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Caminando en Santidad I

Escrito por Pilar Herrera en 02 Agosto 2016. Publicado en Reunión de mujeres

RETIRO DE
MUJERES EN PALMA DE MALLORCA

Introducción

Podía haber elegido un tema más popular o más atractivo, pero me temo
que no ha sido así. En mi tiempo devocional estoy leyendo y estudiando
a fondo la vida de José, que es fascinante, y que ha sido un reto para mi
vida. Tan fiel a su Dios, tan noble, tan íntegro en todo, y ¿por qué era
así? “porque Jehová estaba con él”. Esta pequeña frase se repite muchas
veces en la vida de José, y esa es la clave, que el Señor estaba con él y él
era fiel a su Señor, no quería pecar contra Dios “¿cómo, pues, haría yo
este mal, y pecaría contra Dios?”. Estas palabras salieron de su boca
cuando la mujer de Potifar quiso adulterar con él, pero él se negó. Yo
deseo ese temor de no pecar contra Dios en mi vida.

Lo que necesito y necesitamos todos los creyentes es ser más santos y


caminar en santidad. Es un tema muy serio y esencial porque “Sin
santidad nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
Así que, para que tengamos una idea más clara de lo que voy a hablar,
he dividido el tema de la santidad en dos partes. La primera charla,
tendrá que ver con la definición y la teoría de la santidad y la
santificación, y la segunda charla, que será esta tarde, tendrá que ver
más con la práctica, cómo caminar en santidad en mi propia vida y los
medios que nos puedan ayudar.

Espero con la ayuda del Señor que salgamos todas bendecidas y con una
visión más clara de lo que implica andar o caminar en santidad en cada
área de nuestra vida y de nuestro ser entero.

¿Qué es ser santos?

“Sed santos porque yo soy santo” (1ª Pedro 1:14-16). La base para exigir
santidad en nuestras vidas es porque Dios es santo.

Por lo tanto, antes de analizar nuestra santificación, tenemos que ir un


paso más atrás y entender qué significa que Dios es santo. “¿Quién no
te temerá, oh Señor, y engrandecerá tu nombre? Porque tú solo eres
santo” (Apocalipsis 15:4). Solo Él es infinita, independiente e
inmutablemente santo. Con frecuencia Dios es llamado “El Santo” en la
Escritura. Es pureza absoluta, “magnífico en santidad” (Éxodo 15:11).

La palabra santo o santidad significa “estar separado o apartado de lo


común”, pero también significa “estar dedicado a otra cosa”. La santidad
de Dios es su separación de todo lo que no tiene que ver con Dios. Él es
especial, Dios es tan alto, tan sublime, tan hermoso, tan separado de lo
corriente y ordinario. Es tan puro que no puede ver el pecado ni la
maldad. Cuando decimos que Dios es santo, estamos señalando la gran
diferencia que existe entre Él y todas las criaturas. Es tan majestuoso, que
es digno de ser honrado, alabado y adorado.

Cuando Isaías tuvo la visión de Dios en su trono (Isaías 6:1-13) el cántico


de los serafines era “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la
tierra está llena de su gloria” (v.3). Es la repetición de una sola palabra
“santo”. Los judíos del Antiguo Testamento tenían diferentes técnicas
para indicar énfasis. Una de ellas era el método de la repetición de
palabras. Jesús mismo usó la repetición de palabras “De cierto, de cierto
os digo”. Esto significaba que lo que iba a decir era de suma importancia.
Sin embargo la Biblia raramente repite algo hasta tres veces seguidas. El
hacerlo, como aquí en Isaías, es elevarlo a un grado superlativo y darle
un énfasis de muchísima importancia.

En las Escrituras no encontramos ningún atributo que se menciona tres


veces seguidas como este de santo, santo, santo. No se dice que Dios es
amor, amor, amor; o que es misericordioso, misericordioso,
misericordioso. Isaías vio la santidad de Dios y como consecuencia vio
su pecaminosidad y suciedad espiritual. Cuanto más nos acercamos al
Señor, más conscientes seremos de nuestro pecado. Isaías reconoció su
pecado de labios y de su pueblo, y cayó con la culpa sobre sí. Pero Dios
no lo dejó en este estado, proveyó limpieza y envió a un ángel para
sanarlo. Su pecado y culpa fue limpiado y quitado. Ya era una nueva
persona, preparada para la misión que se le iba a encomendar: “¿a quién
enviaré? Envíame a mí”.

Volvamos a nuestra definición de la palabra “santo”. Uno de sus


significados principales es “separado”, que viene de la palabra “cortar o
separar”. Dios está por encima y más allá de nosotros. Cuando la Biblia
llama a Dios “santo”, significa principalmente que Él está por encima de
todos nosotros, es estar “separado” de todo lo común y corriente. No es
meramente una cualidad moral o ética de que Él es puro, que lo es sino
mucho más.

Solo Dios es santo por naturaleza, las demás personas o cosas santas,
primero tuvieron que ser consagradas o santificadas por Dios. Solo Dios
en sí mismo es santo y solo Él puede santificar a lo demás. Él puede hacer
que lo común se convierta en algo especial, diferente, separado. Por
ejemplo la tierra que pisó Moisés cuando vio la zarza ardiendo, Dios le
dijo que se descalzara porque la tierra que pisaba era santa. ¿Cuál era la
diferencia de cualquier otra tierra? que Dios estaba presente y por eso
era santa. El templo era santo, algunos utensilios utilizados en el templo,
el pueblo de Dios es santo, los creyentes somos llamados santos etc.
Por lo tanto, es bajo esta visión de Isaías que tenemos que ser santos
como nuestro Padre celestial es santo. Sin entender su santidad
difícilmente entenderemos cómo ser nosotros santos y caminar en
santidad.

¿Qué es la santificación?

La santificación es una obra progresiva de Dios y del hombre que nos


lleva a estar cada vez más libres del pecado y a ser más semejantes a
Cristo. Somos salvados para vivir en santidad, el objetivo de la redención
es la santidad.

Aunque el creyente ha sido perdonado y limpiado de su pecado por la


obra de Cristo en la cruz, eso no quiere decir que haya eliminado de su
vida todo pecado. El creyente no está aun amoldado a la imagen de
Cristo, esto era lo que el apóstol Pablo buscaba: “…hasta que Cristo sea
formado en vosotros” (Gálatas 4:19). Aunque hemos sido liberados del
poder y dominio del pecado, no quiere decir que se ha eliminado todo
pecado de nuestro corazón, todavía pecamos y pecaremos mientras
estemos en esta vida y en este cuerpo de nuestra humillación.

El verdadero creyente siempre tendrá esa lucha con el pecado, siempre


habrá un conflicto en su corazón. Tenemos que tener claro que aunque
el pecado permanece, no por ello debe tomar dominio de nosotros. Hay
una total diferencia entre que el pecado sobreviva y que el pecado reine:
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1ª Juan 3:9).
Como dice John Murray en su libro “La redención consumada y
aplicada”: “Es el objeto de la santificación que el pecado sea más y más
mortificado, y la santidad alimentada y cultivada”.

Diferencias entre la justificación y la santificación

Creo que muchos llamados cristianos confunden estos dos términos, y


por ello veo conveniente el que veamos las diferencias entre ellos.
Posición legal / Condición interna
La justificación es un acto declarativo de Dios, somos pecadores pero Él
nos considera justos por la obra de Cristo. Él como juez nos declara
justos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Sin embargo la
santificación es una condición interna de nuestra lucha con el pecado, es
algo subjetivo y no objetivo.

Hay una frase muy famosa de Lutero para captar esta idea:”Simul justus
et peccator”. Significa: “Justo y pecador al mismo tiempo”. Somos justos
en Cristo, a través de Cristo y por Cristo, mientras aun luchamos contra
nuestro pecado.
Una vez para siempre / Continúa durante toda la vida

La justificación es una vez para siempre, cuando Dios nos da la vida en


Cristo Jesús y nos regenera es un acto único, irrepetible. Es el nuevo
nacimiento, o estamos vivos o estamos muertos, no podemos estar vivos
de forma parcial o a medias. Sin embargo en la santificación es un
proceso gradual que va a durar toda la vida. Nuestra santificación
empieza con nuestra justificación. Sin justificación no hay santificación,
pero en cuanto somos justificados, entonces empieza nuestra
santificación, porque hemos sido salvados para ser santos.

Es por completo obra de Dios / Nosotros cooperamos

Es Dios como juez quien nos justifica y declara justos ante Él, nosotros
no podemos hacer nada, es obra absolutamente divina. En nuestra
salvación la obra es enteramente de Dios trino. Pero en la santificación
se nos llama y exhorta a actuar, a participar “Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor…” (Filipenses 2:12-13). En Romanos 6:11-
12, hay expresiones como “consideraos muertos al pecado, … no reine,
pues el pecado en vuestro cuerpo mortal”. En Romanos 8:13 Pablo dice
“si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”.
En Colosenses 3:5 “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros:
fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia
que es idolatría”; 1ª Timoteo 6:12 “Pelea la buena batalla de la fe”; 2ª
Timoteo 2:22 “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia,
la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al
Señor”; Efesios 4:22:24 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos
del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y
renovaos en el espíritu de vuestra mente”; 2ª Corintios
7:1 “…Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor del Señor” . En todos estos
versículos se nos exhorta a luchar, pelear, a ocuparnos, a limpiarnos etc.
porque el propósito de la redención es nuestra santificación y somos
nosotros los que tenemos que actuar con la ayuda del Espíritu Santo.

Perfecta en esta vida / No es perfecta en esta vida


La justificación es perfecta en esta vida, ya estamos seguros, estamos
salvados y Dios nos reconoce como justos, no cabe duda de ello. Es una
justicia perfecta, porque así Cristo Jesús la ganó para nosotros. Nada ni
nadie la puede destruir ni dañar, es una justicia perfecta. Ahora bien,
nuestra santificación no es perfecta “Limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el
temor de Dios” (2ª Corintios 7:1). El que seamos justos no quiere decir
que seamos perfectos. O.P. Gifford ofreció el siguiente ejemplo para
describir la diferencia:

“El buque de vapor cuyo mecanismo está roto puede traerse al puerto y
atarse al muelle. Está a salvo, pero no sano. Las reparaciones pueden
durar largo tiempo. Cristo planea hacernos tanto salvos como sanos. La
justificación proporciona lo primero, estar a salvo; la santificación
proporciona lo segundo, estar sanos”. Y esa reparación va a durar toda
nuestra vida.

Igual para todos los cristianos / Más en unos que en otros

Un creyente no está más justificado que otro. No importa lo que unos u


otros hayan hecho, quizás uno fue un terrible pecador envuelto en los
más terribles de los pecados, y otro, aunque pecador, no se manchó
tanto con el fango del pecado. Sin embargo, cuando Dios justifica a uno
y al otro lo hace de igual manera. Es una obra soberana y única en cada
ser, pero los dos son igualmente justificados, no es uno más que el otro,
porque la obra y justicia de Cristo se imputa sobre ambos por igual. Pero
cuando hablamos de la santificación sabemos incluso por experiencia,
que hay creyentes que son más santos que otros. Todos santos, pero
unos han llegado a ser más semejantes a Cristo que otros. Y eso solo
tenemos que ser honestos y mirarnos unos a otros para darnos cuenta
de esta verdad.

El proceso de la santificación

La santificación comienza con la regeneración. Se produce un cambio


radical, una vez que hemos nacido de nuevo, no podemos continuar
pecando como un hábito o estilo de vida (1º Juan 3:9) “Todo aquel que
es nacido de Dios, no practica el pecado”, porque el poder de la nueva
vida espiritual dentro de nosotros nos guarda de ceder a la vida de
pecado.

Luego este paso inicial en la santificación involucra un rompimiento


definitivo con el poder dominante y amor al pecado, de manera que el
creyente ya no está más controlado o dominado por el pecado, y ya no
le gusta pecar: (Romanos 6:11-14) “Así también vosotros consideraos
muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo
obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros
miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos
vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se
enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”.
El pecado ya no será nuestro amo como lo era antes de nuestra
salvación.

Frecuentemente nos relajamos en cuanto a nuestra santidad. Tendemos


a dejar que pequeños pecaditos (si es que podemos llamarlos así) o
pequeñas zorras echen a perder las viñas, entren en nuestra vida; un
poco de orgullo, alguna mentira, pero piadosa por supuesto, alguna que
otra exageración, algún chisme etc.

Tenemos que ser conscientes de dos verdades, una, que nunca


podremos decir que estamos completamente libres de pecado, porque
nuestra santificación nunca será completa aquí en la tierra. Pero por otro
lado tampoco podemos decir que nos rendimos ante cualquier pecado,
“soy así y seguiré siendo así siempre”. Decir eso es admitir la derrota y
decir que el pecado te domina además de que es un engaño y error.

La santificación es un proceso que continúa a lo largo de toda nuestra


vida cristiana. Aunque Pablo dice que hemos muerto al pecado en
Romanos, no obstante, reconoce que el pecado permanece en nuestras
vidas, pero nos anima a que no reine y que no cedamos ante él. Siempre
va a ver una lucha encarnecida con el pecado.

En Romanos 6 nos habla de que el cuerpo de pecado ha sido destruido,


y que ya no servimos más al pecado, pero ¿en qué sentido ha muerto?
Primero, que ya no es nuestro amo, no tiene dominio completo sobre
nosotros, y segundo, ya no nos lleva al infierno, no nos condena. Pero
aunque haya estas dos razones, no quieren decir que haya dejado de
existir.

A lo largo de nuestra vida vamos siendo transformados de gloria en


gloria “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en
un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2º Corintios 3:18),
y en Hebreos 12:14, se nos exhorta a buscar la santidad sin la cual nadie
verá al Señor.

La santificación se completará en la muerte (para nuestras almas) y


cuando el Señor regrese (para nuestros cuerpos). Mientras estemos en
esta vida seguiremos luchando con nuestro pecado, pero cuando
muramos nuestras almas quedarán libres del pecado y serán perfectas
(Hebreos 12:23) “A los espíritus de los justos hechos perfectos”. Sin
embargo nuestra santificación involucra también nuestros cuerpos, y
hasta que el Señor regrese y nos de un cuerpo glorificado, nuestra
santificación no será completa (Filipenses 3:21) “El cual transformará el
cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de
la gloria suya (la de Cristo), por el poder con el cual puede también
sujetar a sí mismo todas las cosas”.

Explicar la línea del proceso de la santificación, que no es una línea recta


ascendente, sino con altibajos, pero siempre creciendo.

Dios y el hombre cooperan en la santificación

Hay creyentes que piensan que la santificación es una obra de Dios


únicamente, pero yo creo que a la luz de toda la enseñanza de las
Escrituras podemos decir con claridad que el cristiano coopera con Dios
en la santificación. Con esto no quiero decir que tanto Dios como el
hombre participan de la misma manera, pero sí trabajamos por el mismo
propósito. Dios mismo nos llama a cooperar con Él en la santificación.

La parte de Dios

Ya que la santificación es sobre todo obra de Dios, Pablo oró: “Y el mismo


Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma
y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo“(1ª Tesalonicenses 5:23). Dios mismo produce en nosotros
tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:13).
Cristo también es nuestra santificación (1º Corintios 1:30).

Pero es el Espíritu Santo el que obra en nosotros para cambiarnos y


santificarnos (1º Pedro 1:2) “Elegidos según la presciencia de Dios Padre
en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre
de Jesucristo”. Debemos andar y ser guiados por el Espíritu (Gálatas 5:16-
18)”Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque
el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”; (Romanos
8:14)”Porque todos los que sois guiados por el Espíritu de Dios, éstos
son hijos de Dios”. El Espíritu Santo es el Espíritu de santidad y genera
santidad dentro de nosotros.

La parte del hombre

Los santificados no están inactivos en el proceso de la santificación.


Nuestra parte es que dependamos totalmente de Dios que nos santifica,
y a la vez esforzarnos para obedecer a Dios y dar los pasos necesarios
que nos van a ayudar a crecer en santidad.

Pablo nos exhorta a que “demos muerte a los malos hábitos del cuerpo”;
“Que nos esforcemos en nuestra salvación con temor y temblor”
(Filipenses 2:12). Debemos “buscar la santidad sin la cual nadie verá al
Señor” (Hebreos 12:14). “Tenemos que apartarnos de la inmoralidad
sexual, porque la voluntad de Dios es nuestra santificación” (1º
Tesalonicenses 4:3). “Purifiquémonos de todo lo que contamina al
cuerpo” (2ª Corintios 7:1). Esta clase de obediencia conlleva una lucha
constante e involucra un gran esfuerzo de nuestra parte. Debemos hacer
morir y apagar todo lo que sea pecado y pecaminoso, nuestros
pensamientos, obras, palabras, intenciones, caracteres (Romanos 8:13).

En la santificación no hay atajos, como en muchas otras cosas en la vida,


tenemos que confiar y agarrarnos a Dios y tenemos que obedecerle
durante toda nuestra vida. Si descuidamos este esfuerzo nos
convertimos en cristianos pasivos y perezosos.

Conclusión y aplicación

Por lo tanto, podemos resumir esta primera charla diciendo que puesto
que Dios es Santo en su esencia, quiere y llama a su pueblo para que sea
santo como Él.

Él quiere que nos apartemos del pecado y que seamos más como su Hijo
Jesucristo. Ya que nosotros cooperamos con Dios y el Espíritu Santo en
nuestra santificación, ¿estás preparada a someterte a Él y obedecerle en
todo? ¿Te preocupa tu santificación, o has llegado a un punto donde
estás conforme con tu vida espiritual? Dios nos libre de conformarnos
con nuestro estado espiritual. Dios quiere que nos esforcemos en
nuestra santificación y que hagamos morir el pecado en nuestras vidas.
La voluntad de Dios para nosotros no es principalmente que seamos
felices, sino que seamos santas, como Él es santo, porque su voluntad es
nuestra santificación.

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