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Adolf Hitler - Discurso sobre el Arte Alemán (1937)


Publicado por Alonso González de Nájera el septiembre 17, 2016

El siguiente, a nuestro juicio, es un texto clave para la comprensión del fenómeno artístico
del siglo XX, aparte de ser un testimonio único del pensamiento de Adolf Hitler en cuanto a cómo
él, en tanto artista pintor, juzgaba la actividad pictórica y cultural alemana contemporánea. Se
trata del discurso que con gran orgullo pronunció durante la inauguración de la Casa del Arte
Alemán en Múnich el 18 de Julio de 1937, junto con su correspondiente exhibición, que fue
publicado íntegro al día siguiente tanto en el Völkischer Beobachter de Múnich como en
el Freiburger Zeitung. La traducción castellana que ofrecemos aquí tiene como base la
publicación en alemán de este último periódico (pp. 1 y ss.). Además, hemos revisado la
traducción algo enrevesada que ofreciera CEDADE en España ("Adolf Hitler. Discursos Completos
1933-1938"), junto con compararla con diversas versiones fragmentarias que circulan en inglés.
A dicho interesante discurso, lleno de intensos conceptos, criterios rotundos y líricas esperanzas,
le hemos adjuntado, en base a informaciones de diversas fuentes, una breve introducción que
describe el contexto en que fue pronunciado, y entre corchetes hemos agregado algunos datos
clarificadores.

DISCURSO de HITLER al
Inaugurar la CASA del
ARTE ALEMÁN en
Múnich, 18 de Julio de
1937

INTRODUCCIÓN

Adolf Hitler era un


genuino patrón de las
artes, con un amor por la
pintura y la arquitectura,
pero un patrón sólo de
aquellas artes que él
aprobaba. Habiendo sido un pintor en su juventud, Hitler se consideraba a sí mismo el crítico
supremo de lo que era o no era un arte apropiado. El moderno arte "degenerado" estaba
definitivamente fuera. Para promover el arte "apropiado" Hitler hizo construir la Haus der
Deutschen Kunst (Casa del Arte Alemán) en Múnich, para que fuera el escenario de especiales
exhibiciones anuales.

El 18 de Julio de 1937 Adolf Hitler inauguró la primera "Gran Exposición del Arte Alemán" en
la "Haus der Deutschen Kunst" diseñada por Paul Ludwig Troost (1873-1934) en Múnich, y
pronunció en esa ocasión un discurso de apertura, en el que se mostró crítico con el llamado

1
"arte moderno", tratando especialmente con el cubismo, el dadaísmo, el futurismo y el
impresionismo. Algunas partes de este discurso hoy son más relevantes que nunca, lo que
puede ser una razón, además de su falta de idoneidad para una políticamente
correcta "reconciliación con el pasado" (reeducación), para que su texto sea silenciado en todas
partes.

El 14 de Julio de 1937 tuvieron lugar conversaciones en preparación para el "Día del Arte
Alemán" (Tag der Deutschen Kunst), que debía celebrarse en Múnich entre el 16 y el 18 de Julio.
Numerosas actividades fueron programadas para aquel día, como una procesión por la ciudad
representando "2.000 Años de Cultura Alemana". En presencia del Führer, una representación
de Tristan und Isolde en el Teatro Nacional de Múnich abrió las festividades.

La ceremonia de
inauguración de la Haus
der Deutschen Kunst, al
extremo Sur del Jardín
Inglés, el parque más
grande de Múnich,
ocurrió el 18 de Julio.
Hitler había puesto la
piedra angular allí durante
una gran ceremonia el 15
de Octubre de 1933. El
nuevo edificio debía servir
como un reemplazo para
el viejo "Palacio de
Cristal", que había sido
una galería de arte
localizada en el viejo
Jardín Botánico. Años
atrás habían sido
expuestas en ese edificio
colecciones de arte, hasta que resultó completamente destruido por un incendio en 1931. La
apertura de una exposición de arte complementó la inauguración del nuevo edificio. Otra
exposición, la famosamente titulada Entartete Kunst (Arte Degenerado), estaría en exhibición al
mismo tiempo, desde el día siguiente, 19 de Julio.

En esa ocasión, Hitler pronunció un discurso sobre la cultura, un discurso programático acerca
de la política cultural nacionalsocialista y de su concepción del "arte alemán", que fue
marcadamente más interesante que sus conferencias anuales sobre el tema, que él entregaba
en los Congresos del Partido. Hablando en un edificio, la construcción del cual él mismo había
dirigido e influido arquitectónicamente, Hitler encontró inspiración para una sucinta expresión
sin precedentes de sus ideas acerca del arte. Aquella tarde, Hitler presenció un enorme desfile
en Múnich. Al día siguiente, él recorrió la exposición de arte una vez más.

Cuando Hitler abrió oficialmente la "Gran Exposición del Arte Alemán", aquélla fue la primera
de ocho exposiciones celebradas anualmente en Múnich en dicha Casa durante el período 1937-

2
1944, en el que los nacionalsocialistas trataron
de definir y mostrar lo mejor de la creación
artística alemana. Las obras de arte expuestas
fueron elegidas en un concurso público, abierto
a todos los artistas alemanes. Los artistas Adolf
Ziegler, presidente de la Cámara de Bellas Artes
del Reich, el escultor Arno Breker y Karl Albiker,
todos los cuales eran leales al régimen,
formaron originalmente el jurado para la
muestra de 1937, aunque Hitler y Goebbels
estuvieron involucrados personalmente en las
decisiones. Se presentaron 20.000 obras de
todas las formas de arte. 900 trabajos
fueron seleccionados, de los cuales
finalmente fueron exhibidos
600. Posteriormente Hitler colocó a su
fotógrafo Heinrich Hoffmann, junto con el
director Karl Kolb, a cargo de elegir las obras de
arte para esas exposiciones anuales.

Entre las obras exhibidas se incluían desnudos, escenas cotidianas, objetos inanimados
(bodegones), paisajes idealizados, escenas mitológicas, imágenes de trabajadores y héroes, y
sobre todo retratos de gente aria "pura", lo cual fue declarado como la más alta expresión del
arte alemán. Las exposiciones anuales presentaban también escenas militares, retratos
del Führer y otros líderes nacionalsocialistas, sitios asociados con la juventud de Hitler y escenas
que promovían tradiciones alemanas, particularmente arte "volkisch" con escenas agrícolas,
incluyéndose, entre otras, obras de los escultores Josef Thorak, Arno Breker y Fritz Klimsch, y de
reconocidos pintores NS como Leopold Schmutzler (1864-1940), Thomas Baumgartner (1892-
1962), Adolf Wissel(1894-1973), Sepp Hilz (1906-1967) o Paul Junghanns (1876-1958), así como
de Karl Truppe, Alce Eber, Wilhelm Hempfing, Ernst Liebermann y Adolf Ziegler. La participación
en la exposición de arte era casi indispensable para la carrera de un artista en el Estado
nacionalsocialista.

Después del final de la Segunda Guerra Mundial, el edificio del museo fue primero usado por
las fuerzas de ocupación estadounidenses como un comedor para oficiales; en aquel tiempo, el
edificio llegó a ser conocido como el "P1", una abreviatura de la dirección de la calle en que
estaba, en el Nº 1 de la Prinzregentenstrasse. Las autoridades militares estadounidenses
confiscaron la mayor parte de ese arte al final de la Segunda Guerra Mundial, pero muchas obras
fueron devueltas a Alemania en los años '80, donde permanecen almacenadas, no accesibles al
público general. La colección de Arte de Guerra del Ejército estadounidense en Washington aún
retiene varias de las obras confiscadas, principalmente aquellas que muestran retratos de Hitler
y otros líderes y miembros nacionalsocialistas. Muy pocas obras de la antigua Haus der
Deutschen Kunst están en manos privadas hoy.

Comenzando en 1946, las salas del museo, ahora divididas en varias áreas de exposición más
pequeñas, comenzaron a ser usadas como espacio para exhibición temporal de muestras
comerciales y exhibiciones de arte itinerante. Algunas partes del museo también fueron usadas
para presentar obras de las galerías de arte de Múnich que habían sido destruídas durante la

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guerra. En 2002 la Colección Nacional de Artes Modernas y Contemporáneas se trasladó desde
allí a la Pinakothek der Moderne. Hoy, no alojando ninguna exposición de arte permanente
propia, el museo todavía es usado como un edificio para exposiciones temporales e itinerantes.
Desde 1983, el edificio del museo también alberga al club nocturno P1, un conocido sitio de
reunión de la alta sociedad de Múnich.

****

DISCURSO del FÜHRER en la Inauguración de la


PRIMERA GRAN EXPOSICIÓN del ARTE ALEMÁN

München, 18 de Julio de 1937

Cuando hace cuatro años tuvo lugar la solemne colocación de la primera piedra de este
edificio, todos estábamos conscientes de que no sólo se había puesto la piedra de una nueva
Casa, sino que acababa de ser puesto el fundamento de un nuevo y auténtico arte alemán. Se
hacía necesario producir un cambio en el desarrollo de toda la producción cultural alemana. A
muchos les costó renunciar al nombre de Palacio de Cristal de Múnich [Münchener
Glaspalast], así como dar un nuevo nombre a este nuevo edificio. Sin embargo, nosotros
entonces consideramos adecuado proclamar la Casa que debía acoger en sus salas la
continuación de aquella que era la más famosa exposición del arte alemán no como "Nuevo
Palacio de Cristal" sino como la "Casa del Arte Alemán". Porque precisamente estaba la cuestión
de examinar y responder si existía todavía en general un arte alemán.

El hundimiento y
la ruina general
de Alemania,
como sabemos,
no se produjeron
sólo en sus
ámbitos
económico y
político, sino
también, y quizá
en una medida
mucho mayor, en
el cultural.
Este proceso,
Colocación de la primera piedra de la Casa del Arte Alemán, 15 Oct. 1933
además, no era

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posible explicarlo únicamente por el hecho de la derrota bélica. Tales catástrofes han devastado
a menudo a pueblos y Estados, y precisamente ellas han representado frecuentemente el
estímulo para su purificación y, por lo tanto, su elevación interior. Aquella avalancha de fango y
de inmundicia que el año de 1918 había vomitado sobre la superficie de nuestra existencia no
había nacido de la derrota de la guerra, sino que solamente había sido liberada por ella. Un
organismo ya completamente corrompido sólo mediante la derrota sentía toda la extensión de
su descomposición interna. Comenzó entonces, tras el colapso de las aparentemente todavía en
orden previas formas sociales, estatales y culturales, a triunfar aquella bajeza que desde hacía
mucho tiempo había existido en el fondo de todos los ámbitos de nuestra vida.

Por cierto, la ruina económica fue naturalmente la más sentida, ya que solamente ella llegaba
de manera insistente a la conciencia de la gran masa. Frente a ella, el colapso político fue
simplemente negado por numerosos alemanes o, al menos, no fue reconocido, mientras que el
colapso cultural no fue percibido ni comprendido por la inmensa mayoría de nuestro pueblo.

Es digno de destacar que en ese tiempo de creciente decadencia y colapso general


comenzaron a triunfar en la misma medida los slogans y las frases hechas. Pero aquí resultaba
naturalmente más difícil combatir en el largo plazo el ampliamente perceptible colapso
económico con la grandilocuencia de pálidas teorías. Por cierto, también por contraste se habló
infinitamente mucho de los modernos logros de contenido socialista o comunista, de pareceres
económicos liberales, de las eternas leyes de los hechos o de las condiciones de la economía
nacional. Pero la pobreza generalizada, particularmente la provocada por el desempleo de
millones de individuos, no logró ser erradicada, y a pesar de las consecuencias sufridas por los
afligidos, no se dejó de hablar de todo ello. Por lo tanto, ocultar mediante slogans o frases
vacías el desastre económico de la nación se hizo más difícil que disimular la crisis política.

Aquí se dio la posibilidad, al menos en un cierto período tras el nacimiento de la República de


Noviembre [1], mediante ciertos slogans democráticos y marxistas así como por medio de
continuas alusiones a los diversos factores de la "solidaridad internacional", a la efectividad de
los organismos internacionales, etc., de enturbiar la comprensión del pueblo alemán acerca del
colapso y decadencia política sin precedentes, o por lo menos de dificultar su percepción de la
dimensión de ese desastre. Pero con el tiempo, el slogan de "la fuerza de los hechos" sucumbió,
por otra parte, sólo en virtud de la clarificación nacionalsocialista.

[1] NdelT El 9 de Noviembre de 1918, después de que Guillermo II fuera constreñido a abandonar
el poder y el país, fue proclamada la República. El gobierno republicano, apoyado por el partido
socialista y el Centro católico, fue presidido por Ebert, que después se convirtió en presidente de
la república. Nota de CEDADE.

Cada vez más personas reconocían que por medio de la democracia marxista-parlamentaria y la
economía centrista, ellos estaban llegando a una continua y creciente fragmentación ideológica
y política, a una progresiva anulación del sentimiento unitario del pueblo y, por ello, de la
comunidad nacional, lo que llevaría, en consecuencia, a la parálisis de la vitalidad interna y
externa de nuestro pueblo. Aquel incipiente debilitamiento del organismo nacional
alemán provocó, sin embargo, aquella ilegalidad internacional que encontró su compensación
política externa en el constante rechazo a reconocer a Alemania igualdad de derechos.

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Es sólo atribuible a la creencia en la tendencia de los hombres a olvidar, el que hoy se intente
a menudo, por parte de políticos o de diplomáticos extranjeros, dar la impresión de estar con
mucho gusto dispuestos a conceder, o al menos a querer garantizar, a una Alemania
democrática —es decir, regida de manera parlamentaria democrático-marxista— Dios sabe qué
beneficios vitales en este mundo. Ahora bien, esa forma de gobierno democrático-
parlamentaria, prevista en y posteriormente copiada del extranjero, no consiguió siquiera en lo
más mínimo hace algunos años impedir que la Alemania de entonces fuese oprimida,
extorsionada y saqueada hasta que quedó poca cosa que obtener de nuestro pueblo.

No; a pesar de que nuestros enemigos internos y externos procuraron, por razones bastante
evidentes, ocultar la debilidad alemana mediante la acostumbrada vaguedad de las frases
convencionales internacionales, la dureza de los hechos ayudó a que el pueblo alemán se
educara y abriera los ojos acerca del grado del colapso y la decadencia que había sufrido bajo
los auspicios de sus democráticos ideólogos de la Sociedad de Naciones dirigidos por el mundo
occidental.

Más exitosa, y sobre todo más duradera, fue, por otro lado, la confusión de las concepciones,
alcanzada mediante slogans y frases huecas, acerca de la naturaleza de la cultura en general, y
de la vida cultural y de la descomposición cultural alemana en particular.

Ante todo, es necesario decir que:

1) el ámbito de aquellos que de manera informada se ocupaban de las cuestiones culturales no


es, naturalmente, ni de cerca tan amplio como el de los que debían interesarse en las cuestiones
económicas, y

2) en este campo, en un grado mayor que en otros, el judaísmo se había apoderado de aquellos
instrumentos e instituciones que crean y por lo tanto al final terminan gobernando a la
opinión pública. El judaísmo sabía cómo, particularmente por su abuso de su posición en la
prensa, y con la ayuda de la denominada "crítica de arte", no sólo confundir progresivamente la
percepción natural acerca de la esencia, los deberes y el propósito del arte, sino sobre todo
destruir la sana sensibilidad general en dicha área.

En lugar de la razón natural y el instinto humano normales aparecieron


determinados slogans, los que, gracias a su constante repetición, gradualmente dejaron
inseguros de sus convicciones o al menos intimidados a gran parte de aquellos que se ocupaban
de cuestiones artísticas o que juzgaban las producciones artísticas, de forma que aquéllos no se
atrevieron a combatir abierta y claramente el continuo flujo de sofismas.

Comenzando por afirmaciones estéticas de tipo general, como, por ejemplo, que el arte
es internacional, hasta el análisis de las creaciones artísticas en algunas de sus expresiones
esencialmente intrascendentes, se desarrollaba la continua tentativa de confundir la sana razón
y los instintos de la gente. Mientras por una parte se presentaba al arte sólo como un producto
colectivo internacional, destruyendo con ello por lo tanto completamente toda comprensión de
su conexión con el pueblo, por otra parte, se lo vinculaba cada vez más a los tiempos; es
decir, ahora ya no existía un arte de un pueblo, o, mejor, de una raza, sino en cada caso sólo un
arte de una época.

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Según esa teoría, los griegos no le dieron forma al arte griego sino que fue una determinada
época la que les permitió desarrollarse como expresión de ella. Lo mismo es válido
naturalmente para el arte romano, el cual también sólo por casualidad coincidió con el ascenso
del Imperio romano. De manera similar, las posteriores épocas artísticas de la Humanidad no
habrían sido producidas por árabes, germanos, italianos, franceses, etc., sino que, del mismo
modo, fueron fenómenos condicionados por las épocas. Según esto, tampoco hoy existe un arte
alemán o francés, o japonés o chino sino que simplemente se produce un "arte moderno". En
consecuencia, el arte como tal no sólo resulta completamente desconectado de las
producciones de un pueblo, sino que se revela como la expresión de una determinada
generación, el cual hoy es etiquetado con la palabra "moderno" y que por lo tanto mañana
resultará, naturalmente, no moderno, y, como tal, "pasado de moda".

Por tanto, mediante una teoría tal, el arte y la actividad artística resultan ciertamente al final
idénticos al trabajo manual de nuestras modernas sastrerías y talleres de moda, y por lo tanto
están de acuerdo con la máxima «Cada año una cosa diferente». Primero, el impresionismo;
luego el futurismo, el cubismo, y quizá también el dadaísmo, etc. Es por lo tanto bastante claro
que uno encontrará para las más demenciales y monstruosas creaciones miles de expresiones
calificativas; y las ha encontrado. Si, por un lado, no fuese tan lamentable, podría ser casi
divertido constatar con cuántos slogans y frases huecas durante los últimos años los auto-
designados "dedicados al arte" han publicitado y explicado sus penosos productos.

Triste fue comprobar, sin embargo, cómo precisamente mediante esos slogansy embustes no
sólo surgió progresivamente una sensación de inseguridad general en la evaluación de las
producciones o en las aspiraciones artísticas, sino cómo todo eso ayudó a crear y a extender esa
cobardía y ese temor que hizo que hombres por otra parte inteligentes se abstuvieran de tomar
posición contra ese bolchevismo cultural [Kulturbolschewismus], o que no rechazaran a los
despreciables propagandistas de esas incultas estupideces.

Ya he mencionado que la prensa se puso al servicio de la propaganda para ese


envenenamiento de nuestra sana sensibilidad cultural y artística. El factor decisivo fue que
ella consiguió corromper tan gradualmente el entendimiento de sus lectores, que éstos, en
parte por inseguridad, pero en parte también por cobardía, simplemente ya no se atrevieron
a oponerse a esa destrucción del arte y la cultura. Debido a eso sólo entonces los pragmáticos
mercaderes judíos de arte consiguieron ofrecer, y sobre todo valorizar, de la noche a la mañana,
maravillosos garabatos simplemente como la creación de un arte nuevo, y por consiguiente
"moderno", mientras que, por el contrario, obras de gran valor repentinamente eran
despreciadas sin ninguna consideración, y sus autores simplemente sacados del camino como
anticuados.

Es en este calificativo de "moderno" donde radica la justificación de la destrucción de todo


aquello que no desea participar de esas aberraciones. Y así como lamentablemente la
vestimenta no es valorada hoy de acuerdo a su belleza sino sólo según su novedad, y por
consiguiente no de acuerdo a su verdadero valor de belleza, del mismo modo también los viejos
maestros son simplemente marginados, desde que ya no es moderno el tolerarlos
ni adquirirlos. Naturalmente, el artista verdaderamente grande se pondrá en contra de una
concepción de ese tipo. Pero ¿cuántos artistas auténticos y grandes de todas las épocas han
aparecido en el mundo en el pasado? Los genios verdaderamente grandes que han llegado hasta
nosotros desde el pasado fueron también en su época los únicos elegidos entre

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los innumerables que habían sido llamados. Y esos pocos, ciertamente, conscientes de su propio
valer, siempre se habrían puesto en contra —como lo hacen también hoy— de los conceptos de
"moderno" y "no moderno".

Y es que el verdadero arte es y permanece siempre en sus creaciones como un arte eterno,
es decir, no está sujeto a la ley de la valoración de las producciones de los talleres
de sastrería, que se restringe a las estaciones. Su reconocimiento lo recibe en tanto revelación
inmortal que se origina en la naturaleza íntima de un pueblo. Por otra parte, es naturalmente
comprensible que, al compararse con esos gigantes, que son los verdaderos creadores y
portadores de una cultura humana superior, los espíritus inferiores respiren totalmente
aliviados cuando se ven liberados de la opresiva eternidad de esos titanes y se les concede a sus
obras al menos la momentánea importancia que otorga el mundo contemporáneo.

Al que simplemente no está destinado en sus creaciones a la eternidad, tampoco le nace


querer hablar de la eternidad, sino que desea, por el contrario, obscurecer en la mayor medida
posible ante el mundo a esos gigantes que desde el pasado se proyectan en el futuro, a fin de
ser él mismo descubierto —aunque sólo como una débil y pequeña llama— por la búsqueda de
los contemporáneos.

Esos insignificantes garabateadores del arte ciertamente son, en el mejor de los casos,
tan sólo una experiencia momentánea. ¡Ayer inexistentes, hoy "modernos", pasado mañana ya
olvidados! Y fueron precisamente esos ínfimos productores de arte los que quedaron
encantados con la invención judía de la dependencia del arte con respecto a la época, porque si
bien no tenían ninguna perspectiva de sobrevivir como manifestaciones de la eternidad, por
carecer de tal destino, tenían sin embargo la posibilidad de existir, gracias a aquello, al menos
como fenómeno contemporáneo.

Por eso fue de lo más natural que precisamente esa ralea de pequeños fabricantes de
arte contemporáneo ayudara entonces ansiosamente a

1) eliminar la creencia en el vínculo del arte con el Pueblo y por tanto en la inmortalidad en el
tiempo de una obra de arte, y

2) evitar a sus propias obras artísticas la comparación con las creaciones del pasado, para poder
imponer su derecho a la existencia, al menos en el mundo contemporáneo.

Luego la Revolución de Noviembre hizo lo que todavía faltaba para que, en el sentido de la
planificada descomposición, esas insignificantes libélulas del arte fuesen admitidas en las
academias y en las galerías, y se encargó de que por ese medio de ahí en adelante las nuevas
promociones saliesen similares a aquéllas, es decir, también de un formato
insignificante. Porque esos espíritus son más pequeños cuanto mayor es su aversión, no sólo
contra las creaciones de los grandes del pasado, sino también contra toda grandeza
del futuro. Por esto son precisamente esos enanos del arte, que exigen la mayor tolerancia
cuando se critica sus propias producciones, los que ejercitan la mayor intolerancia al evaluar
las creaciones de otros, y no sólo contra los artistas del pasado sino también contra los de la
actualidad. Exactamente como ocurrió en la política, también hubo aquí una conspiración de los
deficientes y los inferiores contra los mejores del pasado, y un temor contra los mejores del
presente, o simplemente contra los presentidos mejores del futuro.

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Tan pocas habilidades positivas tienen ahora para mostrar esos maltratadores del arte como
grande es su bien estudiado léxico lleno de slogans y frases huecas. Sí, de eso ellos tienen
conocimiento. No existe una moderna obra de arte que carezca de una precisa interpretación
impresa de su significado, por lo general incomprensible. Además, una y otra vez benefició a
aquellos miserables fanfarrones del arte la cobardía de nuestra denominada burguesía
acomodada, y, en no menor medida, la falta de seguridad de aquellos que, por haberse
enriquecido rápidamente y sin esfuerzo, carecían en gran medida de educación para poder
valorar de algún modo las obras de arte, los cuales, precisamente por ello, vivían en su mayoría
en el temor de cometer equivocaciones en esa área y por lo tanto de quedar desenmascarados
de improviso por su falta de cultura.

No hubo por lo tanto para esa ralea de productores y distribuidores de arte absolutamente
nada mejor que ayudarse mutuamente, y etiquetar desde el primer momento a todos los que
descubrían el juego o que no querían tomar parte en él, como "incultos ignorantes". Contra los
nuevos ricos, ése era el modo más seguro de anular aquel instinto quizá todavía dormido de
querer defenderse, ya que desde un principio se enfatizaba, en primer lugar, que la obra de arte
en cuestión era de difícil comprensión, y que, en segundo lugar, por lo tanto, precisamente por
eso su precio era extremadamente alto. Y nadie de los de esa clase de advenedizos expertos en
arte quería, por razones comprensibles, que se descubriera que él no poseía ninguna
comprensión del arte, ni tampoco el suficiente dinero para comprar una obra.

Sí, casi se podría decir que entre ese tipo de compradores lo elevado del precio solicitado era
considerado muy a menudo como la mejor prueba de la calidad del producto. Y si la exagerada
alabanza de una estupidez tal era acompañada además por frases incomprensibles, tanto más
fácilmente, por lo tanto, se pagaba el dinero pedido por ella, por cuanto todavía se podía tener
la secreta esperanza de que aquello que uno mismo no comprendía, no podía, desde luego, ser
comprendido por el ojo del vecino, de manera que al comprador, al final, en todo caso le
quedaba al menos la satisfacción de poseer una ventaja bastante clara ante su competidor
económico en cuanto a la comprensión del arte moderno. Después de todo, de uno no podía de
ninguna manera sospecharse que no entendiera una cosa tal. Por el contrario: desde el
momento en que una cosa es por sí misma incomprensible, qué notable personalidad demuestra
ser él, ya que con esa actitud prueba que gracias a Dios ¡todavía forma parte de aquellos que
son capaces de resolver mentalmente tan arduos problemas! Sí, nuestros corruptores
judíos comprendieron demasiado bien a sus inocentes víctimas [2] burguesas, ¡y los modernos
intérpretes del arte que marchan junto a ellos igualmente comprendieron bastante rápido lo
que estaba ocurriendo!

[2] NdelT: El texto alemán dice "a sus Pappenheimer burgueses", haciendo alusión a la
desgraciada familia Pappenheimer, acusada de brujería y ejecutada en 1600. Véase
https://es.wikipedia.org/wiki/Familia_Pappenheimer

Quisiera por lo tanto hacer hoy en este lugar la siguiente observación: Hasta la ascensión del
Nacionalsocialismo al poder existía en Alemania un arte así llamado "moderno", es decir, como
justamente lo dice la esencia de esa palabra, casi cada año algo diferente. Sin embargo, la
Alemania nacionalsocialista desea nuevamente un "arte alemán", y este arte debe ser y
será, como todos los otros valores creativos de un pueblo, un arte eterno. Si, sin embargo, aquél

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no tuviese tal valor de eternidad para nuestro pueblo, entonces ya hoy mismo carecería de un
valor superior.

Por lo tanto, cuando se puso la primera piedra de esta Casa se inició con ello la edificación de
un templo, no para un así llamado "arte moderno", sino para un auténtico y eterno arte alemán,
o mejor aún, una casa para el arte del pueblo alemán, y no para algún arte internacional de
1937, 1940, 1950 ó 1960. Porque el arte no está fundamentado en el tiempo sino únicamente
en los pueblos, y por eso tampoco el artista debe erigir un monumento a una época sino más
bien a su pueblo, porque el tiempo es algo que cambia, y los años llegan y pasan. Lo que existiera
sólo en virtud de una determinada época debería ser tan pasajero como ella misma. Ese carácter
efímero no sólo deterioraría lo que se ha producido antes de nosotros, sino también lo que hoy
está surgiendo o lo que principalmente en el futuro recibirá su conformación.

Nosotros los nacionalsocialistas, en cambio, conocemos sólo un tipo de fugacidad: el carácter


efímero del pueblo mismo. Sus causas ya son conocidas por nosotros. Pero en tanto un pueblo
existe, él permanece como un polo inconmovible en medio del flujo de las apariencias. Él
es aquello que es duradero y que permanece. Y lo mismo ocurre con el arte: en cuanto expresión
de esta naturaleza existente, constituye un monumento eterno, que existe por sí mismo y que es
permanente. Y por eso no existe tampoco un parámetro de ayer o de hoy, de moderno o
anticuado, sino que sólo hay una medida de lo "valioso", y, por lo tanto, de "eterno" o
"transitorio". Y esta eternidad es inherente a la vida de los pueblos, en tanto ellos mismos
permanecen eternos, es decir, mientras existen.

Por lo tanto, cuando hablo de "arte alemán" —para el cual esta Casa fue construida— percibo
el parámetro de su valor en el pueblo alemán, en su naturaleza y en su vida, en sus sentimientos,
en sus impresiones, y veo su desarrollo a través del desarrollo del pueblo alemán. Y por lo tanto
el parámetro del valor o no valor de nuestra vida cultural y, por consiguiente, de nuestra
creación artística, está en el grado de existencia del pueblo.

Por la historia del desarrollo de nuestro pueblo sabemos que éste se compone de un cierto
número de razas más o menos diferentes que, en el curso de los milenios gracias a la influencia
formadora de un determinado núcleo racial dominante, determinaron esta mezcla que hoy
vemos ante nosotros como nuestro pueblo. Esta fuerza que en el pasado formó al pueblo, y que
continúa haciéndolo, existe aún hoy en la misma Humanidad aria que nosotros reconocemos no
sólo como portadora de nuestra propia cultura sino también de las antiguas culturas anteriores
a nosotros. Este tipo de composición de nuestro carácter nacional condiciona la multiformidad
de nuestro propio desarrollo cultural, así como el parentesco natural que resulta de ello con los
pueblos y las culturas de los núcleos raciales similares de las otras familias de pueblos
europeos. De todos modos, sin embargo, nosotros que vemos en el pueblo alemán emergiendo
gradualmente el resultado final de este desarrollo histórico, deseamos un arte que tenga
siempre cada vez más en cuenta el proceso de unificación de esta estructura de razas y que
asuma por ello una orientación homogénea y conclusiva.

A menudo se ha planteado la pregunta de lo que realmente significa en este momento "ser


alemán". Entre todas las definiciones que se han dado en el curso de los siglos y por parte de
muchas personas sobre este asunto, la que me parece probablemente la más respetable es
aquella que no intenta en absoluto proporcionar ante todo alguna explicación, sino que más
bien establece lo que ha sido una norma. La regla más excelente que puedo imaginar para mi

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pueblo en este mundo como tarea de su vida ya fue expresada un día por un gran alemán: "¡Ser
alemán significa ser claro!" [Deutsch sein, heißt klar sein]. Sin embargo, esto significaría que ser
alemán es también ser lógico y, sobre todo, también ser llamado veraz; una norma grandiosa,
que ciertamente obliga a cada individuo a tenerla como su deber y, por ello, a materializarla. A
partir de esta norma, encontramos por lo tanto un criterio válido general para lo correcto,
porque la naturaleza de nuestro arte corresponderá a la ley de vida de nuestro pueblo.

El actual profundo anhelo interior de un auténtico arte alemán, que lleva en sí la influencia
de esta norma de la claridad, siempre ha existido en nuestro pueblo. Dicho anhelo se ha
manifestado en nuestros grandes pintores, en nuestros escultores, en los formadores de nuestra
arquitectura, en nuestros pensadores y poetas, y, quizá, sobre todo, en nuestros músicos.

Cuando en aquel desafortunado 6 de Junio de 1931 el viejo Palacio de


Cristal[Glaspalast] se acabó entre el fuego y las llamas, se quemó con él un inmortal tesoro de
un muy genuino arte alemán. Ellos eran llamados "Románticos", y fueron además, sin embargo,
los mejores representantes de esa búsqueda alemana de la naturaleza real y verdadera de
nuestro pueblo, y de la sincera y decente expresión de esa ley vital
presentida interiormente. Porque no sólo los temas representados fueron decisivos para su
caracterización de la naturaleza alemana, sino igualmente la forma de representación clara
y simple de esos sentimientos. Y, por lo tanto, no es casualidad que precisamente esos
maestros fueran los más cercanos a la parte más alemana, y por tanto más natural, de nuestro
pueblo.

Esos maestros eran y son


inmortales, aún hoy, pues
aunque muchas de sus
creaciones ya no existen
en sus originales, en su
mayoría existen hasta
ahora preservadas en
copias o
en reproducciones. Sin
embargo, tan apartados
estaban el actuar y las
obras de esos hombres de la patética mercantilización de muchos de nuestros modernos así
llamados "artistas creativos", es decir, de sus anti-naturales garabatos y pintarrajos, que éstos
sólo han podido ser cultivados, patrocinados y aprobados gracias a la actividad de personajes
similares, de literatos carentes de escrúpulos, a los cuales, sin embargo, el pueblo alemán en su
sano instinto ha permanecido de todos modos siempre completamente extraño, y los ha
considerado como una abominación.

Nuestros Románticos alemanes de antaño no tuvieron en absoluto la más leve intención de


ser o querer ser antiguos o siquiera modernos. Ellos sentían y percibían como alemanes, y
naturalmente daban por hecho, por consiguiente, que sus obras serían valoradas
permanentemente mientras hubiera un pueblo alemán. Qué tragedia, por lo tanto,
que precisamente sus obras resultasen quemadas, mientras que las producciones de nuestros
modernos fabricantes de arte, que en todo caso han sido anunciadas como pertenecientes a la

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época, desafortunadamente se han conservado simplemente por demasiado tiempo entre
nosotros. Sin embargo, nosotros queremos conservarlas ahora también como documentos de
la más profunda decadencia de nuestro pueblo y su cultura. Además, para dicho propósito
debería servir la exposición del periodo de la decadencia, que también en estos días
inauguramos [Entartete Kunst, Arte Degenerado] y que recomendamos que la visiten los
camaradas del pueblo alemán. Ella va a ser para muchos una saludable enseñanza.

Durante los largos años de


planificación y por lo
tanto de construcción
intelectual y organización
del nuevo Reich, a
menudo me ocupé de
las tareas que el
renacimiento de la Nación
nos iba a imponer,
particularmente en el
área del proceso de limpieza de su vida cultural. Porque Alemania debía resurgir no sólo política
o económicamente, sino realmente ante todo en lo cultural. Sí, yo estaba y estoy convencido de
que esta última área tendrá en el porvenir una importancia mucho mayor todavía que las
otras dos. Siempre he combatido y rechazado la actitud de nuestros pequeños cerebros de la
República de Noviembre que descartaban cualquier gran plan cultural, cualquier gran plan de
construcción, simplemente con su declaración de que a un pueblo arruinado política y
económicamente no se le podía imponer en absoluto la carga de tales proyectos.

Yo, por el contrario, justo después de nuestro colapso era de la convicción de que los pueblos
que alguna vez tropiezan y se encuentran pisoteados por todo el mundo que los rodea, tienen
con toda justicia como primer deber frente a sus opresores expresar y enfatizar aún más
conscientemente su propio valer, pues no existe hoy más orgulloso documento del
superior derecho a la existencia de un pueblo que sus inmortales logros culturales. Por eso
siempre estuve determinado —si el destino nos daba un día la fuerza— a no discutir este asunto
con nadie, sino además a tomar aquí decisiones, porque la comprensión de tareas tan grandes
no es dada a todos.

En cualquier caso, es inútil discutir con espíritus pequeños y materialistas sobre asuntos que
éstos simplemente no comprenden, porque se extienden mucho más allá de sus
horizontes. Pero todavía más equivocado, sin embargo, hubiera sido dejarse realmente
confundir por aquellos que como enemigos fundamentales de un renacimiento nacional
comprendían muy exactamente la importancia de la elevación cultural y que por lo tanto
realmente intentaban por todos los medios obstaculizarla e impedirla.

Entre los numerosos y diversos proyectos que se me ocurrieron durante la guerra y la


posterior época del colapso, estuvo también el de construir en Múnich—la ciudad con la mayor
tradición, con mucho, en exposiciones artísticas—, en vista del estado completamente indigno
del viejo edificio, un nuevo y gran palacio para exhibiciones del arte alemán. Y también pensé
hace muchos años en el lugar que ahora se ha elegido. Pero cuando imprevistamente el
viejo Palacio de Cristal encontró su fin de manera tan terrible, a todo el dolor por
la irreemplazable pérdida de los más altos valores culturales alemanes, amenazaba además el

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peligro de que entonces, por medio de los representantes de la peor descomposición artística
existente en Alemania, se anticipara una tarea que hace muchos años yo ya había contemplado
precisamente como una de las más necesarias del nuevo Reich. Puesto que en 1931 la asunción
del poder por parte del Nacionalsocialismo era una perspectiva que estaba todavía a una
distancia muy incierta, el que este Tercer Reich edificara el nuevo Palacio de Exposiciones era
apenas una posibilidad.

De hecho, durante algún tiempo pareció también que los "hombres de Noviembre" habían
decidido proporcionar en un futuro para la exposición del arte alemán en Múnich un edificio
que, además de que poco tenía que ver con el arte alemán, habría correspondido en cambio
a las circunstancias y condiciones bolcheviques de aquella época. Quizá algunos de ustedes
tienen conocimiento de los proyectos para aquel edificio, previsto entonces en el viejo Jardín
Botánico, ahora tan maravillosamente diseñado. Se trataba de un objeto muy difícil de definir:
un edificio que habría podido ser igualmente una industria textil sajona, o quizá el
mercado cubierto de una ciudad de tamaño mediano, o posiblemente también una estación
ferroviaria, o incluso una piscina techada.

No necesito garantizarles cómo yo sufría entonces con el pensamiento de que a una primera
desgracia la hubiera sucedido ahora una segunda, ni sobre cómo, en consecuencia,
precisamente en este caso particular, quedé verdaderamente contento, dichoso, por la
pusilánime falta de determinación por parte de mis adversarios políticos de entonces. Radicaba
allí a pesar de todo quizá la única esperanza de poder recuperar al final todavía para el
Tercer Reich la nueva construcción de un palacio para las exposiciones de arte en Múnich como
su primera gran tarea.

Todos ustedes comprenderán ahora si un pesar realmente doloroso me llena en estos días,
por el hecho de que la Providencia no ha permitido presenciar este día junto
al hombre que, como uno de los más grandes arquitectos alemanes, inmediatamente después
de nuestra asunción al poder, diseñó para mí los planos de esta obra. Cuando me presenté ante
el profesor [Paul] Ludwig Troost, quien trabajaba ya en los edificios del Partido, con la petición
de construir un edificio para exposiciones de arte en este sitio, ese hombre excepcional ya había
realizado una serie de bocetos grandiosamente concebidos para un edificio de este tipo —
conforme a los concursos de entonces— situado en el área del viejo Jardín Botánico. ¡Y esos
planos también mostraban su mano maestra!

Sin embargo, él ni siquiera envió al jurado de entonces dichos planos como proyecto para el
concurso, por la única razón —como él con amargura me contó— de que estaba convencido de
que habría sido totalmente inútil presentar tales trabajos ante una comisión para la cual todo
arte noble y decente era considerado como detestable, y cuyo único propósito y objetivo final
era la bolchevización, es decir, la desintegración caótica, de toda nuestra vida alemana y, por
ende, de nuestra vida cultural. De esta manera, el público nunca tuvo ningún conocimiento en
absoluto de esos proyectos. Sólo después ha sido conocido el nuevo diseño que está ahora
materializado ante ustedes.

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Y este nuevo concepto arquitectónico —
todos ustedes estarán de acuerdo conmigo
hoy— es un nacimiento
realmente espléndido y artístico. Este
edificio es tan único y original que no puede
ser comparado con ninguna otra cosa. No
existe ningún edificio respecto del cual se
pueda afirmar que aquél es el modelo y que
éste es la copia. Como todas las creaciones
arquitectónicas verdaderamente grandes,
esta Casa es única y memorable, y no sólo
quedará impresa en la memoria de cada
uno por su originalidad, sino que en sí
misma es un hito; sí, yo podría incluso decir
que es un verdadero monumento para esta
ciudad y, por sobre y más allá de eso, para
el arte alemán.

Al mismo tiempo, esta obra magistral es


tan magnífica en su belleza como funcional
en su diseño y características, sin que en
ninguna parte ningún requerimiento
técnico se enseñoree de la obra en su conjunto. Es un templo del Arte y no una fábrica, ni una
central de calefacción vecinal, ni una estación ferroviaria ni una planta de distribución eléctrica.

Este gran y extraordinario


diseño artístico no sólo
cumple con los
requerimientos y
armoniza con el
lugar mismo, sino que
además los nobles
materiales empleados y
su ejecución exacta y
concienzuda cumplen con
aquello también.

Y precisamente la cuidadosa ejecución distingue a la gran escuela de aquel desaparecido


maestro [m. el 21 de Enero de 1934], el cual quería que este edificio no fuese un mercado para
bienes artísticos sino más bien un templo del arte. Y en el mismo sentido suyo, su sucesor, el
profesor [Leonhard] Gall, se ha mantenido fiel a este legado y ha continuado genialmente su
construcción, asesorado y acompañado por una mujer que con justo orgullo lleva no sólo el
apellido sino también el título de su esposo [la viuda de Ludwig Troost, la también
arquitecta Gerdy Troost]. Y como tercer arquitecto posteriormente se unió [Ernst] Haiger a este

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grupo. Lo que ellos han proyectado, la diligencia y el arte de los trabajadores y artesanos
alemanes lo han llevado a cabo ahora.

Adolf Hitler y la viuda de Ludwig Troost, Gerdy Troost

De manera que aquí se ha construído una casa lo suficientemente digna para ofrecer a
las producciones artísticas más elevadas una oportunidad de mostrarse ante el pueblo alemán. Y
así la edificación de esta Casa debería, por lo tanto, representar un punto decisivo que pone fin
a la caótica chapucería arquitectónica anterior a nosotros, una primera nueva construcción que
está llamada a ser digna de los logros inmortales de nuestra vida en cuanto a la historia del arte
alemán

Ustedes comprenderán ahora, sin embargo, que no puede ser suficiente donar al arte
creativo alemán este edificio, una construcción que es tan refinada, definida y genuina que
podemos con toda justicia llamarla una "Casa del Arte Alemán" [Haus der Deutschen Kunst], sino
que es necesario que de ahora en adelante las exhibiciones mismas cambien de dirección con
respecto a la decadencia artística experimentada, escultórica y pictórica.

Si me atrevo ahora a expresar una opinión para manifestar mis puntos de vista y actuar en
concordancia con esa percepción, ante todo hago uso del derecho a hacer aquello no sólo por
causa de mi actitud hacia el arte alemán en general sino sobre todo por causa de la contribución
que yo mismo he hecho a la restauración del arte alemán. Porque ha sido este actual Estado,
que conquisté y organicé junto con mis camaradas de lucha a través de una larga y dificultosa
batalla contra un mundo de adversarios, el que ha proporcionado las grandes condiciones sobre
las cuales el arte alemán puede florecer renovado y fuerte.

No han sido los coleccionistas de arte bolcheviques o sus satélites literarios quienes han
creado las bases para la existencia de un nuevo arte, o siquiera asegurado la supervivencia del
arte en Alemania, sino nosotros, que hemos dado vida a este Estado y que desde entonces
hemos puesto a disposición del arte alemán los poderosos medios que necesita para asegurar
su existencia y su creación, y sobre todo nosotros, por lo tanto, porque nosotros mismos hemos
asignado al arte nuevas e importantes tareas. Debido a eso, si en toda mi vida yo no hubiese
logrado nada más que haber materializado este edificio que está aquí, ya con esto habría hecho
por el arte alemán más que todos los ridículos escritorzuelos de nuestros antiguos periódicos

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judíos o que los pequeños pintarrajeadores de arte quienes, previendo su propio carácter
efímero, como única recomendación sólo tenían para alabar la novedad de sus propias
creaciones.

Sin embargo, estoy seguro de que, incluso prescindiendo totalmente de esta nueva obra, el
nuevo Reich alemán originará un extraordinario florecimiento del arte alemán, porque nunca
hasta ahora a éste le habían sido asignadas tareas tan enormes, como es el caso hoy en
este Reich y como será en el futuro. Y nunca antes la asignación de los medios requeridos para
ello ha sido más generosa que en la Alemania nacionalsocialista.

Por cierto, cuando hablo ante ustedes aquí hoy, estoy hablando también como representante
de este Reich, y así como creo en la eternidad de este Reich, que no es otra cosa que el
organismo viviente de nuestro pueblo, del mismo modo sólo soy capaz además de creer, y por
esto de trabajar, en y para
un arte
alemán eterno. Por
consiguiente, el arte de
este nuevo Reich no
deberá ser valorado
según los estándares de
"antiguo" o
"moderno", sino que
deberá, como arte
alemán, asegurar su
propia inmortalidad ante
nuestra historia. Porque
el arte, después de todo,
no es una moda.

Así como la esencia y la sangre de nuestro pueblo poco cambian, del mismo modo el arte
debe abandonar su carácter efímero, para convertirse en cambio en una expresión gráfica digna,
en su continua y creciente creación, del desarrollo vital de nuestro pueblo. El cubismo, el
dadaísmo, el futurismo, el impresionismo, etc., nada tienen que ver con nuestro pueblo alemán,
porque todos esos términos no son ni antiguos ni modernos: ellos son simplemente el afectado
balbuceo de gente a la cual Dios ha negado la gracia de un talento verdaderamente artístico, y
a quienes en cambio les ha otorgado la capacidad de hablar estupideces y de engañar. Por lo
tanto, quisiera declarar solemnemente en este momento que es mi irrevocable determinación
de ahora en adelante limpiar, tal como lo he hecho en el campo de la confusión política, de toda
hueca palabrería la vida artística alemana.

Las "obras de arte" que no pueden ser comprendidas por sí mismas sino que requieren, a fin
de justificar su propia existencia, un aparatoso conjunto de instrucciones con el objetivo de
encontrar finalmente a alguien tan acobardado que pacientemente acepte un absurdo tan
estúpido o impúdico, ¡ya no se abrirán camino, de ahora en adelante, entre el pueblo alemán!.

Todos esos slogans tales como "experiencia interior", "una intensa convicción", "poderosa
intención", "prometedora sensación", "actitud heroica", "empatía significativa", "experiencia de

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la sucesión del tiempo", "primitivismo original", etcétera, todas esas estúpidas y artificiosas
excusas, frases hechas y charlatanerías ya no servirán más como justificación ni en absoluto
como recomendación para productos que no tienen ningún valor o que simplemente no tienen
ningún talento. Si alguien posee una poderosa intención o una fuerte experiencia
interior, debería demostrarlo mediante sus obras y no mediante una burda palabrería. En
cualquier caso, a nosotros nos interesa mucho menos la supuesta intención que la
capacidad. Por lo tanto, el artista que pretenda venir a exponer en esta Casa o de surgir en
Alemania en el futuro, debe tener capacidad. Después de todo, ¡la intención sin duda se
sobreentiende desde un comienzo!

Y sería el colmo realmente si un hombre fastidiara a sus conciudadanos con obras con
las cuales en el fondo él ni siquiera pretendiese algo. Cuando esos charlatanes, sin embargo,
intentan ahora hacer atractivas sus obras presentándolas simplemente como la expresión de
una nueva época, lo único que podríamos decirles es que no es el arte el que crea una nueva
época, sino que más bien es la vida general de los pueblos la que toma nuevas formas y busca
por lo tanto a menudo una nueva expresión. Aparte de esto, todos aquellos que en las últimas
décadas han estado hablando acerca de un nuevo arte en Alemania, no han comprendido, en
todo caso, los nuevos tiempos alemanes. Porque no son los literatos los formadores de una
nueva época sino más bien los luchadores, es decir, los verdaderamente constructivos, los que
guían al pueblo y que por ello son los fenómenos que hacen la Historia. Además, sin duda
aquellos penosos y confundidos pinceladores y escritorzuelos difícilmente pueden ser contados
entre este grupo.

Por otra parte, es o bien una descarada desvergüenza o una estupidez difícilmente
comprensible pensar presentar, sobre todo en nuestros tiempos actuales, obras que tal vez
podrían haber sido hechas hace diez mil o veinte mil años por un hombre de la Edad de
Piedra. Ellos hablan acerca de un primitivismo del arte, pero con eso olvidan por completo que
no es tarea del arte alejarse de la evolución de un pueblo en sentido retrógrado, sino que su
única tarea sólo puede ser simbolizar aquella evolución viva.

La nueva época actual trabaja sobre un nuevo tipo de hombre. Enormes esfuerzos se están
llevando a cabo en innumerables ámbitos de la vida para elevar a nuestro pueblo, para formar a
nuestros varones, niños y jóvenes, y a nuestras muchachas y mujeres, más sanos y, por
consiguiente, más fuertes y más hermosos. ¡Y de esa fuerza y esa belleza fluye una nueva
sensación de vida, una nueva alegría de vivir! Nunca la Humanidad se encontró tan cerca de la
Antigüedad clásica en su apariencia y en su estructura mental como hoy.

Los juegos deportivos, de competición y de lucha, fortalecen a millones de cuerpos jóvenes, y


los vemos ahora creciendo en una forma y condición que quizá durante miles de años no había
sido admirada, y difícilmente hubiera sidoprevista. Está surgiendo aquí un tipo humano
luminosamente hermoso, que después de un arduo trabajo rinde homenaje a la espléndida
máxima antigua: "¡Amarga semana, pero alegre fiesta!" [3].

[3] NdelT "Saure Wochen, frohe Feste!", verso de Goethe, en Der Schatzgräber, El Buscador de
Tesoros, 1797.

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Este tipo humano, al cual por primera vez vimos manifestarse el año pasado [1936] ante el
mundo entero durante los Juegos Olímpicos en su radiante y orgullosa fuerza física y salud, ese
tipo humano, señores prehistóricos tartamudos del arte, representa el tipo de la nueva
época. Pero ustedes ¿qué producen? ¡Deformes lisiados y cretinos, mujeres que únicamente
inspiran repugnancia, hombres más semejantes a los animales que a los humanos, y niños que,
si estuviesen vivos, tendrían que ser vistos legítimamente como una maldición de Dios!. Y esos
atroces diletantes tienen la osadía de presentar todo esto ante el mundo contemporáneo como
arte de nuestra época, es decir, como expresión de lo que forma la época actual y que le imprime
su sello.

Que no se diga simplemente que así es cómo precisamente esos artistas ven. He observado
entre las pinturas enviadas aquí algunas obras de las que en verdad es necesario suponer que el
ojo de determinados individuos muestra las cosas de un modo distinto a como son realmente,
es decir, habría que suponer que efectivamente existen individuos que ven las figuras actuales
de nuestro pueblo sólo como degenerados cretinos y que perciben —o, como ellos dicen,
"experimentan"— los campos esencialmente como azules, el cielo verde, las nubes de color
amarillo azufre, etc.

No quiero involucrarme en una controversia acerca de si aquéllos ven o perciben ahora


verdaderamente de ese modo o no, pero puedo impedir, en nombre del pueblo alemán, que
desgraciados tan miserables, los cuales evidentemente sufren de trastornos en
su visión, intenten persuadir a la fuerza al mundo de que los resultados de sus
defectuosas contemplaciones son en efecto realidades, o que quieran presentarlas de algún
modo como "arte".

No; aquí hay sólo dos posibilidades: Quizá esos supuestos "artistas" realmente ven las cosas
de esa manera y creen por lo tanto en aquello que representan, en cuyo caso sería necesario
investigar si sus defectos oculares se han producido por fallas mecánicas o por transmisión
hereditaria. En el primer caso, lo lamentamos mucho por esos desgraciados; la segunda
posibilidad es significativa para el Ministerio del Interior del Reich, el cual por lo tanto debería
preocuparse de la cuestión de al menos impedir una ulterior transmisión hereditaria de tan
terribles defectos visuales. O bien, por otra parte, ellos no creen en la realidad de esas
impresiones, sino que por otras razones procuran perturbar a la Nación con semejantes farsas,
y por lo tanto tal acción cae dentro del ámbito de la justicia penal.

Esta Casa, de todos modos, no ha sido ideada ni construida para las obras de una clase tal de
incompetentes o abusadores del arte. Sobre todo, además, aquí no se ha trabajado durante
cuatro años y medio ni se ha requerido el máximo esfuerzo de miles de trabajadores, para
exponer luego producciones de individuos que, por otra parte, son tan perezosos como para
pintarrajear una tela en cinco horas, con la segura esperanza de ellos de que el desvergonzado
elogio de sus obras no dejaría de producir la necesaria impresión de que dichas telas eran las
fulgurantes creaciones de semejantes genios, creando así las condiciones para su inclusión. No;
a la escrupulosidad del constructor de esta Casa y a la diligencia de sus trabajadores debe
corresponder también el esfuerzo de aquellos que quieran ser exhibidos en esta Casa. ¡No estoy
interesado además en lo más mínimo en si esos pseudo-artistas cacarean alrededor de los
huevos que han puesto, y por lo tanto si entre ellos los examinan o no!

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¡Porque el artista no crea sólo para el artista, sino que crea, como todos los demás, para el
pueblo! Y por esto de ahora en adelante nos encargaremos de que sea precisamente el pueblo el
llamado a ser nuevamente el juez de su propio arte. Y no se puede decir simplemente que el
pueblo no posee ninguna comprensión de un verdadero y valioso enriquecimiento de su propia
vida cultural. Años atrás, antes de que los críticos hicieran justicia al genio de Richard Wagner,
él ya tenía al pueblo de su parte. Sin embargo, el pueblo, por el contrario, no ha tenido en estos
últimos años nada que ver en absoluto con el así llamado "arte moderno" que fue puesto
delante suyo. No ha tenido ninguna relación con él.

La gran masa estuvo completamente desinteresada en nuestras exhibiciones de arte, o bien


se mantuvo completamente a distancia. Gracias a su sano sentir, el pueblo vio todos esos
pintarrajos como lo que en efecto son: el producto de una impúdica y descarada arrogancia o
de una falta de capacidad simplemente espantosa. Millones de personas de nuestro pueblo han
sentido instintivamente y con plena seguridad que los balbuceos artísticos de estas últimas
décadas —similares a las toscas creaciones de niños sin talento de entre ocho y diez años— no
podían bajo ninguna circunstancia ser considerados realmente como expresión de nuestra
época actual o incluso del porvenir alemán.

Puesto que hoy sabemos que la evolución de millones de años se repite a sí misma
comprimida en unas pocas décadas en cada humano individual, vemos por lo tanto con esto
simplemente la demostración de que una producción artística que no supera el nivel de
desempeño de niños de ocho años no es "moderna", y mucho menos "futurística", sino por el
contrario extremadamente arcaica, probablemente mucho más antigua todavía que el período
en el cual los hombres de la Edad de Piedra grababan imágenes de su entorno sobre las paredes
de las cavernas. Esos chapuceros por lo tanto no son modernos sino decrépitos, penosos
retardados para los cuales ya no hay lugar en este tiempo moderno de hoy.

Sé, por lo tanto, que cuando el pueblo alemán visite ahora estas salas, me reconocerá
también aquí como su portavoz y su consejero, ya que constatará que por primera vez en
muchas décadas su apreciación aquí ha experimentado no el fraude artístico sino la honrada
creación artística. Así como ya ha dado hoy su aprobación a nuestros edificios, del mismo modo
también expresará, además de un interno suspiro de alivio, su gozosa adhesión a esta
purificación del arte.

Y esto es crucial, ya que


un arte que no puede
contar con la aprobación
más alegre y profunda de
las grandes masas sanas
del pueblo, sino que se
apoya sólo en pequeñas
camarillas —en parte por
interés, en parte por
tedio—,
resulta insoportable. Un
arte tal sólo
intenta confundir el sano
e instintivo

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sentimiento de un pueblo, en vez de fortalecerlo de buena gana, y por lo tanto sólo provoca
disgusto y frustración, y por esto esos miserables sujetos quisieran referirse al hecho de que
tampoco los grandes maestros del pasado habían sido comprendidos en su tiempo. No, muy por
el contrario: fueron más que nada los criticastros —por lo tanto, nuevamente los literatos— los
que, como opresores y atormentadores de aquellos genios, los alejaron de su pueblo.

De todos modos, tenemos la convicción de que el pueblo alemán estará nuevamente como
antes frente a sus futuros verdaderos grandes artistas alemanes con una simpatía plena y
alegre. Él, sin embargo, volverá sobre todo a apreciar de nuevo el trabajo digno y la honesta
perseverancia y el esfuerzo para ir al encuentro de lo profundo del corazón de nuestro pueblo
alemán y su espíritu, y servirlo. Y ésa debe ser también una tarea de nuestros artistas, quienes
no deben mantenerse alejados de nuestro pueblo si no quieren que en un breve tiempo su
camino los conduzca al aislamiento.

De esta manera, esta exhibición hoy es un comienzo, pero, según estoy convencido, un
comienzo necesario y prometedor, que también en esta área provocará el beneficioso cambio
como el que ya hemos conseguido en tantas otras áreas. Porque en esto nadie debe
engañarse: el Nacionalsocialismo se ha propuesto a sí mismo como tarea liberar
al Reich alemán, y con ello a nuestro pueblo y a su vida, de todas aquellas influencias que son
perniciosas para nuestra existencia, y aunque esta obra de limpieza, sin embargo, no puede ser
realizada en un solo día, a ninguna manifestación que participe de tal corrupción debiese
ocultársele el hecho de que tarde o temprano llegará para ella la hora de su eliminación.

Mediante la apertura de esta exhibición ha comenzado el fin de la demencia en el


arte [Kunstvernarrung], y por lo tanto el fin de la destrucción cultural de nuestro pueblo. A partir
de ahora emprenderemos una implacable lucha de limpieza contra los últimos elementos de
la descomposición de nuestra cultura. Si existe alguno entre ellos que sin embargo todavía cree
estar destinado a lo superior, ha dispuesto de un período de cuatro años para demostrarlo. Pero
estos cuatro años también nos han bastado a nosotros para llegar a un juicio definitivo. Ahora,
sin embargo —quiero asegurarles a ustedes aquí—, todas aquellas camarillas de charlatanes,
diletantes y estafadores del arte que se apoyaban recíprocamente y que vivían de eso, han sido
desalojadas y eliminadas. Esos anticuados prehistóricos de la cultura de la Edad de Piedra y
tartamudos del arte, si fuera por nosotros, que regresen a las cavernas de sus antepasados y
realicen allí sus primitivos garabateos internacionales. La Casa del Arte Alemán de Múnich ha
sido edificada por el pueblo alemán sólo para el arte alemán.

Para mi gran alegría hoy puedo constatar cómo, además de muchos decentes artistas ya
marchitos y ancianos, que hasta ahora habían sido aterrorizados y dejados de lado pero que han
permanecido en su esencia constantemente alemanes, nuevos maestros han aparecido entre
nuestros jóvenes. Un paseo por esta exposición les permitirá a ustedes reencontrar mucho que
nuevamente reconocerán como bello y que sobre todo saludarán como decente, y que
percibirán como bueno. Excepcionalmente, el nivel de las obras gráficas enviadas fue desde el
comienzo en promedio extraordinariamente elevado, y por ello quedamos satisfechos.

Muchos de nuestros jóvenes artistas, sin embargo, a partir de lo que es deseable, sabrán
encontrar de ahora en adelante el camino que tendrán que seguir, discernirlo, y lograrán quizá
obtener de la grandiosidad de la época en la cual todos nosotros vivimos una nueva

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inspiración, pero sobre todo mantener la determinación para un trabajo riguroso y, por tanto,
además talentoso al final.

Y cuando, en primer lugar, también en esta área


la sagrada acuciosidad recobre otra vez
sus derechos, entonces no me cabe duda de que el
Todopoderoso suscitará nuevamente, entre la
masa de esos decentes creadores de arte, algunas
singulares personalidades, y las elevará al eterno
estrellado firmamento de los inmortales geniales
artistas de las grandes épocas. ¡Porque nosotros no
creemos que con los grandes hombres de los siglos
pasados se haya acabado el tiempo de los
individuos dotados de poder creador, y que en vez
de ello en el futuro surgirá una época de viscosas
masas colectivas! ¡No! Creemos que precisamente
hoy, como lo prueban las más grandes creaciones
individuales en tantas áreas, también en el campo
del arte los valores superiores de la personalidad se
manifestarán nuevamente victoriosos.

Por lo tanto, no puedo expresar en este


momento ningún otro deseo, sino que le sea
concedido a esta nueva Casa que sus salas en
los siglos futuros nuevamente puedan exhibir ante el pueblo alemán muchas obras de grandes
artistas, para contribuir de esa manera no sólo a la gloria de esta ciudad genuinamente artística,
sino también al honor y al rango de la toda la Nación alemana.

Con esto, ¡declaro abierta al público la Gran Exposición del Arte Alemán de Múnich de 1937!

Fuente:

http://www.kunstzitate.de/bildendekunst/manifeste/nationalsozialismus/hitler_haus_der_ku
nst_37.htm

http://de.metapedia.org/wiki/Quelle/Rede_vom_18._Juli_1937_%28Adolf_Hitler%29

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