, su condenación o celebración, como una
yuxtaposición de juicios personales, una especie de interminable juego
entre posiciones incompatibles: liviandad versus precisión en caso de su
refutación; rigor científico versus libertad cuando salimos en su defensa.
Me interesa sobre todo subrayar la razón de este antagonismo. No resulta
fortuita sino que proviene de una cuestión previa: la delimitación de las
fronteras. En el fondo se discute en qué medida un determinado tipo de
exposición se ajustaría o no a las exigencias de un campo del saber. Hay
razones históricas para que ello suceda. Mucho antes del surgimiento de
las ciencias sociales el ensayismo representaba una práctica común entre
los escritores y comentaristas de los fenómenos sociales. Puede hasta
decirse que se trataba de la técnica expositiva dominante. Basta mirar a los
intelectuales del siglo pasado para constatar que "escribían de otro modo".
Para la realización de mi estudio sobre Francia en el siglo XIX, tuve la
oportunidad de leer a una serie de autores, hoy prácticament~ deconoci-
dos, pero que en su tiempo dominaban la escena intelectual. 13 Cito el caso
del trabajo monumental de Georges d'Avenel, Les mécanismes de la vie
moderne. Escrito entre 1896 y 1902, aborda temas como la alimentación, el
transporte, las tiendas de departamentos, la ciudad. Difícilmente la mane-
ra de escribir y la composición de este texto se ajustarían a las exigencias
propuestas por Durkheim. En razón de nuestra lectura del pasado a través
de los cánones institucionalizados por nuestras disciplinas, tenemos a veces

13. Me n~fiero a Cultura e modemidatk, Brasiliense, Sao Paulo, 1992.


RENATO ÜRTIZ 33

la tendencia a olvidar que la escritura sociológica tuvo que conquistar su


lugar frente al ensayismo dominante hasta entonces; esto se comprueba al
acercarse a una publicación del tipo Revue dR Deux MondRs donde el
pensamiento de los articulistas parece organizarse al sabor de la idiosin-
crasia de cada uno. No se trata, sin embargo, de un estilo personal, de algo
peculiar de éste o aquel autor, sino de una forma expresiva que marca el
espíritu de una época. Hasta ese momento, en razón de la ausencia de
parámetros alternativos para la evaluación de lo que se decía, el ensayo
podía ser considerado como un estilo convincente.
No obstante, con el advenimiento de las ciencias sociales como campo
-autónomo de saber, las cosas cambiaron. Durkheim se rebeló contra el
eclecticismo de su tiempo, contra esa manera mundana de hablar sobre los
acontecimientos sociales, justamente porque se escapaba de una normali-
zación del lenguaje (aunque en las ciencias sociales esta normalización
resulte siempre relativa). El antídoto que propuso consistía en el manejo
de un lenguaje con mayor capacidad de control del raciocinio. Este
eclecticismo del pensamiento, que en Francia comenzó a verse en entre-
dicho con el surgimiento de la sociología, perduró en los países periféricos
durante buena parte del siglo XX. Ortega y Gasset (no olvidemos que
España está considerado como un país subdesarrollado en el contexto
europeo), Gilberto Freyre y Oliveira Viana son, en este caso, figuras
ejemplares. Los textos que producen, con independencia de su valor, se
orientan más por su inclinación personal que por la austeridad del pensa-
miento: investigación de archivos, control de fuentes históricas, abstención
de juicios personales, realización de investigaciones empíricas, etcétera.
Escriben en sintonía con un tipo de lenguaje que prescinde de cualquier
normatividad disciplinaria; esto es posible porque la autonomización de las
ciencias sociales en los países periféricos se realizó en forma desacompa-
sada con respecto a los países centrales (Francia, Alemania, Estados Uni-
dos, Inglaterra). 14 En América Latina fue apenas en la década de los
cincuenta cuando la universidad moderna comienza a consolidarse. La
creación de cursos de posgrado y de institutos de investigación resultó

14. En el caso brasileño este proceso de autonomización se llevó a efecto en Jos años cuarenta
y cincuenta. Véase: Arruda, M.A. "A sociología no Brasil: Flores tan Fernandes e a escola
paulista", en Miceli, S. (coord.), Histária das ciincias sociais no Brasil, vol.n, Sumaré, Sao
Pimlo, 1995. Acerca del ensayismo como lenguaje específico del pensamiento brasile-
ño, véase: Rugai Bastos, Elide. "O ensaísmo dos anos 20 e a formac;:ao nacional", en
Boletim de Intercambio, núm.5, Río de Janeiro, 1986.
34 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

todavía más tardía (data de los años sesenta, setenta y, en algunos países,
de los años ochenta). La crítica al ensayismo revela, por tanto, la
necesidad de trazar el horizonte de una disciplina todavía desconocida. Su
contorno, de hecho, es aún vago; resulta preciso afirmarlo con mayor
énfasis, lograr mayor nitidez.
Pero ¿qué decir de ahora cuando las ciencias sociales ya cuentan con
una historia consolidada? Si consideramos la idea de "frontera" en el
sentido de especialización, creo que resulta posible imaginar las cosas de
otra manera. Si uno de los problemas con que nos enfrentamos es el de la
fragmentación del trabajo, de la segmentación disciplinaria, el ensayo
podría considerarse como una artimaña para romper con esta ausencia de
comunicación. Justamente por su condición de libertad, es decir, por no
mantenerse preso en la tradición de cada disciplina o área temática, el
ensayo tendría mejores oportunidades para escapar del conservadurismo
vigente. No estoy proponiendo, desde luego, su consideración como
sustituto de la reflexión analítica o de la investigación empírica; ello
resultaría insensato. No estoy alimentando tampoco una visión idílica o
romántica de la escritura ensayística (como los posmodernos en antropo-
logía). Tampoco creo que hoy resulte posible la escritura de textos a la
Ortega y Gasset. El eclecticismo de los autores anteriores resultó posible
dentro de una situación histórica específica en la que el pensamiento social
se estructuraba según otros parámetros. Pienso en el ensayo como la forma
deliberada de propiciar un corto circuito en las barreras impuestas por las
especializaciones. Deliberada en el sentido de una acción controlada cuyos
objetivos resultan explícitos. Esto significa que debe tomar en cuenta el
conocimiento que se acumula al interior de las especialidades; negarlo
sería desconocer la validez de las informaciones, de las verdades construidas
en cada una de ellas. Vi~ar de una disciplina a otra, de área en área, implica
transitar por las fronteras a partir de saberes ya constituidos. Desde esta
perspectiva la escritura ensayística, por trascender las especialidades, pue-
de funcionar como un estímulo al trabajo intelectual. Al escapar de la
· rutina disciplinaria se abre la posibilidad de imaginar nuevas hipótesis,
proponer cuestiones desde un punto de vista móvil y no enraizado en
lugares institucionales. Preguntas y dudas que, de regreso, podrían cobrar
un impacto positivo para el avance de las investigaciones realizadas en cada
una de las especializaciones existentes.
Convendría ahora reconsiderar la pregunta inicial anterior a esta
digresión. De la misma forma que los límites nacionales no desaparecen
RENATO ÜRTIZ 35

con la globalización, o la distinción entre arte y cultura popular con la


posmodernidad, las divisiones disciplinarias tampoco pueden verse anula-
das. La cuestión no es su aniquilamiento, su declinación. Trascenderlas
significa otorgar al trabajo intelectual una dimensión donde las ciencias
sociales se realicen de la mejor manera posible; lo que significaría un
contrapeso necesario a los mecanismos de institucionalización y a los
procesos rutinarios del saber, a la segmentación del pensamiento y a la
reproducción de las luchas por el poder al interior del campo intelectual.

TTT

Si la historicidad del objeto sociológico nos permitió entender la continui-


dad de un conjunto de problemas de las ciencias sociales, es necesario
agregar que también nos abrió la posibilidad de pensar su cambio. Tal vez
uno de los argumentos más fuertes contra el inmovilismo intelectual sea
el recordar que por su carácter histórico el objeto de las ciencias sociales
se ve modificado, en ocasiones en forma sustancial. Como afirma Octávio
lanni:

Si las ciencias sociales nacen y se desarrollan como formas de autocon-


ciencia científica de la realidad social, puede suponerse que es posible
desafiadas cuando la realidad ya no es la misma. El contrapunto entre
pensamiento y pensado, o entre lógico e histórico, puede alterarse un
poco, o mucho, cuando uno de los términos se modifica y, más aún,
cuando se transfigura (Ianni, 1992: 171).

Pienso que esas transformaciones pueden hoy sintetizarse en torno a la


temática de la globalización. Por más impreciso que parezca el concepto
posee un sesgo muy positivo: explicita el ámbito de cambio en el mundo
contemporáneo. Las relaciones de trabajo, la economía, las corrientes
migratorias, las producciones culturales, diversos aspectos de la realidad
se ven penetrados por un conjunto de fuerzas que recomponen el marco
de las relaciones sociales. No se trata de la simple constatación de la
emergencia de nuevos objetos o temas de estudio. Las implicaciones
resultan más amplias. Hablar de sociedad global, de world system, de
modernidad-mundo (la variedad de términos significa que todavía no hay
acuerdo acerca de la manera de calificar esas transformaciones) implica
36 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

afirmar la existencia de relaciones sociales que forman parte ahora de una


megasociedad, hecho reciente en la historia de las sociedades. Hasta hace
poco, la totalidad trabajada por sociólogos, antropólogos e historiadores
se encontraba delimitada por fronteras específicas: la nación, la tribu, las
civilizaciones. En ningún momento el análisis presuponía la presencia de
una realidad al interior de la cual emergerían relaciones sociales mundia-
lizadas, es decir, cuya organicidad no se definiría ya en relación con los
anteriores límites. El proceso de globalización altera en forma sensible el
objeto de las ciencias sociales. En la medida en que atraviesa, desigual y
diferenciadamente, las diversas formaciones sociales del planeta, las clases
y los grupos sociales, resulta necesario preguntarse por su lógica, por sus
nexos estructurales. Esa lógica que no proviene de la interacción entre las
partes que la constituyen sino que, por el contrario, va penetrando y
obligando su redefinición. La unidad de referencia para el análisis socio-
lógico adquiere así una dimensión que alcanza nivel mundial.
La cuestión radica en cómo calificar esos cambios y de qué manera
inciden sobre el pensamiento que busca comprenderlos. ¿Serán éstos
síntomas de un nuevo paradigma? Es común que digamos que se agotó el
paradigma de la modernidad y que nos encontramos ante la presencia de
otros paradigmas, el de la posmodernidad o el de la globalización. Pregun-
to, en consecuencia, si esta forma de plantear el problema resulta convin-
cente, es decir, rentable desde el punto de vista analítico. ¿La modernidad,
la posmodernidad, la globalización serán en sí paradigmasil- Evidentemen-
te el término no se usa ya en el sentido kuhniana. El uso que se hace ahora
de él resulta más alusivo, yo diría metafórico. Pero si_~nt~I1Q~gl()S_~r
paradigma __un -marco .teórico a .partir del cual pensar la sociedad, me
parecería extraña su confusión con lo que quiere pensarse. Si modernidad,
posmodernidad o globalización son condiciones (para seguir un poco la
propuesta de Lyotard, 1979), esto es, articulaciones concretas de la reali-
dad, no veo cómo asimilarlas a la referencia teórica que pretende esclare-
cerlas. Finalmente, una condición es algo de lo que no puede escaparse,
una situación histórica, un contexto en el que todos estaríamos inmersos.
¿Por qué identificar entonces el contexto con el instrumento reflexivo que
lo aprehende? Por esa razón prefiero pensar que modernidad y globaliza-
ción no representan paradigma~. Aclaro mejor mi afirmación, si tomo a
un autor como Simmel, y su interés por la moda, puedo enunciar este dato
de dos maneras: para Simmel el paradigma de la modernidad explica el
fenómeno de la moda; Simmel se interesa por la moda en la medida en
RENATO ÜRTIZ 37

que remite a un fenómeno más amplio: la modernidad. En el primer caso,


la modernidad se asocia con la idea de paradigma; en el segundo, la frase
adquiere otro significado. La moda es apenas un objeto que permitiría a
Simrrtel entender un proceso social que le es anterior. Dicho de otra
manera, el autor procura revelar por medio de objetos heurísticos -la
ciudad, la moda, el dinero- los mecanismos de la modernidad. Decir "la
modernidad es un paradigma" en realidad representaría un obstáculo
para el raciocinio; es decir, nos induciría a armar la explicación de otra
manera. Puedo decir lo mismo con respecto a la globalización. Para mí,
lejos de estar frente a un paradigma (lo que sitúa el debate sobre lo nueve
y lo viejo en otro plano), lo que me interesa reconocer es la especificidad
de un proceso social. Puedo entonces buscar los objetos heurísticos -e;
consumo, las prácticas juveniles, las ciudades globales, las finanzas- que lo
expliciten. 15 El hecho de que esos objetos sean mundiales, pero no por
necesidad planetarios, que poseen una dimensión global pero no abarcan
el planeta por entero (no. todos comen en "McDonald's"; no todos los
jóvenes usan jeans; el uso de la televisión por más amplio que sea no alcanza
a una parte considerable de la población del globo) resulta entonces
secundario. Importa que esos objetos contengan en sí articulaciones que
remitan a aspectos centrales del proceso como un todo; deslindarlas
significa comprender la condición en la que .nos situamos.
Puedo ahora retomar mi argumentación. La globalización constituye
una situación histórica que plantea la redefinición de las relaciones socia-
les. Para aprehenderlas es necesario repensar determinados aspectos de
las ciencias sociales. No se trata en rigor de un cambio paradigmático (sea
o no en el sentido propuesto por Kuhn) sino que el conjunto de conceptos
que poseemos en razón de la propia historicidad del objeto, fueron
acuñados para dar inteligibilidad a otro contexto. En los casos de la
sociología, la ciencía política y la historia, la referencia al Estado-nación
h~ resultado preponderante. Conceptos como identidad nacional, parti-
dos, historia nacional o modernización resultan aplicables en la medida
en que se postula a la nación como unidad integradora de los procesos
sociales. Cito el informe de la Comisión Gulbenkian:

15. Fue éste precisamente el procedimiento que utilicé para la realización de Mundializarao
e cultura (Brasiliense, Sao Paulo, 1994).
38 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

Tradicionalmente las ciencias sociales siempre se centraron en forma


excesiva en la noción de Estado, en el sentido de que era en los estados
donde se buscaban los marcos -supuestamente obvios- en que los
procesos analizados por las ciencias sociales tenían lugar. Esto resultó
especialmente verdadero para quien estudiara el mundo occidental, o
sea, la historia y el trío formado por las ciencias sociales nomotéticas
(la economía, la ciencia política y la sociología). Es verdad que ni la
antropología ni los estudios orientales tomaban al Estado como refe-
rencia central, pero esto se debía al hecho de que en esos casos las
zonas estudiadas no se consideraban como espacios afectados por las
estructuras sociales modernas, las que se localizarían, por definición,
dentro de los estados modernos. Después de 1945, con el surgimiento
de los estudios por áreas y la consecuent~ expansión del dominio
empírico de la historia y de las tres ciencias sociales nomotéticas al
mundo no occidental, esas regiones no occidentales pasaron a ser
también objeto de análisis estadocéntricos. El concepto de desarrollo
-clave para el periodo posterior a 1945- comenzó por referir, antes
que otra cosa, al desarrollo de cada Estado aislado, tomado como
unidad singular (Wallerstein, 1996: 116-117).

Este punto de partida tenía su validez en el pasado reciente, aunque para


el análisis de las sociedades contemporáneas se encuentra seriamente
comprometido. De ahí la necesidad de elaborar un marco conceptual
capaz de hacer inteligibles los procesos que nos envuelven. Sin ello, la
razón se ve disminuida ante la realidad. Gran parte de esta revisión
conceptual se encuentra ya en marcha. "Desterritorialización", "globali-
zación", "mundialización", "cultura internacional-popular", "desancla-
je", "política interna mundial" son categorías que buscan articular una
nl!_eva comprensión de los fenómenos sociales. Es verdad que no existe
todavía un consenso disciplinario en relación con su uso. Las transforma-
ciones resultan complejas y la tradición académica ejerce muchas veces un
papel inhibidor para su aprehensión. Estas categorías pueden resultar
hasta incompletas, pero tienen el mérito de revitalizar el pensamiento,
impulsando la razón científica más allá de sus inhibiciones.
La conquista de nuevos conceptos nos permite dar otro paso adelante
todavía: construir en forma global algunos de nuestros objetos de estudio.
Un ejemplo lo representa la juventud. Como fenómeno social puede
pensarse de forma interna en las sociedades nacionales -la juventud en
RENATO ÜRTIZ 39

Estados Unidos, en Gran Bretaña o en México. Una forma más abarcan te


sería considerarla desde un punto de vista comparativo, con lo que se
sobrepasarían los anteriores límites, pero permaneceríamos en el plano
de la comprensión tradicional de las ciencias sociales. El análisis compara-
tivo requiere de la autonomía de las unidades a compararse, en este caso
las naciones, para luego acercar las convergencias y marcar las discrepan-
cias entre el'Ias. Una propuesta radical la representaría considerar a la
juventud como un fenómeno mundializado. Evidentemente deberíamos
definir lo que entendemos por juventud, no se trata de naturalizar un
· concepto sociológico/ 6 pero subrayo que lo importante es que el pensa-
miento, al situarse dentro de esta perspectiva, es capaz de presuponer la
existencia de estratos juveniles desterritorializados para, en seguida, en
forma abstracta, reunirlos en cuanto objeto sociológico. Ya no serían los
países, las sociedades nacionales, el foco central de la definición territorial
sino un conjunto de elementos -maneras de pensar, de vestir, de
comunicarse, de comportarse- que servirían como parámetro. 'Juventud"
sería, por tanto, el entrecruzamiento de esas maneras de ser, formas de
expresarse, cuyas dimensiones se encuentran mundializadas. Éste es uno
entre varios ejemplos posibles; podríamos imaginar otros, como la moda,
el deporte, la publicidad, la comunicación. Los temas resultan arbitrarios,
pero insisto en la desterritorialización como el punto de partida para
la construcción del objeto. Démarche que nos hace pasar del concepto a la
investigación empírica abriendo nuevos rumbos para la investigación.
Antes me había referido a las tradiciones regionalizadas de las ciencias
sociales que se diferenciaban en función de los lugares de la producción
del conocimiento. Pregunto ahora ¿la globalización incide de alguna
manera sobre este movimiento? Creo que sí. No se trata de decir que se
agotó el tiempo de las tradiciones; tengo la certeza de que la historicidad
localizada de los objetos sociológicos alimenta el interés de las diversas
disciplinas existentes. Sin embargo, pueden apuntarse algunas tendencias
recientes. Primero, en lo que toca a la "universalización" de los conceptos
(las comillas son deliberadas). Hemos visto cómo las ciencias sociales, por
estar impregnadas de contexto, tienen dificultades para universalizarse.
¿Qué decir en ese sentido cuando la situación histórica en cuestión posee

16. La crítica de Bourdieu a esta tendencia de naturalización de los conceptos resulta aquí
pertinente. Véase: "Lajeunessen'estqu'un mot", en Questions desociologie, Minuit, París,
1980.
. 40 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

una dimensión global? El rango de validez de los conceptos se vuelve, en


verdad, más amplio. La modernidad-mundo es una condición de la socie-
dad global que al volverse objeto de reflexión requiere de un aparato
conceptual que, en principio, dé cuenta de su amplitud. No obstante sería
incorrecto pensar que los análisis sociológicos podrían ser hoy más univer-
sales que en el pasado. El estatuto de la explicación sociológica, tal como
lo discute Passeron, permanece idéntico. No hay por qué imaginarse que
los cambios históricos repercutirán en forma inmediata en la naturaleza
de lo que está considerándose. Pero como nos enfrentamos a un objeto
que nos permea a todos, la amplitud de la interpretación adquiere una
nueva envergadura. Al agrandarse, el contexto de la sociedad global define
una situación donde la explicación ya no se encuentra amarrada ~
misma manera a los contextos regionalizados. Surge así un nuevr:(Íi:tga,y},'
una nueva referencia para el conocimiento: el mundo. Cómo se afeCte éste
último por las influencias de las tradiciones localizadas representa una
cuestión abierta; se trata, por tanto, de un territorio virtual que reacomoda
la forma en que las ciencias sociales se han desarrollado hasta ahora.
Otras implicaciones surgen de este hecho. Privilegiar un punto de vista
desterritorializado significa considerar al mundo como referencia. El
observar qué lo aprehende ya no puede centrarse en determinados espa-
cios regionales. Es necesaria la realización de un esfuerzo capaz de desen-
raizar el punto de vista del investigador. Sus vínculos, sobre todo su
identidad nacional, de alguna manera deben ser puestos en entredicho.
Sé que ello representa un artificio analítico, que el autor se verá siempre
tensionado por una variedad de vínculos, pero hacerlos explícitos nos
permite situar la construcción del objeto dentro de otros parámetros. En
este sentido, es preciso que las ciencias sociales reconozcan que mucho de
lo que ha sido escrito ha estado marcado por la geografía de sus articula-
ciones. Por ejemplo, en América Latina la urgencia de la cuestión nacional
tuvo implicaciones directas en cuanto al tipo de epistemología que se
elaboró por parte del análisis sociológico. El caso de la teoría de la
dependencia resulta, en este sentido, ejemplar.
En otro plano podemos situar al eurocentrismo. Poco discutido por
los autores europeos y norteamericanos, que no tienen interés en explici-
tar las barreras de su propio pensamiento, el eurocentrismo marca a las
ciencias sociales desde su origen. No me refiero sólo al eurocentrismo
como ideología, tal como lo considera Samir Amin, un culturalismo que
disfraza sus raíces particularistas en el universalismo de la civilización
RENATO ÜRTIZ 41

occidental (Amín, 1989). Sé que ésta constituye una dimensión importante


de su existencia mítica, aspecto que legitima una visión equívoca que
todavía predomina en el medio académico. Subrayo la existencia de un
eurocentrismo conceptual que impregna los análisis y orienta la reflexión
en una dirección contraproducente. Un ejemplo: la pregunta ¿por qué el
capitalismo nació en Occidente? no constituye una indagación ingenua.
Por un lado, aspira a la comprensión del surgimiento de un determinado
fenómeno social: el capitalismo. Ello es válido y sugerente. La respuesta
P?drá o no ser convincente. Por eso los estudios de Max Weber sobre las
sociedades orientales fueron discutidos y en muchos puntos refutados por
diversos autores. 17 Sin embargo, con independencia de la respuesta, se
olvida que la indagación, desde su formulación inicial, está viciada. Se
postula la idea de Occidente como de un contrapunto del Oriente. ¿Esta
oposición binaria entre sociedades y culturas tiene algún sustrato históri-
co?, ¿posee alguna validez heurística? Evidentemente la respuesta es no.
En cuanto formaciones sociales diferenciadas, con dificultad podríamos
identificar la civilización china con el mundo musulmán y con la sociedad
india. Pero cuando reflexionamos dentro de un marco dicotómico, ese
tour de force analítico se realiza sin mucha ceremonia. Rodinson tiene razón
al afirmar que no existe un Oriente; cuando miramos la historia de los
pueblos no europeos nos encontramos con una diversidad inmensa de
sociedades y de civilizaciones (Rodinson, 1989) en las que nada las identi-
fica bajo un rasgo común. Y si el Oriente constituye una ficción, debería~
mos extraer de esa afirmación su corolario: el Occidente tampoco puede
existir. La "civilización occidental", t:elebrada por el culto al progreso, o
vista con desconfianza por sus críticos, representa una quimera analítica;
quimera que, no obstante, tiene consecuencias en el plano del pensamien-
18
to. Cuando preguntamos ¿por qué Japón tuvo éxito económico? supone-
mos en forma implícita que ese éxito no debería de haber ocurrido.
Finalmente, si se acepta que el capitalismo es un fenómeno occidental, no
tendría sentido buscarlo en tierras tan extrañas. Por tanto, dado que la
realidad niega este juicio de valor, ·es necesario explicar la contradicción
entre la expectativa creada y lo que efectivamente sucedió. La explicación
debe, por tanto, residir en las cualidades intrínsecas, excepcionales, de una
sociedad particular, la japonesa (perspectiva que refuerza las interpreta-

17. El trabajo de Maxime Rodinson es clásico: Islam y capitalismo, Siglo XXI, México, 1973.
18. Véase: Morishima, Michio (1982). Capitalis1TU! et confucianis1TU!, Flammarion, París.
42 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

ciones de cuño nacionalista muy de moda en la literatura nihonjinron) .19


¿No sería más interesante abandonar la premisa anterior y decir simple-
mente que ni el capitalismo ni la modernidad son occidentales? Se trata
de procesÓs que surgen en la coyuntura de un determinado lugar de
Europa (y no en toda ella) pero que desde el principio no incluye una
lógica que se encuentre determinada sólo por las fronteras territoriales;
esto lleva a admitir que elementos nuevos de modernidad (por ejemplo,
el toyotismo) pueden desarrollarse dentro de contextos diferenciados.
¿Por qué vincular el análisis sociológico a una contraposición entre Orien-
te y Occidente, como si las nociones geográficas resultaran todavía válidas
para la comprensión de las relaciones sociales? Sólo un cierto conformismo
intelectual, reforzado por la creencia eurocéntrica,justificaría este tipo de
actitud.
Puede todavía apuntarse un último aspecto. La historia de las ciencias
sociales no está hecha sólo de debates metodológicos, o de luchas al
interior del campo intelectual, tal como la ve Bourdieu. Ella destila en
forma sutil unajerarquía que demarca la posición internacional de quienes
la produce!h El lugar, Europa o Estados Unidos, define un estatuto dife-
renciado en relación con otros lugares, Brasil, México, Japón, India. Todo
sucede como si las reflexiones que se· realizan a partir de contextos
regionales incluyeran un valor teórico menor. Digo "a partir", pues en el
panorama internacional un estudio sobre Japón o América Latina, em-
prendido desde Europa o desde Estados Unidos, tiene un reconocimiento
distinto de aquel qu~ obtenga desde el punto de vista autóctono. En este
caso no tengo dudas de que el mito del eurocentrismo desempeña con
éxito su papel. A. los lugares Europa y Estados Unidos se les confiere UJ1
valor de universalidad que en verdad no poseen;. En contrapartida se
atribuye al resto de las regiones del globo el calificativo de locales: en
principio las explicaciones que se generan en esos contextos se encuentran
restringidas a sus propias fronteras, comprometiendo así su validez univer-
sal. Las razones para que esa distorsión incómoda ocurra (digo "incómo-
. da" pues con dificultad se constituye en tema de las discusiones acadé-
micas, a no ser como denuncia de un colonialismo cultural), son varias.
Aunque el eurocentrismo tiene en ello una función legitimadora, pueden
apuntarse otros motivos. Las ciencias sociales nacieron en Europa y en

19. La literatura nihonjinrcm congrega un conjunto de textos que explican a Japón a partir
de un punto de vista centrado en el nacionalismo japonés.
ffiNATO ÜRTIZ 43

Estados Unidos a fines del siglo XIX, generando una tradición que se
prolonga hasta hoy. No puede olvidarse que el argumento "recursos que
se invierten en la investigación", y que resulta más abundante en los países
centrales, tiene también un papel determinante. De nada serviría imagi-
narnos el desarrollo de las ciencias sociales como un universo por comple-
to reflexivo y sin compromisos, distante de su materialización en departa-
mentos universitarios o institutos de investigación.
Existe, sin embargo, una dimensión que me gustaría recalcar, pues se
relaciona en forma directa con la problemática de la globalización. Ya
había anotado que los temas fundadores de las ciencias sociales en América
Latina son distintos de los que han sido materia de los pensadores euro-
peos. Agrego ahora otro elemento: en América Latina, en particular en lo
que respecta a disciplinas como la sociología y la ciencia política, la
discusión se centró históricamente en torno a la inacabada modernidad:
"ideas fuera de lugar", "ausencia de una revolución burguesa", "forma-
ción incompleta del Estado-nación", "inconsistencia en la formación de
los partidos políticos", "democratización restringida", "imposibilidad de
construcción de una cultura ciudadana". Yo diría que persiste una idea
fundamental que permea la totalidad de estos temas, la de la falta, 1(,1.
ausencio.. Pueden ennumerarse varias maneras en que los temas\e aborda-
ron, pero existe una constante que atraviesa el siglo, una tecla que nos
remite al mismo punto de manera invariable: el de la identidad nacional. 20
Es verdad que esta identidad se trabajará de manera diferencial a lo largo
de la historia, conforme a las inclinaciones teóricas e ideológicas de los
autores, pero la preocupación por la pregunta ¿quiénes somos? perman~
ce. La temática de la identidad·constituyó, así, el móvil de los artistas (J,os
modernistas en la década de los veinte), les políticos, ios literatos y lo~
intelectuales. Pero ¿qué significa esta ausencia? Toda identidad implica la
existens:i;¡,.Qe, una .refers:n.cia..~latinoamericanas· la
repreaenta la modernilllad. Por ello, para responder a la pregunta ¿quiénes
somos? debtamos pasar · necesariaJ!lente por una cuestión preliminas
~qut}U.9 que np t_()IDOS\1 La ausencia es justo la distancia que mide el
desfasamiento entre- aquello que anhelábamos ser y lo que somos en
realidad. Dentro de esta perspectiva, la construcción del objeto sociológico

20. Sobre la problemática de la identidad nacional en Brasil, consultar: Ortiz, Renato.


Cultura brasileira e identidade nacional, Brasiliense, Sao Paulo, 1985; Mota, Carlos Gui-
lherme. Ideologia da cultura brasilúra, Auca, Sao Paulo, 1977.
44 PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES HOY

introyectaba una necesidad histórica. En forma contraria a los pensadores


europeos, para quienes la modernidad se presentaba como un dato obje-
tivo, los·intelectuales latinoamericanos producían estudios que oscilaban
entre la comprensión de la realidad y el compromiso con el futuro. Sus
análisis se encontraban prisioneros entre el presente y el porvenir. En este
sentido, yo diría que los científicos sociales norteamericanos y europeos
disfrutaban de una vent~a en relación con sus pares. El contexto de los
temas era en forma simultánea objeto de estudio y referencia universal
para las teorías y metodologías desarrolladas. Esta ventaja situacional
desapareció frente a la modernidad-mundo. En la medida en que todos
nos vamos involucrando en un mismo contexto, pensarlo dejó de ser una
condición exclusiva desde éste o aquel lugar. Y resulta posible ir todavía
más allá en este tipo de raciocinio. Con la globalización los investigadore~
europeos y norteamericanos se encuentran en una condición semejante a
l<J, d~ los intelectuales latinoamtuicanos en relación con la moderni~
dady la construcción de la nación. Ellos están ahora obligados a escribir
acerca de temas determinados por las exigencias del presente y por las
incertidumbres del futuro. Por ello, mucho de lo que se ha producido
sobre la globalización viene marcado por un punto de vista europeo, la
necesidad de construcción de la comunidad europea, o norteamericana,
o cómo equilibrar la posición de un país que pierde poder en el seno del
orden mundial. Estas perspectivas regionales tienen su validez de la misma
forma que el debate sobre la cuestión nacional resultaba relevante para los
latinoamericanos, pero los alcances dejan cada vez más de ser restringidos.

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