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J.R.

Salvador LA RESTAURACIÓN (1875-1902) 1


LA RESTAURACIÓN (1875-1902)

Con la proclamación de Alfonso XII en Sagunto se inaugura en España una nueva etapa histórica conocida con
el nombre de Restauración, que comprende el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la regencia de su esposa
María Cristina (1885-1902). Con el reinado de Alfonso XIII (1902-1933), que estudiaremos en otro tema,
comienza su crisis, que desembocará en la Segunda República.

Una nueva Constitución, la de 1876, rige los destinos de España, aunque a su amparo se desarrolla todo un
conjunto entramado de intereses y componendas políticas en el que intervienen los dos grandes partidos que se
turnan en el Poder: el conservador y el liberal. Al margen del Gobierno del país queda una parte considerable
de las fuerzas políticas españolas.

Por otra parte, un vigoroso renacimiento de las culturas regionales va a desembocar en Cataluña en una
corriente política contraria al centralismo y partidaria de la autonomía administrativa y cultural de las
regiones.

La clase obrera empieza a encuadrarse en organizaciones propias y a liberarse de la tutela política de las
clases altas. España acelera su desarrollo industrial, aunque, fundamentalmente, sigue siendo un país agrario.

El siglo XIX se cierra para Espana con una amarga derrota ante una pujante nación industrial: los Estados
Unidos. España pierde sus últimas colonias americanas y asiáticas.

0. EL FIN DE LA 1ª REPÚBLICA Y EL COMIENZO DE LA RESTAURACIÓN

El fin de la República tuvo lugar la noche del 2 al 3 de enero de 1874, cuando el general Pavía, al frente de un
pelotón de guardias civiles, entró en las Cortes, las disolvió y entregó el poder a Serrano.

Se formó un Gobierno provisional de carácter conservador presidido por el general Serrano, quien continuó la
guerra contra los carlistas y logró dominar Cartagena, el último reducto de la sublevación cantonal.

Mientras tanto, don Antonio Cánovas del Castillo reorganizaba las filas de los partidarios de don Alfonso, el
primogénito de Isabel II. Este, desde el colegio militar de Sandhurst (Inglaterra), se dirigió con un manifiesto al
país en tono conciliador y liberal.

Cánovas quería que la entronización del príncipe Alfonso se diese como algo natural y no como un acto de
fuerza. Pero algunos sectores del Ejército se impacientaron, y el día 29 de diciembre de 1874 el general Martínez
Campos se sublevaba en Sagunto y proclamaba rey de España a Alfonso XII. El general Serrano tomaba el
camino del exilio y el 31 de diciembre de 1874 quedó constituido el Ministerio de Regencia, presidido por
Cánovas del Castillo, para aguardar la llegada del nuevo rey.

1. EL SISTEMA POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN: LOS FUNDAMENTOS DEL


SISTEMA DE CÁNOVAS

El 31 de diciembre de 1874, un pronunciamiento militar en Sagunto, encabezado por el general Martínez


Campos, restauró la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII. El día 14 de enero de 1875 el nuevo rey
hace su entrada triunfal en Madrid. El pueblo español, que en 1868 había destronado a su madre Isabel II, le
recibe esperanzado. Después de más de cuarenta años de convulsiones, guerras civiles, pronunciamientos y
estériles pugnas entre moderados y progresistas, el país necesita paz y tranquilidad.

Tanto el nuevo monarca como el político malagueño Antonio Cánovas del Castillo, verdadero arquitecto del
régimen de la Restauración, quisieron constituir una monarquía civilista, que alejara el fantasma del
pronunciamiento militar y la guerra civil.

1.1. LA CONSTITUCIÓN DE 1876

En enero de 1876 se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes y, aunque fueron convocadas por el sistema
de sufragio universal, carecieron de las libertades más elementales. Las leyes contra la libertad de prensa y la
ilegalización de numerosos partidos políticos hicieron de estas elecciones las menos libres de la Restauración.

El resultado concedió al partido conservador una abrumadora mayoría (el 85 % de la Cámara) que se tradujo en
el control absoluto de las Cortes Constituyentes. Sin embargo, Cánovas intentó elaborar un texto constitucional
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pragmático y flexible que pudiera dar satisfacción a la mayoría permitiese el desenvolvimiento pacífico de la
vida política española. La Constitución de 1876 contenía los elementos esenciales del ideario liberal moderado,
siendo su texto muy similar al de 1845. Por otro lado, urgía resolver el problema planteado entre la soberanía
nacional y la soberanía del rey.

· La soberanía nacional, reconocida en la Constitución de 1869, era sustituida por la «soberanía compartida»
entre el rey y las Cortes.
· En la cuestión religiosa, los conservadores trataron de contentar al mismo tiempo a los liberales y a los
integristas con una ambigua fórmula que dejaba a salvo la confesionalidad católica del Estado y también la
libertad de cultos.
· Los poderes del monarca eran muy amplios: inviolabilidad del rey; potestad de legislar, compartida con las
Cortes, y de sancionar y promulgar las leyes; mando supremo de las fuerzas armadas y, sobre todo, prerrogativa
real para nombrar y cesar ministros y para convocar y disolver el Parlamento. El Gobierno, por tanto, era
nombrado por el rey, pero era responsable ante las Cortes.
. Las Cortes tenían una estructura bicameral. El Senado estaba integrado por tres clases de senadores: por
derecho propio (los hijos del rey, los Grandes de España y la alta jerarquía militar, eclesiástica o administrativa);
vitalicios (designados por el rey entre los más destacados académicos, catedráticos, etc.); y elegidos mediante un
sufragio restringido e indirecto por las corporaciones del Estado y por los mayores contribuyentes.

En cuanto al sistema electoral - censitario en un primer momento por una ley electoral de 1878 -, la Constitución
de 1876 no proclamaba el sufragio universal, pero tampoco lo descartaba definitivamente. El sufragio universal
se implantó en 1890, por presión de los liberales, republicanos y un sector de la clase obrera.

La Constitución de 1876 estuvo vigente hasta 1923, siendo, pues, la que tuvo vida más larga, y esto es un hecho
a su favor. Pero dejaba fuera de la participación política a amplios sectores e opinión, como los carlistas, los
republicanos y las masas obreras y campesinas. Además, fue constantemente violada por los partidos en el Poder
- ya fueran conservadores o liberales -, y la manipulación de las elecciones por el Gobierno y la compra de votos
por los jefes políticos y los caciques falseó sistemáticamente la voluntad nacional.

La Constitución de 1876 daba la impresión de que España vivía en el mejor de los mundos, pero en realidad la
clase dirigente y la massa del país se iban distanciando cada vez más.

1.2. EL SISTEMA CANOVISTA

A) El bipartidismo y el turnismo político

Cánovas del Castillo, defensor a ultranza del bipartidismo inglés como único medio eficaz para estabilizar la
monarquía parlamentaria, configuró un sistema político basado en la alternancia pacífica en el gobierno de dos
grandes partidos. Para que esto fuera posible, era necesario unificar los distintos grupos y tendencias liberales en
torno a dos formaciones.

Cánovas, desde el gobierno, se convirtió en líder del Partido Conservador, que agrupaba a los antiguos militantes
de la Unión Liberal y a los moderados históricos: era el partido de la aristocracia y de los grandes propietarios de
tierras, apoyados por amplio sectores del Ejército y la Iglesia.

Sin embargo, para que el sistema funcionase se necesitaba otro gran partido que aceptase la Constitución de
1876 y la monarquía restaurada, y se alternase en el Poder con el partido conservador. El nuevo gran partido será
el fusionista más conocido con el nombre de Partido Liberal. Su jefe indiscutible fue Práxeedes Mateo Sagasta e
integraba a los antiguos progresistas, demócratas, monárquicos radicales y republicanos moderados:
representaba los intereses de los medios industriales y mercantiles y de los grandes exportadores de vinos.

Los conservadores insistirán en el mantenimiento del orden, mientras que los liberales propugnarán mayores
libertades políticas individuales. Pero ambos partidos, liberal y conservador, representan los intereses de unos
grupos sociales y económicos que, a lo largo del siglo, han ido reforzando sus posiciones y se consideran
satisfechos con las conquistas liberales, tan trabajosamente conseguidas. En el fondo, las diferencias que
separaban a ambos partidos eran inapreciables.

Durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la mayor parte de la Regencia de María Cristina de Habsburgo
(1885-1902), Cánovas y Sagasta se sucedieron alternativamente al frente del gobierno.
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En el Pacto de El Pardo (1885) Cánovas y Sagasta acordaron el turno pacífico entre sus dos partidos. Tras un
período prudencial (de dos a cinco años) de permanencia en el gobierno de uno de los partidos dinásticos (así se
llamaba a liberales y conservadores), el rey, haciendo uso de la prerrogativa regia, nombraba presidente del
Consejo al jefe del otro partido turnante, se disolvían las Cortes, y el nuevo partido, ya en el poder, preparaba las
elecciones y a través de la manipulación lograba siempre obtener la mayoría en el Parlamento. El turno pacífico
entre el partido conservador y el partido liberal funcionó casi a la perfección hasta la crisis de 1898, cuando
comenzaron las críticas hacia el sistema y las divisiones internas de los partidos dinásticos.

Fuera del sistema de turno de partidos quedaban los carlistas, que, acaudillados por Nocedal, se oponían en
bloque al sistema, y desde la prensa y los escaños de las Cortes no dieron tregua a ningún Gobierno.

Los republicanos, lógicamente, tampoco colaboraron con el régimen de la Restauración. Sólo una fracción, la de
Castelar, llamada “posibilista”, decidió apoyar a los liberales cuando en 1890 se implantó el sufragio universal.
Pero los republicanos “puros” de Salmerón y los “federalistas” de Pi y Margall nunca aceptaron entrar en el
juego del poder. Por su parte, los pequeños propietarios se agruparon en una “Liga Agraria”, acaudillada por
Gamazo.

La gran ausente del sistema de la restauración fue la clase obrera y campesina. Gran parte de las masas
campersinas, sobre todo en Andalucía, y gran parte de la clase obrera, principalmente en Cataluña, Aragón y
Valencia, se desinteresará de la política para conseguir un cambio violento de la sociedad mediante la doctrina
anarquista. Otro sector de la clase obrera, centrado sobre todo en Madrid, el País Vasco y Asturias, intentará la
vía política, para transformar la sociedad, a través del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado
clandestinamente en 1879 por Pablo Iglesias y un grupo de obreros de Madrid.

B) El caciquismo

La intervención gubernamental en las elecciones se producía esencialmente por el «encasillado», un sistema por
el que los dos partidos dinásticos acordaban los candidatos que se presentarían en cada una de las
circunscripciones, con objeto de evitar la competencia y asegurarse de que saldrían elegidos diputados los que
previamente se hubiera convenido. Además los partidos dinásticos utilizaban otras formas de fraude electoral
conocidas como “pucherazo”, que iban desde la violencia ejercida sobre candidatos y militantes hasta la
manipulación en las mesas electorales, la existencia de «embotados» o «micos» (personas que sustituían a los
electores) y la compra de votos.

El caciquismo formó también parte de las relaciones sociales, sobre todo en el ámbito rural. Los grandes
propietarios de tierras utilizaron su control sobre ayuntamientos y diputaciones provinciales para someter a los
campesinos y jornaleros, creando una tupida red de clientelismos y favoritismos que frenó el desarrollo de una
sociedad democrática.

2. LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE EL REINADO DE ALFONSO XII (1875-1884):


EL GOBIERNO CONSERVADOR DE CÁNOVAS

El partido conservador dirigido por Cánovas estuvo en el gobierno casi ininterrumpidamente desde 1875 a 1884,
es decir, durante todo el reinado de Alfonso XII - excepto un paréntesis de gobierno liberal de 1881 a 1883 -.
Durante estos años llevó a cabo una política pacificadora que consiguió terminar con la sublevación carlista que
arreciaba en el norte de España y momentáneamente con la guerra de Cuba, donde los independentistas se
hallaban en guerra contra el dominio español desde el año 1868.

A) La guerra carlista

El gobierno de Cánovas heredó el conflicto carlista y logró ponerle fin tras más de un año de enconados
enfrentamientos. Alfonso XII, que se presenta a los ojos de la nación como pacificador, se pone a la cabeza del
ejército y, después de pacificar la zona centro y Cataluña, ocupa Irún, Tolosa y Estella, la capital del pretendiente
carlista Carlos VII, quien en febrero de 1876 se ve obligado a cruzar la frontera y refugiarse en Francia. Termina
así la oposición armada de los carlistas, que desde 1833 originó tres guerras (PROCESO DE ABOLICIÓN
FORAL Y CONCIERTOS ECONÓMICOS)

B) Cuba
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Terminada la guerra carlista, Cánovas envió a Cuba un importante ejército para someter a los independentistas
que se habían sublevado durante el Sexenio Democrático. Cuba y Puerto Rico eran colonias fundamentales para
mantener el comercio exterior de la Península, y el gobierno español trató de combinar la acción militar con la
concesión de una cierta autonomía que pudiera pacificar la zona. En noviembre de 1876 el general Martinez
Campos desembarcó en Cuba al mando de un ejército de más de 25.000 hombres y, tras lograr reducir a los
rebeldes, firmó en 1878 la Paz de Zanjón, que puso término a diez años de lucha (la “guerra larga”) y cuyas
principales estipulaciones hacían referencia a la concesión de una amplia amnistía para los vencidos y a la
aplicación de un estatuto similar al que ya disfrutaba Puerto Rico.

Pacificado el país y depuestas las armas, quedaban por pacificar los espíritus. A ello tendió la Constitución de
1876 y el sistema canovista explicado antes.

3. LA REGENCIA DE MARIA CRISTINA (1885-1902)

El 25 de noviembre de 1885 moría de tuberculosis el rey Alfonso XII a los 28 años de edad y once de reinado.
En tan corto espacio de tiempo supo ganarse el afecto de la mayoría de los españoles y cumplió
escrupulosamente sus deberes de rey constitucional.

Su segunda esposa, la reina María Cristina de Habsburgo, le sucedió con el título de “reina gobernadora”
primero y de “regente” más tarde, cuando el 17 de mayo de 1886 dio a luz al que desde su nacimiento se llamó
Alfonso XIII.

3.1. EL GOBIERNO “LARGO” LIBERAL DE SAGASTA

Hacia 1885, los partidos conservador y liberal habían conseguido ampliar la base política del sistema de la
Restauración, desde el monarquismo más conservador al republicanismo moderado, y la aceptación mayoritaria
de la monarquía parlamentaria.

La muerte de Alfonso XII provocó una situación delicada. Aparte de que una regencia es un régimen siempre
provisional, la monarquía restaurada todavía no estaba sólidamente asentada y se corría el peligro de que las
luchas políticas de los partidos acabasen con ella. Cánovas aprovechó la coyuntura para ensayar la alternancia
con el Partido Liberal. El jefe conservador creyó que la muerte del monarca suscitaría una rebelión republicana y
carlista, y que este peligro podría ser contenido más fácilmente por los liberales que por su propio partido; así,
tras consultar privadamente a Sagasta y con el pretexto jurídico de que sus poderes caducaban con la muerte del
rey, aconsejó a la regente doña María Cristina de Habsburgo que designara un gobierno liberal. Así, Cánovas y
Sagasta llegaron a un acuerdo por el que ambos partidos - el conservador y el liberal - se turnarían pacíficamente
y de modo periódico en el Gobierno: es el Pacto de El Pardo.

Las importantes reformas democráticas del gobierno liberal presidido por Sagasta (1885-1890) - supresión de la
esclavitud en Cuba (1886), ley de asociaciones (1887), ley del jurado (1888), nuevo Código Civil (1889) y
restablecimiento del sufragio universal (1890) - cambiaron sustancialmente el carácter moderado de la
Constitución de 1876 y sirvieron para consolidar el régimen de la Restauración. Sagasta no tuvo éxito, sin
embargo, en sacar adelante una ley de reforma militar que preveía el servicio militar obligatorio y la
reorganización del ejército.

Hasta finales del siglo XIX se sucedieron alternativamente gobiernos liberales y conservadores. Cánovas
presidió el gabinete de 1890 a 1892, Sagasta de 1892 a 1895 y otra vez Cánovas de 1895 a 1897, fecha en que
fue asesinado por el anarquista Angiolillo. Los siguientes gobiernos fueron encabezados por Azcárraga, Sagasta
y Francisco Silvela, nuevo jefe del partido conservador que obtuvo el poder en 1899.

Este acuerdo de los partidos turnantes aunque resolvió pacíficamente el problema del gobierno de la nación,
aumentó aún más la corrupción administrativa y sobre todo la manipulación de las elecciones y de los votos
populares. En efecto, para que los liberales, por ejemplo, pudiesen gobernar de acuerdo con la Constitución,
tendrían que contar con una mayoría de diputados y de senadores de su propio partido; por tanto, en las
elecciones correspondientes debían obtener esa mayoría de diputados y senadores liberales. El ministro de la
Gobernación indicaba a los gobernadores civiles el número de diputados liberales y conservadores que debía
obtenerse en su provincia. El gobernador civil, a su vez, se ponía de acuerdo con alcaldes y “caciques” para
obtener el número de diputados liberales y conservadores en cada municipio o distrito electoral. Cuando tocaba
el turno de gobernar a los conservadores, la operación era la misma, con la diferencia de que la mayoría de
diputados y senadores que debía salir elegida sería conservadora y la minoría liberal. Y todo ello sin tener en
cuenta la auténtica voluntad de los electores. Las elecciones llegaron a ser una farsa, y el abismo entre la clase
política y el resto del pueblo se fue ensanchando cada vez más.
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3.2. LA DÉCADA DE LOS 90

3.3. LA GUERRAS COLONIALES Y LA PÉRDIDA DE LAS ÚLTIMAS COLONIAS: EL


“DESASTRE” DE 1898

El problema más grave que se le planteó a la regencia de María Cristina fue el de Cuba.

Ni la sociedad española ni sus gobernantes entendieron el problema de Cuba. Parecía desdoro y mengua del
honor nacional hacer concesiones a los deseos autonomistas de los cubanos. Un proyecto de Antonio Maura,
ministro de Ultramar en 1893, por el que se concedía a los isleños una amplia autonomía, fue rechazado por las
Cortes y Maura fue tachado de separatista.

Cuba era uno de los principales productores de azúcar y tabaco del mundo, y era un magnífico mercado para los
productos textiles catalanes y una salida natural para la emigración penunsular española. Ello explica en buena
medida la obstinación española en no hacer la mínima concesión a los deseos autonomistas.

Por otra parte, los Estados Unidos, una vez completada la conquista del Far West y en marcha su fabuloso
proceso de industrialización, ansiaban extenderse fuera de sus fronteras. Además, gran parte del comercio
cubano dependía de los Estados Unidos.

Los norteamericanos nunca disimularon sus simpatías por los rebeldes cubanos, a quienes ayudaron con armas,
dinero y voluntarios, y en varias ocasiones habían presionado sobre los Gobiernos españoles para que les
vendiesen Cuba, cosa a la que siempre se negaron.

La Paz de Zanjón (1878) no consiguió terminar definitivamente con el movimiento independendista en Cuba,
que volvió a resurgir en 1879 (guerra chiquita), 1883, 1885 y 1895. El 24 de febrero de 1895, con el Grito de
Baire comienza la segunda guerra de la independencia cubana. La insurrección tenía su base social en el guajiro
o campesino; su caudillo fue José Martí, a la cabeza del Partido Revolucionario Cubano; sus jefes militares
fueron Antonio Maceo y Máxomo Gómez, y su táctica favorita fue la guerrilla. Iniciaron en febrero de 1895 una
fuerte ofensiva insurreccional en la zona oriental de la isla.

El general Martínez Campos llevó la campaña de Cuba con tacto y habilidad política, y logró derrotar a José
Martí en la acción de Dos Ríos, donde murió el caudillo cubano. Pero sus medidas conciliadoras no lograron
sofocar la rebelión, y fue sustituido por el general Valeriano Weyler.

Weyler, con los nuevos refuerzos enviados desde la Península, llegó a tener bajo su mando a más de 200.000
hombres. La guerra, combatida heroica y encarnizadamente por ambos bandos, diezmó al ejército español, pero
más bajas aún causaron el clima y las terribles epidemias de fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales.

La energía y dureza de Weyler produjeron sus frutos: Maceo fue derrotado y muerto en el combate de Punta
Brava. Pero sus medidas provocaron la indignada protesta de la prensa y del Gobierno de los Estados Unidos.

El año 1896 fue verdaderamente crítico, pues no sólo fracasó la política represiva llevada a cabo por el general
Weyler en Cuba, sino que la guerra hizo su aparición también en Filipinas, guiadas por Aguinaldo y el poeta
Rizal. El general Polavieja aplicó métodos brutales de represión.

El pueblo español, ignorante de la superioridad militar de los Estados Unidos e instigado por una prensa
irresponsable, pedía a grandes gritos la guerra contra los norteamericanos. El Gobierno de Cánovas, que conocía
perfectamente nuestra inferioridad militar, y sobre todo naval, cedió a las presiones norteamericanas, y en
febrero de 1897 concedió a Cuba una amplia autonomía. Pero ya era demasiado tarde.

El general Blanco, que había sustituido en Cuba a Weyler, inició una política de pacificación, pero Máximo
Gómez rechazó la autonomía y cualquier iniciativa de paz. La guerra continuó.

En el mes de agosto de 1897, Cánovas caía asesinado por el anarquista italiano Angiolillo. Suben los liberales al
Poder, y es Sagasta el que tiene que hacer frente a la grave crisis y a la liquidación de los restos de nuestro
imperio en Ultramar.

En 1898 cambió el rumbo de la guerra en Cuba a causa de la intervención estadounidense. El presidente


norteamericano Mac Kinley presentó al Gobierno español un ultimátum: o España vendía Cuba a los Estados
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Unidos o éstos intervendrían militarmente. El Gobierno español respondió que prefería arruinarse a vender algo
que consideraba como parte integrante del territorio nacional.

Un incidente fortuito - o provocado - precipitó los acontecimientos. El 15 de febrero de 1898 el acorazado


norteamericano Maine estalló en el puerto de La Habana. La extraña explosión del Maine fue la excusa para que
el Gobierno de los Estados Unidos, influido por el informe Mac Kinley y por el secretario de Estado de Marina
Teodoro Roosvelt, interviniera directamente en la guerra: los Estados Unidos acusaron al Gobierno español de la
explosión, y el día 18 de abril declararon la guerra a España. Posteriormente, en 1911, se demostró que la
explosión se había producido en la sala de máquinas del Maine y que España era inocente de la acusación de
haberío volado. El Gobierno de los Estados Unidos nunca pudo borrar la sospecha de que la voladura del Maine
fue una provocación norteamericana para justificar la declaración de guerra a España.

El pueblo español recibió la noticia de la declaración de guerra con manifestaciones de entusiasmo delirante. Era
inconcebible que una joven nación sin pasado ni tradición militar se atreviese a hacer frente a una nación como
España, abrumada por la herencia gloriosa de inigualables victorias militares.

Pero el Gobierno, los generales y almirantes españoles conocían a fondo la gravedad de la situación.

El 30 de abril la escuadra del almirante americano Dewey destrozaba en Cavite, Filipinas, a la diminuta escuadra
española del almirante Montojo. Manila quedó aislada y capituló el 12 de agosto.

En aguas del Caribe, la escuadra española del Almirante Cervera se vio obligada a fondear en Santiago de Cuba,
donde quedó bloqueada por la escuadra del almirante Sampson. Mientras tanto, las tropas americanas
desembarcaban en Cuba. Una pequeña fuerza de cuatro batallones españoles mantuvo a raya a toda una división
norteamericana en El Caney, hasta que sólo quedaron ochenta supervivientes.
El Gobierno español ordenó al almirante Cervera que la flota zarpase de Santiago. En la tarde del 3 de julio de
1898, los barcos españoles fueron destruidos, uno a uno, a medida que abandonaban el puerto.

Destruida la flota, Cuba y Puerto Rico estaban perdidos para España. Las tropas españolas, a pesar de su gran
derroche de heroísmo, esfuerzo y patriotismo, tuvieron que capitular.

Perdida la guerra, ya sólo quedaba firmar la paz. La firma tuvo lugar en París- Tratado de París - el 10 de
diciembre de 1898. Las condiciones fueron duras. España concedía a Cuba su independencia bajo la
administración de Estados Unidos y cedía a los Estados Unidos Puerto Rico, las Filipinas y Guam, en el
archipiélago de las Marianas. Se cerraba así un capítulo de la historia de España empezado cuatro siglos antes.

3.4. LA CRISIS DEL 98 Y LAS CRÍTICAS AL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN.


REGENERACIONISMO Y GENERACIÓN DEL 98

El pueblo español no salía de su asombro. De golpe se vio obligado a enfrentarse con la triste realidad. Y la
realidad era que nuestro país seguía siendo, en un mundo superindustrializado, un país campesino y atrasado. El
Desastre de 1898 provocó una tremenda conmoción en todas las conciencias, y toda una generación de escritores
empezará a reflexionar sobre nuestro pasado y sobre las causas de nuestra decadencia y debilidad, con el firme
propósito de sacar a España de su postración y de llevarla por el camino de su regeneración. Esta generación que
reflexiona y escribe sobre los males de su tiempo, será conocida con el nombre de Generación del 98. Forman
parte de este grupo Antonio Machado, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Valle-Inclán y Azorín.

4. REGIONALISMOS Y NACIONALISMOS
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