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Título original inglés: «The Crash o f 79»
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Traducción de Alicia Steinberg y M .a J. Sobejano
© 1976 by Daisy Chain International, Inc.
© 1977 by Emecé Editores, S. A., Buenos Aires
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©
© 1977 by Ultramar Editores, S. A., Madrid
1978, Edición especial de la editorial Sonoma County, California ©
Mundo Actual de Ediciones, S. A. ^ Diciembre de 1984
reservada exclusivamente
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a los socios de Discolibro, S. A. Este es un relato verídico de lo que sucedió en 1979, año en que el
Printed in Spain. Impreso en España por
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mundo que nosotros conocimos se hizo pedazos.
Litografía Rosés, S. A., Escultor Canet, 6-8-10, Barcelona Creo que ya no hay nadie que siga pensando en eso, por lo
Depósito legal: B. 49.735-1977. ISBN: 84-7454-020-8 menos aquí en California, donde no hay peligro de morirse de
hambre o de frío, como sucede en otros lugares. Aquí la gente tiene
Número de título: 3.272 caballos, viñedos, comidas parroquiales. Prefieren pescar a pensar.
1.a edición-club: abril 1978 (6.000 ej.) Porque desean olvidar.

0
N o los culpo. Pero yo no quiero olvidar. Me gustaba la época en
que teníamos aviones, televisión, martinis y pornografía. Lo
admito. Por supuesto que ahora los mormones sostienen que los
culpables de lo sucedido fueron los hedonistas como nosotros; que 0
nosotros atrajimos la ira de Dios («nosotros» quiere decir el ©
mundo, en general, y Norteamérica, en particular) por nuestra
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demoníaca voracidad de placer y dinero.
0
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jPura charlatanería! Dios no tuvo nada que ver con todo esto.
Los hombres lo hicieron; más exactamente, un puñado de
hombres: el Sha de Persia y el príncipe Abdullah de Arabia

0
Saudita, para nombrar sólo a dos de ellos. Pero estos dos
potentados de Oriente Medio no habrían logrado desatar
semejante catástrofe a no ser por la complicidad de los banqueros
de todo el mundo, la egoísta estupidez de los europeos, la estafa de
los rusos (nuestros nuevos «amigos»), la avidez de los suizos y la ÍJ
total incompetencia de los últimos tres hombres que ocuparon la
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Casa Blanca, en especial el imbécil que destruyó nuestro país por
ser presidente durante el colapso del setenta y nueve. 0
Pero no hay que sacar conclusiones falsas. Soy tan religioso
0
como cualquiera. Lo cual no significa que esté de acuerdo con la
propagación de mitos en referencia a nuestro pasado inmediato. 0
Creo que es nuestro deber transmitirles la verdad a nuestros hijos y 0
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nietos. Y la verdad es que nosotros, mi generación, hemos
¿‘arruinado tan completamente nuestro mundo que sólo les dejamos
3 jrComo herencia la pobreza y el desorden.
£ Para ellos escribo esto y no, como algunos creen, para
3
í justificarme,
3 , He dedicado dos años a investigar los acontecimientos de la
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•<w ¿última parte de la década del setenta. He hablado con mucha gente
! profundamente implicada en ellos, en este país y en el extranjero.
íP ero, en general, me he remitido a mis propios recuerdos. Después
3 \á e todo yo estaba allí, y en un puesto destacado, cuando
¿sucedieron las cosas.
3 ¿Por dónde comienzo? ¿Y por quién? Tomemos como punto de
3 ¿partida el otoño de 1978.
Fue entonces cuando empecé a trabajar para el gobierno. No;
3 Jhp para el gobierno norteamericano. Para el gobierno de Arabia
3 CSaudita.
.3
3
O
o ¿Soy el primero en admitir que mi designación como asesor
3 ^financiero del gobierno de Arabia Saudita provocó cierta reacción
¿ en su momento. No porque yo fuera norteamericano (hacia 1978
3 Riyad estaba llena de norteamericanos), sino porque hacía años
3 :<qtíe estaba ausente de la escena financiera internacional.
3 Fue una ausencia intencional; buscada por mí. Ya en 1976 yo
pensaba que la cosa iba a estallar (en realidad, todas las cosas) y
3 :quería ser parte del proceso. Vendí mis Bancos, el de los Estados
3 ..Unidos y los del extranjero, renuncié a todos mis cargos como
miembro de consejos y me establecí en el norte de California,
3 donde me dediqué específicamente a no hacer nada. Tenía
3 ¿cuarentay cuatro años, y era un hombre libre.
: • Muchos me calificaban de excéntrico. Un brillante banquero
3 internacional, decían: lástima que comenzó a creer en sus propias
3 teorías fatalistas. {Qué equivocados, estaban! Visto retrospectiva-
; mente, lo malo es que no respeté mis convicciones originales.
3
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3
Como sucede a menudo, un amigo me hizo cambiar de idea. En
este caso se trató de Reggie Hamilton. N o se lo reprocho. Sus
intenciones eran buenas, tanto con respecto a mí como a los
árabes¿ Conocí a Reggie en la década del cincuenta, antes de que
yo ingresara en la actividad bancaria internacional. En esa época
yo trabajaba para un trust de cerebros en Menlo Park, muy cerca
de la península de San Francisco, en el campo de la economía
internacional. Reggie estaba en el de la energía. A los pocos años
me alejé; y Reggie continuó allí. Pero seguimos siendo amigos, tal
Vez porque ambos nos habíamos convertido en hombres bastante
importantes,;cada cual a su modo. Mi fuerte era hacer dinero. El
de Reggie era; pensar sobre el petróleo.
Esto nos lleva directamente a los árabes. Cuando se apropiaron
de las compañías petrolíferas internacionales, a principios de la
década del; setenta; no sabían mucho sobre el asunto. Necesitaban
ayuda externa, pero no tenían ningún deseo de pedirla a sus
colegas de la Standard OiI¿ Su búsqueda de materia gris pronto se
centrósendos¿institutor de investigación, en particular en los de
California; porque^e^ poseían la especialidad y la
alquilaban al mejor postor, y porque en California los árabes, y
sobre todo los sauditas, se sentían muy cómodos. Una gran
proporción de la élite de jóvenes sauditas fueron a la Costa Oeste a
conpletar susíestudios superiores: a Stanford, UCLA, Berkeley.
Me contaron que uno de los nietos de Feisal fue a Whitaker’s
Collegé| donde le suspendieron; regresó a Riyad y allí se dedicó a
Vender coches usados sin abandonar sus ambiciones políticas.
En 1973 los sauditas ya habían recurrido a Reggie, porque su
especialidad era el cálculo de la elasticidad de la demanda de
fuentes alternativas de energía primaria. En una palabra: Reggie
calculaba en cuánto podía incrementarse el precio del crudo y sus
derivados, tales como la nafta, dentro de un conjunto dado de pa­
rámetros (por ejemplo; el precio del carbón) sin hundir el mercado
del petróleo. En 1973 Reggie les dijo que podrían cuadruplicar el
precio del crudo del Golfo Pérsico sin perder un solo cliente.
Lo hicieron, y se comprobó que Reggie tenía razón. Siempre
bajo su tutela; lo subieron a dieciséis dólares por barril hacia
septiembre u octubre de 1978* sin perder tampoco un solo cliente.
; _ cierto sentido, Reggie fue el instrumento que enriqueció a
'■- esos individuos. Y ellos lo sabían. De manera que en octubre de
' 197%, cuando buscaron una contrapartida de Reggie en el terreno
' - financiero, alguien que les ayudara a continuar siendo ricos,
; naturalmente le pidieron a él que Ies asesorara. Y Reggie me eligió
, n mí.
‘ ...” Cuando Reggie me llamó me sentí a la vez intrigado y halagado,
v Etespues de todo me estaba proponiendo; que brindara, mi
asesoramiento sobre la mayor cantidad de dinero jamás acumula-;
r da por la Humanidad. Además, yo me estaba aburriendo. De
C mapera que por lo menos accedí a conversar sobre el tema con su
; amigo o amigos árabes.
' . Era un vsolo amigo: el príncipe Abdul Aziz al-Kuraishi,
.presidente de la Agencia Monetaria Saudita* Raneo central de
-CaQueÍ País. Sugerí que nos reuniéramos en el Bohemian Club de
>San Francisco, uno de mis «bebederos» del lugar. Me pareció un
i , sitio apropiado para el caso de que mi huésped llegara con corona,
^ manto real y cimitarra. Pero Reggie tenía más aspecto de árabe
wque él. Eljtraje del príncipe al-Kuraishi era estrictamente Savile
Kow, su acento Oxford-Cambridge con ligeras modulaciones de
Stanford, y.usaba bigote corto a lo Sandhurst.
-*■ Nos encontramos én el bar, y cuando le ofrecí una bebida, al-
oKuraishi no sólo aceptó, sino que insistió en que prepararan su
Martini seco con gin Tanqueray, muy frío. Un nrabe que toma
< Martini seco muy frío no puede ser tan malo, pensé, y así se lo dije
r a al-Kuraishi. Estuve a punto de preguntarle si podía llamarle Al,
: P^o abandoné la idea cuando vi el gesto prohibitivo de Reggie.
, D e manera que recurrimos a la forma habitual de empezar las
^conversaciones en San Francisco: hablamos de la superioridad de
; *a V^ a en esa ciudad en comparación con Nueva York, París,
Londres o cualquier otra. Reggie y yo éramos ?californianos
profesionales.
El príndpe no me dio lá menor oportunidad de dominar la
. conversación como es mi costumbre, o por lo menos como mi ex
- esposa opinaba que era mi costumbre. Tampoco perdió tiempo en
- charlas intrascendentes. Pasó de la situación económica en Italia a
las perspectivas con respecto a la libra esterlina y a lo que yo
pensaba sobre las intenciones de los rusos en Iraq. Cambiamos
o
opiniones sobré conocidos comunes: el ministro de Hacienda
británico (un idiota), el presidente de la Swiss Bank Corporation o
(un animal), el Sha de Persia (un chiflado). En realidad fui quien
dio las opiniones; el príncipe asentía.
o
Evidentemente aprobé el examen, porque en la mitad del c
almuerzo, al-Kuraíshi cambió bruscamente el tema de la conversa­
ción; me dejó de lado a mí y a mis opiniones y pasó a hablar de
o
Arabia Saudita y sus problemas. Según el príncipe, esos problemas o
provenían de un único error; el de pensar qué lós sauditas eran un
montón de árabes nómadas carentes de inteligencia, que habían
o
ganado la lotería. De allí surgía la conclusión más o menos o
universal de que había que tratarles como a niños. Como los niños c
necesitan quienes les protejan dé sus propias acciones inmaduras,
parecía naturál que los hombres civilizados de Occidente
0
asumieran esa responsabilidad con respecto a los árabes. o
Esa actitud, aseguraba al-Kuraishi, era igual en todas partes: en
Washington, en Nueva York, en Bonn y en Tokio. jEn todas
c
partes! Y había que modificarla.’ N o sólo porque era insultante, c
sino porque costaba incalculables sumas de dinero a Arabia c
Saudita. Washington, por ejemplo, seguía ofreciendo solamente el
ocho por ciento de interés por los documentos especiales del
Tesoro que vendía a Riyad, a pesar de que Arabia Saudita ya €
había prestado casi cincuenta mil millones de dólares al gobierno
de los Estados Unidos, y en realidad era la segunda fuente de
o
divisas, sólo superada por los doscientos veinte millones de o
norteamericanos que pagaban impuestos. Sin duda, en esas
circunstancias, un interés del diez por ciento sería más razonable,
¿no es cierto?
Estuve de acuerdo.
Pero el problema no residía sólo en los gobiernos, continuó al-
Kuraishi. Los Bancos comerciales de todo el mundo esperaban
que los sauditas les concedieran préstamos con porcentajes del dos
o tres por ciento por debajo de lo habitual en el mercado
dominante; Porque; según decían, los sauditas necesitaban más de
^llos que ellos del dinero délos sauditas. Aún más insultantes eran
las bandas de estáfadores que aterrizaban en el país desde todas las

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s partes del mundo, con proyectos de inversión estrafalarios: desde
3 minas de oro en Dinamarca hasta equipos de hockey en Arizóna.
<.1 ' Los europeos y los norteamericanos no eran los únicos que Tres palabras alcanzan para describir a Riyad: chata, seca,
participaban en este juego. Las peores pestes, decía al-Kuraishi, calütosaü Pero el cocheque me esperaba en el aeropuerto tenía aire
3 eran las delegaciones de docenas de naciones africanas y asiáticas acondicionado; ntambién lo tenía la suite del Hilton local. Y la
sin recursos, más algunas de América Latina. Su razonamiento era residencia del rey. ; :
simple. Necesitaban dólares. A los árabes les sobraban dólares. Aparentemente ;mi primera obligación era presentarme ante
0 A m bos problemas se resolverían si los sauditas donaban mil o dos Khaled; Al-Kuraishi hizo las presentaciones. El ambiente era de
mil millones. Si el dinero jamás podía devolverse, paciencia. negocios. Khaled no estaba sentado en un trono, sino detrás de un
- ¿Por qué habían tolerado estas cosas durante tanto tiempo? Por escritorio; Era la primera vez que veía al rey, aunque bastante
3
tina decisión personal del rey Khaled, que había querido tiempo antesshabía tenido tratos con su hermano Fahd, que era
» demostrar al mundo que a pesar del asesinato de su predecesor, ahora el ¿príncipe heredero. Khaled se refirió inmediatamente a
Feisal, el país mantendría la misma política. N o habría radicaliza­ este hecho. N o sé qué le habrá contado Fahd de mí, pero fue
ron . Arabia Saudita seguiría siendo una nación paciente, favorable; El ¡rey daba la impresión de ser un hombre duro, sin
1 conservadora, responsable y religiosa. ¡Pero todo tenía un límite! sentido del humor. Físicamente, los ojos eran su rasgo dominante:
,< T ' " Entonces vino la embestida. oscuros vy penetrantes. Esta descripción parecerá vulgar, pero
-# n® 2 Los sauditas habían decidido jugar fuerte en el campo recuerdo haberme sentido incómodo cuando me clavó la mirada
m ¿¿financiero. Necesitaban la ayuda de un profesional de primera que mientras hablaba el intérprete. La audiencia duró unos cinco
o ipil conociera el juego mundial de las finanzas. Un doctor No, como
SI minutos; N o se dijo nada importante.
o dijo al-Kuraishi en un rasgo de humor poco habitual. Siguiendo la
sugerencia de Reggie, me habían investigado. Yo respondía a los
Al salir se me acercó otro miembro de la corte, sin duda uno de
los hijos del anterior rey Feisal, a juzgar por la forma de la nariz y
0 ¿requerimientos. Comprendían que no podrían contratarme en el; la arrogancia de su porte, y me dijo que era ministro de
■3 sentido corriente de la palabra. Pero creían que me atraería el Desalinización. Se Labia enterado de mi llegada a Riyad, y
desafío. deseaba darme la bienvenida. Explicó que había asistido a Meló
' Esta era su oferta: el cargo de principal asesor financiero de Park College a principios de la década de 1950. Estaba seguro de
» Arabia Saudita, con honorarios de quinientos mil dólares por año. que teníamos amistades comunes. Esperaba que pronto pudiéra­
Yo sería directamente responsable ante el Consejo Supremo, mos cenar juntos; Después de un intercambio de unas cincuenta
(i presidido por el rey Khaled, a quien presentaría mis informes a palabras;?me dio el flojo apretón de manos típico de los árabes y
3 través de al-Kuraishi. En la práctica, yo tendría absoluta desapareció por un corredor; N o sé por qué razón me sentí tenso
autoridad para invertir fondos en nombre de la Agencia durante ese breve encuentro.
1 Monetaria Saudita, sujeto al veto de Khaled, y también a los Entre tanto, al-Kuraishi permaneció aparte, y no dijo una
3 presupuestos aprobados por el Consejo Supremo. Durante los palabra sobre lo hablado mientras nos dirigíamos a la Agencia
doce meses siguientes la Agencia esperaba disponer de unos Monetaria Arabe; Eso me resultó algo extraño.
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doscientos cincuenta mil millones de dólares. Acepté. El primer día en un nuevo trabajo es siempre difícil, aunque uno
3 Diez días después me embarqué en un Pan-Am a Beirut. empiece desde arriba: docenas de presentaciones a gente cuyos
d Después de pernoctar allí tomé un avión a Riyad a primera hora nombres uno olvida inmediatamente; el gran recorrido por las
de la mañana. instalaciones que, tratándose de Bancos, siempre terminan en el
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10 f i ® ;ïi . r\"; --'SlSIBIf
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Tesoro. Hacia el mediodía ya había finalizado con todo, y por fin
me encontré solo en mi enorme despacho del último piso. Mi
nombre y cargo ya figuraban en la puerta, en inglés y en árabe.
Cuando uno no sabe qué hacer, lo mejor es levantar el teléfono.
Eso hice después de consultar la guía interna del Banco. El hombre
que atendió la llamada en la sección contable evidentemente sabía
quién era yo. Le pedí qué me trajera los libros actuales del Banco,
con una lista de los depósitos en e l , extranjero que indicara
términos y fechas de vencimiento. Tardó cinco minutos en
enviármelos. -
Después de examinar durante quince minutos las salidas de
IBM, me quedaron dos cosas claras: las cantidades involucradas
eran fabulosas y los sauditas se estaban perjudicando de una
manera inadmisible. Al-Kuraishi tenía razón. No se podía mejorar
el pasado, pero las cosas no debían continuar así un minuto más.
Arabia Saudita era la más grande proveedora individual de dinero
para el sistema bancario occidental: estaba en condiciones de
exigir, más bien que de pedir, un tratamiento justo. Me comuniqué
con al-Kuraishi y le dije 16 que pensaba hacer. Me respondió .que
procediera sin tardanza.
Volví a las salidás del ordenador y llegué a las correspondientes
ai Banco de Londres y Manchester. Tenían doscientos cincuenta
millones de reservas sauditas depositadas a noventa días en libras
esterlinas. Siendo la libra esterlina una de las monedas más.
■arriesgadas de la tierra, normalmente los depósitos en los Bancos
^británicos proporcionaban un alto grado de retomo de la
inversión, según las normas internacionales. En ese momento el
Interés corriente por tres meses era del dieciséis por ciento. A los
sauditas se les ,daba el catorce por ciento. La renovación del
depósito vencía al día siguiente, 2 de noviembre de 1978,
Recurrí nuevamente al departamento contable. Con cierto
resfuerzo entendí que el hombre con quien estaba hablando se
llamaba Jamjoom. Nunca supe si ése era su nombre o su apellido.
—Jamjoom —le pregunté—, ¿el Banco de Londres y Manches­
ter ya se puso en comunicación con ustedes con respecto a la
renovación de ese depósito grande que tienen allí?
Jamjoom hizo la averiguación correspondiente y me contestó

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que no. Es que debido a la diferencia horaria, en Londres eran
apenas las nueve y treinta, el amanecer para la vida de la zona
bancaria. . . , í . rí
-.^Cuando reciba la llamada, pásemela a mi —le indique, y volví
a los libros. Una hora más tarde hablaron desde Londres.
-i-¿Qüién habla? -—vociferé.
--¿-Banco de Londres y Manchester, oficina internacional.:
—Eso ya lo sé. Su nombre, por favor.
— Ross.
¿^Comuníqueme con Gates.
.—N o hay ningún Gates en nuestro departamento.
— Me refiero a George Gates. Su jefe.
—Señor, no creo que el señor Gates pueda atenderle. Le llamo
por la renovación de un depósito que vence mañana. Un asunto de
rutina. , . , .
__Ya no es de rutina. Le agradeceré que deje de andar por las
ramas, Ross, y me comunique con Gates. Dígale que habla Bill
Hitchcock. . .
__Lo intentaré, señor —respondió Ross con escepticismo.
Silencio durante no menos de un minuto.
Luego una voz poderosa. .
—¿Eres tú, Hitchcock?
—Sí, George.
- si no lo supiera.
—Riyad.
—Claro. N os enteramos de tu designación. Te felicito.
Almorzaremos juntos cuando vengas a Londres.
—Encantado, George. Pero no es del almuerzo de lo que deseo
hablar contigo. Parece que tenemos algunos depósitos ahí.
Depósitos grandes, v
.-Así es.
—Hay uno que vence mañana, doscientos cincuenta millones de
'
■fe
libras esterlinas, y parece que tu gente quiere renovarlo.,
—Bill, tú sabes que no tengo nada que ver...
— Lo lamento, George, pero esta vez vas a tener que ver. De
otro modo no habrá renovación, ni de éste ni de ninguno de los
otros depósitos, cuando venzan.

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¿Qué me quieres decir exactamente? —el acento se le había __poctor Hitchcock —respondió—. Le felicito por el nombra­
puesto muy británico. ¿sft
miento. '
-—Exactamente eso. Tus muchachos les hacen Chistes a los __Gracias.
sauditas: les pagan el catorce por ciento por depósitos en esterlinas __Como le decía hace un momento al señor al-Kuraishi¿ aqu í en
a noventa días, caramba.
el Banco de Inglaterra nos han informado que* según sus
t —Son los intereses corrientes, Hitchcock. N o estás al día con la instrucciones, mañana Arabia Saudita va a hacer algunos retiros
información.
sustanciales de los Bancos británicos. Se mencionó la cifra de
—Mentira, Gates. ■=■■■■■ novecientos millones.
— BllL. —por lo visto habíamos vuelto a usar los nombres de __Así es, aproximadamente.
É ü pila— . Estamos en una tendencia totalmente distinta. En dos __Les agradeceríamos que lo reconsideraran. Usted comprende­
t
palabras: si los sauditas quieren usar nuestro servicio de depósito rá que si esto fuera mal interpretado habría una gran baja de
' ? el de cualqmer Banco de Londres, tendrán que aceptar nuestros esterlinas. BI gobierno de Su Majestad se molestaría mucho.
intereses. Podrán chantajearnos con el petróleo. Pero no con el ■ —Comprendo. Pero nada de esto, era necesario. Si sus Bancos
dinero. .
» pagan intereses justos, los depósitos no serán retirados. Si no, los
> De manera que vuelves a ofrecer el catorce por ciento convertiremos en dólares.
W —Sí. *
—Ajá. ¿Qué sugiere usted?
|¿ —Lo siento m ucho, George. Mañana por la mañana , haz la —Que paguen el interés corriente: el dieciséis por ciento.
- transferencia de esos doscientos cincuenta millones a nuestra
0 ¡¡ i p i i .cuenta en Chase Manhattan.
É8 —Sí. Bueno, déme una hora, Hitchcock. Creo que podemos
resolverlo. Haré algunas llamadas telefónicas.
S i r En la siguiente media hora hubo llamadas de Barclays, del
0 Guardé silencio. .
National Westminster y del Banco de Hong-Kong y Shanghai. —Y, Hitchcock, la próxima vez que venga a Londres,
Q , Iodos esperaban una renovación de rutina de los depósitos almorzaremos juntos. .
d ¡¡¡I ■Vencidos de los sauditas. Me negué en todos los casos. En total —Encantado —los banqueros ingleses le daban mucha impor­
1 íjl con cuatro llamadas telefónicas drené casi mil millones de libras
esterlinas del sistema bancario británico.
tancia.al almuerzo.
Muy bien.. ,
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gris#®
» ÍÉÍ é Efa la una y media, pedí un emparedado de lechuga y tomate y
SAsÉ un vaso de leche y volví a las salidas de IBM. Á las cinco de la tarde todos los depósitos habían sido
d renovados por noventa días... al dieciséis por ciento.
Pos ' horas después me llamó al-Kuraishi. Me dijo que el Considerada anualmente, la diferencia de intereses alcanzaba a
d subgerente del Banco de Inglaterra había hablado con él y que dieciocho millones de libras esterlinas, o sea unos cuarenta
esperaba en el teléfono.
d millones de dólares. Lo cual no estaba mal para un primer día de
—¿Tiene algún problema? —pregunté. , trabajo. Al día siguiente me ocuparía de los suizos y los alemanes,
—Parece que sí. Algo relacionado con una crisis de la libra y al otro de los de Nueva York.
d esterlina. Parece un poco irritado; Le agradecería mucho que se ...cosasr.,empezaban a andar bien, excepto mi insistente
ocupe de esto. Le pondré en comunicación con él. sensación de que sucedía algo muy grave en nuestro mundo, si un
d Segundos después estaba nuevamente Londres en el teléfono. hombre sentado ante un escritorio en medio del desierto árabe
d —-Sir Robert —comencé—, encantado de volver a hablar con lograba poner de rodillas al sistema bancario británico con media
usted nos habíamos visto tres o cuatro veces en el pasado. docena; de llamadas telefónicas.
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Esa noche pensaba quedarme en el Hilton y acostarme temprano.
Pero cuando llegue al hotel encontré un mensaje en el mostrador
para que llamara al señor Falk, de la embajada norteamericana!
i a eran las seis, pero de todas maneras lo intenté. El señor Falk
todavía estaba allí, y me invitó a tomar una copá. Me dio su
dirección, en un edificio que no quedaba lejos del hotel
Acordamos encontramos a las siete y media. Me prometió darme
también de comer.
/ a l k resultó ser un tipo grandote, de alrededor de cuarenta
anos, nacido en Virginia. Y también me informó que era el coronel
talk, uno de los agregados militares de la embajada. Lo cual
explicaba que pudiera ofrecer un trago: se lo traían de Francfort
en vehículos militares. Se ofreció a brindarme todo lo que nece­
sitara. Lo que yo necesitaba en ese preciso instante era-un Martini
seco, y Falk me proporcionó uno bueno. Siempre he dicho que si
nay algo que los militares norteamericanos saben hacer, es beber.
Píen, ¿usted qué impresión tiene? —me preguntó Falk una
vez que nos instalamos en el cuarto de estar. El bebía whiskv -
—¿De qué?
—De la situación.
—No sé a qué situación se refiere.
—¿Qué dijo Khaled?
-^-Concretamente, nada.
Bueno, habrá estado muy simpático.
Sí, pero no en exceso. ¿Tenía que estar simpático?
—Sinceramente, sí. Nos necesita mucho, y lo sabe.
i ~ SyP°nganios que cuando dice que «nos» necesita, se refiere a
ios Estados Unidos. ¿O a algo más específico?
—¿Es usted uno de esos? —-preguntó.
—¿A qué se refiere?
Y f 1 í esas Personas hostiles á los militares norteamericanos
iNo! Siempre que las guerras de ustedes no me afecten
—Me alegro. Sí, naturalmente me refiero a que necesita ayuda
EÜturíT norteamencana* e s o tr o s estaría liquidado a esta

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i?«; €
—Bueno, esto me interesa. ¿Quién es el enemigo? mi 0
—Khaled tiene dos: uno es el Sha de Persia, que tiene firmes
intenciones de convertir el Golfo Pérsico en un lago de Irán. m 0
—Eso puedo llegar a creerlo. ¿Y el otro? ¿Israel?
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—No, ahí nunca hubo un verdadero problema... jamás se
cruzaron dos disparos entre un israelí y un Saudita. No. El otro ¡|g¡gP
0
problema de Khaled está allí mismo, en Riyad. Es su sobrino 0
Abdullah.
—Explíqueme eso.
0
— Cómo no. Cuando Feisal fue asesinado, Khaled ascendió al 0
trono... en lugar del hijo mayor de Feisal, Abdullah. 0
—Y Abdullah está resentido.
—Sí, lo mismo que sus seis hermanos. 0
—Admito que a mí me sucedería lo propio. De modo que a 0
Abdullah. le gustaría eliminar a Khaled y tomar el poder.
—Exacto. “Vsí
0
—¿Qué le hace pensar que lo lograría? Necesitaría un apoyo 0
real. Si está mañana entendí bien, es ministro de Desalinización.
Eso difícilmente...
0
—¿Ya le ha visto? C
—Sí. Inmediatamente después de la audiencia con Khaled.
— Ese hijo de puta no pierde oportunidades. ¿Qué quería?
«
—Nada. Sólo sugerir que cenaríamos juntos alguna vez. e
■—Bueno, no lo haga. 0
—¿Por qué?
—Mire, Riyad es una ciudad pequeña. La gente del gobierno va
o
a controlar hasta el último de sus movimientos. El príncipe o
Abdullah es mal visto. Por eso, Khaled le ha colocado en ese
oscuro ministerio. Si su nombre se asocia con el de Abdullah...
0
—se pasó el dedo por la garganta. 0
—En sentido figurado, ¿no?
—En este momento, sí. Más adelante... ¿quién sabe?
0
—Bien, Falk. Lo tendré en cuenta. Pero ¿por qué piensan que 0
Abdullah es tan peligroso?
—Tiene de su lado a algunos hombres fuertes del ejército
Saudita. Y, a menos que las cosas cambien, pronto los tendrá a 0
todos. £)
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d —¿Qué tiene el ejército contra Khaled?
los auspicios de un cuerpo de Los Angeles, la Vinnel Corpoiation.
» — ¿Conoce usted las dimensiones de las fuerzas militares de
Arabia Saudita? Fueron contratados originalmente en mil novecientos setenta y
—Honestamente, no. , cinco, también para «enseñar» a la milicia Saudita a custodiar los
campos petrolíferos de Ghawar. Todavía siguen aquí. Luego hay
— ¡Treinta y siete mil hombres! Más una milicia local de unos
uhds ittií doscientos técnicos, la mayoría ex miembros de la Fuerza
veinticinco mil. Persia tiene doscientos cincuenta mil en actividad
Aéreá* que manejan el sistema de defensa aérea y se ocupan del
y una reserva de trescientos mil. Iraq puede reunir un cuarto de
ibáñtenimiento de aviones y misiles. Son pagados por McDonnell
millón de hombres en el término de una semana. Hasta Jordania,
pouglaSj Bell Helicopter, Litton Industries, Hughes Aircraft y
¡Jordania, Dios mío!, tiene un ejército más grande que el de Arabia
Saudita — Falk estaba realmente afectado. algunas otras empresas de defensa. Sumando todo, usted verá que
—¿Por qué? , hay un norteamericano implicado en la organización de defensa
local por cada cuatro sauditas en el ejército regular.
Porque Khaled es inteligente. Es fácil controlar un ejército
i-i-Un poco como lo que pasaba en Vietnam en los buenos
pequeño. Por eso no lo deja crecer. Cosa que disgusta a los
w militares. tiempos —sugerí.
Falk no acusó recibo, y continuó:
9 —Y Abdullah les ha ofrecido quitarles las barreras. Siempre que
i-^De modo que, como podrá apreciar, controlamos la situación
le apoyen:
—Exacto. * local en sociedad con;Khaled. Mientras él perdure, perduramos
nosotros. Mientras nosotros sigamos aquí, el G olfo: Pérsico
—¿Y entonces por qué no apoyan ustedes a Abdullah? ¿No es
del tipo que a ustedes les gusta? permanece estable, vPero, como le dije, esta situación es muy
—Observe usted, Hitchcock — dijo Falk—. Aquí hay otro irritante para el ejército nacional. Nos odian como el alto
mm comando egipcio:>odiaba a los rusos cuando controlaban la
(3 elemento. Como le advertí, Khaled no es ningún tonto. Sabe que
necesita un sistema de defensa. Pero en lugar» de construirlo situación militar:de ese país: Por supuesto, Abdullah se apoya en
O ese hecho. Si logra subir al poder, le tendremos sobre nosotros en
internamente, hace tiempo-que, como su predecesor Feisal,
\3 contrata su personal militar clave en el extranjero. Especialmente un mes. Y entonces... ¡atención!
—Falk, ¿y sí tomáramos otro Martini?
9 en los Estados Unidos. Los mercenarios son seguros. No intentan
—Buena idea.
revoluciones contra la gente que les paga sus sueldos. Los
9 norteamericanos son probablemente los más seguros
s vE l coronel lo servía con una aceituna, el único ingrediente local.
9 de todos. N o son free lance, como los que se contratan hoy día en —Entonces —dije, cuando ya estábamos nuevamente
cualquier parte de Europa. Son patrocinados por el gobierno, y sentados^ ¿cómo piensan sus compañeros mantener a Khaled (y
9 directa o indirectamente controlados por el -Pentágono.^ :^ v por tanto a nosotros) dentro y a Abdullah fuera?
® —¿Cuántos hay? - ’ —Tratando de que el rey satisfaga los deseos de los militares
En este momento hay algo más de cuatro mil militares «sauditas; Duplicando el tamaño del ejército. Y de la fuerza aérea.
9 norteamericanos aquí. Vienen por el.acuerdo de asistencia mutua Creando una verdadera marina Saudita. Equipando a esos
9 existente entre los Estados Unidos y los sauditas... con el pretexto ^bastardos hasta la cabeza. Eso los calmará hasta el punto de que
de entrenar al ejército local, pero en realidad para, ocupar los no repararán en nuestra presencia. Amarán a Khaled y se
9 «olvidarán de Abdullah y de sus hermanos. Y tendremos paz en el
principales puestos de mando. Además, hay unos mil quinientos
9 «irregulares», viejos profesionales de Vietnam que están aquí bajo Golfo durante muchos años.
—Entiendo —respondí con tono escéptico.
9
9 ..... .... . .... . . . ... 19 . ..... .. ..
9
9
9
0
0
0
—¿Por qué no? —preguntó Falk, ya alterado— . El rey nada en 0
dinero. ¿Para qué tenerlo inmóvil en los Bancos? Es estúpido. Mire 0
al Sha. Tiene el mejor y más grande ejército entre Europa y China. Más tarde supe que Falk también tenía razón con respecto al Sha
0
0
Gasta de tres a cuatro mil millones de dólares por año en nuevo de Persia. Precisamente en ese momento (noviembre de 1978) el
equipamiento. ¿Qué le parece? Eso es lo que debe hacer Khaled. Sha ponía los toques finales a su máquina bélica, que era, sin duda,
—Tres o cuatro mil millones de dólares al año, ¿eh? la más poderosa del mundo. Por otra parte* el Sha tenía claras
0
—Seguro —respondió Falk—. O un poco más. N o tendría más
que apretar un botón, y el Pentágono se haría cargo del resto. En
intenciones de usarla. Porque Mohamed Reza Pahlevi, el rey de
reyes de Persia, no sólo era el más firme de los hombres. En 0
un par de años poseeríamos una buena organización.
—¿Y yo cómo participo en todo eso? —ya lo sabía, pero quería
realidad, ya en 1974 la revista «Time» citó algo dicho sobre el Sha
por el entonces secretario del Tesoro de los Estados Unidos,
0
oírlo. ' William Simón: «...un irresponsable y temerario..; chiflado». O
—Mire, doctor Hitchcock. Estamos enterados de su nuevo Sus problemas, como suele suceder, estaban vinculados con su 0
cargo. Simplemente le sugerimos que examine la situación a la luz
de lo que acabo de decirle. Estoy seguro de que llegará a la
historia personal. A pesar de su título grandioso, era hijo de un
oscuro coronel persa, un hombre que fue un verdadero analfabeto 0
conclusión de que Khaled necesita un presupuesto militar hasta la edad adulta, y que ascendió bruscamente con la rebelión O
monstruoso. Dígaselo. Su gente le escuchará. Así hará un favor a contra la dinastía real persa, los Kajars, en 1921. El coronel no
0
ambos países. perdió un segundo en coronarse emperador, y para darse un poco
— Falk, creo que sus colegas sobreestiman mi importancia. N o de lustre, que tanto necesitaba, cambió su nombre por el de 0
soy más que un banquero, contratado para cumplir con un Pahlevi, la palabra usada para denominar la antigua lengua persa.
c
servicio específico. Como nuevo gobernante de su país se desempeñó bien hasta la
—Ya sé, pero en este país nada es simple. Lo único que le pido segunda guerra mundial, cuando apostó por su camarada ario ©
es que recuerde lo que le dije, y que lo piense. Este lugar va a Hitler, en lugar de hacerlo por Churchill. En agosto de 1941 las c
estallar muy pronto, de un modo u otro, a menos que se hagan tropas inglesas y rusas les hicieron una visita, destronaron ai ex
0
0
grandes cambios. Entonces usted tendrá que trabajar para el Sha o coronel y colocaron en su lugar a su hijo de veintitrés años,
para Abdullah. No creo que le guste la idea. Mohamed, como gobierno títere., .
Falk se puso en pie. ' Un comienzo no precisamente glorioso para el rey de reyes. ^
Cuando terminó la ocupación extranjera* Mohamed continuó O
—Venga a la cocina, Hitchcock. Tengo una carne excepcional
que me ha llegado directamente de la base de Rin-Main, por su cuenta. Pero sólo por poco tiempo. En 1952 vino o
Alemania. Podemos seguir bebiendo mientras la preparo. Mossadegh como primer ministro de Persia, un hombre con ideas
0
Eso hicimos. Guando volví al hotel, alrededor de medianoche,
me encontraba algo mareado. Pero no tanto como para no
muy avanzadas. El principal programa de Mossadegh fue
nacionalizar los campos petrolíferos de Persia e instalarse allí 0
advertir en la recepción al muchachito, que me siguió con la vista como el nuevo hombre fuerte. Por supuesto que esto no le gustó al 0
mientras tomaba el ascensor. Tal vez el coronel Falk sabía lo que Sha, pero como carecía de todo apoyo popular en su propio país,
0
0
decía. no podía hacer nada al respecto. Además había otro nuevo
gobernante a quien tampoco le gustaban las ideas de Mossadegh:
el recientemente elegido presidente de los Estados Unidos, general
Eisenhower. Lo que era malo para la Standard Oil era malo para

20 21

0
¿'los Estados Unidos. De manera que Eisenhower envió a la CIA. , Tnhnson; hacia 1969, cuando se instalaron Pat y l3ick en la
frf ^Organizaron una revuelta militar que duró tres días. Mossadegh Blanca, el Sha, sus medallas, sus uniformes y su caviar eran
sjy "terminó en la cárcel, y el Sha se sintió nuevamente seguro en el tito corriente en Washington. , _ ^
trono, esta vez como títere de los norteámericános. ; • ., aS1Í_rn nadie se lo tomaba verdaderamente en serio. Entonces
la bomba de 1973. Los árabes suspendieron las exportaciones
fry- Durante la siguiente década, y después; el Sha siguió siendo un
^títem de los Estados Unidos. Hacía lo que le indicaban los jay«ptróleo á Occidente, y en cuestión de meses, a través del mas
¡^norteamericanos, porque sólo con la ayuda norteamericana podía fnJ-ado chantaje en la historia de la Humanidad, ograron
mantener a flote la economía iraní. ° ^druolicar el precio del producto. Fiel a su pasado, el Sha no
t r i b u y ó en lo'más mínimo al golpe. En realidad despreciaba a
Jg Entonces el rey de reyes, tal vez por frustración;? ise dédicóí a
convertirse en el play-boy del mundo oriental. Después de repudiar f e árabes Pero una vez que se esfumó el peligro de una posible
Intervención militar occidental, repentinamente dio un paso al
~ <a su primera esposa, la hermana del rey Faruk, eligió a esa belleza
£de cabellos oscuros: Soraya. Durante una buena parte de la década v al centro y se convirtió en abierto vocero de la OPEr,
nt-aLízación de Países Exportadores de Petróleo, el trust
Sdel cincuenta vivieron más en el extranjero que en Persia, con
petrolero que surgió en 1974 como consecuencia de la victoria
Agrandes éxitos mundanos. Su itinerario comenzaba en Beirut, de
if¿á|Íí pasaban a Roma, Cannes, París y Londres, para terminar én
t Nueva York. Y luego recomenzaban el periplo,«En invierno la ^A hora el Sha eirá inmensamente rico. Con el nuevo precio de
^pareja se establecía en Saint Moritz, y rompía la monotonía con más de diez dólares por barril, embolsaba treinta mil millones de
algunos viajecitos a Gstaad, Zetmatt y Klosters. dólares por año. Era un reconocido líder de la élite mundial del
C Soraya se convirtió en la favorita de la alemana;? Su noder para el futuro. Pronto toda Europa le rindió pleitesía. Se vio
"retrato apareció durante años en por lo menos una de las rodeado de ansiosos japoneses que le hacían reverencias,
publicaciones semanales ilustradas alemanas ¿de - circulación desesperados por el petróleo persa. Fue cortejado por Richard
Helm^ elogiado por Giscard D ’Estamg, abrazado por Harold
masiva, hasta que en 1959, para horror de todo el Rin, el Sha se
¡^divorció de ella, La razón: Soraya no había logrado darle ;un Wilson suntuosamente recibido por Gerald Ford. Cuanto decía
era documentado con todo detalle por C. L. Sulzberger (con
^heredero. El Sha se aproximaba a la edad madura yrpór lo menos
reserva), por William Hearst (con entusiasmo) y por la revista
¿quería conservar el antiguo linaje de los Pahlevi, que hasta el
Omento tenía treinta y ocho años de antigüedad. . N «Time» (con fotos).
p l Sha se casó con una muchacha de veintiún años; seleccionada Había nacido el rey de reyes. . ,
Y en seguida surgió su arrogancia, nacida de su inseguridad.
rp.ára él por su amigo Adahir Zahedi, entonces embajador de
Cuando se empezaron a comentar sus abusos del poder, ql
: Francia, más tarde enviado del Sha a los Estados ¿Unidos. Ella
^-estudiaba en la Sorbona en esos momentos. La Farah Diba, como . verdadero Sha respondió: . . . _
! —Nadie puede hacernos recriminaciones, porque nosotros^
^se la llamó, fue un gran éxito en todos los aspectos, ;En ¿primer
¿lugar parió hijos con prontitud y regularidad, y de ambos sexos. también las haremos. ^
mf,Ip n ySegundo lugar, era encantadora. Y en tercer lugar, era ' ' ilacia octubre de 1978, el Sha estaba a punto de cumplir con lo ^
it e dicho. Su meta: establecer a Persia como superpotencia. El 5 yg
perfectamente presentable en los mejores círculos^Demanera que
. noviembre de ese año celebró una reunión clave en su palacio de
el Sha ascendió al jet set y más arriba también; En .la década del
'-sesenta, el Sha y su Diba fueron muchas veces huéspedes de la Teherán, en la que se decidiría su éxito o su fracaso.
, Había armas atómicas enjuego. Fabricar bombas atómicas es ^
yíyGasa Blanca, recibidos por los Kennedy; a fines de la década, por

22
muy fácil, una vez que se cuenta con el más mortal de los
materiales conocidos: el plutonio. Basta con un montoncito del
c o n s Z id tT Pf ^ defÚí 01- Los reactores* atómicos'
- / p ° ^ dlr -5or la Westmghouse o la General Electric en los
*stados. Unid°s’ o por Framatome en Francia, producen esas
S S i - f tres días- En W 4 Francia fue contratada para
construir dos de esos reactores para Irán, al precio de dos mil
W ' cada uno, -En octubre de 1978 ambos estaban en
o r o S r 61!^' ^ el 5 de noViembre del mismo año habían
S- d p iltT comQ para cuarenta bombas, no de las
grandes, pero suficientes para destruir los centros de Nueva York
¡S f ■ y M° scu’ yíodas pequeñas ciudades como Riyad o Kuwait, Un
f aS’ arrojadas desde la altura adecuada, demolerían
t; a c™lqmGI flota se hubiera aventurado por los
estrechos de Hormuz hacia el Golfo Pérsico. P
h^ ° tres nombres presentes en esa reunión: el
-general Mohamed Khatami, jefe de la fuerza aérea iraní- el
comandante Fereydoun Shahañdeh, jefe de las fuerzas de choque
lífe d? Í T T GA lf* PérS,ÍC0’ y el Profesor Hadjevi Baraheni,
jete de la Comisión de Energía Atómica Iraní.
i : {; r~Pero ¿está usted seguro de que funcionarán?
t , BarahenT Y f ? — q"e Se k hacía esa Pegunta al profesor
^ B a r a t a n i . Y Baraheni siempre se cuidaba al responder.
n„ 7 f ! l PUedo estaí seguro>majestad. Nadie lo estaría. A menos
que probemos por lo menos una, o mejor tres
~ Imposible respondía el S h a - , Ya le he repetido hasta el
cansancio que eso es imposible.
||¡j| El Sha se
El Sha volvió Vtania
Se Volvin hacia cu nrít
su principal asesor militar, el general

p— - Khatami, usted conoce mi programa,


r Sí, majestad.
—^Bien; entonces, piense. Busque una respuesta. {Ahora!
; Khatami era un estratega. No era científico ni hombre de armas
Pero era astuto.
f C ; ~~Bueno>cre° q ^ estamos de acuerdo, majestad, en que en esta
C "aventura no podemos confiar en nuestros científicos. Son todos de
m -, segundo orden.


¡¡É l
24
o
o
0
0
0
0
El profesor estuvo a punto de protestar, pero una mirada al Sha
je disuadió de ello.
—En segundo lugar—continuó Khatami—, todos sabemos que
0
0
construir armas atómicas es actualmente una tarea relativamente
simple en los Estados Unidos y en Europa Occidental. Me han
dicho que hay literalmente miles de científicos (físicos y químicos) 0
que podrían hacerlo con muy escasos medios, siempre que cuenten
con plutonio limpio. ¿No es así, Baraheni? 0
El profesor asintió, y agregó:
—Aquí, en Teherán, tenemos por lo menos una docena de
0
hombres, incluyéndome a mí, que podrían hacerlo.
—Entonces —preguntó el Sha— ¿por qué insiste en probar?
El profesor prefirió no responder.
O
0
—Su majestad —intervino de nuevo el general Khatami—, yo
comprendo perfectamente al profesor Baraheni. Sencillamente no
ha tenido la experiencia. Tenemos que buscar a alguien que la
0
0
tenga. Además, como usted sabe, necesitamos algo más que las
armas atómicas mismas. Ya he hablado con usted de mis
necesidades.
El Sha asintió.

—Sugiero — dijo el generál— que busquemos a uno de los O
mejores hombres en Estados Unidos o en Europa, alguien que 0
conozca su oficio. Si le pagamos una suma monumental y le
encerramos durante un mes aquí, en Teherán, con hombres de €
Baraheni en el Instituto, tendremos bombas que funcionen... sin O
probarlas previamente.
O
0
—Pero eso implica un riesgo. ¿Y si el hombre habla?
-r-r-Una vez que esté en Teherán no podrá hacerlo. La SAVAK se
hará cargo de eso.
0
—Pero ¿y antes? ¿Antes de que acepte venir?
—Majestad, con dinero se compra cualquier cosa. Usted ha 0
tenido, en este mismo palácio, banqueros, especialistas en 0
petróleo, industriales, los hombres más poderosos de Occidente,
0
0
adulándole; convirtiéndose en imbéciles por una sola cosa: el
dinero. Los científicos no son; diferentes. Lo que sucede es que
usted no ha estado en contacto con ninguno. Los occidentales son
muy voraces. Todos. 0
0
0
0
0
'
*
»
(1
(9
<3 —Lo sé —replicó el Sha—; es una de sus más repugnantes
características. Pero ¿quiénes son los más voraces?
1 Ig k v : Khatami meditó.
—Los norteamericanos y los suizos— contestó.
Ahora le tocaba meditar al Sha.
f —Khatami, como de costumbre, usted tiene razón; Pero tío
O podemos arriesgarnos a recurrir a un norteamericanóv Tendrá que
ser un suizo —el Sha hizo una pausa-^—. Profesor Baraheni^ ¿dónde;
encontramos un hombre así en Suiza?
—No estoy de acuerdo con...
3 —No le pregunto si está de acuerdo o no. Responda.
r“~;Sí, majestad. Sugeriría a la Compañía Roche-Bollinger. Es la
fáhqica de equipamiento eléctrico pesado que está en las afueras de
(9 Zurich, en. Badén. Construyen reactores atómicos para generar
# energía y los exportan a todas partes del mundo. También fabrican
armas: Armas convencionales.
—¿Puede obtener algunos nombres? —preguntó el Sha.
:O Podría... —murmuró Baraheni con vacilación.
—Creo que debemos llevar este problema a la SAYAK— dijo el
a comandante Fereydoun. Era la primera vez que hablaba en la
o reunión.

B
La SAVAK, dirigido por Shadah Tibrizi, era el servicio secreto
■!o C- <.naas vasto fuera de la Unión Soviética, controlado; directamente
í» " por el Sha. El comandante Fereydoun había trabajado diez años
en esa agencia antes de asumir el mando militar en el Golfo.
—Tiene razón. Busquen a Tibrizi ahora mismo: Le quiero aquí
en menos de una hora. Pueden retirarse.,
9 Los tres hombres se inclinaron al mismo tiempo y salieron de los
aposentos del Sha sin volverse. Increíble, en 1978. Pero verídico.

: -6:
Si yo hubiera sabido lo que estaba sucediendo en Teherán esa
3 semana, con seguridad no habría viajado a Roma. Más bien
(1 habría vuelto a California y me habría emborrachado.

(1
d
d
pero en esa época yo era tan ingenuo que lo que me preocupaba
no era la guerra, sino el dinero. El dinero de Arabia Saudita, y en
noviembre de 1978 parecía que una gran parte de ese dinero se i ba.
por la alcantarilla. Por la alcantarilla italiana.
precisamente cuando mi operación de limpieza en Riyad se
desarrollaba sin inconvenientes, recibí una llamada de herr doktor
peichenberger, presidente del Leipsiger Bank de Francfort. El
!É¡ mensaje era;breve.. Los italianos no pagarían su deuda externa (su ??
enorme cadena de deudas externas)* a menos que alguien los?®
avalara aún con más miles de millones de dólares. Alemaniá,
il® mejor dicho, los Bancos de Alemania, con el respaldo de su
gobierno, ya lo habían hecho tres veces anteriormente, por
solidaridad con un miembro del Mercado Común. Pero no
volverían a hacerlo, me informó Reichenberger. Italia era,
esencialmente, una nación en bancarrota. N o tenía sentido seguir
tirando buen dinero para salvar dinero malo. El gabinete de
Alemania occidental se había reunido esa mañana y había
mx comunicado a Reichenberger que el gobierno no brindaría nuevas
§j¡¡§ garantías^ iCLsea* que los -Bancos comerciales alemanes, tendrían®
'Cíii que organizar su propia operación de salvamento. El Leipziger
Bank era el más involucrado, de manera que Reichenberger era el
organizador. ¿Por qué me llamaban a mí? Porque Arabia Saudita,
según estimaba Reichenberger, había colocado hasta el momento
tres mil millones y medio de dólares en préstamos italianos. La <
Agencia Monetaria Saudita era, pues, la segunda acreedora de
italia, por orden de importancia, después de Alemania. Luego-
Reichenberger nombró los Bancos de otros países que teníanípofe»
¡P lo menos mil millones en juego. Se invitaba a un delegado de cada
grupo a una reunión en Roma, que se celebraría el viernes 12 de
noviembre a las diez de la mañana. También estaría presente un
mi delegado del "gobierno de cada país. ¿Arabia Saudita deseaba
%
fe enviar un representante?
Por supuesto que sí, respondí. El representante podía ser yo
mismo, o el jefe de la Agencia Monetaria Saudita, príncipe al-
Kuraíshi, o ambos.
El doctor Reinchenberger creía innecesario advertir que la
prensa no debía enterarse del asunto. Y cortó la comunicación. .

27
Reichenberger estaba acertado con respecto al descubierto de
Italia con Arabia Saudita. Ascendía exactamente a tres mil
millones de dólares con cincuenta y cinco, según los libros de
Riyad. Entre los deudores estaban el Tesoro italiano; las ciudades
de Roma, Milán, Turín, Florencia y Nápoles; el IRI, el
conglomerado industrial del Estado, más una cadena de subsidia-
' ríos del IRI, incluida la compañía que manejaba las Autostradas
‘ italianas; los productores de automóviles Alfa-Romeo; FINSIN-
DER, el holding que controlaba a la mayoría de las fábricas de
. acero de Italia. Todos los préstamos teñían algo en común: se
- habían otorgado bajo el supuesto de que estaban respaldados por
la «obligación moral» del Estado italiano.
' ~ Desde mediados de la década del sesenta, estas instituciones
• ' italianas comenzaron a pedir grandes préstamos al mercado del
' eurodólar, es decir, préstamos en dólares norteamericanos de
. instituciones bancarias europeas. Los Bancos hicieron todo lo
- posible por entrar en los sindicatos de préstamo. Después de todo,
¿qué más seguro que otorgar préstamos a agencias gubernamenta­
les de una nación europea de primera: línea? Especialmente a una
que estaba en el centro del milagro económico, con un producto
bruto que crecía más del diez por ciento cada año, por lo menos
casi todos los años. ¡Italia era el Japón de Occidente!.
«' De modo que llovían miles de millones; generalmente sobre una
: base del diez al quince por ciento, a un interés de alrededor del
ocho por ciento. Al principio los grandes Bancos mercantiles
monopolizaban este negocio.;, hasta que los superó incluso a ellos.
\ Luego fueron cada vez más los así llamados «consorcios
bancarios» de Londres, París y Bruselas los que proporcionaron a
1 Italia más y más miles de millones. Este tipo de institución fue
también producto de la mentalidad de mediados de la década del
sesenta. La idea era ésta: si un grupo de Bancos muy grandes de
- r diferentes países, por ejemplo, el Chase Manhattan de -Nueva
; - York, el Deutsche Bank de Francfort, el Crédit Lyonnaís de París,
el Union Bank de Switzerland de Zurich, se unían y establecían un
subsidiario común, el nuevo «Banco hijo» tendría un crédito casi
ilimitado, debido ál inmenso poder y recursos de sus padres. El
- .concepto se volvió especialmente atractivo cuando se comprobó

v: : r - ^ 8 ^ ^ K is ia llllS ili
nue estos Bancos podían crearse con muy poco capital, y que aun 1
cuando admitieran depósitos gigantescos, e hicieran préstamos
igualmente gigantescos - (como los de Italia) las autoridades
europeas no insistían en que los padres siguieran alimentándolos
cada vez con más capital para seguir su ritmo de crecimiento.
Maravilloso, pensaba todo el mundo. N o exactamente prudente,
«ero muy conveniente. Y tenían nombres llenos de fantasía:
Orion, Midland and International Banks Limited (MAIBL),
Ünion de Banques Arabes e Françaises, Western American Bank
(Europa), etc. Hacia mediados de 1970 había más de treinta
instituciones como éstas; muchas de ellas manejaban miles de
millones de dólares. Todas estaban predominantemente respalda­
das no por capital totalm ente amortizado, sino por el capital y el
prestigio de los Bancos «padres» en el país de origen, una
pirámide invertida sumamente sofisticada.
El problema era éste: si uno de esos «Bancos hijos» se nunaia,
, amén lo sacaría a flote? N o el gobierno de Su Majestad, a pesar
rtC oue casi todos estaban en Londres, porque la mayoría
pertenecida instituciones no británicas. Tampoco el Mercado
Común, ya que el Mercado Común no tenm autoridad bancana
N i los Estados Unidos (aunque había muchos grandes Bancos
norteamericanos involucrados, y muy seriamente, en estos Bancos
de pirámide, invertida de Europa) porque, después de todo,

CSN o!en Ú Utaadstancia, si algo marchaba mal, los ^


depositantes de Nueva York, o Toronto, o Zunch, cargarían con
la cuenta Lo cual era inconcebible. Por eso, en general, los
gerentes de estos Bancos multimillonarios recibían mstniccrones
muv estrictas. Trabajar únicamente con deudores seguros. Y ¿qu
' mal seguro que los préstamos respaldados por la obligación moral
del gobTerno de uno de los más grandes países europeos?
Especialmente, según razonaban ellos, porque .
Occidente permitiría que Italia se deslizara por el tobogán
financiero. También estaba, el asunto de las ganancias. Los Bancos
^beneficiaban con los italianos. En promedio se llevaban el tres
por ciento del valor aparente de cada préstamo, pagado j?or
adelantado, para «cerrar trato», o sea treinta millones por cada
wm

mil millones prestados. Estos eran los honorarios que cobraban


ppr un par de semanas de papeleos, y una serie de llamadas
telefónicas a otros bancos del sindicato que proporcionaba el
dinero. Y después, año por año, un interés por lo menos el ocho
por ciento, que era grande, ya que durante muchos años podían
tomar en préstamo o «comprar» los dólares a sólo el cinco por
ciento.
Un asunto seguro y muy conveniente. Hasta mediados de la
decada del setenta. Luego, uno tras otro, estos astutos banqueros
europeos empezaron a preguntarse lo siguiente: ¿Cómo van a
•hacer los italianos para pagarnos nuestros préstamos?
Y nadie tenía la respuesta. Entonces, por lo menos los Bancos
comerciales y sus «hijos» asociados cerraron el grifo.
-—Que el Mercado Común se ocupe de Italia por un tiempo__
' , ían con su actitud. Y rogaban que cuando vencieran los
prestamos comerciales (en 1979), el Mercado Común también
-proporcionara a Italia los dólares suficientes para pagar sus
deudas. Los poderosos gestores bancarios comenzaron a funcio­
nar, y el Mercado Común (que, en realidad, era casi exclusivamen­
te el gobierno de Alemania occidental) hizo su entrada. Alemania
prestó a Italia los miles de millones que necesitaba para los
próximos años. Pero no a ciegas. Los alemanes son los más
cuidadosos financieros del mundo. Pidieron garantías. Primero,
' Part^ de las reservas de Italia en oro. Después, todas. Italia seguía
' requiriendo dinero para mantenerse a flote: para comprar
petróleo, trigo, whisky. Italia era la más grande importadora de
whisky escocés en el mundo después de los Estados Unidos.
Entonces Arabia Saudita ofreció su ayuda.
Discutí el asunto durante el almuerzo con al-Kuraishi, que
estaba profundamente perturbado. Arabia Saudita no había
' Prestado todo ese dinero a Italia por voracidad, como los
banqueros londinenses. Cuando la cuenta de petróleo italiana se
fue a las nubes después de la suspensión de 1973 (Italia compraba
petróleo exclusivamente en Oriente Medio y Libia), los Estados
Unidos y Europa pidieron insistentemente a Arabia Saudita que
, ayudara a ese país reciclando petrodólares a Italia, o sea tomando
.una porción de los dólares que Italia estaba pagando a los sauditas

30
pat el petróleo y volviéndolos a prestar a instituciones italianas.
Arabia Saudita había colaborado, en el orden de tres mil millones
y medio, en préstamos comerciales. Pero entendiendo que tanto
Europa como Norteamérica avalarían la deuda italiana. Moral­
mente.
•—Esto es un ejemplo de la moral occidental —concluyó el
príncipe.
Asentí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero tal vez se pudiera
recobrar algo.
—Tal vez —admitió al-Kuraishi. Y quizá tratarían de chanta­
jear a los árabes para que sacaran a todo el mundo a flote. El no
iría a Roma en esas condiciones. Debía ir yo solo.
Las instrucciones eran que no me comprometiera a nada, y
preferentemente que no dijera nada. Sólo debía ser un observador
técnico. Y mantenerme en comunicación.
Partí hacia Roma en el vuelo de las cinco de la tarde y llegué allí
a medianoche, después de una escala en Beirut. Italia fue un alivio
después de Riyad. N i siquiera me molestó el ridículo caos en el
aeropuerto de Fiumicino. Después de una semana en Arabia
Saudita, era una gloria ver mujeres en público nuevamente, en
particular ^miqeressdtalianas: con sus manos, su cabello, y
especialmente sus faldas en movimiento. Hasta era divertido ver
carteles de propaganda de Cinzano y de White Label Scotch en
lugar de los de los de radios Phillips y Hondas.
tóEmel taxi que?recorría el largo camino a la ciudad decidí sobre
mis ¡prioridades:¿primero una copa, después una mujer.
El bar de Hassler todavía estaba abierto, aunque por poco
tiempo* de modo que conseguí la copa. Pero (y créanme que me
preocupaba) sentí que¿ estaba demasiado cansado como paras
tomarme el trabajo de estar con una mujer.. Mi ex esposa se habría
muerto de/risa de sólo pensarlo, la perra frígida.
Creo que todos los problemas de mi esposa (sé llamaba Anne)
surgían de la religión. Era católica. No «de familia» católica, sino
católica practicante; Mi padre me lo advirtió. Pero cuando se
tienen veintiún años* ¿quién piensa en esas cosas? Nos conocimos
en la Universidad de Georgetown. Yo estudiaba ahí porque tenían
la carrera de Servicio Exterior; ella, porque la Universidad estaba

31
dirigida por los jesuítas. Nos casamos cuando yo estaba en el
último año. Ese otoño fuimos juntos a Londres. Ese invierno tuve
mi primera aventura extramarital. Fue un matrimonio celebrado
en el infierno. A la mañana siguiente llegué a la embajada minutos
antes de las diez, descansado y con cierto entusiasmo; Mi estado de
ánimo coincidía con el clima: Italia, en noviembre, puede llegar a
ser un lugar muy frío y depresivo. El salón de reuniones estaba
amueblado con gran despilfarró, pero no con elegancia; era Knoll
International pared a pared. La situación de los participantes
reflejaba otra característica del alma alemana moderna: el respeto
por el dinero. Hérr doktor; Reiehenberger ocupaba el sillón de
cabecera. A su derecha estaban los norteamericanos. A su
izquierda, Arabia Saudita, o sea yo. A mi izquierda estaban los
británicos (lo cual demuestra cómo se había deteriorado ese país),
y frente a los ingleses, naturalmente, los franceses. En los
siguientes escaños estaban los iraníes y los japoneses, lo cual
obviamente irritaba a los dos hombres de Teherán. Luego venían
los holandeses y los suizos; finalmente, Bélgica y los canadienses.
A llí estaban: los once países que controlaban el capital del
mundo. Italia estaba en el extremo de la mesa: [Judas Iscariote!
Había dos hombres por delegación; uno representaba al
respectivo gobierno (generalmente se trataba de un alto funciona­
rio del Tesoro o del Banco central); el otro era el director del
Banco «principal» en los diversos países, o sea el Banco Comercial
que se había comprometido más con Italia, ya fuera directamente
o por su participación en uno de los Bancos del consorcio, o ambas
cosas. Arabia Saudita era una excepción, puesto que, en su caso, el
Tesoro del gobierno, el Banco central y el Banco Comercial eran
sinónimos, combinados en una institución que yo representaba: la
Agencia Monetaria de Arabia Saudita. N o pocos de los presentes
me echaron miradas curiosas cuando el herr presidente hizo las
presentaciones. Se me ocurrió que los japoneses estarían rompién­
dose la cabeza tratando de entender cómo un árabe llevaba el
nombre de Hitchcock.
A mediodía, todos, excepto yo (que había declinado; hacerlo) y
los italianos, habían expresado sus opiniones. Ninguno prometió
nada. Entonces el jefe de la delegación local hizo su jugada. Italia
sólo necesitaba un par de miles de millones de dólares De otro
modo no podría comprar a América y a Europa los alimentos que
necesitaría en 1979, ni el petróleo a los árabes. Además no pagaría
(no podía pagar) ningún interés de los préstamos en eurodólares
que adeudaba, en total dieciséis mil millones de dólares. Tampoco,
continuó, podía pensar en devolver ninguno de los préstamos
comerciales acordados en la década del sesenta, que lamentable­
mente, vencían en 1979. Estos ascendían a dos mil millones con
seis, según creía.
—Pero —interrumpió el delegado del Tesoro de Berna—,
entonces no necesitan «un par de miles de millones», como usted
sugiere con tanta ligereza. jNecesitan mucho más!
Tipos inteligentes los suizos. Suman rápido, cuando su propio
dinero está en peligro. HH
—Bien —contestó el italiano— ; si el señor del Norte insistía en
ser tan preciso, en realidad les harían falta cuatro mil millones.
Con eso se arreglarían en 1979. O por los menos la mayor parte de
ese año.
— Vier Billiarden dollars! —gritó herr doktor Reichenberger,
olvidando su rol de presidente neutral y recurriendo sin darse
cuenta a su lengua natal—. Das ist unmöglich!
—J a ja —asintieron el holandés* y un suizo, y un belga que era w
flamenco— . Eso era definitivamente unmöglich!
Pero los verdaderamente afectados no eran los representantes
del gobierno, los burócratas seguros en sus pequeños nichos
vitalicios, sino los banqueros comerciales, los elegantes de traje
gris que habían repartido el dinero de sus depositantes durante
años, como si fueran caramelos* más interesados en ser recibidos
principescamente en Roma, Milán y Florencia (con sus esposas,
por supuesto) que en calcular con criterio realista si lo que hacían
era prestar el dinero del Banco o regalarlo. Era el futuro de sus
Bancos, o, peor aún, el de sus cargos como gerentes de esos
Bancos, lo que estaba en juego.
Sin ninguna duda, los mismos dolorosos pensamientos pasaban
a la vez por diez cabezas. Cuando digo «doloroso» no debe,
inferirse que a ninguno de ellos les preocupara que los italianos se
murieran de hambre o de frío en 1979. No. Su razonamiento era el
I

<9 ^siguiente (y yo no podía criticarlos, porqué también yo&firi* .__El Congreso no lo respaldaría. ; ;
^ banquero comercial): si Italia no consigue ahora mismo «un La generosidad norteamericana. . ‘ .
\ préstamo muy grande de alguna parte, no podrá pagar en la fecha —Pero —continuó el norteamericano- tai vez accedan a
J de los vencimientos. Eso significa cancelar dos mil millones con contribuir con algo, siempre que los países con grandes excedentes
_ seis. Grave, pero no imposible. N o obstante, si Italia también deja de dólares hagan otro tanto. , ; í¡
de pagar los intereses de loa restantes préstamos pendientes Sentí cómo todas las miradas giraban en dos direcciones: hacia x . v
(alrededor de catorce mil millones), todos los préstamos serán mí y hacia los hombres de Persia. Al fin y al cabo, como todos los
reclasificados por los auditores. Primero, como «no productores presentes sabían, cuatro mil millones significaban menos de u n ^ ¿ |
?JiK>de ingresos»; luego, como «dudosos», y por último, Dios mío, mes de ingresos para las dos principales potencias petrolíferas del
- como «morosos» cuyas deudas debían darse por canceladas, Golfo Pérsico. -
v ^inmediatamente y por completo. Con lo cual quedarían agotadas Afortunadamente para mí, el director del Banco Central de Irán' ~¿t
las reservas y el capital, de los Bancos, y algunas otras. Tal vez advirtió lo que iba a suceder, y se puso a la defensiva:
sobrevivirían el Chase y el First National City* pero incluso ellos —Usted —espetó, señalando con un dedo al hombre de
! resultarían gravemente afectados. En Londres habría un caos Harvard— también tiene una obligación moral con respecto a los
m total. Y el desastre acarrearía juicios, acciones legales que los préstamos que le hemos hecho a Italia, su aliada. Irán, y las otras
. acusarían de mala administración, de. ¡fraude! ¡Dios mío! naciones ,del Golfo .Pérsico, le recordarán esas obligaciones.
¡ ¡Árruinados para toda la vida por esos italianos del deriionio! . Vn bluff, pero bueno. El subsecretario de Washington pidió
»
; Uno de los canadienses rompió el silencio que había invadido ayuda con la mirada a su aliado alemán. Pero difícilmente el buen
o repentinamente la habitación. herí doktor Reichenberger se pondría a discutir con los persas,
o ; —Pero —dijo, dirigiéndose al director del Tesoro italiano— su irán tenía diez mil millones en depósito (depósito a corto plazo) en
gobierno está moralmente obligado a pagar esas deudas. su Banco•de Francfort. También los países de la «hermandad» del
o 5 Al principio sólo recibió una mirada de lástima por tanta Golfo: Kuwait; Abu Dhabi, Qatar, y por supuesto Arabia Saudita.
o e l ingenuidad. En seguida se oyeron las palabras del delegado del El Banco de Francfort necesitaba desesperadamente esos petrodó-
gobierno italiano. - lares, y más todavía si aquí en Roma se preparaba una nuevacrisis;
*** —¿Con qué? financiera. Por,otra parte, el ejército que había en Alemania entre
'Realmente, ¿con qué? N o tenían ni dólares ni oro. Tal vez los Francfort y los rusos era el de los norteamericanos. '\ -
i alemanes podrían quedarse con Venecianos suizos con Florencia, La elección de Hobson para herr doktor Reichenberger; Me" ^
y los norteamericanos con Sicilia. Obviamente nadie querría a miró. Negué con la cabeza. Tenía instrucciones muy claras.
Nápoles. De manera que el presidente no hizo más que sugerir que la
, —Pero —continuó el italiano— el gobierno norteamericano, reunión pasara a cuarto intermedio hasta el día siguiente, a la
tcon su tradicional generosidad, atento a la importancia estratégica misma hora y en el mismo lugar. Me retiré sin decir una palabra a
de Italia en la NATO, y consciente de la posibilidad de que nadie. ' ,
gsobreviniera un pánico financiero si no hacía nada; ¿no avalaría En cuanto estuve de regreso en el Hassler, inmediatamente
iquizá dicho préstamo de cuatro mil millones de dólares? -r-una llamé a al-Kuraishi en Riyad y le expliqué la situación. Lo tomó
<» ¿«pregunta un poco larga. Pero tal vez un rayo de esperanza. con calma. Preguntó sobre Irán. Le informé cuál había sido su
ÜSSS
Que se apagó cuando uno de los mejores alumnos de Harvard, posición. Gon un poco menos de tranquilidad, el príncipe me dijo
el Subsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, respondió: ¿que debía evitar toda identificación con la posición iraní. ¿Estaba

o 34 35

o
0
claro? Sí. «Quizá —sugirió al-KLuraishi— a mí se me ocurriría 0
0
— Bien, ¿en qué estábamos? —pregunté.
alguna posición transaccional.» — Usted iba a preguntarme algo indiscreto.
Bajé al bar. . . —Eso es —sorbí mi martini tibio como el W •
recordar el guión—. Sí, lo que me llamó la atención?1
y conseguí 0
Estaba sentada en un extremo, sola. Cabello oscuro, bonito considere judía siendo que su padre nó lo es S que usted se c
cuerpo, poco más de treinta años, traje Pucci de saco y pantalón.
Linda nariz. Eso en cuanto a su aspecto físico.. Lo suficiente como
— Me sorprende. Creí que era usted un hombre culto
—¿Sí? ’
0
para interesar a un tipo que acaba de llegar del desierto árabe.
—¿Puedo sentarme aquí?
—¿No sabe nada de judaismo? c
—Naturalmente que sí. He leído la Biblia. ¿Qué me qu¡ere decir? 0 ,
-—Sí, cómo no —hablaba inglés con acento extranjero, pero yo
no podía determinar de qué lugar.
—Lo que le quiero decir es que es la madre quien determina si un
hijo es judío o no. El hijo de madre judía y padre no iudío es iudío. 0
—¿Francesa?
—No, suiza. •
A la inversa, no lo es. * o
—¿Y que hace en Roma?—el diálogo no era original, pero ha
—Muy bien. He aprendido algo. De modo que usted ha nacido
judía. smM
£■
o
dado buen resultado en todo el mundo millones de veces. —N o se trata sólo de las circunstancias de mi nacimiento. Sería Mi o
—Estoy con mi padre, que vino a una asamblea aquí. judía de todas maneras. Porque admiro lo que representan los 0
0
—Ah, ¿sí? ¿Qué hace? judíos. Sienten que son los elegidos de Dios, y actúan en
—Es físico. Nuclear. De la Eidgenoessische Technische.. consecuencia; Son diferentes de los demás y están orgullosos de
Hochschule de Zurich. * ello. Este mundo es capaz de corromper casi todo, pero no ha
—Fascinante —mentí—. ¿Y usted? 0
logrado corromper a mi pueblo.
-^¿Quiere decir qué hago yo? ■ Se estaba poniendo muy dura. Y yo realmente nunca presto 0
—Si. ■ atención a los asuntos religiosos. Pero lo que la muchacha acababa 0
—En realidad no hago riada. En casa atiendo a mi padre. Viajo
con él cuando va al extranjero. Escribo un poco. Hago un poco de
de decir era demasiado, después de Un martini tibio y una mañana
frustrante. 0
caridad para mi gente.
—¿Cuál es su gente?
.

.
-
— Francamente —respondí—, me resulta ün poco difícil estar
de acuerdo con eso. Los judíos son como cualquier otra persona
o
0
0
—Soy judía —respondió cori aire algo desafiante—. O, más cuando se trata de dinero. Más aún. Se puede comprar a un judío
exactamente, medio judía. Por parte de mi madre, que ha fallecido. lo mismo que a un árabe, a un italiano o a un esquimal.
Pausa solemne por la muerta. Luego: 1 Me miró con una sonrisita algo desconcertante y despreciativa. 0
0
—Me interesa lo que me dice. Pero, por favor, dígame si soy —¿Y qué es lo que hace usted! —me preguntó.
indiscreto. - - ^ e^ B iensavque tiene algo que ver con lo que acabo de decirle?
^A delante—invitó la muchacha, mirándome a los ojos en esa —SL O
forma directa tan típicamente suizas
—Pero, espere un minuto. No ha pedido nada todavía —pedí un
—Bien. Soy banquero.
0
0
Otra vez la sonrisita, que indicaba claramente que yo calzaba a
martini. El mozo me trajo una copa de vermut tibio. Volví a la perfección en su definición de cambista WASP (White Anglo­
llamarlo, y terminé ante un vaso de gin tibio con un minúsculo
cubo de hielo. jA veces la vida del expatriado es un infierno!
Saxon Protestant). .
0
0
—¿En Nueva York? — averiguó.

.V ■ : \ • . v36.l:\ 37
0
0
0
9
I

9
j|¡¡
9 —No. En Riyad, m
-Considerando la organización inicial, el costo de transporte, SSÉI
Por primera vez hubo una chispa de interés en sus ojos pardos. a »
el gasto del establecimiento en Israel... yo diría que no menos de
—¿Entonces trabaja con los árabes? diez mil dolares por persona, -
ü§ —No con ellos —respondí—. Para ellos. —¿Y usted cree firmemente en ese tipo de misión?
—Pero usted es norteamericano. - L a considero uno de los aspectos más importantes de mi vida
—Sí. —¿Le gustaría liberar a dos judíos esta noche? -’
—¿N ose despierta algunas mañanas odiándose a sí mismo?: —N o entiendo. ’
—No. ¿Por qué habría de sucederme eso? —Bien, se lo diré de otra manera. Esta noche usted puede ganar
—Primero déjeme hacerle otra pregunta. ¿Por qué: trabaja para lo suficiente como para liberar a dos compañeros israelitas de
los árabes? Europa? oriental; ¡A diez mil dólares por cabeza! ■

Mi
^aPor dinero —eso no era exacto, pero no tenía importancia. —-{Qué absurdo!
—Y o a eso lo llamaría prostitución. . -^-Nada:absurdo.
— Usted bromea. Se estaba poniendo un poco nerviosa. La delataba la forma en
9 —No. Hablo en serio. Porque es degradante. N o culpo a los que se pasaba?la lengua por los labios a cada momento.
hombres; Simplemente siento, y con mucha fuerza, que una mujer —¿De qué manera? ,
debe conservar su orgullo, comenzando por el cuerpo. —Pasando una; hora conmigo, en mi habitación.
— En cualquier circunstancia —agregué. —¿Usted sugiere que pagaría veinte mil dólares por acostarse
— Sí. Pero no creo que usted entienda eso, ya que las personas una vez conmigo?
para quienes usted trabaja tratan a sus cabras mejor que a sus —No especifiqué que fuera una sola vez. Dije...
O mujeres. - — ¡Es repugnante! ^
jAhora esos ojos pardos echaban chispas! —-No lo creo. Tampoco lo creer/an esos judíos. Si uno de ellos es
O —De modo que, resumiendo lo que me ha dicho, en primer una mujer ?(y espero que lo sea), estaría dispuesta a hacer cosas
•9 lugar usted no cree que se pueda comprar a los judíos por- dinero ■ mucho peores que acostarse con un norteamericano en un hotel de
9 Y en segundo lugar opina que es inconcebible que; una mujer se Moscú para salir de vRusia,
acueste con un hombre por dinero. v —¡Usted es un enfermo!
—No es eso exactamerite lo que dije. Pero; está bien¿ Es una ■?•:~r^No.:Uablo:en serio.' Y soy perfectamente realista con respecto
enunciación bastante buena de lo que pienso. al mundo en que vivimos.
-^Permítame retroceder un poco. Usted dijo que se;ocupaba de Se quedó un minuto en silencio, mirándome.
hacer caridad. Para los judíos. í;¡B:-rtr¿Puedo;iprfeguntarle:su nombre? —aventuré finalmente.
9 —Sí. En especial para las organizaciones que apoyan la —jNo creo que se lo diga, después de esta conversación!
emigración de los judíos de Europa oriental, particularmente de —Bien. El mío es Hitchcok. Bill Hitchcok —extendí la mano.
9 Rusia; Pero ¿qué tiene que ver eso con lo que estábamos Y ella la tomó, después de una breve pausa.
9 discutiendo? —Soy Ursula Hartmann. ,
—En un minuto lo verá. Ahora, dígame, ¿cuánto cuesta, en —Ursula. Muy suizo.
9 promedio/liberar a un judío de los comunistas? —Sí. Lo odio.
—Creo que eso jamás se ha calculado. —N o sé. Es mejor que Heidi.
—Diga algo aproximado. —Ese es mi segundo nombre —declaró. con una mueca. M
9 38 39

9
En ese momento su padre entró en el bar..., el buen herr poco en la reunión. Tardé casi media hora en localizarle, con
profesor Hartmann en persona. Con él venía otro hombre; alto, ayuda de la embajada francesa. Una vez que obtuve la comunica­
rubio, con la camisa abierta, de unos cuarenta años. Podría haber ción, todo se resolvió en menos de dos minutos. Dijo non tres
desempeñado a la perfección el papel de comandante de tanques veces, y nada más. Los malditos franceses jamás veían más allá de
británico en una película de guerra... N o era exactamente el tipo sus narices. Llamé al presidente de Barclays; Le gustaba la idea,
que uno esperaba ver acompañando al profesor Hartmann. pero su Banco sencillamente no disponía de los fondos. Probé con
.Aunque teniendo en cuenta a su hija... Reichenberger, pero no lo encontré, y en su embajada no sabían
Los dos hombres se sentaron junto a Ursula, y en seguida los dónde estaba. Dejé mensajes en todas partes y me quedé allí, en mi
tres se pusieron a hablar en alemán. N o hubo en Ursula el menor habitación del hotel, cada vez más frustrado. Finalmente
movimiento que indicara que iba a presentarme. D e manera que Reichenberger me llamó. Sí, podía conseguir que los grandes! Sjg
diez minutos después me retiré, con la fuerte impresión de que Bancos de Alemania otorgaran otro gran préstamo. Siempre quei M
había quedado como un estúpido, y estaba lejos de ser la primera hubiera garantía. Pero los italianos no tenían nada que ofrecer. Le
vez que eso me sucedía. recordé que eso ya lo habían aclarado. Sí, replicó Reichenberger. |pÉ¡¡¡
in
Volví al trabajo. El príncipe al-Kuraishi había sugerido que yo
propusiera algo. Muy bien. Tal vez algo no muy permanente. ¿Qué
¡s® pero sin garantía no habría préstamo. ¿Y si habláramos al
gobierno de Bonn pidiéndole una garantía más? N i pensarlo. Su # iji
importaba eso? ¿Acaso alguna vez se habían hecho propuestas a gobierno había sido muy firme al respecto. Pero, concluyó, si a mí Wm
largo plazo? ñ se me ocurría algo nuevo, cualquier cosa que fuera, él estaba
Mi análisis personal de Italia* desarrollado a través de los años, dispuesto a discutirlo. En cualquier lugar.
era éste: desde la segunda guerra mundial, ese país y su economía Bien, era un comienzo. Ahora había que hacer un trabajo Ü
Üfiil
se parecían a un hombre atado a un molino de agua. Iba hacia delicado. Nosotros, es decir, ;los:sauditas, debíamos realizar una
arriba, luego descendía, y al completar la vuelta se. hundía hasta la
cabeza en agua fría. No era nada fatal. Todo lo que debía hacer
m pequeña operación en Roma: manejar los préstamos en Italia, y
establecer una participación en la comunidad b ancaria italiana.
%

era contener la respiración durante un ratito. Luego salía otra vez Llamé al director de la institución local y le pedí dos cosas: que
al mundo nebuloso de las ilusiones de riqueza eterna. Hasta el Wk: redactara un informe sobre una de las principales corporaciones mm
siguiente remojón. . italianas y que se ocupara personalmente de otro asunto.
D e manera que lo que se quería* una vez más, era conseguirle a ■mm: Luego llamé al hombre número dos de la embajada norteameri­

m
Italia un poco de tiempo. Tal vez yo debía hacer algunas llamadas » : cana. Hacía por lo menos quince años que estaba en ese cargo,.?
telefónicas, tratar de conseguir un préstamo a'corto plazo, viendo cómo se sucedían los embajadores, más frecuentemente p^lps
ip p incapaces que otra cosa. De todos- modos, la esposa de este ¡¡S®
digamos un par de miles de millones, algunos en el momento, el
resto en stand-by. Podía ser a seis meses, con opción a otros seis. Y
3
hombre era prima de mi ex esposa, y, como ella, tenía un montón Mi
I# no habría incumplimiento de las antiguas deudas. Después de de dinero y prácticamente nada más. Pero eso a él no le importaba, ■O
todo, para eso me habían contratado los sauditas: para ayudar a porque creo que le gustaban los muchachos. Al menos esa era la
0
0
sofocar los incendios financieros. Estaba seguro de que al- impresión que tenía cuando él y Priscilla (no es una broma,
Kuraishi aprobaría que los sauditas brindaran una parte de la realmente se llamaba Priscilla) venían a mi antigua casa de San
suma, digamos quinientos millones. (¡ Francisco, una de las muchas en que se alojaban gratuitamente en
0
Primero me puse en comunicación con Henri Duvillard,
presidente del Banque National de París. Había hablado muy
! sus recorridos por los Estados Unidos cuando élv; estaba de
vacaciones. A mi ex esposa le encantaban esas visitas; paseaba al €
H 0
■ 0
0
WM
0
0
hombre por San Francisco como si fuera una: versión papista de
Henry Kissinger.
' Pero creo que esa era la parte buena de nuestra vida. Luego
estaban los problemas. Anne los,tenía en cantidades; y casi todos
vinculados con la cama. Dicen que, en última instancia, lo que
destruye a los matrimonios es el sexo o el dinero. En nuestro caso
no fue el dinero.
De todos modos eso no venía al caso. Ahora me tocaba a mí
aprovecharme un poco de la situación. Le invité a cenar, con
instrucciones precisas de no traer a Priscilla. Comimos en el
roofgarden del Hassler. A las diez dé la noche yo sabía todo lo que
quería saber sobre quiénes eran los que realmente se ocupaban de
las finanzas del país en ese momento* y por cuánto se les podía
comprar. Entonces le mandé a su casa.
' Cuando volví a mi habitación encontré los dos paquetes que
había pedido a los sauditas locales.
' ¿Por qué no probar?

El teléfono de Ursula sólo sonó dos veces antes de que ella


levantara el aparato.
— Ja? —dijo.
'— Soy yo. Bill Hitchcock.
—¿Y qué quiere?
— Continuar nuestra conversación.
—Ni lo piense.
—¿Por qué? -
— Tengo que esperar a mi padre. Aún no ha vuelto de la cena.
—¿Y usted dónde comió?
—En mi habitación.
—¿Estando en Roma come én su habitación? Qué aburrido.
—Un poco, sí.
— Escuche, ¿por qué no viene á mi cuarto a tomar una copa?
Estoy en el setecientos veinte-veintiuno.
—Ya le dije, señor Hitchcock...
—Bill.
—Como acabo de explicarle, es imposible.
—Bueno. Pero si cambia de idea, suba y entre directamente.
Voy a estar un rato levantado. Leyendo. ¡ti
Era cierto. Tenía que leer un informe de cien páginas. Había
llegado a la página treinta cuando alguien golpeó la puerta. La
abrí, y allí estaba Ursula Hartmann. Esta vez no llevaba
pantalones. Se había puesto una blusa blanca almidonada y una
falda azul, recta. Parecía una guía turística.
Yo llevaba una bata, y nada más. Mi disfraz de Flash Gordón.
—Adelante —y le estreché la mano en el mejor estilo suizo— .
Bienvenida a esta fiesta de una sola persona.
—Mí padre llamó —dijo Ursula mientras entraba, pero sin
tomar asiento todavía—. Dijo que volvería tarde. Entonces...
—Pero siéntese, por favor. ¿Qué le gustaría tomar? Tengo gin,
whisky y Campári —Italia nunca me parecía completa sin una
botella de ese jarabe rojo para la tos.
Ursula tomó gin-tonic, dos en el término de quince minutos.
Ocupamos el tiempo en charla intrascendente, especialmente
sobre papaíto.
—¿Quién era el Gran Cazador Blanco que su padre trajo ai bar?
—pregunté.
— -Un colega de él.
—¿Un colega7 . ¿Así qué ese tipo es capaz de pensar?
^•Es un brillante científico. De Israel.
—¿Entonces su padre también está en ese asunto de los judíos? '
Por algún motivo pareció desconcertarse, pero se recuperó en.
seguida. V
^-De ningún modo —respondió—. Papá tiene cientos dé'
amigos en la comunidad científica de todo el mundo. El profesor ^
BeñrLévi es uno de ellos. Absolutamente nada más.
- No había razón para seguir presionando por ese lado, d e^ |:;
mañera que pasé ai tema de los viajes. Ursula y su papá h a b í a ñ '
andado mucho. Por tanto, ella conocía la mayoría de los buenos
«restaurantes que yo había llegado a amar,, desde Pére Bisse, en
Tailloire« hasta el pequeño bistro de Charles y Maurice, en San
Rafael: había agregado este último a su lista cuando papá era
s¡: ^ _ profesor en Berkeley.
te te" Pero yo no pensaba precisamente en comida en.ese momento, si
bien mis gustos gastronómicos tienen un cierto paralelo con mis
Ir; preferencias sexuales. Quiero decir que en los últimos veinte años
ite~ m* v^ a nunca, pero realmente nunca, me había conformado
v y * con un pedazo de carne asada para la cena. Eso lo come
cualquiera. Es aburrido. También puede uno cansarse del sexo,
especialmente si se tienen cuarenta y cuatro años y ya se ha
ste ^ recorrido todo el circuito, desde los forcejeos adolescentes en el
pite J asiento posterior de un Ford de segunda mano con la hija del
párrpeo local, hasta tender de espaldas a la sobrina de un lord
^ mgtés en el asiento posterior del Rolls del tío, en el camino de
(te; ; regreso desde Ascot, que es lo que me había sucedido el verano
an teyior. Hacer el amor con ella, de todos modos, no fue más
fC apasionante que arrojar una cáscara de banana en Oxford Street.
Pero sea como fuere, siempre hay que probar cosas nuevas. El
| ~ desafío es lo que le da color a las cosas: a los negocios, al sexo, a
;) todo.
y - •> No soy tan modesto como para creer que no habría podido
col19MÍstar a Ursula después de una larga serie de copas, cenas,
sesiqnqs de cine y de teatro, y, como prueba de absoluta
sinceridad, hasta de ópera. Pero yo, a los cuarenta y cuatro años,
odiaba la ópera. Entonces...
—Bueno, Ursula —dije—. Hablemos de negocios.
Otra vez empezó a pasarse nerviosamente la lengua por los
te labios. Y cruzó las piernas bajo la prolija falda azul,
íte ' ' —¿De qué habla?
Me puse en pie, fui al dormitorio y volví con el sobre marrón (sí
"te,, marrón) que mi funcionario Saudita me había enviado esa tarde,
y ':? Lo arrojé sobre la mesa. Ursula estaba sentada del otro lado, en
tete,, ^ sofá. Me quedé parado frente a ella, esperando para ver qué
5® pasaba, y pensando que Ursula era realmente una muchacha muy
te; ' atractiva. Tenía esas redondeces que las mujeres sólo adquieren
te i después de los treinta. Tomó el sobre y permaneció sentada,
mirándome. Luego lo abrió.
Contenía veinte billetes de mil dólares, de los fondos de mi

44

P ;
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¡¡¡¡j O
0
ayudante Saudita ausente. N o es fácil coleccionar billetes de mil O
dólares, ni siquiera en los Estados Unidos. Cómo los había BU!
conseguido él en Roma, en una sola tarde, era algo que yo no C
comprendía, pero reforzaba mis anteriores conclusiones de que
sl®
§
8P
ÉS
¡l
0
nunca hay que subestimar a los árabes en materia de dinero.
—Usted está loco —declaró Ursula, tocando algunos de los V íff 0
billetes, pero sin sacarlos del sobre marrón. Itljp 0
—No, estoy en bastante buena posición —esos veinte mil
representaban alrededor de medio segundo de ingresos por 0
petróleo en Arabia SauditarYo sólo quería invertir esa minúscula 0
porción de tan vastos fondos con un enfoque verdaderamente
renovador.
O
Extendí el brazo sobre la mesita, apagué mi cigarrillo en el o

Tfi
cenicero, le cogí la mano, tiré un poquito... jy vino! >t¡¡ 0
La siguiente etapa de la operación era la más arriesgada; ¿Se
dirigiría al dormitorio o se abalanzaría hacia la puerta de salida? ÍH
M
i
¡ o
Bueno, hubo una vacilación que duró un par de segundos, pero 0
una vez que superó su crisis mental se trasladó a mi dormitorio con Mtl
unas zancadas que habrían dado envidia al mejor mochilero suizo. 0
Ya en el dormitorio, la. eficiencia y la determinación continua­ •Xafc
y 0
ron siendo sus rasgos dominantes. Primero la blusa blanca
almidonada; luego el sujetador blanco; por último salió volando la ¡¡¡¡§11 0
falda, como una nube azul. Y allí la teníamos, con su bikini blanco 0
y esa mirada desafiante. m 0
A todo esto yo me había quitado la bata, y, para actuar con
discreción, di un paso adelante y la besé. Al principio fue como O
besar a una tía solterona el día en que cumple ochenta años. Pero s¡ti»|
0
cuando sintió que me acercaba a su bikini, adelantó la punta de la Mtt
lengua. Luego toda. Le cogí la mano y la puse entre los dos. La 0
> 6
dejó allí, mientras la mía cumplía su propia misión piadosa. Noté p 0
que su bikini estaba húmedo. Eso me desconcertó un poco. N o lo gÉli§

É
C

£'\
esperaba.
En cuanto estuvimos en la cama, recibí una sorpresa aún mayor. 0
En lugar de quedarse allí tendida, inmóvil, ^esperando* que
sucediera lo peor, se escurrió sobre mi cuerpo y me ^tomó ssl
completamente. Lo que sucedió después sólo puede explicarse en 0
términos de shock: terminé no más de diez segundos más tai de. 0
•^1
45 0
¡¡¡¡I
0
lililí
0
¡Dos mil dólares por segundo! ¡Dios del cielo! ¡Me había silenciosamente al doctor Reichenberger. Le dije que quería ,
derrotado! charlar con el en privado sobre el asunto, porque tenía una idea.
Pero así fue. Antes de que yo pudiera reaccionar, Ursula había Cuanto antes, mejor, respondió. ¿Si almorzáramos juntos? No, ^
bajado de la cama y estaba vestida con su uniforme de guía Reichenberger regresaba a Alemania en el avión de la una* - - "
turística. Y ahí estaba, observándome, como si yo fuera un gran ¿Entonces en Francfort, al día siguiente? Acordamos encontrarnos '
pedazo de carne que el carnicero había dejado en el dormitorio por en el Frankfurthof al mediodía. -/
equivocación. Pasé el resto del día en las oficinas de Roma, estudiando el .
—Señor Hitchcock, ¿puedo sugerirle algo? „ informe que me habían entregado la tarde anterior. Cuanto más ^ "
—¡Cómo no! —respondí, mientras me ponía dificultosamente la me sumergía en la cosa, más me convencía de que los alemanes «
bata. serían los mejores socios; Mi proyecto incluía un poco de uso
—Creo que le conviene consultar en una clínica para problemas indebido del poder, quizá hasta cierto grado de brutalidad. Los 7
sexuales. Pueden ayudarle, ¿sabe? alemanes siempre han entendido esas cosas. ' 1V
Y se fue. Por eso me sentía bastante optimista cuando me embarqué en e l' 3
Lufthansa de las siete de la tarde hacia Francfort. -
Como broche de oro, a la mañana siguiente, cuando pregunté si
había algún mensaje para mí, me entregaron mi sobre marrón. Lo
abrí, y extraje de él una hoja con membrete del hotel donde decía:

8
. •>- ■■ • • •’OjV'
«Recibí 20.000 dólares por servicios prestados.» Y la firma de
.......... ................ . '
Ursula; Me pareció de muy mal gusto.
Pensando que no se puede ganar siempre, traté de ganar por lo La historia registra que Shádah Tibrizi (jefe de la SAVAK, la
menos una vez. Volví a la Embajada de Alemania para tratar de Gestapo personal del Sha) también tomó un avión esa misma / g
obtener un arreglo con los banqueros que debían reunirse tarde en Teherán. Y también él presentaría un plan que incluía g
nuevamente a las nueve. Pero cuando/ llegué (tarde, aunque no abuso del poder y, si fuera necesario, cierta brutalidad. Pero eso
demasiado tarde) la asamblea era un caos. Los británicos les Ht era cuanto teníamos en común; Todo lo que yo pretendía en esó^j%
gritaban a los franceses en mal francés, y los persas a los m momento era obtener una garantía para un préstamo. Lo /qjue;v/
’'norteamericanos en pésimo inglés. Los demás estaban inmóviles, Tibrizi y su jefe buscaban estaba simbolizado en el nombre que el "■ '
en los diversos grados de estupor dé las horas posteriores a una Sha había dado a esta empresa: Proyecto «Sasánida». Se jugaba «
borrachera. ¡Esa era la élite colectiva del mundo capitalista! nada menos que la restauración del antiguo imperio de los'.
\ Finalmente intervino el presidente alemán para expresar lo Sasánidas (226-651 después de Cristo), cuando las fronteras de
obvio: ese grupo jamás resolvería nada. Por tanto, postergó la Irán abarcaban todo el Golfo Pérsico y Persia era el imperio m ás.
^reunión* invitando a todos a que volvieran a los países para poderoso de la Tierra. . ^ w
/consultar con sus respectivos gobiernos. Tibrizi viajó solo y usando su propio nombre. ¿Por qué no? Su
' Era lo correcto, porque si había alguna forma de sortear la crisis rostro figuraba en los archivos de casi todos los aeropuertos del
en Italia, tendrían que hacerlo los pocos que todavía pesaban en mundo. Tenía la sección de primera clase del Pan Am 707 para él f :
nuestro mundo de 1978. Los alemanes y los árabes tenían ese peso; solo. Después de todo, en una oportunidad esa compañía se había í -
la mayoría de los demás payasos presentes en la reunión* no; De mantenido en el aire gracias a una suma de dinero donada por el
modo que esperé a que se retiraran casi todos, y me acerqué Sha. Las azafatas de la cabina (todas norteamericanas) casi'

47

0
0
llegaron al strip-tease para entretenerle. El capitán, de Cleveland unos miles de miembros. N o era común que un ejército de alto 0
(Ohio), iba cada media hora a presentarle posteriormente un nivel de una gran corporación tuviera la doble función de hombre 0
informe sobre la realización del viaje. A Tibrizi le encantaba que de negocios y oficial del ejército. En realidad habría sido muy raro
los norteamericanos le lustraran los zapatos- Por eso volaba por que un hombre de la posición de Suter no tuviera un alto rango €
Pan Am en lugar de hacerlo por Irán Air. militar. Este sistema contribuyó en gran medida a que en Suiza 0
Cuando se detuvieron las turbinas y la puerta se abrió en la pista rara vez hubiera discordias en cuanto a la política nacional: los
del aeropuerto de Kloten, dos suizos subieron al avión* Franz sectores público y privado estaban esencialmente en manos del
0
Ulrich, jefe de la policía secreta suiza, y su ayudante, que era mismo Establishment. Ya en la década de 1930, la dominación 0
también su chófer. Ulrich y Tibrizi se conocían desde hacía años. ejercida por el complejo industrial-militar era un hecho concreto.
Ulrich vigilaba a los iranios en Suiza, en especial a los estudiantes, Había probado ser una forma eficaz de «gobierno». Suiza no
0
que tendían a olvidar quién los mantenía y de vez en cuando había participado en guerra alguna durante el siglo x x , porque la 0 .

decían inconveniencias sobre el estado policial existente en su país; élite de poder de esa nación no veía en ello ninguna ventaja* sino
Ulrich mantenía informado a Tibrizi. Hasta el momento los persas todo lo contrario. Así fue como en 1978 Suiza ocupaba el segundo
no habían tenido oportunidad de retribuir esos servicios. Pero así lugar entre las naciones más prósperas del mundo. La número uno
les gustaba operar a los suizos: creándose deudores donde fuera en riqueza e ingreso per cápita era, por supuesto, Kuwait. O
posible. Algún día les resultaría útil; El secreto del extraordinario récord de Suiza en la no
Tibrizi no tuvo que caminar hasta la terminal. Después de bajar participación en los conflictos destructivos de nuestro siglo no 0
del avión le condujeron directamente a un coche que esperaba en residía en su declarada política de neutralidad. ¿A quién le 0
la pista de aterrizaje. De allí salió a la ruta que llevaba a la ciudad. importaba eso? Lo que sucedió es que nadie invadió a Suiza
Pero a los pocos kilómetros el coche giró para dirigirse al Rin. A porque la élite de poder de esa nación siempre cuidó de que el país
0
las diez de la noche Tibrizi estaba instalado en una suite del Adler mantuviera un elemento de disuasión muy eficaz en sus fuerzas 0
Hotel, una hostería en las afueras de Badén, un pueblecito a diez militares, combinado con la voluntad de «hacer negocios» con 0
kilómetros al norte de Zurich. Badén era famoso por dos cosas: ambas partes durante cualquier conflicto de envergadura. Por
sus antiguos baños romanos, y el hecho de ser el centro mundial de ejemplo, en la segunda guerra mundial los suizos les dijeron a los 0
fabricación de turbinas, generadores, plantas de energía... y nazis: invádannos, y todos los suizos del sexo masculino de;entre
equipamiento nuclear, especialmente grandes reactores, Tibrizi diecisiete y cincuenta años se atrincherarán en los Alpes y harán
dijo sus oraciones y se acostó a dormir. una interminable guerra de desgaste, al estilo de Tito. En cambio,
Al día siguiente, Ulrich, que había pasado la noche en Zurich, si ustedes son lo bastante inteligentes como para no invadirnos,
fue a buscar nuevamente a Tibrizi, y ambos se dirigieron al edificio con mucho gusto les proporcionaremos lo mejor que produce
de acero y cristal de veinte pisos que dominaba el centro de la nuestra industria altamente desarrollada. Siempre que paguen al 0
ciudad. El presidente de la Roche-Bollinger, doctor Hanspeter contado por supuesto. O
Suter, los esperaba en la planta baja. Ulrich hizo las presentacio­ Y eso es exactamente lo que pasó. Con el agregado de que,
nes y se retiró. Había cumplido con lo que exigía el protocolo, como retribución por su ayuda, o sea por brindar a Alemania
Suter no era únicamente el jefe de la Roche-Bollinger; Era armas antiaéreas, generadores de energía, repuestos de aviación,
también coronel del ejército suizo, miembro de la unidad de instrumentos de precisión, herramientas, y permitir a los nazis
planeamiento de defensa nuclear. Suiza siempre ha tenido un usar el sistema suizo de ferrocarriles para transportar armas y
ejército de civiles. Su personal militar full-time asciende a sólo tropas a Italia que ayudarían a Mussolini a combatir a los ejércitos

48 49 . .. ... -v •

«o
norteamericano y británico* los suizos exigieron otra cosa más:
energía. Carbón del Ruhr. Desarrollaron una fórmula muy precisa
según la cual por cada tonelada de provisiones militares enviadas a
trávés de los Alpes suizos a los ejércitos italiano y alemán, los nazis
vendían a Suiza tantas toneladas de carbón. Ese; trato era
absolutamente fundamental para que Suiza sobreviviera a los
cinco largos años de contienda. Porque Suiza carece totalmente de
carbón o petróleo: no posee ni una tonelada, ni un solo barril. Y ya
habían agotado todo el potencial hidroeléctrico del país,
..La cosa dio resultado. Los alemanes no, tocaron a Suiza. Y
proporcionaron a los suizos energía suficiente rio sólo para que el
país: siguera funcionando, sino para que prosperará mientras el
resto de Europa se convertía en ruinas.
Después de la segunda guerra mundial, Suiza, como toda
Europa occidental, encontró sus nuevas seguridades en los
Estados Unidos. El paraguas nuclear norteamericano brindaba
protección a todos. La poderosa hegemonía económica; global de
loS Estados Unidos aseguraba que siempre Se satisfacieran las
necesidades materiales de sus amigos de Europa. Norteamérica lo
controlaba todo: el trigo, la madera para construcción, los
¡fyiónes, las bananas y el petróleo. Para qué todo; anduviera
bien en un país, bastaba con que se mantuviese a la, derecha del
Tío Sám.
Eso es precisamente lo que hicieron los suizos* con una
lamentable excepción, y siguieron prosperando más que nunca.
Pero entre 1973 y 1975 comenzaron a derrumbarse los cimientos
de este cómodo sistema. Los guardianes de todo, los; Estados
Unidos, de pronto cayeron globalmente a pique. Militarmente el
país se vino abajo, convertido en un gigante Vencido, Con Viétnam.
: Políticamente perdió toda credibilidad como líder mundial cuando
fiJfsistema presidencial se desmoronó cómo consecuencia de la
■Caída de Nixon. Económicamente los Estados Unidos Se rindieron
jpofcCÓmpleto al chantaje petrolero árabe en el exterior* y el país
éntró en una profunda recesión.
En e í verano de 1975 los suizos llegaron a la Conclusión de que
ya rió se podía confiar en Norteaméricá como guardián de su
propia paz y prosperidad.

50
Efitonces hicieron dos cosas. En primer lugar, desarrollaron con
gran rapidez y luego construyeron su propio disuasor atómico,
por supuesto qué en secreto, ya que Suiza era una de las firmantes
¿el acuerdó para evitar la proliferación nuclear. Á 1 año tenían
bastante más de cien aparatos nucleares: bombas, cabezas de
misiles y minas. En segundo lugar comenzaron a cambiar la
dirección de sus lazos económicos de Nueva York y Chicago a
sitios como Kuwait, Arabia Saudita, Iraq y especialmente Irán.
Con toda frialdad y toda lógica se pusieron a cortejar a aquellos
países qué tenían las dos cosas más importantes para ofrecerles,
desde el punto de vista suizo: mercados muy provechosos y de muy
rápido crecimiento para los productos de la industria suiza y una
provisión casi inagotable de ese recurso natural tan crítico: e l'
petróleo:
Probablemente el Sha de Persia conocía la actitud y la
mentalidad suizas mejor que cualquier otro líder de gobierno del
mundo. Desde fines de la década del cincuenta había pasado por
lo menos un mes al año en ese país. Sin duda la mayor parte de ese
tiempo la dedicó a descansar, a asistir a fiestas y a esquiar en los
Alpes. Pero* en el correr de los años, sus contactos con el pequeño
grupo dé: Hombres que dirigían Suiza (industriales,* banqueros,
políticos y militares) se hizo muy profundo, y a veces casi íntimo.
Los miembros de la élite suiza eran huéspedes casi permanentes en
su chalet de Saint Moritz; y a él se le veía a menudo en las casas de
campo de esos suizos en las afueras de Zurich, en el lago de
Ginebraj en Locarno. El Sha de Persia recibía regularmente al
presidente dé Suiza (aunque nunca sucedía lo contrario) en su suite;
del Dolder Grand Hotel de Zurich al comienzo de cada visitas
anual; Y a pesar de que el Sha siempre llevaba consigo sus propias
fuerzas de seguridad, tanto el ejército suizo como las fuerzas
policiales nacionales brindaban personal fuertemente armado
para proteger al rey de reyes de cualquier posible perturbación:
mientras era huésped del país. En forma totalmente gratuita.
De manera que hacia fines de 1978, la relación entre el Sha y los
suizos era reálmente muy cálida.
Y allí estaba Tibrizi para hacerla aún más cálida. Venía como
representante personal del Sha para proponer un negocio que sería

51
8

igualmente ventajoso para Irán y para Suiza, y que tenía fuertes


reminiscencias del que los suizos habían hecho con los alemanes en
1940: intercambio de armas por energía,
' En términos más específicos: tecnología de armas de guerra por
petróleo barato... garantía de petróleo barato...
Pero ese sería el último tema por tratar.
—Herr doktor Suter —comenzó Tibrizi— . Su majestad me ha
pedido que le transmita sus saludos personales -—pausa—. Y
también que le entregue esta prenda de su estima,
Tibrizi sacó un paquetito del bolsillo izquierdo de Su chaqueta y
se lo entregó a Suter.
- A Suter le brillaron los ojos. Eso no les pasa muy a menudo a los
suizos, pero recibir semejante honor del rey de reyes produjo este
, raro efecto. Sin embargo, su expresión se calmó en seguida. Había
que tomar una decisión: abrirlo o no abrirlo. Los suizos no saben
mucho de protocolo cuando tienen contacto con la realeza. Lo
. abrió.
Quedó estupefacto. Una pieza redonda de oro puroj que
representaba la cabeza de un león, con una gloriosa melena.
Diámetro: unos seis centímetros. ¿Valor?
Como si leyera sus pensamientos, Tibrizi volvió a hablar:
—Fue encontrado en Hamadán, hace alrededor de veinte años.
Creemos que es del siglo vil —hizo una pausa— Antes de Cristo.
N o menos de veinticinco mil dólares.
— Es un gran honor —respondió Suter— . Un gran honor.
Comuníquele mi agradecimiento a Su Majestad.
— Lo haré. Pero espero que pronto pueda usted hacerlo en
persona. Su Majestad volverá a Suiza este invierno^: y tendrá
mucho placer en que sea usted su huésped, con su esposa, por
supuesto, en Saint Moritz.
Hasta ese momento habían estado en pie, cosa que a Tibrizi le
disgustaba porque era bajo, aun más bajo que Suter, D e manera
que hizo ademán de dirigirse al sofá. Normalmente; (mejor dicho,
siempre) Suter recibía las visitas instalado detrás de su escritorio.
Hoy rompía con esa tradición. Con el resultado dé que cuando
llegó su secretaria con el obligado café y le vio sentádo junto al
extranjero ante la mesa redonda, estuvo a punto dé volcar los

B f t v 52 ■
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pocilios en la alfombra persa. La mirada iracunda de Suter la 0
volvió ; a la normalidad. Lá secretaria recibiría la reprimenda
C
completa por su torpeza el siguiente viernes entre seis y ocho de la
noche, en la habitación veinticuatro del Adler Hotel, donde ¡¡ j j llì j C
c u m p l í coñ su obligación de atender a las necesidades sexuales j¡¡j¡¡jf¡
de fín dé semana de su jefe.
0
Cuando la secretaria se retiró, Tibrizi pasó a la fase dos de su 0
proceso de ablande.
—Doctor Süter —comenzó—, como usted sabe, Su Majestad
ftSSS¡§ 0
tiene a Suiza y a su pueblo en la más alta estima por su eficiencia, n 0
rectitud y: honestidad. Y pos sus grandes capacidades técnicas. O
Siente que los lazos entre su país e Irán deben estrecharse.
Süter aun estaba pensando en esa invitación pendiente a Saint; 0
Mónte. ¿Cómo diablos iba a llevar a su mujer? No sólo era gorda y O
fea, sinó que apenas podía pronunciar palabra en otro idioma que ¡j | ¡ ¡ | ¡ ¡
no fuera eí dialecto suizo local, jSería un bochorno! l?®i§SÍPÍflt O
—Sü Majestad —proseguía Tibrizi— desea que esta relación n l l S 0
tome una fórma concreta, como parte del programa que Su
Majestad Considera importante para el futuro mismo de la g¡|g|¡i¡g¡¡j¡
i 0
Humaríidádv ES uno de los pocos hombres sobre la tierra que han 0
comprendido qUé el petróleo es un bien demasiado precioso como lgslil0É 0
para quemarlo... ya sea para hacer marchar a los automóviles o
para generar electricidad. Su uso como materia prima debe 0
18
restringirse á :aquellas áreas en que las propiedades únicas del 0
petróleo puedan servir a la población de nuestro planeta: para la ;|®fltSI¡l§|l
fabricación de fármacos, la producción de fertilizantes y cosas por p j ¡ j ¡ ¡
0
el estilo, ; ; ■; 0
Suter asiáíió con la cabeza, indicando un cálido reconocimiento |¡§¡|§|jjg§
de la sabiduría del rey de reyes.
0
—Por tanto —continuó Tibrizi—, Su Majestad ha desarrollados 0
un programa único de energía nuclear que en su momento servirá ^ N f k
como modelo a todas las otras naciones. Para mil novecientos ¡jj
0
ochenta y hinco, él espera que más del cincuenta por ciento de las ¡§ 0
necesidades dé Irán en materia de energía eléctrica sean resueltas 0
por plantas nucleáres.
Suter lo sabía. Más del treinta por ciento de la electricidad de g|f¡¡¡|¡¡|§|g 0
Suiza provenía de fuentes nucleares, proporción a la que ni 0
53 •
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siquiera se acercaba ningún otro país, incluidas las así llamadas: •
potencias nucleares. "v' •••\
, —Debido a la similitud en las políticas energéticas de nuestros
¡países—seguía monótonamente Tibrizi—, a la compatibilidad de
nuestras posiciones políticas generales y a la tecnología que ha
permitido que su país se coloque a la cabeza del mundo en lo qué
se refiere al uso de la energía nuclear para fines pacíficos, tengo la
misión de informarle que Su Majestad ha decidido invitar a sii
, empresa a que diríja la construcción de dos reactores nucleares de
seiscientos megavatios, refrigerados con agua a presión.
Cuando Suter registró el significado de esta última frase, casi Se
ahogó con el café, para gran diversión de Tibrizi, que, sin
embargo, logró permanecer serio.
Antes de terminar de toser, Suter ya estaba haciendo; cálculos
sobre lo que eso significaría. Dos reactores de ese tipo costarían
dos mil millones coma dos. La Roche-Bollinger recibiría alrededor
del veinte por ciento del contrato, o sea poco menos de quinientos
millones, a lo largo de cinco años, lo cual significaría unos cien
millones de dólares anuales, es decir, doscientos cincuenta
millones de francos suizos; de manera que el promedio de las
ganancias de la empresa desde 1979 hasta fines de 1984 sería por lo
menos el cincuenta por ciento más alto que lo que se estimaba en
ese momento. Por tanto, las acciones de la Roche-Bollinger,
cotizadas en la bolsa de Zurich, subirían por lo menos en esa
proporción, o aún más. Si Suter comenzaba a comprar ahora en el
mercado a través de cierta persona en el Union Bank, con lo que
lograra reunir hipotecando todas sus casas y sus demás bienes^
para luego jugarse por entero, tal vez podría adquirir diez mil
acciones a un precio promedio de quinientos francos suizos;
Guando el asunto tomara carácter público, y el precio de las i
acciones subiera a mil o mil doscientos, Suter obtendría una
ganancia de alrededor de cinco millones de francos suizos, es decir,
dos millones de dólares.
Nuevamente Tibrizi parecía adivinar sus pensamientos, pórqúe
agregó:
— Le rogamos, doctor Suter, que por el momento no dé
demasiada publicidad al asunto. Incluso en su propia compañía, si
jjje permite la sugerencia. N o nos gustaría que esto llegara a oídos
¿e nuestros amigos en Francia o en los Estados Unidos. Ellos no
siempre comprenden que los intereses de Irán pueden no coincidir
coii los suyos.
Tibrizi también tenía intención de comprar algunas acciones de
la Roche-Bollinger, a través de su hombre de confianza en la Swiss
Bank Corporation. Y ¿por qué no? Si algo conocía a su patrón (en
realidad, lo conocía muy bien) no podía dudar de que la persona
de confianza de Su Majestad en Liechtenstein ya estaba compran­
do en el mercado. .
__Ahora —dijo el persa— queremos un estudio de factibilidad.
pebe Comenzar ahora mismo. Aquí tengo... —esta vez buscó algo
en su bolsillo derecho— ...la autorización de Su Majestad para que
la oficina de Zurich del Banco Meli pague un millón de dólares en
concepto de adelanto por este proyecto.
Le entregó el papel a Suter. La autorización indicaba que los
fondos podían transferirse el 2 de enero de 1979. Lo cual daba a
Suter seis semanas de tiempo para adquirir esas diez mil acciones.
Obviamente habría gran actividad con las acciones de la Roche-
Bollinger en la bolsa de Zurich.
Suter devolvió el documento a Tibrizi. Tibrizi lo dejó, con la
parte escrita hacia arriba, en la mesita de café. Quería que la
carnada estuviese a la vista mientras discutía la parte siguiente de
la cuestión.
___Sabemos —prosiguió el persa— que ustedes tienen aquí un
muy buen físico nuclear. El profesor Hartmann.
— Sí y no. Es un empleado de nuestra compañía. Pero a menudo
¿irve como consultor en varios de nuestros proyectos. Dedica la
mayor parte de su tiempo a la enseñanza en la Eidgenoessische
Tecnische Hochschule de Zurich. Es nuestra mano derecha, ¿sabe
usted? Pero su especialidad no es el tipo de reactor que usted
^menciona. . ■ ’-
—Síi pero Su Majestad desea que el hombre que se haga cargo
de este proyecto, por lo menos en sus fases iniciales, es decir, en
todo lo que concierne al estudio de factibilidad, sea el más capaz
posible. Necesitáremos tanto técnicos generales como especia­
listas.

55
—Bueno, no puedo asegurarle que el doctor Hartmann esté
disponible en este momento.
—Doctor Siiter, seré completamente sinceró con usted. Hay
ciertas condiciones ligadas a este contrato. Una de ellas es el
profesor Hartmann —fijó sus ojos en los de Suter, y Suter
retrocedió inmediatamente.
—Pero por supuesto. Creo que me ha entendido mal. Sih
ninguna duda el profesor Hartmann será parte de nuestro equipo.
' Sólo pensaba en voz alta cuándo estaría disponible para ello; no si
lo estaría. Naturalmente podemos insistir, es más, insistiremos en
que modifique su programa para responder a nuestras necesida-
íffiS -'. • . . t
Esa parte del asunto estaba arreglada.
—Ahora —dijo Tibrizi— me referiré a la otra Condición. Soñ
sólo dos, no más. Se lo aseguro.
Suter se preparó. Este iraní quería una «comisión». Los
extranjeros siempre la querían. Y, al fin y ai cabo, ¿jpor qué no?
Con tal de que no fuera exagerada... El problema eran los
norteamericanos. Antes de que aprendieran el juego, los costos
permanecían bajo control. Pero, como de costumbre* una vez qíie
comenzaban, traspasaban los límites.
Sin embargo, no se mencionó el dinero.
—Pediremos —continuó Tibrizi— que, además de sus obliga­
ciones regulares como consultor, ustedes dispongan que el
profesor Hartmann asesore a nuestro gobierno en el área de la
tecnología bélica.
Suter entrecerró los ojos.
—¿Qué quiere decir exactamente?
—Sabemos que el profesor Hartmann supervisó la construcción
¡de las armas atómicas de su país. Desearíamos qué hiciera lo
mismo para Irán.
Suter eructó. Porque recibió las palabras de Tibrizi Cómo iül
»golpe en el estómago. ¿Ese hombre estaba loco? Suter se levantó
^bruscamente del sofá, como si, inconscientemente*- quisiera
alejarse todo lo posible del iraní.
. —Querido señor Tibrizi, me temo que usted y su góbierno están
terriblemente mal informados. Suiza es una de las firmantes del

56
tratado de no proliferación de armas nucleares. Somos una nación'
neutral; N i siquiera se nos ha ocurrido...
Tibrizi buscó nuevamente en un bolsillo, esta vez el delantero dé ■
la chaqueta de su traje gris. Luego se puso en pie. ^ ~
^-Esta es una lista de las armas atómicas de que dispone su país,
clasificadas por tipo, rendimiento y lugar actual de depósito.
La "actitud de Suter era fría como el hielo cuando aceptó el
papel. Y aún más helada cuando sus ojos recorrieron la lista.
—¿Dónde...?
—No en forma directa, se lo aseguro. N o espiamos a nuestros
amigos. Recibimos esta información de un tercero. Espero que
comprenderán que no puedo darle mayores detalles.
Su fuente era Francia. Después de la separación de Francia; de la
NATO, lo cual le significó a ese país un aislamiento militan,
durante años había tratado repetidas veces de establecer una
«relación especial» con su vecina neutral del flanco sur. Eso no era
nuevo. Francia y Suiza habían colaborado militarmente (y en
secreto) antes de ambas guerras mundiales. El plan de 1939 era
muy similar al que los dos países habían hecho en 1912. La idea era
que el ejército francés cruzaría Suiza, y entraría en el sur de
Alemania junto con el ejército suizo si los alemanes atacaban a
Francia y a Suiza simultáneamente. Lo mismo que el kaiser, Hitler
atacó solamente a Francia, de manera que el plan de emergencia
franco-suizo nunca tuvo oportunidad de aplicarse, y se le enterró-
pero no se le olvidó. La renovación de la planificación militár
conjunta de ambos países comenzó en 1975. Esta vez no estaba
dirigido contra un enemigo especial (Alemania), sino que más bien
surgió de la mutua convicción de que el bastión de la NATO, tras
el cual ambas naciones se sentían razonablemente protegidas, sí
bien ninguna de las dos le había brindado nada, se desintegraría
gradualmente a medida que continuara el retroceso militar global
de los Estados Unidos. Los efectos del desastre de Vietnam
parecían interminables.
Es evidente, cuando se realizan conversaciones y planificaciones
comunes, que se desarrollen alianzas políticas que sobrepasan las
alianzas nacionales normales y que haya indiscreciones. En este
caso, el ayudante del jefe de personal de planificación estratégica
WHMHHm

; <Jsl ejercito suizo,, un, francófilo de Ginebra* se hizo muy amigóte


;Vïde su colega de París. Después de todo, compartían la lengua y ía
cultura, como también una antipatía común por la lengua y la
cultura alemanas... que eran las de la mayoría dé la población
Suiza. Entregó la lista en la creencia de qué la supervivencia de
Suiza estaba inexorablemente ligada con la de Francia. Quería
demostrar, de la manera más convincente, que él y muchos de sus
.colegas en Suiza sabían esto, y probar que Suiza sería una
poderosa aliada, que podría luchar junto a Francia y ganar, aun én
una guerra donde se emplearan armas nucleares tácticas. La
’ racionalización con que justificaba semejante «traición» era que, a
'lo sumo, se le podía tildar de prematuro. En algún momento
. ambos países tendrían que intercambiar este tipo de información
para que su alianza secreta adquiriera algún sentido.
.^n París kub° desacuerdo con respecto a los méritos del lazo
.militar con los suizos; pero en París hay desacuerdos sobre casi
todo.
.Nunca se supo claramente cómo sintieron las partes en cuestión
que podría afectarse la floreciente alianza con esta declaración
sobre las armas atómicas en Suiza; pero la delación existió. Füé
discreta. Y estrictamente interna. Hacia 1978 ya era historia
antigua. De modo que pasó a formar parte de una negociación
entre la SAVAK y el Deuxième Bureau. Como retribución. París
pasó a recibir un informe completo y regular de los iraníes sobre el
estado del aparato bélico en el Golfo Pérsico. N o creían ni la mitad
de lo que decían los informes, pero era un material muy valioso
Sobre una región potencialmente explosiva, de la que Francia
dependía, como el resto de Europa, en materia de energía.
El doctor Hanspeter Suter, que ahora se había atrincherado en
la seguridad de su escritorio, no pensaba en la fuente de la lista de
Tibrizí. Era el efecto lo que le preocupaba.
Finalmente habló:
-—Señor Tibrizi, ¿formula usted en serio esta increíble propues-

Tibrizi respondió inmediatamente:


N o la formulo yo, doctor Suter; hablo sólo cómo, énviádo
Personal de Su Majestad, el rey de reyes. X
•'. .■•.:••■"■■■■■ ’ : i,s
—Pero se dará cuenta de que yo no puedo siquiera discutir este * -
asuntó siíi la aprobación de mi gobierno. 0 \?
—Por supuesto*
—Entonces me temo que, por el momento... , ;
—Permítame que le interrumpa. Para aclarar dos cosas. En
primer lugar quiero que comprenda que si no obtenemos su
colaboración en este asunto, es decir, la de Suiza, simplemente<
tendremos que dirigirnos a otra parte. Tanto por nuestros -
reactores como por la tecnología adicional que buscamos en estos,
momentos. Se imaginará usted que hay por lo menos media
docena de naciones que estarían muy felices de que acudamos av*t
ellas por esta cuestión. En segundo lugar, y creo que esto eS.V
importante, Su Majestad está dispuesto a hacer un pacto dé %
caballeros con este país, a los efectos de que Suiza no esté sujeta a~ „
una eventual suspensión de envío de petróleo cuando, o mejor
dicho, si tal suspensión vuelve a aplicarse al resto del mundo ; ,
occidental. Nosotros garantizaríamos el aprovisionamiento y el - f
transporte a sus refinerías.
—¿Usted está autorizado por Su Majestad a asumir ese J
compromiso? rv
— Sí. Péro él lo haría personalmente a principios del año que
viene, ante el representante correspondiente delegado por el -
gobierno de ustedes... si llegámos a un acuerdo sobre ese otro tema ^
que estábamos discutiendo.
Tal Vez—pensó Suter— la cosa fuera posible. Si la presentación
era correcta. Y eso no tenía por qué ser tan difícil. Desde el punto
de vista suizo, todas eran ventajas. Y, como había señalado el „
iraní, su país podía acudir inmediatamente a otra parte..., á \
Francia, a la India, a Japón, tal vez al Reino Unido. ¿El riesgo? ,,
¡Que algún día se sabría qué pasó con la maldita lista! Pero el
gobierno suizo no tenía por qué comprometerse directamente, Sí¿\.
era necesario, podía negar todo conocimiento del trato privado ^
entre; la Roche-Bollinger y el Sha. Y la Roche-Bollinger (él, Suter)
podía desligarse de toda responsabilidad por la conducta de
algunos individuos enviados a Irán para un proyecto de naturaleza
estrictamente civil y comercial.
Shadah Tibrizi observaba tranquilamente a Suter. Sabía que; ^

59
Suter estaba entrampado, Pero ¿podría Suter ■a su vez, convencer
a la gente de Berna? Y si no podía, ¿qué? Tibrizi iría a otro lugar. Y
conseguiría lo que quería a un precio mucho menor. Enréaíidád, a
no ser por la insistencia del Sha, en primer lugar rio habría venido
a este aburrido país... Pero...
— Señor Tibrizi — dijo finalmente Suter— . Haré lo que pueda;
Pero me llevará tiempo.
—No nos gustaría, doctor Suter, que esto llevara iriucho
tiempo. Su Majestad quisiera conocer la decisión lo más pronto
posible. En realidad me ha indicado que determine la factibilidad
de nuestro proyecto, en uno u otro sentido, en esta misma visita.
El coronel que había en Suter calculó el enorme valor
estratégico de que su país estuviera a salvo de las suspensiones de
envíos de petróleo. El herr direktor que había en Suter pensaba en
la venta de dos mil millones coma dos y en los quinientos millones
de dólares de ganancia para su compañía. El herr doktór Suter rió
podía evitar reflexionar sobre esas diez mil acciones de Iu R oche-:
. Bollinger que pensaba adquirir, y los cinco millones de francos
suizos que le quedarían a él. En general había motivación de
sobra.
—Iré a Berna esta tarde, señor Tibrizi.
—Excelente. Creo que permaneceré en ese encantador hotel
- hasta que tenga noticias suyas.
—¿Friedo serle útil en algo?
—No, gracias. Mejor dicho, tal vez le pediría un poco de áytida
para hacer algunas compras. •
.— ¡Cómo no! Mi secretaria tendrá mucho placer eri acompañar­
le — Suter descolgó el teléfono—. Fraulein Schneider, venga un
momento, por favor.
Cinco minutos más tarde el iraní se retiró, acompañado pbr
Trudi Schneider. Trudi aún no sabía que esa semana iba a teiier
dos contactos sexuales en el Adler Hotel, vinculados con su
trabajo. Y que a raíz de ellos descubriría que los iraníes tienén
mucha más imaginación en la cama que los suizos.;

60
0
1
©
C
C
IVliéiítras Shadah Tibrizi compraba unas cuantas docenas de ©
relojes dé oro, incluso uno para Trudi como preludio de la ©
demostración que le liaría más tarde de la «posición persa», el
doctor Hanspeter Suter hablaba por teléfono con el ministro de ©
pefehsa suizo, Jacqües Dubois. Acordaron encontrarse a las seis ©
de la tarde en Berna. Dubois también prometió que los otros
miembros clave del gobierno suizo estarían presentes.
C
Dübois se encontraba en la recepción del Hirschen Hotel O
cuando llegó Suter. Fueron a un pequeño recinto para reuniones ©
en eí segundo piso. Ya estaban esperándolos Franz Ulrich, jefe de
la agencia suiza de espionaje y contraespionaje; Jacob Gerber, c
ministró de Economía y a la sazón también presidente de la O
Confederación Suiza (esa presidencia era una función más bien
ceremonial; él puesto lo ocupaban en forma rotativa los siete o
consejeros federales que actúan como rama ejecutiva colectiva del ©
gobierno suizo), y Enrico Rossi, el ministro de relaciones
exteriores: Eran íós hombres que manejaban los asuntos naciona­ ©
les. A la vez representaban bastante bien la naturaleza diversa del ©
electorado suizo (este último no elegido, pero tan clave para el
€>
sistema cómo lo era el jefe de la CIA para la estructura de poder
norteaméricaná): eran ambos suizos-alemanes; Dubois venía de ©
Lausanne, donde se habla francés; Rossi era nativo de Locarno, el O
cantón de idioma italiano.
La reünión se realizaba en el Hirschen por un solo motivo: Suter o
había advertido previamente a Dubois que nada de lo que se ha- €
>blará debía ser dado a publicidad. Esto no sorprendió al ministro
de Defensa. La Roche-Bollinger, dirigida por Suter, era la más ©
impórtánte productora de equipamiento militar sensible de Suiza O
(desde aparatos electrónicos defensivos hasta misiles antitanque
O
teledirigidos bastante simples) tanto para uso interno como para
exportación.: La parte de exportación se realizaba a menudo en ©
formá extraoficial, pero con absoluta aprobación del gobierno.
C
Como los suizos eran muy celosos de su status de país neutral, se
acostumbraba mantener estas conversaciones en sitios no oficiales. ©
Los suizos son muy coherentes en la práctica de la hipocresía. ©
61 ©
©
c
©
■ Dubois había encargado dos litros de Fendant y cinco copas
altas de tinte verdoso. El Fendant se producía en Vaud, el cantón
nativo de Dubois, quien jamás bebía otra cósa en público.
Suter, el industrial, no estaba nada apabullado por la presencia
¡§ ¡i¡ de tan impresionante conjunto de líderes gubernamentales. Suiza
¡HiSlSs es un país muy pequeño, y la élite de la sociedad suiza es un estrato
tan delgado como una hoja de papel. Suter había sido compañero
de escuela de Ulrich en Badén, y había hecho negocios con Dubois
durante muchos años en su Ministerio de Defensa; Gerber había
estado en el Consejo de la Roche-Bollinger antes de ser ministro de
Economía; Rossi era el marido de la hermana de su mujer,
relacionado con la familia Martini y Rossi de Italia, y los que le
conocían bien sabían que era uno de los más firmes consumidores
del producto de la familia.
De manera que Suter se sentía con ellos de igual a igual. Porque
á pesar de sus diferentes extracciones, en esta pequeña reunión
Épdos hablaban alemán. Por supuesto que todos dominaban el
francés y el italiano. Pero usaban el alemán por cortesía con el
hombre que era el actual presidente de Suiza (Gerbér), ya que esa
era su lengua nativa. Suiza es un país complicado.
—Meine Herren —comenzó Suter, una vez que todos los Vasos
estuvieron llenos—. Ich habe etwas enorm Wichíiges zu berichten!
De todos los asuntos enormemente importantes sobre ios que
debía informar, Suter había elegido comenzar con la propuesta del
Sha de eximir a Suiza de toda futura amenaza de suspensión en los
envíos de petróleo. Esto impresionó profundamente a todos los
presentes, porque Suiza y sus líderes eran muy sensibles al tema de
H lo s embargos petrolíferos. En 1944-45, el embargo los había
llevado al límite del hambre.
En diciembre de 1944, seis meses después del desembarco aliado
gp en Normandía, el gobierno norteamericano conminó a Suiza a
¡P® ¡ suspender inmediatemente su apoyo a los nazis con armamentos y
HM equipo industrial. En caso contrario cortarían indefinidamente las
¡p ¡
provisiones de alimentos que les enviaba su país. Era un golpe
Si certero, porque Suiza siempre debió importar vastas cantidades dé
¡ m alimentos para sobrevivir. A causa de la guerra el país quedó
n p separado de sus tradicionales proveedores de Europa oriental y dé
¿RSÜ
la occidental Pero los suizos encontraron una fílente alternativi:
América ¿atina* y en especial, la Argentina, un país neutral con
simpatías por el Eje. Al principio fue bastante simple. Barcos ' '
neutrales, de bandera suiza (sí, de la marina suiza) y Argentina, ^ t
pasaban regülarmente por el estrecho de Gibraltar camino a /
Génova. Mussolini permitía que el ferrocarril del Estado italiano ’
transportara el cargamento de esos barcos hasta Suiza. Principal­
mente por este motivo. Suiza concedió asilo político a la familia de
Mussolini hacia el fin de la guerra. El duce nunca llegó a hacer uso >
de él porque le capturaron casi en la frontera suiza, en Como, y V
terminó colgado cabeza abajo frente a la catedral de Milán. Pero * *
una véz qUe los aliados convirtieron a Europa en un campo d e ' ^
batalla* la ruta a Génova se hizo impracticable. Hubo que buscar
otra vía
El origen seguía siendo el mismo. Pero ahora los barcos se
descargaban en el Portugal neutral, y desde allí el cargamento se
transportaba por tierra a través de la España dominada por ^
Francò y de la Francia de Vichy dominada por Alemania, para/
terminar en Ginebra. En otras palabras, mientras Alemania ,-JT
amigOsí «neutrales» de la península mantuvieran sus reales, la
provisión de alimentos de Suiza estaba garantizada. Pero con la
llegada de los norteamericanos al sur de Francia comenzó el bailé.-
En cuánto establecieron su control de esa región, a fines de 1944,
np
los norteamericanos estuvieron en condiciones de oponerse a iüi
Suiza. Lo hicieron en forma de ultimátum: Suiza suspendía^
inmediatamente su apoyo a los nazis o las provisiones de
alimentos al país se interrumpirían indefinidamente. Para
asombro de los norteamericanos, los suizos se negaron a obedecer.
De manera que el embargo de alimentos se impuso inmediatamen­
te en diciembre de 1944.
El resultado fue que la Navidad de ese año no fue una buena
época para pasarla en Suiza. Treinta y cuatro años más tarde, cada >
uno de los hombres sentados alrededor de la mesa del Hirschenlo-
recordaba muy bien. Todos ellos tenían alrededor de veinte años
en aquel tiempo..., eran jóvenes de buen apetito. Y a medida que
pasaban las semanas, las comidas comenzaron a reducirse a pan
negro ;dé mala calidad y sopa de" cebada. Cuando fracaso la
contraofensiva alemana en las Ardenas, hasta el más recalcitrante
neutral suizo comprendió dolorosamente que pronto Suiza sería el
peor de los mundos, sin alimentos ni energía. Porque cuando
Alemania entró en el período de colapso a principios de 1945,
resultó obvio que los alemanes no podrían seguir proporcionando
carbón a Suiza mucho tiempo más. Y en enero el embargo a Suiza
se extendió a todas las importaciones, incluidos el carbón y el
petróleo. Lo único que les quedaba por hacer a los suizos era
capitular. Se les indicó al embajador suizo en Washington que
solicitara urgentemente negociaciones.
La delegación norteamericana encabezada por un hombre
personalmente enviado por el secretario de Estado Stettinius, llegó
a Berna el 12 de febrero de 1945. Los suizos intentaron la línea
dura. El enviado interrumpió las negociaciones; anunciando a los
suizos que él no tenía inconveniente en esperar lo que fuera
necesario hasta que los suizos volvieran á SUS cabales. Meses... o
años, si hacía falta. Sólo tuvo que esperar diez días. El 8 de marzo
de 1945 los suizos firmaron un acuerdo que representaba su
absoluta derrota diplomática. Ese mismo día los norteamericanos
levantaron el embargo, porque habían impuesto sus condiciones;
Suiza no sólo accedió a cortar todo vínculo económico con los
nazis; sino que también prometió devolver a los aliados los cientos
de millones de dólares en oro, más una buena. Cantidad en efectivo
y en obligaciones, que los nazis habían trasladado a Suiza,
destinadas a pagar el equipamiento militar y a crear reservas para
ellos mismos bajo la protección del secreto baiicarió suizo. Los
más poderosos e inteligentes se habían dado cuenta de que lo
necesitarían si se decidían a comenzar de nuevo en algún puerto
sudamericano.
El oro era un asunto bastante espinoso para los norteamerica­
nos, porque en su mayor parte había sido robado, ya bien de las
bocas de los judíos o de los Bancos centrales de Bélgica, los Países
Bajos y Francia. Hasta entonces los suizos creían que el dinero
jamás daba mal olor; que siempre podrían comprar su salida de
cualquier situación. En 1945 los norteamericanos les enseñaron
que no era así. Rara vez habían sufrido uña humillación seme­
jante. Y todo por haberse dejado «chantajear» con un embargo.

64
Sin duda el asunto tuvo un final que podría llamarse feliz.
Eventualmente los suizos renegaron de todos los acuerdos que se
habían>istq dbligádos a aceptar. Optaron por vegetar hasta que,
con el cómienzó dé la guerra Fría, la atención de Norteamérica se
concentró en asuntos más graves en Europa. Pero los suizos
aprendieron úna lección. N o que era inmoral pactar con.
dictadores; Siendo Suiza una nación neutral, si ella misma no
defendía Süé intereses nadie lo haría. No; lo que aprendieron fue
que era; necesario Calcular las consecuencias de esos pactos con
suficiente anticipación;
JáCób Gerbér era muy diestro en hacer esos cálculos. De modo *
qué fue él quién hizo la primera pregunta a Suter.
—^¿Qüé quiere el Sha a cambio?
éso voy —fue la inmediata respuesta del industrial—. Pero
el Sha ófrecé más^ mucho más.
Lo de «mucho más>> se refería, obviamente, al contrato por
reactores de energía de más de dos millones. Suter explicó que ese
contrato elevaría el prestigio de la industria atómica suiza a la
cabeza de la lista internacional. Sin duda conduciría a otros
contratos de ékpiórtación, lo cual aseguraría un alto índice de
ocupación en esa industria, y daría también a la Roche-Bollinger
la oportunidad de expandir notablemente su plan de investigación
y desarrollo, a expensas no sólo del gobierno suizo, que pagaba
subsidios a la industria atómica suiza desde hacía décadas, sino de
los cliehtéS eitrátijefos. El ministro de Economía Gerber captó la
cosa ai instante^ Y le gustó.
.En realidad el único que mantuvo una expresión dura en su
rostro durante la presentación de Suter fue Ulrich. Sólo él estaba
enteradó de quién era el enviado personal del Sha. Suter había
omitido ése detalle. Y Ulrich sabía muy bien que Shadah Tibrizi
nunca propondría un negocio que no encerrara algo muy sucio, y
además sumamente peligroso para la otra parte. Pero dejó que
Suter se explayara todo lo que quisiera antes de intervenir.
—Hay algo qué no dices, Hanspeter.
Suter había planeado lás cosas de esa manera.
' —Por supuesto —replicó Süter—■.Todavía no he terminado de
hablar. .

65
9
*
(*

, —N o me refiero a eso. Quiero decir que no has explicado quién Le llegó el tumo al ministro de Defensa:
es tu señor Tibrizí. -—Y exacto. '
Suter se quedó callado: Pensó. Luego dio una respuesta El ministro de Economía fue el último en ver la lista. No pareció
cuidadosa: • sorprenderse demasiado.
—¿Por qué no lo explicas tú? . —De modo que el Sha le vendió esta zanahoria a Tibrizi. Me
H H Ulrich lo hizo, con mucho placer, extendiéndose en las preguntaba qué sería. ¿Qué quieren de nosotros, Suter?
SÉls® Suter lo explicó, reproduciendo esa parte de la conversación con
atrocidades cometidas por la SAVAK en general y por Tibrizi; en
particular a través de los años. Oscilaban entre el encarcelamiento Tibrizi en forma casi textual.
por tiempo indefinido de intelectuales recalcitrantes en los centros La respuesta inmediata fue el silencio.
urbanos de Irán, hasta los asesinatos en masa de tribus disidentes -^-Tibrizi tiene razón —comentó finalmente Dubois—. El Sha
"en las provincias. podría obtener esa tecnología en media docena de otros países. §8lP
Finalmente le interrumpió el ministro Rossi. -^-Y —agregó el ministro de Relaciones Exteriores— si se pone 8Slt
— Franz, nada de esto es nuevo para nosotros, Cuando se hacen vengativo (y es un hombre muy susceptible), al mismo tiempo
negocios con los gobiernos de Oriente Medio, difícilmente pueden podría poner la lista en circulación y dañar seriamente nuestro
elegirse las personas con quienes se va a negociar, ni la forma que prestigio como neutrales... tal vez en forma irreversible. Por eso te
van a asumir las negociaciones. * pregunto, Suter, ¿no dio ninguna clave sobre la fuente de esta
—De acuerdo. Pero lo que yo quería decir es esto: Tibrizi es un información?
hombre muy tosco. Tal vez eso le es útil para llevar a cabo la -—No —replicó Suter—. Sólo que se trataba de una «tercera
política del Sha en su país. Pero en el plano internacional... es otra parte».
O cosa. Carece de refinamiento. Su organización es de una ineficacia —Pueden haber sido los franceses —sugirió Ulrich.
lastimosa. La mía es veinte veces más pequeña, y sin embargo Nadie disintió. Naturalmente todos estaban al tanto de las
O conversaciones militares franco-suizas que habían tenido lugar a
somos veinte veces más eficaces. Conozco a ese tipo de hombre.
O Opino que fue una tontería de Hanspeter iniciar conversaciones través de los años. Sin embargo, ninguno de los presentes deseaba
con él sin mi presencia. Porque esto es demasiado bueno para ser alterar la relación con París que se estaba desarrollando. La
cierto. ¡Aquí hay algo que huele mal!
—Sí —replicó Suter, esta vez con dureza—. Y el mal olor
proviene directamente de ti y de tu maravillosa organización,
¡imbécil! —la palabra que empleó Suter fuq Arschloch.
alternativa serían los alemanes, o, peor aún, los norteamericanos.
Fue Rossi quien puso límites a otras especulaciones, posiblemente
peligrosas.
—Bien-—dijo^. Lo más que podemos esperar es que esto no
haya ido más lejos. Suter, ¿Tibrizi sugirió algo en ese sentido?
9
Ulrich se había recostado en su sillón para encender un cigarro.

1
Al oír a Suter se inclinó bruscamente hacia adelante* dejando que —N o ^contestó Suter— . Pero obviamente trabaja para un
el cigarro se consumiera. \-v:- patrón muy inteligente. Difícilmente el Sha usaría esta lista para
— Was solí das heissen! amedrentarnos si ya hubiera permitido que su contenido se
—Esto -—respondió Suter, mientras sacaba de su cartera la lista
m difundiera de una u otra manera. Creo, señores, que debemos
de Tibrizi. . aceptar esta delación como un hecho consumado y proceder a :
Ulrich se puso rojo cuando vio el contenido. % partir de ello.
—Dame eso —ordenó Rossi. La miró y luego dijo—: ¡Es Todos menos Ulrich pensaron que eso era lo razonable. ; i
increíble! ^ —¿Ustedes sugieren acaso que el culpable* o los culpables

66 67
pertenecientes a nuestro ejército, no reciban castigo por su
traición?
—De ningún modo —exclamó el ministro de Defensa Dubois,
superior técnico de Ulrich— Pero no creo que ustedes ni yo
querramos que este error se agrave a través de una investigación
inadecuada. De manera que, por el momento* dejemos el tema;
¿Están de acuerdo, señores?
Con gran alivio, sus dos colegas del Consejo Federal asintieron
con la cabeza.
—En el momento apropiado —concluyó Dubois-^, hablaré con
alguien en París. Entre tanto, no quiero que esto se mencione; que
no trascienda una palabra de lo hablado en este recinto.
¿Comprendido, Ulrich?
Como todo el mundo sabe, los servicios de inteligencia siempre;
resultan los chivos emisarios de estos casos, pensó Ulrich. Pero al
tener que mantener el secreto, todos los que estaban reunidos en
esa habitación quedaban a la par. Eso podía ser útil. Ulrich
también asintió con la cabeza.
—Ahora —dijo el ministro de Defensa Dubois— vayamos al
grano. Francamente creo que no tenemos mucho para elegir. Pero
dejemos a un lado el aspecto de chantaje de este asunto. Hay
mucho que ganar, y si las cosas se manejan correctamente, muy
poco que perder. Nuestra ganancia es muy tangible: estaremos
libres de las consecuencias posiblemente desastrosas de un futuro
embargo petrolero y además firmaremos un contrato con el
exterior de enorme importancia para nuestra industria. ¿La parte
negativa? Sólo surgirá si llega a saberse que proporcionamos
tecnología de armas nucleares a Irán y que hemos renegado de
nuestro compromiso de no construir armas nucleares nosotros
mismos. Pero ¿a quién le convendría dar esa información al
mundo? Al Sha, no, obviamente. N i a los franceses, porque si
hubieran querido lo habrían hecho ya hace años. ¿La lista?
Evidentemente es fraguada, creada por algún burócrata de bajo
nivel, con la intención de crear dificultades vaya a saber por qué
motivos.
—Pero debemos asegurarnos de que el Sha se; vea también
comprometido —dijo Gerber.

68
® O O O O O O O O O O O O O O O O O
-—Yo haré el contrato —respondió el ministro de Relaciones
Exteriores, Rossi— , y negociaré los detalles con Su Majestad en su
próximo viaje a nuestro país. En cualquier caso, tendré que
encontrarme con él,
—¿Y yo qué debo decir? —preguntó Suter.
—Dile a Tibrizi que se han aceptado sus términos. Si él desea
que yo lo atestigüe personalmente, lo haré. Iré a verle.
—Quieren que enviemos a alguien á Irán inmediatamente —
continuó Suter.
—Bien, hazlo.
—¿Aunque se trate del profesor Hartmann?
—Sí.
—Eso puede ser un problema.
—Pues resuélvelo.
:V? El ministro de Defensa envió a Ulrich a pedir dos litros más de
, Fendant y una baraja de naipes. Ninguna velada informal de
hombres suizos termina sin una partida de jass, el juego nacional.
Jacob Gerber dio cartas. Al fin y al cabo, era el presidente de
Suiza,

0
b O O O ® © O O O O O O O O O 0
10
r La misma semana que Tibrizi hizo lo suyo en Suiza, yo estaba a
y unos cientos de kilómetros al norte, en Alemania, trabajando en el
-acuerdo italiano, que realmente carecía de toda importancia,
f como se vio después, a la luz de los acontecimientos que invadirían
el mundo en 1979. Pero fue el trampolín que eventualmente me
lanzaría al frente y al centro del escenario mundial.
Como de costumbre, me alojaba en el Frankfurterhof, desde
, donde se puede ir a pie a los grandes Bancos con sede en esa
ciudad, que existen allí en número suficiente como para convertí r a •
Francfort en la capital financiera de Alemania, y por tanto de
Europa continental. Me encontré con herr;doktor Reichenberger,
director del Leipziger Bank, en la recepción del hotel al mediodía.
: Entramos en un pequeño bar qjúé háy alfohdo de ese recinto, a la

69
izquierda. Reichenberger pidió una cerveza y un steinhaeger, y yo
un gin con hielo y un vaso de agua.
x —La reunión en Roma fue una mala idea —comenzó Reichen­
berger.
SvStrYo. no diría eso. Por algún lado hay que empezar.
- -?r?Una pérdida de tiempo —continuó: Luego, como alemán que
era, agregó—: Espero que no me haga perder aún más tiempo.
—Ya le dije por teléfono, Hermann, que tal véz iuvíerá algo.
Mit Hand und Fuss —nada desorienta tanto a un alemán cóiñó ser
llamado por su nombre de pila sin permiso. Eso, sumado al
sacrilegio de que yo pronunciara algunas palabras de la lengua de
Goethe; debe haberlo sacado de quicio. Pero Reichenberger jamás
pestañeaba, y persistió en su inglés gutural.
—¿Qué?
iíssTenemos un embargo sobre una importante porción del E N I;r
todas das propiedades en el extranjero, incluidos los derechos de
exploración del mar del Norte, en Nigeria, en el Pacífico.
mEl ENI (Ente Nazionale Idrocarburi) era la compañíá petroíífe-;
ra estatal italiana.
—Ya deben estar bien agarrados.
5-rr-Sólo en mil millones o algo así. El resto está libre.
séreSin embargo, no es posible.
— ¿Por qué no?
&^Es políticamente imposible. Allí el gobierno considera al ENI
un activo ,fijo nacional. Nos harían un bloqueo,
s ^ N o si compramos a los políticos indicados,
irfíítch co ck ..., yo pensaba que usted no actuaba de esa manera. :
ííj^íormalmente no lo hago. Pero éstos no son tiempos
normales.
—¿Cuál es el capital externo del ENI?
sss-Sufíciente para cubrir nuestro riesgo. N o es la Exxon, pero es
unaide las compañías petroleras más grandes de Europa. Llegó a :
sorprenderme cuando la examiné. Diablos, hay M s dé cien thili ^
personas trabajando allí. Sin duda es la corporación internacional
más importante del país.
rr"¿Y qué dirá a Longo? —Francesco Longo era el presidente
del Ente Nazionale Idrocarburi.

70
__Lo aceptará. Le importa un bledo de los así llamados
intereses nacionales». Es un Hombre del petróleo. Apoyaría
totálúiente cualquier trato que ofreciéramos. Necesita más capital
de tíábájo. De mòdo que probablemente tendríamos que hacer un
arreglo lateral con éL Nádá extraordinario. Creo que con
dnientos millones lo solucionaríamos.
1 j_¿XJsted lé conoce?
—Claro. ¿No se acuérda? Arreglé un préstamo en eurodólares
bàfa él hace años, cuándo todavía tenía mis Bancos.
P ^~Sí, sí. Nosotros participamos. Dígame, Hitchcock, ¿por qué
vendió usted todo?
—Pdr dinero.
—Péro stis Bancos ándaban muy bien.
—por supuesto. Como todos los Bancos, excepto algunos,
como el Franklin National; o el Herstatt.
Reichenberger acusó el impacto. Ni a él, ni a ningún banquero
alemán, le gustaba oír hablar del colapso del Banco Herstatt, en
1974 : Tampoco los banqueros norteamericanos querían recordar
el tema del Franklin National. Ambas eran instituciones de miles
de millones de dólares* y ambas quedaron panza arriba. A fines de
1978, todos los que estaban en el oficio comprendían que esas
• cosas podían volver a suceder. Pero en escala inconmensurable­
mente más grande. Y Reichenberger sabía muy bien que un
colapso financiero en Italia podía actuar como disparador.
—Y usted no quiso seguir asumiendo la responsabilidad.
—N o quise tener responsabilidad personal del dinero de otros.
, —¿Entonces por qué trabaja para los sauditas?
—Porque puedo retirarme cuando quiera.
—Pero entre tanto es responsable de su dinero.
—Sí, pero no es lo mismo. Sencillamente no hay nada personal
en doscientos o trescientos mil millones..., aunque sólo se trate de
administrar mil millones... ya no hay angustias. ¿Un millón?
Bueno, ahí empiezan los problemas. Un millón significa tal vez
. úna buena casa y un bonito barco. Uno le hace perder eso a un
tipo y se pueden prever las consecuencias. Pero mil millones
representan mii buenas casas más mil bonitos cruceros de sesenta
pies. Entonces, ¿a quién le importa? Y trescientos mil millones...
üsSl c
0
MI e
Comprendo y sin duda comprendía. Ei Banco de Reichen­ York o en la Bechtel Corporation en San Francisco, donde se los 0
berger tenía un activo de alrededor de cincuenta mil millones. aceptaba de muy buena gana como alumnos. Al volver a Riyad
—¿A quién tenemos que comprar en Italia? pasaban a dirigir una de las más grandes empresas de la tierra con 0
—A Minoli... el ministro de Economía. Y a Riccardo... Banco notable éxito. Conocían mucho sobre valores. Hicieron la misma 0
de Italia. estimación que yo, grosso modo: las propiedades del ENI füéra de
—¿Y Longo no querrá algo también? Italia ascendían a no menos de seis mil millones. fjfg§ 0
—Seguramente. • Y el Ente Nazionale Idrocarburi sólo tenía una deuda de mil 0
Bien—su tono era escéptico—. Explíqueme el mecanismo. millones en préstamos en eurodólares. Lo cual significaba cinco mm
Yo tenía conmigo el balance del ENI. El activo era de ocho mil , mil millones limpios. Si nosotros (los bancos asociados) prestába­ 0
IRillpnes. Pero se trataba de una compañía italiana, y por razones mos el cincuenta por ciento contra eso, haríamos un excelente W - 0
impositivas una compañía italiana jamás dice la verdad sobre su negocio. Aun si prestábamos el setenta y cinco por ciento (tres mil l i É
valor real. La regla práctica consistía en agregar el cincuenta por
0
millones con setenta y cinco) haríamos un negocio aceptable,
ciento. O sea, que el ENI era una corporación de doce mil millones incluso en la circunstancia más normal. Pero la situación del 0
de dólares. momento era excepcional, por llamarla de alguna manera. ;
La mitad de su capital estaba en Italia, e incluía la cadena de
0
Otorgando el préstamo a los italianos simplemente les proporcio­ l
estaciones de servicio AGIP, que cubría toda la península, sus nábamos suficiente dinero como para pagar antiguas deudas que 0
propiedades de gas natural en el valle del Po y subsidiarias en el estaban por vencer... con nosotros. Así quedaba resuelto.el js? 0
§§ropo químico, textil, de la ingeniería y de energía nuclear. De presente. Pero también el futuro. Si nuevamente los italianos
manera que la compañía tenía alrededor de seis mil millones de intentaban faltar a su palabra, nosotros tendríamos cinco mil IB C
propiedad colateral dentro del país. Como contrapartida, había millones de su activo, que podríamos ofrecer al mejor postor, y asi C
un dato interesante: «solamente» había cuatro mil millones en ganar la partida dos veces seguidas. ■
préstamos de Bancos italianos. Lo cual significaba que los c
Lindísimo. Y por esto, amigos míos, los sauditas me pagaban la. 'T*yV
banqueros locales estaban protegidos por un importante capital dé miseria de medio millón de dólares por,año. {Regalado! t
■'-"CM
la corporación dentro del país. No les afectaba en lo más mínimo Obviamente Reichenberger quedó impresionado cuando l e « « 0
que cayera un embargo sobre el capital externo. Las propiedades expuse el asunto, e hizo el máximo esfuerzo por encontrarle algún
en el extranjero también estaban diversificadas. La cadena AGIP fallo, pero no tenía ninguno. N o obstante, lo intentó. v o
se había extendido a Alemania, Suiza, Escandinavia y Gran —Todo está muy bien, Hitchcock. Pero, ¿y si finalmente nos ¿S'0- 0
Bretaña. Había refinerías en el Norte de Europa y en el Caribe. Y vemos obligados a tomar esas propiedades? ¿Encontraríamos %-tü 0
había muchas concesiones que el ENI había comprado y que comprador con ese tipo de dinero? s iHlf
estaba en proceso de desarrollar en algunos dé los más importan­ —Creo — respondí— que conozco uno en Rijad. ¡¡p ll 0
tes huevos campos petrolíferos del mundo. Y no lo dije por salir del paso. Si había una industria en que los ÜS¡É
Yo había hecho un rápido control por télex con Riyad sobre el sauditas invertirían con confianza, era la del petróleo. Las
0
valor que eso representaba, desde la oficina de Roma: Eri pocas propiedades del ENI eran especialmente tentadoras porque ÉÉjl 0
horas obtuve la respuesta. Contrariamente a lo que aseguraban los incluían una serie de áreas de manufactura: la cadena AGIP con el lili®
mitos (o las creencias optimistas), algunos sauditas se habían MI O
atractivo emblema del dragón alado amarillo, más una cadena de
vuelto muy hábiles en materia de petróleo. Habían aprendido los refinerías en los principales mercados europeos, más una flota de "
rudimentos en Harvard o Stanford, y luego en Exxon, en Nueva cargueros bastante grande registrada en Liberia. Con esas lÉ ^I

' 72 73
fíS 0
IfÉpp
0
0
propiedades los sauditas podían convertirse en lo que habían sido
los, Exxon de antaño: un grupo integrado que podía trasladar el
petróleo desde su fuente hasta los tanques de nafta de millones de
consumidores, y obtener ganancia en cada etapa del proceso.
Reichenberger decidió abandonar la pelea.
—¿Cuánto costarían esos políticos italianos?
—Bastante. Los han mimado mucho últimamente.
' —¿Un millón cada uno?
„ —No. Después de todo, mimados o no, son sólo italianos. Con
medio millón estará bien— el marido de Priscilla había dicho que
alcanzaría con un cuarto, pero él siempre pensaba en términos de
moneditas,
—¿Está seguro de que entre esos dos podrán manejar las cosas?
—Sí. Ya lo he averiguado.
ssseMuy bien. ¿Le parece que vayamos por mitades en el costo?
—Aproximadamente.
—De acuerdo.
»^Suficiente como ejemplo de la moral de los italianos, los
norteamericanos y los alemanes.
'—¿Dónde y cuándo? —preguntó mi pragmático interlocutor.
—N o en Italia, por supuesto. Allí todo está controlado por tres
vías diferentes. Además, como usted bien sabe, nunca conviene
negociar en el campo del otro, Hermann.
—Entonces, ¿dónde?
—¿Por qué no aquí mismo?
^Reichenberger asintió inmediatamente. Tal vez con demasiada
premura. Prometí traer a los italianos... en un par de días¿
Reichenberger no me invitó a almorzar, ni yo a él. Dijo que: debía
asistir a una importantísima reunión, y yo dije que tenía que hacer
muchas llamadas telefónicas. Cuando- Reichenberger se marchó,
pedí otra bebida. Después de todo, acababa de probar que, a pesar
dermi s retiro temporal, no había perdido contacto con los
europeos.
Diez minutos más tarde sentí apoyarse una mano en mi
hombro* N o me agrada especialmente que me pongan las manos
encima, de modo que me di vuelta con bastante brusquedad.
—Por Dios, Hitchcock, soy yo.
«Yo» era Randolph Aldrich, presidente y principal ejecutiyo dér j
First National Bank of America, padre del mundo bancarío, y tal;
vez de todo el mundoi Hacía años que conocía profesionalmente a ^
Randy, y muy de cerca. En realidad, cuando decidí vender.mis^v
Bancos,; Aldrich fue quien los compró. Para el First National fue >-
un negocio pequeño, y Aldrich se ocupó de aclararlo. No me
concedió más de veinte minutos en su despacho cuando firmamos:* f
el contrato. Pero yo no soy muy pretencioso cuando se trata de-->
treinta y dos millones de dólares al contado, y eso es exactamente
lo que el First National me pagó por mi pequeño imperio . s x
bancario. En efectivo, y no en acciones del Banco, porque - ;'
obviamente los muchachos no querían que yo me quedara con u n ^ í
paquete tan grande como para que pudiera abrirme paso hacia él.
Consejo. Es común que después de un negocio (de cualquier "
negocio) uno sienta que lo Han estafado, y eso destruye cualquier,
relación personal que hubiera entre las partes. Sin duda no fue lo,
que ocurrió en este caso, o Aldrich no se habría acercado a mí eh
Francfort. •
—Randy —le dije, sintiéndome importante— . Siéntate. Y dimév
qué tienes planeado para esta noche, y si ella tiene una amiga. - ■
Sólo fuegos artificiales, porque Aldrich y yo pertenecíamos a '
mundos bastante diferentes. Yo tenía un valor neto de unos
cuarenta millones. Sólo parte de mi dinero era heredado. El había;
heredado todo el dinero que tenía. Pero estaba bien dispuesta f
hacia mí.
—Hítchcock —respondió—, hoy no me dedico a la cama, sino á
la botella —se sentó y pidió un whisky doble, sin hielo; sin soda,<*
sin agua. Se tomó la mitad en cuanto se lo trajeron* el resto cinco ;
segundos después, y pidió otro. Eso es lo que se llama clase.
—Hitchcock —preguntó luego, con la cara levemente1^
enrojecida^-* ¿qué haces en Francfort? ' -
Quise ser extremadamente retorcido, por tanto opté por decirlé ;>>
la verdad. Guando terminé, comentó:
—Puras especulaciones, Hitchcock. . * i-
—¿Puras qué? ; :J
—Especulaciones. ¿A quién lé importa üñ bledo de Italia? Estás-
perdiendo el tiempo. Teniendo un par de miles de millones para
©
c

moverte, ¿para qué pierdes el tiempo en una operación de rescaté


©
por moneditas? ¿Cuánto arriesgas? el mundo desde 1945, y con bastante éxito. Yo siempre había sido ©
Más de tres mil millones —contesté... Tenía razón. Disculpas;
¡Dios mío! o•'(:;v-
escéptico con respecto a las teorías de «conspiración» en la
historia. A ese asunto de que los Rockefeller, los Rotschild, los
o
^ —A. lo sumo el uno por ciento del dinero prestado por Arabia muchachos de Morgan Stanley* First Boston, Lehman Brothers y o
Saudita, y es posible que sólo una décima parte de esos tres mil otros por el estilo realmente son los que controlan Norteamérica, y f)
por tanto el mundo. Por su dominio del único mercado de
A millones corran peligró real. . : ^
Lo desgraciado del asunto era qué... tenía razón. • :
.*■
capitales realmente grande, y porque tienen los hilos de las o
11181 —Y además —prosiguió Aldrich— , si quieres especular, ¿jpór
¡safe
marionetas rque ese dinero brinda, especialmente las que se
encuentran a unos cientos de kilómetros al sur de Nueva York,
o
qué .........
diablos lo. haces. en sociedad. con los. alemanes?
.. ...............
ij?, - _—Porque tienen garra, por eso. Y porqué quieren usarla* camino de Washington. Claro que cuando llegué a la edad madura
fc-v —Hay que dejar de ser un niño, hijo mío ^ dijo Aldrich, que era me volví menos escépticb; En ningún momento creí en una c
o-iez.añ?s m ay°r que yo—, y no dejarse engañar por las verdadera conspiración. Pero tal vez sí en algo ligeramente
apariencias. Todavía manejamos el mundo desde Nueva York, no parecido; hecho con buena intención, aunque no tan benigno en su
lo olvides. En comparación, estos banqueros alemanes son simples ejecución. Una red de camaradas muy estrecha. Sencillamente 0
aficionados. Lo mismo que los suizos;, los Franceses; los holandeses tuvo demasiadas transiciones fáciles (en uno y otro sentido) entre ©
g l ' y los belgas. Mira, un equipo nuestro resolvería este problemita los puntos clave de Washington y los de Wall Street. Todo empezó
realmente en la década del treinta, cuando Bernard Baruch actuó ©
fi^^itabano en tres días. Cuando digo «nuestro» me refiero a nuestra
n ; organización. jEn tres días! Y sin andar mendigando-por toda como vínculo entre Nueva York y Roosevelt. John McCloy se 1
^ Europa. Cinco llamadas telefónicas, llamadas locales en Nueva hizo cargo de esa función cuando asumió Truman. Primero dirigió
©
jfv York, y listo. ¿Entiendes, Hitchcock? el recientemente creado Banco Mundial. Luego heredó de Lucius
Mé quedé mirándole. . Clay la tarea de dirigir Alemania Occidental. El era «el hombre de ©
©-V ' —Y ya es hora de que tus nuevos amigos de Oriente Medio lo ellos» y no Truman, y le asignaron esos cargos porque ambos eran
decisivos para conservar un mundo sin peligros para el capitalismo
©
^
comprendan. Claro; tienen el dinero... por ahora. Pero nosotros
somos los únicos en el mundo que sabemos manejar ese dinero, norteamericano en la era de posguerra. Incidentalmente, Clay ©
¿entiendes? Claro que entiendes, Hichtcóck. Te sugiero que pasó a formar parte del Consejo de Lehman Brothers. En su
momento McCloy regresó a Nueva York, donde se convirtió en
o
empieces a hacer algo al respecto. Es tonto invertir dinero en esas
presidente del Chase Manhattan Bank y director de por lo menos O
¿monedas y Bancos europeos. Mira el lío en que te has metido en
í /Italia. ¿Sabes cuál es nuestro riesgo allá? Cero. Nada¿ ¿Por qué? una docena de multinacionales norteamericanas. Eisenhower tuvo ©
|^; Porque yo jamás confié en los italianos. jPor eso! Y te diré algo a su Charlie Wilson, que aclaró perfectamente las cosas con su
l 1“ ' inás. Es una suerte que nos hayamos encontrado hoy* Se menciona famoso lema: «Lo que es bueno para General Motors es bueno
mucho tu nombre en Nueva York. Puedes hacer algo importante; para los Estados Unidos». . . La política de Kennedy se desarrolló ©
J -4 Hitchcock. Siempre que uses la cabeza* Y no trates de ir contra el con la ayuda de tipos como Géorge Bal! (otro hombre de Lehman
O
sistema. . Brothers) y George McBundy, que pasó de dirigir la estrategia de
%r ;; ' ¿El sistema? Yo no poseía ün organigrama, pero el sistema la política exterior norteamericana a dirigir los «dólares fuertes» O
ib c o n s is tía en Randolph Aldrich y quizá dos docenas más de de la Fundación «Ford». Johnson heredó a Mac Ñamara, un ©
v \ hombres en los Estados Unidos. Estaban seguros de haber dirigido ejemplo casi clásico de cómo funciona el «sistema». Dirigió
primero la Ford Motor Compány y luego la guerra de Vietnam ©
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desde el Pentágono, y finalmente a nuestro viejo amigo el Banco


Mundial. De Nixon puede decirse que fue puesto en la Casa
Blanca y retirado de ella por el más grande abogado de las
corporaciones en los anales de Wall Street: John Mitchell. Y a
Jerry Ford no le quedaba otra cosa por hacer que delegar la mitad
de su presidencia en el excelso discípulo del campo de entrena­
miento Rockefeller, el buen herr doktor Kissinger. Por último, el
profesor mismo, Nelson Rockefeller, pidió licencia de la The Big
Apple para asegurarse de que Jerry no se embolsara la otra mitad.
A fines de 1970, el poder avasallador de Nueva York sobre
Washington, y por tanto sobre el mundo, era mayor que nunca.
Porque sin la anuencia de la comunidad financiera de Nueva
York, el gobierno federal se habría vuelto, como suele decirse*
inoperante en un breve espacio de tiempo. La ciudad de Nueva
York descubrió este hecho en 1975. Crónicamente, la ciudad
gastaba miles de millones más que lo que recaudaba en impuestos.
Él intendente y todos los demás naturalmente suponían que los
Bancos de Nueva York les proporcionarían con todo gusto la
diferencia por tiempo indefinido. Pero no fue así. Wall Street le
conminó a que se hicieran cargo de la conducción de la ciudad, si
no querían ir a la quiebra. ¿Qué podía hacer el intendente?: De allí
en adelante Gracie Mansión fue abiertamente controlada- no por
los demócratas o los republicanos, sino por la pandilla de Wall
Street. A fines de 1978, el gobierno federal quedaba exactamente
en la misma posición, excepto que la magnitud de su deuda con la
comunidad bancaria neoyorquina era infinitamente mayor. El Tío
Sam estaba empeñado con la pandilla de Nueva York en el orden
de más de medio millón de millones de dólares, y todas las
semanas debía pedir mil millones más para seguir andando;
Porque la «gran recesión» de 1974-75, y el desempleo masivo que
provocó, no «pasó» simplemente como otras recesiones de la
segunda posguerra. No; descendió a siete con cinco por ciento en
1976, y luego empezó a subir otra vez.
Así, las «medidas de urgencia» iniciadas a mediados de la
década (reducción de impuestos, extensión de los subsidios por
desempleo y otros beneficios sociales, impuestos a los alimentos y
a la vestimenta, apoyo federal a los gobiernos de los Estados y al
local para sostener a una población cada vez más desocupada, se
convirtieron en medidas permanentes). De manera que el «déficit
temporal» de sesenta mil millones dé dólares por año en el
presupuesto federal no sólo continuó, sino que hacia 1978 había
ascendido a más de cien mil millones.
Aumentar los impuestos habría sido la forma clásica de restituir
el equilibrio a las finanzas del gobierno; en realidad la única
forma- Pero los impuestos más altos habían provocado, por lo
menos temporalmente, una nueva recesión comercial y una
desocupación aún mayor. Eso era imposible, social y políticamen­
te. De manera que, como en Nueva York unos años antes, los
hombres de Washington sencillamente pidieron préstamos y
préstamos y más préstamos para cubrir la diferencia entre los
ingresos y los gastos del país. Y, por lo menos hasta fines de 1978,
los Bancos de Nueva York y sus satélites de todo el país prestaron,
prestaron y prestaron. N o tenían otra alternativa. La alternativa
habría sido la caída del gobierno, y el final del sistema que hizo
posible a Wall Street.;
¡El probíériia; era qtié los Bancos Se estaban quedando sin
dinero! Y ellós (los Bancos) llegaron a la conclusión de que ese
problema sólo podía aliviarse de dos formas. La más sencilla
habría sido emitir moneda, a través de los mecanismos del Sistema
de Reserva Fédéráí y el Tesoro de los Estados Unidos. Pero eso
habría cóndiicido a una inflación incontenible, que a su vez
también hábría éonducido a la muerte del sistema. La solución
netamente süpérior cónsistía en dar con una nueva fuente de
reservas.:; en fórma masiva y rápida. Y esa fuente existía en el
Oriente Medio, donde las naciones petrolíferas habían acumulado
una fuente de divisas absolutamente única en la historia de la
Humanidad: más de medio billón de dólares, cantidad casi igual al
valor de todas las acciones de todas las corporaciones de la Bolsa
de Comercio de Nueva York. Esta suma representaba la riqueza
que los Estados Unidos habían tardado dos siglos en acumular; los
árabes tardaron menos de Una década. La Salvación de Wall Street
estaba en Riyad... y quizá únicamente en Riyad.
Y Aldrich lo sabía, Pero Aldrich no sabía que yo también lo
sabía. Por eso se sentía tari seguro en Francfort. Apostaría a que si
O
o
o
o
n0 fr°s hubiéramos encontrado allí por casualidad, unas semanas anteriores son una miseria. Y son los europeos los que los tienen o
mas tarde habría aparecido en Riyad. Las cosas se estaban encima. * o
poniendo muy difíciles en Nueva York. De manera que Aldrich
hizo su jugada.
—¿Y el riesgo de tres mil millones de Arabia Saudita?
— Mira, si organizamos este nuevo acuerdo, una de las
o
—Hitchcock, volvamos a ese problemita italiano. condiciones será el pago acelerado de las deudas antiguas con o
— jCómo no! • ■.
—Exactamente, ¿cuánto estás tratando de reunir?
-w-. ^ vosotros. . .
—Eso no les va a gustar a los europeos.
o
— Más o menos, tres. Quizá tres y medió. —Que los europeos se vayan a la mierda —esta era la mejor
— ¿Cuánto pondrán tus sauditas? descripción de las intenciones de Aldrich.
—Todavía no está decidido, pero supongo que algo así como —N o comprendo —respondí.
quinientos millones. . —Bien, escucha. ¿A cuánto ascienden los ingresos actuales 0
—Bien, tal vez yo pueda poner otro tanto. .... vuestros? 0
—¿Por qué? Creía que no confiabas en los italianos. —Cuando dices «vuestros» supongo que te refieres a los
sauditas. 0
—Para ayudar, por Dios. Y escucha esto: Si se llega a saber que
participamos en el equipo de rescate, cualquier Báttco de mala ^ N o sólo a los sauditas. A.toda esa pandilla del Golfo. 0
muerte de los Estados Unidos tratará de poner su granito de —Si incluyes, Irán, Kuwait, los emiratos* árabes, aproximada­
mente ciento veinte mil millones por año.
0
arena. Nuestro nombre representa calidad, y sabrás que actual­
mente la calidad anda algo escasa en el mercado dé capitales: Es —¿Y cuánto gastan? 0
cierto que estamos cortos de dinero. Pero si colaboramos en esto, —Unos cincuenta mil millones. ©
tendrás que racionar las participaciones, Hitchcock. * —De manera que les quedan unos setenta mil millones.
También ahora Aldrich tenía razón. ¿Y quién era yo para —Más o menos —respondí—. Pero no será por mucho tiempo. ©
despreciar quinientos millones? Sabes que todos los países del Golfo tienen programas de
desarrollo masivo. Dentro de pocos años el gasto será más o

—Muy bien. Participas. Siempre que los del Leipziger Bank
estén de acuerdo, por supuesto. menos igual a los ingresos. En plantas de acero, caminos, fábricas 0
Un momento, Hitchcock. N o sé si me entiendes. de fertilizantes, de productos químicos. Las obras. 0
—Creo entenderte perfectamente; pero, muy bien, dime dónde —Y las armas —agregó Aldrich—. N o olvides eso. ,
está mi error. —Muy bien. Pero ¿a dónde quieres ir?
—Si entramos nosotros, los alemanes quedan fuera. Y también —Voy a lo siguiente: ¿De dónde van a sacar la mayor parte del .
los suizos, los franceses, etcétera. material para construir esos malditos caminos y fábricas y todo lo -
—Quieres un show cien por cien norteamericano. demás? Del único lugar que tiene cuanto necesitan: los Estados.
—Exacto, Hitchcock. Unidos de Norteamérica. Y a la postre van a tener que pagarlo en
—¿Por qué? Mira, hay riesgo en Italia. Mucho riesgo. dólares, como los europeos después de la segunda guerra. Y los O
Efectivamente, voy a repetir lo que tú tantas veces dijiste... japoneses. Y todos los demás. .~
—Sé perfectamente lo que dije. Y sé cuál es el riesgo. Tres mil —Vamos, Aldrich, mira a tu alrededor. N o es lo mismo que en 0
millones, contra el cincuenta por ciento del capital del ENI no 1945. Europa puede proveer lo mismo que Norteamérica. 0
entran en esa categoría. Eres mucho más despierto de lo que —Falso. Primero: Europa se está desintegrando. Portugal hace
piensas, Hitchcock. Este nuevo préstamo es una belleza. Los rato que se terminó. Grecia es una letrina; Italia, lo mísmo. Y ni
0
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0
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hablemos de Inglaterra. Eso en primer lugar. En segundo lugar... Saudita va a tener que optar. Puede seguir disfrutando de una
estucha atentamente; esas fábricas y caminos y demás no les van a «relación especial», con dos Estados Unidos, y sacar todas las
servir de nada a los árabes si no pueden defenderse. , ventajas de negocios recíprocos, desde plantas petroquímicas
' —¿Contra qué enemigo? hasta sistemas de defensa’ aérea. Continuará obteniendo los
.—¿Quién no es enemigo tuyo si posees la mitad del petróleo que mejores talentos que podamos proporcionar en el campo militar y
hay en la Tierra? Pero puedo nombrarte tres- ahora mismo. Los eri materia de ingeniería y administración. Sumados a la
rusos, que nos tendrían en sus manos si pudieran controlar el protección de la mayor potencia occidental. Indefinidamente. El
Golfo. El Sha de Irán, ídem. Y no te olvides de los israelíes. preció es dólares. Dólares en efectivo. Dólares depositados en el
— Oye, Aldrich, los israelíes mal podrían... . sistema bancario norteamericano. Ahora. No dentro de cinco
—Israel, amigo mío, sigue siendo la única potencia nuclear en años.
Medio Oriente. Arabia Saudita no tiene ni medio kilo de plutonio; —¿Y la alternativa?
ni un solo reactor que produzca algo en un futuro próximo. Están -v¿Háy una alternativa? —el tono de Aldrich era idéntico al de
expuestos, hombre, a menos que... w v^v mi coronel Falk en Riyad. O, más probablemente, Falk repetía los
sai conceptos que venían de Nueva York vía Washington— . A
—¿A menos qué...? vi
—A menos que los Estados Unidos sigan abriendo su paraguas Kháled ñó le vendría mal salir de su tienda de cuando en cuando y
militar; todo el paraguas, incluido el nuclear, sobre ese país. Si allá: 4? echar un vistazo a su alrededor. Otra gente del Golfo es más
las cosas empiezan a calentarse militarmente (y eso sucederá algún rápida para entender estas cosas. v-vs ,
día, con absoluta certeza), los europeos no les servirán de nada a 4 —¿Por ejemplo?
los árabes como aliados. — El Sha. Es despierto este Sha. Sabe jugar. Y hace rato que
—Vamos al grano, Aldrich. aprendió. ¿Te acuerdas, en mil novecientos setenta y cinco? Los
—Volveré al punto de partida. El futuro de Arabia Saudita só lo ; Bancos de Nueva York tenían quinientos millones de dólares
puede estar en una estrecha alianza militar^ política y económica atascados en Pan Am, sin la más remota ilusión de recuperarlos. A
con los Estados Unidos. Pero una alianza debería ser, y hoy día : los idiotas del Congreso les importaba un bledo que esa línea aérea
sólo puede ser, una sociedad en que ambas partes toman y dan. Te sé fuese al diablo, llevándose nuestro dinero. Yo fui personalmente
demostraré ahora mismo qué podemos dar nosotros en el plano- a Teherán por ese asunto. El Sha estaba dispuesto a poner
económico. Resolveremos el problema italiano. En seguida. : doscientos cincuenta millones en efectivo dos semanas más tarde,
—¿Y qué deberá dar la otra parte? p otros doscientos cincuenta millones en mil novecientos setenta y
e-v-Quelos sauditas vuelvan a encauzar el flujo de retorno desús siete. N o fue necesario. Pan Am se recobró sola. Pero el,Sha ganó
petrodólares. muchos amigos en ese momento. Y mucha acción. Por ejemplo,
—¿Estás pensando en algo específico? tres mil millones.de dólares por año en las mejores armas que
-—En Nueva York. Esperamos una gran cantidad de dólares de podemos proveer. Y dos de los reactores atómicos más avanzados
Oriente Medio en los próximos seis meses. Concretamente unos del mundo. Obtiene lo que le da 1a, gana.
cincuenta mil millones. —Siempre que mantenga sus cifras en efectivo en Nueva York.
—Estás chiflado, Aldrich. Los sauditas jamás concentrarían en —Exacto, Hitchcock.
ese grado sus depósitos en un país y en una moneda. Aldrich se puso en pie.
— Oye, Hítchcock —replicó Aldrich; que, con whisky o sin él, —D e modo que pásales el dato a tus amigos de Riyad. bi
hablaba como un endurecido banquero de Nueva York—f. Arabia juegan, jugaremos. Y en seguida. Les sacaremos a ustedes-dpi
;K'A:-v:4 . *::• •'•••• •. ■ v • • • •.« " ■ - ' . •- :
82 83
problema italiano, y de cualquier otro que surja. Y, créeme, Randolph Aldrich pretendía que con cinco llamadas telefónicas,
surgirán. A condición de que esos depósitos se realicen. Y no te todas locales, reuniría los tres mil millones que buscábamos.
preocupes por los intereses. Serán los más altos. Reichenberger y yo calculamos que necesitaríamos nueve llama­
—¿Y si no están preparados para todas estas buenas noticias? das, todas de larga distancia. N os dividimos el territorio. Yo me
—Usa tu imaginación. Pero, para empezar, no esperes que este haría cargo de los Bancos norteamericanos, canadienses, británi­
asunto italiano te resulte fácil—y se alejó a grandes zancadas, sin cos y japoneses. Además de hacer un firme compromiso conmigo
pagar su consumición. Y dejándome la sensación de que los iñismó con respecto a Arabia Saudita. Reichenberger se ocuparía
norteamericanos iban a jugarles duro a los árabes. de los europeos, más Irán. Trabajamos en su despacho de
«Pero que jueguen», pensé. «Nosotros tenemos más dinero que Francfort, a sólo tres manzanas de mi hotel. El personal de
ellos.» Reichenberger ya tenía todo preparado. Lo más importante era el
resumen de las condiciones del préstamo, comenzando por el
¿Cómo se logra que el ministro de Economía y el director del plazo, los intereses y las condiciones de la devolución, para
Banco de Italia abandonen todas sus ocupaciones para encontrar­ concluir con una meticulosa lista de los colaterales involucrados.
se con uno en Alemania, avisándoles con dos días de anticipación? Se había calculado una cuota por país y un plazo máximo para
Muy sencillo: representando el dinero de Arabia Saudita. firmar el acuerdo, y se había establecido una penalidad por
Ño quiero entrar en detalles sórdidos sobre el soborno de estos incumplimiento, en base a un acuerdo confirmado por télex dentro
dos señores. Después de todo, creo que todavía andan por allí. de ese período de veinticuatro horas.
Sólo diremos que les dimos el veinticinco por ciento en efectivo y Reichenberger había agregado un punto más. Toda la transac­
acordamos transferir el resto a sus cuentas suizas de Lugano al ción se efectuaría en marcos alemanes y no en dólares norteameri­
completarse el negocio. Procedimiento corriente. canos. Acepté. ¿Por qué no? El marco seguía siendo la moneda
Una vez hecho esto, y habiéndonos liberado de ellos, convo­ más fuerte de la tierra. A mis compañeros de Riyad les encantaría.
camos a una reunión al titular del ENI. Al fin y al cabo, era el Esta propuesta se hizo simultáneamente a los nueve importantes
activo fijo de su compañía el que iba a servir como fianza a un Bancos invitados, a través de sus nueve respectivos países. Huelga
grupo de Bancos extranjeros. N o había temor de que el titular del decir que el First National Bank o f America no estuvo entre ellos.
ENI bloqueara el negocio. El ENI era propiedad del Estado, y Cada una de las copias estaba dirigida al presidente, y cada una
acabábamos de comprar al Estado. Pero no queríamos ni la más fue al número de télex especial de los diversos Bancos reservado
pequeña perturbación en la marcha de las cosas. Le prometimos para material muy sensible. Todos salieron a medianoche, lo cual
esos doscientos cincuenta millones adicionales al capital de tra­ significaba que estarían en los escritorios de los receptores a
bajo. El quería trescientos cincuenta. Arreglamos en trescientos. primera hora de la mañana siguiente. .
El quería pagar un interés de un diez por ciento. Pedimos un doce. A la mañana siguiente hicimos esas nueve llamadas telefónicas.
Arreglamos el once. El quería que fuera por diez años. Nosotros Tuvimos éxito en las nueve. A las cuatro de la tarde teníamos los
por uno. Arreglamos en tres. El quería que todo quedara docu­ tres mil millones, más los trescientos millones aparte. ;Esa noche
mentado de inmediato. N os negamos rotundamente. Como solu­ Reichenberger me invito a su casa, junto con la mitad de^ su
ción de transición acordamos enviarle una carta de intención, con Consejo, para celebrar el nacimiento de la nueva alianza financiera
las firmas de Reichenberger y la mía en el plazo de dos semanas. germano-saudita. Todos se emborracharon un poco, excepto yo.
D e manera que el 2 de diciembre de 1978 ya teníamos las cosas Y gracias a D ios que no lo hice. _
en orden para comenzar. Porque cuando entré en el Leipziger Bank a la mañana
siguiente, era evidente que el maldito negocio se había ido al contaba exactamente lo que había pasado? A los sauditas no les «ÉL
diablo., Reichenberger me contó agriamente lo que había pasado. gustaría nada mi historia. Eran personas extremadamente
f¡S¡8¡
A las siete y media de esa mañana, su secretario recibió una susceptibles. Muy nacionalistas. Muy sensibles en materia de ■
llamada del Banco norteamericano. Es decir, que la llamada se dinero, especialmente cuando se trataba de perderlo- ¿Y si les y á
solicitó a medianoche, hora de Nueva York. Este era el mefísaje: j rffif&l
• cortaban los suministros a los norteamericanos? ¡Niunnmoneditu
^/«D espués de un cuidadoso examen, el comité ejecutivo del Banco más, Aldrich!:Si en.diciembre de 1978 el mercado monetario de
'0"se negaba a aprobar su participación. Que no se contara con ellos. Nueva York estaba más ajustado que un corsé, ¿cómo estaría un
;,J>En ningún caso, de ahí en adelante.» A las ocho llamaron los par de meses más tarde? Y, ya que estábamos en eso, podíamos ■ m
/^canadienses. Lo mismo. Los japoneses no se molestaron eh Hablar. hacerle lo mismo a Inglaterra y sus libras esterlinas que a los

S
; Mandaron un télex: «Lamentamos informarles qüé ñós fetirämos
vuestro consorcio de Bancos para el préstáihó ítáíiano en
Estados Unidos y sus dólares. La maldita isla se hundiría en su I
ISÄlililä
prdpio letargo, y Aldrich y sus amigos tendrían que pensar cómo
empmafcos. Firmado, Banco Mitsubishi.» LOS británicos fueron : sacarla de eso. Yo no soy vengativo. Nunca lo he sido. N i la
/ l o s últimos en comunicar que se retiraban, capacidad de ejercer poder real ha influido jamás en mi juicio. Lo
i Reichenberger estaba para el chaleco de fuerza. N o se lo íf que sucede es que probablemente Aldrich y su grupo subestimaron ■ B l
^/reproché. Todos los Bancos, excepto aquellos con lös que él mismo a William H¿ Hitchcock.
/h a b ía hecho el contacto (los suizos, los franceses, ios holandeses, Esto no significa que aquella mañana de diciembre, en
f f lb s belgas), dieron su aceptación y la mantuvieron; Con excepéión Francfort, yo estuviera en la mejor relación posible con herr
V de Irán. doktor Reichenberger y el grupo que representaba. ¡Dios mío,
\ En mi opinión, era la excepción que Confirma la regla. La regla podría haberme asesinado! Pero afortunadamente estaba muy
era: si se pelea contra el grupito de Randolph Aldrich no se puede ocupado redactando una nueva serie de mensajes por télex, que
\ :esperar ganar en el primer round. Obviamente se iba a trazar una postergaba «temporalmente» el trato italiano en euromarcos. En
/lín ea de separación entre los que serían los líderes deí nhevo un examen retrospectivo; se me ocurre que debió de pensar que yo
/ íarnido financiero surgido de la revolución del petróleo, y los qtie le metí en el problema: Que le hice quedar como un tonto, por
' serían sus seguidores: había estallado la batalla entré Walli átiféet, ; razones groseramente norteamericanas o astutamente orientales.
junto con sus satélites financieros del extranjero^ y" é f bloque; Cuando uno representa al Banco más grande de Alemania y
.europeo de m oneda, fuerte. Lo que estaba en , juego eran los ' convoca a una sociedad para prestar tres mil millones de dólares, y
" poderosos dólares árabes, y aquel que, en última instancia, el nombre de uno figura en letras mayúsculas..., la cosa se sabe,
; controlaría su uso. / . por decirlo así. Y la gente empieza a hacer conjeturas sobre la
El grupo norteamericano sabía que a! destruir el negocio ¿ forma en que uno ha participado. Y además el nombre que
- >italiano contribuía al desastre. Si Italia caía en el pozo financiero, : apareció al final de cada télex (por insistencia de Reichenberger, y
„¿lös Estados Unidos tardarían mucho en seguirla? Pero sj Nueva ■) no mía) fue el del Leipziger Bank.
York no sácaba una buena tajada de la Operación« árabe; ¿el Cada uno se consuela como puede. Yo decidí que después de
desastre no sería inevitable, de todos modos? EStába Claró qüé lo s;- esta derrota necesitaba algo más que mis propios pensamientos
■;norteamericanos se harían los valientes hasta el bordé dél abismo. v para reponerme antes de regresar a Riyad. Me era indispensable
,, y esa mañana, en Francfort, comprendí de pronto que yo era el í un viajecito lateral. A Zurich. Para efectuar algunas jugadas. Pero
verdadero pivote de la situación. no con enanitos. v"
Por ejemplo, pensé, ¿qué sucedería si yo volvía a Riyad y

: 86 87
11
Había exactamente catorce Hartmanns en la guía telefónica de
Zurich, pero sólo uno con el título de «profesor». Además, el
nombre completo era Hartmann-Seligmann. La compañía de
teléfonos de Zurich insiste en agregar el nombre de soltera de su
esposa al de cada suscritor masculino; El nombre de Seligmann era
un indicio más de que era la persona que yo buscaba. Por'tanto;
llamé. Y atendió Ursula.
Dije que llegaría a Zurich ese mismo día; Por una noche; ¿Quizá
ella...?
Sí, cómo no. pero sólo por un rato. El 6 de diciembre viajaría
con su padre a Teherán. Tenían mucho que hacer. Pero me
invitaba a tomar una copa en su casa.
Estaba seis manzanas de la Universidad, en lo alto de la
montaña, al Esté del lago. Yo conocía algo del lugar; Quedamos
en que iría a las siete.
¿Qué significa una coincidencia? Mucho. Porque detrás de una
coincidencia hay más que un puro azar. Por ejemplo, en ese viaje a
fines de 1978. Primero conocí a Ursula Harmann. Luego me
encontré con Randolph Aldrich. Ninguna de las dos cosas fue
planeada o esperada. Pero me ha sucedido lo mismo cientos, o tal
vez miles de veces. Y les diré por qué. ¿Qué porcentaje de la
población mundial se hospeda en el Hassler en Roma, o en el
Frankfurterhof en Alemania, o en el Claridge’s en Londres, o en el
Beverly Hills en California? Una proporción minúscula; La tarjeta
de admisión en esos lugares es la importancia, en términos de
dinero, fama, cultura, influencia política. Lo mismo que se
requiere para viajar en primera clase de Tokio a Los Angeles, o de
Londres a Joburg; Es por eso que uno se encuentra con amigos, o
amigos de amigos, o con alguien vagamente vinculado con lo que
uno está haciendo, en lugares y situaciones como ésas.
Esa acotación se debe a que mis dos encuentros «casuales»
resultaron ser extremadamente importantes en mi vida.
En realidad tengo que admitir que después de esa llamada a
Zurich empecé a preguntarme si realmente hubo un elemento de
azar en mi encuentro con Ursula Harmann. ¿Por qué diablos

88
€)
0
0
O
aceptaba ella inmediatamente volver a verme? Y en su propia casa, 0
para colmo. Aquella noche en Roma fue divertida, pero no fue él €
tipo de acontecimiento que suele conducir a pasar la velada dqlj
domingo con la familia- de la muchacha. : 0
pero tal vez, pensé, ella fuera un poquito... chiflada. N o 0
completamente loca; pero algo loca eh el terreno sexual. Alguien
que necesitaba situaciones muy especiales para excitarse. Todos 0
tènèiilos:nuestros problemas; ¿no es cierto? ^ 0
De manera que volé a Zunch; tomé una habitación en: el viejo
fortín, el Baur-au-Lac, me di una ducha, y llamé un taxi. Llegué a
destinò a las siete en puntò, cosa infrecuente en mí. Me sentía
contento porque había empezado a nevar. Me gusta la nieve.
Convierte el mundo èri algo limpio y nuevo, especialmente de
noche, cuando se ven caer ios copos en los haces de luz dé los
faroles del còche. Suiza y la nieve están siempre juntas en mi mente O
cáliforniana. Es así como llegué a casa de los Hartmann en paz con
el mundo en general y con los suizos en particular.
0
Pero una vez qué entré en la casa ya no me sentí tan seguro. 0
Primero; por el bueno del profesor. Me recibió en la puerta. Tuve
; eso que llaman «primera impresión». Es cierto que le había visto ^ ©
fugazmente en aquel bar en Roma. Pero ahora, bien..., no 'me ©
miraba. Me clavaba los ojos. Tenía largos cabellos blancos ycejasf 0
que hacían juego. Además no estrechaba la mano en la forma
— habitual; Tomaba bruscamente la mano de uno, le daba un breve 0
¡tirón; yñáda más; Medía unos veinte centímetros menos que yo. Y, , 0
tenía unos veinte años más. V !.
Y la casa.' Oscura y con olor a humedad. Bibliotecas por todos' O
lados, hasta asfixiar. ' ,, c
Ursula estaba sentada en el sofá de la sala. El sofá, como el resto s
de los sillones de la sala, estaba tapizado en un terciopelo rojo 0
sofocante. Todo muy ordenado... pero rígido. Ursula me saludó 0
- como una princesa judía suiza. Un ligero toque de sus dedos en mi 0
b in a n o ; y un ademán que me invitaba a sentarme a su izquierda»
Por lo menos no llevaba el uniforme de guía ,turística de là vez 0
anterior. Se había puesto un vestido de noche, negro, abotonado
: hasta el cuello, por supuesto. Pero, debo admitirlo, estaba
encantadora.
0
89
0
0
0
r
Le he hablado de usted a papá —dirc>
Los dos estamos
muy complacidos de que venga a visitarnos.
-l_ ¿ r«JeS° r Seg^ía ?on Ios ° i° s clavados en mí.
‘"querrá tom a? ateo U° ^ que el señor Hitchcocfo
tenemos vermut ¿Está Wen? dmglendose a mí> ^ e g ó - : Sólo
j f e '- ° * ? el vermut- Pero ¿qué podía contestar?
j? — Como no.

Luego nos quedamos los tres allí sentados;


m

to c o tiem poalíí AUn<5Ue’ ^ SerSÍncero- ^ Pasado muy S m®

¡ü^V¡\- í^ ¡ r ^ r
En Arabia Saudita, según creo.
deaci*perm“ - 1
-Riyad. Sí, señor.
-¿Cómo es el clima allí a esta altura del año?
-rno. Y seco. '
■¿Conoce usted Teherán*?
^ — Sí. '
el clima allí a esta altura del afio?
_— rTio. i seco.
í ~~o^ conoce usted Abadán?
— Sí.
: Juro por D ios que dijo:
' v ¿Cómo es el Clima allí a esta altura del año?
y yo respondí:
ísfe— C álido.,Y seco. i
“ S S « ? ^ q U e e S la v id a si»o han pasado i

lueso- Díga“ e
el entilo.aSCmante' Hay cantidades de ruinas antiguas y cosas por

90
—N o me refiero a eso. ¿Qué piensa del régimen de Irán?
, —Bueno, no se puede decir que sea el más liberal de la tierra,
pero creo que el Sha sabe a dónde va.
^^•••-^-¿Usted conoce al Sha? Y
—Lo he visto una vez. Fugazmente —era verdad. Fue en 1972,
en Londres, en una gran cena en el Savov ofrecida por el
banquero Jocelyn Hambro.
^¿Q ué piensa usted de él?
? ^-Es un hombre muy inteligente.
El profesor asintió, y preguntó:
—¿Estable?
—¿Mentalmente, quiere usted decir?
— Sí.
— "Así creo. ¿Por qué?
—Papá—intervino Ursula— tal vez el señor Hitchcock quiera
algo más de beben
Entonces sonó el timbre. El profesor fue al vestíbulo. Ursula
permaneció sentada en el sofá.
—¿Le resulta terrible?—por primera vez su voz no estaba tensa
—N o —mentí— . Pero en realidad...
—¿En qué hotel está? —preguntó rápidamente.
—En el Baur-au-Lac —en ese momento volvió papá con el
rubio estilo Errol Flynn. De Israel, había dicho Ursula.
—Permítame que íe presente a mi colega el profesor Ben-Levi.
.'v —Bill Hitchcock. Encantado de conocerle.
—Lo mismo digo —hablaba con fuerte acento de Oxford—. Es
un gran placer, señor Hitchcock. Me han dicho que es usted uno
de los hombres más ricos.de la tierra. Me encanta conocer
hombres ricosY Siempre me ha encantado. Hace años, cuando
estudiaba en la Sorbona, conocí nada menos que a un Rothschild.
¡UnRothschild de verdad. Un hombre fascinante. N os hemos visto
algunas veces, después de aquella época. Los dos tenemos gran
dnterés por la antigua Grecia, y hemos hecho algunas excavaciones
juntos allá. Pero... ¿no le aburro?
yyy—De ningún modo —dije, y era sincero. Este tipo era un alivio.
—A Ursula también le interesa la arqueología. ¿Verdad,
querida?
0
c
0
0
-Sí —contestó Ursula con calma. ......... 0
-Charlatanerías, por lo que yo sé.
, > ~ ^ r? q2e es maravilloso que vaya a Irán con su padre —D e manera que Khaíed perdura. ¿Piensas que el Sha de Persia €>.
( 3 ^ . ^ a rg a d a , Susa... ¡Ah, cómo te envidio, UrsitiáS también? ;„ 0
1 señ^ “dlalbam0S ? ? ford soaábanw» con esas cosas. f® fó| —Francamente, no sé —y en ese preciso instante tampoco me " f ^
• “ “"H itchcock -p rosigu ió, y sus ojos azules saltaron nuevamen- importaba. * 0
^ moderno ’ V ° y, SegUro deque a nsted Ie lnteresa más el mundo ■
—Bien, yo apuesto a que durará mucho tiempo —opinó Ben- 0
A ^ h fa ' Y V6Z pueda aconsejarnos sobre ciertos temas. Levi—• N o es tan viejo, ¿sabes? Y tiene un ejército muy leal... y
. Acabo de comprar unas acciones de minas de oro, en Londres 0
extraordinariamente bien equipado. Hasta tienen algunos Fn
qí .e Ias llaman. ¿Hice bien? Soy sólo un físico, como mi cinco-F. Estupendos aviones. He oído que tu país le va a mandar
, uen amigo Harmann. No sabemos: nada de dinero. Dígame ¿me 0
' volveré muy rico con esas acciones? óigam e, 6me cincuenta más este año. ¿Es cierto?
—A mí no me lo han comunicado. Para ser un físico, pareces O
- Ben-Levi era todo lo que no era el profesor Hartmann- amiésto
saber mucho de aviación militar.
- z S ° Snñ nmPK1C0' ^ ás 0 n?enos de mi d a d . Aun estando en —Eso es muy natural en nuestro país. Todos estamos"
: a! . ■j lCTaba corba‘a- Mientras yo le explicaba las verdades vinculados con nuestros militares de una u otra manera. Yo f u i\
d éla vida en materia de oro, su mirada hacía rápidos viaje“
piloto, hace mucho tiempo. Todavía me dejan dar unas vueltas J
. crda necesayriae ^ ^ COn máS freCuencia de la que sobre el desierto de cuando en cuando. Muy divertido^ Pero en este
momento me interesa más tu campo: el del dinero. Dime, ¿cómo _
andan vuestros Bancos en Norteamérica? ?
—Tienen problemas. Pero sobrevivirán. Como siempre. ¿Por
ir a vivir allí. Pero también adoraba California, he deleitaban las
qué lo preguntas? —el muchacho empezaba a ponerme nervioso.
e s t e S s f v e ^ 16” ^ 1138' iC<?noda yo a aISuna de las grandes —Bien, es obvio que mi país tiene gran interés en la prosperidad 'V""
" “ ‘relias? Si, y exagere un poco la cosa, tanto por Ursula como por i
del suyo. Por lo menos ese es el sentir popular; Muchos de mis 4
compañeros israelíes piensan que sin vuestros dólares tendríamos
p l u t ^ o s T ‘rabaja “ R¡yad’ Sefior nitcbcock. ¿Podemos graves problemas..., que nuestra supervivencia misma estaría en
- —Por supuesto. ' peligro.
* Ha de ser un lugar fascinante. —Amigo mío — dije, con la esperanza de taparle la boca—, en ^
“ Realjmente, no. ese sentido tú y tus amigos israelíes podéis estar tranquilos. El ~
compromiso de los Estados Unidos con Israel es total. Bueno, c a s i\
^ - ' a l l ñ & r ^ T y quién parajuzgar’ P °r<lue nunca he estado total.
f ? Doraue l w ^ 05 1C,°nserva “ *? fascinac‘™> probablemente —¿Casi? - :
5 ; ■ porque apodem os ir alia —y continuó—: Dime, ¿cuánto crees —Sí. Porque a pesar de todo lo que hemos dicho y hecho en el ;
qne durará ese tipo, Khaled?
— ¿El rey? pasado, en última instancia, si nuestra supervivencia nacional se ve
—Sí. amenazada, los norteamericanos tendremos que pensar en c
nosotros mismos. Estoy seguro de que vosotros los israelíes lo ‘
Í£ > —Creo que domina totalmente la situación.
comprendéis. , ,-
—¿Y esos jóvenes turcos? Recuerdo vagamente haber oído algo —Por supuesto. Pero dame un ejemplo práctico.
^ sobre üno 1Iamado Abdullah. Uno de los hijos de Feisal —Muy bien. Pensándolo un poco, sólo hay dos cosas que pesan
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0
en nuestro mundo actual: el dinero y el petróleo. Y de las dos, el
petróleo es la más importante. Sin petróleo, nuestra economía, ys
poi; tanto nuestro dinero, se va al pozo. Eso ningún buen
brteamerícano puede dejar de considerarlo. Somos muy m aterial
-listas, como sin duda habrás oído decir. s
v - E n otras palabras: si vosotros los norteamericanos tenéis que
"elegid entre quedaros sin petróleo o quedaros sin Israel, elegiríais
quedaros sin Israel. %
—Exactaménte. .. *¡
.Esta vez, para variar, guardó silencio. Pero no por mucho
/tjtempó. ■ 5
^ "—Sí, comprendo tu idea. Pero nosotros los israelíes no podemos
^hacer semejante opción. -
— [Puedes decirlo! Ya has declarado que- sin los dólares
/.norteamericanos tu país muere: Vosotros necesitáis los dólares
^norteamericanos tal como nosotros necesitamos el petróleo árabe.
¡I La primera vez que uno va a Riyad se las arregla para
-^N o, amigo mío, oíste mal. Yo dije que algunos de mis amigos autoconvencerse de que se trata de un lugar exótico. La segunda
ííáfaelíes creen eso. Y o no. vez se da cuenta de que es uno de los basureros más desolados del
?f--¿Y que es lo que crees tú? s mundo: construida en medio del desierto, compuesta en su mayor
El profesor Hartmann no había dicho una palabra durante los parte de casuchas y calles sucias, y poblada por perezosos ex
últim os cinco minutos; su hija, tampoco. Ambos estaban nómadas, sus cabras y sus perros, que representan el único sistema
literalmente sentados en el borde de sus sillones, pendientes de de eliminación de residuos de la ciudad. ¿Quién, en su sano juicio,
cada cosa que decía Ben-Levi. y; volvería a semejante infierno? .
-^¿Qué creo yo? Lo siguiente: mi país no está construido sobre ? Bien, a las once y media de la mañana del 6 de diciembre de 1978
M yo regresaba a Riyad. Le había enviado un cable desde Zurich al
dinero y petróleo. Mi país está construido sobre un pueblo y unas
religión. Los judíos sobrevivieron y prosperaron durante miles de: príncipe al-Kuraishi, informándole sugestivamente que estaba en
años en Israel, sin petróleo y sin dólares. Si es necesarios camino de Arabia Saudita para hacer consultas. Había planeado
volveremos a hacerlo. dedicar el día a pensar en mi futuro, que, después del fracaso
Yo había oído decir lo mismo a muchos judíos antes que a éste: italiano, muy probablemente se desarrollaría en algún lugar muy
Y, francamente, el asunto me aburría. D e manera que miré mi . distante del aeropuerto de Riyad, digamos a unos siete mil
reloj. El profesor BenrLevi entendió la insinuación y miró el suyo; ; kilómetros de distancia, en San Francisco. '
Así,*^abruptamente, concluyó todo. El profesor Ben-Levi se? ; pero mi cadena de malos cálculos no se había roto. Desde el
levantó, se despidió, y se fue. Yo no tenía otro remedio que seguir momento en que bajé del avión supe que si los sauditas tenían una
su ejemplo. Ursula pidió un taxi. Llegó cinco minutos después. As lista, de condenados, yo todavía no figuraba en ella. Al-Kuraishi
las ocho y media yo estaba de regreso en el hotel. ' ^ no estaba en el aeropuerto, pero su coche con chófer, sí; en la pista
A las diez llamó Ursula. Quería venir. Pero era realmente : misma. La nota que me entregó el chófer: había una reunión a me­
imposible. Su padre la necesitaba. Para hacer las maletas y diodía en el Ministerio de Planificación, a la que yo debía asistir.
Ese ministerio estaba a unos veinte minutos del aeropuerto, en
el centro de la ciudad, en un edificio de una manzana de largo y
;:.dos jpisos de altura. Era el resultado ■-de un proyecto dé v f [
arquitectura funcional según la mentalidad árabe. Toda la vasta 11
planta baja era de mármol rosado, imponente y asombrosa, y -■
estaba totalmente vacía, a excepción del escritorio Knoll del '
secretario (de sexo masculino, por supuesto), situado muy, muy al '*
fondo, al pie de una gran escalera de mármol» El anuncio de mi ;
nombre al secretario produjo un movimiento de su brazo en
dirección a la escalera, y luego hacia arriba. D e modo que allá fui. ^
En el piso alto había aún otra área de recepción, más pequeña y * ;
con menos mármol, pero; como compensación, con alfombras por ¡
lo menos dos veces más espesas. Medio hundido en ellas estaba mi r?
, príncipe; Me vio en seguida, cosa no muy difícil, porque no había *;
mucha gente en el lugar. Cuando me acerqué a él, observé que al- I ?
Kuraishi había estado conversando con dos sauditas. Me presentó -
a sheik Ahmed Zaki Yamani, ministro del petróleo; yo ya conocía ?
a Fahd, el príncipe heredero. Esto me puso en órbita. Al-Kuraishi ■
•se apresuró a explicar que esa era una reunión especial del Consejo - I
de los Veinte, el Consejo privado del Reino de Arabía Saudita. N o '?•
habíamos cambiado veinte palabras cuando el recinto quedó en ; ;
•silencio. Acababa de llegar Khaled. : ' V;
El rey, en medio de cuatro guardaespaldas armados, atravesó t
sin detenerse el área de recepción y pasó al salón de reuniones :¡ -
contiguo. Le seguimos. Las colocaciones estaban marcadas en la ?f
mesa de conferencias, la mía al lado de al-Kuraishi, a cuatro 7, i
lugares de la cabecera, donde Khaled permaneció en pie hasta que
se cerraron las pesadas puertas. Nadie habló ni hizo el menor
^movimiento hasta que Khaled se sentó. Luego, con un roce apenas
audible de sus vestiduras, se sentaron los otros diecinueve árabes
(jue había en el recinto, y yo. |
§¿El rey abrió la reunión, en árabe. Ahora bien, yo sólo sé decir
fftM- frase en árabe: Yusharrifuni an uqabilikum> que significar j l
^«Encantado de conocerle, señor.» Esa frase no figuró en la breve
Introducción del monarca, ni en la del príncipe heredero, que no f j
fue tan breve. Después de Fahd habló Yamani. Luego el ministro
¡dé Planificación; otro sheik cuyo nombre he olvidado. Por último J í
1
el principé al-Kuraishi. Evidentemente mi muchacho rio estaba en,,
la cúspide del grupo de sauditas importantes. Todo esto llevó unos
treinta minutos. Luego se abrieron las puertas y entraron veintiún
sirvientes, uno por cada uno de los presentes. Traían té. Y
produjeron un alivio en la tensión, que según el protocolo, podía .
aprovecharse para mantener conversaciones superficiales.
Me apresuré a preguntarle a al-Kuraishi: 0^
—¿De qué se trata todo esto? SSS
—El ministro de Planificación está sobre el tapete. Las acciones
de su ministerio afectan a todos los sectores del país. Obviam ente..
Por eso está presente el Consejo de los Veinte. Nuestro sistema,
como usted ve, es muy democrático. Superdemocrátieo.
—¿Qué errores ha cometido?
—Todos. El desarrollo económico de nuestro país es üñ
desorden total.
—Pero —interrumpí— con los enormes fondos de que ustedes . -

M ili
disponen...
—Exactamente —interrumpió a su vez—. Pero nuestro proble­
ma no es obtener dinero. Es gastarlo. En forma rápida y efectiva.
Para que podamos convertimos en una nación diversificada y
autosuficiente. En eso hemos fallado. : :
—¿Y por qué me han...?
Me hizo callar con un movimiento de la mano. El salón estaba
otra vez en silencio. El príncipe heredero,, aparentemente por
sugerencia del rey, se había hecho cargo de la reunión. Sin duda
oprimió un botón debajo de la mesa, porque de pronto no quedó
un solo sirviente en el salón y aparecieron dos asistentes detrás de
Fahd, que no traían té, sino informes. Fahd movió una mano, y
uno de los informes, ya abierto, fue colocado frente a él. Lo leyó,
apuntando repetidamente con el dedo al ministro de Economía :
(¡cómo quisiera recordar su nombre!) que estaba sentado frente a
él. Todo en árabe, por supuesto. Pero aun en esa extraña lengua, el
significado estaba claro.
Fahd volvió a hacer un ademán. Las puertas se abrieron y
entraron dos hombres con ropa occidental. Se quedaron parados
en un extremo de la mesa, porque nadie les ofreció asiento. Fahd
pasó inmediatamente al inglés, un perfecto inglés norteamericano.
3 m
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3
3
—Señor Jones —comenzó— , usted es el presidente del desarrollo interno de nuestro país, nuestras ciudades, nuestra:
3 Multinational Research Institute. Y usted, señor Rogers, es el industria, nuestras escuelas, nuestra, agricultura. ¿Cuánto se ha
3 ■ director de Arthur D. Rand Associates. gastado hasta ahora?
—Sí, señor — respondieron los dos hombres al unísono. —Bueno, no sé... En realidad dudo de que.’, —contestó Jones;
3 Representaban a dos de los principales trusts de cerebros —No. se sabe. Exactamente. El ministro de Planificación no
3 iWsts
norteamericanos, cada uno de los cuales contaba con equipos de sabe. Pero yo sé —prosiguió Fahd— . N i la mitad. N i siquiera un
miles de científicos, ingenieros y economistas: superconsultores quinto. Y ya han pasado tres de los cinco años de su plan.
3 Si®
para las grandes entidades políticas y económicas de Occidente: —Señor Hitchcock —dijó repentinamente Fahd, obligando a
IBM, British Petroleum, el Pentágono. Eran los que escribían los bailar a mi viejo corazón—, ¿cómo calificaría usted a un plan
discursos de los dirigentes. semejante? —otra vez me exponía al ridículo.
ft® —Las organizaciones de ustedes fueron básicamente respónsa- —Pésimo —contesté.
3 bles de nuestro plan quinquenal —continuó Fahd—, ¿no es así? —Usted es norteamericano, señor Hitchcock. Este plan nos ha
3 H i Rogers respondió: ' costado más de. cien millones de dólares. ¿Qué haría usted con los
—N o exactamente. Nuestros hombres cumplieron aquí una responsables?
3 ®Ü
estricta función de consultores. La responsabilidad... —corte. Ese —Los despediría.

§mm éstilo podía dar resultado en Palo Alto, pero no en Riyad. —Exactamente. Eso pienso hacer. Ahora mismo —se volvió a
mm Otro ademán de Fahd. Nuevamente uno de los asistentes le mirar a mis dos compatriotas, que seguían parados junto a un;
entregó un documento, también abierto. extremo de la mesa—. Fuera con ellos —ordenó. .
mm —Esto, que seguramente ustedes reconocerán, es la propuesta Los miembros del trust de cerebros, con el rostro color ceniza,
mm que nos presentaron conjuntamente a fines de mil novecientos fueron empujados hacia afuera. Nadie en la habitación excepto yo
O t?2&
m
&$Í'V3 setenta y cinco. ¿Puedo leerles una parte? se molestó en echarles una última mirada. N o eran más que mano
O g jff —N o será necesario —replicó Rogers. de obra contratada. Trabajadores extranjeros.
§j|f¡
—Sí, lo es. Al principio de la página treinta y seis, «Resumen, Fahd volvió al idioma árabe. Diez minutos después, el ministro
M
lÉtpi
punto uno», dice: «Formularemos, dirigiremos y modificaremos
en lo que sea necesario un plan económico para el Reino de Arabia
de Planificación (ahora recuerdo su nombre: Hisham Nazer) se
levantó bruscamente y salió del salón. Debo reconocer que lo hizo
■ s Saudita, para programar el gasto de ciento cuarenta mil millones con mucho más aplomo que los norteamericanos. Luego hubo una
de dólares durante el quinquenio que va desde mil novecientos votación. Creo que fue unánime, excepto un voto. El príncipe
3 setenta y seis hasta mil novecientos ochenta, destinado a...» Abdullah, hijo de Feisal y ministro de Desalinización, no levantó
3 Esta vez fue el norteamericano, Jones, quien interrumpió al la mano. Estaba sentado justamente frente a mí, ignorando
3 Saudita. minuciosamente a todos los presentes, de la misma manera que le
— Observará usted, señor, que no se dice nada sobre la ignoraban a él.
implementación. Nosotros podemos sugerir lo que hay que hacer. Allí terminó la reunión. ;
: N o podemos obligar a su pueblo a trabajar —el señor Jones, El rey se levantó y se fue. Casi todos los demás hicieron lo
todavía en pie, estaba rojo de furia. mismo. Pero al-Kuraishi me indicó con un gesto que me quedara.
3 Fahd no pestañeó. Sólo tres hombres más quedaron en el recinto: Fahd, Yamani y un
3 , —El plan de ustedes —continuó alegremente— dice que Arabia hombre que yo no conocía. Al-Kuraishi me llevó hacia él. Era el ;
Saudita invertirá ciento cuarenta mil millones de dólares en el sultán Ibn Abdul Aziz, ministro de Defensa y Aviación de Arabia
3
98 99 ...

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Saudita. Comeneé a pronunciar mi única frase en árabe, pero él me hoy, a quien creo que usted ha conocido fugazmente, estimula, por
interrumpió en inglés de Sandhurst. ~ desgracia, esas actitudes. Además con seguridad no es ningún
—Es usted un hombre muy directo, señor Hitchcock. Nosotros secreto para usted que en el país hay muchos palestinos.
también lo somos. Espero que trabajemos juntos —lo cual me dejó Necesitaban trabajo; nosotros tenemos mucho trabajo por hacer.
ligeramente desconcertado. Son gente capaz. Pero tienen ideas avanzadas. Todo esto significa,
Entonces intervino Fahd. en una palabra, que tenemos que dejar de planificar y comenzar a
—Perdóneme por introducirle en este asunto. Mis razones son hacer ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde. Usted se
muy simples. Temamos que adoptar medidas con urgencia. Pero preguntará por qué le confío éstas cosas. N o es nada misterioso.
de ningún modo deseamos que esto se interprete como una afrenta Su embajada está informada. Eso no nos preocupa, porque
a los Estados Unidos. Fue una decisión de negocios. Nada más, y Norteamérica es nuestra amiga. Lo que es más grave para:
nada menos. Su gobierno debe tener bien claro que no pensamos nosotros es que otros países también están enterados de nuestras
cambiar nuestra política con respecto a la contratación de asesores crecientes debilidades. El primero de ellos es nuestro gran vecino
norteamericanos. Lo único que hacemos es cambiar el enfoque. del norte: Irán, y el hombre que gobierna ese país. El Sha está
Deseamos que usted les aclare esto. envejeciendo, y sus ambiciones no se han cumplido. Es un hombre ;
Juego sucio —pensé—: pero ¿qué me importaba? Mi reputación peligroso para nosotros... y en consecuencia también para ustedes
no se iba a dañar porque se supiera que yo desempeñaba el rol de — era obvio que cuando Fahd «iba al grano» era para vengarse.
. alcahuete en Riyad. ¿Y quién podía asegurar que yo no sería el —N o creo que nadie en su país —prosiguió— desee que esta
próximo a quien echarían? nación caiga víctima de la insurrección interna o del dominio del
Fahd leía todos mis pensamientos. Norte. Las consecuencias económicas para todo Occidente serían
En pocos minutos le explicaré cuál es nuestra nueva política. desastrosas. Creo que no necesito extenderme al respecto.
Esa política requerirá una expansión de su rol, Hitchcock, como Hablemos más bien de lo que hay que hacer. Ante todo debemos
asesor de nuestro gobierno, siempre que usted esté dispuesto a acelerar intensamente y en seguida la gestión para obtener armas
continuar trabajando con nosotros. Necesitamos hombres que atómicas del país de ustedes. Eso es de capital importancia.
sepan moverse rápidamente, porque eso es lo que deberemos hacer Además necesitamos muchos más técnicos para que nos ayuden a
si*.. hizo una breve pausa— ...si queremos evitar cosas usar esas armas. ¡Ahora!, y no dentro de un año o dos.
desagradables, tanto dentro del país como en el extranjero. —Bueno —intervine—, creo que la obtención de armas no es un
Fahd recorrió con la mirada a los otros presentes. problema, conociendo a mi gente.
—¿Por qué no nos sentamos? —propuso. —Se equivoca usted —replicó el príncipe heredero— . Abdul,
Esta vez Fahd ocupó la cabecera (interesante, pensé); yo me explique.
senté a su derecha; al-Kuraishi a mi derecha, y sheik Ahmed Zaki El buen sultán Abdul Aziz explicó.
Yamani y sultán Ibn Abdul Aziz frente a nosotros. ■ —Es una cuestión de entrega. Por ejemplo: les hemos encargado
^ Iré directamente al grano —dijo Fahd, siempre dirigiéndose a a ustedes ciento veinte interceptores F-dieciséis. Hicimos ese
mí—. Como usted acaba de oír, llevamos mucho atraso en todos pedido hace cinco años. Pero los primeros aviones serán
los programas nacionales. El resultado es que los más jóvenes se entregados en mil novecientos ochenta y uno. Eso es imposible.
impacientan. Nuestra política de educarlos en el extranjero tiene Los necesitaremos el año que viene. Todos.
su pro y su contra. Hay creciente agitación en sus círculos, por el —Seguramente hay alguien en el Pentágono que puede hacer
«progreso», y uno de los hombres que asistió a esta reunión de algo —aventuré.

100 101

Wm
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mmmm

—He pasado estos últimos tres días con funcionarios del hombres a quienes no se puede tomar en serio. Pero nosotros —y
Pentágono. Todavía están en Riyad. Tienen muy buena voluntad * mano hizo un movimiento envolvente que le incluyo a el, al
para conversar, pero siempre responden lo mismo: carecen de sheik Yamani y al sultán Ibn Abdul Aziz— no podemos entrar en
íü poder de decisión. La capacidad de producción es limitada. Señor regateos con extranjeros. . M
Hitchcock, no es sólo de aviones de lo que quiero hablar. Estas palabras podrían haber sido pronunciadas por un
Necesitamos misiles Haw, misiles Pershing, tanques, vehículos miembro de la aristocracia inglesa en el siglo x ix. Sin embargo,
blindados... fueron dichas con gran sinceridad en Riyad en 1978.
i —Sí —interrumpió Fahd—, luego entraremos en detalles. —Por tanto —concluyó Fahd— , queremos pedirle que actué
Usted todavía no ha respondido la pregunta del señor Hitchcock: como consejero y tal vez como intermediario, en ciertos aspectos
III
¿Por qué se retrasan tanto las entregas? de la nueva política que le explicaré. ¿Está usted de acuerdo.
—Porque los norteamericanos han prometido las mismas armas Al árabe le llevó por lo menos cinco minutos de parlamento casi
a Irán, Israel, Jordania, Turquía, Corea... —dijo Aziz—. La lista ¡„interrumpido llegar a la medula de la cuestión. Para las pautas
continúa. Ellos reciben sus pedidos. Nosotros debemos esperar. de Oriente Medio era como si lo hubiera espetado sm introduccio­
g!jsf —¿No les aclararon a ustedes cuáles serían las fechas de entrega nes.
cuando hicieron los pedidos? —pregunté, porque todavía no —Sí —respondí.
ItJStt; entendía bien la cosa. . —Bien. . . .
M I —Sí —respondió el ministro de Defensa— , pero nuestra Buscó algo en una carpeta que había conservado consigo.
—Esto es un bosquejo de lo que pensamos. Es un trabajo
K situación era muy distinta en ese momento. Además suponíamos
ip il que habría flexibilidad en ese aspecto. conjunto del sheik Yamani y yo. Tiene también la aprobación de
El príncipe heredero volvió a interrumpir: nuestro rey Khaled. Quiero que usted lo estudie inmediatamente y
p con gran cuidado. Si desea usted hacer preguntas en el momento,
: —He prometido hablar con claridad sobre este tema, y así lo
aquí estaré para contestarlas. N o necesito advertirle que este
haré, señor Hitchcock. Cuando el sultán Aziz habla de flexibilidad
es porque en el pasado se nos prometió que asuntos tales como las documento debe permanecer en el más absoluto secreto mien­
fechas de entrega podían «modificarse». Esas seguridades venían tras articulaba las últimas seis palabras, sus ojos se clavaron en los
de los hombres... usted sabe a quiénes me refiero... que míos. Capté el mensaje. , ' r .
tradicionalmente actúan como agentes para nuestro gobierno en la Ese fue el final de la reunión. Estreché la mano al principe
confección de los contratos de defensa en todo el mundo. Se les heredero, al sheik Yamani, al ministro de Defensa, y salí del
pagaron comisiones. Eso es muy natural. N os fueron muy eficaces recinto con al-Kuraishi. _f_
Cuando abandonamos el ministerio de Planificación, yo
hasta que el Congreso de su país comenzó a investigar estas
cuestiones. Usted conocerá las historias que se ventilaron con esperaba reunirme con el príncipe en el coche. En cambio encentre
respecto a Northrop... Pero ¿para qué dar nombres? El resultado dos flamantes «Fleetwood» en la puerta, uno suyo, y otro
es que los encargados de los contratos de defensa de Norteamérica aparentemente mío, este último custodiado por dos hombres.
ya no son flexibles. — Su chófer se llama Abdul —me indico el principe—. El
— Comprendo —y por fin, realmente, comprendía. nombre del otro hombre es Hamdan. Estarán permanentemente a
—En consecuencia —siguió Fahd—, ya no podemos confiar en su disposición. Hamdan y algunos de sus compañeros le
sus agentes. Han caído en descrédito en nuestro país. Se les asegurarán su tranquilidad en el hotel. Tendrá todo el piso alto del
considera espías de Medio Oriente, gente que se deja sobornar, Intercontinental a su disposición. .

102 103
Me dio la mano y me dejó con Abdul, Hamdan, el informe del
príncipe heredero y la jubilosa sensación de que por fin Hitchcock
sentaba sus reales.

13

En el Intercontinental tuve una adecuada recepción. El gerente y


media docena de sirvientes casi me llevaron en andas hasta el
ascensor. Luego Hamdan y sus colegas se hicieron cargo. Por lo
que parecía, el piso alto era zona prohibida... para todos.
Creo que hasta Howard Hughes se habría sentido satisfecho. La
tranquilidad es una gran cosa, pero sólo si se puede disfrutar con
lujo. A la mierda con los monasterios. El piso alto del Riyad
Intercontinental se parecía tan poco a un monasterio como un
prostíbulo de Bangkok. Aunque esa analogía es errónea: en Riyad
ni siquiera la servidumbre era del sexo femenino. Pero había de
todo, excepto bebidas alcohólicas. Claro que eso yo ya lo había
sospechado.
Me di una larga ducha, me cambié de ropa, pedí el almuerzo por
teléfono, saqué una botella de whisky de la maleta y me puse a
estudiar el muy delicado documento de Fahd.
Era algo más que delicado: era sensacional. Lo que proponía era
que Arabia Saudita saliera del trust de la OPEP. La alianza basada
en el petróleo sería reemplazada por una alianza Saudita-
norteamericana. Simple y maravilloso. Arabia Saudita deseaba
quedar total e inmediatamente bajo el paraguas norteamericano;
desde el punto de vista político, económico y militar. Especialmen-
.te militar. Era obvio que los sauditas comprendían que semejante
cambio de política por su parte encontraría, por lo menos al
principio, una buena dosis de escepticismo en Washington y
Nueva York. Especialmente en Nueva York. Por eso su enfoque
sería tan norteamericano como la receta para la presidencia de
1972: comprarían lo que deseaban. Pero no como mera compra de
políticos, no. Como Fahd señaló esa misma mañana, la élite
gobernante Saudita había llegado a la conclusión de que el enfoque

104
rbanés ya no servía. N o, los sauditas simplemente se proponían
•undar de capital a los capitalistas norteamericanos. Para
Amostrarles su buena voluntad. Y, a cambio, exigir reciprocidad.
.p0r qué todo esto, de pronto? Fahd lo había explicado eri
términos vagos en el ministerio de Planificación: la planificación
conómica y militar de la nación había fracasado, dejando al
obierno de Khaled y Fahd en una situación sumamente expuesta,
Eterna y externamente.
El documento que yo leía ahora era más preciso. El plan Saudita
¿e desarrollo económico demandaba el gasto de ciento cuarenta
0!Íl novecientos noventa y siete millones novecientos diez mil
dólares, entre los años 1976 y 1980. Los muchachos del trust de
cerebros habían estimado que la nación recaudaría ciento ochenta
mil millones en impuestos petrolíferos durante el mismo período.
Lo cual les dejaría un modesto aunque cómodo beneficio de
treinta y nueve mil millones. Cuando ese nuevo superávit sé
sumara al activo acumulado antes de 1976 (unos cincuenta mil
millones), los sauditas tendrían un país bien desarrollado y
ochenta y nueve mil millones en el Banco. ¿Correcto? N o. Falso.
Porque el programa de desarrollo estaba hecho trizas. Para 1980*
como máximo requerirán un gasto de cuarenta y cinco mil
millones. Y en lugar de ganar ciento ochenta mil millones, Arabia
Saudita recaudaría doscientos cincuenta mil millones, porque
tanto las cantidades consumidas por Occidente como el precio del
crudo habían subido mucho más rápido que lo que cualquiera
habría pronosticado.
¿El resultado? En lugar de terminar con ochenta y nueve mil
millones en efectivo en la alcancía, los pobres sauditas enfrentaban
la desesperante perspectiva de tener más de trescientos mil
millones. Siempre que el Sha de Irán o el príncipe Abdullah y su
séquito de revolucionarios locales no metieran antes la mano en la
masa. La nueva alianza propuesta con los Estados Unidos, por lo
que parecía, estaba destinada a evitar que sucedieran esas cosas.
El plan Fahd, que en el resto del documento se ocupaba
esencialmente del desembolso de esos trescientos mil millones que
agobiaban a los sauditas, ponía el mayor énfasis en la necesidad de
instalar una gran máquina militar en Arabia Saudita, basada
exclusivamente en armas, equipos y personal norteamericanos. El $ ^ QpEP una congelación por tres años en los precios del crudo. Si
plan quinquenal original demandaba el gasto de veintidós mil j? los otros diez miembros no lo aceptaban, cosa que parecía cien por
millones distribuidos en forma semejante a lo largo de esos cinco jt [ cient° segura, Arabia Saudita saldría del cartel y efectuaría un
anos. ¡Ahora Fahd quería gastar veinticuatro mil millones en :vf acuerdo de mercado a largo plazo con los Estados Unidos, basado
1979! Y casi todo en los Estados Unidos, Fahd quería hacer en un 6n ese precio congelado. Concretamente sería una garantía de
año lo que el Sha había hecho en diez. ^ fijación de precio: los sauditas se comprometerían a no subir el
Pero, como había señalado el ministro de Defensa Saudita, ? orecio, pero los norteamericanos tendrían que comprometerse a
asignar los gastos y aun hacer los pedidos, de ninguna manera f oue no bajaría tampoco. Nada tonto, desde el punto de vista de los
garantizaban las entregas, a menos que las prioridades en la \ sauditas. El público norteamericano se enamoraría de los sauditas
política externa norteamericana se alteraran radicalmente en favor ; cuando se hiciera el anuncio. Y los sauditas obtendrían toda la
de Arabia Saudita. En este aspecto, el plan de Fahd se tornaba i ayuda militar que necesitaban. Rapidísimo.
realmente interesante para mí. Porque lo que los sauditas Leí todo el documento y releí bastantes partes. Se habían hecho
proponían era un desplazamiento masivo (de veras masivo) de < jas cinco de la tarde. Hora del cóctel. Iba a ponerme la chaqueta
fondos, de cualquier otro centro comercial del mundo a Nueva .; para bajar al bar cuando recordé la espantosa realidad: ¡no había
York. Hasta ese momento los sauditas habían tenido gran cuidado "¿ ningún bar en cientos de kilómetros a la redonda! Tampoco había
(muy acertadamente, a mi juicio) de dividir sus riesgos. Su activo | mujeres. D ios...
líquido estaba concienzudamente repartido entre Zurich, Londres, i Pero Alá tuvo piedad de mí. Sonó el teléfono.
París, Fíancfort, Bruselas, Amsterdam, Singapur... La lista era J —Hitchcock —dijo alguien—, ¿hablo con Hitchcock?
larga. También era larga la lista de monedas empleadas: marcos, ’ —Sí —respondí con tono vacilante.
libras, francos, florines, etc. Pero desde 1979 todo se reduciría a : —Soy yo. Reggie H am ilton:—no había sabido nada de él desde
Nueva York y dólares norteamericanos. Y era obvio que yo iba a ,: aquel almuerzo en el Bohemia Club de San Francisco, que fue el
estar a cargo del frasco de dulce. ; ‘ comienzo de todo.
La razón de esta maniobra era muy clara: una vez que estos —Reggie, qué alegría oírte. ¿Dónde estás?
miles de millones empezaran a llover en Nueva York (con la —Aquí, en la ciudad.
promesa de muchos, muchísimos miles de millones más) los felices —¿Qué estás haciendo?
receptores representarían colectivamente lo que los sauditas :¡ —Siempre el mismo trabajo de consultoría..., asesorando a los
necesitaban, un poderoso y muy influyente hall pro-árabe en /§ sauditas sobre petróleo.
Washington. \j —Bien, ven para acá. ¡Tengo tantas cosas para contarte!
Esto me recordó á mi viejo camarada, el director del First »' —Mira, Bill, pensé que tal vez tú querrías visitarnos.
National Bank o f America, Randolph Aldrich. Sería él quien 'S —¿Visitaros? .
abriría el camino para la causa Saudita, tanto en el Pentágono —Claro, a mi mujer y a mí. Tenemos una casa.
como en el Departamento de Estado. En efecto: si prestábamos i —Bueno, cómo no, si estos tipos me dejan salir.
unos cuántos miles de millones a la ciudad de Nueva York, la ^ —¿Qué quieres decir? —preguntó Reggie algo alarmado.
mitad de los políticos judíos de esa ciudad comenzarían a hacer sus \i —Es que... parece que estoy protegido.
oraciones con el rostro vuelto hacia La Meca. I —¿Buena o mala protección?
Pero el argumento absolutamente decisivo en el plan de Fahd —Creo que buena. Oye, dame tu dirección y le diré a mi chófer
era la nueva política petrolífera. Los sauditas iban a proponer a la i que me lleve.
—Bill, obviamente eres nuevo en la ciudad. Aquí no hay
direcciones. Iré a buscarte; estaré ahí en media hora, ¿te parece
bien?
Después de cortar la comunicación, mi alegría de no tener que
pasar el resto del día encerrado solo disminuyó ligeramente al
pensar que mi encuentro con Reggie podía no ser exactamente un
acontecimiento social. El equipo de Reggie Hamilton, el Multina-
tional Research Institute, había sido expulsado esa misma mañana
en el ministerio de Planificación, y yo me había hecho cargo de
despedir al furibundo jefe de Reggie, señor Jones.
Cuando salí de mi suite, el hombre que estaba sentado junto a la
puerta permaneció allí, sin moverse y sin decir palabra. Pero
cuando bajé del ascensor, en la recepción, Hamdan estaba
esperándome, listo para atenderme. Le dije que un amigo vendría
a buscarme para que fuéramos a cenar a su casa. Ningún
problema... El y el chófer nos seguirían en el coche hasta la casa de
mi amigo, y esperarían. Y ellos mismos me traerían de regreso.
Después de asegurarle tres veces que no era necesario, me rendí.
¡Paciencia! Si esa era una de las reglas del juego, tendría que
soportarla.
Reggie vino en un «Mercedes 300». Y se orientaba bien en
Riyad. Su casa estaba en las afueras; era un bungalow de estilo
norteamericano. El barrio estaba compuesto exclusivamente por
casas de ese estilo. Teóricamente debía parecerse a los suburbios
de, digamos, Palm Springs. O Phoenix. Pero la realidad era muy
diferente. Las calles eran de tierra. Los jardines de arena, con
matas de pasto salvaje aquí y allá.
—Reggie — dije cuando detuvo el coche frente a su casa, que por
cierto no tenía número, ya que ninguna casa tenía dirección—;
realmente vives a lo grande.
Produjo algo parecido a una sonrisa.
—-Espera a ver el interior.
La esposa de Reggie nos esperaba en la puerta. N os conocíamos
vagamente. Las esposas de los hombres que trabajan para los
institutos de investigación no son los seres más fascinantes de la
tierra, y yo siempre he evitado todo contacto innecesario con ellas.
Por eso me gusta San Francisco. Allí las mujeres todavía no entran
0
0
|0s buenos clubs. Y yo solía encontrarme con Reggie en otro 0
e. b. Con el correr de los años parecía que ella había terminado
°or considerarme una mala influencia para su marido. Las esposas €
oue tenían esa idea de mí formaban legión en la Bay Area. O
Q _Bueno, bueno... —comencé—, esto es todo un acontecimien­
to ¿Cuántos años hace que no nos vemos, este...?
0
L-Pat —dijo ella, secamente. 0
_.jPat! jClaro! ¡Pat!—las esposas me ponen tan nervioso como 0
yo a ellas.
3 Pat —proseguí—, no pude encontrar flores. Pero al menos 0
traje esto —y con aire de triunfo presenté una botella de Chivas 0
Regal. Pat frunció el ceño. A Reggie se le iluminó la cara.
__Gracias, Bill —y la cogió con entusiasmo, mientras Pat 0
permanecía inmóvil, con cara inexpresiva—-. ¿Sabes lo que cuesta 0
esto aquí? ¡Ciento cincuenta dólares! —seguíamos parados en el
0
umbral.
___¿Y ese quién es? —preguntó Pat, advirtiendo repentinamente 0
la presencia del «Cadillac» que había estacionado detrás del
0
«Mercedes» de Reggie.
—Abdul y Hamdan. D os tipos que me quieren mucho —res­ 0
pondí. 0
Pat echó una mirada a Reggie, que sin duda confirmaba alguna
opinión que había aventurado sobre mi persona antes de este 0
pequeño diálogo. Luego entramos. 0
Como había insinuado Reggie, el interior tampoco era muy
deslumbrante. Era más bien una extraña combinación de 0
Montgomery Ward y los mercados del misterioso Oriente. Por lo o
que parecía, Pat se había convertido en una conocedora de
antigüedades de treinta y nueve dólares y alfombras de ciento c
setenta y nueve dólares. N o obstante, cuando las expusiera en su 0
casa de Palo A lto, concitaría la admiración de su pequeño círculo. 0
—Pat, has convertido esto en un lugar realmente agradable
—declaré. 0
Reggie no dijo nada* Llevaba veinticuatro años casado. 0
Pero fue a la cocina y volvió con dos wiskies dobles.
—¿Quieres ver la casa? —preguntó Reggie, una vez que Pat 0
desapareció por la puerta de la cocina. 0

109 0
0
0
0 )
—Verdaderamente, no —repliqué.
—Entonces, ¿podemos hablar de trabajo unos minutos?
—Adelante.
—Mira, Bill, esto es una confabulación.
—¿Por lo que sucedió esta mañana en el Ministerio de
Planificación?
—Sí.
—¿Tú también tienes problemas?
—No.-Yo nunca tuve nada que ver con ese podrido asunto de la
planificación. Hace años les dije a esos tipos que estaban tan lejos
de la realidad que daba vértigo. Pero tú sabes, Bill. Se creen unos
genios que todo lo pueden.
—De modo que tú continúas con ellos.
—Sí. Trabajo para Yamani en el Ministerio de Petróleo.
—Por tanto, conoces toda la situación —pregunté con cautela.
—Toda.
Reggie fue a su escritorio. Y sacó una réplica exacta del plan de
Fahd.
—rjCómo no me di cuenta! — exclamé—. ¿Cuánto de esto es idea
tuya?
—Bastante. Pero hace años que tengo estas ideas. Yamani
también, por otra parte. Como recordarás, en todas las reuniones
de la OPEP desde mil novecientos setenta y cinco fue Yamani
quien detuvo los aumentos en los precios de la OPEP. Los demás
países integrantes le odian. Especialmente los iraníes. Aunque no
menos que los libios. Creo que los únicos que han estado hasta
ahora con Yamani son los de Kuwait.
—¿Kuwait también va a salir de la OPEP?
— Es posible.
—Por D ios, Reggie. ¡Eso destruiría el cartel!
—Exactamente.
—¿Y cuál sería la respuesta de Irán, y de Iraq, y de los demás?
—N o creo que salten de alegría.
Me pareció que otro automóvil se detenía frente a la casa.
Reggie leyó mis pensamientos.
—N o te preocupes. N o es un enemigo. Ya te dije que esto era
una confabulación.
—¿Quién es?
—Le conoces. El general Falk, de la embajada.
—Era coronel Falk cuando le conocí.
—Ha hecho carrera.
—¿Está en esto?
—Totalmente. Lo esencial es que ha sido mi contrincante en el
Ministerio de Defensa Saudita. Yo soy el hombre de Yamani; él es
el asesor del sultán Abdul Aziz, el ministro de Defensa.
—¡Y yo soy el que saca la cara por todos vosotros!
—Tú lo has dicho.
— ¡Tres prostitutas! —exclamé.
Reggie se encogió de hombros.
—¿Todo esto figuraba en los planes cuando me diste el trabajo
en San Francisco? —pregunté con tono no muy alegre.
—Lo considerábamos, sí.
Entonces sonó el timbre. Pat salió de la cocina a abrir la puerta.
Yo estaba bastante agotado en ese momento, pero no podía
quedarme así. Falk trajo una botella de whisky y Pat desapareció
con ella en la cocina.
—Reggie —comenzó Falk—, ¿por qué diablos siguen viviendo
en este basurero? —expresaba exactamente lo que yo me había
callado. Si Reggie era el hombre numero uno de Yamani, no se
comprendía que viviera en ese lugar.
—A Pat le gusta — respondió Reggie—. Hemos vivido en
distintas oportunidades en esta casa desde 1972»
Falk parecía asqueado, pero abandonó el tema.
—Doctor Hitchcock —me dijo, estrechándome la mano—, sé
que acaban de ascenderle. ¡Felicitaciones!
—Lo mismo digo. Reggie me ha contado que es usted general.
—Así es. Y si esta endemoniada cosa funciona bien, los sauditas
me nombrarán almirante. ¿Verdad, Reggie? —dio unas palmadas
a Reggie en la espalda y se encaminó directamente a la cocina.
Segundos más tarde un agudo aullido indicó que le había dado
una buena palmada a Pat en el trasero. Por lo visto hasta un
trasero huesudo como el de Pat podía resultar agradable para lo
que podía encontrarse en Riyad. Le sonreí a Reggie, y debo
admitir que también él se sonrió.

111
Kentucky. SegUK,a’ COn un gran vas° « » o del mejor de

guntó. n> ^ ‘tc*lcoc^’ ¿cuando empezamos a movernos?— pre_

a to ftiv o Re o n t c I S era * aIg“na ^ Hizo un movimiento

Monetaria^ 0 Pnmer° dcb° am glar aIgunas cosas en la Agencia

Z ‘c w 0! ^ Íj° - ES° Significa un mes más aquí.

aSStt£SsS=!=!=s:
reducía al mínimo el uso de los verbos Par*2 ' P° F V*sto
del Pentágono. b Parecia una co™ nicación
—¿Por qué?

-F a lk n o ¿ p e r ó r e sp n e L ^ . H a t S ^ e t a ^ d e c ” IUCbar?

nada en Washington ;Y nm* m ro n .’** ^die quiso saber


todos ¡Por eso! Créan™ P , q j Porque los han comprado a
i " Z ° r. o! Creanme, esto es duro para un viejo soldado

- « o» is s tis z s í t f r a t= ~

112
O
0
0
0
—¿Y eso se puede cambiar tan rápidamente? 0
—Seguro que sí. Siempre que lo que me dice el sultán Aziz sea 0
correcto. Tú cálmalos con dinero, Hitchcock, y tú con petróleo,
Reggie, y yo haré el resto en un abrir y cerrar de ojos. €
¡Convertiremos este lugar en la Alemania de 1939! C
El general sabía cómo presentar las cosas. Habría sido un
perfecto secretario de estado, si el gobernador Wallace hubiera 0
ganado las elecciones en 1976. 0
—Falk —dije—, la última vez que hablé contigo me contaste
0
que el príncipe Abdullah iba a emprender algo aquí. ¿De pronto
tiene mucha prisa? 0
—Seguro. Es como yo pensaba. Están reclutando palestinos a 0
todo vapor. En un año tendrán un ejército cinco veces más grande
que el Saudita. 0
Miré a Reggie, esperando una confirmación. O
—El general tiene razón —ratificó Reggie—. Y no son sólo los
palestinos. Los yemenitas también están comprometidos. 0
—¿Cómo es eso? —pregunté. 0
—Claro —continuó Reggie—. Ahí es donde todo el mundo se
equivocó. Especialmente mis colegas del Instituto. Para desarro­ O
llar un país se necesitan dos cosas: capital y mano de obra. €
Obviamente, Arabia Saudita tiene el capital. Pero no la mano de
0
obra. Para empezar, la mitad de la población no es utilizable: las
mujeres. De modo que hay unos dos millones y medio de hombres 0
disponibles como fuerza de trabajo. Pero se niegan terminante­ C
mente a hacer trabajo descalificado, o lo que ellos consideran
trabajo descalificado. Eso forma parte de la tradición beduina. N o O
es que estén en contra del trabajo capitalista, o que no lo 0
entiendan. Por ejemplo, son extraordinarios comerciantes. Todo
Saudita quisiera tener su propia tienda. Pero trabajar en la 0
construcción, o en una planta química, o en el puerto... eso no. De 0
modo qué todo el desarrollo de Arabia Saudita como nación
0
industrial tuvo que basarse en la importación de trabajo. El
concepto no es nuevo. Durante años, el crecimiento de Alemania, 0
Suiza, Francia, dependió de la importación de italianos, españoles, 0
portugueses, yugoslavos, hasta turcos. Por el mismo motivo. Aquí
recurrieron a dos fuentes de mano de obra: los refugiados O
0
113
0
0
0
r
■•w®

palestinos y los yemenitas. Los palestinos i™ u


Falk me miró comprensivamente. Reggie desvió la mirada, y a

^KSSSS«*
¿Y que anduvo mal? —pregunté
pat se le contrajo la cara.
—Comenzó con graves síntomas de frigidez —expliqué— y
terminó en un clásico cuadro de voracidad.
Obviamente no entendía.
rio7 Í ^ é ~ re5P° ? dÍ? Falk~ ' ¡Son un hatajo de revoluciona- —¿Y cómo está ahora?
y establecer u n a * S p ú S del j^ e b to Y d^lñciM A bduH V ^ ’ —En un hogar, en California. En mi hogar.
no —N o has cambiado nada, ¿eh? —comentó la señora
Hamilton—. En lo único que piensas es en sexo y en dinero. Y en ti
-m ir ó a Reggie al decir esto último 8'P ¿Esta claro? mismo —Pat no bebía.
Reggie asintió. I —Brindemos por eso, Reggie —propuse, cuando ella se retiró
* -__.
E s a .es
, la, -------
razónC3LdeC todo
UciüS. este
Û caos. Si se interrumpiera la | nuevamente.
Reggie trajo tres whiskies, todos abundantemente servidos,
i el plan de especialmente el suyo.
revolución. ~ «»/w iuui«, se aore ei camino a la —Bien —dije—, debo irme pronto. Ya que vamos a trabajar
li —¿Cuántos hay ya aquí? juntos, ¿por qué no hacemos un programa ahora mismo?
Tardamos menos de media hora. Reggie ya tenía todo pensado*
* ■ ’ " '« !“ » ■ « « d i. y el general Falk no era tan idiota como parecía, una vez que
—Y por eso lo aplastaron rata mañana dejamos de lado la filosofía fascista y nos dedicamos al problema
Y 5 Xcu‘ai? e r Í Pero aún así un millón, de la obtención de material militar. Estuvimos de acuerdo en que
i el Sha de Irán al Norte. necesitaríamos por lo menos otras seis o siete semanas de trabajó
preparatorio antes de efectuar el primer movimiento importante.
También coincidimos en que ésa era la idea de nuestros respectivos
- £ ^
. í f „ “ na COnSISt10 « chuletas de cordero recocidas, arroz patronos, el ministro de Petróleo, el ministro de Defensa y el
deshecho y arvejas en lata / _f J w Ull \J¿j príncipe heredero.
cocina mejor que Pat. aUn m3S °S ec*ias' **asta una inglesa Pat volvió en momentos en que el general Falk y yo íbamos a
Después de la cena volvimos a la sala. retirarnos. Anunció que sólo faltaban veinticinco días para fin de
—-¿Como está Anne? —preguntó Pat año y nos invitó a pasarlo con ellos. Le respondí que lo pensaría.
La ignoré. ' Pero tres semanas más tarde, después de pasar ese período
—¿Quién? —preguntó el general Faík. barajando depósitos bancarios, solicitando nuevas fechas de
La señora del doctor Hitchcock —aclaró Pat vencimiento, encontrándome con Fahd, Yamani y Aziz durante el
día y pasando mis noches más o menos encerrado en el
■■SES £ % % £ £ £ * d“p"“1 “ ’“■»«-r. Intercontinental, terminé por aceptar. Era patético, pero esa gente
era lo más aproximado a una «familia» que yo tenía ese fin de año.
-E mental.
enferma 4 ero esta eníerma. v**
Es una
¡Si por lo menos hubiera estado Ursula! Pero no estaba. De
manera que fui.
Todavía recuerdo el brindis que Falk propuso a medianoche
114
115
(luego supe que Falk había sido un tigre en West Point a principios
de la década del cincuenta):
—Señores, por el año del Gran Partido... Setenta y nueve o
nada.
En ese momento pensé que Falk no era más que un general
borracho que confundía las metáforas.

14
El Boeing 707 de la Real Fuerza Aérea de Arabia Saudita partió de
Riyad sobre las once de la mañana del 18 de enero de 1979, con
destino a Teherán. A bordo se encontraba el equipo de negocia­
ción designado, o por lo menos aprobado por el Consejo del Rey,
para comenzar la implementación de la nueva política exterior
Saudita. Estaba dirigido conjuntamente por el príncipe heredero
Fahd y el ministro de Petróleo Saudita sheik Yamani. Del trío que
gobernaba a Arabia Saudita sólo faltaba el sultán Ibn Abdul Aziz.
Mi nueva tarea consistía en servir de asesor financiero a los tres.
Por eso se me incluía en la misión. Reggie Hamilton, que desde
1972 servía a Yamani como único integrante del trust de cerebros,
también se encontraba a bordo, por supuesto.
El propósito de la misión: anunciar al Sha de Irán, y a su
ministro de Petróleo Jamshid Amouzegar, que Arabia Saudita iba
a alterar drásticamente su política petrolífera. Los sauditas se
volverían independientes. La estrategia de anunciar la nueva
política a Irán en términos adecuadamente vagos, en conversacio­
nes bilaterales, más bien que en la próxima reunión de todos lo s;
miembros de la OPEP, que se realizaría en abril, era idea del
príncipe heredero Fahd.
—Tratemos de que parezca —sugirió en nuestra última reunión
el día anterior en su palacio— que Irán ha desbaratado a la OPEP
porque ésta trató de imponernos un enfoque de línea dura. Si
convocamos a un plenario de la OPEP, podemos terminar por
alinear a todos los miembros. En cambio, de esta manera, ¿quién
sabrá jamás la verdad?

116
f
0
0
0
Era una idea inteligente. En los últimos años el Sha había 0
insistido en que él y sólo él hablaba por la OPEP. Y su país, al 0
contrario de Arabia Saudita, necesitaba desesperadamente todos
los ingresos por petróleo posibles para financiar los grandiosos 0
planes del Sha, a pesar de que un número cada vez mayor de 0
naciones productoras de petróleo comenzaban a dudar sobre
cuánto más podrían absorber las economías occidentales. Pero €
había una razón más para que Fahd no quisiera encontrarse en 0
público con el Sha y con su despótico ministro de Petróleo
0
Jamshid Amouzegar. Temía que el Sha, por no hacer mala figura,
reaccionara en forma exagerada. Quizá militarmente. Y los O
sauditas no estaban preparados para una situación tan perentoria. O
En el avión había mucho espacio para moverse. El interior era
un calco del de la Fuerza Aérea Norteamericana Uno (úti 0
cumplido sin cargo a la Boeing Corporation). N o tema hileras de ■o
asientos, sino más bien una serie de mesas para reuniones y áreas
para conversar. La diferencia es que no había periodistas 0
alrededor, bebiendo y haciendo chistes idiotas. 0
Fahd se mantuvo retraído. Pero Yamani estaba conservador;
Yo le había visto por lo menos media docena de veces el més 0
anterior, en diversas reuniones que se habían celebrado, a menudo: 0
hasta tarde, de noche, paira elaborar los detalles del plan Fahd-
Yamani. Como socio de Fahd, era uno de los hombres más
0
poderosos de Arabia Saudita; sin embargo, sólo tenía cuarenta y; 0
nueve años de edad. Era un hombre refinado. Su familia era de la 0
Meca, donde su padre había sido un estudioso de la religión, y
también juez en una de esas curiosas cortes de justicia árabes O
donde la ley está determinada por el código islámico. Yamani se 0
había graduado en la Universidad de El Cairo y luego pasó por la
Universidad de Nueva York y en Harvard, donde estudió 0
Derecho, siguiendo la tradición familiar, pero Derecho occidental. 0
Como resultado, Yamani era una perfecta mezcla de Oriente y
Occidente: Sabía hablar de Mozart y del existencialismo, pero a la
0
vez iba todos los días a la mezquita, y andaba a caballo como un 0
beduino. En Londres era un testimonió vivo de la habilidad de los 0
sastres de Savije Row. Sin embargo, ese día, en el avión, llevaba el
aba, la tradicional vestidura negra flotante de los árabes, con ún 0
0
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0
0
0
SÜ®¡¡ s *

ghutra, un atavío blanco en la cabeza, sujetado con una cuerda yamani asintió con la cabeza.
negra, impecable, imponente... y atractivo. ._La otra forma en que pueden encaminarse las cosas la ha
Poco después de despegar vino a la mesa donde yo estaba demostrado Inglaterra. Cuando allí se detuvo el crecimiento
sentado con Reggie. J
económico, después de la segunda guerra, en primer lugar causó la
—Doctor Hitchcock —preguntó—, ¿usted conoce al Sha? caída de la libra, y finalmente una pérdida de fe no sólo en la
, Y1*?0 una vez> brevemente, en una cena en el Savoy moneda inglesa, sino en todo el futuro potencial de progreso del
—¿Cuando? Reino Unido. Entonces los inversores privados, tanto los locales
— En mil novecientos setenta y dos, creo. como los extranjeros, se retiraron o al menos eludieron seguir
—¿Y a Amouzegar? invirtiendo buen dinero en moneda mala. Al disminuir la inversión
—Jamás le he visto. privada, el gobierno debió hacerse cargo de una industria tras otra
—Mejor para usted. Es un hombre muy grosero. Siempre para llenar el vacío. E hizo algo más: permitió una inflación en la
cuenta chistes luego—: ¿Usted estudió en Georgetown? reserva de dinero de Inglaterra a fin de crear por lo menos la
Si. En la Facultad de Servicio Exterior. ilusión de una creciente riqueza para una población cada vez más
de^u país? ^ D° ^ d Ministerio de Relaciones Exteriores incómoda. ¿Resultado? Constante inflación año tras año. Las
masas, dirigidas por los sindicatos militantes del Reino Unido,
Y?. ii r-i f J 1 mis estudios. En la Facultad de vieron más allá de esa ilusión. Obligaron a aumentos de salarios
Economía de Londres. Creo que por influencia de mi padre. Era que eran aún mayores que los aumentos de precios. Alguien terna
banquero, ¿sabe usted? Quería que yo me hiciese cargo del Banco que cargar con todo eso. Fue la clase media. El gobierno debió
cuando el se retirara. Pero se murió. Unos diez años después, vendí aplicarle impuestos cada vez más altos (a ellos, «los ricos») para
poder hacer frente a las demandas de los pobres. De modo que la
- S U o sabía. Dígame, señor Hitchcock, ¿qué piensa usted del clase media fue decayendo lentamente. Resultado neto: estanca­
versátil ^ SIStCma Capitalista? - y a diJe Que Yamani era muy miento, inflación e impuestos tocaban el réquiem para el
capitalismo en Inglaterra.
—Que es sumamente precario. La paciencia era otra de las cualidades de Yamani. Me escuchó
Estoy de acuerdo. Pero dígame por qué razones lo piensa. sin interrumpirme una sola vez.
¿Quiere una explicación simple o complicada? —¿Y Estados Unidos?
Yamani se sonrio. Conocía a los economistas. —Un proceso similar, aunque de ningún modo idéntico. Repito:
— Simple. '
todo nuestro sistema se basa en el crecimiento. Pero ¿en qué se
— Muy bien, trataré de que sea realmente simple. Todo el basó nuestro crecimiento en Norteamérica? En materia prima
sistema del capitalismo está basado en el crecimiento económico. barata, capital abundante, intereses bajos y, sobre todo, energía
Porque solo la promesa del crecimiento del capital atrae las barata y abundante. Bien, se nos han terminado todas esas cosas.
inversiones que mantienen funcionando a nuestro sistema. Si no Ergo, el crecimiento se detiene. Resultado: en diez años nuestra
. y - . Promesa> y por tanto las inversiones de capital son población terminará por destruir violentamente el sistema
insuficientes, el gobierno debe intervenir. Porque si no el capitalista, como sucedió en Portugal, o nuestro sistema morirá
desempleo resultante conduciría a una revolución. Un reciente lenta y silenciosamente, como sucede en Inglaterra.
caso primitivo es lo que sucedió en Portugal hace pocos años —¿Y ese proceso no es reversible? Más específicamente, ¿no
¿Esta claro hasta aquí? ’ deberíamos hacer algo, tanto en términos de energía cómo de
118 119
capitalj, que contribuya con eficacia a corregir la enfermedad de
nuestro’tiempo?
—Supongo que sí.
también respondió Yamani con visible fervor—. Creo
que usted habrá advertido que para nosotros, o sea, el príncipe
heredero, el rey y yo, no hay ninguna otra alternativa que el
sistema occidental. N os disgusta el sistema del Este por su falta de
libertad, su monotonía, su ineficacia. Lo más aborrecible para
nosotros es el ateísmo en que está basado. El comunismo es
totalmente inaceptable para los árabes sauditas —parecía un
William Buckley hijo, pero árabe.
Comprendo lo que usted dice —repliqué—, a pesar de que
mis compatriotas norteamericanos no lo comprenden. N o
obstante, si Norteamérica se hunde, nada detendrá a los rusos en
Oriente Medio. Excepto, quizá, el Sha de Irán.
Cometí un error al decir esta última frase. Los ojos de Yamani
reflejaron una incómoda dureza.
Si, exactamente. Eso es lo que ustedes los norteamericanos
creen desde hace muchos años y siguen creyendo todavía. Es
estúpido. Ustedes creen que el Sha es el «gran estabilizador» de
Oriente Medio. Que un Irán fuerte impedirá indefinidamente la
entrada dé los rusos en Oriente Medio. Que la única fuerza de
oposición viable contra los soviéticos en Oriente Medio es un Sha
todopoderoso. Ya lo pensaba John Dulles, lo sostuvo plenamente
John Kennedy, lo siguen sosteniendo sus familiares vivos, y fue
una doctrina perfectamente adaptada al abundante mundillo de
Kissinger. ¿Sabe usted qué puede suceder realmente? —Yamani
estaba furioso—-. ¡Mire por esa ventana! — exclamó.
Miré. Después de volar al Este de Riyad acabábamos de girar
hacia el Norte sobre el Golfo Pérsico, a unos siete u ocho
kilómetros de su costa oeste.
Desde aquí hasta el extremo del Golfo Pérsico hay unos
cuatrocientos cincuenta kilómetros. Nuestros principales campos
petrolíferos, los de Kuwait, Iraq, Irán, están todos a menos de cien
kilómetros de la costa. Controlando esa costa usted controla la
mitad, ¡la mitad!, del petróleo que hay sobre la tierra. Si un
dictador como Pahlevi obtiene ese control, y créame que eso es lo
i-
0
0
0
que se propone, su querido capitalismo morirá muy pronto. ¿En­ 0
tiende? —hablaba con intensidad. ; 8 SI 0
—-Entiendo.
—Entonces apresúrese a convencer a los políticos de su país. 0
/^.ntes de que sea demasiado tarde. Nosotros estamos dispuestos a ^ í || 0
hacer nuestra contribución, al sistema de ustedes y a nuestra
supervivencia. Siempre que ustedes también estén dispuestos. Pero ' 0
eso significará, sin reservas, señor Hitchcock, que en su país 0
abandonen completamente las tontas ilusiones referentes al Sha de
persia —hizo una pausa—. Ya lo comprobará usted mismo. ;
jyíañana veremos a Pahlevi. Usted hará su propio juicio —se
levantó bruscamente y fue a la parte posterior del avión, v il
Obviamente, Yamani acababa de expresar los principios básicos
del viaje. El y el príncipe heredero pretendían perdurar, sin duda.
Reggie, que había estado todo el tiempo sentado junto a mí sin
decir palabra, dijo:
—Tiene razón, ¿sabes? 0
—Puede ser. Pero yo no estoy de ninguna manera convencido de 0
que el Sha de Irán tiene a todo el mundo en el bolsillo.
—N o te apresures. Estaremos allí la semana que viene. t)
Volví a mirar por la ventanilla. La costa era un páramo chato, €
marrón.
—¿Yamani cree realmente que el Sha hará un movimiento
0
militar para tomar el poder? —pregunté a Reggie. O
—Sí. Puedes pensar lo que quieras, Bill, pero Yamani no és 0
tonto.
O
0
—Estoy de acuerdo.
Reflexioné.
—Pero —continué— ¿el Sha puede hacerlo? Tal vez gane un par
de batallas, pero luego le aplastaríamos. Nosotros y probablemen­ 0
te también los rusos. 0
—Eso dependería... —respondió Hámilton.
—¿De qué? 0
—Del tipo de guerra que se desarrolle. 0
—¿Qué quieres decir con eso? Por D ios, Reggie, sólo hay una
0
clase de guerra.
—N o. Hay guerra convencional y guerra nuclear. 0
0
121
t:S:n. -:rv '
V-i-:;

Le miré un segundo.
—Vamos, dime, Reggie, ¿de dónde sacaría el Sha armas
nucleares?
Reggie ignoró la pregunta. Pero treinta minutos después
pasamos sobre Abadán. Si hubiera mirado hacia abajo, concreta­
mente habría visto la respuesta.

H
15
Abadán, la ciudad iraní en el extremo norte del Golfo Pérsico, está
separada de Iraq en el Oeste por la unión del Eufrates y el Tigris,
donde confluyen en el mar. Al Norte y al Este de Abadán están los
vf:VN grandes campos petrolíferos de Irán. En Abadán propiamente
dicho estaba situado el mayor complejo de refinerías de petróleo
del mundo. Originariamente construido por los ingleses, y
accionado más tarde por las Siete Hermanas a través del
mecanismo del Consorcio Petrolífero Iraní. En 1979 era, por
ily.v-.. supuesto, cien por cien iraní.
A comienzos de la década, el Sha de Persia ya había concedido
convertir a Abadán en el centro principal de poder económico, la
zona de mayor concentración de industria pesada en Oriente
Medio. Se había enfrentado con la clásica opción económica:
transportar el vasto exceso de energía existente en la región de
Abadán a los principales centros de población en el Norte de Irán,
o construir un imperio industrial en base a la fuente de energía
primaria en la tradición de Pittsburgh o del Ruhr. Había elegido
esto último. Así, gracias al hecho de poseer la energía más batara
del mundo, Abadán pronto contó con una concentración masiva
de plantas de cemento, acero y aluminio, ya terminadas o en
construcción, todas ellas destinadas a absorber la energía en forma
de gas natural que surgía de pozos naturales a pocos kilómetros de
distanciado petróleo de las refinerías de la ciudad, o electricidad
producida por los generadores a turbina de gas, que convertían en
electricidad lo que antes se quemaba en el desierto. La situación de
Abadán en el Golfo, con puertos de aguas profundas, era ideal

122
para el desarrollo industrial: la materia prima podía traerse por
piar, transformada por la aplicación de energía y enviada por
ferrocarril al Norte, a Teherán, o exportada, también por mar, a
los mercados mundiales.
Eso en cuanto a las minucias económicas. Lo que más tarde no
pudo calificarse como minucia fue que la región de Abadán había
sido elegida también por el Sha para la construcción de los más
grandes reactores nucleares de Irán. Superficialmente esto parecía
ridículo: el clásico caso del carbón para Newcastle. Pero según el
concepto de la historia del Sha, tenía un sentido muy concreto,
porque su teoría era que antes de que terminara el siglo XX, la
Humanidad reconocería que el petróleo era un recurso natural
demasiado precioso para despilfarrarlo como fuente de energía. Su
uso tendría que limitarse inevitablemente a aplicaciones qué
aprovecharan las propiedades exclusivas del petróleo: manufactu­
ra de fertilizantes, plásticos, fármacos, pesticidas. Cuando eso
sucediera, Abadán aún tendría un exceso de energía: pero nuclear,
no convencional.
Los planes nucleares del Sha no terminaban en Abadán. Todo el
país iba a volverse atómico. Así, en el período 1974-1976, el Sha
firmó contratos por un total de seis construcciones nucleares: dos
para Abadán, dos para la región de Teherán, y dos en el mar
Caspio... para mantener a raya a los rusos. Invariablemente, había
peleas por estos contratos. Los norteamericanos enloquecían por
instalarse en la puerta nuclear iraní. Lo mismo sucedía con los
alemanes; los británicos y, por supuesto, también los franceses. La
Roche-Bollinger también entró en la licitación en 1974, pero en ese
momento el Sha no necesitaba a los suizos. Necesitaba a las
potencias occidentales. A las cuatro.
Asi, los norteamericanos obtuvieron los contratos para
Teherán, los británicos para Isfahán y los alemanes para el mar
Caspio, lo cual sin duda puso a raya a los rusos. Al fin y al cabo,
ellos habían invadido Irán en 1941 para echar a los alemanes de
ese país. Los franceses obtuvieron Abadán.
Todas las naciones estuvieron de acuerdo en que el Sha era
realmente un gobernante sabio con gran visión del futuro.
Después de todo, pagaba al contado. Y había más contratos en

123
o
0
0
0
perspectiva, como descubrió la Roche-Bollinger con gran deleite a ~I efectivamente, los reactores podían exportarse casi a voluntad, 0
’ fines de 1978. Irán era el sueño de ese pequeño club de i per0 siempre que las plantas donde se reprocesaran los combusti­
O
corporaciones occidentales que habían asomado las cabezas a la *i | bles usados de esos reactores fueran estrictamente controladas por
vista de los miles de millones de dólares en fondos para if uJi organismo internacional. ¿Por qué esta última cláusula? Para 0
investigación y desarrollo en el campo de la fuerza nuclear. Porque
mientras en sus propios países se encontraban a veces completa-
V*
-
responder a esta pregunta hay que aclarar otros detalles.
XJsaremos como punto de partida los reactores que la empresa
0
mente estancados en sus esfuerzos por vender la mayor cantidad k* francesa Framatone construyó para el Sha en las afueras de €
de plantas nucleares en el menor tiempo posible, a fin de reintegrar , I Abadán. Eran de alta presión, enfriados a agua, capaces de 0
esas inversiones masivas, en Irán no había tales problemas. En ’ i producir seiscientos megavatios cada uno, diseñados para ser :
Irán no había agitadores anticapitalistas como Ralph Nader, ni alimentados con combustible de uranio enriquecido al veinte por 0
organizaciones comunistoides como el Sierra Club, que dijeran . ciento. Este combustible lo proporcionaban enormes plantas 0
tonterías a la población sobre los peligros de los reactores instaladas en los Estados Unidos, que extraían el uranio crudo y,
nucleares. ¿Alguna vez había explotado un reactor nuclear? ¿Uno por medio de un complicado y costoso proceso, lo llevaban al nivel 0
solito? Por supuesto que no. Si Nader hubiera aparecido en Irán, el J de concentración requerido para la fisión nuclear controlada. El 0
habría puesto ante un pelotón de fusilamiento en / uranio enriquecido se envasaba en forma de cilindros largos} y
0
veinticuatro horas. El liderazgo del Sha era del tipo que Estados
Unidos añoraba desde que perdiera a Nixon.
Ahora bien; si el Sha otorgaba estos contratos en forma tan
-
:
*
delgados, que en realidad eran tubos metálicos llenos de bolitas
negras y duras de óxido de uranio enriquecido, que se vendían a 0
los usuarios de todo el mundo. Los tubos se insertaban en el 0
amplia y benevolente, no era sólo por hacer buenas relaciones ”í interior de los reactores, en disposiciones cuidadosamente
públicas: lo que ambicionaba era incorporarse a esa otra suprema : calculadas, sumergidos en agua; en esa forma producían, como 0
fraternidad de la tierra (ya dominaba la primera, la OPEP). Su resultado del proceso de fisión, enormes cantidades de calor, que €
meta final era ascender al grupo selecto que poseía las bombas
atómicas, y por tanto la llave para el poder mundial.

"
creaba vapor, que a su vez accionaba las turbinas que producían
energía eléctrica. 0
Bien, como supieron todos los científicos importantes después "\ Después de meses de inmersión, estos tubos: de combustible 0
de Hiroshima, lo único que se necesitaba para hacer una bomba es - I perdían su potencia. A través de un proceso sumamente delicado,
plutonio. También sabían que los reactores nucleares producían O
pesadas grúas retiraban los tubos de combustible usados y, muy
plutonio en buena cantidad. Este acontecimiento llegó eventual- - ! cuidadosamente, las transportaban a un depósito cercano, un 0
mente a oídos de los estadistas del mundo, especialmente a los de í* f tanque de hormigón lleno de agua fría. Estos tanques de depósito
0
aquellos que ya tenían reactores que funcionaban muy bien y i eran espectaculares. Porque cuando se sumergían en ellos los
producían un montón del material necesario para hacer sus ? tubos de óxido de uranio, emitían una intensa luz color azul zafiro. 0
grandes bombas. Su conclusión: lo que era bueno para los Estados ^í Esta luz provenía de la descomposición radioactiva de los 0
Unidos, la Unión Soviética, Francia, Inglaterra y China, ^ productos acumulados de la fisión nuclear, algunos de los cuales,
obviamente no era tan bueno para Suecia, Sudáfrica, India, Brasil,’ ¿ como el cesio o el estroncio, continuaban siendo letales durante 0
Japón y los demás. De allí salió el tratado de no proliferación. El ,v i decenas de miles de años. 0
punto más importante de ese tratado era que todas las potencias A '■ Pero el desecho más importante era nuestro viejo amigo el
nucleares (o sea las naciones que estaban en condiciones de f plutonio, que podía ser letal sin ninguna modificación, o como 0
exportar energía nuclear para uso pacífico) coincidieron en que, ¡ elemento «explosivo» clave en las armas nucleares. 0
0
124 125
0
0
0
r:
^ Por otra parte, el plutonio también podía ser extremadamente
útil, como combustible recuperado, para los misMos reactores
nucleares ^que lo crearan. La planta de reprocesado era una
combinación de planta de depuración y máquina de destrucción
del mundo. Su función era separar el descarte radioactivo de la
más valiosa de las sustancias producidas por el hombre: el
plutonio. La planta misma era una monstruosidad: por fuera, un
bloque de masivas murallas de hormigón (para proteger de la
muerte radioactiva al mundo inocente que las rodeaba); por
dentro, una escena de ciencia-ficción: sistemas y más sistemas de
mecanismos, desde grúas hasta manos con garras de acero, todo
ello operado con control remoto, por hombres totalmente aislados
de sus herramientas por gruesas paredes de vidrio. Sin embargo, el
proceso que se llevaba a cabo en esas plantas no era excesivamente
complicado. Todo lo que el equipo debía realizar era desmenuzar
el combustible usado después de retirarlo del tanque de almacena­
miento, disolverlo en ácido y luego extraer químicamente el
plutonio de la mezcla resultante. Lo que restaba era un caldo que
podía y aún puede envenenar a la tierra durante siglos. Este
residuo era transportado en vehículos igualmente monstruosos, y
malmente arrojado en depósitos subterráneos donde: esperamos
que permanezca eternamente inmóvil.
Pero quedaba el plutonio. Después de ser adecuadamente
reprocesado en las instalaciones de la planta para transformación
de combustible, se envasaba nuevamente, en forma de óxido, en
tubos metálicos que servían para alimentar al reactor, con lo cual
recomenzaba todo el procesó.
Y así llegamos al punto crucial. Una vez que una nación
poseyera una cantidad razonable de óxido de plutonio, la
construcción de sus propias armas nucleares se convertiría en una
cuestión relativamente simple. Para obtener ese óxido de plutonio
sólo se necesitaba: a) un reactor de fuerza nuclear, y b) una planta
de reprocesado de combustible.
Las primeras potencias nucleares lo comprendieron muy
pronto, y decidieron permitir la exportación de reactores nucleares
de prácticamente cualquier tamaño, forma y sistema de tubos a
todo país que pudiera pagarlos, pero se negaron en forma
terminante a la libre exportación de plantas de reprocesado de
combustible nuclear. Exigían que las células de combustible usado
fueran devueltas a la nación exportadora (Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, etc.), donde se extraería y se retendría el
plutonio. A medida que se expandía la cantidad de reactores
nucleares que estaban globalmente en funcionamiento, esta
solución se volvió impracticable. Fue así como, en muy pocos
casos, se exportaba la tecnología para la construcción de plantas
de reprocesado, y esas plantas se construían en «suelo extranjero»,
pero con la estricta condición de que su funcionamiento fuera
completa y constantemente controlado por inspectores de la
Agencia Internacional de Energía Atómica, organización miem­
bro de las Naciones Unidas con sede en Viena. Por medio de
millares de dispositivos se controlaba cada paso; la entrada de las
células de combustible usado a la planta de recuperación, la
extracción del plutonio y la reposición de los tubos llenos de
plutonio en los reactores. El propósito: evitar que se sustrajera
plutonio del proceso de recuperación.
En 1976 se le permitió a Irán hacer un contrato para construir
una planta de reprocesado de combustible nuclear del tipo . í
descrito. Al fin y al cabo, era el cliente más importante del mundo
para las industrias atómicas de los Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia y Alemania Occidental. Todos estuvieron de acuerdo en
que con semejante número de reactores en construcción en Irán y
(según esperaban) tan excelentes perspectivas de venta de muchos
más reactores, que significarían decenas de miles de millones de
dólares, correspondía hacer una excepción en el caso de ese país.
En 1976 se comenzó a construir una de esas plantas en el
«parque nuclear» al norte de Abadán, que quedó terminada en
marzo de 1978. Unido esto a los dos reactores Framatome de
seiscientos megavatios que ya funcionaban en la misma zona, Irán
estaba en condiciones de producir más de siete kilos de plutonio
por semana... en su propio territorio. Esa es precisamente la
cantidad que se requiere (unos seis kilos) para fabricar una bomba
atómica razonablemente eficaz. Pero, por supuesto, allí estaban \
los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica
para evitar que sucediera semejante cosa.

127
El 6 de diciembre de 1978, el; profesor Hartmann, jefe del hablar3 alemán. Los hombres se fueron por su lado, con planes
departamento de física de la Eidgenoessische Tecnische Hochschu-
: le de Zurich, asesor técnico de la Roche-Bollinger Company de P1’iTrsrtevloei río, las palmeras y el mercado local, mientras s u ^ f í
Badén, y consejero militar del departamento militar suizo de Are visitaba los reactores nucleares y la planta de reprocesado.
Berna, ya había llegado a Abadán. Con su hija, Ursula. P A lás sietéy padre e hija se encontraron nuevamente solos, es
Habían salido de Zurich en un «Concorde» de la Air Irán, y ^ t r con la servidumbre de la casa y la SAVAK fuera. -
luego pasaron a un abastecedor «737» a Abadán. Durante el viaje díü¿Q üé te parece? -p regu n tó el profesor mientras tomaba un
no se les prestó especial atención. Pero las cosas cambiaron al
llegar al Golfo Pérsico. Tanto el general Mohamed Khatami, jefe ^ ¡ F a b u lo s o l-r e p lic ó su hija. Ursula estallaba de entusiasmo
de la Fuerza Aérea Iraní, como el profesor Hadjevi Baraheni, jefe xír» sólo la casa era ideal, sino la ciudad, el Clima, la compañía -
de la Comisión de Energía Atómica Iraní, fueron al aeropuerto a S todo inmensañrente mejor que el Zurich gris y fno de .
recibirles. También cuatro miembros de la SAVAK. Los Hart­ ¿¡détóbre-^. ¿Y lo que tú has encontrado responde a tus ,-
mann suponían que se les había reservado alojamiento en un hotel expectativas, papá? Y c
de la ciudad. Para su sorpresa, nunca entraron en la ciudad. En —Sí. Perfectamente normal. ;
cambio, los dos «Mercedes» (uno para las personalidades que —/Este va a ser tu lugar de trabajo? - . . -
acababan de llegar y otro para la escolta de la SAVAK) les —Sí c o n t e s t ó el profesor— . A unos siete kilómetros de ,la
sacaron inmediatamente del aeropuerto y se dirigieron hacia el Mudad Excelente situación. También son excelentes las ^eas qu
Norte bordeando el río. Su destino resultó ser Khorramshahr, a tienen aquí. En esencia los persas están levantando el prime?
treinta kilómetros de distancia. En Khorramshahr les esperaba ¿centró de energía» futurista del mundo. Los franceses ya han,
una gran casa de campo, construida en el estilo «ranch» construido aquí dos reactores. Yo voy a prepararlo necesartopara.
norteamericano, con piscina, aire acondicionado y pabellón para instalar los dos reactores Roche-Bollinger, Para fines de !a
el servicio doméstico, donde vivían una cocinera, una sirviente y . próxima década se proyecta un total de diez reactores en el mismo
un hombre para los trabajos pesados y el cuidado del jardín. Entre
la servidumbre no figuraba un chófer. La, SAVAK se encargaría terrena Excep é ^ a concentración? y por qué aquí? —hacia
del transporte. muchos años que Ursula reemplazaba a la perfección a su madre
Gracias al «Concorde» y a una combinación inmediata con ño sólo como ama de casa en Zurich, smo también como atenta
Teherán, a las dos de la tarde ya estaban instalados. La cocinera Lerlocutora por las noches. Todavía hay mucho que decir sobre
había preparado el acostumbrado almuerzo ligero de Teherán: la forma en que se cumplen las obligaciones familiares en Europa
yogurt, fruta, té. Central. El traslado a Irán no produjo ningún cambio en las
Los iraníes se comportaron con el profesor con toda la cortesía costumbres domésticas de los Hartmann. es
de que son capaces y fueron sumamente gentiles con su hija. __En realidad la concentración se hace por razones ae
Sugirieron que aún era temprano y había tiempo de realizar un seguridad. Si sucede algo, lo cual siempre es teóncamente p o s# ? ,
paseo. Por «casualidad», a las dos de la tarde se presentó la joven noafectará a ningún centro poblado de
esposa de uno de los inspectores de la Agencia Internacional de ' rodea el desierto, y los vientos predominantes soplan en dirección
, Energía Atómica. Austríaca, como su marido. Se ofreció a , al desierto, que’Y g ú n me dicen, tiene unos mil <q— >s
mostrarle el lugar a Ursula, y a acompañarla durante la tarde. kilómetros de extensión. ¿Me ptéguntas por
Ursula aceptó, encantada de estar con otra mujer que también pesar de que esto es un desierto, posee una provisión casi

m 129
inagotable de agua fresca. El río. Y ese enorme río alimenta toda lá
zona fértil de Oriente Medio. Eventualmente se necesitará hasta la
útima gota. Porque los reactores requieren una increíble cantidad
de agua para el proceso de enfriamiento. A la vez los reactores;
generan mucho calor y polución. Pero precisamente aquí, en el
desierto, eso a nadie le importa.
, —¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
—N o es fácil decirlo. Tal vez unos seis meses. Tal vez más, si no
se puede resolver el problema del combustible.
—¿Es por esa razón que te han pedido que vengas?
—Eso parece. ¿Sabes?, además de los reactores tiene una planta
de reprocesado de combustible nuclear que recupera los tubos?
usados —Ursula lo sabía. Quien vive toda una vida con un físico;
nuclear no puede ignorar esas cosas.
—Bien —continuó el papá—, obviamente algo anda mal en la
operación de purificación. Después del reprocesado, los nuevos
tubos con elementos de plutonio no están a punto. Su rendimiento;
es por lo menos un veinticinco por ciento inferior al normal. :;
—¿Por qué?
—Podría haber dos cosas. Una sería que los franceses hayan
hecho un diseño defectuoso. Pero lo dudo. Lo más probable es que;
haya un descuido en las operaciones. Actualmente casi todo el
personal es iraní. Me han dicho que los pocos franceses que han;
quedado para supervisar no son técnicos de la mejor calidad.
Además, no sé por qué razón se han hecho una cantidad de
reemplazos entre los ingenieros iraníes que trabajan en la planta;?;
De veras no lo entiendo.
—A mí no me sorprende. Frieda, la esposa del inspector ;
austríaco de la Agencia Internacional, con quien estuve paseando
hoy, estuvo contándome como funcionan las cosas aquí. Su
marido le estuvo explicando que, a pesar de que los preparan en
Europa, los técnicos iraníes son profesionalmente muy inestables;
Y según parece algunos de ellos han adquirido ideología
izquierdista en el transcurso de sus estudios en el extranjero. Si los
descubren, los despiden y, como dijo Frieda, los «eliminan»; del

área. Tú conoces, papá, la reputación de este país como: estado ■ M
policial.

130
M i»
gl profesor ignoró este último comentario. Cambió de tema;
. o hablar a Ursula de su inocua visita al mercado local.
^ Heinz Gerhardt Hártmanh era conocido, tanto en Suiza como
«tre sus colegas del extranjero^ cóhió el paradigma del hombre de
» n c ia «ño comprometido»: un hombre de brillante mentalidad
jentífieá, engarzada en un carácter blando, monótono y
absolutamente apolítico. En una palabra: suizo.
a Harmann ya no era joven. Nacido en Schaffhausen en 1916,
¿studió én el Mathematische Gymnasium en su juventud, y
naturalmente pasó de allí al Instituto Federal de Tecnología de
Zúrich.; Era lógico, ya que su inclinación por la matemática lo
llevó a la física y a la Eidgenoessische Tecnische Hochschule para
continuar sus estudios... en el lugar donde estudió Einstein antes
de radicarse en los Estados Unidos. En su segundo año de trabajo
después dé graduarse, como acostumbran hacer los estudiantes \
éuizos, Hartmann fue al extranjero, a Munich, donde, a los
veintiún años, era el alumno más joven del doctor Werner
Heisenberg en el Instituto Max-Planck. Las investigaciones de j
Heisenberg en ese lugar ya habían probado la facitibilidad de la
fisión nuclear. Como resultado de la influencia de Heisenberg,
Hartmann eligió la física nuclear como campo de trabajo para el
resto de su vida profesional
, En Munich conoció a su futura esposa, Una judía alemana, Leah
Seligmann, de los Seligmann de Francfort, que estudiaba medicina
en la Universidad. Hartmann permaneció allí tres semestres, desde
el otoño dé 1937 hasta la primavera de 1939. Su partida fue brusca,
y se debió a que Leah desapareció de un día para el ctro.
Hartmann volvió a sus estudios en Zurich; Leah conoció el horror
de Dachau. En febrero de 1940 Leah cruzó la frontera germano-i
' suiza en Schaffhausen, y tres días mas tarde ella y Hartmann se
,casaron: El caso de Leah no era común, pero tampoco muy raro.
Simplemente su familia compró^su liberación como sucedió en
millares de casos similares. Los Seligmann eran una de las más
antiguas y extendidas familias bancadas del mundo. La red
familiar iba de Francfort a Hamburgo, París, Londres, Nueva
York é incluso San Francisco. También había una rama menor en
Suiza. Así se salvo'Leah, mientras millones de otros prisioneros
perecieron. En 1943, Harímann fue designado asistente del
departamento nuclear de la ETH. En 1948 nació la única hija:
Ursula. Hartmann se convirtió en profesor titular en 1956. En
1958 Leah murió, a los cuarenta y dos años, víctima demorada dé
los ultrajes físicos y mentales sufridos en ese pueblecito de las
afueras de Munich. Desde ese momento Hartmann comenzó a
apartarse del mundo académico. Por supuesto conservó siF
posición y su titulo como herr doktor professor de la ETH. Pero
nunca llegó a ser jefe de esa prestigiosa entidad. En cambió fue
asesor, primero de la Roche-Bollinger en el campo de la física
nuclear, y luego del Departamento Militar Suizo en el de las armáP
nucleares. En esta última actividad desarrolló técnicas dé
simulación con ordenador que permitieron al gobierno suizó í
desarrollar armas nucleares sin necesidad de probarlas. Si los
modelos de Hartmann «explotaban» en el laboratorio d é-
simulación, no había duda de que explotarían exactamente de la
misma manera en el campo de batalla... si fuera necesario.
or tanto, según las opiniones de los que «estaban dentro», él
profesor Hartmann, como muchos de sus colegas de los Estados
Unidos, Francia y Gran Bretaña, se incorporó a las filas de los
científicos amorales. Se pensaba que su actitud no era diferente de
la de los banqueros suizos, que no tenían ningún inconveniente en í
manejar el sucio dinero de todo el mundo, puesto que, como
decían, no era responsabilidad suya dirigir la política mundial;
ebia su lealtad a Suiza y a su supervivencia como nación
prospera e independiente, aunque desprovista de recursos
naturales y rodeada de celosa hostilidad. Las funciones de esos
científicos nada teman que ver con la moral. Trabajaban para süé :
c ientos, y en consecuencia para su país. Meticulosamente, Ese en P
el caso de Hartmann. Sus clientes, los militares suizos, eran
sinónimo de su país. Era su deber servirles meticulosamente. Y
punto. Si ellos le pedían que, por cualquier razón vinculada con los
intereses nacionales suizos, actuara como consultor de armamen­
tos para los iraníes, lo haría de la misma manera. Con toda
corrección. Asi veía el mundo (sus colegas del Instituto Federal de
i ! Cn^ ° 8J^ sus superiores de la Roche-Bollinger, y especialmente
los del Departamento Militar Suizo) el profesor Hartmann.

132
absolutamente profesional y de absoluta confianza. Los iraníes,
después de una profunda investigación de Hartmann y sus
antecedentes realizada por la SAVAK, se convencieron de lo
, jnismó. Quizá la única persona que no compartía esta opinión;
univeráai de qué el profesor Hartmann era un Científico «puro» de \
sesenta y dos años de edad y cabellos blancos, era su propia hija,
pero Ürsula sé guardó muy bien de decir lo que pensaba.
El día siguiente, a las nueve, como habían acordado, el profesor í
paraheni y el general Khatami fueron nuevamente a buscar ai
Hartmann. En ese punto Hartmann ya estaba algo desconcertado, i
Ultimamente se había elogiado mucho su colaboración en Suiza.
El ministro de Defensa le había invitado a cenar en su casa de
Berna, un hecho sin precedentes. Esa noche, a fines de noviembre;
del año anterior, le preguntaron por primera vez, directamente: :
¿Estaría dispuesto a poner a disposición del Sha su experiencia en:
el campo de las armas nucleares? Respondió inmediatamente y sin:
reservas: Sí, si su gobierno se lo pedía. Pero, por lo que había visto
hasta ese momento, todo el asunto era confuso, por lo menos
desde el punto de vista práctico. Para fabricar anuas nucleares se
necesita material físionable. Por lo que Hartmann había previsto
él día anterior, ninguna cantidad del plutonio producido en la
planta de procesamiento de Khorramshahr podía haber escapado
¡al control de los inspectores de las Naciones Unidas... a menos que
algo muy extraño hubiera escapado a su observación en el parque
nuclear. Esperaba poder realizar un examen más intensivo de estas
operaciones, porque presentaban un interesante problema acadé­
mico.
Pero eso no sería posible. En lugar de viajar hacia el Norte
donde estaba emplazado el reactor, el «Mercedes» del general
Khatami fue hacia el Este. El camino terminaba en la entrada de
una gigantesca instalación militar. No se trataba de nada secreto. \
El lugar había sido construido por los Estados Unidos en la
década del cincuenta bajo el programa de asistencia mutua
relacionado con la formación de la alianza de la SEATO. En 1979
idos iraníes lo dominaban totalmente. Pero la presencia norteameri­
cana era aún muy visible en forma de equipamiento. En la base
aérea había doscientas veinte de las más sofisticadas máquinas de
- ís s S sS S ^ S t ^ ^
esto o " Ko S ¡’ M e de 13 fueKa a®rea « n i , sena* todo

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perros, por centinelas en torres^ada^uatrocT hombres con
feíiúltimos adelantos en materia de vigilancia^ °f !X1?tros’ ^ P°r
dgjnoehe; Todo exceoto Inc hnmu g¡ ancm electr°nica de día y

* « « » % *»
cintas paralelas y una que cortaba m rif P, IoS senderos (dos
a Noroeste). Había gran actividad ¿ 80”a “ “ ®Je de Sudeste

—dedaró^hatam i—^ N i V “ ™ 05 de ° riente Medio


nosotros. * 1Sfaelies pueden compararse con

se interesaba m ucho*e^esm sSectt0 ^ profes?T Hartmann, que


del Departamento Militar SuizoP ° S’ “ SU ™ de aSeSOr miIitar

en esta base,, con una fu n n ^ j f Seisc,entos hombres


to en Su ¿ ? Óm° reSUeIVe" UStedeSs^ S™obltmard" rten a m ien -

tenemos s u f i d L e ' ^ Sucede que no


u sted ?,0S franCeSeS “ d Mediterráneo. Cerca de Córcega'“ abe"
Por supuesto que Khatami lo sabía.
Pero el equipamiento de ustedes está rnYur , * , ,
nuestro nivel —continuó el iraní. y P debaj0 de
__Claro, naturalmente. Nosotros aún dependemos básicament
, ¿jel «Mirage». Pero para este año esperamos entregas de «F-16».,.
siempre que Northrop pueda cumplir con lo prometido.
por lo visto la mitad del mundo dependía de los Estados Unidos
para su arsenal de armas: los sauditas, los iraníes, los egipcios, los
coreados, los israelíes, los alemanes... hasta los suizos neutrales.
Diez minutos después pasaron frente a los hangares y (as
barracas. Pero el coche del general siguió avanzando hacia el Éste
por el desierto. Pocos minutos después se hizo evidente la meta; u
gigantesco edificio de hormigón sin ventanas, coronado por un~
chimenea-torre de no menos de ciento cincuenta metros. N
exactamente lo que uno espera encontrar cerca de las pistas d
aterrizaje. Estabá rodeada por un perímetro de seguridad aún má
complicado.
—¿Vamos a ese edificio? —preguntó finalmente el profeso
Hartmann.
—Sí. - .
—¿Qué es?
—Oficialmente, un incinerador. *
Antes de que se detuvieran ante el edficio, el profesor supo d
qué se trataba. Externamente, al menos, era una réplica exacta
¡exactísima!, de la planta de reprocesado de combustibJUlt
parque nuclear de Khorramshahr.
Por dentro era lo mismo, una reproducción cien por cient
perfecta de la planta «visible», construida por los franceses'
■supervisada por los austríacos de la Agencia Interriacionál d
Energía Atómica. Pero no había un solo extranjero adaJyWR
Todo el personal era evidentemente iraní. Lo ctial explicaba e
misterio de la alta proporción de sustituciones y la «desaparición^
de los ingenieros y técnicos de la otra planta.
' : —¿Cuánto tiempo hace que funciona esto? —fue la primérJj|M
gunta de Hartmann tras una breve inspección de las instalaciones?
. —Seis meses —respondió el profesor Baraheni.
—¿Dónde adquirieron el equipo?
—La mayor parte en el mercado libre. Como usted sabe, esto
instrumentos tienen otras aplicaciones. En algunos casos hubo«"
modificarlos ligeramente.
—¿Y los que no se encontraban en el mercado? —indagó el
profesor señalando un panel de equipo de control.
El profesor iraní miró al general, qtiien se encogió de hombros y
decidió responder él mismo la pregunta.
—En Israel. Nosotros Ies proveemos petróleo, ¿sabe?
Los norteamericanos les proporcionaban accesorios militares;
los franceses, tecnología atómica, y los israelíes equipamiento!
nuclear sofisticado. Ahora, obviamente, acudían a los suizos paral
que hicieran su pequeña contribución a la restauración del imperio !
persa. El profesor Hartmann no podía sentirse solo.
—¿Supongo que aquí el producto final es el óxido de plutonio?!
—pregunto Hartmann.
—Así es. Exactamente el mismo producto final-que se obtiene !
en la otra planta.
—¿Y dónde...? —el profesor suizo prefirió dejar inconclusa la
pregunta.
. Nuevamente su colega iraní vaciló. Pero el general Khatamí no.
—Es muy simple. El veinticinco por ciento de los tubos de ­
combustible usados de los reactores Framatone se traen aquí.
Directamente. Nunca van a los depósitos de Khorramshahr, ni,
naturalmente, a la planta de separación de allí.
—Pero ¿cómo es posible? —preguntó el suizo.
—Muy sencillo. Los inspectores de la Agencia Internacional no
se ocupan de los reactores. ¿Para qué? Se dedican a la planta de v
separación, donde se extrae el plutonio.
—Pero sin duda se dan cuenta de que las cantidades de
combustible reprocesado producidas por la planta de separación
no son Jas qüe deberían ser... El cálculo es muy fácil.
—|Ah! —respondió el profesor iraní—, pero es que la cantidad
que se produce en Khorramshahr es totalmente correcta. Lo que,
por usí decirlo, no está de acuerdo con las expectativas es la
calidad^ :
—Claro, claro; eso es lo que señalaron ayer los técnicos
franceses; ¿Qué hacen ustedes?
—Eso también es muy simple. Reemplazamos los elementos de
combustible usado «que faltan» por tubos idénticos que contienen
uranio común.
¡Mfpig

Y el uranio común podía obtenerse de una docena de fuentes


distintas.
^ L ó cual —continuó el iraní— después del proceso de
recuperación, produce tubos de combustible perfectamente
funcionales. Sólo qué funcionan aproximadamente en un setenta y
cinco por ciento de lo «normal».
__¿Y los inspectores de la Agencia Internacional quedan
satisfechos?
_ p 0r supuesto. Al fin y al cabo, los que realizan la operación
son, en su mayor parte, «estos estúpidos iraníes». ¿Qué otra cosa
podía esperarse? Se supone que con el tiempo aprenderemos. Y
entonces seguramente los tubos de combustible reprocesado darán
un rendimiento óptimo.
—¿Cuánto óxido de plutonio han producido ustedes aquí?
—Unos noventa kilos hasta fines de la semana pasada
__respondió Báraheni.
__¿Y cuánto producto final tienen? ®i
Los iraníes se desconcertaron.
—Ya se lo dijimos. Ese es nuestro producto final. Aquí no
hemos hecho ni más ni menos que lo que hacemos en Khorrams-
hahr — contestó Baraheni.
Al general no le gustó este giro de la conversación.
—¿Qué trata de sugerir?
—No es más que curiosidad por conocer el uso final —aclaró
Hartmann.
El uso final estaba tan claro para el suizo como para los dos
iraníes, y los tres lo sabían.
—Estoy seguro de que el señor Tibrizi satisfizo esa curiosidadjen ~
Suiza, profesor Hartmann —declaró el general Khatami . De
manera que yo a mi vez le pregunto: ¿Qué problema hay con el
gg|ifff¡3É
. óxido de plutonio? M fe
—Es ineficaz.
—-Pero —interrumpió Baraheni— usted no entiende. Nosotros m §
poseemos óxido de plutonio en concentración para uso. bélico.
jPuede comprobarlo usted mismo! ¡¡lili
—Sin duda alguna. N o dije que ustedes no puedan construir,
aparatos nucleares con el producto final que tienen aquí.
Solamente sugiero que serán sumamente ineficaces en términos de
rendimiento.
Ahora el general se enfrentó a Baraheni.
— ¡Idiota! Exactamente lo que yo sospechaba —precisamente elí
general Khatami era quien había convencido al Sha de que $e
necesitaba traer a un experto nuclear del extranjero. Como:
Hartmann.
—Profesor —continuó Khatami, dándole la espalda a
Baraheni—, ¿qué es exactamente lo que necesitamos?
—Creo que no podré contestar a esta pregunta hasta saber;
exactamente cuáles son las necesidades de ustedes, general; Lo
único que sé por nuestras propias experiencias (quizá más bien pór
nuestros cálculos) es que probablemente se necesita mucha más
purificación. Así se ampliará... —el profesor suizo, obligado a usar
el inglés en esta situación, luchaba por encontrar las palabras
adecuadas— ...se ampliará, creo que esa es la palabra correcta... el
¡boing! que se puede producir con sus noventa kilos de óxido de
plutonio simple —el profesor sonrió después de este toquecito de
lenguaje popular.
—¿Cuántas bombas podemos construir con la cantidad de
sustancia que poseemos, en su forma actual? —preguntó el
general.
—Tomemos como ejemplo una bomba completamente común...
del tipo de la que se usó en Hiroshima. Tenía un rendimiento de
quince kilotones. Con óxido simple necesitarían site kilos y medió
por bomba. La regla empírica es medio kilo por cada kilotón. Dé
modo que podrían fabricar doce bombas de quince kilotones, una
docena, con lo que poseen ahora. Pero, como dije, no serían muy
eficientes. Y podría agregar: no muy versátiles.
Esto creó un silencio.
—¿Qué aplicación específica piensan ustedes darles a estas
armas? —continuó Hartmann, ignorando con toda frescura el
repentino silencio del general iraní.
El jefe de la fuerza aérea iraní no respondió a la pregunta
inmediatamente. Parecía en proceso de hacer una rápida evalua­
ción mental de algo. Probablemente de algún juego bélico que le
había salido mal.

138
__¿Qué usan ustedes en Suiza? —preguntó finalmente.
. —-Metal.
gl generál no entendía.
._No —dijo—. Lo que quiero saber es ¿qué usan en lugar de
óxido de plutonio para el interior de las armas?
—-Le repito: metal. Metal de plutonio.
__¿Y eso es eficiente?
—Sumamente eficiente. Nuestros resultados con metal de
plutonio son muy gratificantes.
v —-¿Cómo se produce ese metal?
Ahora el profesor Baraheni se atrevió a intervenir.
—Es sólo una conjetura que...
—Cállese la boca —esto lo dijo el general en persa.
Durante todo este tiempo los tres hombres habían estado
parados frente al equipo de control, observando, a través de la
gruesa barrera protectora de vidrio, la estratégica cámara de
separación de la planta puriíícadora. Los técnicos que la
controlaban, que hasta ese momento fingían ignorar a las
importantes visitas, se agitaron visiblemente al oír tronar la voz
del general en su lengua nativa.
—Perdón, profesor Hartmann —prosiguió Khatami—, pero lo
que usted dice me perturba profundamente. Tenemos un progra­
ma, y debe cumplirse inexorablemente. Entonces, le repito* ¿puede
Usted decirme qué debemos hacer para producir metal de
plutonio?
—Contar con un horno al vacío sumamente sofisticado que
emplee negro de humo de acetileno como agente reductor.
Eso no quería decir absolutamente nada para el general, pero
los generales están habituados a oír cosas que no entienden.
—¿Y dónde podemos conseguir ese horno?
, —N o será fácil. Nosotros, en Suiza, nos hemos construido el
nuestro.
—¿Cuánto tiempo les llevó?
—Un año, si no recuerdo mal.
—¡Un año! ¡Imposible! —exclamó el general,
—Pefo, por supuesto, eso incluyó tiempo dedicado a investiga­
ción y desarrollo.

139
—¿Usted podría hacer construir uno en Suiza ahora... con más
rapidez?
—Tal vez sí, tal vez rió. Y no estoy seguró de que el gobierno de
mi país esté dispuesto a exportar ese equipamiento —para los
iraníes, descubrir las actividades de equipamiento físico en la Suiza
neutral sería mucho más fácil que obtener el «asesoramiento» de
un.científico suizo visitante.
—Sí, sí —dijo Khatami, nuevamente inmerso eri sus
pensamientos—. Tal vez lleguemos a una solución. Profesor, lo
que necesitamos inmediatamente son las especificaciones exactas
para ese. ..
—Homo. Horno al vacío —completó Hartmann.
—Le proporcionaremos lugar de trabajo, pérsonal, lo que usted
requiera; jBaraheni! Ocúpese de eso. ¡Ahora!
El general miró su reloj.
—Debo volver a la base aérea. Profesor Hartmann, ahora éste
será su lugar de trabajo. Por supuesto también querrá estar en la
planta de Khorramshahr. Yo me mantendré en estrecho contactó.
Pero entre tanto Baraheni se ocupará de todo lo que usted
necesite. N o necesito recordarle que nuestras conversaciones^ más
aún, la existencia misma de este lugar, deben permanecer en el más
absoluto secreto. Pero sé que usted comprende...
—Perfectamente —respondió Hartmann, padre de la bomba
atómica suiza y partera potencial de la del Sha.
Hartmann pasó los días siguientes en especulaciones sobre el
horno al vacío; las siguientes semanas bosquejando algunas
nuevas ideas en relación con las bombas. En la Nochebuena de
1978 llegó el horno al vacío en un transporte «Hércules» de la
fuerza aérea iraní, todo completo, con el negro de humo de
acetileno. ¿Origen? Las etiquetas de los cajones lo mostraban
clarairiente: estaban escritas en inglés y en hebreo. Para mediados
de enero, habiendo superado algunos problemas técnicos, el horno
del profesor Hartmann ya había producido los diez primeros kilos
de metal de plutonio. Y la construcción de la primera bomba
atómica iraní (simple, pero sumamente eficiente) estaba muy
adelantada. El 15 de enero el profesor Hartmann entregó al
general Khatami un infórme de lo realizado hasta el momento. Ese
mismo día Khatami voló personalmente a Teherán nara 11#» i i
‘informe al Sha. También llevó a Ursula Hártmann. El profe^ 6 f
había explicado que su hija necesitaba un cambio de ambiente ^El
general sugirió unos días en Teherán para ver vidrieras

16

Llegué a Teherán el día siguiente por la tarde. En- el aeropuerto


había una total ausencia de pompa y ceremonia. Esta no era una
visita oficial. Los sauditas venían a Teherán por propia iniciativa y
no por incitación del Sha. Esto se reflejaba en el tratamiento que
recibían. El «707» de la fuerza aérea Saudita no fue conducido a la
terminal de pasajeros después de aterrizar, sino a una zona de
estacionamiento a un kilómetro de distancia, vecina a la terminal
de carga. Naturalmente el embajador Saudita estaba allí con su
comitiva. También el ministro iraní del Petróleo, Jamshid
Amouzegar. Pero no el Sha. Amouzegar, un hombre arrogante de
rasgos marcados, se ocupó de la entrada de la delegación Saudita
al aeropuerto, pero eso fue todo. Ni el príncipe heredero Fhad sei
molestó por la pobre recepción, lo disimuló perfectamente.
Luego la delegación se dispersó. Fahd y Yamani iban a ser
alojados en la embajada Saudita; su comitiva, en algún lugar aún
no definido. Parecía que a Reggie y a mí nos iban a colocar en el
Hilton local, cosa que Reggie aprobaba calurosamente y yo
también. Porque, sin mayores seguridades de que pudiera
cumplirse, yo había hecho una cita con Ursula Hartmann para esa
noche. Estaba decidido a seguir los pasos de Henry Kissinger, por
lo menos tal como era antes de volver a casarse, y en un aspecto: el
de mezclar los asuntos de Estado con la diversión y los deportes.
Concertar esa cita no fue nada fácil. Ursula me había indicado
la embajada suiza en Teherán como dirección para enviarle
correspondencia; yo no suelo escribir cartas a las señoritas para
proponerles un encuentro. De modo que hablé por teléfono. Pero
decir que «hablé por teléfono» no es una verdadera descripción de
las dificultades que tuve que superar pará comunicarme con ella.
.Hablar por teléfono desde Riyad era toda una tarea; obtener uña
línea entre Riyad y Teherán, una complicada empresa. Conseguir
información en la embajada suiza era casi imposible. Los suizos
siempre han sido los más suspicaces y reticentes individuos def
mundo. Comparados con ellos, los chinos rojos son cálidos y
locuaces. No llegué a ninguna parte. Estábamos en la segundé
" rajtad de enero. Pero en esos momentos ya se había anunciado?:
oficialmente que me elevaban al cargo de asesor financiero-
personal; del príncipe heredero Fahd. De modo que le pedí a í
embajador suizo en Arabia Saudita, doctor Werner Vetterli, qué
por favor viniera a verme cuando le fuera posible. Y se presentó a
las ocho y quince de la mañana siguiente. Insinué algo sobre unos ■
miles de millones que podría recibir su país (con datos muy vagos
sobre propósitos, fechas y razones) y luego le sugerí que me hiciera
un pequeño favor personal. Al mediodía me proporcionó la
dirección y el número telefónico de Khorramshahr. Por la tarde
me comuniqué con Ursula. Retrospectivamente parece raro qué
haya logrado llegar a ella, considerando la importancia de las
actividades de su padre en Irán; no obstante, lo logré. Pero, por
otra parte, durante mucho tiempo, hablar con alguien por teléfono
fue la cosa mas simple del mundo. Se podía pedir comunicación
con Moscú desde Londres, o París, o San Francisco, y hablar .
simplemente, siempre que uno tuviera el número. Hasta que, años
después, eso se termino. Lo cual prueba, por lo menos para mí,
que las agencias de seguridad son las instituciones más sobrevalo-V
radas de nuestro siglo.
Lo cierto es que Ursula se alegró de oírme. Y dijo que haría lo
posible para que nos encontráramos en Teherán.
' ¿Dónde? Nuevamente se le ocurrió dejar un mensaje en la ;
erúbajada suiza de allí. Asentí sin muchas ganas.
' Cuando Reggie y yo nos situamos en el Teherán Hilton, lo j
primero que hice fue llamar a la embajada. Y ¡oh, milagro!, ahí 1
estaba el mensaje. Ursula estaba en el hotel Ambassador. Y
cuando llamé al Ambassador, Ursula se encontraba allí... y queríá ?
verme en seguida.
El Ambassador era un pequeño hotel agradable, con estilo; ^
como el Algonquin de Nueva York, o el Brown’s de Londres;
l¡p¡p1¡¡

tomar el té en la recepción o una copa en el bar, y era la clase de


lugar donde una mujer sola puede sentirse cómoda, ningún
=hombre la moleste. De cualquier manera ninguno se habría
acercado a Ursula, con su abrigo de invierno, sus guantes negros y
sU cartera de cuero Hermès, que no soltaba de la mano. También
tenía ún hermoso bronceado que iba muy bien con sus cabellos
negros. Bonita.
No sé cómo es posible excitarse porque a uno le toqúen con
guantes de cuero negro, pero cuando Ursula tomó mis manos
entre las suyas, me excité.
—Bill, ¡qué alegría verte! —exclamó.
N o me gustan los excesos de ninguna clase, pero por alguna
extraña razón no me molestó en lo más mínimo que tuviera
lágrimas en los ojos.
—Vamos a caminar—propuso.
Así, del brazo, salimos al crepúsculo, que en enero llega muy
temprano en Teherán. Las calles de esa ciudad son un manicomio
en la hora más concurrida, que aparentemente comienza alrededor
de las cuatro de la tarde: una interminable columna de coches y
taxis de tipo colectivo, todos repletos, circula desde el centro en
dirección a los suburbios. Las aceras están igualmente colmadas
de gente, hombres, mujeres, niños con sus uniformes escolares,
todos con mucha prisa por llegar a alguna parte. La misma
excitación que en Nueva York en la Quinta Avenida a las cinco, dé
la tarde, o eniel centro de Madrid a las siete, o en la Ginza aún más
tarde. Teherán, con toda su fealdad, tenía las mismas vibraciones
Para mí, después de muchas semanas en Riyad, y para Ursula,
después del período en Khorramshahr, era muy divertido,; La
atmósfera fría y seca del invierno de Teherán creaba una ilusión de
Navidad en el aire. O tal vez mis recuerdos de aquella noche se han
deformado un poco con el tiempo. Quizá lo único que sucedía era;
que Ursula estaba allí, y que Ursula había cambiado.
Como una chiquilla insistió en que entráramos en una
panadería y compráramos unas rosquillas parecidas a los,
«doughnuts» norteamericanos. Luego nos detuvimos en una
juguetería, donde compró una muñeca. Pasamos por varios cines,
y tratamos de detectar por los carteles que veíamos a la entrada,

143
0
■M H 0
0
. , 'i pcut:m; 0
teman mucho éxito en Irán. _____. —A mí me gustan los niños.
—A mí también, mucho. . €
—¿Sabes que he pensado mucho en ti? ah .
u - g » ™ , « B to » k s ;" " “ '
—¿Todavía quisieras tener hijos? €
■—Bien, depende...
—¿De qué? €
Zurich. ^ P16nS0 Cn U todos los días desde que nos vimos en —De muchas cosas. * - ©
—Ajá. ■ —¿Te gustaría tener hijos conmigo?
©
—¿Te molesta? Exactamente el tipo de conversación trivial en la que nunca me
dejo atrapar. Puede conducir a una catástrofe. Pero esa tarde en “ 0
—No, por el amor de Dios.
¿Lo dices en serio? Teherán... . C
Lo digo en serio. Muv en <?prir. -n Ursula, se interrumpió bruscamente.
. — Bill, debo decirte algo —nos miramos a la cara. Estaba sería/ 0
ei corazón ^ r e « bonitacaritan° —¿Qué? —pregunté con temor. -; 0
~ S í, lo creo —estoy seguro. "Aquella noche, en Roma. No sé lo que me pasó. Nunca]*
nunca hice una cosa tan estúpida y tan loca en mi vida. Fue una 0
_ a n ,t n 0 f n/ Uaníada aPretó mi brazo locura. ¿Me crees? *
—Pues Cdl d tleneS? ~ P reguntó Ursula. —Sí —la creía, y ella lo sabía. Se puso de puntillas, me abrazó y'
me beso. jEn medio de no menos de diez mil persas! „~
N e c S t o r e ° P° r DÍOS- q“e —Bill... —caminábamos nuevamente— . ¿Crees en el destino? ~ ©
dije—: Casic1 ,arénti0y ci^ o amOS ® “ BI0 de ^ M e m o d o que —A veces sí. -;
©
- Y o tengo treinta y uno^T e parezco viejal —Yo, sí. ¡
—¿En qué piensas? - 0
Z De ntngun modo. En todo « ¿ o el W e ^ í a yo.
Se rió. * 0
—Sí. —En ti. * ' ti®
¿Cómo era tu mujer? —¿Por qué en mí? 0
Lhra hija de puta. —¿Quieres que te diga la verdad? ’ ,' 0
—¿Cuánto tiempo estuvisteis casados? —Por supuesto —y de veras quería. v
—Creo que hace treinta y un años que te espero. Sé que las
©
í $ Ue in?P°rtancia tiene? *
¿No quieres hablar de eso? mujeres ya no deben decir estas cosas. ¿Te molesto? ' ©
—No. ’ ' -
-ÍÑÓSS2“ ? v~ - « « « .« .., —¿Tú...? . ^ ;
No, gracias a Dios. —Sí, creo que sí. Ursula... <•*
—¿Qué? \ ^
—!£ ° f „qUé7 ¿N° te gustan los mnos? —¿Cómo se explica que nunca te hayas casado? /
—¿Se llaniabaqAnne?Per0 "° tenerIos con Anne. —Realmente no sé. Supongo que nunca encontré nadie con = 0
quien deseara casarme. ' O
144 ©
145
©
IIP ©
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©
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—¿Nunca tuviste novio, o como quiera que se los llame ahora?
—Claro que sí. Hasta viví con un muchacho, casi un año.
. —¿Sí?
—Sí. Cuando estaba en la Universidad de Láusana:V
—¿Y qué sucedió?
—N o sucedió nada. Ese era el problema. Nos acostamos juntos
durante un tiempo y no pasó nada más. ¿Te desagrada?
— jNo! ¿Qué hizo él después?
—Bill... eso fue hace nueve años. El estudiaba medicina. No lo
he vuelto a ver.
—¿Y después?
—Eso fue todo.
—Vamos, vamos...
—Es verdad. Hasta nuestro encuentro en Roma,
—¿Y por qué en Roma?
—Porque al principio te odiaba. Y luego me enamoré de ti.
—Yo... bueno, creo que siento lo mismo.
Con eso bastaba. ¿Para qué seguir hablando? Los dos sabíamos
que algo que había comenzado por accidente en Roma se había
«concretado» esa tarde en Teherán... por mutuo acuerdo.
Miré mi reloj. Sin ningún motivo, pero Ursula se sobresaltó.
—¿Qué sucede?
—Nada. Sólo quería saber la hora.
—¿Ya tienes que irte?
—N o, no, pero si así fuera, ya no importaría, ¿verdad?
A Ursula se le iluminó la cara.
—No. ¿Puedo llamarte «querido»?
—Sí.
—¿Sabes qué decimos en Suiza?
— Schatzi. Así llamaba mi madre a mi padre.
—iAh! Ni siquiera te pregunté por tu padre. ¿Cómo está?
Un error.
—¿No está bien? —pregunté—. ¿Está enfermo?
—No, nada de eso.
—¿Dónde está? ¿En el hotel?
—No. En Khorramshahr.
‘—Mira —continué—, si he hecho una pregunta indiscreta...

146
Otra vez me apretó el brazo, con ambas manos.
Bill* nada que me preguntes sobre mí es una indiscreción. Si

p o s pasos hacia adelanté, uñó hácia atrás.


—Ursula... —y esta vez fui yo quien se detuvo y la obligó a
detenerse—. Creo que ya te he contestado —ahora era yo quienl
buscaba sus ojos. Y yo quien la besaba, jAl diablo con los persas!
—Bill —dijo finalmente Ursula—, creo que te necesito mucho.
V —Bueno, creo que me tienes.
Y seguimos nuestro camino por el centro de Teherán, por lo
¿íénos durante cinco minutos, en absoluto y satisfactorio silencio.
> —Dime —pregunté finalmente—, ¿qué problemas hubo allá en
ÍÉhorramshahr?
—Ningún problema. Sólo que nunca he visto así a mi padre.
—¿Cómo?
—Retraído. Ya no habla conmigo. Las dos primeras noches, sí.
Luego, cada vez menos. Está todo el tiempo en la planta,
trabajando, o sentado en un rincón del cuarto de estar, en casa.
Con su pipa. A veces hasta altas horas de la noche. Solo.
.—¿Por qué no le preguntas directamente qué le sucede?
—Lo intenté. Hace unas dos semanas. Poco antes de que
llamaras.
-¿ Y ...? , . , . ,
—Me dijo que yo no entendería. Que quizá mi madre habría
entendido.
—¿Qué edad tiene tu padre?
—No lo sé con certeza. Ya no lo menciona. Le pregunté a Uri
cuando estuvo aquí. Y... no muy cortésmente, debo decir... me
' respondió que no me metiera en los .asuntos de mi padre.
—¿Uri?
; —Lo conoces, Bill. El profesor Ben-Levi.
Por supuesto que le conocía. El apuesto, ingenioso, prestigioso
israelí de Zurich. Se me conectaron unos cuantos cables. Y Ursula
se dio cuenta.
—Bill, no seas tonto.
—¿Por qué me dices eso?
; “ Uri no significa absolutamente nada para mí. ■
—¿De veras?
—D e veras.
—Y entonces, ¿qué diablos hace en Khorramshahr?
—Hubo algún problema en el equipo. En un horno al vacío.
Vino a repararlo.;■
—¿Por qué nuestro buen Üri? ¿No es un israelí?
—Lo es. Aquí no hay prejuicio antisemita. Ni contra los
israelíes ni contra los judíos suizos.
Por Dios, pensé, no volvamos a ese tema.
—No entiendo— dije—. ¿Cuál es el gran secreto que tienen allí?
Esto produjo unos minutos de silencio.
— Oye, ¿estás segura de que tu padre no está mezclado en algo
raro?
Miré a Ursula, pero esta vez sus ojos rehuyeron los míos.
—¿Cuál es la razón oficial de que esté aquí? —continué.
—Es asesor. De la Roche-Bollinger. Construyen reactores
nucleares. Mi padre está aquí para hacer un estudio de factibilidad
para la construcción de dos reactores suizos para Irán *—una
respuesta directa. Pero su voz sonó monocorde.
—¿Tiene otras asesorías en Suiza?
—Por supuesto. Es un físico muy capaz.
—Me doy cuenta.
—Bien, ¿qué es lo que quieres saber?
—Te lo diré sin rodeos. ¿Asesora también al gobierno suizo?
—Sí.
—¿A los militares?
—Sí —y en seguida—: ¡No!
—¿Cómo puedes estar segura? Tal vez es eso lo que le preocupa.
—No. Mi padre no es un prisionero. N o estamos aquí por la
fuerza.
—Yo jamás sugerí que le forzaran a nada.
—N o tendría sentido, Bilí. Conozco a mi padre. .
—Quizá no tan bien como piensas. ¿Qué fue eso que dijiste hace
unos minutos sobre tu madre?
Lo repitió.
—¿Tú entiéndes lo que quiso decir con eso?
—Sí —respondió, en voz aún más baja—. A causa dé mi madre,
apá siente un odio violento hacia los alemanes. Desde el día en
L e se casaron* él... y ella, hasta su muerte, no volvieron a poner el
pie en tierra alemana. Actuálmerite mi padre odia a los arates '
piás que a los alemanes.
Ahora todo estaba claro. Obviamente Ursula siempre lo había ;
sabido. Pero admitirlo ante sí misma era otra cosa.
padre estuvo trabajando en armas nucleares pára^íoll
suiz°s?
Ahora que lo pienso, al llegar a este punto de la conversación ya
jiácía una buena media hora que caminábamos. Habíamos
cruzado todo el centro de Teherán. En toda mi vidá no recuerdo ,
haber vivido tantas emociones en tan corto tiempo.
; — Bill —ahora había un tono de ruego en su voz—, no me pidaí
que te conteste esa pregunta. ^
—De acuerdo —la rodeé los hombros con mi brazo1—. Dejemos
el tema por un rato. Pero... —me contradije— por lo menos ahora
entiendo una cosa. -^
/■. —-¿Qué? , • .
—La conexión israeh'. Tu amigo, el profesor Ben-Levi. m
; ___No es mi amigo. Hace años que ejerce úna gran mfluencií
sobre mi padre. Demasiado grande. Y no para bien. Con su can
de deportista, Ben-Levi es un hombre muy violento.
—¿Has tenido alguna experiencia al respecto?
—Sí. Y me niego terminantemente a hablar de éso. N o suc
nada, Bill —ahora sus lágrimas eran sinceras.
—Ursula... regresemos a casa.
Milagrosamente no sólo encontramos un taxi, sino q.
conseguimos que nos llevara al Ambassador. Cuando llegamos a
la habitación de Ursula ya había oscurecido totalmente. N
encendimos la luz.

Cuando volví al Hilton a la mañana siguiente, alrededor


nueve, Reggie caminaba impacientemente por la recepción;
/ —Bill, ¿dónde has estado? ¡Tenemos que estar en la emt _
dentro de una hora!
,,; —No te preocupes, Reggie. Una visita que se prolongó.;
Me duché, me afeité y me puse mi mejor traje de banquero, con

149

M U
«tÉSIÉÉ
chaleco. Estaba ligeramente cansado. Pero, por otra parte, como'
no había bebido una gota desde que llegara a Irán, me sentía^
perfectamente, bien. En síntesis: estaba mucho mejor que lo-
habitual én lós banqueros que realizan viajes de negocios en el
exterior.
También me sentía un poco nervioso. Cuando estoy nervioso
fumo. Teiminé un paquete de Winston antes de ese mediodía. Era
comprensible. Ese no iba a ser un día de rutina en la vida de
William H. Hichtcock.
Jteggie y yo llegamos a la embajada Saudita a las diez en punto.
Minutos más tarde aparecieron Fahd y Yamani...,perfectamente
vestidos. Los cuatro nos colocamos cómodamente en el «Mercedes
600», y aún sobraba lugar. Quince minutos más tarde pasábamos
por las puertas del palacio del Sha de Persia. Su jefe de protocolo
esperaba al pie de las escaleras que conducían a la entrada
principal. Nos condujo inmediatamente al interior del palacio, a
través del vestíbulo de entrada, y nos hizo pasar a una habitación
decorada en estilo Luis XVI. El Sha estaba en el centro, con ei
ministro del Petróleo, Jamshid Amouzegar, y dos asistentes. El
príncipe heredero y el Sha se dieron la mano. El jefe de protocolo
hizo las presentaciones formales. Luego saludó al Sha con una
reverencia y salió de la habitación caminando hacia atrás. El Sha
nos llevó hasta un círculo de sillones. Con un gesto de la mano le
indicó a Fahd un asiento a su izquierda, y dejó que nosotros
eligiéramos nuestros lugares en los tres sofás que formaban una U
alrededor de los dos gobernantes. Yamani y Amouzegar se
sentaron en el que el Sha tenía a su derecha. Reggie y yo en el de la
izquierda. Los dos asistentes persas no tuvieron más remedio que
i°s extremos. Ninguno de los dos pronunció palabra
durante toda la reunión. Tampoco Reggie.
¡i^Su. Majestad —comenzó Fahd. Las deliberaciones se lleva-
kíMt: n, cabo en ingles— , Para nosotros es un gran honor ser
recibidos por usted.
—Su Alteza’— replicó el Sha de Persia—, es un privilegio para
recibirles en suelo iraní. Deseo que usted transmita mis
mqjores deseos a Su Majestad el rey Khaled, cuando regrese a su
país —con esto los rangos de Pahlevi y Fahd quedaron en su

150
abordaremos inmediatamente el propósito de nuestra visita, que
usted ha hecho la gracia de concedernos.
_.perfectamente —respondió Pahlevi. No había duda: ese,,:
hombre sabía imponer respeto. Estaba sentado con la postura de J?
ataque de un brigadier británico, hablaba un inglés perfectamente
articulado y en su rostro no había la menor señal de emoción de
ninguna clase. Un cliente muy difícil.
—Su Majestad el rey Khaled y la totalidad del Consejo Real dfi_;g£
Ministros —dijo Fahd— me han delegado para informarle que : -
Arabia Saudita siente necesario revisar la política referente a los1^
futuros precios del petróleo crudo.
—S í—replicó Pahlevi— . ¿Y ése es todo el propósito dé la visita
de ustedes?
—Sí —respondió Fahd.
—Entonces me temo que no tenemos nada que hablar. * ,
Fahd no contestó nada. Yamani tampoco. Tampoco Amouze- 'fj
gar. Nadie sé movió. Esto duró un minuto entero. El Sha le clavó:
los ojos a Fahd, y parecía tener la intención de conseguir que Fahd
bajara los suyos. Había encontrado su pareja, porque finalmente
fue el Sha quien reanudó la palabra, rompiendo un silencioitan
embarazoso que mis manos estaban no simplemente húmedas/ J|¡jS
sino realmente mojadas.
—Supongo —continuó el Sha— que me ha comprendido. /¿ l
í . —Por cierto que sí, Su Majestad —replicó Fahd. Y nuevamente
guardó silencio.
El Sha no se iba a dejar atrapar otra vez por ese silencio.
—Es evidente que usted está mal asesorado por su sheik "
Yamani, que debería saber actuar mejor; y por los demás;rehizo
con la mano un amplio gesto que nos abarcaba a Reggie y a mí—." / g
Mis opiniones son muy conocidas. Hay una organización, una - ^
sola, para discutir los precios del petróleo crudo: la OPEP; Siusted
desea convocar a una reunión especial a los ministros de la OPEP,
tiene todo el derecho a hacerlo. Debo aclararle que yo no estaré /
representado. Porque no hay nada que discutir. Hemos llegado á s
un acuerdo sobre la fórmula para fijar los precios. Subirán al
mismo ritmo que los precios en Occidente. Eso significa un quince
poriciento para este año. Es la tasa de inflación qué tienen ellos.
Son ellos, no nosotros, los que obligan á esta continua escalada.
—Su Majestad —respondió el príncipe heredero de Arabia
Saudita—, creo que está usted muy equivocado si piensa que
recibo mal asesoramiento. Hemos dedicado mucho tiempo y
estudios a esta cuestión, y, junto con estos caballeros, hemos
desarrollado una política que estimo resultará correcta a la larga. •
—No existe ninguna política petrolífera aparte dé la política dé
la OPEP —declaró Pahlevi—. Y esa política ya está establecida y
no será revisada.
—Nuestra nueva política —prosiguió Fahd como si el Sha no
hubiera dicho nada— se basa en nuestra creencia de qué la
economía occidental se encuentra en una condición sumamente
frágil, y que interesa a todos los productores de petróleo corregir
esa situación.
—¡Frágil! —exclamó el Sha—. ¿Quién le dice esas tonterías?
¿Estos dos norteamericanos? Ya hemos oído hablar de ellos. Su
señor Hamiítón y su señor... perdón, su doctor Hitchcock. ¿Es:
usted capaz de confiar un solo minuto en que son capaces de .
representar nuestros intereses? Sus patrones, sus verdaderos
patrones son, obviamente, la Exxon, la Shell, la BP, la Chase ;
Manhattan, el Bank of America, los Rothschild.
Me miró, y yo le devolví la mirada arqueando las cejas. ¡Qué
hijo dé puta!
Fahd provocó una vez más mi admiración ignorando este
estallido.
—Por tanto —continuó el príncipe heredero— , Arabia Saudita
se propone estabilizar el precio del crudo durante por lo menos dos
años, quizá tres. Lo cual significa que aumentaremos sustanciad
mente nuestra producción.
—Es una locura ,—intervino Amouzegar—. Destruirán lo que
nosotros: hemos construido desde mil novecientos setenta y tres;
—N o —dijo Yamani, hablando también por primera vez—
Haremos exactamente lo contrario. Ustedes nos conducirán a
todos al desastre, Amouzegar. Ya basta. El mundo necesita un
3livio en el costo de la energía. Y nosotros proporcionaremos ese

aIlpensé que eso provocaría una rabieta del rey de reyes. Pero no.
Pri cáittbio hizo una pregunta tranquila y mesurada, digna del
fcómbie que, a pesar de todos sus errores, seguía siendo el mas
irrandé estratega mundial del petróleo.
Dígame, Yamani— dijo Reza Pahlevi— , ¿cómo piensa seguir
adelante con todo esto? ¿Poniendo su propio petróleo en oferta?
■ ,—respondió Yamani en su elegante acento inglés—. Por
cüpüesto que no. No queremos crear un caos en el mercado
mundial. Lo más probable es que hagamos acuerdos directos a
largo plazo con algunos de los principales distribuidores.
—¿Los norteamericanos?
__Muy probablemente.
: —Ajá. ¿Y a crédito?
_ No —respondió Yamani— Estrictamente al contado
—¿En dólares?
__
Ahora lós dedos del Sha tamborileaban en el brazo de su sillón.
Ta calculadora real funcionaba a la máxima velocidad.
__Y con esa economía tan «frágil», como la califican ustedes, y
suponiendo, naturalmente, que cuando hablan de economía se
refieren a los Estados Unidos..., ¿harán sus recibos en dolares?
—Supone usted bien.
; —Ajá. A propósito, doctor Hitchcock, ¿no nos conocimos en
Londres hace unos años?
—Sí, en el Savoy. t .
—Sí, sí, ya recuerdo. Dígame, ¿qué significara todo esto en los
mercados de cambio extranjeros?
__Obviamente, un dólar mucho mas fuerte, Majestad re-
jliqué.
—¿Y la libra esterlina?
—Es difícil preverlo.
—¿La lira? . , "
Hice una sonrisita y apunté con el pulgar para arriba
—Muy interesante — dijo—. Doctor Hitchcock, ¿donde m
aconsejaría usted que depositáramos nuestros fondos este ano.
ÍSf®tlM
N' —Su Majestad, usted también ha de tener un amigo en Chase franqueza le hemos demostrado claramente nuestro _
¿Manhattan. ¿Por qué no se lo pregunta a él? ^hófá rio tendrá excusas para tomar represalias contra nosotros,
— Touché, Hitchcóck -—Contestó* y sé inclinó hacia Fahd—. Me y pienso que eso es importante. El Sha es un grari defensor dela:
equivoqué. Parece que tienen un hombre capaz. , legitimidad. Nunca ha emprendido una acción si no podía ?
' Luego se recostó en su sillón, levantó un dedo, no sé por qué demostrar al mundo que tenía legítimas razones para ello. N o Je ¿
razón, y le dijo a Fahd: hemos dado razones. Ahora debemos proceder con la mayor"'
g liS iÉ - —Pero hay algo que no comprendo. ¿Para qué me comunican
celeridad posible para que cuando invente una razón (y yo
8IM6";«?ís
todo esto? conozco a ese hombre: la inventará), estemos militarmenté ^
—Por la larga y tradicional amistad que hay éntre nuestras dos preparados para soportar su presión. Ustedes lo oyeron; al;J
naciones. Su Majestad — respondió Fahd con expresión seria— comienzo de la reunión. Estuvo a punto de cometer una afrenta^
No tenemos ningún deseo de crearles dificultades a usted o a su contra mi persona, y por tanto contra mi gobierno, que ^habría .
páís. Admiramos el desarrollo de su país bajo su dirección. conducido a una ruptura abierta e inmediata. Pero se echó, atráse
Estamos convencidos de que nuestra nueva política petrolífera no It Tal vez nunca sepamos por qué motivo. Pero por lo menos hemos c
desbaratará los planes para su futuro progreso. Todo lo contrario. ganado tiempo. s
Hemos venido en misión de paz, a demostrar el valor que damos á Una hora más tarde, Fahd se embarcó en su viaje de retornó a -
la amistad de ustedes. Riyad en el Royal Saudi Arabian Air Forcé 707, La situación <
. —Agradezco sus sentimientos, Su Alteza —replicó Pahlevi—. política de su país era demasiado delicada como para que él
Pero ustedes comprenderán que sus planes me perturban. Por mi permaneciera en el extranjero más tiempo del necesario. Yamani, v
O pueblo: Mi pueblo y su rey están tan unidos que parecen miembros = Reggie y yo volaríamos a Londres en un avión comercial. ?'
'de una misma familia. Ellos me respetan como los hijos respetan a Llamé a Ursula desde el aeropuerto antes de salir. Acordamos
3 encontrarnos en cuanto yo tuviera tiempo. Pero rió en Oriente
su padre. Esperan que yo les ayude y los proteja. No siento que la
3 nueva política de ustedes los beneficiará. Pero respeto la decisión Medio. Mejor sería en Saint Moritz, para esquiar durante el día y
9 dé su rey, de usted y de su familia. Por eso agradezco esta visita y tener las noches para los dos solos. ;
rogaré a Alá que vuelvan con felicidad a su patria. —¿Estás contento?—me preguntó Ursula. ;,;r$
9 ? —Claro que estoy contento. Esto sólo llevará un par de meses.
Juro por Dios que esas fueron exactamente las palabras que
empleó. —N o me refería a eso, sino a tus reuniones de hoy.
Con esto el rey de reyes se puso en pie, extendió la mano a Fahd —¿Con el Sha?
y luego a cada uno de nosotros por turno. A mí me dijo: —Sí.
—Por favor, doctor Hitchcock, la próxima vez que venga a —Sí, creo que sí. Es difícil saber lo que piensa ese hombre. Pero;
Teherán hágalo saber a mi gente. Me gustaría oírle hablar un poco creo que la reunión terminó bien. . . '...
más de sus ideas sobre los mercados financieros. —¿Entonces no hay problemas? , -C;
Qué seductor podía ser. Y debo admitir que a mí me gustaba —¿Problemas?
recibir los halagos del Sha de Persia. —Aquí, en Oriente Medio. . ?
El príncipe heredero nos invitó a Reggie y a mí a almorzar con él —No. Por ahora no. ^
y Yamani en la embajada Saudita. Al final de la comida presentó Breve pausa. ,
su resumen. —Bill, anoche hablé por teléfono con papá. Parece que esta
^—Señores, creo que esto ha sido muy valioso. Con nuestra mejor.
'WS0i
154 155
lÜI
Ü Ü
„ —Me alegro mucho.
—Quizá porque no estaba solo. Uri Ben-Levi estaba con él.
- —¿Hablaste con él también?
—Sí, unas pocas palabras. Tuve que hacerlo, por papá; ;
—Muy bien.
—Bill...
—¿Sí?
—¿Me escribirás?
Dije que no le escribiría, pero prometí firmemente hablarle por
teléfono. Reggie me tocó el hombro y dijo que si no colgaba
«inmediatamente Yamani se iría a Londres solo. Corrimos, y
alcanzamos el avión.
« Lamentaba dejar a Ursula, especialmente con Ben-Levi
olisqueando a su alrededor, pero no podía postergar ir a Londres^
y luego a Nueva York, a arrojar algunas de las más grandes
bombas financieras del siglo. Pero tenía la sospecha, y no muy
leve, de que otros fabricaban otras bombas..., por ejemplo, las
artesanías del papá de mi novia.
Lo sabía, y como alguien dijo alguna vez, la sabiduría fortalece.

17
Heathrow estaba en plena actividad cuando llegamos, incluido un
hombre del Ministerio de Relaciones Exteriores, aunque en el
Ministerio no tenían noticias de nuestra visita. Eso alteró
ligeramente a Yamani.
Los «Rolls» nos llevaron al Claridge’s en veinte minutos. El
señor Lund Hansen, un dinamarqués de gran estatura que dirigía
el hotel desde 1949, estaba allí para recibirnos. Era la hora del té, y
el cuarteto húngaro tocaba una tranquila música de fondo
mientras nos llevaban a los ascensores. A Yamani le habían dado
una de las suites reales; sin duda, el Claridge’s es el único hotel de
la tierra que verdaderamente necesita más de una, porque a
menudo hay más de un rey que se hospeda allí. A Reggie y a mí
nos asignaron apartamentos simples en otro piso.
a las seis, Reggie y yo fuimos a la Causerie a tomar una copa. El -
h :;;én "señóf Ebbinson, que hacia exactamente treinta años que
taba allí mezclando bebidas, se acordó de mí. De modo que me
eL fó un híáftini muy seco, con mucho hielo, sin preguntarme
Sada Reggie pidió un whisky solo. Tomamos dos copas cada uno
n luego subimos a cenar eñ el apartamento de Yamani, en el;último- 5
^iso Londres estaba frío y húmedo, como es habitual en enero,
oero en lá suite real no se sentía el rigor de la estación.. En la sala
había dos grandes chimeneas encendidas, que arrojaban una ' ,
cálida luz sobre las alfombras color azul claro y las paredes color s
crema. Dos sirvientes (los dos de sexo masculino* por supuesto, ;
orque el hotel Claridge’s conocía las exigencias de los grabes) : „
trajeron los canapés y más bebidas del bar, que estaba ^liscreta- ^
mente situado en el extremo más alejado de la habitación. E ra. *
evidente que el sheik Yamani se sentía muy cómodo allí, y sin duda
satisfecho con la marcha de los acontecimientos. A las ocho se
abrieron las puertas corredizas que daban al comedor, y los tres
pasamos a cenar. Había candelabros en ambos extremos de la c
larga mesa. Los tres recorrimos ordenadamente nuestro camino a
través del salmón escocés, las perdices y la copa 4 e cerezas. A
Reggie y a mí nos sirvieron primero un buen Borgoña y luego un :
Bordeaux extraordinario. Puedo identificar la región en que se - »*y i
produce cada uno de los buenos vinos, pero debo confesar que
jamás pretendí ser capaz de determinar con exactitud los viñedos
el año. Resistí la tentación de pedir que me mostraran las botellas. >
Yamani bebió té. ■ .■ vw?
Después de la cena, Reggie, que había traído consigo su
abultada cartera, se sentó junto a Yamani en uno délos divanes de
-la sala y ambos se entregaron a una sesión de trabajo con números. .
La mayor parte del tiempo fui un mero observador, acoiqpañadq 1
por un coñac, o quizá dos. Cuando se tocó el tema de Italia, repetí ^
el consejo que ya íe había dado anteriormente a Yamani, ^
A las nueve de la mañana siguiente, el «Rolls» nos esperaba a la ^-
puerta. Nos dirigimos en seguida a Western Avenue y allí
tomamos el M-40 hasta Gerrards Cross. En poco tiempo llegamos
a uno de los más encantadores pueblecitos: de Inglaterra, Penn,
probablemente cuna del mayor contingente de la lista de pasajeros 1 1 j
o
a
a
a original del Mayflower. El conductor se detuvo en Board’s Héátf
para esperar indicaciones. Diez minutos más tarde atravesamos él
a porton, que sólo identificaba el lugar como «The Oaks» v
entramos en una gran propiedad de colinas, ricas tierras 'de
fe
a pastoreo, cercos blancos, caballos, todos descansando á lá sombra
d e ^ e jo s e imponentes robles. Después de más o menos ün!
a kilómetro y medio llegamos al «albergue», que en realidad era-
según mi punto de vista, una enorme mansión campesina del siglo'
a xvm . El sendero circular que la rodeaba, ofrecía un espectáculo :
a extraño: cuatro «Silver Clouds»; uno negro, como el
nuestro, dos grises y uno blanco puro. Todos juntos, después d ¿
a nuestra llegada, representaban más de un cuarto de millón dé
a dolares en transporte. Apenas bajamos apareció nuestro anfitrión :
a apropiadamente vestido con chaqueta de tweéd y fumando etí
pipa. Pero la ilusión de la aristocracia del campo quedó
a inmediatamente destruida en cuanto abrió la boca.
—Zaki —dijo, dirigiéndose a Yamani, y pronunciando «Zaaki»
porque el hombre era un texano puro—, bienvenido a nuestro
O campito.
O Lo de «nuestro» no era la primera persona del plural de los
reyes, como en seguida descubrí. Porque The Oaks era uno de los
o tantos escondites pertenecientes a la corporación más grande del
a mundo, la Exxon, sucesora de la más tortuosa corporación, la
Mandara Oil de Nueva Jersey. Y el hombre que nos saludaba era
John Jay Murphy, presidente del Consejo de la Exxon.
Reggie continuó , me alegro de que hayas podido venir. ;
a —-J. J. respondió Hamilton, con sorprendente familiaridad, o
a por lo menos así me pareció—. Encantado de verte otra vez.
Y usted es Hitchcock —prosiguió J. J.—. Te llamaré B ill
a ~ Sl<—repliqué, sintiéndome un poco tonto.
a —Bien, hijo, celebro tenerte a bordo. Adelante.
El interior era una réplica de la suite real del Claridge’s, pero en vi
a escala mas vasta y opulenta, dentro nos esperaban tres hombres: v>
a ueorge Simpson, presidente y principal ejecutivo de la Mobil Oil* í

a rvi^ 1 de Texaco’ Y Fred Grayson, jefe de la Standard


Oil de California, o SoCal como solía llamársela. Fred Grayson '
a me conocía, por supuesto, porque SoCal tenía sede en San -

a 158
a
a
a7^
m

francisco, y habíamos hecho muchos negocios juntos a través de K


los años- Todos conocían a Zaki Yamani y a Reggie Hamilton.
1 La reunioncita era el sueño más alocado de los más honestos ^
bogados anti-tíust del Departamento de Justicia de los Estados * '
Unidos: con una sola fotografía de esta reunión clandestina de los'
¿uatro hombres en la misma habitación se produciría el juicio del
siglo. Porque entre las cuatro, estas compañías petrolíferas
Norteamericanas controlaban el cuarenta por ciento del mercado *
Mundial de productos del petróleo. Todas figuraban en el más alto *
Nivel del rango corporativo: las doce más importantes del mundo. :
Cada una, separadamente, controlaba más ingresos que la
Niayoría de las naciones de la tierra. En conjunto, sus ingresos sólo /:
podían compararse a los de varios de los países más grandes del
mundo. Si estos cuatro hombres y sus corporaciones actuaban \
conjuntamente y en armonía con Arabia Saudita en cuestiones
petrolíferas, no había poder en la tierra que pudiera detenerlas, ni X
¿un estorbarlas en lo más mínimo. Incluido el presidente de los '
Estados Unidos o el Sha de Persia.
Durante décadas se creyó que el mundo estaba controlado no
por cuatro, sino por siete «hermanas». En ese grupo figuraban
también la Royal Dutch/Shell, la British Petroleum y Gulf. Nada
más que una ilusión. La llave de la situación petrolera mundial, la
del abastecimiento y por ende la del precio, la tenía el país qué.
contaba con reservas tan inmensas de petróleo inmediatamente^
accesible que podía dominar el mercado en el momento que
quisiese: el reino de Arabia Saudita. Las personas que tenían
acceso directo a esa llave eran, por tanto, potenciales dueños del
destino energético de la humanidad. Las que tenían ese acceso
eran la Exxon, la Mobil, la Texaco y la SoCal. Porque eran .
copropietarias de Aramco, y Arámco era la socia exclusiva de
Arabia Saudita. , s
—Zaki —-comenzó J. J. Murphy, una vez que los siete (las
verdaderas «siete hermanas», como un historiador las llamara más
tardé) estuvimos colocados frente a otra chimenea, con crujientes
leños encendidos—: voy a servirte té. ‘
Todos lanzaron una carcajada, porque éste era sin duda uno de
los chistes internos de la Aramco. Un hombre con ropa de trabajo, c

159
gris trajo el té y se lo sirvió exclusivamente a Yamani con gráji
deferencia. . i
—Bueno, chicos —continuó J. J., una vez que se aseguró que. J
Yamani le había gustado el té—, ¿y ustedes?, ¿cafe o un traguito?
El traguito ganó cinco a uno: creo que Reggie estaba decidido a
mentener la cabeza fresca el mayor tiempo posible. Supongo que a
algunos les parecerá raro que los más: altos ejecutivos de las más
mañanad
Pero será porque ignoran los antecentes de los hombres que
dirigían los gigantes petrolíferos norteamericanos. N o eran del
tipo de la Harvard Business SchoOÍ ni de la Princeton Law School.
Tampoco de Wall Street ni de Pennsylvania Avenué. Todos, sin
excepción, eran ingenieros. Habían realizado su especialización en
las refinerías de Louisiana y en los campos de petróleo de Alaska o
Venezuela. Eran tipos recios, y los tipos recios de Norteamérica
beben. Por tanto, aquélla mañana en Bückinghamshire bebieron.
El contraste con Yamani, tan fino, inmaculadamente vestido,
sorbiendo su té, no podía ser más agudo.
—Bien, Zaki —dijo J. J., evidente portavoz del grupo, porque
representaba a la Exxon, y la Exxon dirigía a Aramco— . ¿Qué
piensas?
Zaki Yamani miró; uno por uno, a los cuatro hombres del
petróleo, mientras éstos removían el hielo en sus vasos.
—Estoy preocupado — declaró al fin Yamani— . Mi gobierno
está preocupado, y por tanto ustedes deben estar preocupados.
Por la expresión de sus caras, los cuatro magnates estaban
claramente preocupados. Durante la última década los árabes les
habían arrojado bastantes bombas. Las palabras de Yamani
parecían indicar que iban a arrojar otra.
—rMis ocupaciones están vinculadas con la posibilidad de una
nueva depresión mundial. Y también surgen del temor de que
quizá la integridad de Arabia. Saudita pueda estar amenazada
desde dentro, desde fuera, y tal vez en ambas formas.
Hizo una pausa.
------ Mi gobierno y yo pensamos que todos ustedes estarán de
acuerdo en que es de interés mutuo evitar que cualquiera de esos
dos peligros se transforme en realidad.

160
... f T T ïnflturalmente estamos de acuerdo!
.-Z a ti —respondió J. ■ - i ^ ^ apoyamos a ti, a tu nación.
ca6es4 ue hace ® vlC^ totalmente correcta. Las principales
S Esa afirmacion e a t ° " r¡canas Uabían servido como
C° moañías
? S e n t o petrolíferas no de
directo del poder , ,la O
OPEP
P L Epero
,^ en particular
^ en

ífabia Saudita. ,?es^ ¿ ^ a Con qué cantidad y a qué precio,


A ___ Anaba. a auien abastecen , , w oc,11fîitas insistieron
'fs O ia tr o H— obededan.

^ " fJ r r S r L:n eS d es.


; r X c U a m ^ provisión M

¿ s ¿ x

p^ ís s »

petrolíferas en la tierra, desde 1 g iosas como Occidental


Dutch/Shell, hasta las papw>» P Française de Petrel, que con j
Petroleum o incluso la P iptesrantes originales de Arame
„ucho gusto reemplazarían aios mtegmntes o g Saudita. ;
como única y exclusiva venadora del cru ^ o^ enfrentado una
Ko obstante, las Cuaír° ¡Juditas les hubieran cortado los
catástrofe financiera 81 t’° n "existía otra fuente de petróleo que
suministros. Señeramente tídades ofrecidas por Arabia.
pudiera siquiera acercarse a i*
Saudita. ni propiedad norteamericana, con
Por eso, a pesar de qu das norteamericanos, Exxon,
sede en Estados Unidos y dn g d P ^ a Washington, smo a
Mobil, Texaco y SoCal aeoian se
Riyad.
^ J ; J. —continuó Yamani—y lo sé, y deseo agregar que mi
gobierno me ha pedido que exprese su agradecimiento a todos
ustedes por lá lealtad que siempre han demostrado.
¡Bien! ¡Ahora hablaba en otro tono! En cuestión de segundos,
Texaco y Mobil encendieron cigarros cubanos. SoCal pidió otro
whisky. J. J. tomó un cigarro y también otro whisky. La cosa -
empezaba a encarrilarse.
—Bien —dijo Yamani, sirviéndose él mismo otra taza de té, a'
pesar de las protestas de. J. J. y Texaco— . Hoy les traigo una
propuesta. Una propuesta muy precisa. Puedo garantizar su
inmediata implementación, siempre que ustedes puedan garantizar
reciprocidad en la forma y en particular en el cronograma que
demandaremos.
La palabra «reciprocidad» redujo la euforia de los ingenieros
norteamericanos, porque los hombres del petróleo tenían una
antigua y poderosa tradición de obtener cosas gratis.
—Pero de eso hablaremos luego — continuó Yamani, para
alivio de todos—. Bien, Reggie, comencemos con los números.
¿Cuánto estamos sacando ahora? — se refería a la cantidad de
crudo que Arabia Saudita permitía extraer y vender a Aramco
para abastecer al mercado mundial.
— Casi once millones de barriles por día —un barril contenía
cuarenta y dos galones norteamericanos.
—¿Y el precio promedio para Aramco?
—Dieciséis dólares con cuatro centavos — respondió Reggie.
—¿De acuerdo? —preguntó Yamani al grupo.
. J. J. decidió que fuera el hombre de Mobil quien contestara.
—Perfectamente de acuerdo con nuestras cifras —fue la
respuesta.
—Bien. ¿Y cuántos son los barriles por día que importan
actualmente los Estados Unidos para cubrir sus necesidades
internas?
—Seis millones con nueve —replicó inmediatamente Mobil.
Yamani miró a Reggie.
—Nuestra cifra es exactamente siete millones.
—Muy aproximado — dijo Yamani. Luego preguntó— : ¿Y para
el año que viene?
mmmrnMM. M &M ÉÉM i

^ Lo mismo —respondió Mobil— . Tal vez aún menos, si se


íStdéra la depresión que se avecina.
-Y en mil novecientos ochenta y .uno. ■
^B üenó, si se produce algún milagro en la economía, tal vez un

dÍ? J r lá vSo°la“ í ó n que tenían los petroleros del estado actual


^ t e n d a l futuro de la economía de Estados Unidos era por lo
y 6 p c í-an sombrío como el de Yamani y el mío.
®en°Pntnnces he aquí mi propuesta -en u n cio bruscamente
-"E”fP rovocand o un agid o estado de alerta en todos los
yamani^ provoca ^ R| ¡no de Arab¡a Sallditai estamos
p a r a d o s a incrementar nuestra producción anual a dieciocho

“ Irta ero ! s“ o . Luegó! un «¡Dios míobi colectiva


Por último, la inevitable respuesta inicial de J. J., heredero d
„nmiptito de John D. Rockefeller: ;
Pen p . favor Zaki icón eso se puede hundir el precio. ^
^ e r a e s t^ a e fm u n d ^ a .

c° n e^ SeZ J J ya veía la inundación capaz de afectar las


ganancias de su compañía, que, en el año fiscal de 1978, eran de
sólo tres mil millones con siete dió y amani—. N o
^Permítame t e r m m a r ^ J ^ mer¿ do mundial. Lo que
pr0ponfo e'sq u t ellncrem ento se utilice exclusivamente para
cubrirlas E d a d e s de importación de los Estados Umdos y

■ 9 - los Petroleros
S t ó * * . - « a - a— ™

’ Zaki —munnuró J. J-— , ihablas en serio?

): Z W p r S * - a p lic ó inmediatamente J. J , obviamente


¡ggg((¡

/ ^ " “ a 81
diablo.
—Trece dólares por barril.

163
KS#8®I®

Casi se derrumba la casa. Veinte por ciento por debajo del


precio actual en el mercado mundial. Lo que indicaba Yanianinr.
era un precio congelado, como le había cücho al Sha d lw n Era
na drástica reducción, la primera desde 1961, lo que Yamani
mundT'Y “ ” át ? randes ^ p a ñ ía s petrolíferas del
s í ,i s r z r i“ 1» " ^ .
pregunto '* * * mantUV° 'a Calma’ y Casi con “ “ pticismo
—¿Dijiste trece? ¿O treinta?
Hasta Yamani se rió:
Por P rio ra vez en tu vida me oíste v »
entendiste al mismo tiempo. y
oficial? respond*0 J- J- Murphy , pero ¿cuál será el precio!

la E K ^ C o r n S 3 deP C61 PUnt° de vistade los accionistas de


Corporation. Porque tenía un doble sentido Por un
lado, el precio oficial era un precio ficticio que servia como bise
Pa¡:a ,ca culf r, as regalías que recibiría Arabia Saudita por cada
barril de petróleo que vendiera a la Exxon a través de Aramco En
PT ' ° e-a de,dieciséis dólares. Desde el punto de
vista de J. J., una reducción habría sido buena Por otra narte «pi
precio oficial no variaba y el precio real de t r ^ T ó la S Z
quedaba en secreto, no había razón alguna para que la Exxon
, «hermanas» no pudieran mantener su! p r S m Z d eT n afta

en e l Z l t Z ” a° d S r e n d !Un,dOS “ '° S aCtuales’ y

solo un quince por ciento, en promedio.


, preguntó J. J., dirigiéndose nuevamente al nre«;i
d Z e E x x o r°t0 aued! la r ° bÍ1 tradid°M hnente fuerte afiadá
I a bxxoi! ’ ¿que significa eso para la línea inferior’
Oeorge Simpson sacó su regla de cálculo, como hacen todos los
ingenieros cuando se les consulta sobre cualquier problema
aunque se trate de la ortografía de una palabra. Problema>
Ningún cambio —dijo después de diez segundos.

164
O
¡r . 0
I sé o
¡Ü o
__Zaki —continuó J. J.—, tienes que... o
_-U n minuto, J. J. Hay algo más. Y todos y cada uno de los m W 8S® 81
amentos tienen la misma importancia en el total.
o
lstt¡le¡¡flt¡i¡
^-N o te pongas nervioso, J. J. — intervirio Fred Graysori, jefe de ig tilSS 0
ja SoCal, obviamente irritado por no estar en primera fila, debido VM
a la presencia del jefe de la Exxon. Los jefes de las compañías- mu
0
petrolíferas deben mantener cuidadosamente su prestigio. ü®i o
^ j j. le miró con furia. ¡¡¡§|j¡j
—Reggie —dijo entonces Yamani—, explícales cómo sugerimos
o
que manejen la nueva producción. o
, —Bien —replicó mi viejo amigo—, es como aclaró el sheik ISSÉ8 c
Yamani. La nueva producción irá exclusivamente a los Estados f i l i l í
Unidos. Y el nuevo precio de trece dólares por barril se aplica fpllil o
exclusivamente a los Estados Unidos. Y sólo al incremento de ■ 0
cinco millones de barriles por día. El precio viejo rige para el crudo IMI
«viejo»... los siete millones de barriles que ya les estamos o
vendiendo. Para el resto del mundo no hay ningún cambio; Pero es
ms
o
posible que ustedes deban reducir sus compras en Canadá y Üfti
S IBllll €
Venezuela. Y probablemente en Irán. immm
—Eso no les va a gustar a los venezolanos —-dijo Texaco, que t
¡tenía cierta intimidad con el presidente de aquel país. i¡l|||ig¡ c
—N i al Sha —agregó M obil, que había gastado tantos millones
en sobornar a los iraníes esos últimos a ñ o s.. MM €
—Ni a los europeos, ni a los japoneses —contribuyó SoCal— . M í 0
¿Cómo se explica que podamos reducir los precios en los Estados IMS á~\
Unidos, y no en sus mercados?, dirán. ifü
Yamani escuchó todas las objeciones. ÍÉlipÉ
—Esos problemas, caballeros, deberán resolverlos ustedes; lllfiífi
n¡s#¡¡¡¡ c
Con eso terminó la discusión.
—Zaki —recomenzó J. J., volviendo al tema-—, ¿qué dijiste o
sobre el largo plazo? «f® ® !fljjS
mmmm o
—Tres años de garantía para la cantidad y el precio —respondió
Yamani. 0
—¿Y qué significa eso exactamente? —preguntó el orgullo de la 1 É
m
Exxon. WBtm
íS
Mm
á o
—Significa, J. J., que el Reino de Arabia Saudita se comprome­ o
terá con los Estados Unidos, a través de Aramco, a proveer al i¡8i¡ 0;
«¡¡mi
165 0
tlplll 0
¡§¡§j¡¡¡
11111
MS
t¡*®
o
Jj¡¡¡¡| f
mercado norteamericano un promedio de siete millones de barriles
por día de petróleo crudo del Golfo Pérsico al precio fijo de tn
dólares por barril a partir de ahora* dúiránté tres años, siempre que’
el acuerdo sobre el precio deí producto se mantenga en secreto, y
que ustedes y su gobierno aprueben otros aspectos del trato que
estoy intentando realizar hoy.
Si Yamani hubiera sido presidente de la Exxon, probablemente
el beneficio de la empresa para 1978 habría sido de diez mil
millones. Su superioridad con respecto a los ingenieros norteame­
ricanos era, por lo menos en mi opinión, absolutamente increíble.
Me resultaba difícil entender que durante los últimos sesenta años
los Estados Unidos hubieran puesto toda la viabilidad de su
economía energética en manos de hombres como esos.
—Muy bien —dijo J. J.— . Oigamos el resto.
— En primer lugar están los aspectos comerciales. Exigiremos
pago por adelantado, en efectivo, por el suministro correspondien­
te a noventa días del crudo norteamericano, es decir, por los siete
millones de barriles adicionales por día, al nuevo precio de
mercado.
—¿Cuánto es eso, George?—preguntó J. J.
Otra vez la regla de cálculo.
— Ocho mil millones de dólares coma dos.
— Creo que no hay inconveniente —dijo J. J.
En ese momento pensé que la respuesta era graciosa, si se
consideraba dónde estábamos: en el corazón de lo que fue una vez
la potencia más grande del mundo. ¡Si Yamani, o cualquier otro, le
hubiera pedido ocho mil millones coma dos a Gran Bretaña, de
ninguna manera habrían podido responder siquiera con la mitad!
Pero ahí había un individuo, J. J. Murphy, que podía reunir hasta
dos o tres veces esa cantidad sin necesidad de hacer una sola
llamada ai Banco. O varias llamadas, porque a eso se refirió
Yamani inmediatamente.
—Este es un aspecto menor, pero importante. N o queremos que
acudas a ninguno de los grandes Bancos norteamericanos para
obtener esa suma.
—¿Qué quieres decir? —preguntó J. J.
—Quiero decir que deseamos que esos fondos salgan dé tus

166
yamam
yam ani m^mir al JJ^gSarCde
. su formación de ingeniero.
su^formación ^
para las finarlas, P u mil miliones -co n testó SoCal ..
pe^ q u é taporta eso? Por supuesto que podremos manejar „^
coflio tú pides, Zak^ debe quedar registrado. De
tienen ustedes esparcido por ei

- x Z S " - S £ ! S » i- ^ - j. » - * » M

„POTprtoera
___ ,:™,ra vvez.
ez^ al frente y al centro. ■_ . . c „„a;ta le
S ! expuse la s i t u a c i ó n ^ ¿¿ dólares ^
había hecho prestemos a Ita P Ital¡a debía al resto d e l;
coma cincuenta. En « * < » . ¿ l ¡millones y que, a menos que
m undo alrededor det^ ‘f d? a breve plazo, pronto estaría en ;
dispusiera de un mon“ t s y devoluciones acordados para . -3 ;
retraso con respecto a los intereseJL sería conveniente para el
1979. Declaré que ese mcumplimie t ^ ^ particular, y que lo
, mundo en general ni para Saudita tampoco lo era pata ;
que no era conveniente para Arabia SawMa, £ , xac0¡ Mobi, y
. Aramco, e indu^am ente a P g ^ t dudosa de lo que yo - fe i
SoCal. Nadie ° b3=to i f ! ° f “ e S adelante. . . 1X ;
acababa de decu:, (te m _ oroblemas, señalé, consistía en
La solución a todos «nuestr ^ -rfeot¡vo ¿ Italia. Pero j |g
. dar una rápida inyeccio sabían, en diciembre se había
¿cómo? Como ellos seguramente saman,

167 -
&S&

hecho el intento de reunir un gran consorcio internacional de


bancos con ese propósito, pero el proyecto se había desbaratado
en el último momento. Muy bien. Arabia Saudita tenía una
solución, a saber: comprar al gobierno italiano todo el activo no
italiano del ENI por seis mil millones. Lo cual incluía sus
refinerías, su flota de buques petroleros, su equipo petroquímico
fuera de Italia y, por supuesto, su cadena de estaciones de servicio
AGIP en Europa.
En ese punto, L J. Murphy, que entrecerraba cada vez más los Jf-
ojos a medida que yo avanzaba en mi presentación, interrumpió
repentinamente:
—¿De quién es esa idea?
—M ía—repliqué.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con la propuesta de Yamani?
Yamani, que hasta ese momento había presenciado tranquila­
mente el intercambio entre J. J. y yo, intervino:
,. —Tiene muchísimo que ver. Como ya íes dije, les estoy haciendo
una oferta en la que cada uno de sus elementos es esencial.
', —Mira, Z aki—-dijo J. J.—, esto introduce algo absolutamente
nuevo. La propuesta de Hitchcock implica que ustedes sientan las
bases para una nueva operación internacional integrada.
—Exactamente —replicó Yamani—. Nosotros hemos aprendi­
do mucho de ustedes los norteamericanos. Ahora queremos
aplicarlo.
—Lo único que hacen es crear problemas. ¿Qué saben ustedes,
los sauditas, de cuestiones de mercado? Nada. Para eso nos tienen
a nosotros.
r—Correcto, J. J. Y todavía les necesitamos. En realidad; cuando
se haga ese trato con el ENI, y se hará, siguiendo fielmente las
directrices presentadas por Bill, necesitaremos aún más la ayuda
de ustedes.
J. J. guardó silencio.
—Hemos hecho un desastre total con las operaciones europeas
del ENI —continuó Yamani—. Su cadena de minoristas casi no
obtiene beneficios a causa déla competencia de los independientes;
Gelsenkirchen en Alemania Occidental en Escandinavia, Getty en
otros mercados. Nos gustaría que ganaran más dinero, o sea, que

168
mos que haya menos competencia. Por tanto, sugerimos que
desea a |jgera disminución en los suministros de crudo a loS ,
^ « en d ien tes dé esos hiercádos. t
.Kfühcá has oído hablar de las leyes anti-trust, Zakií
' , j j .....
p¡Sabl¿aíénte más que tú, J. J. También sé cuánta atención les
l 7 \ ustedes. Algo más. Necesitaremos más capacidad ae
p r Ición eú Alemania occidental. Desearíamos comprar otras .
j "refinerías en ese país. Creo que la Exxon cuenta con un exceso
T en a cid a d allí en ese momento. Recibimos ofertas.
den¡rn va estaba todo dicho. La siguiente etapa lógica que las
„ “ tro’Hermanas temían desde el comienzo. Hasta ese momento
irntaba de un diálogo de monopolio a monopolio: los árabes
S6 '(rolaban la producción de petróleo, pero las Cuatro Hermanas
C°ntrolaban la comercialización de los productos del petróleo.
coíl* ____ o «i monnnniin de la comercialización. Y una vez
^ se quebraba, el poaer ae uu> wmpautao p tw n --------- -
uafes comenzaría inevitablemente una declinación que quiza no se

detSIZaki —a J J. se le había suavizado la voz—, ¿sabes que


podríamos matarte en esos mercados? ¿Recuerdas lo que le paso a,

Mrnc¡dentalmente, el petrolero italiano Mattei, quien en 1960


J t ó l e romper el control monopolista de los mercados de
l ., europeo por las Siete Hermanas, se m ato en un misterioso
^ S in t e d e S Pero obviamente J. J. no se refería a eso.
intentaba que cuando Mattei presentó su desafio, las
S S compamas organizaron una guerra de precios que llevo al
borde del colapso al impeno del EN1.
^erminó su pregunta. Le interrumpió George

Si‘l T k ,i d e d ü r b su“ ro un breve euarto intermedio - y se


levantó inmediatamente de su silla. ^ c&
J J. miró con furia a Simpson, a mi, a Yamani, y fínalm
miso en pie, Los cuatro petroleros norteamericanos salieron
habitación sin decir una palabra mas.
lili

M®fe
II, —Bill, ¿cómo piensas estructurar este negocio? —preguntó j j o con expresión que se diría de sorpresa, por calificarla de .m §
Yamani como si nada hubiera sucedido. , alguna manera, miró a sus tres colegas. Asintieron. Asunto j¡¡S¡
—A través de lá compañía Lichsíehstein de reaseguros. Lxicluido. . ,
Haremos qué un grupo de banqueros del Consejo* suizos y _y ahora —dijo Yamani—, el punto crucial.
norteamericanos, los doten de un capital de quinientos millones de pebo aclarar que, ingenieros o no, los petroleros sabían
-dólares y pongan el resto en préstamos a largo plazo. Todo el observar la forma. Porque, lógicamente, después del golpe: déte ¡§
paquete accionario estará compuesto de acciones nominales áí PNL sólo podía esperarse lo peor. Pero no pestañearon.
„portador, y los préstamos se harán en forma indirecta, probable­ ^permítanme asegurarles desde ahora —continuó Yamani—
mente a través de Bancos de Nueva York. N o hay ninguna ventaja avie lo que voy a decir no tiene absolutamente nada que ver con
en hacer público el hecho de que los sauditas poseen las Aramco ni con ninguna de sus corporaciones directamente. Lo
propiedades del ENI. Indíqueles eso a los caballeros cuando que realmente quiero aclarar, J. J., es que no les costará un
vuelvan, sin entrar en detalles. centavo. ,
—Muy bien— respondió Yamani. Luego se levantó y fue a J. J. dejó escapar una risita. La salida le gusto. ^
mirar por la ventana. Permaneció allí unos diez minutos, hasta que J-En ese caso, Zaki, voy a servirme otro whisky —eso hizo, y
regresó el grupo de Aramco. Todos volvieron a ocupar sus lugares eso hicimos todos, incluido yo, y hasta Reggie.
frente a la chimenea. Entonces Zaki Yamani dio su estocada. El recinto estaba en
—Zaki —comenzó J. J., como siempre, portavoz del grupo, \ silencio, y se mantuvo en silencio mientras Yamani explicaba la
porque representaba a la Exxon— . Estamos de acuerdo. Con una; peligrosa situación de Riyad. La rebelión en el aire. El gran
condición. número de palestinos a quienes, lamentablemente, se les habían
s —¿Qué es,..? . asignado posiciones clave en el sistema económico Saudita, y que
—Dijiste qué pensabais congelar el precio de mercado del crudo representaban potencialmente la élite de un grupo revolucionario;
para los Estados Unidos..., los siete millones de barriles por día... los trabajadores de Irán, del Yemen, de Pakistán, que eran casi un
durante tres años. millón y que potenciaímente serían las bases. Todo dirigido contra
—Así es. . la élite gobernante. ¿Quién los financiaba? En este punto Yamani
z—Deseamos que se congele el precio oficial de todo el crudo que levantó los brazos.
recibamos durante ese período. ¿Quién sino Gaddafi? Los petroleros norteamericanos asintie­
Nada tonto. Porque Yamani no había mencionado en absoluto ron solemnemente con la cabeza. Conocían a ese maniático libio.
los once millones de barriles que irían al resto del mundo. El precio En realidad había sido el primero en el mundo en desmembrar el
oficial (en el que se basaban las regalías que Aramco debería pagar dominio de los norteamericanos sobre la producción y pon tanto
a los sauditas) podía cambiar en cualquier momento, según sobre los precios. Era el loco que contrato sin más ni más un
dispusiera Yamani, lo cual les costaría mucho dinero a Aramco y submarino para torpedear a los «QE2» en el Mediterráneo en el
sus propietarios. conflicto de 1973. Era el hombre que había promovido y
‘ —Trato hecho —respondió Yamani. Así, sin mas—. Y como financiado la masacre del Líbano en 1975. Era el revolucionario
Bill acaba de recordarme, queda entendido que todos estos árabe que permitía con su dinero que el IRA continuase
acuerdos permanecerán en secreto — D ios, el tipo sabía de indefinidamente sus matanzas en Irlanda del Norte, GaddíifL JJn
negocios. Era obvio que de todas maneras ya había pensado en ¿nombre que inspiraba terror por igual a cristianos, arabes y.judíos.
congelar el precio oficial. —Pero —dijo Yamani, percibiendo que sus interlocutores se
i:fcáñ:
170 171
perturbaban extraordinariamente— no hay razón para el pánico.
Aún controlamos las cosas. Toda la guardia nacional está alerta
dentro de Riyad y rodeando la ciudad. Un beduino vale por diez
palestinos, como lo probó Hussein en Jordania. Pero lá situación ,
es apremiante, y realmente grave.
Luego, con notable franqueza, Yamani pasó al tema del Sha de
Irán. N o era un Gaddafi, dijo. Los petroleros norteamericanos
asintieron. Todos conocían al Sha. Todos le tenían antipatía. jPero
no era un loco! De todos modos, continuó el sheik de Riyad, se
había comprometido demasiado en todo sentido. Los grandiosos
despliegues militares, los planes de industrialización, los proyectos
absurdamente costosos para la reconstrucción casi completá de
Teherán, que incluía la plaza más grande del mundo, en honor a sí
mismo, por supuesto, y el sistema de trenes subterráneos más
lujoso'?: del~ mundo, y la información al público de todo este
programa. Pero ¿cómo se financiaba eso? Sólo por medio de un
continuo y rápido aumento en los precios del petróleo de la OPEP.
Porque para Irán el tiempo era un factor de importancia suprema.
Sus reservas ya habían descendido a cuarenta mil millones de
barriles, según el consenso general. Los sauditas habían calculado
que, en realidad, las reservas eran mucho menores. Yartiani dijo
que hacia 1985 el Sha comenzaría a quedarse sin petróleo crudo.
¿Y entonces?
De manera que había otro peligro. Si el Sha obtenía ló que
quería en la OPEP, el crudo persa estaría a veintiocho dólares por
barril en dos años. Y eso, opinaba Yamani, sin duda descalabraría
las economías occidentales; irían hacia un colapso. Al aumentar su
producción a dieciocho millones de barriles por día, Arabia
Saudita no hacía sino poner un tope a cualquier aumento
inmediato de precio. Claro que el resultado instantáneo sería un
malestar entre los sauditas y el Sha de Irán. ¿Cómo reaccionaría?
Otra vez Yamani levantó los brazos. {Quién podía saberlo!
—Pero —agregó— todos sabemos que ese hombre controla a la
más grande y mejor equipada organización militar que hay entre
Europa y China. Nosotros, en Arabia Saudita, tenemos las más
grandes reservas de petróleo crudo. Y no contamos con fuerzas
militares equiparables.

172
Q
0
0
■ M i 0
i4 izo una pausa y se acarició la barba pensativamente. 0
^-Señores —dijo después a su público de seis personas, 0
talmente úbrtéáméricánó^-, necesitámos el apoyo norteameri-
t0 Apoy° militar. En forma inmediata y masiva. En una escala
0
03 e se aproximaría a la que ustedes brindaron a Israel en el otoño 0
íf11973- Eso es todo. De otro modo nosotros, y en consecuencia
stedes, y por tanto la nación de ustedes, se encontrarán en el más
0
u ye peligro. Hace años que intentamos, sin éxito, convencer a la
lÉ|ÍÉÍ¡§
0
Administración, al Congreso, al Pentágono de los Estados
Unidos, de la urgencia de nuestras necesidades. Ahora necesita­
mos el inmediato y total apoyo de ustedes en este esfuerzo. Deben
ayudarnos a movilizar las fuerzas correspondientes en Norteamé­ ¡Bits
rica. Estamos dispuestos, como habrán observado hoy, a facilitar Wí
la tarea. Garantizaremos a los Estados Unidos su abastecimiento O
¡¡¡■ n
de petróleo. Garantizaremos que el precio del petróleo en
Norteamérica vaya hacia abajo, y no hacia arriba. Y esta garantía
será válida, independientemente de lo que decida hacer el resto de
ja OPEP. Si es necesario, aumentaremos inmediatamente nuestra fgsspiS C
producción a veinte millones de barriles por día. Y una cosa más,
muy importante: estamos preparados a ofrecer una proporción
muy grande de nuestras reservas de dinero en apoyo de la moneda ¡¡B ill
y los mercados de capital, norteamericanos. Estamos dispuestos a MÉ
brindar a Estados Unidos suficiente petróleo y suficiente dinero
como para ayudar a su industria y a su gobierno a evitar cualquier
declinación económica seria en los próximos años; Bill Hitchcock,
que ha preparado todos los detalles en el campo monetario, Ies ia¡gfe
informará más tarde sobre el tema. Pero..., y ésta será la última vez §1§É O
que lo menciono..., todo, insisto, todo queda supeditado; a que •'C* 0
obtengamos una respuesta inmediata a nuestra petición de apoyo ■M
norteamericano total en la esfera militar. Si ustedes no nos lo 0
IHpH
proporcionan, no tendrán nuestro petróleo ni nuestro dinero.
Acudiremos a otra parte.
J. J. Murphy asumió la responsabilidad de hablar en nombre de
las Cuatro Hermanas. im
—Záki, moveremos las cosas, te fo prometo. De otro modo, y
esto te lo aseguró, ese hijo de puta que está en la Casa-Blanca no
o
volverá a recibir un solo centavo más de todos nosotros. N i

173
0
siquiera va a poder conseguir un nuevo empleo después de que le ;
»echen.
N o era la respuesta más diplomática á la elegante presentación
de Yamani, pero por lo menos indicaba el profundo conocimiento
de J. J. sobre la forma como funcionaba el país.
, La reunión se interrumpió para almorzar, y después del
almuerzo la concurrencia se dividió en subgrupos. Reggie, que
había preparado casi todos los detalles vinculados con el petróleo,
se sentó con Texaco y Mobil. Señaló que el acuerdo tendría que
contar con la aprobación del Departamento de Justicia. Para
obtener esa aprobación, una proporción del nuevo crudo Saudita
barato debería ser asignada a las otras grandes compañías
WKSMi petrolíferas (en particular a las del Golfo) y a las independientes.
Reggie pensaba que podía hacerse según la línea elaborada y
aprobada por el Departamento de Justicia en el año 1955, cuando
surgió el mismo problema con respecto al petróleo barato iraní,
negociado en esa época por el Consorcio Petrolífero Iraní.
Además se discutió la fastidiosa cuestión de cómo desviar el crudo
canadiense, venezolano, nigeriano y libio por todo el mundo sin
que ninguno de estos países se enterara jamás de los detalles. Las
compañías petrolíferas tenían gran práctica en estos asuntos, pero
Reggie insistió en que se estructurara la logística inmediatameiite.
Se comprendía por qué Yamani viajaba siempre acompañado por
Reggie. Reggie tenía también ideas muy específicas sobre cómo
apremiar a las independientes de Europa: la clave para mi plan de
toma de posesión del ENI. Yo me senté con J. J. Murphy, quien
era, por así decirlo, muy amigo de los banqueros norteamericanos,
y también con Fred Grayson, presidente de la Standard Oil de
California, que conocía a todos los de California. Expuse mi plan
mmrn

para repartir los miles de millones sauditas en la comunidad


financiera norteamericana. Les gustó. En realidad dijeron que ése
Ies parecía el argumento decisivo. Washington no podía ponerse
|¡fü en contra de una alianza prosaudita que incluía a la industria del
petróleo, la industria bancada y la industria de defensa, porqüé en
mi esquema también figuraba dejar caer unos cuantos dólares en
sus Tesoros.
J. J. Murphy, de la Exxon, había organizado lo necesario para

174
rtue pasáramos la noche en The Oaks, y fue una buena idea. Las
reuniones continuaron durante todo el siguiente día.
Sólo al mediodía del lunes 22 dé enero nos embarcamos todos
eu el «Aramco 707» que había estado esperándonos durante;
muestra permanencia allí.
Recuerdo que cuando subimos a ese gigante de los cielos, pensé-
que realmente éramos los dueños del mundo.

18
Lamentablemente, más o menos en el mismo momento, hubo otro
hombre que pensó lo mismo: Mohamed Reza Pahlevi, el rey de
reyes de Irán. Mientras en Londres nosotros sentábamos las bases
para un juego de poder contra la OPEP y el Sha, él sentaba las
suyas para una última jugada contra nosotros en Khorramshahr.
D os días después de aquel en que Yamani, Reggie y yo salimos
do Teherán para Inglaterra, el Sha voló al Golfo Pérsico para
examinar personalmente el estado de desarrollo de su último *
juguete. A muchos hombres grandes les gustan los juguetes: los
trenes eléctricos, las lanchas, los equipos de aeromodelismo, los
soldados de plomo. Eso le sucedía al Sha. Sólo que él jugaba con
modelos de tamaño natural: bombarderos «F-16», tanques
«Chieftain», transportes blindados. Le encantaba manejarlos‘o
hacerlos volar. Era un deportista de tradición real. Los juguetes SltSSi
con los que fue a divertirse en Khorramshahr eran diferentes. N o
eran de. los que se conducen o se hacen volar, sino do los que se
arrojan al aire o se dejan caer; es decir: bombas atómicas.
Como Ursula me contó más tarde, el Sha llegó a la casa donde
vivían ella y su padre en Khorramshahr el 23 de enero* por la
mañana. N o hubo ningún anuncio de su llegada. El timbr^sonó a
las nueve, que era exactamente la hora en que lo tocaba el hombre
de la SAVAK que llevaba a su padre a la planta de reprocesado de
la base vecina todas las mañanas. Ursula abrió la puerta... y allí ¡Sü
. estaba Su Majestad. Le reconoció inmediatamente. Imposible no
saber quién era: su retrato estaba en casi todas las paredes de Irán.
Q uerida—dijo el Sha—, usted debe ser la hija del profesor
Hartmann. Encantadísimo de conocerla.
Hay que admitir que ese tipo entendía de muchachas bonitas, y
que era capaz de seducirlas hasta que se les cayeran las bragas;
muy a menudo literalmente. Ursula, gracias a D ios, tenía'
poderosas defensas mentales. Por la forma en que el Sha la miró,
me contó Ursula más tarde, si ella hubiera expresado el más
mínimo interés en sus ojos, sin ninguna duda antes de que
terminara el día habría tenido su primer coito real. Ursula no suele
hablar de esta manera, pero cuando me narró todo esto meses
después de ese episodio, estábamos en Saint Moritz y acabábamos
de tener nuestra primera pelea seria. El hecho es que (por lo menos
eso dijo Ursula) ella se comportó con tanta circunspección que el
Sha, si bien no totalmente desalentado (no se desalentaba
fácilmente), quedó fuera de combate por el momento.
En realidad Ursula no tuvo ninguna necesidad de abrir la boca,
porque su padre fue a la puerta segundos después de que ella la
abriera.
—Mí querido profesor Hartmann -—dijo el rey de reyes—, qué
gran placer. Espero que no le moleste mi visita intempestiva;
—En absoluto, Su Majestad —respondió Hartmann en su inglés
gutural—. Permítame que le invite a pasar.
El Sha no estaba solo. A sus espaldas estaba el jefe de la fuerza
aérea de Irán, general Khatami, a quien el profesor suizo conocía
muy bien, y otro militar, el comandante Fereydoun, jefe de la
fuerza de choque iraní de aire y mar en el Golfo Pérsico, quien se
presentó rápidamente al profesor, y luego con timidez a Ursula,
Ursula corrió a la cocina a ordenar que prepararan té. Porque
eso era todo lo que había aprendido en Irán: allí se puede servir té
a cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento,
Diez minutos más tarde, cuando Ursula volvió con la bandeja
para los invitados, todos estaban sentados alrededor de la mesa del
comedor observando a su padre, que dibujaba un simple esquema
en un cuaderno de papel amarillo.
El bosquejo, que Ursula consiguió retener, y que me describió
aquella noche en Saint Moritz cuando se decidió a decírmelo todo,
Era una bomba atómica, en toda su sencillez y belleza. Mientras

muí sólo se ven seis sectores de la bomba, pero ustedes deben


inaginarla en forma esférica, es decir, con vem ticuatrosertoresen
ote! Los sectores tienen forma cónica, y todos exactamente el
nisnio tamaño. Como he dicho, entre los veinticuatro deben
brmar una esfera..., una esfera absolutamente perfecta, pe ...

^ N o ! n o - m p l S ? e l S h a - Esto es fascinante. ¡Fascinante!

'"^B ien —prosiguió el p r o fe so r - Cada una ^


señaló en el dibujo con el dedo— esta accionada P° ^
S t s i v a individual a base de nitroglicerina que produce una
velocidad de detonación de seis mil metros por segundo.
“ mil metros, dice usted7 -interrum pió s e M ^ t e d . ^
—Sí, señor. Es de suma importancia que la velocidad

177
precisamente esa. Ahora bien, entre este agente químico explosivo
—señaló con el dedo— y el metal de plutonio están estos sectores
de materiales que producen la contaminación radioactiva.
—¿Y qué clase de material es ese? —preguntó el Sha.
—Eso depende, por supuesto, de lo que usted se proponga
—respondió el físico suizo.
—Me doy cuenta, me doy cuenta — dijo el Sha en tono pensativo.
—Entonces —prosiguió Hartmann— , ¿cómo funciona? Muy
simple. Se gatilla la carga explosiva (existen varias llaves para ese :
uso), y la carga explosiva une simultáneamente todas las partes. La
cantidad de movimiento generada evitaría que se separen en los
primeros microsegundos de reacción. La masa crítica así lograda
hace que la reacción nuclear en cadena aumente en forma
exponencial hasta generar la enorme fuerza de la bomba nuclear.
El profesor, calló.
—¿Eso es todo? —preguntó el Sha, estupefacto.
— Eso es todo. Claro que lo que les he dibujado aquí es un
aparato muy primitivo. Algo muy burdo. Pero espero que haya
ilustrado ios principios de nuestro trabajo.
—Perfectamente, perfectamente —respondió el Sha, e hizo una \
pausa antes de seguir indagando.
—Algo que usted dijo me fascina—continuó—. Usted ha ex­
plicado que este tipo de material —ahora era el dedo del Sha el que ;
señalaba el dibujo— depende de lo que uno se proponga. ¿Es así? /
—Así es.
—Bien —dijo el Sha—. ¿Podría ámpliar esa explicación?
—¿Cómo no? Sin embargo, tal vez sería mejor demostrar estos
asuntos sobre un modelo real.
—¿Tiene alguno disponible? —preguntó el Sha con visible 2
, excitación.
—N o aquí, por supuesto. Pero sí en la planta. Podríamos |
trasladarnos allá.
El Sha estaba tan entusiasmado que ni se preocupó por í
despedirse de Ursula. Por otra parte nadie probó el té.
Subieron al «Mercedes 600» del Sha, que amaba todo lo que
fuese alemán, incluso las mujeres, y escoltados por cuatro jeeps
militares, dos delante y dos detrás, llegaron a la base aérea en diez

178
minutos y a la planta de separación en otros diez. Evidentemente
el Sha había ordenado al conductor que acelerara. í
Ya en la planta, fueron directos al laboratorio del profesor. Allí,
en la mesa de trabajo en el centro de la sala, había una brillante
eSfera metálica de aproximadamente un metro veinte de diámetro;
—¿Eso es...?—comenzó a preguntar el Sha.
—Sí, Su Majestad -—replicó el profesor.
—¿Puedo... tocarla?
—{Por supuesto!
Todos los ojos estaban puestos en Su Majestad cuando éste se
aproximó al objeto y, cuidadosamente, como acariciándolo, puso ;
un dedo, luego una mano, y luego ambas sobre la bomba atómica,
__Es fría al tacto —comentó sin apartar las manos—. Pero es de ¡
una belleza extraordinaria. , i
Finalmente dio unos pasos hacia atrás. El brillante metal tenia
marcas opacas de la transpiración de sus dedos.
__¿Es... funcional?—preguntó entonces. j
__Sí, Su Majestad -—dijo el profesor—. Pero no es nada espe­
cial. Tiene un rendimiento de sólo quince kilotones. Debo pedirle ;
disculpas, pero para este primer modelo estuvimos terriblemente <
restringidos por la escasez de plutonio de que disponemos aquí. ¡
__N o, no, querido profesor, no se disculpe. Por algo se empieza, j
Quince kilotones. ¿Cuánto es eso, exactamente?
—Nada. Realmente nada. Tamaño Hiroshima. Nada más. Pero
las siguientes serán, si usted lo desea, mucho más productivas. Por
supuesto, como ya le dije, eso depende de lo que usted desee.
—Claro —dijo el Sha— . Pero ahora le agradecería mucho que i
me explicara que... cuáles son las variedades disponibles.
—Hay de todos los sabores —replicó el profesor, dejando
escapar un cacareo bastante ruidoso, que provocó risas del Sha y ¡
el general Khatami. El comandante Fereydoun, cuyo inglés era
más limitado, no entendió la broma.
—Por ejemplo —continuó el profesor acercándose a otra mesa
de trabajo—, yo les recomendaría mucho que emplearan esto. ^
«Esto» era un polvo blanco. El profesor hizo caer una pequeña,
cantidad del frasco.
El Sha lo miró, pero esta vez se abstuvo de tocarlo.

179
—¿Que es?
—Fluoruro de litio.
—Ajá. ¿Y qué efecto tiene1?

—Bien, digamos Teherán.


—¿Podría ser ün poquito más grande?
—¿Teherán?
— No, el área.

p»r S ; v r s " " «**■ *»-


No hay problema. Daría para más todavía.
Bien, bien. ¿Cómo funciona eso?
de H t£^f''T®n,e ,te"dríamos que colocar un poco de este fluoruro
ho^b» a Teded° rde,las superficies externas d élos segSentos de a
« s a f u n a b lS Pa * máS,° “ dnco centímetr“ pod ra
nb b y S,mple’ mcIuso la misma que acaban de ver

—Sí. ¿Y luego?
1Cp ’ CUanu° ** bomba detone no dañará al área en que se la
arroja. Es una bomba pequeña. ^
-C o n m,Óm° maere lagente que » encuentre en ese área?
muy rápida y S u t e S“ ¡a “ ortaL Actúa “ fo™ a ¡
—¿Fluoruro dieciocho?
—Si. La explosicón nuclear convertiría parcialmente la sal H#»
fluoruro en fluoruro dieciocho. Este fluoruro
rímnl?edla de S?,Q dos horas- Pero ® ata a los seres humanos por i
simple exposición, en cuestión de minutos. Toda la p o b la ció n ^ i

180
o
o
0
sU área habría muerto antes de darse cuanta de lo que estaba
sucediendo. En realidad probablemente morirían felices, pensando - ,:
o
que alguien había tratado de arrojarles una bomba sin lograrlo. c
4 Otra vez el cacareo. Y cuando el profesor suizo se reía, su J 0
cabeza y la masa de cabellos blancos se agitaban como si saltara.
—Maravilloso — replicó el Sha—. Y eso es lo que se necesitaría . 0
—agregó, señalando la sustancia que el profesor tenía en la mano. , 0
_-Sí. Simplemente sal de fluoruro.
—Pero — dijo el Sha, ahora con el ceño fruncido por la 0
preocupación— ¿y nuestra gente? .' 0
—¿Qué gente?
.—Nuestra gente.
-
, 0
Un obvio silencio, que el general Khatami rompió para explicar: ; y 0
—Creo que Su Majestad desea saber qué le sucedería a las, c :
tropas que luego trataran de ocupar esa región.
0
— ¡Ah, sí! N o hay problema. Ningún problema. En efecto, eso es - 0
lo extraordinario de esta sustancia -^nuevamente señalaba el 0
polvo blanco—. Como he dicho, sólo tiene una vida media de dos ;
horas. Sus tropas pueden entrar en el área al día siguiente. 0
El general miró al Sha. Ambos hicieron un movimiento " x ' 0
afirmativo con la cabeza.
—Quisiera encargar una de esas —dijo—. N o, mejor dicho, dos. ' c
—Perfectamente —respondió el profesor mientras volvía a 0 .

poner el polvo en el frasco y tomaba nota en un cuaderno.


— General Khatami —continuó el Sha—, tal vez esté usted
0
pensando en algo que le convenga consultar con el profesor. O
—En efecto. Pero me parece que es mucho pedir. , O
—Por favor —replicó el profesor:—. Pida lo que quiera. Si no es
posible, yo se lo diré. 0
—Bien. Permítame presentarle una situación teórica. Puramen­ 0
te teórica. v,
—Le escucho — dijo el suizo. ,v „ 0
—Tomemos una ciudad como La Meca. Todo eso es estricta- J 0
mente teórico, por supuesto.
— Claro, claro. 0
— Digamos que quisiéramos hacer algo del tipo que usted ha 0
descrito... o sea, no dañar de ningún modo el lugar sagrado, pero, ■ -
O
* "‘V-
181 0
0
O
9
9
9 al contrario de lo que se lograría rrm « i r,^i
a hadié iiimediatamente. En otras palabra* f ° ’ H° ftlata^ tamP°co
9 que abandone la ciudad haciéndola u *°rzar a ía población a
9
O no por nu'. Fueron los israeSs"««-0' Ya ha Sld° resuelto>aunque
9 - ¿ P u e d e la solucio“-
9 < metálico grisáceo.0" ^ ° tr° lraSC0 qile contenía un polvo
—S 6ral y d ?h as? acefcar°n a observarlo.
usamos exactamente el mismo sistem a' “ r ^ 'V 'e m e n t a l. Y
9 una capa de esta sustancia Al a maj Cubrimos la bomba con
•9 veinticuatro. T f e n e d producto « *>dio
la bomba con viento a favor por eiemDhTa “ h°raS' Sl arroJaraos
9 de. la ciudad, a una altura de unos cmco kilómetros
*
9 perfectamente el cometido Con sus m r ^ ° * lograría
contaminación, la población i„„,L{ t í ares Propiedades de
O
alejarse antes de quePel asente de cod f Suflc!e.nte tiempo para
3 -Y :u„a vez 4e eléferto'm " mmaCIÓn hiciera efecto. i
— Una semana Ouizád™ Zara* ¿cuánto duraría?
O — ;V «o T a ■ dos>Para mayor seguridad
§¡g|«¡¡ pasado ese ttempo podrían instalarse nuestras tropas? |
9
9
magnesio—* Q ^o^ue^odr8*13’ tomando el frasco con polvo de
9 ¿Qué le parece, Khatami? encargar dos de éstas también
9 —jClaro que sí!
9 -B ^ jo e T s h T -fe ^ m r a ^ d 05 V « * y dos « o s .
9 qne deseamos la total o b lL r a c ió n l u t área d^d"1“ ’ Pr° feS° r’
9 total de doce bom basftodo lo q L T o d ía n /h *EI Sha encargó un
9 disponible desde entonces h a s t e e l ^ T fabncar «?“ el Plutonio
9 fecha, 28 de marzo de W 9 pam la n i el T ? \ era para
¡Sf ’ para la que d Sha deseaba la entrega.
9
9
9 '•'V v 182
9 lilis
Sflt
i®®
9
« ¡¡¡j
Mientras el Sha se entretenía con sus juguetes nuevos en
jChorramshahr, yo cruzaba el Atlántico en el avión de lujo de
Uránico, que tenía colchonetas para dormir. Como en los viejos
Stratocruisers de la década del cincuenta. Entonces, si uno andaba
c0n una chica, era la única forma de viajar. La otra eran los auto­
buses. Entonces yo era estudiante, y esas cosas me dejaron profun­
da impresión. En efecto: la forma repentina en que las líneas aéreas
y los ferrocarriles anularon estas comodidades para hacer el amor
cómodamente a altas velocidades fue, en mi opinión, una de las
razones de la actual declinación de la civilización de Occidente.
Expresé esta idea a Reggie, quien (y que esto quede claro) no #
compartía una colchoneta conmigo, sino que estaba parado a mi
lado en el bar, otra cortesía de Aramco, situado en el extremo
posterior del avión. Reggie no estuvo de acuerdo. Según él, el
verdadero comienzo de la crisis («comienzo» en singular, y no en
plural) lo marcaron las invenciones del martini seco y el
desodorante vaginal.
Medité sobre esto, y al fin tuve que admitir que probablemente
Reggie se acercaba más a la verdad, pero sólo porque, en su
aislamiento en medio del desierto árabe, había tenido tiempo de
pensar en esas cosas, mientras yo me encontraba en el mundo real.
Alrededor de cinco horas más tarde, solo en mi litera, me
desperté con un dolor de cabeza que era algo más que «ligero».
Todo eL avión estaba aún a oscuras, ya que habían bajado las
persianas antes de comenzar el vuelo. Pero cuando abrí la mía, vi
que el sol estaba en el cielo. Las noches no son largas cuando se
vuela de Este a Oeste. En dos horas aterrizaríamos en el Kennedy*
Y entonces comenzaría la verdadera acción. Era cosa ; de
adolescentes quedarse bebiendo la mitad de la noche cuando se
barajaba algo tan importante. Pero ¿qué diablos?, pensé. ¿Hay
algo en la vida que sea tan importante?
; Pensé en Ursula. Eso era importante. Trataría de llamarla al
llegar a Nueva York. Y el padre de Ursula... Por lo que parecíame
había duda de que el viejo hijo de puta estaba jugando con armas
nucleares. Bien. ¿Y qué? ¿Qué país no estaba en el mismo juego?
La cuestión era: ¿alguien se atrevería a usarlas? Yo ya había estad#
dos veces con el Sha. Era un rufián arrogante, pero ¿estaría tari
chiflado como para usarlas? N o. Por lo menos no en ese momento,
Muy bien, quedaba el problema real inmediato: no la guerra,
sino el dinero. N o Irán, sino los Estados Unidos. ¿Cómo podía
haber sucedido tan rápido? pensé. En una sola década, en diez
años después de más de doscientos. Claro, aún no era visible.
Norteamérica conservaba su aspecto de hermoso edificio, pero sus
cimientos estaban a punto de derrumbarse. ¿Qué cimientos? Yo
jamás me dejé engañar al respecto. Norteamérica siempre tuvo
cimientos de un solo material: dinero. Suficiente dinero, o riqueza,
como quieran llamarlo, para repartir en cantidades suficientes
como para complacer a todo el mundo. Eso fue lo que atrajo a los
ingleses en el siglo XVIII; a los alemanes, los italianos y los judíos en
el siglo XIX, a los puertorriqueños, mejicanos y cubanos en el siglo
XX. N o la Constitución, ni Abraham Lincoln, ni la libertad de
cultos. Sino la libertad de hacer dinero, y además conservarlo: ese
fue el imán de Norteamérica. ¿Cínico? Tal vez. Pero exacto.
¿Qué sucedería cuando se agotara la mina de oro? ¿Cómo
reaccionarían los doscientos veinte millones de norteamericanos
cuando comenzaran a darse cuenta de que se estaba agotando?
Allí, a mi juicio, estaba el problema real, inmediato. Porque aún
no lo sabían. Se les había adormecido, pacificado, engañado,
mentido en forma tan consistente yefectiva, durante tanto tiempo,
que la mayoría de ellos todavía estaban convencidos de que los
problemas económicos de la década del setenta era un fenómeno
pasajero, que los buenos tiempos volverían, y muy pronto. N o
querían enterarse de la verdad; ahora lo comprendo. En 1973-74 el
país estuvo al borde de un desastre económico, durante el embargo
petrolífero, Si los árabes hubieran mantenido cerrada la espita
unos meses más... Luego, en 1975, el asunto de la ciudad de Nueva
York. Claro, todos decían que si hubiera ido a la quiebra, se
habría encontrado algún" tipo de solución. Pero los de arriba,
conducidos por Nelson Rockefeller... ellos sabían. Ya entonces
sabían que la economía norteamericana estaba en una situación
tan crítica que las deudas sin pagar de Nueva York podían llegar a
provocar una reacción en cadena en ios mercados financieros, lo

184
i conduciría ¿a qué? Nadie quería saberlo. En 1978, cuando
cU®hró la Chrysler Corporation, estuvieron cerca. Es cierto qtwy
S lt e s u S “ tes. Penn Central quedó panza a r n b a y W a ll
11 Ct sobrevivió, según dicen algunos, a duras penas. Cuando
street sobrevm o, gu m Washington, Nueva York,
^ v Zurich se quedó sin aliento. Bien, General Motors y el
^on^r y reflotaron con la vieja fórmula Lockheed y
«0b,T n u ^ recmsos. Pero repito que estuvieron cerca. Muy
Mugroso- ¿Por qué? Porque los norteamericanos estaban nervio- -

A iQ7°gdnodfu e ^ n n Central, ni Lockheed, ni la ciudad de


Bn V v^ncnne estuvieron ai borde del desastre. Esta vez
fíUe'k Ins'll ancos. N o un Banco; tampoco todos los Bancos. Sino
fueron • Fstados Unidos, «los» Bancos eran doce, a lo
^ C ^ m Í os b a ra n o s E, más grande era, por supuesto el
sumo qnmce grup America dirigido por mi viejo amigo
B’rStj bían 0AMrichI1Ustedra1« )S :e n el^resto; Chase Manhattan,
Randolph A 1^r“ | í ' ¡ cai Manufacturers Hanover, Marine
First National City, Ch > nf America Wachovia,
Midland, ^ ° rg“ ?££iragoe’el Mellor Bank, Security Pacific,
Continental Bank ofXhicag , . eso jamás podría
Western Bancorporation. f DIC Federal Department

‘"dTra'I-M d Gobierno Federal. Nada más y nada menos. la s .


quiebra. Por ei 'jrOD1Ci b ir le s eso a los tipos que dirigían el
repetía yo siempre, vayan a Ouebró y no fue el
Franklin National Bank de fue otro
gobierno federal quien saco másP grandes entidades 5
Banco, una asociación de seis de gan Diego.
bancarias de la ¿ ational de San D iego, se hundió,
Cuyo Banco, el Uní , . m ^ilíones a principios de la.
' en el orden de bastante mas -También se hizo cargo
' década del setenta Y no lo
de él otro Banco, el Crocker de San Francisco lo m
. con el First National Bank de ^ f S o s Porque at contrario
-Manhattan el que fue a Tecoge^ P aceDtado no es el gobierno
de lo que dice el mito umversalmente aceptado no g
federal el que «asegura» los Bancos, sino los otros na
¡grandes. El FDIC se reducé a bíindáí áegüros a los pequeños
ahorristas... hasta los cuarenta mil dólares. Y punto. Por supuesto
nadie dice cuándo deben pagar ese seguro. En un caso simple, al
¿principio. ¿Y en un caso de desastre masivo? ¿Quién puede
saberlo?
Nosotros los banqueros lo sabíamos; todos lo sabíamos.
¡Recuerdo a un director de un banco suizo que lo expresó
claramente. Todo banquero —dijo— tiene un pie en la cárcel. El
mismo terminó con los dos pies allí, el muy estúpido. Pero sólo
porque, en su caso, el sistema de «seguros» no funcionó. Este
individuo no había respetado las reglas, de manera que los grandes
Bancos le dejaron entregado a su suerte. Riesgos del juego, dijo él
más tarde. Porque si un Banco va efectivamente a la quiebra y los
¡muchachos de arriba no intervienen, créanme que el tipo que
■dirige ese Banco está perdido. Porque todo el mundo odia a los
banqueros. Y todos los banqueros lo saben. Por eso tienen que
¡mantenerse unidos. Saben que si no se protegen mutuamente de
los lobos de afuera, nadie más los protegerá. Menos aún las
?malditas agencias de Washington ni los inocentes burócratas que ■&'i
las dirigen. ’i
Una miserable e inútil carrera de ratones. Por éso yo vendí todo.
Mi padre nunca habría comprendido por qué. Estaba convencido
de que él mismo era un verdadero pilar de la comunidad, lo mismo
que un juez, un médico o un sacerdote. Cuando todo el mundo le,
besaba los pies, pensaba que lo hacían porque le querían. Qué
¡esperanza. Lo hacían porque no podían saber en qué momento le
necesitarían. Y nada más. Mi ex mujer era igual. Estaba encantada
de ser la esposa de un banquero. Cuando mandaba invitaciones,
para una cena, se las aceptaban en un cien por ciento. Jamás una
fiesta le resultó deslucida. Ella pensaba que era por su belleza y su
¡atractivo. ¡Ja! Bueno, ya me liberé de ella y del Banco. Y nunca
pensé que volvería a meterme en nada parecido. Y, sin embargo,
ahí estaba, maniobrando con los miles de millones sauditas y
atrapado por Ursula Hartmann.
Y volando nuevamente hacia el mayor caos en la historia,
bancada norteamericana. Y ese caos no se había creado de la
noche a la mañana..., eso nunca sucede así. A mis amigos los
udueros norteamericanos Ies llevó toda una década llegar al
unto en que se encontraron en 1979. Y fueron precisamente los
'-uince Bancos más importantes, los que «aseguraban» a todos los
Aeíflás, los que tuvieron las más graves dificultades. Tenían
“róblenlas en ambas columnas de la hoja de balance. Del lado de£
PctiVo, donde figuran los préstamos y las inversiones de un Banco,
au situación le habría provocado un paro cardíaco al contador
encabado de examinarla, a pesar de que se considera de muy mal
gusto caerse muerto en un Banco. Porque no menos del veinticinco
por ciento (la cuarta parte) del activo de los quince principales
jjancos de los Estados Unidos carecía de valor. Estaba asentado
en los libros en todo su valor teórico, por supuesto. Pero,
gjpjplemente, el dinero no estaba allí. Representaba préstamos e
inversiones que se habían perdido, en forma total e irrevocable:
Para tener una idea de la gravedad de la situación a comienzos
de 1979, hay que remitirse a los números. N o hará falta dar.
estadísticas detalladas, sino sólo cifras globales. En aquella época,
el activo total de todos los Bancos comerciales de los Estados
Unidos era de un millón de millones. Los Bancos «grandes»., los
quince que he mencionado, controlaban alrededor del veinticinco
por ciento de esa cantidad, o sea unos doscientos cincuenta mil.
Millones. ¿Está claro? Los informes anuales indicaban que la
mayor parte de esos doscientos cincuenta mil millones estaba
invertido sin ningún riesgo en cosas tan maravillosamente seguras
ebm o bonos del gobierno, especialmente bonos municipales (¿qué .
iiífíás seguro que un bono municipal?), en propiedades (¿qué más
«seguro que las tierras y los edificios?), en préstamos a las más
grandes corporaciones norteamericanas (las grandes empresas que
construyeron la riqueza de los Estados Unidos), en buques
:(perfecto ejemplo de riqueza tangible) y en préstamos a gobiernos
extranjeros (doblemente seguros, puesto que no sólo el gobierno
estaba implicado también aquí como el deudor más seguro
imposible, sino que los Bancos habían diversificado sus préstamos
^gubernamentales al extranjero entre docenas de distintas na-
rcíónes). '
sfeEra de suma importancia que todos creyeran que estos
préstamos eran tan sólidos como las Montañas Rocosas, porque,^
al fin y al cabo, se habían hecho con el dinero de los depositantes
Si los prestamos no eran devueltos, esos depositantes jama*
recuperarían su dinero. Si se corría el rumor de que existía
semejante posibilidad, o más bien probabilidad, y todos Se
presentaran un buen día, y al mismo tiempo, ante la ventanilla a
retirar sus fondos, no habría poder en la tierra capaz de evitar el
pánico del siglo. De manera que la verdad no se decía. N o podía
decirse.
i era *a verc*ad? Bien, empecemos por las propiedades. En
la decada del sesenta los Bancos comenzaron a mostrar una eran
voracidad de ganancias. Si todo el mundo ganaba mucho dinero
¿por que no los Bancos... y también los ejecutivos de los Bancos?
Era cosa sabida que se obtenían grandes beneficios con las
propiedades, pero los Bancos no los obtenían. Sí los urbanizadores
y los intermediarios que financiaban a los urbanizadores. Los
Bancos sólo obtenían el ocho por ciento de su dinero. Si
participaban en el negocio de urbanización y propiedades
{podrían obtener el quince por ciento! De manera que entraron en
el asunto de las propiedades, a lo grande. El medio que utilizaron
i
fue una invención de ellos: el REIT: Real Estate Investment Trust Sis!
(iru st de inversiones en propiedades). Todos crearon dos o tres
corporaciones subsidiarias, y en seguida prestaron a sus nuevas
sanjiíís.
nijitas todo- el dinero que necesitaban. Los REIT, a su vez i
comenzaron a financiar todo lo que estaba a la vista: consorcios en
Llorido centros comerciales en Arizona, lugares de veraneo en
Lamornia, edificios comerciales en Manhattan. Al doce por
ciento, al catorce, ai.dieciséis. ¡Maravilloso! Los REIT consiguie­ lli?;
ron prestar alrededor de veintiún mil millones de esa manera, y los m i
Bancos hicieron préstamos paralelos en forma directa a esos
proyectos de construcción, totalizando otros diez mil millones.
También al catorce por ciento, en promedio. Bien, sucedió algo El
■ M

gran boom norteamericano, que comenzó después de la segunda


guerra mundial y parecía continuar indefinidamente, repentina­
mente se terminó. La gente no podía pagar los consorcios en
Blonda ni los altos alquileres de las oficinas en Nueva York. De M ¡8*É
I
modo que los REIT y los Bancos se. «clavaron» con proyectos a
medio construir a todo lo largo y lo ancho de los Estados Unidos.

188

w$mmi
Sencillamente los «pararon», a la espera de que llegara Otro
«boom». Esperaron, esperaron y esperaron, mientras los edificios
a medio terminar se caían en pedazos. Pero los préstamos rió
desaparecían de los libros. N o se caían a pedazos. Los treinta y un
mil millones figuraban como dinero válido, mientras casi la mitad
de esa suma (quince mil millones) se perdía irremisiblemente. Esa
era la visión optimista. Los pesimistas decían que las pérdidas eran
de por lo menos veinte mil millones.
• En cuanto a los buques: también aquí el malestar databa de
fines de la década del sesenta. Que,fue cuando todos los grandes
bancos norteamericanos (otra vez esos quince) decidieron salir al
extranjero, a lo grande. ¿Por qué? Porque las operaciones
bancadas en el extranjero estaban esencialmente exentas de
control. Era difícil hacer un dólar en los Estados Unidos porque el
gobierno regulaba todo lo que estaba a la vista. Y había
impuestos. El Tío Sam exigía demasiado. Pero si uno iba a hacer
sus operaciones bancadas en el extranjero... no había reglamentos,
ni impuestos. Y los impuestos que se pagaban en el extranjero
podían usarse para reducir, dólar a dólar, los que se pagaban en
los Estados Unidos. El resultado fue que, a mediados de la década
■del setenta, más del cincuenta por ciento de las ganancias de los
quince Bancos más importantes de los Estados Unidos se obtenían
en el extranjero. Otro resultado fue que los impuestos pagados por
los grandes Bancos al gobierno norteamericano no eran simple­
mente pequeños, sino infinitesimales.. ¡En unos cuantos años
llegaron a no pagar impuestos en absoluto!. Pero (descubrieron
que había un «pero») cuando los banqueros norteamericanos
decidieron ir al extranjero, «a lo grande», descubrieron que allí
había competencia. Especialmente para los buenos préstamos.
Para los buenos préstamos grandes, que eran los que les
interesaban predominantemente a los Bancos grandes, porque
ellos todo lo piensan a lo grande. Y en realidad, un préstamo por
cien millones no requiere más papeleo, o por lo menos no mucho
más, que un préstamo por un miserable millón.
Bien, los buques, o más bien los grandes buques, eran la
solución ideal. En primer lugar, eran algo más que grandes. Eran
gigantescos. En segundo lugar, en todo el mundo la gente se volvía
s M i

loca por construirlos, ya que la demanda de petróleo y di


^productos de petróleo crecía de un diez a un quince por ciento a
año, y obviamente continuaría creciendo de esa manera duran
los siguientes treinta años. Y en tercer lugar, porque había un gran
número de Bancos (suizos, alemanes, belgas), que no entraban en
la competencia por estos préstamos, porque los más idiotas los
consideraban arriesgados. Y en estos negocios entraron los
norteamericanos, a través de las operaciones de sus filiales en
¿Londres. Pusieron unos quince mil millones en el mercado de los
buques petroleros, en Escandinavia, Japón, Grecia, Alemania,
Gran Bretaña, Irlanda y Noruega.
Entonces llegó el embargo petrolífero de 1973. El consumo de
petróleo descendió bruscamente en todo el mundo. Los intereses
de los buques bajaron a niveles históricos. N o se podían emplear
los viejos buques, y mucho menos los nuevos que se estaban
construyendo con dinero de los Bancos norteamericanos. Enton­
ces; como sucediera con los proyectos de propiedades en los
Estados Unidos, los Bancos norteamericanos se «clavaron» con
barcos que estaban a medio construir, o construidos en sus tres
cuartas partes, o totalmente terminados, pero no tenían otro
destino que permanecer inmóviles en algún remoto fiordo
■noruego. Resultado: por lo menos la mitad de los quince mil
M I millones prestados no serían devueltos nunca.
ilplptfs Más o menos al mismo tiempo que los Bancos norteamericanos
SSl
ipil®*
descubrieron los barcos, descubrieron también otro mercado,
1Í®|ÍÍ mucho más grande y más exótico: los préstamos a gobiernos
extranjeros. Italia fue, por supuesto, uno de sus primeros
descubrimientos. Bien, ya sabemos lo que sucedió allí no sólo a los
banqueros norteamericanos, sino también al resto de nosotros. Y
se les había advertido. Ya en 1974 el United States Controller o f
;the Currency aconsejó a todos los Bancos norteamericanos que no
SÉ® prestaran un centavo más a Italia. Eso no los detuvo. Pero Italia
$PMM; no era nada comparada con los llamados LDC (Less Developed
Countries o «Países en vías de desarrollo»). En total, hacia 1979,
ios Bancos norteamericanos (otra vez los quince más grandes) les
habían prestado treinta y tres mil millones. Todo tomados de los
ahorros de pobres viejecitas del Estado de Nueva York, o

190
o depósitos eti el

8a" e V . Í a! Su,dm“ ° M antener “ vos a estos países; para que


53 ma Sri Lanka, para manten exorbitantes y
,l'ü>rñn comprarle petróleo a los arab^ a pr Unidos a
’“to lo s manufacturados de Europa, lapo,^ ^ con el
igualmente exorbitantra. C . t esas garantías
pieoSdo de las garantías ^ ber"3 ," nt , a ci’udad de Nueva York.
respaW que las otorgadas por la ¡ de estas
r ' fu eT a t i c a fuente de i n g r e s o s ^ deudas y
A ciones (ingresos P ^ a P ^ ” } érala venta de materia poma y
„ntualmente para devolverlas) era w e¡jtado de deptesl0I1
tim em os en el mercado » ^ t o a r t e de la década del setenta, los
Arnica que doimno la mayor par cobre, el cine, el g
^ o f t e obtenían por el cacao el dert0 n0
algodón, etc., se habían ido a^a gu deat0 de sus ganancias
hacia arriba. responder a las deudas.con
átales como países debía emplea £ ^ Uruguay, Egipto,
Bancos norteamericanos, como ^ N¡caragUa, Argelia,
7ambia, Méjico. En «nka la proporción era ó
BoHvia, el Congo, Sudan, Sn p t í los imereses. Luego venían
treinta por ciento... s P -y la lista seguía y seguía.
Marruecos, A „^n“ ^ n T os necesarios para atender a las deudas
- unos pocos años, Vneresos de esos países.
representarían á to lc d de lo s^ g ^ ^ es0 petam os eran
rj« r»tras oalabras, era p +rf»c md mili
Resultado neto: del activo de doscientos cincuenta mil m ilíonj £ñ Norteamérica, a quince años al Congo, V
presentado por los quince Bancos más grandes de los Estadcj*1^ Bancos otorgaban pre * depbsíto á noventa días e‘
Unidos, por lo menos cincuenta mil millones carecían de valor, tól k°s r:aban con certifica o den a treinta días del ^
otras palabras, ya habían quebrado dos veces. f f^ d T s Unidos, o con dinero a la o obtener prestamos
Sin embargo, todos seguían operando, intactos; con st§ earodólares. Sin.embarjS » m ucb0 tiempo, sino que a &
presidentes, vicepresidentes, cajeros y asistentes, alegres ¿ ^ poco tiempo y Pres ^ardinal de los Bancos: rep
prósperos. Porque todos, comenzando por ellos y terminando p o | O b rab an esa otra * m er0 p0Sible de depositantes. ^
sus auditores y contadores de Washington, tenían las cabezas bie¿ T «ósitos entre el el veinticinco por cie^ ° J ° uesto. La
enterradas en la arena. Porque las reglas oficiales decían que usf , irritantes controlan B ^ tá gravemente exp
Banco de los Estados Unidos no debía llamar al pan, pan, y ab *:s dep<f:;
áep° S _ de
depósitos - un
ae -uu Banco, ese BaBC° 7 d e gn ta r s^e el ^m ism
ese
rt<1:+antes pueden presenuuov moo dia a-
sj \os
vino, vino, como en muchos otros negocios. A una deuda mala nóí ° de esos deposita nuede no poseerlo, r
había que llamarla deuda mala, por lo menos no abiertamente,!
Porque los Bancos operan con reglas propias. Los préstamos! ■■ . « « ”« i• «* * .' « a t a n c o está protegido
controla
de1
perdidos na deben ser declarados como tales inmediatamente, sinol ninguno de » estos esa «coincidencia», » " ^ u e l o s grandes
que deben ser «cancelados» cuando los ejecutivos del BanCo así lo J
dispongan. Los préstamos malos pueden convertirse en buenos de | “década
1S1T TdelA tsetent
e n t a no tenían opcion.
otorgado n0
una manera muy simple: prestando al deudor el dinero necesario |
para pagar por lo menos los intereses de la deuda mala, de manera |
que no sea necesario que el Banco declare que la deuda es m ala.;|
Cosa de locos, pero absolutamente cierta. 1
Bien, todo esto era muy triste (el lado del activo en el balance de 11
los grandes Bancos norteamericanos), pero cuando se unía al lado § y obtener mas y da vez más cortos. ^¿more presente, i
del pasivo, la situación era sencillamente criminal. . 'J depositantes, a P\a™S % la insolvencia estaba sKmp P w 79
Porque, como Banco, es posible tener todas las deudas sin pagar * De este modo el w sg o e intensldad a prm«P Unidos ■
del mundo: mientras nadie se entere, la gente seguirá depositando
> IÍeS!utae°ro1 ™ mercados ^ “ P f ^ ^ h a c e r l o , para
dinero. Esta situación puede mantenerse oculta indefinidamente. * porque el «mero y evos depósitos, lema h abó f1Scal de
Si alguien desea retirar su dinero, el Banco no necesita cobrar í obtenía ca^ üresupuestario federal ,tado: sencilla-*
deudas para reponer esos fondos; de ninguna manera. Financia financiar el def P 00 o.OOO.OOO millones. R . suficiente para
esos retiros obteniendo nuevos depósitos. j 1979, a lc a n x a b a ^ e .» ^ . «o ^
Este era el sistema clave para la supervivencia del sistema i mente, a los .........crédito
;bancario. Cualquier banquero les dirá que ningún Banco se va al refinanciar sus m0 nd S tnes S n viables bables las líneas de
diablo porque tenga deudas sin pagar en sus libros. Lo que mata a proporcionar a sus sucedería cuando Yamant
un Banco es la escasez de liquidez (de dinero en efectivo) para
pagar a los asustadizos que aparecen en la puerta. La forma clásica
de evitar este problema es prestar a corto plazo y recibir depósito a
largo plazo. En otras palabras, el banquero cauto concederá » s,re“ ' p" ‘1“
préstamos a un año y recibirá depósitos por dos años. Esa es la 193
m ^m
w m m S ssx

llamado Jehová,Alá, o como fuese, había concedido otra tregua.


El hecho es que El brindaba el Efectivo.
Cuando el jet Araíncó aterrizó en el JFK ése frío día de enero,
debo decir que me sentía feliz. Me gustó Nueva York. Era la mejor
ciudad de la tierra. N o había lugar que se le pudiese comparar. Se
sentían las vibraciones incluso antes de abandonar la pista. Mis
sentimientos sobre esa ciudad se confirmaron una vez más cuando
entré en el edificio del aeropuerto. Puse medio dólar en la máquina
y obtuve un ejemplar del «New York Daily News». Evidentemen­
te, les había llegado la noticia. El titular decía: «Bien venido, sheik:
¡Nos hundimos!» Se lo mostré a Yamani y se rió. Debo decir que
Yamani opinó que NueVa York era encantadoramente ocurrente,
como yo siempre he pensado. Ahí estaba Exxon, esperando, en el
viejo estilo. J. J. y Yamani llegaban en el mismo vuelo de Aramco:
La gente de Nueva York debe haberse vuelto loca para tratar de
que -todo estuviera en orden: no menos seis de los más grandes
automóviles inventados por el hombre, y un contingente de por lo
, menos quince guardaespaldas de los más enormes que he visto.
Todos parecían los de la última fila de los trabajadores del aceró
de Pittsburgh. Y no perdieron el tiempo. En menos de cinco
minutos habíamos salido del aeropuerto y estábamos en el camino
de acceso. N os dirigíamos a la intersección de la Sexta Avenida y
la calle Cincuenta y Cuatro, edificio de la sede central de la Exxon.
; , Todo el grupo de ascensores que iban a los últimos pisos del
edificio habían sido detenidos a la espera de nuestra llegada. J. J. y
todos sus camaradas subieron en ellos al piso cincuenta y uno, a
jas más lujosas oficinas del mundo. Nosotros (es decir, Yamani,
Reggie y yo) fuimos a algunos pisos más abajo, al sector de
Aramco, situado muy convenientemente en el mismo edificio de la
Exxon.
El decorado era grandioso. Lo primero que llamaba la atención
era un gigantesco retrato del rey Khaled, luego montones de
grabados árabes, por último fotografías de las cañerías al
descubierto en el desierto. Cuando se juntaban los petroleros
norteamericanos y los sheiks árabes, el resultado en materia de
decoración de interiores era increíblemente absurdo. Pero lo que a
la decoración de la oficina le faltaba en términos artísticos, lo

194
- , , . j n los arañes eran igumc¡>. j . •>■ *•“““* ■ " ; — 5 ue -
‘“‘J L m o s al Piso cincuenta y uno a almorzar con el y los otros ; ¿
d t c t ó S £ la. Exxon. Yamani rehusó, gradas a Dios. N os ;

p lu?m im erabnamada fue al hombre universalmente reconocido „


momento como cabeza del mundo financiero norteamerica- , - , 3
6n d señor Randolph Aldrich, presidente del Consejo, presidente -
0 orincipal funcionario ejecutivo del First National Bank^ ; > ^
America. La muchacha que me habían asignado en Aramco me ^
f u ñ i c ó con él en cinco segundos. En épocas pretéritas me
llevaba cinco días conseguirlo. , ' ?Y
—Hitchcock —casi grito— , ¿donde estas.
__En la ciudad, Randolph. ¿Cómo estas? .. ,
_Pasó por alto el saludo.
__¿En qué parte de la ciudad? ' ■ ^
—El Edificio Exxon. ^
—Quiero verte ahora mismo. -';
—/Cómo no, Randolph? Para eso te llamaba.
_ / En tu casa o en la mía? —juraría que esa fue la prim erajez . ■
~j
míe Aldrich hizo esa pregunta en esos últimos diez anos, .
incluyendo la época en que el presidente de los Estados Unidos le
llamaba para verle.
__En la mía —respondí en seguida- O sea, en las oficinas de
Aramco.
—Sí, ya sé. ¿Cuándo?
__Digamos... dentro de una hora.
- —Perfecto. ¿Quién más estafa allí?
—Nadie.
Eso le gusto. .. • • .
—Bill, mantengámoslo así, por el momento.
—Seguro, Randy. , .,
Y- N o ¿ije adiós porque Aldrich nunca decía adiós, Cuando
terminaba de hablar simplemente colgaba e í receptor. Debo decir
que admiro esas pequeñas cosas.
Sesenta y un minutos después Rañdolph Aldrich estaba en mis
oficinas de Aramco.
—Cada vez que vengo aquí —dijo, pasando por álto cualquier.
tipo de saludo— me pregunto qué pensarán los judíos de la vereda
de enfrente cuando miran por la ventana. .
En la vereda de enfrente estaban las sedes de las tres redes de
televisión norteamericanas.
' Decidí no hacer ningún comentario por dos razones: primero,
era un chiste muy viejo; segundo, mi novia pertenecía a esa
religión. Y tercero* ahora que lo pienso, me gustaban mucho más •
t; ios judíos que los Aldrich.
í* Aldrich se sentó del otro lado de mi escritorio.
—Bien, Hitchcock, vamos al asunto de una vez. Ya tenemos
noticias.
r Por supuesto que las tenían. Por Dios, si esa conversación
secreta en la campiña inglesa había tenido lugar veinticuatro horas
atrás. En otras veinticuatro ya estaría impresa, palabra por
palabra, en tipografía catástrofe.
—¿Cómo está el mercado? —pregunté.
—Por encima de los dieciséis puntos. ¿Qué esperabas?
Exactamente eso. Los trusts del Banco se estaban preparando
antes de que comenzaran las acciones que eran realmente ,
importantes. Pero no exageraban para no hacerse evidentes. jQué
hermoso mundo!
—Bien. Antes de «ir al asunto», Aldrich, ¿puedes decirme qué es
concretamente lo que has oído?
—Que finalmente los sauditas van a hacer negocio. Como te
adelanté en Francfort, ¿recuerdas?
—Recuerdo. Pero, ¿con cuánto? -—quise saber.
—Ya llegamos a eso, paso a paso.
—Pero antes me gustaría sugerir algo.
—Adelante.
—Quiero que organices una pequeña reunión. Para mañana por
la tarde. A las tres y quince. Aquí.
—Muy bien. ¿Quiénes deseas que vengan? , ¡¡tí

196
§e lo dije. Dieciséis hombres en total. Yo había escrito sus
„¿mbres a mano.
Te entreguéla lista. La examino.
^_pe acuerdo. Creo que podré hacer que todos vengan, excepto
, en — Larsen era el director de General Dynamics.
^ i-zQ u é pasa con Larsen? —pregunté—. ¿No está en el país?
^ S í. Pero falleció ayer por la noche. Haré venir a su segundo
^ t achó a Larsen en la lista y anotó a otro en su lugar. Fin del
ceñor Larsen.
^-permíteme el telefono. ,
Empujé el aparato hacia el. Llamo a su Banco, marcando ^
rYiísttio el número.
ml-M arjory —dijo, dirigiéndose a su secretaria, de cincuenta y
nueve años, valla que yo había tenido que superar
oportunidades en, el pasado, lo cual era como atravesar el Mon
Blanco sin tú n e l-, quiero a algunos muchachos aquí, en

a -
“ ¡ E » í i S í t o » ! ! ! ! * ^ p u ,« p —
con un papelito.

vosotros ahora mismo —me refería al pago anticipad P


noventa días de petróleo crudo, como arregláramos con J. •
i Inglaterra. Ya disponíamos de ios fondos
__;En qué términos? — pregunto Aldnch.
- C e r a nn poco, por D ios. Apenas he comenzado. Esto es
; algo especial. Quiero tratarlo primero.
—¿Recuerdas aquel negocio italiano que tú torpedeaste?
-¿ Y o ?
■" . —Tú.
—Bien*6 está^otra vez sobré el tapete. Con una pequeña
modiTicadón. Nosotros... cuando digo «nosotros» me refiero ...
__Ya sé a quién te refieres. Adelante.,

197
I ljl^

Y -p Bl®n- V{*mos a comprar todo el activo del ENI en el extraiern


? Mecnstenstem
L ^ s S n o que l T ? como comprador
u e actuara T“ La oneraHn« »
; hacerse inmediatamente. Desde ayL se ha
quinientos millones de dólares. Todo pagado El A v e n d r á en
;■ prestamos de cinco años. Queremos que formes un consoróo nara
e í dínero.03 préStamos' Como he d ic^ ’ te proporcionaremos todo
Y ‘—¿Por cinco años?
¿No, no? Sobre las bases corrientes
v —Imposible.
~ 7 7 ^ ? ’ Aldrich, esto es parte del paquete.
Y Aldnch lo meditó.

' —Hay una razón • ^ , T Hdkectaf lente? ¿p" a qué nos necesitas?
HmPr 7 y * , ° desean los sauditas. Les gusta prestar <?n
i to e r o a corto plazo. Eso ya lo tendrías que f a b Y AldrLh
' o ^ 7 sT c o n t nC°S PreStCn a la rg 0 P > - o a m e d 7 o p 7 o
« Bancos q ^ “ "° ^ ^ BanCOS-
—M uv’h i l ° c ° ,eS° 1311135 veces <5ue me d* náuseas.
Muy bien. Entonces, ¿para qué crear problemas? Fía t ^ oc,
• maneras, todo el activo del ENI será presenmdo c l o filnza

.Pero ¿puedes garantizar que los sauditas renovarán sus


^ -S eg u ro T a m í 32? cuando.venza el préstamo a cinco años?
- ¿S r esTa d feen cia T rantaa YamíWÍ Y ^ SÍ insiste5-
m
A ,Bastan*f buena. Queremos el ocho por ciento por nuestra
préstamo iL T h7 pUedeS j>edir eI P°r ciento s o b T e l
P U diferencia de dos puntos. Esta bien, ¿eh?
—Mira, corremos un riesgo.
—Claro..
Perfectamente. ¿Algo más?
~~SÍ- Nos gustaría que entraras en el Consejo del Holding
l®¡¡Sl
198
¡§8
S8S*

r jechstenstein de reaseguros. LóS sáüditas no quieren publicar el


¿echo de que éste és un negocio enteramente suyo. Tú sabes cómo
eS esto. Tal vez puedas hacer entrar también a alguien de la
Chemical y de Chase. Los honorarios de los directores serán,.,
amplios.
—Muy bien. ¿Quién será presidente?
—El doctor Willi.
El doctor Willi era uno de los más inteligentes, deshonestos y
por tanto más ricos abogados de Vaduz. Por supuesto que Aldrich
le conocía bien.
__Willi llega mañana por la mañana con los documentos. Ya ha
arreglado la parte italiana del negocio.
—-jQuién lo duda! —dijo Aldrich con una mueca-—. Dijiste que
los fondos estaban disponibles. ¿Dónde?
—En Europa —respondí—. El total de los ocho mil millones
saldrán de Bancos europeos. Eurodólares.
—jVan a chillar!
—Espera a oír el resto.
El resto era que los veinte mil millones de dólares que faltaban
serían entregados a los Bancos norteamericanos en las próximas
semanas.
—¿Por qué veinte? —pregunto Aldrich. Una pregunta bastante "
estúpida. ''
—Porque yo lo digo —una respuesta igualmente estúpida. Pero- ^
Aldrich no insistió. 3
—¿De dónde vendrá? '
—De todas partes. Alemania, Suiza, Japón, Francia.,., de las
fuentes.
—¿También eurodólares?
—No. La mayor parte en las monedas locales,
— ¡De veras que los tipos de allá van a chillar!
—Sí. La cosa es difícil.
—¿Qué debo hacer?
—Poner a los futuros tenedores de este lado.
—¿En quiénes piensas?
—En los diez Bancos más grandes de los Estados Unidos. ¿En
quién, si no? Los sauditas jamás, pero JAMAS harían ningún trato ^ ,

* 199
con un Banco que no estuviera entre los cincuenta más grandes del
mundo.
—¿Y cuánto le toca a cáda uno?
—Creo que eso estará basado en el principio marxista de «a
cada cual- según sus necesidades».
Eso le gustó a Aídrich.
—Bien —respondió—. Creo que ya tengo una imagen. ¿Y los
términos?
—Los términos son buenos. Vamos a darles esos fondos al cinco
por ciento.
—¿Cinco? -—preguntó, desconcertado por primera vez.
—Cinco.
—Pero los fondos federales ya van al ocho.
—Ya lo sé. Pero no por mucho tiempo.
—Tienes razón. Bien pensado, Hitchcock.
El hecho era que el dinero más barato de que disponían los
Bancos de los Estados Unidos eran los así llamados fondos
federales. Eran fondos que se prestaban de un Banco a otro a muy
corto plazo, provenientes del exceso de reservas del Sistema
Federal de Reservas. Como resultado de la prolongada enferme­
dad mental de la gente que dirigía la Federación, a pesar de las
dificultades económicas básicas del país, insistían en mantener una
política monetaria restringida, recortando el dinero á los Bancos
porque algún profesor de Chicago Ies había dicho que esa èra la
única forma posible de contener la tasa de inflación. Sin duda era
una forma. Pero de ningún modo la única. De todos modtís era
una teoría simplista, y por eso resultaba atractiva para muchos
políticos, y para la mayoría de los periodistas que se ocupaban de
temas financieros. Además ya tenía cien años de existencia cuando
el profesor de Chicago la enunció, y jamás había dado resultado.
Pero eso a nadie le importaba. La gente de Washington tenía fe;
Pero su poder para imponer esa fe se restringía a los Estados
Unidos. N o tenían manera de bloquear la inundación masiva de
fondos árabes. Y una vez que los miles de millones sauditas
comenzaran a invadir el sistema bancario norteamericano, por
supuesto las tasas de interés caerían verticalmente..., los intereses
para el corto plazo seguramente volverían al cinco por ciento.

200
Aidrich hizo ese cálculo en un segundo.
* D e manera que estos fondos son también a corto plazo
^m entó con una voz que no expresaba una alegría tolal.
■ ^ p o r supuesto. Treinta días como máximo. Pero, por D ios,
. Idrich, no puedes pedirlo todo.
^ y a sé —respondió, enojado.
no olvides con quiénes estamos tratando. Ahora conozco a
«auditas. Son tan responsables como cualquier otro jefe de
'hierno del globo. Vienen a los Estados Unidos, con su dinero
g° a siempre, Las liberaciones serán automáticas.
paÍ-Creo que tienes razón, Hitchcock. Es como dije en Francfort.
n0Sotros se irán a la m... Muy bien. N o me gusta el asunto.
p ro no tenemos grandes opciones, ¿verdad? Aldrich sabía que
o estaba al tanto del estado en que se encontraba su Banco, y
L hos los de Nueva York. , t t ,
1 _ M e parece que no. Pero piensa esto, Randy; ¿que habría
sucedido si no hubiéramos venido nosotros?
ignoró esa pregunta.' Y. preguntó a su vez:
--¿Quién se encargará de dar a mis competidores y a mis colegas
las buenas noticias? , . _ . «'
_C reo que tendrás que hacerlo tú, Randy. Con lo cual
quedarás definitivamente incorporado a las grandes asociaciones
_n0 sé por qué digo semejantes cosas.
o—; Cómo se manejarán las transferencias? —pregunto.
Se lo expliqué. La mecánica sería la misma en todos los casos.
Los fondos se colocarían en la sucursal londinense de cada
institución que recibiera el préstamo, sobre una base fija de treinta
días. Las sucursales girarían los fondos a las sedes centrales en los^
Estados Unidos. Las casas centrales deberían garantizar explícita­
mente los depósitos a nombre de sus sucursales de ultramar. Las
transferencias podían comenzar en tres días y luego vendrían en
forma escalonada, hasta completar los veinte mil millones que se
habían colocado. Yo sólo necesitaba un Estado de los Bancos que
deseaban el préstamo, y las cantidades que podían recibir.
—¿Puedes ocuparte de eso esta tarde? pregunte.
;—Probablemente. ¿Hasta qué hora estarás aquí?
—Por lo menos hasta las seis.
) !
9
Wm
l®¡ü
9 __ J f Uamare. Hablemos un poco de la reunión de mañana,

tratando de formar ün «grupo» saudital


9
9 ü ff p r e lid t ó h r e u n iS 0' ^ ^ defieÜd° d c““° * h>- *****
m» . Pensé en ti, Randy.
9 I
¡ü® ' ~~pinCf ntado' ¿Sabes’ BiI1?> me gusta hacer negocios contigo•V
0 —El placer es mutuo, Randy. g■ v
1#® Volvió a llamar a las cinco. Ya había colocado los veinte m ili
ItevaTífn iL° S Bancos de Nueva York>incluyendo el de Aldrich, se
i¡§Sg! llevaban la mayor parte. Lo necesitaban más que la gente d e í
Oeste, según explicó Aldrich. 4 gente deI /
'Dediqué-Jas siguientes horas a enviar téíex a todas partes d e¿
mundo para comunicar a docenas de Bancos que los depósitos a
c ^ p l ^ o colocados por la Agencia M o n eS ia del R eco de
, .b a .?audUa “ ° se renovarían, y que a la mayor brevedad se les i
'9 hanan llegar instrucciones al respecto. ° se les
O c ^ i 1 Yamani. vino a mi ofícina alrededor de las siete. Se alegró ¡
cuando supo lo que se había hecho. También sugirió que ;
O mterrumpieramos el trabajo por ese día. Había convocado una ■
reumon para la manana siguiente a las nueve, y quería que yo
en el T fcincuenta y « ñ a L i
*’ ^ mam Pensaba Que yo disfrutaría del espectáculo.

20

Esta noche estuve solo en Nueva York por primera vez en mucho
üempo. Me hospedaba en el Plaza, que no era tan extraordinario
&dfdd e T s Pr ° quedaba a P °cas manzanas del edificio Exxon,
ali de las oficinas de Aramco poco después de las siVtp* fm
caminando al hotel, tomé unas cuantas co p a sT e l bar L me qué
r i u L r * fDrtna de beber (hecho reconocido p o r só lo d“
¿ j. norteaiuencanas: San Francisco y Nueva York) v me
i dispuesto. ¿Para qué? Sabía exactamente para qué. Pero ¿se

¡i:: 202
W fL
« te«
9 |||¡§g
9 fisil
¡¡¡¡■¡I ü Ü
„ cuando uno tiene un programa endemoniado para el día ;
b-aC ente?
S^No se debería, pero se hace. De manera que consulté mi libretita
marqné un número. Oí los dos primeros timbrazos y colgué el
y gptor. ¿Para qué portarme como un imbécil? Tenía un
usando mortal, andaba cerca de los cincuenta, estaba preocupa­
do a pesar de la forma en que marchaban las cosas, y estaba a
unto de lanzarme en busca de alguna chiquilla de veintisiete años
P a nevarla a comer a un lugar locamente caro, donde yo de
todos modos no tendría ganas de comer; luego iríamos a tomar
una copa, y yo tomaría por lo menos un whisky de más; finalmente, B
iríamos a su apartamento y yo pasaría el resto de la noche, porqués
Va no se consideraba correcto hacer el amor y salir disparado?;
como en los buenos tiempos. A la mañana siguiente me
despertaría sintiéndome viejo, con malestar por el exceso de
bebida, desdichado y deshecho.
Al carajo con todo, concluí. Llamé a la operadora y pedí una
comunicación con Irán para hablar con Ursula. Cinco minutos
después la operadora me informó que habría por lo menos doce ;
horas de retraso. Cancelé la llamada.
—Mierda —dije, me di una ducha y me acosté.
Me desperté doce horas más tarde. Otra ducha y me sentí como
nuevo; también mi cara parecía nueva. Es increíble cómo puede
confundirle a uno la fatiga. I
A las ocho cuarenta y cinco salí del Plaza, listo para el ataque.
Cuando llegué al piso cincuenta y uno del edificio Axxon, J. J.
. estaba en el pasillo, frente a la puerta de la sala de reuniones,
hablando con Yamani. Al verme se acercó amí.
—¿Cómo anduvieron las cosas con Aldrich, ayer?
I —Muy bien —respondí.
—¿Cuánto dinero traerán ustedes aquí?
: —¿No te lo dijo Yamani?
v —No. N o se lo pregunté. Te lo pregunto á ti.
IfSllSl Cuando J. J. entraba en los laberintos del poder del piso 1
cincuenta y uno, se ponía difícil. Probablemente trataba de armar
algún jueguecito privado en el mercado. Pero, al demonio con él.
Le sobraba el dinero.

203

ll§ ! ! i
—J. J. —repliqué—, si tuvieras algo que ver en esto te habría
invitado. N o es así, y por eso no lo hice.
J. J. siguió adelante como si no me hubiera oído.
—¿Ese asunto del ENI está implicado?
—Tal vez lo ha estado. ;
—¿De manera que pretendéis insistir con esa. locura?
'—evidentemente J. J. ya había meditado sobre la cuestión, y
estaba dispuesto a traicionar.
—J. J. —le dije—, sé muy bien en qué estás pensando. Pero
escucha esto: si tratas de renegar de una sola de las cosas que
acordamos en Londres, Yamani se ocupará de ti.
Se puso rojo. Y decidí terminar la conversación.
—iAh!, y además —proseguí— estamos esperando tu oferta por
esas dos refinerías alemanas. Te agradecería que me entregaras
algo por escrito dentro de un par de días.
. —Hitchcock, modera tus ímpetus. Ese es un asunto entre
Yamani y yo.
—Falso, J. J. Soy yo quien lo maneja. El doctor Wiili está aquí,
para ocuparse de los papeles. Le pediré que te llame luego,
—¿Wiili? ¿Ese sinvergüenza?
—Ese sinvergüenza. Yo siempre trato de conseguir los mejores
X J.
Se alejó a grandes pasos. Con eso, pensé, aprendería a no buscar
apoyo en William H. Hitchcock. El día comenzaba bien.
Yamani, rodeado por Texaco, Mobil y SoCal, había observado
el intercambio. Cuando terminó, me guiñó un ojo.
Sólo tres minutos después llegaron los hombres de Washington:
el jefe de la Comisión Federal de Energía, el subsecretario de
Asuntos Económicos del Estado y el subsecretario del Tesoro.
Todos estaban nerviosos. Al fin y al cabo eran de segunda
categoría. Demasiado jóvenes e inexpertos para los cargos que
desempeñaban. Además estaban demasiado acostumbrados a
encontrarse rodeados por centenares de burócratas alcahuetes, de
m uy limitadas posibilidades. Nueva York, el edificio Exxon, la
sala de sesiones del Exxon, los jefes de las cuatro más grandes
compañías petrolíferas norteamericanas, el sheik Yamani# yo...,
¡sencillamente ese no era su medio, y lo sabían. Pero el único efecto

204
¿tip o encima de todas las cosas, surrihn
o“2“ 0 R e d e c ir se , había perdido la partida antes de tener tiempo
CoBl° ? la boca: Lo cual impidió que la abriera,
de allrI —declaró con marcado acento—, solo dispongo
'" Sen^D esearía que entráramos inmediatamente en materia,
una hora- ó o si fuera alguna especie de roedor que, sin
e l a c i ó n lógica, hubiera ascendido hasta esa sala de
sesiones del piso — a y uno. ^
i "rostro" de° Weatherspoon (el nom tre tampoco le ayudaba
mucho)—, setó^ropraía, le ganaba a cualquiera con
imitación de un

Ca^ e t ° a c t q Gu 3 e s e o presentarie a hac¡a dos


t o //ofínte» era Yamani^ Keggie y, yv- ^ r „-»«/inciív!
«eses que Weatherspoomocupaba^ man0 noté
S t f ^ ^ r S ^ H o m b r e s del Estado y del Teso.o

le siguieron obf d‘™ ^m“ t^ manera _ prosiguió J. J., sin duda

disfrutándole esa exprf ° ne~ ^


ustedes hayan venido que ha valido
n r c u ^ S í i ^ q u e nosotros tenemos que comunicarles

. h Había enfatizado el « n o so teo ^


disminuir para nada el escep y entraban Aramco y los

: > a los Estados


Unidos en el problema de la energía.
, __ t t A cil^nrm cedió 13
lomenzó su ataque. Siete millones aeoarn. y &^

barril°Tres!^osS<te garantía para el precio y la cantidad. Y ahora,


G 'v*

las razones: Arabia Saudita reconocía que sus intereses económi­


cos futuros y los de los Estados Unidos eran básicamente:los
mismos. Por eso Yamani deseaba poner fin a la era dé las
rivalidades e inaugurar una era de cooperación norteamericano
sáudita.
Su presentación fue clara, elegante, y totalmente convincente
Eso pensé. Hasta que se hicieron oír las reacciones.
Sin duda esto es muy interesante --com enzó Wéather-
spoon— . Por supuesto representa un giro de gran importancia" W B
Requerirá estudios, profundos estudios. Porque las ramificacio- I w
nes, positivas y negativas, son obviamente múltiples.
Lo cual no quería decir absolutamente nada. ¡Increíble!
Pero la situación de Weatherspoon era comprometida. Además
(y esto también era increíble) debía mantener el precio más alto
para el petróleo crudo a fin de estimular la exploración y
' desarrollo locales. Diez dólares por barril eran un incentivo más
que suficiente para ello, y todos los presentes lo sabían. Pero el
precio de dieciséis dólares por barril había sido la «solución»
publicamente anunciada por Weatherspoon como respuesta a la
O crisis energética cuando asumiera su cargo unos meses antes.
Luego tomo la palabra el subsecretario de Estado:
O
— Coincido con mi colega. En primer lugar, sería sumamente
O peligroso, desde el punto de vista de nuestra seguridad personal,
desarrollar una dependencia unilateral con una nación para
resolver nuestras necesidades de importación de petróleo. En
segundo lugar, cualquier programa de este tipo crearía, por
definición, serios y complejos problemas con muchos de nuestros
mejores amigos del extranjero, que tradicionalmente apoyan a los
Estados Unidos.
G Se refería a Venezuela, Canadá, Nigeria (y por supuesto a Irán),
G que eran los principales proveedores externos de petróleo para los
Estados Unidos. Estos «amigos» nos habían apoyado en momen­
tos de necesidad... ¡a veinte dólares el barril! Y si se les daba la
oportunidad lo llevarían a treinta sin pestañear.
El único que dijo algo sensato fue el subsecretario del Tesoro.
G Había hecho algunas anotaciones durante la reunión, y habló de lo
G «único que le interesaba.

206
G
G
G M i
r

d i
y o no veo aquí nada complejo, ni nada que requiera estudios.
0 ferta le ahorrará al país tres dólares por cada: barril que,
? St*orte. L° cual significa veintiún millones de dólares por día.
% ¿q siete mil millones por año. Nada más simple. //S i
¡m
V^eatherspoon y el Departamento de Estado tenían cara de
seo. Nada es tan simple.
aS^ q ué arreglos formales se proponen? —preguntó el hombre if¡¡p
lilis
Hel Estado.
_0 n contrato a largo plazo entre el gobierno de Arabia StlÉ
« »
Saudita y Aramco —replicó Yamani—. Nada más. De todas- llp if
paneras creo que será conveniente para todas las partes lililí
involucradas que nuestro gobierno y el de ustedes den un carácter iS¡sjj¡
j¡¡|§¡¡¡¡¡
público a este acuerdo. gM
^ Eso no le gustó nada a Weatherspoon. Porque significaba que la StlISIl
Comisión Federal de Energía sería reconocida como lo que era: un
•v ente inútil. Al Departamento de Estado tampoco le gustó la cosa/
porque había jurado no volver a permitir jamás que la política w¡
extranjera se inmiscuyera en el control de las compañías de m m
petróleo. Dos grandes imperios burocráticos estaban em serio
peligro. Sólo el subsecretario del Tesoro tenía una expresión lililí
complacida. En realidad hacía meses que buscaba la forma de irse 1181#
de Washington. Ahora se le abría el camino. Si lograba meterse en l¡j¡j
e[ coche de Aramco en forma inmediata y total, no había la menor i¡é§íí$
duda de que, cuando lo necesitara, encontraría un cómodo empleo
en Nueva York, en este mismo edificio. isis
/ Weatherspoon, en busca de una salida, en seguida presentó las
/ consideraciones antitrust que surgían de un negocio tan exclusivo ¡al
. de Aramco. Reggie, secundado por el presidente de SoCal, dio una
respuesta inmediata. Cuando, en el pasado, se había hecho un
arregló similar con el Consorcio Petrolífero Iraní, el Departamen-
'tp de Justicia lo había vetado en forma explícita. N o había
motivos para que no se hiciese otro tanto ahora. Allí intervino el i¡ ¡ »
< Estado para recordar el carácter sagrado de los contratos con los ¡¡1 Ü
viejos amigos canadienses, venezolanos, nigerianos, et alter. J. J ÜMfll
respondió que eso no sería problema. El petróleo que habían
contratado allá se desplazaría a otros mercados del mundo...
aunque fuera posible negociar el precio. Esto estimuló al Estado a

207 IS Ip
■ §
i
§pi
üfifr
Sií
m

para N orteam X ic^^aíto^para^ e ^ 6 d° precios (N o s


producirse una crisis en i** ?Er? 6 restó ^ mundo) podrí
- NATO; algo inconcebible COn ” uestros aliados de"'“
ara eso J. J. tenía la respuesta perfecta

' ^ * la BXxo„

' Washington!"3 ^ ^ "StedeS C0™ <encerrhTcerotroTanto en

formular a d e c u a r e n , f e ^ o ^ f d * t 'd L° ^ > “* *


lllÉ il
Presentes. Israel era un o l o m l r l de ‘?dos los petroleros
•mucho más importante: ¡la supervivencia deSf b n 60 discusión era
- , YamanI estuvo allí pasivamente sentía ? Cuatro Hermanas!
h- s S -
asamblea ustedes dijeron^ue qUe aI comienzo de Ja
" S S S í" “ “ » * « £ £ > " '" * “ '“ * • M i
- “ r 4 r " r ; S “ t i r « « , « « , « . *.
agradecería tengan ustedes a hiVn^0/ ^ 8*3’ por tnPMcado. Les
contenido, y soficL“ r. f ^ o t e sobra su
interesan. P amente que el me comunique si le

w S ffin S t;£ d
S “ t í reWÍÓ" L0Schic- de
la cabecera de la mesa a darle la ™ “ ajeros se acercaron a .
" £ ” ■ * » ■ V“ '■ ' ■ r - ;
manijado ¿pB% d ^ ow hflb» «'do
categoría?¿Porqué Yamani y S ? es.*°s üpos de “ ganda
Casa Blanca?. Cuando regresamos a in f^ r ” ld° dlrectamente a la .

208

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nozco. Un hombre bastante agradable. Pero con un conocí- 0
I c jgjjto muy limitado de los asuntos económicos y una capacidad Ü
É 0
| ^ atención también muy limitada para las presentaciones orales,
f g s necesario explicarle las cosas por escrito, en forma simple y 1 0
1
* repetida, para que pueda captarlas. Ahora recibirá mi mensaje I 0
i exactamcnte de esa manera: en tres diferentes versiones escritas, de
0
tres distintas fuentes, con tres distintas conclusiones. Ello le
permitirá: a) entender; b) presentar una cuarta conclusión, que i
O
s
será exclusivamente suya, con lo cual demostrará una vez m ás sus 0
singulares cualidades de liderazgo. 1
1
Excelente teoría; pero no funcionó de esa manera: Los tres §1 0
hombres regresaron a Washington en el siguiente vuelo y a las tres :: ©
II
de esa misma tarde estaban en el despacho del Presidente. El
8 0
presidente apenas miró el material escrito. Porque su mente se
¿entró en seguida en un solo item significativo, y nada más que en 1 0

eso: Estábamos en 1979 y 1980 era año de elecciones. La oferta 8
Saudita permitiría una reducción de diez centavos por galón en el 1 0
precio de la nafta en los Estados Unidos; Por consiguiente no sólo 1
& ©
i
aprobaría el acuerdo Aramco-saudita, sino que lo haría en forma 1
i €)
pública, espectacular e inmediata.
1
Llamó personalmente a Yamani a las cuatro de esa tarde para i f)
8
comunicárselo. Le sugirió que viajara a Washington el día jj
0
éigüiente para hacer el anuncio en forma conjunta. Yamani sugirió
Una espera de veinticuatro horas. El Presidente asintió. 1 .0
11
Yamani me transmitió la noticia apenas recibida en una nota 1 C
que me envió a la sala de reuniones de Aramco, donde yo era j

^ eopresidente de la segunda gran asamblea de ese día. El presidente O

era Randolph Aldrich. ¡Y cómo lo disfrutaba! 1


1 ©
—Señores —comenzó— , creo que hemos salido de la selva, 8
gracias a mi viejo amigo Bill Hitchcock, aquí presente, y a sus 1 ©
i
amigos de Arabia Saudita. i ©
El público estaba compuesto por los presidentes de los otros seis i
0
*?gigantes¿ bancarios multinacionales y nueve de sus más grandes §¡
Hedientes asociados; tan grandes que todos los banqueros estaban 1 0
vinculados con ellos de uno u otro modo. Los nombres de las i
0
compañías: General Motors, General Dynamics, Lockheed,
1 0
„Litton Industries, M cDonell Douglas, Raytheon, Northrop,
í:
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209 1
1 0
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1 0
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General Electric y Colt Industries. Todas tenían una cosa e
común: además de estar entre las más grandes corporaciones df¡
mundo, ocupaban los lugares entre primero y noveno en la lista d |
íÉH
Jas proveedoras de equipamiento militar en los Estados Unidos e f
términos de ventas anuales en dólares. Eran el sector productor del
complejo industrial-militar de los Estados Unidos de Norteaméri.
ca. Sólo tenía dos amos: el Pentágono y los Bancos. Uno de ellos
estaba presente: los Bancos, dirigido por el presidente de lo$|
establecimientos financieros, Randolph Aldrich. De manera q u j
i¡¡®
estaban todos allí.
, Aldrich explicó el motivo de la reunión. Iban a llegar veinte miij
millones de dólares. De ios árabes. Se acababan los días de
estrechez económica. Los muchachos de la Reserva Federal, q u e
habían llevado al país al borde de la ruina, estaban liquidados.
Aldrich sabía que necesitados de efectivo estaban todos, excepto?
■SM General Motors, por supuesto. Bien, asunto resuelto. ^
— Ahora podemos hablar, muchachos —les dijo Aldrich—. Pord
fin tenemos el dinero para mover nuevamente al país. ’
- Y, continuó, ya no sería dinero ai diez por ciento. Suponía que.
Jos intereses podían bajar dos puntos en las próximas semanas.
Eso haría bajar todas las tasas de interés en el país, a corto, a
mediano y aun a largo plazo.
—Y asegurará —prosiguió—, como ustedes saben muy bien,1
que el Dow Jones ascenderá por primera vez en tres años. Mil
pronóstico es que subirá doscientos puntos durante las próximas
seis semanas. Y ustedes entienden perfectamente lo que eso
significa para todos nosotros.
, Ninguno de los presentes lo ignoraba. Sus accionistas les
perseguían desde hacía años, disgustados por la falta del
movimiento en sus inversiones.
'— Muy bien —continuó Aldrich—, creo que no hace falta que
siga adelante. Todos nos damos cuenta del impacto que esto
producirá. Pero, y eso es lo importante en esta reunión, lo que han
W¡¡ oído ustedes no es más que el comienzo. Va a llegar mucho más
dinero, y con tasas de interés aún mejores —lo cual era puramente?
extemporáneo. Pero ¡al diablo!
—Ahora bien —siguió Aldrich—, naturalmente, nadie da nada

210

ai
P c*»bl° de t0d°nrnBrama militar. Quieren aviones —señalo a
a Mediato para su P™gmma ™ „ “ s _ « * dedo apuntó hacia;
& O P i a h 0tte m ¡r d e apoyo -e s to dirigido a Raytheon
^„eral h'l“^ ” J barcos de ustedes —a I.ttton • *°
■V —referido a Colt Industries—. Se^qut
(¿cítiso armas peq fecibidó ésos encargos. Lo ahora.
‘¿ b e ^ t a s l muy simple: ¡entregas! Ellos recben las
l^ ean los sauditas es ni > >' os. Con pagos

1 T c ^
eS--IvÜra! Raiidy Cunto todos saben.
Nuestra marina posee seis. Los ¿
pero Ira v.¿. Todos sobrepasan a los sauditas. ;¿v
SOí ° S “°sta cuestión -in te r v in e -. Deseamo^ que eso camb .
—Bien, dígaselo al Pentag° “°mofe^ q u e ustedes se lo digan al
—Eso haremos. Lo que <1"“ ®® y qe se lo digan a la Casa
Pentágono. Todos ® ?^ es ^ ^
Blanca también mire cuestión —dijo Aldnch—• Ahoia,
- E s a es prec.samente £ AfeeJ_ ei típo de General
Bank -H a n k era el de Litio se fflurió- y Jim -q u e
Dynamics que había reempla creo que debemos ir
era el importante, el de Gene exnoner el asunto,
todos a la Casa Blanca estaae® a"Q yEn j ^ d a d no necesitaba el
- - a General Motors no le gas^ o.prever el iiituro? Después de
dinero de nadie, Pe~ ¿ í f ?d° d abPaj0. En esos días todo era
.todo, Chrysler se habia ” uf y¿ creo que pensaba General
posible. Por lo menos eso <* 1 ‘J ™ J ° ° ión de su cara.

Hasta Aldrich asintió. ombre era Abraham Silber-


Pero entonces hablo Abe <su nuu
s-s#-Schmidt).'
211
como sugieren ustedes.POdemos Ignorar a ísrael sin más ni más;
' Z p ™ r qué no? “ Preguntó General Motors
d e s p I a z a m to to p o tS del * f azamiento. ° P°r lo menos Un
árabes. P Cla1, deI «luipanuento militar de Israel a lo"
-J - Z ^ hl “é?r preguntó General Motors.
- NNoo las
i ! f van
: 6qUe pasaría
a usar si Ias
contra “san contra
Israel 1
IsraeP
• el*
usted „o entiende lo que s u c e d e ! ^ r e s p u e s t a - . Creo qllc

¿N o s e d a que proponemüs

es ahora bueno
Uredos es bueno para I s L í ¿ . S , ' ’” 6” 0 ^ '° S Estad-

^ u e S ^ ^ ^ ^ ^ d a aadie le importaba, i
Como no indicaba en ningún m m in t 1^>1 a nota de Yamani.

sí« rt1"™
en los Estados Unidos s ig n if ic á r t e le ” e’ P^ ÍQd®,a gasoUna
qum,entos mil coches máf pór afio ' M° tors vende«'a
Había nacido el «grupo» árabe.

21

como no recuerdo "de Ca,eido,scoPio de actividades


comenzaron, muy adecuadamente,

212
sidente ofreció un pequeño almuerzo para Yamani y su
^ itíva (yo, Reggie y J. J.), antes de la conferencia de prensa de la jjgaa
C° de. Todo el asunto fue presentado como un gran triunfo de la
^ ^ ¿ istra ció n , un tributo a su gran habilidad para las negocia-
¡S ili
iones y un punto crucial en la historia. Las preguntas formuladas ^ - íl
§ 1ÉS |
por el Cuerpo de prensa de Washington fueron, por supuesto, M M
^consecuentes, casi todas ellas centradas en cómo afectaría a filias
Israel esta actitud de la Administración. Yamani, con su habitual lÄfcs
Paciencia, se esforzó al máximo en asegurar que Israel no tenía’ ~ s i
Ä
absolutamente nada que ver en el asunto.
Ésa noche, L J. y Exxon dieron la fiesta de las fiestas para los
«•andes del petróleo en el Congreso. Especialmente ahora que e l.
cartel del petróleo parecía ocupar nuevamente la delantera.
A lá mañana siguiente fui a tomar el desayuno con Yamani en~ %
su suite del Hay-Adams, para examinar con él la reacción de la ^
prensa. «The New York Times» dio un informe completo del
acontecimiento. El gran titular de la primera página era objetivo:
«Arabia Saudita firma un contrato con los Estados Unidos». EL ^
título del editorial proporcionaba la interpretación: «¿El fin de la
OPEP?» El editorial mismo sugería que los signos de interrogación
pronto resultarían superfluos. Si Arabia Saudita conseguía lo que
quería, el cartel de la OPEP sobreviviría, a lo sumo, unos meses ** ^ 4
más. Con una recesión mundial cada vez más- profunda, la /
competencia resultante para los mercados de Occidente podría ' 5 l
muy bien conducir a una saturación mundial y a un colapso en
precio del petróleo. Era gratificante observar que la paciencia y la
moderación con respecto a Oriente Medio y no la militancia
propugnada por algunos, habían producido este resultados sEI
director del «Times», insistiendo sobre un tema que desde hacía
años era su favorito, resumió el aspecto monetario:
«Durante años —‘decía el artículo—, los profetas del desastre se Wm
dedicaron a propagar el gran mito: que las naciones de la OPEP
iban a acumular cientos de miles de millones de exceso de dólares WÊË
poniendo así en peligro toda la estabilidad del sistema monetario
mundial. La situación actual demuestra qué equivocados estaban.
Venezuela, Nigeria, Argelia... todas ellas se han convertido en, ;
deudoras en los mercados mundiales de capital, en la medida en mm« 1
que sus necesidades de importación sobrepasaron sus ganancias
por el petróleo. Con el inminente colapso de la OPEP, su situación^
se deteriorará aún más. Eso es todo.» ,
«Es cierto —continuaba la nota-"-, que hubo, y aún hay, una 4
excepción. Debido a su particular situación, con sus enormes
ingresos por el petróleo y su limitada población, ese país árabe'. J¡
todavía tiene una reserva bastante grande de: los así llamados M
fondos sobrantes, que tal vez alcanzan a más de cien mil millones, i
aunque nadie conoce la cifra exacta. D e todas maneras, es una
cantidad insignificante en relación con la provisión total de dinero
de Occidente, y por tanto no se puede decir que represente un
elemento potencialmente destructor en los mercados financieros
mundiales. En efecto, parece que los saüditas han advertido que ya
® no es fácil encontrar un mercado para su petróleo crudo* o un
9 puerto seguro para su montón de dólares, que es bastante xi
limitado. Hay rumores de que Wall Street se ésta inundando de j
9 ^fondos saüditas esta semana. J
.9 »Es gratificante que los hombres de Riyad actúen con sensatez.
Es de esperar que los profetas locales de la- catástrofe hagan lo
' t> smísmo.»
O «The Wall Street Journal» contribuyó con su sabiduría sobre
estos asuntos bajo el título: «Dinero árabe, ¿Es peligroso?» Los
■O
redactores de los titulares en Nueva York hacían abundante uso
9 de los signos de interrogación ese día. El editorial declaraba lo
• siguiente: \ . ‘i
«Como ya todo el mundo sabe, los árabes nos dan petróleo y
nos dan dinero. El petróleo nos viene bien. Pero ¿qué haremos con
el dinero? Es un hecho conocido que los árabes tienen tendencia a . j
invertir sus excesos de fondos a muy corto plazo, introduciéndolos
en el sistema bancario norteamericano a través del mercado de
eurodólares, ¿Qué sucederá, se preguntarán los asustadizos, si de
pronto comenzaran a sacarlo? ■
»Hay dos :respuestas a esa pregunta. En primer •, lugar,; ¡los
susodichos:fondos no son tan grandes: veinte, o a lo sumo treinta s«
mil millones de dólares. Según las pautas de Nueva York, aún
menos. Por cierto que un retiro brusco crearía problemas, pero no
sería el fin del mundo. En segundo lugar, ¿dónde irían los árabes

214
, „dos? ;A l peso mejicano? ¿Al cruzeiro brasiteno? p
ron suS ^ l os árabesV n terminado por descubrir que el dplar
n ;fícilniente'l,i- v aue el sistema bancario norteamericano es el
Í l ^ nf ^ t ^ g S T y viable como para absorber sus
t ic o lo secura y provechosa. Lo único que nos queda por
fo»doS, t ^ por q S h w tardado tanto en descubrirlo.»
pregnníar.f l0P pe„sé. Tal vez mal informado; ingenuo, estúpido. ,

¿ Sf d"t0 dBÍ " Sy £ Ídnna vez que puse todos los

periódico^ ^ afirmativo con la cabeza.


H A h o r a ^ Ü o - le toca al sultán Aziz hacer su parte.

""Lo Itárí^bn Abdul Aziz, ministro de Defensa del reino de


£1 s«lta había legado discretamente la noche anterior. E
arabia Saud > 0>tí,mpnfe Su avión aterrizó en secreto en la
tealidad m^ a medianoche, y pernoctó en la
A m para no denunciar su nombre ni su presencta en los hoteles

de Washing^n. alrededor del mediodía.


S l r H U c I S - ^ ij o el sultán Aziz al v erm e-, su amigo
me dice que embajada
Mi amigo era ¿ 8™eral ^ g ; jo compaaero de borra-

especie de sonrisa. sa lu d ó -. Esta mañana


-¿ Q u e tal. b>l° tipos de aUÍ están furiosos.
estuvimos en el | ba n auténtica inocencia.
-¿P orq ué?—le.piegunww No sé a quienes

i& iw sS ss? * »
veinte tipos del Congreso hicieron lo mismo.
. iM¿Qüé tiene contra los sauditas.

215
— En realidad, nada. Es que siempre ha tenido que preocuparse
por Irán. La teoría del Pentágono es que el Sha es el gran
estabilizador de Oriente Medio. Por eso recibe armas, mientras los la más granuc ^ g do a un cuarto de la ^
sauditas reciben promesas. Pero nada más. Supongo que usaste td o s lo s « t ^ o V f f l t o b t o s del Cuerpo mayor de prensa de
, tipos bastante contundentes para esta tarea, Hitchcock.
Blanca y a todos los m em oro ^ también el secretano de
Creo que a General M otors, Exxon y Lockheed podía Washington men0® " nJ medianoche desapareció en la
llamárselas contundentes. pefensa ^ f ^ ^ n * embajador, para una pequeña
Esa tarde el sultán Aziz¿ Yamani y el general Falk fueron bibU° S ó t efp rivad o. Una vez terminada la fiesta, Zahed
invitados personalmente a la Casa Blanca para recibir las buenas « S a i Sha un largo mensaje en código. ^ siguiente de la
nuevas en forma directa del comandante en jefe. También estaba Salí de W ashington N ue Y ^ djcho Yamanit ahora
allí el secretario de Defensa. Se le indicó que se quedara una vez
que se hubieran retirado los visitantes sauditas. llegada del sultán A ziz- C? * . ¡ soj0 g n W ashington había
—Bien —dijo el Presidente—, ¿aún tienen problemas sin
resolver?
—N o, señor Presidente. Estoy totalmente de acuerdo con su de­
cisión. Pero quizá hay un pequeño asunto que ha pasado por alto. j a * - “ S S u S ¡S
—¿Cuál? . '
' '—Israel. Y quiero sugerirle algo al respecto, señor. Creo que -trrrs rS S S t* ^ . - rs s s L S S l
S a Estados U m doaL a ^ “ ^ a n tic ip á n d o m e a -,
sería muy apropiado que usted se comunique con el primer
: ministro israelí y le explique. Con tacto, por supuesto. Durante el mes d e.dl?l®“ b vactuando según las instrucciones del
todos estos acontecimientos gyo habia concentrado
—¿Explicarle qué?
príncipe heredero Fah y d de nuestros depósitos en
—Que los cargamentos de armas que enviaremos a Arabia cuidadosamente los vMcimi ^^ y pnna.piM.de
' Saudita de ninguna manera representan una amenaza para Israel. eurodólares en las ultima - *„eilcia Monetaria del Remo
Que su propósito es únicamente de defensa, y que...
" —Mire, yo no voy a hacer nada por el estilo. Tienen que W febrero de 1979. Asi, por ejemplo, la Agencia^v
d ? £ a b ia Saudita S " B a n H ^ c f o r t . H día
marcos
IÍHBb
áprender de una vez por todas que no les debemos ninguna t ¡f ||^
explicación. Que sepan cuáles son sus límites. Y punto. alemanes el 25 de en®r0> ;" , n cabie desde Riyad (duplicado del
’ 24, el Deutsche Bankreci ^ la red de comunicaciones de í ü
Una semana después, un carguero salió del puerto del Golfo con
mensaje enviado a Riya P de la Sexta Avenida y la calle mm
veinticuatro flamantes bombarderos «F-4» hacia el puerto Saudita 5=1
- de Jedda. Después partió otro del puerto de Great Lakes, también ■Aramco desde el E d il indicaba que transfiriera el capital Bag
con destino a Jedda, con setenta y cinco tanques de batalla «M- Cuarenta y Cuatro) don cuenta de marcos alemanes en la
y el interés acumulado a nuestr Londres, en la fecha del |(¡¡lj
60». Cinco «Hércules»; despegaron de Los Angeles hacia el
aeropuerto internacional de Jedda en el mismo período, cargados sucursal del siguiente. ^Simultáneamente solicita-
'con tres diferentes tipos de misiles tierra-aire. m
« á1»
' Al mismo tiempo, inexplicablemente, se interrumpieron los
l suministros de armas de los Estados Unidos a Irán, Israel, Egipto.
Turquía y Corea del Sur.

- - 216
dólares. Yo ya había hecho una venta previa de esos marcos en
1978 con muy buenos intereses. En efecto, recuerdo que sólo con
ese; pequeño negocio obtuve más de dos millones de dólares de 'papeie ‘Vivida que continuaba la tendencia bajista, ei eieu-u ^
ganancia por la diferencia en el cambio de moneda. Bien: al First i ' días, a ® ,os mercados de seguros, a plazo más largo y a ínteres §
extendió a ¡ndustrialeS) bonos municipales, bonos del Tesoro,
National City de Londres se le indicó también que retuviera los
recibos de los dólares adquiridos con la venta de los marcos hasta fijo- B° ” aron de precio. Y el mercado de valores..., si, el mercado
nuevo aviso. El siguiente paso consistió en preguntar a la dirección todOS.br S míe había sido el más miserable de los perdedores de r
d^ V^ f? ú r tó té tod ala década del setenta, por fin comenzó a .
del Chase Manhattan de Nueva York qué ofrecerían por los ciento #
noventa y dos millones que ahora quedarían depositados en ' val°res_ directamente para arriba. El promedio industrial del, ,
Londres por treinta días. Claro, en teoría yo había prometido esos mover era de setecientos noventa y ocho el día que Y am aniy-
fondos por aproximadamente el cinco por ciento. Pero ¿y qué? D a r n o s a Nueva York. D os semanas después era de
Chase ofrecía el cinco y medio, y lo comunicó por télex a Riyad. y° -fntós noventa y cinco. El volumen de las operaciones, q u e;
Simultáneamente yo mandé un télex a Riyad para indicarles que ^ m e d ilb a cuarenta millones de acciones por día, ahora Uegaba a .
*
aceptaran la oferta y solicitaran al First National City de Londres r u s e n t a y seis millones: un récord de todos los tiempos. A te .
que transfiriera los ciento noventa y dos millones allí depositados ° 1 S a del mercado estaban las compañías aeroespaciales, las
a la sucursal de Chase en Londres. Esa sucursal, al recibir los c.abez áreas (ahora salvadas del colapso), tes, compamaS|
fondos, inmediatamente hizo transferir la cantidad (con una linte n1iferas naturalmente, y las fábricas de automóvil^,; tam bieij
simple transacción contable) a los libros de la casa matriz de . ^ t f S e Y por supuesto los Bancos, especialmente los-
o Nueva York. Al día siguiente, los ciento noventa y dos millones, • "findes sobre todo los multinacionales, los que teman su sede en
' m >eva York- porque una vez desaparecido el fantasma de la caída
o más ocho millones para redondear los doscientos* salieron del
Chase, retirados por el tesorero de United Airlines en derechos de - ? ”ÍoS ¿ancos nomo resultado de la inyección masiva de d o t e s
o giro, y fueron transferidos a la cuenta de M cDonell Douglas en el ' • írabes todo el mundo ardía por sacar tajada de aqudlas
Securíty Pacific Bank, Los Angeles, como pago por aviones que ' • !; J te k liia d ü ih a s de hacer dinero; los grandes Bancos.
Q V/!- : “" S c o c k era la novia de Wall Street: Pero la desgracia era que
habían sido entregados meses antes, que United Airlines no podía
# pagar porque tanto ellos como sus Bancos estaban demasiado no tenía tiempo de disfrutarlo. Lo digo con pena, y a manera de
escasos de efectivo para hacerlo. m n S op ara tes que han elegido mi carrera. Aprovechen la buena
^Multipliquen por cien este proceso, y sabrán exactamente lo que racha cuando llega y disfrútente hasta la última gota, porque,
yo hacía en Nueva York en el período entre el 29 de enero y el 15 cuando termina (y én mi caso terminó, como en todos los casos), se
de febrero de 1979. Como ven, la vida de un banquero no es va para no volver.: Pero yo había caído en la misma euforia que lo
siempre divertida. Hdemás Con petróleo barato y dinero barato, ¿quien podía.,
Ahora bien, a pesar de lo que habían declarado «The Wall ^ S e r n o s a m í y a Norteamérica? Me sobraría tiempo para,
Street Journal» y «The New York Times», cuando se hace entrar disfrutar de nii fama y mi fortuna. „„¡versal
dinero en Nueva York como yo lo hice en aquellas primeras: v por supuesto que la alegría no era en modo alguno universal.
semanas de 1979, se produce un impacto. ¡Y qué impacto! Los europeos estaban tan furiosos que casi resultaba conuco. N o
Obviamente, lo primero que sucedió fue que el costo de los ' V esto era lo curioso, contra los «toditas, sino contra 4 *
fondos federales se fue a pique. Luego los Bancos de Nueva York . norteamericanos. HabíánjnaD iauM sidouuuai^ i«^ ^------- ,
traicionados, <
r fieles
„ , a vt ____ —
Norteam rirr^omtí»
érica durantetantn tiem
tanto oo.po,
tiem veían com
veían o se
com les les
o se
bajaron sus primas a un cien por ciento en una semana. Las tasas

_ 218 219
arrebataban los dos componentes principales de su sangre: el
dinero y el petróleo. Todo habla sido maquinado por los malditos
norteamericanos, quienes, perseguidos por la mala suerte durante
toda la década del setenta, trataban ahora de volver a escalar a la
cima pisoteando al resto del mundo. Europa, que al aceptar con
tanta nobleza la ayuda del Plan Marshall, después de la segunda
guerra, colocando así a Norteamérica en la posición en que estaba
en esos momentos; asesinada, por la espalda por una daga árabe
guiada por una mano yanqui.
No hay nada para unir a Europa como un enemigo común. D e
modo que no sólo lös franceses echaban espuma por la boca: los
alemanes, los británicos, aun los italianos (a quienes habíamos'
salvado de su desastre económico con nuestros seis mil millones dé
dólares) estaban allí echando pestes. Ahora los italianos sostenían
que los norteamericanos habían empujado deliberadamente a
Italia al borde de la bancarrota para poder llevarse la mitad de su
ENI como botín.
Mientras Estados Unidos recibía una buena tunda de sus
amigos de Europa; también los sauditas recibían la suya de sus
amigos del resto del mundo árabe. En cuanto se conoció la noticia
del negocio petrolífero con los norteamericanos* el coronel
Muammar-el-Gaddafi, gobernante de Libia, pasó a ocupar el
lugar principal como vocero de la OPEP, designado por sí mismo.
Convocó a una reunión especial en Trípoli. Por supuesto, lös
sauditas no asistieron. Cosa curiosa: tampoco asistieron los
iraníes. De manera que Gaddafi llenó el vacío. Los sauditas
—dijo— no eran más que satélites de lös Estados Unidos. Y no
porque los sauditas lo desearan. No; era una situación impuesta
por el grupo gobernante fascista de Khaled-Fahd-Yamani-Aziz,
que se habían convertido en lacayos del imperialismo norteameri­
cano.
Los Estados Unidos -—continuó Gaddafi— obviamente habían
declarado la guerra a la OPEP. Aprenderían por las malas que ésta
era una guerra difícil y que no tenían ninguna posibilidad de
ganarla. Al imperialismo en todas sus formas le había llegado la m
hora. Lo cual ya se había comprobado en el Líbano, en Irlanda del ü¡
Norte, en Portugal, en Malta (¿en Malta*!), donde el pueblo había

220
j a los norteamericanos y a sns dirigentes. El clan
defrotaante Saudita pronto aprendería la lección. Habían traicio-
¡¡¡¡§1
goberna_ callsa árabe. . .
nado “ W Argelia apoyaron incondicionalmente la posición de m

(jaddafí- on los cables portadores de todas estas noticias le


rf¿ n té a Yamani qué pensaba al respecto. Se encogió de
, | offltoros. probar nuestra hipótesis — respondió—. Si
' Í o s e " o s no tienen éxito, si no logramos estabilizar a ~ ve*
flu^str, Medio con la ayuda norteamericana, ese area se i í BIIS
«¡ssiPl
mSM
^ v ertirá en los Balkanes de nuestra generación. Y si explota... éiéééII
S su s ultimas palabras fueron casi inaudibles.

o rcnnalmente tomé el comunicado de Gaddafi como uno más


J s u T S S m S habituales. Lo que nó fue tan hab.tual y me Ja
de sl* > Uoctatite fue diie oóco después Gaddafi fue a París, y M i
pr-°m rdea Bonn. Parece que tuvo una cálida recepción en ambas
“á ta le s Por lo visto se desarrollaban dos alianzas sacrilegas a la
Cap Í ,r un lado los Estados Unidos y Arabia Saudita, y por otro,
I f X d " k OPE? y Europa, Lo extraño era que Irán no se movía
en ningún sentido. . . ,
r> h .b „
pn Teherán Y , aparte de la noche en que trate de hablarle p
Lpfntio desde Nueva York, francamente, no había pensado
mucho en ella. Creo qne a las mujeres les cuesta comprender a go
S í Pero demonios, la mayoría de los hombres lo comprenden
S a n d o unoT artici^a de la cacería también
' se trata de pensar o no pensar en alguien. Simplem ente sucede d

- o t o parte si las cosas hubieran empezado a arder en


Oriente Medfo, yo no habría elegido precisamente Khorramshahr
, para hacerles frente.
De modo qne fui a la oficina de Reggie. . .. .. .
—Reggie, tú te manejas muchísimo mejor que yo en este lugar.
- —Ajá. ¿Qué deseas?
;v'vv:

>cW
—Hablar por teléfono con alguien en Irán. Pero no quiero que
me digan que hay diez horas de retraso. ¿Tus compinches de"
Aramco no podrían apresurar la cosa?
—Depende —replicó Reggie—. ¿Es una llamada de negocios o -
social?
—Consíguemela, Reggie.
Tres minutos más tarde obtuve la comunicación con Ursula.
— Hola —su voz se oía muy lejana.
— | Ursula, soy yo! —grité.
-^¡Bill! ¿Dónde estás?
—Nueva York. Traté de llamarte la semana pasada, Ursula,
pero no pude comunicarme. vS-
—N o importa, Bill» ¿Vienes a Irán?
—N o. Pero, mira, pronto nos veremos en Saint Moritz.
—Ya sé. Pero me gustaría que no pasara tanto tiempo.
—Por eso te llamo Ursula. ¿Por qué no te marchas antes allí? Yo ~
estoy atado, aquí, en Estados Unidos, Pero no hay motivo para ■
que tú no vuelvas antes a Suiza. Y entonces me reuniré contigo.
—Las cosas no están tan mal aquí, Bill. Es decir, te extraño
muchísimo. Y detesto la forma en que conducen este país. N o
podrías creer el miedo que le tiene la gente al gobierno, a la policía
y al ejército.
—¿Entonces por qué te quedas?
—Porque estoy tan ocupada que no puedo ni pensar en eso.
—¿Ocupada en qué?
—Bill, todos los días me llevan a Susa. Es sólo una hora de viaje
hacia el Norte. El gobierno me ha dado permiso, a través de papá,
por supuesto, para hacer excavaciones allí. Nada importante, pero
cuento con tres nativos que me ayudan. Ya hemos encontrado
docenas de fragmentos de cacharros dé cerámica que deben
pertenecer al siglo II antes de Cristo, la era proto-elamita. Algunas
tienen claras inscripciones cuneiformes. Le escribí a mi profesor de
Lausana, y me ha dicho que por la descripción probablemente
datan de 1900 antes de Cristo, el período en que los elamitas
estaban casi siempre en guerra con los sumerios... esa fue la
primera vez que la gente de Susa vio escritura cuneiforme. Estoy
empezando a fotografiar todo, y»..

222
_.Ursula, sé que todo eso es muy importante para ti —repliqué,
aue eü realidad me resultaba misterioso—, pero tendrás el
aU to de tu vida para cavar, si lo deseas. Lo que te propongo es que
fo^nterrumpas por un corto espacio de tiempo y abandones Irán
ahora mismo.
—No, Bill, no puedo.
—-¿Por qué no?
__pebo cuidar a papá. Y* además, esperamos una visita.
—¿Sí? ¿Quién?
—Le conoces. Uri Ben-Levi.
^-¿Qué carajo va a hacer ahí?
—Está haciendo algo con papá.
—¿Gon tu papá, o a tu papá?
—¿Cómo dices?
—No tiene importancia, ¿Cuándo llega?
—El cuatro de marzo.
—Bien, que vaya. ¿Qué tiene que ver contigo?
—Ya te lo dije, Bill. Nada.
—Y entonces, ¿por qué te quedas?
—Porque papá me necesita.
-^-¿Sigue entreteniéndose con esos juguetes?
— de eso ahora, Bill.
—Ursula, vi al hombre de Teherán para quien trabaja tu padre.
¿Sabes a quién me refiero?
—Sí.
—Ese hombre es peligroso. Para todos nosotros.
—Ya lo sé, Bill.
—Bueno, habla con tu padre, por Dios. Y luego vete de allí.
—Déjame hacer las cosas a mi manera. Confía en mí, ¿eh?
—Bien.
—¿Seguro que confías en mí?
—Sí.
—¿Y nos veremos en Saint Moritz el dieciocho de marzo?
—Sí. Te llamaré una vez más antes de esa fecha. Para
asegurarme de que todo anda bien.
—Bill...


O
J „tarse lo primero que preguntó fue'. 0
—¿Todavía' me quieres?
—Sí.
*
c
—Yo te quiero mucho. . _. t t á z r s : s K S i i 1
- **' -
T¿ * luf-! r '-repliqué-
' -p<id t e X u é - . iVe á ese tipo que
'está sentado aÜR
c
me Pero cuando colgué el receptor no estaba exactamente eufórico! T pV0 r i- revista «New York». :
1
Ar: Ese maldito Ben-Levi rondando a Ursula, y haciendo Dios sabel^Uefjalé al director
qué cosas con su padre. El hijo de puta. í ^ ^ J a —-respondió^Hesse de la Segunda Avenida.
sen Al día siguiente dejé de pensar en ello. Porque estuve ocupado.? ^ E s el Hf ? ^ Z eressant. T . anes. respetan a la
muy ocupado, completando detalles para el negocio italiano
Habíamos obtenido las propiedades del ENI, e Italia había% H «m ín n « ^ £ f S £ ° Y ahora percibía qne estaba
recibido los seis mil millones: El último paso de toda la transaccióil ..teratura corno
fue la compra de las dos refinerías alemanas de la Exxon. L os| ideado de granaez ^ ^ campo? —quiso saber,
sauditas insistieron en conseguir el mercado alemán, o por lo j _-¿Usted ^ m ü0 la literatura?
menos una buena porción de él, como parte del negocio en Z-íSe refiere al rcampo
conjunto. J. J. lo había logrado. El precio que pidió era por lo no, Pero en otra época, sí.
menos el veinticinco por ciento más alto que lo correcto, pero de
p exactamente.
todas maneras Yamani lo aprobó. De manera que quedamos de A c c ió n . Luego lo abandon .
acuerdo. La otra parte de este aspecto del negocio era que se
yaas _ iQué clasede de m¡s Bancos.
acordara un ligero retraso en la provisión de crudo a los 1
§11111
independientes que operaban en Alemania occidental. J. -J. Podem os
también logró eso. Cómo, no lo sé, ni nadie lo preguntó. Pero una- *a no tanto- 1
semana después estaban en funcionamiento. Creo que, en cierto I habÄ S Ä e n t o r
sentido, nosotros los norteamericanos estábamos arrojando a los
alemanes al medio de la calle. Pero al fin y al cabo se trataba de X é a lT a n o L o que ustedes hacen n o es inteligente.
una decisión de negocios. N o teníamos nada contra los alemanes. decir?
Les habríamos hecho lo mismo a los franceses. todos en Europa.
"lían hecho enojar muctósimo a
Y pocos días después recibí una llamada de mi viejo amigo de Alemania. Los
alemán herr doktor Hermann Reichenberger, presidente del
Leipziger Bank. Estaba en Nueva York y me propuso que almor­
záramos juntos. N os encontramos en Le Madrigal, adonde se
podía ir a pie desde el edificio Exxon, pero que no era exactamente
un lugar de reunión de banqueros: la concurrencia del mediodía la
formaban casi en su totalidad editores que ofrecían almuerzos a~ f PÓSÍtt°otafae lo X ic o sñ o r te a m e r ic a n ^ ^ c o n ^ d m e w ^
los autores, con la esperanza de que éstos, agradecidos, aceptarían
tomado de c t ó ^ segúm ta ^ a l los
cualquier condición. Me senté en una mesa, al fondo, con vista a lo .mente porque usted i i w ^ ^ saldados inmediatamente,
mme
que en Nueva York se considera un jardín. Hermann tuvo que
atravesar todo el salón para encontrarme; su expresión de disgusto
se acentuaba a medida que observaba a esa multitud decadente.
225
224
¡Ü i- ',al aE^ e us""d "«“ u fe -a hech°0 1 f o ? ? Mda> O clu ía m e
iuntne ° ° es correcí°- Tenemoí ó f ,eS c,rcu“ tancias.

H
tomadas en ^ v a d i “ ®0 “ “ que ,,evar a cabo r a ■
kj-** rf ssauditasdictan» & £ a s
, -V e a , Herm Jna Si “o ^ n s f ^ d
£ t Sa"C°S de ^ r " f ’ ° CUalq^ *
« X ^ X ^ o s Cd d,Ce' P ero- e ^ T I asdoe S d e -«vene
Chiman^ tJ lí ados’ P ^ o JIO olvidp ¿ S°*,TaI vez usted
norteamericanos se perhiJi^í tstados Unidos. Y lo
il i
endrán que tolerarlo. Wn‘ Ahora les toca a usted

• Alemania“^ X s t s S o ^ ob? é de acu^ d o con usted .


" ~ ¿ t j enf r0bIetnas- dr empk0- H -ta í
ns¡

lilfi
d5 c ^ -
, W em em fu ste^ stteq te^ u est^ n°Ct° r ReichM b erger- nroh
i® aocionistes en Gelsenberg. ° Banco es ™ ° de los pri’n^ |

fftg 7“? “"

■»«■

81
de- ^ o ® £ " ° p?or casualldad> podria darnos a,8una exp,icactó"
dir® por qué espero que usted nos ayude. Nosotros los
sjempre hemos colaborado mucho con las compañías
gleiuafl as ustedes: Exxon, Gulf, Mobil..., con todas.
P ^ f o la n básicamente nuestro mercado, y nunca nos hemos
rnílt ello. Pienso que nadie desea que esa estrecha y
C oZ Z t e « ii° - pienso <**
tolerante relación se resienta.
__pero yo...
^-Creo que se habrá enterado de la visita del coronel Gaddafí a
Ha convencido a algunos miembros de nuestro gobierno de
sen'a positivo para Alemania crear una relación especial con
^ue aís muy similar a la que ustedes acaban de entablar con
Arabia Saudita. A mi juicio, eso sería muy perjudicial. Económicas
mente, políticamente e incluso...
Militarmente —esa es una palabra que los alemanes nunca
usan cuando hablan con extranjeros.
—-Sospechamos que las principales compañías petrolíferas
internacionales están apretando a la Gelsenberg, y...
Otra vez traté de interrumpir, pero no me lo permitió.
y pensamos que hay una relación entre este acontecimiento
y la toma del sistema minorista alemán de la ENI por los sauditas.
__Los sauditas no la tomaron. Por lo que yo sé —dije—, fue un
consorcio suizo-norteamericano,
j -—Fueron los sauditas —declaró Reichenberger.
\ Me encogí de hombros.
.—Bien. ¿Qué es lo que quiere decirme?
4 C—Cancélelo. Es estúpido.
%—Vea, Reichenberger —respondí—, desde el comienzo le dije
que no soy más que un chico de los mandados. En asuntos como
ése no tengo decisión propia.
—De acuerdo —contestó Reichenberger—, pero tal vez pueda
hablar con alguien que no sea simplemente un chico de los
mandados, como usted dice. Le aconsejo que procure hacerlo;
;áíites de que las cosas lleguen a un punto en que no tengan
remedio.
- —Veré lo que puedo hacer, Hermann.
Lo hice una hora más tarde. Hablé con Yamani.
—N o —replicó con expresión más enfadada que la que jamás le
" £ i“ í f i g r á r v ™ ,„

tas
altamente cualJ^ado Habfe ,Mn ° P° r Unf fiorSisler>^ m bre
Exxon durante veinte años Corrí» . epresidentó primero de; la
del Sistema Z * * eI presid® e
que la Casa Blanea s S '» S a j°
permitir de forma imáneme* w progfama de austeridad al
extranjero en los mercados monpfíf • Un& Inundacíón de dinero
corría el rumor de que d P r e d d ^ t e Í S ? “ ^ 081108- También
diablo. Bien, no sfu ió ^ que Se fuera aI
expiraba en 1986 cuando él tnv¡»r J ’ m renunci°- Su mandato
pensaba servir a su n d í t o l lo “T * 3 y Un afios de «dad, y
de la medicina geriátóea 9 “ '° permitieran los avance!

ciclos económico^ * * *°d° a ^


por el ciclo Kitchin a c n rtn r< \^ porJ a hum anidad, comenzando
a largo P ^ s X b S d o T f o f d o H ? d° C° n d * * * * * *
entraba en un período de DelWo!.ma0 del poz?' 9 ue e! “tundo
especulaciones descabelladas no hacía°«y qU* el_rec'ente brote de
teóricos económicos 10 qUe l0S

El p resien te™ “ el H™ Club,


de mi discurso era: <Ia nuela a lin ! ? 0 6 ?spectácul°- El tema

petrolífera militar. El sultán Abdul A z i ^ Z Z Z Í o ^ T ^

p^plPl 228
o
o
o
o
0
nota de color nativo y también para echar una mirada el
€>
Üluipamiento militar producido por la LTV. Por supuesto el
eCl e^a¡ palk estuvo a su lado (en todo momento) llevando la 1
j f ndera del grupo pro-saudita del Pentágono, y asegurando que si C)
launa vez la LTV necesitaba a un general como consultor,
Ü «nués de un honorable retiro, naturalmente, su nombre ó
encabezaría la lista. o
Bien, todo el asunto fue perfectamente inocuo hasta que
regresamos al Hyatt Regency, donde nos hospedábamos. Recuer­ t)
do demasiado bien ésa escena. Volvimos a pie del Houston C lub,- €)
admirando la arquitectura de la ciudad, que aun de noche es
espectacular. V
_-Sultán —le comenté al ministro de Defensa Saudita—, ésta es
sin duda la ciudad más interesante de los Estados Unidos. Si yo
c
o
estuviera en el lugar de ustedes los sauditas, pasaría mucho tiempo
aquí. Ü
—¿Por qué? —preguntó el sultán. €
—Porque, en mi opinión, Houston es el modelo para las futuras
ciudades de su país. Está situada en lo que era un desierto, f>
increíblemente caluroso y remoto, como el de ustedes. Houston
era un pequeño basurero veinte años atrás. Pero con el
advenimiento del aire acondicionado, vea usted lo que sucedió. Ya O
ocupa el quinto lugar entre las ciudades más grandes de los , c
Estados Unidos. Apuesto a que dentro de otros diez o quince años
o
será la número tres... después de Nueva York y Los Angeles. Y
- está totalmente hecha de petróleo, dinero y aire acondicionado. o
¿Me comprende? f)
. El general Falk, que caminaba del otro lado del sul tán, encontró
la oportunidad de decir algo: <
—Creo que ha dicho usted algo interesante, Hítchcock. Lo que €
realmente se necesita es una comisión de estudio. Tal vez una
pequeña compañía consultora para planificación de ciudades. Por O
, Dios, hasta yo mismo estaría tentado de retirarme y tomar un
trabajito como ese, Tengo muchos amigos aquí. N o se requeriría
más de un par de millones para echarlo a andar, y... o
En ése momento acabábamos de entrar én el patio del
gigantesco edificio, cuando algún imbécil accionó una metralleta.
í)
229 O
o
La había montado én el balcón del décimo pi^o que daba a ese
patio. Fue un disparo muy malo; el único herido fue un policía de
Houston, y. en forma leve. Pero los muchachos de Houston
respondieron en forma espectacular. En cuestión de segundos
llegaron como una jauría hasta donde estaba el de la metralleta,
que escapó de ellos de una manera simple. Se arrojó desde el
balcón y se hizo pedazos contra los mosaicos. Por lo que quedó de
él, a nadie le quedaron dudas de que era un árabe. Pero eso es todo
lo que supimos.
v El general Falk se convirtió en el héroe de la noche. Al primer
estampido cubrió con su cuerpo al sultán y así continuó hasta que
todo hubo terminado. Nadie se preocupó en absoluto por mí, cosa
sobre la que medité más tarde en mi habitación. Es verdad que
«había dos policías en la puerta y como mil alrededor del hotel esa
noche. Sin embargo, cosas como esa le provocan a uno una fea
sensación en el estómago. Falk y el sultán Aziz no se retrasaron en
Houston. La fuerza aérea sacó a los dos de la ciudad un par de
horas después del incidente.
Esa fue la última vez que vi a los dos.
También fue entonces cuando decidí desaparecer un poco de la
escena. N o es que fuera un maricón, pero, ¡Dios mío!, nunca
confié en esos árabes de porquería.
Pasé el resto de la noche tratando de obtener una comunicación
con Khorramshahr. Me la dieron al amanecer. La línea estaba
pésima, pero conseguí transmitir mi mensaje. Deseaba angustiosa-
•mente que Ursula fuera a Saint Moritz antes de lo que habíamos
«planeado. Esta vez ella cedió, porque le prometí que yo podría
«estar allí antes de lo que pensábamos. Sugerí el 4 de marzo. Ella
«dijo el 5. Fue el 5. ¿Dónde, y a qué hora? A las cinco en la estación
•de tren. Le pareció algo raro, pero quedamos en eso.
N o me dormí hasta las siete de la mañana. Contaba con una
«escolta policial para ir al aeropuerto al mediodía. Y en el vuelo a
Los Angeles tomé cuatro martinis.
El motivo ostensible del viaje a Los Angeles era obtener las
condiciones para ciertos grandes depósitos (en esos momentos ya
¡habían llegado a los Estados Unidos más de treinta y dos mil
m illones en fondos de los sauditas a corto plazo, y seguían
An dinero á un ritmo más reducido: un par de miles de
jíegatwi semana), Pero en realidad yo deseaba un respiro del •
m i l ^ ^ o s o del Este. Nueva York es bonita, pero seis semanas
vi s allí es demasiado para un muchacho de California, sin
segÜí.5ntiar el atentado de Houston. , , .MIS
directamente desde el aeropuerto al Beverly Hills Hotel, y,
* ae uasar por recepción hice mi primera parada en el bar
í f p n l o Lounge. Allí estaba Gus, encantado, y listo para,
áe] , rme todos los chistes que circulaban en el ambiente. Hacia
C° 1 auince minutos que estaba allí cuando entraron dos tipos de
oscura y ocuparon una mesa en el área que tema a mis

eS^ O y e , Gus —dije en voz muy baja.


>Sí doctor Hitchcock?
__Habla más bajo, Gus —murmuré. , "
Hacía muchos años que Gus me conocía, y estaba acostumbra­
do a las conductas extrañas, de manera que comprendió en,

S6—¿Qué sucede? —preguntó, también en un murmullo.


—Esos dos tipos. lltlS l
Eché ligeramente la cabeza hacia atrás, como uno ve hacer en
las películas. {
.—Esos árabes. ¿Eos conoces. ^
Gus los miró, me miró y se rió. , .
—/Arabes? Mire, no sé cuál será su problema, pero el de la
- izauierda es el señor Levi, presidente dé la sinagoga de Beverly
Hills. Su amigo es un armenio que vende alfombras, creo que se
llama Faghali. Siempre vienen aquí.
V; * —Está bien, no tiene importancia. Dame otro de esos. ; ,
. (Cantío salí del bar para tomar el ascensor e ir á mi habitaron
Ü® en el tercer piso, había otra persona esperando. Solo. Era rubio,
sin ninguna duda, y vestido muy al estilo de Los Angeles. Pero,

mierdaf pensé, ¿para qué arriesgarse? Me paseé frent®f as5 f ? “
■ hasta que él subió. Y aun entonces decidí ir por la escalera. Al fin y
ai cabo sólo eran tres pisos. -.- ;
Esa noche fui a cenar a la casa de un amigó que conocía a
muchas señoritas de la ciudad. Había varias de ellas ¿n su casa,
pero, sin embargó, volví a ini hotel a medianoche. Me esmeraba un
mensaje. Era dé Falk, para saber si yo estaba bien. Le hablé y le
dije que restaba perfectamente y que desde Houston no había
vuelto a pensar en el asunto.
-5
A la mañana siguiente volé a San Francisco y desde allí fui en
coche a mi casa de campo en Sonoma Country. Es un lugar
pequeño* con varios miles de cabezas de ganado y algunos
caballos, pero tiene un lago bastante grande, lleno de truchas. Era
un día demasiado húmedo para andar a caballo o pescar, de
manera que pasé casi todo el tiempo charlando con Manuel, mi
amigo mejicano-norteamericano que administra mi establecimien­
to. Alrededor de las cinco estaba de regreso en la ciudad y fui al
Bohemian Club en busca de compañía. La encontré en seguida en
la persona del jefe de la Standard Oil de California, Fred Grayson.
Se había corrido el rumor de los billones de Hitchcock, de modo
que pronto estuvimos rodeados por el establishment económico del
Oeste. En realidad el Bohemian Club fue fundado en el siglo x ix
como lugar de reunión para artistas y escritores. Esa noche,
después de la cena, nuestro grupo de ocho incluía dos banqueros
(Wells Fargo y yo), dos petroleros (SoCal y Texaco), dos hombres
dé los oleoductos (ambos de Bechtel) y dos abogados (uno anti­
trust y el otro de impositivas). El único artista del grupo era el 'Si f
mejicano que nos servía. Se podía decir que éramos los dueños del
mundo.
Después de la cena le pedí a Grayson que me hiciera un favor.
Necesitaba hacer uso de su sistema de comunicaciones. Ningún
problema. Me llevó personalmente al piso dieciocho, donde se
encontraba la sala de comunicaciones, en actividad durante las
veinticuatro horas del día como en la sede de las más grandes
compañías petrolíferas internacionales.. Porque no servían única­
mente a una compañía: o a un país, sino al mundo entero.
El caso es que me comunicaron con Aramco de Nueva York,
quienes a su vez me comunicaron con Aramco de Arabia Saudita,
y éstos con Yamani unos tres minutos después. A Fahd no le en-
,contraron. Le dije a Yamani que me iba a tomar unas dos semanas

232
ranso. Suponía qüe como todo marchaba de acuerdo con lo
de des a}-Kuraishi podría ocuparse personalmente de los
técnicos por un tiempo. Le di a Yamani mi dirección y
aS'p6ero de teléfono en Saint Moritz por si alguien me necesitaba.
S ^ a n i tomó nota y luego me preguntó: ^
afectó el asunto de Houston, Bill?
__ípor Dios, no! Simplemente estoy algo fatigado.
Yamani comprendió. r
.y cómo andan las cosas por allí, Zaki? —pregunte,
_ M á s o menos bien —respondió. Y en ese momento se corto la

C°Grayson yÜyo tomamos una última copa en su despacho y nos

SCAl*Amiente día volé a Londres en Pan Am, luego en Swissair a


Zurich, por el ferrocarril suizo a Chur, y con el Rhatische Bahn a
Saint Moritz.
Esa noche Ursula Hartmann estaba en Khorramshahr, hacien-
An las maletas, y también esperando a un visitante... alguien que
iba allá por segunda vez desde que Ursula ocupara la casa con su
oadre: el profesor Ben-Levi de Tel Aviv. Era complicado volar
desde Israel hasta Abadan, pero Ben-Levi no se amilano. El padre
de Ursula fue a recibirle al aeropuerto en un coche conducido,
como de costumbre, por un hombre de la SAVAK.
A las siete llegaron a la casa, bromeando y riendo en la mayor
euforia (algo completamente inusitado en el padre de Ursula, por
lo menos desde que residían en Irán, país que Ursula había
aprendido a odiar furiosamente después de mas de tres meses de
vivir allí). , t .
—Querida mía —dijo Ben-Levi apenas atravesó la puerta— ,
nunca te he visto tan bonita. Ven aquí. , .
Abrió los brazos, y Ursula no tuvo opcion. Pero cuando trato de
besarla en la boca, giró la cabeza. Ben-Levi recibió una mejilla, y
un leve tirón hacia atrás. . ..
__Siempre la misma Ursula —comentó Ben-Levi, con una ligera
disminución en su eterna sonrisa.
—Sí. Y así pienso continuar.
MI

— Ursula —intervino el padre-—¿ pór favor, ház pasar a Uri y


ofrécele algo de beber. Ha hecho un largo viaje. Voy a buscar unos
papeles a mi estudio.
Ursula obedeció.
—¿Cómo está tu amigo el banquero, Ursula? —preguntó Ben-
Levi mientras Ursula le servía el jerez.
— Bien.
—Me dijo tu padre que te encontraste con él en Teherán hace
algún tiempo.
— Sí.
—Creo que trabaja para los árabes.
—Sí. ■
—¿Te parece conveniente?
—¿De qué hablas?
—Si te parece conveniente relacionarte con él¿
— Creo que es mucho más conveniente que la relación que mi
padre tiene contigo.
El padre de Ursula volvió en ese preciso instante.
— {Ursula! ¿Qué es esto? ¿Cómo te atreves ashablarle así a ;
nuestro viejo amigo?
—¿Amigo? ¿Amigo de quién? N o es mi amigo. Sus amigos son
unos generales o políticos chiflados de Israel. O el Sha de Persia.
Nosotros no somos sus amigos, papá.
— {Ursula!
—Papá, ya no conseguirás hacerme callar. Sé lo que estás
haciendo aquí. Y sé que Uri Ben-Levi es responsable de que estés :
aquí haciendo ese sucio trabajo para él.
— Sabes muy bien que estoy aquí por mi propia voluntad. Y coñ \
la aprobación de nuestro país.
— Sí. ¿Y también con la aprobación de tu conciencia?
—¿Qué quieres decir?
—Estás construyendo armas nucleares para Irán. Para el Sha de
Persia. Hace meses que lo sé. Pero también hace meses que
observo lo que sucede en este país. Esto no es Suiza, papá. El
gobernante de este país no necesita esas armas para defensa, como
nuestro país. Tiene intención de usarlas. Para eliminar y asesinar á
otra gente, deliberadamente. Del mismo modo que ha usado todas

234
mm
He qué disponía para eliminar y asesinar deliberadamen- . ¡8É¡
las afl» pio p^ b lo. ¿No has visto lo que pasa en este país? Es
te"‘ trrible como la España de Franco. Es casi tan espantoso
m 1 la Alemania nazi. Como los que mataron a mi madre.
C°m Fsto es totalmente absurdo —respondió Ben-Levi—. ¿No te
, Orienta tontita maleducada, de que en mil novecientos setenta
cuando todo el mundo nos volvió la espalda, solo los m
Estados Unidos, Holanda e Irán, sí, el Sha de Persia, estuvieron g¡¡¡¡¡¡
Ifi
c0íi nosotro^ como i0 hacían tantos judíos norteamerica-
_ hace mucho tiempo. N o les importaba lo que Nixon le estaba
fr ie n d o a su país en ese entonces, con tal de que apoyara a Israel.
Fstaban dispuestos a aceptar a un hombre que no vacilaba en
^inar toda la estructura de su país, de su propio país, solo porque
tie s ta m e n te era amigo de Israel. Pero, ¿cuánto tiempo duraría
esa amistad? Probablemente Nixon estaba loco. Como lo esta e iigasÉlt
üü
hombre que gobierna Irán. Y como las personas al estilo de U n
Rf*n-Levi, que quieren ayudar al Sha de Irán.
Ursula—replicó su padre suavemente—, tienes que compren-
denN o estamos ayudando al Sha de Irán. Sólo le proporcionamos
algunas herramientas que pueden salvar a Israel. apaga
a l__? Matando cientos de miles de árabes? ¿Asesinándoles? |É|¡1|
11*
__]Sf0 es necesario que les asesinemos —contestó el padre. i»
Ben-Levi se volvió hacia el profesor suizo. •. ¡mi
i *
—Se equivoca,-querido amigo. Sólo hay una manera. Debemos
destruirles.^ _ chffló Urguljk_ este hombre está loco. Si el
gobierno israelí supiera lo que está tratando de hacer aquí, lo

^ÜqnsTsto —continuó con calma el padre— en que no habrá


matanzas. Podremos lograr lo que queremos sin apelar a eso. ilü
—N o estoy de acuerdo — dijo Ben-Levi. , , . M I
—¿Quiénes son ustedes dos —preguntó Ursula— pare determi­ SÉpSf

nar esas cosas? Yo sé lo que quiere el Sha. Quiere invadir todo el SlilllS
Golfo Pérsico. ¡Ahora eso es tan obvio, papa! ¿No has visto e
despliegue militar alrededor de Khorramshahr, de Abadan, y al
Norte? Entran docenas de miles de tropas todos los días. i»®®
235 m
i§88
Ips SSiSlü
¡¡¡§1

No hubo respuesta.
WKB$

? S f t s 3 £ = = ;

que eChada' Te aSegUTO


—¿Cómo es posible?
SáfiSI
teüs
■í í r s s t o í í s f s s t á * irete-* • • « *
■"í s s s s — * ” S " 2 S “ ‘ “ »
#
v » ^ ¿ r 2 * , S £ " ¿ s s 1ta " » “ » » »
!¡¡ll¡|8
Se equivoca usted, amigo mío —intervino Ben T^vi
illlügi
S Z ^ ^ Í ^ T T Su P‘an suficientemente bueno
en morir. Y sus bombas tienen que estar diseñadas nara e<¡n
—Eres repugnante. Y estúpido - d i j o Ursula— Y ^ Pf f :
que jamás vuelvas a entrar a esta casa Y no tolerare
—iUrsula!

p a ü o n ü t f ¿ nteShombrePnn ^ march° fflañaüa- Quiero irme en


Y eso h L b quedara aquí Me voy a mi cuarto.

l u e S a ^ r m t X i 6 p T r^dar satir a Ben i f 3 med¡an° Che’ *


noche en un hotel deAbadan ’ quepasaríaesa
tfSggcí
L u íX r tm S g o l^ T lf en silenci°-
_|T od a v ia estas despierta, Ursula? -p reg u n tó su padre.
asm Entonces, ven. Tenemos que hablar
h§p*
6®ft —Ya voy.
± U!° ? l pUés Ursula esta*3a en los brazos dé su padre
Lamento haber tenido que decir todas esas cosas Dero ñn
tema opcion. Y no me arrepiento de nada de lo que dijeP
- P e r o estas equivocada.-Ahora sé lo que sientes con respecto a

236
este país* Peró no hay otro caminó -Silos árabes no son derrotados
ahora, pronto será demasiado tarde.
—-Pero, papá, qué ingenuo eres. Le das un poder inmenso a un
v0 dictador. Finalmente sólo contribuirás a la destrucción de
Israel. Para siempre.
—-Pero ¿por qué piensas eso, Ursula?
—-Papá, tú nunca has participado en política. Estuviste aislado
en Suiza, y ahora hace cuatro meses que estás aislado aquí, en
jChorramshahr. Tienes que cambiar. Tienes que hablar con otra
gente además de los científicos y los militares. Te dirán lo mismo
que te digo yo.
—Ahora no puedo irme.
—papá, yo me marcho mañana. ¿Me prometes una cosa?
—Sí.
—Piensa en lo que te he dicho. Ha de haber otra solución. Para.
Israel, y para todos nosotros. Yo también pensaré en esto. Y
hablaré con la gente.
—¿Con tu amigo el doctor Hitchcock?
—Sí, Pero también voy a leer. Y voy a hablar por teléfono.
—Sí. Ahora vete a dormir, Ursula. Harás un largo viaje
mañana.
Ursula tomó el avión a las siete de la mañana. Llegó a Saint
i Moritz antes que yo.

22
El tren en que yo viajaba entró en la estación de Saint Moritz Bad
a las cinco y cinco, ese 5 de marzo, exactamente sin retraso. Ese
tren para esquiar era suficiente para levantarle el ánimo a
cualquiera, incluso al posible objetivo de un tirador árabe. Había
gente de todas partes del mundo, vestidos con ropa de esquiar y
divirtiéndose enormemente. La zona de las copas era el coche-
comedor, que tenía por lo menos cincuenta años de antigüedad,
con revestimiento de madera y una auténtica chimenea para
calentarlo. La sustancia que se servía en forma predominante era

237
el vino: blanco del Lago de Ginebra y tinto de Valais. Por lom enór
para los extranjeros. Se acompañaba con salchichas suizas, que
también era posible combinar con algún Kirschwasser, cada vez
más frecuente a medida que nos acercábamos a destinó.
Al principio fui motivo de burla, porque iba vestido con traje
azul oscuro, chaleco azul oscuro, corbata azul oscuro y zapatos
¡Zapatos! Pero cuando les expliqué a los graciosos del tren que iba
al funeral de un amigo que se había muerto de tanto hacer el amor
en las alturas, comenzaron a perdonarme mi extraño aspecto. El
resultado fue que llegué con ánimo bastante entusiasta.
Ursula estaba sentada en la estación, sola, y sumergida entre un
montón de maletas. Cuando me abrí camino hasta ella, empeza­
mos por hablar de asuntos triviales.
—Bill —me preguntó después de saludarnos—, ¿dónde nos
hospedaremos? He ido a ver, y todos los lugares están repletos. Y
1 en ninguno he encontrado reservas a tu nombre ni al mío.
v Muchachas prácticas, estas suizas.
—N o te preocupes —respondí, y me senté junto a ella una vez
que el muchacho depositó mi equipaje (un maletín y una cartera,
grande). Ursula le echó una mirada, pero no hizo ningún
comentario, si bien se la sintió un poco tensa los minutos
siguientes.
Entonces llegó Hans.
— Gruetzi, herr doktor —dijo.
— Salü, Hans! —repliqué— . Isch aller bereit?
Ursula se quedó mirándome, llena de asombro. Y no era para
menos, porque yo hablaba en esa misteriosa lengua de los suizos.
Schwyzertütsch, sin ninguna ayuda del Espíritu Santo.
—¡Bill!—exclamó—, ¿dónde aprendiste eso? .
— En la escuela donde estuve de pupilo, querida. En Gstaad —y
, era cierto. Entre los catorce y los diecisiete años perdí mi tiempo en
Suiza, excepto un par de acontecimientos, uno trivial y otro
importante. El trivial fue que más o menos llegué a dominar el
alemán y el francés, y el dialecto local. El importante fue qué;
aprendí a esquiar; a esquiar de verdad.
— Hans —pregunté entonces—. ¿Gertrude está aquí?
— Jawohl, herr doktor. ¡Está tan ansiosa por verle!

238
I

Iftf
•Gertrude? ^inquirió Ursula.
^-Espero que no te moleste d ije-v pero Gertrude y yo
. «pre pasamos algún tiempo juntos cuando vengo aquí.
Sl6Hans indicó a dos muchachos que cargaran las maletas, y
limos. Cuando Gertrude comenzó a frotar sus narices contra mí, iI fwm M
iiS I I
rJrsula batió palmas de alegría, porque Gertrude era un caballo. Y
detrás de Gertrude había un trineo cargado de mantas, con un
cobertor de pieles. . . ' ^ . , -
Hans subió el equipaje, y marchamos. En cinco minutos-
stábamos ascendiendo la montaña hacia la ciudad, y luego nos
dirigimos hacia el Oeste. Era una .de esas noches que compensan ®m
por todos los males del mundo. La temperatura ya estaba bastante'
oor debajo de cero grados; en el aire no había una sola partícula de
humedad; las estrellas, un billón de estrellas, eran las más
brillantes que se hayan visto; el calor de Ursula, la alegría de estar
vivo... ese es el Saint Moritz que nunca olvidaré.
Momentos después, Hans y Gertrude dejaron el camino
principal a la Suvretta House, y allí empezó el ascenso por el largo
y ondulante sendero. ;
__¿Dónde vamos? —preguntó Ursula cuando dejó de ver signo
alguno de civilización.
—Espera y verás, y entre tanto no saques tu mano de donde
está.
Decidí mover ligeramente la mía.
—¡Bill!—exclamó Ursula—, ¿y Hans?
__Bien, si lo deseas... Personalmente yo preferiría que Hans se
quedara ahí adelante, conduciendo.
Media hora después estábamos en una meseta: la Chantarell%
En esa meseta hay dos construcciones: el Chantarella Hotel y el
chalet, la Villa Chantarella, que yo le alquilaba al hotel todós los
inviernos desde 1968. Hans, el conserje principal del hotel, lo
cuidaba durante los meses en que yo no estaba, que eran, la
mayoría de los meses de cada invierno. Pero cuando le enviaba un
cable; preparaba el lugar en veinticuatro horas para habitarlo, con
Theresa, que era ama de llaves, cocinera, sirvienta de mi
guardarropa de Saint Moritz, y capaz de producir las risitas más
desconcertantes que he oído.

239 SiiíSÉt

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y;
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la casa,Esperando.0 ^ CaSCabeles>Porclue “ taba en la puerta de feroz que daba terror. Pero el mensaje era claror si yo estaba 0
---¡Theresa! —grité—, ¡Llegamos! ; 3 faciéndole algún daño a esa buena muchacha suiza, mi castigo c
__n°! —exclamó Ursula. ' sería la condenación eterna. Theresa era muy católica. Pero Ursula
intervino y me salvó. 0
Y T h e r e s ^ v e f 12 o » ? ° t k”^ S‘ü° 3 Gertrude- —N o te preocupes Theresa —fue hacia ella y le acarició una 0
mantas y de Ursula ló&íram^ tf ataíJa, de desembarazarme de las mano-—- Creo que. tu doctor Hitchcock es uno de los mejores
Finalmente b a j é ^ f e f una, risita- hombres del mundo­ c
segun nuestra tradición terminó con T a?razo a Ttleresa, que, Ese «tu» doctor Hitchcock selló la lealtad de Theresa hacia o
asentaderas. * una buena palmada en Jas Ursula para toda la vida y prácticamente acabó con la insurrec­
ción doméstica. Porque Theresa me echó una mirada que decía sin
0
m s o w m £ ‘°r ~ <!hl]l0 Theresa> y ráitas se lucieron c a ip lugar a dudas que me convenía comportarme de forma digna a c
esas palabras. Luego cogió a Ursula en sus manos, le mostró o
Hartmann53 ” que co“ a mi novia, Ursula dónde estaba cada cosa, la ayudó a deshacer maletas, le dijo que
era muy bonita, le preguntó cuáles eran sus comidas favoritas, a o
e hizo P° r breves instantes ” qué horas deseaba tomarlas, qué vino prefería beber... en otras o
actividad, alzó ella misma las dos' *la ta m en te se puso en palabras, se congració con Ursula de una manera repugnante,
daba órdenes a Hans con su v?S maS pesadas mientras mientras yo me quedaba solo en la sala meditando sobre mis 0
■** pecados pasados y futuros. €)
Pero la cena probó a quién pertencía realmente el corazón de
Theresa. Hacía las mejores lasañas del universo. Y a mí me c
chimenea a ^ d M a T v d a s t ^ d ° ba' CáIid°. con la
encantaban. De modo que eso fue lo que comimos. Con dos 0
botellas de Barbera.
Esa noche nos acostamos a las ocho y media. Y a la mañana
0
traído aquí arriba? °°D SU V° Z mUy sena~ ¿Cuántas chicas has siguiente, cuando Theresa llamó a la puerta y entró en la o
—Ursula—comencé—, te juro que... habitación con una bandeja de mediaslunas calientes y café, estaba o
y me beso, y tuvo el buen sentido de decir alegre como unas; pascuas-
Había dado su aprobación. c
M S Í t a “ ”' u ■
“ » w * -» . N o hay mejor lugar ni mejor época para esquiar que Saint ■ 0
Moritz en marzo. He esquiado por todo el Oeste norteamericano y
copas de coñac. .P° r'CS° respondh y me apresuré a llenar dos en todas las zonas de esquí de los Alpes, y créanme que no hay c
~por nosotros ■ —dije : nada que se le aproxime- Porque la nieve es allí perfecta en esa c
época del año: polvo, desde dos mil metros de altura; la
seechó a u o m r - No, no 0
temperatura asciende con el sol; la concurrencia no es completa­
nunca he sido tan feliz. ¡Nunca! ’ ”° sucede nada » a lo . Es que mente inexperta, como en Gstaad, ni exclusivamente atlética, o
como en Jackson Hole, sino una sana y vigorizante combinación 0
i n s Ü ° y 2 ver f e * ¿m da^Sóunt de ambas. Es el lugar donde se reúne en el mes de marzo toda la
gente interesante del mundo. 0
240 o
241
0
0
0
Por la mañana llevamos nuestros esquíes a la estación funicular" cí —dije sin levantarme— . Nos conocimos en Irán........... ;
a pocas manzanas de la villa, en la meseta Chantareíla, los ^ por supuesto. Y después de eso Su Majestad habló de usted,;
subimos hasta la cumbre y allí tomamos la góndola que lleva al Piz Si* Qué bien! ¿Y qué le trae por aquí? ,
Nair. Veinte minutos dé trayecto. Dejé salir primero a Ursula. ^ N ó estoy dé vacaciones, por cierto. , ,
Sólo por verla; Bien, la vi; Alzó vuelo cómo Un murciélago y no se
detuvo ni miró hacia atrás hasta que estuvo a punto de detenerse. Ilperó usted debe saberlo. Su Majestad llega mañana. Siempre
Yo hice lo mismo, con la pequeña eventualidad de una caída en la . " l a Saint Moritz en marzo. ÜSg
tercera curva, en que estuve a punto de desnucarme. Cuándo por VI—Claro _^de veras lo recordé, a pesar de que nunca nos wir*
fin me puse a la par de Ursula y ella advirtió salpicaduras de nieve s a in o s con el Sha en Saint Moritz— . Bien— continué—,
en el cuello de mi chaqueta, me preguntó con una sonrisita: p oero qüe usted y Su Majestad tengan una buena temporada
—¿Caída? m á frasé algo insípida, pero que me liberó dé él.
— Correas nuevas —respondí. Lo cual era más o menos cierto ^¿Qüién; era? —preguntó Ursula, después que el hombre
porque sólo hacía tres años que las había comprado. desapareció entre la multitud.
—¿Hacemos otra? —Un tipo que trabaja para el Sha.
—Por Supuesto. ^ -¡A h U ^ M 7 -7 - / .
De modo que fuimos a tomar nuevamente la góndola. Esta vez —;Un poco más de vino?
esquiamos juntos, y no puedo decir que Ursula haya ido más Hicimos cuatro bajadas más esa tarde, y decidimos dar por
despacio, pero por lo menos pareció admitir que una persona finalizada la jornada. Descendimos esquiando hasta la Chantare-
necesita un poco de tiempo para acostumbrarse a las correas la V ordenamos las Cosas. Theresa nos esperaba con una fuente de
nuevas. Después de cuatro saltos más sugerí que hiciéramos un Bündñédfléisch y Salzis, y ponche caliente, que según ella era la
alto para tomar un refrigerio. A mitad de camino de la cuesta del única bebida sana del mundo.
Piz Nair había un pequeño y excelente restaurante. Allá fuimos. __;Quieres salir a Cenar? —pregunté más tarde.
Mis botas también eran bastante nuevas, de manera que lo Hó — respondió Ursula—. Prefiero quedarme en la casa, sola
primero que hice fue quitármelas, y me dejé caer en un sillón.
Estaba soleado y caluroso. Ursula entró a buscar ios refrigerios. C°ESo°hicimós Hasta el extremo dE que miré las noticias por
Volvió con pan, queso y una botella de Aigle. : televisión y conseguí que Theresa saliera para que Ursula pudiera
—Bill — dijo después—, ¿cuánto tiempo podemos quedamos?
— Un par de semanas. C° £ p n í — dijo Ursula poco después de medianoche, en momentos
—¿Y después? en que estaba tendida sobre mí— , ¿puede suceder algo que llegue a
—Bien, después tendré que ir a Riyad o a Nueva York. cambiar «esto»?
Depende. N o nos preocupemos por eso ahora. He venido aquí v—¿A qué llamas «esto»? .
para olvidarme de todo ese asunto de... ■■■■■: 1 —A todo. A ti. A mí. A esta vida. A todo.
—¡Doctor Hitchcock! —exclamó una voz a mis espaldas—.i \ —Bueno... nada permanece igual. . 7 -7
¡Qué agradable sorpresa! ; ' —No me refiero a eso ¿No tienes miedo?
Me enfrenté con una cara de Oriente Medió* sin poder precisar , —¿De qué?
quién era esa persona. Tuve una ligera recaída del síndrome de —De que sobrevenga algo muy serio.
Houston (un leve pánico dentro), hasta que le reconocí. 1 —¿Te refieres al dinero? ¿O a la guerrá? ¿A esa clase de cosas.

. :'7 ■ . 242 . . 7; ’ ' ; . . • ■ ■ 243 v ■ -

im g
—Sí. - tinos cuantos «clic» y me comuniqué con Berna.
sf^Hace: unos meses probablemente te habría dicho que sí. Pero u praUlein, necesito una línea con Arabia Saudita —solicite
ahora¿:. no. Creo que el mundo anda mejor actualmente que en? vád-—• El número es...
todos estos últimos años. De manera que deja dé preocuparte. t ^Z-bo lamento, señor — interrumpió la operadora.
—¿Estás seguro? - . QUé es: lo qúe lañienta?
—Estoy seguro. ; - _-N o podemos Comunicarle con Riyad.
Esa conversación tuvo lugar en las primeras horas del 7 de _ .y a SÓ:ló de las demoras. Tome la llamada y...
marzo de 1979. Me parece increíble cuando pienso en ella ahora. m s __Nó puedo tottíár llamadas para Riyad, señor.
—Caramba^ ¿por qué no? —las telefonistas pueden llegar a ser
A la mañana siguiente sonó el teléfono, por primera vez desde ? las persóiiás niás frustrantes del mundo.
nuestra llegada. Era el tipo iraní con quien nós habíamos topado ' —No hay linéase ,
en la montaña el día anterior. Llegaba el Sha, me dijo, y ofrecía } _ _ y a sé qüé nunca hay líneas. Tome la llamada, y cuando la
una pequeña fiesta esa noche en el Süvretta House. Y o estaba ii ava vuelva á llamarme. , .
invitado; ¿Asistiría? Cómo no, dije, y corté. n l_Usted no me entiende, señor. Se han cortado todas las
— jUrsula! —grité— Ella todavía estaba en el bañó— . El patrón - comunicaciones con Arabia Saudita. N o podemos recibir llama­
de tu papá nos invita a una fiesta esta noche. das hasta qué sé restauren..
;Ursula salió del baño como una flecha. * —¿Cuándo Sucedió eso?
—¿El patrón de mi papá? Bill, ¿de qué estás hablando? ;
—Mohamed. . *’ —¡Ah! --repliqué, y corté.
—¿Mohamed qué? . > Ursulahábíá vuelto a salir del baño, esta vez totalmente vestida.
—Mohamed Reza Pahlevi. —¿Quién ¿ira, Bill? „ , . .
' — ¡Ah, ése! • ; —Nadie. Yo estaba tratando dé hacer una llamada al exterior,
— «Ese» es el maldito Sha de Persia. . y, como siempre, las compañías de teléfonos andan como el
—¿Aceptaste? r
—Claro. ¿Por qué no? ;. Ese día decidimos probar otra área. Tomamos el funicular que
m iba a la ciudad y allí el ómnibus a Pontresina y luego a la
—Realmente no tengo qué ponerme. ¿Por qué. nó vas tú solo? i~-
¡Dios mío! . Diavolezza, una montaña estupenda para esquiar, aunque algo
— ¡Pero si va a ser divertido! ¿Es por tu padré? -—-no habíamos difícil. N os retrasamos un poco para llegar porque la policía
hablado nada sobre el tema desde nuestra llegada a Saint Moritz. obligó al ómnibus a hacerse un lado para dejar pasar a una sene de
—No, en absoluto —respondió Ursula rápidamente—. Muy automóviles que aparentemente se dirigían al aeropuerto de
bien. ¿A qué hora? \ Samedan. Eran cuatro «Mercedes 600» para siete pasajeros y diez
— Olvidé preguntar. De manera que iremos a las ocho. motocicletas de la policía. Los coches ilevaban las persianas
Ursula volvió al baño y yo al teléfono. Deliberadamente había
omitido comunicarme con el Banco de Riyad por unos días, pero —; A que no adivinas quien? -^-le pregunte a Ursula
no era cosa de extremar lo de las vacaciones. Por supuesto que era el rey de reyes y su comitiva real. Perp a los
— Operadora —le dije a la telefonista localM¿ comuníqueme que viajaban étt el órimibus parecía no importarle nada de lo que
con la operadora de Berna para llamadas al exterior. - sucedía. En marzo llega toda clase de gente rara a Saint Moritz.
B
'i A A 245
4 Pasamos un estupendo día en la Diavolezza y regresamos al
/chalet alrededor de las cinco, de manera que tuvimos tiempo de.
' "solazarnos un rato, y beber un chocolate caliente en la bañera llena
de agua caliente...
A las siete y media, Hans y Gertrude estaban preparados para
salir; así que bajamos la montaña hacia el; Suvretta House. El
mejor hotel de la ciudad. Es verdad que el Palace era más
conocido, pero allá iban los nuveax riches. Los herederos de la
riqueza o los títulos, o los que los adquirían a través del
matrimonio, se hospedaban en el. Suvretta. Hácía muchos años
que el Sha lo usaba para sus estancias en Suiza. Cuando todavía
estaba casado con Soraya, en la década del cincuenta* el Sha había
aprendido a disfrutar la práctica del esquí en lós Alpes suizos, y
también a apreciar este particular hotel, con sus bosques de pinos
y la vista al Piz Nair. Pero lo que más apreciaba era la soledad del
gran predio del hotel, donde estaba defendido de las groseras
miradas de los turistas alemanes con sus mochilas llenas de
sandwiches de Leberwurst y saaer Gurken.
En 1968 ó 1969 el Sha compró una villa que pertenecía al
Suvretta. Estaba a menos de un kilómetro al Oeste de la mía, en la
Chantarella, pero más abajo eñ la montaña. Esa noche, camino al
;hotel, pasamos frente a ella y se la señalé a Ursula, que no pareció
impresionarse mucho.
' El hotel estaba iluminado para la noche de gala, y là zona para
.estacionar llena de coches lujosos y de policía uniformada.
Nuestra llegada en trineo no llamó la atención a nadie, Esás cosas
pasan inadvertidas en el Suvretta House. En cuanto llegamos a la
recepción se nos acercaron dos hombres de seguridad que nos
«solicitaron nuestras invitaciones. Como yo no las tenía, no pude MUI
complacerlos. Eso no les gustó nada. Entonces, antes de que
surgieran problemas, pregunte por R olf Muellér, el; gerente.
Apareció casi en seguida. ■ Él
— jHerr doktor! —exclamó mientras se nos aproximaba—
U ff
¡Cuánto lo siento! Ya ve usted, debemos tomar muchas precaucio­ Í8 I1S I
nes, porque Su Majestad está en el hotel esta noche.
Hacía muchos años que yo le enviaba huéspedes, ài hotel, de
modo que nos conocíamos.

246
I¡¡¡S ¡1
wm
-¿Viene usted a cenar?
N o’ ¿n realidad, no. Me invitaron a la fiesta, pero lamentable-

¡¡#81
^ te no tengo invitación; Uno de los hombres de Su Majestad me
T l á por teléfono ésta mañana.
' M e miró con cierto escepticismo, y eso me molestó. Los gerentes
a hotel suizos son muy engreídos, a veces. ¡su
d®_Voy á controlar—dijo, dejándonos allí de pie. r
Ursula; viéndome hervir de rabia, produjo una sonrisita irónica.
^-Inconcebible- — comentó— . ¡Nada menos que el gran herr
doktór Hitchcock llega a la fiesta y...
_Bien, Ürsülá; ya es suficiente. .
Los muchachos de seguridad habían dado unos pasos hacia
trás y nos observaban. Obviamente también eran suizos.
L-Herr doktór —dijo herr Mueller, que esta vez llegó corriendo
n todo Vapor, cótt el iraní del día anterior tras él—, por fiivor,
discúlpeme, él señor Khamesi me dice que, por supuesto...
__Doétór Hitchcock—agregó el que por lo visto Se llamaba
Khamesi—, perdone usted la molestia. Por favor, venga conmigo.
Esta vez fué Mueller el que se quedó allí parado. Ursula me toco
levemente cdri el codo, indicando su placer por esta pequeña pero
agradable victoria. Fuimos al ala Oeste, pasamos por el
guardárrópas para dejar nuestros abrigos y nos condujeron al gran
salón de bailé. Cuando el Sha daba una fiesta, lo hacía con todas
las de la ley: Obviamente llegábamos tarde, porque ya no estaba la
hilera de recepción: Pero no nos dejaron allí plantados; en pocos
segundos apareció una mujer suiza, un poco, digamos, gorda, y se
acercó a nosotros: , .. 9
_jUrsula! --^chilló en el dialecto local—, was machast au fuer.
Das istja eine Uebérraschung! —se apoderó de la mano de Ursula
í y le dio el típico apretón suizo: tres veces, y firme. Bueno, pense, si
•ésta en la clase de gente que el Sha invita a sus fiestas me alegro de
: haberme librado de todas ellas hasta el momento. La gorda giro
sobre sí misma y gritó a alguna persona qué estaba entre la
concurrencia:
—íHanspeter! ,
Hanspeter vino hacia nosotros sin pérdida de tiempo. ¡Punoso.
—Shhh —le dijo a la gordita—, ¡estás haciendo mal papel!
—luego a Ursula—: Querida mía, que haces aquí? Seguramente tu
padre...
-—No —respondió Ursula—, papá sigue en Irán. Sólo vine a
pasar unas vacaciones.
Por fin Ursula hizo las presentaciones y se aclaró todo.
Hanspeter era el doctor Hanspeter Suter, Generaldirektor de %
Roche-Bollinger, compañía para la que el padre de Ursula
trabajaba como consultor. La gorda era su esposa. A mí me
presentaron como un banquero norteamericano. Y punto.
—¿Ya le has visto? —preguntó frau Suter a Ursula.
—¿A quién?
—A Su Majestad —murmuró audiblemente la Suter.
Ursula no respondió, porque de pronto Su Majestad estaba allí,
junto a su hombro derecho.
—¡Querida mía! —exclamó Su Majestad— , jqué placer total­
mente inesperado volver a verla! —luego de lo cual procedió a
besarla sin mucha delicadeza en ambas mejillas—. Me dicen que
está: haciendo usted un trabajo arqueológico muy interesante en
Súsa descontinuó—. Espero que pronto tengamos oportunidad de
hablar sobre eso. En privado.
Bien, no sé quién era el más sorprendido eri ese momento: si frau
Suterj Hanspeter o yo. Tal vez Ursula* porque estaba intensamen­
te ruborizada cuando se desprendió del abrazo real.
Luego el Sha se volvió hacia mí.
—Doctor Hitchcock, qué amable de sü parte haber venido. En
estas circunstancias. Ya nos enteramos del asunto de Houston.
Terrible. Afortunadamente ese loco no mató a nadie.
—Son cosas que pasan —repliqué. ¿Circunstancias?
—¿Qué cosas? —pregunto Ursula.
—¿No se lo contó? —preguntó el Sha---. Trataron de asesinar al
doctor Hitchcock. Y a algunos de sus amigos. Por lo menos ahora
está a salvo aquí. Pero temo por sus amigos.
{ Nadie dijo una palabra, de manera que prosiguió:
—Hitchcock, ¿por qué no viene a charlar un rato uno de estos
días? Me han dicho que somos casivéciriqs.v^ctiuigá a su
encantadora amiga —en ese punto le prodigó a Ursula ütía sonrisa
real y también una mirada real en el escote. ¡El viejo degenerado!
m tm fsSSM mmmgm p e

n ce volvió hacia los Suter y tomó a la señora por el brazo.


^Vengan —les dijo—, quiero presentarles a alguien —y se alejo ~
la pareja de suizos. ' :
l ^ e s t o ? — pregunte.

que hay entre Mohamed y tú.

^ ¿ p óh áe y°cuáñdo se hicieron tan amigos? N o te preguntaré,

CÓrn°Cfeó qué és mejor que nos vayamos de aquí. -


U N o, hoy no he comido —la cogí del brazo y me abrí camino

C° Er^difSente! Donde quiera se posaba la mirada, caviar. Negro


v roio, para romper la monotonía.
' Creo aue comeré caviar —anuncie.
__Yo también—dijo Ursula, como si hubiera otra alternativa.
_Supongo que el Sha te habrá mandado toneladas de caviar
-B ffl, si insistes en portarte como un idiota, a pesar de que te to

aS- P ^ t o ? H te h c o c k - d i j o una v o z - , veo que está usted de


regreso - l a voz pertenecía a Wemer Meier, gerente de la sucursal
incal de la Swiss Bank Corporation. ,
—Herr Meier —respondí—, permítame presentarle
compatriota suya: fraulein U rsula Hartmann. Int.ma amiga de Su
Maiestad. A un tipo como usted le interesara conocerla.
Herr Meier hizo una rígida reverencia. En ese momento rsu

P" S r S ° y o 0pasara por su Banco cuando tuviera


tiempo. Para cambiar algunas ideas. Estaba
recientes actividades. Apasionantes, según el. Le dije que iría, y se

f“ - B i l l —dijo U rsu la -, si lo prefieres, puedo marcharme sola.


De todas maneras no pienso quedarme aquí a oír tus estupideces.
—N o te pongas tan susceptible.
, Z M uy'w em nosX aL os - h a c ía veinte minutos que habíamos
llegado.
249
C9
0
wmmm
{W
1 necesitamos ^continuó— . Si no nos tenemos el uño al
ños silenciosamente por la nieve- prot estamos solos. v,
<1 cómo y cuándo yo... —Sí ^-respondí. ^
9 Francamente --respondí—, ya no me intensa­ y ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra hasta que
o . **** S1‘ S**ño Ursula con todas sus fuerzas-_ Porniip llegamos a casa. Ursula fue directamente al dormitorio. Le dije,
nue en seguida estaría con ella, pero primero iría a la cocina a
» :miprad rePOrqlIe ° dÍ° “ “ e hombre- Es viL Y está destruyendo a servir una última copa para ambos. Además de eso volví a llamar a.
la operadora de Berna. Me informó que seguía sin línea para,
^ J " ! latÓ C0m,0^ Cedió en Khorramshahr en enero- la visita del
Arabia Saudita. -’
9 ^ f UeroUn elS h ^ q“e e “ 6 e n l a delasalacuando
SurSdn dp i f h y appmpanantes y, finalmente, lo que había
Esa noche: nó dormí bien. . ,
S S íd í 7Z Z Z 2 1Z S -» i ' Creo que Ursula tampoco, ¡porque a las siete ya estaba en pie y
activa, mucho añtes de que llegara Theresa, moviendo cosas en la
9 cocina, preparando el equipo de esquiar y haciendo suficiente
—¿No puedes hacer algo? —preguntó luego. - ruido como para que yo me levantara antes de las ocho.
¿Que puedo hacer yo? Lo primero qüé hice al entrar en el cuarto de estar fue encender
la radío: BéíomUénster, la emisora nacional en lengua alemañaV
fe iü d n a 10 * ^ Per° tíe”eS qUe hacer al8 ° lógica Transmitían melodías tirolesas. Pasé a la emisora en lengua
O
francesa:; Sótténs: Los suizos no usan letras para denominar a sus
O s . . ^ IeA|UrSUla’.Pf ° primero debo enterarme de qué es lo uue emisoras, sittó lóS nombres de los lugares desde dónde transmiten.
éran realmente*?« 6 as ,cosas l?lie se dijeron en esa conversación Interesante, pero no demasiado. La Sottens pasaba música de
O ' oÍ,p «i sorPrf ndentes, aunque eso es poco decir Es obvio
.que el Sha sabe mucho más de lo que yo sé 7,0 ■Mozárt ó algo así. Todo menos noticias.
O Hizo un pequeño silencio y agregó: —Estás de mal humor esta mañana —comenzó Ursula.
* ' íBill! ——Ursula chillaba a veces. ;; —Nunca éstoy dé mal humor —repliqué.
Por Dios, Ursula, ¿qué sucede ahora? ú —Bueno: ¿Dónde vamos a esquiar hoy? ¿Otra vez a la
Diavolézza? , ,•
* H É* ~~Í?SDVer?ad que alSuien trató de matarte*? —Tengo una idea mejor. ¿Por qué no sales a hacer compras? -
i ;. **■— — — —¿A las ócho de la mañana? -
>
-w¿Quién- disparó? . —Bien, ve a patinar sobre hielo. Parece un día estupendo para
—Un árabe.
.............. . . eso.: te
* ¿Por qué no me lo contaste? ^ —N o tengo los patines. ■
— N o quería preocuparte . — —Puedo alquilarte, un par. V
0 ____ ____ - ¿ y tú?
fo™ a- ^ ^ o r a en adelante nos
X \ lo diremos todo. ¿Sí? había vuelto —Tengo variás cosas que hacer en la ciudad. Nada importante,
1 a expresarse en un inglés
suizo. podemos ir juntos a Saint Moritz. Y luego encontrarnos para
o — S í—repliqué. - . ;'v'V almorzar. En Hansélmann’s. Reservaré una mesa.
9 Antes de salir hablé otra vez a Berna. Aún sin línea para Riyad.
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En la ciudad le compré a Ursula un par de patines en el negocio de p e modo que... 0
artículos para deportes vecino al Palace Hotel, y la acompasé .—Herr Meier —dije—, ¿qué sucede en el mercado de cambio? 0
hasta el lago. Ya se oía música, y los coloridos patinadores —-Hay una tendencia alcista cada vez más marcada.
andaban dando vueltas por el hielo. Ursula se unió a ellos, como —-¿Eií qué dirección?
0
una buena muchacha suiza, —En contra del dólan 0
Xo ^ a la sucursal de la Swiss Bank Corporation a ver a herr —¿Sí? ¿Y por qué? ;
0
Meier. Los Bancos suizos abren a las ocho; cuando yo llegué a las __Creo que por nerviosismo, como suele decirse; Por el asunto
nueve, herr Meier se disponía a tomar su café dé media máñanáPr ese de Arabia Saudita. No es lógica, pero los especuladores nunca
me invitó a acompañarle a su oficina en los sótáhós del Banco. No actúan con lógica, ¿verdad, herr doktor? —los dos nos reímos.
era nada suntuosa. Los Bancos suizos tienen la convicción de que —-Es probable que alguien importante esté vendiendo —
el lujo corrompe. Pero aunque el mobiliario tenía veinte años de aventuré. 0
antigüedad, el equipo de comunicaciones le habría resultado satis- Meier se encogió de hombros. Siempre había algún «grande» 0
factorip a un astronauta. La clientela invernal de Saint Moritz que compraba o vendía. Al menos según la más común de las
necesitaba estar en contacto con su lugar de residencia habitual O
fuentes: el rumor.
que podía ser cualquiera: Tokio, Johannesbürgo o Los Angeles! — ¿Y el mercado local? O
La Swiss Bank Corporation estaba preparada para atenderlos: en
cualquier idioma, en cualquier moneda, y en negocios de cualquier
•—Sin mayores movimientos. -
—Dígame; ¿me daría apoyo financiero durante veinticuatro
o
magnitud, incluso los muy pequeños. Suiza es una democracia. horas para algo? 0
—So, so, herr doktor —comenzó herr Meier—, ¿lo pasó bien en A los banqueros suizos no les gusta el tema de la financiación, y
la fiesta de anoche? US® 0
financiar por un período de veinticuatro horas sin duda implica un
Estupendo. ¿Qué dice Reuter esta mañana? ■ f)
ftÉSl riesgo, pero.,. :
:No muy buenas noticias. ¿Quiere verlas? —Herr doktor, con usted no hay ningún problema —poseer
M M 0
Me entregó un montón de papeles del télex que había sobre su fama y fortuna tiene ciertas ventajas.
escritorio. Busqué los más recientes. Arabia Saudita era el —Sólo un millón de dólares. Norteamericanos, Por veinticuatro O
principal foco de atención. Las comunicaciones con ese país
seguían interrumpidas, pero aparentemente algunas llegaban.
iP horas.
Cejas levantadas.
. • o
Corrían rumores no confirmados de graves choques armados Ü í® — N o en efectivo —me apresuré a aclararle— . Valor nominal
entre la Guardia Nacional y el Ejército Saudita, dentro de Riyad y „1:1 p para algunos contratos de cambio en moneda extranjera.
en sus alrededores. El rumor agregaba que fuerzas violentamente Cejas normales.
antisionistas dominaban la situación. Tres senadores norteameri­ ip iS t —jCómo no!
canos ya habían pedido que se impusiera un embargo total de ¡Ü H —Bien. Compre el equivalente de doscientos cincuenta mil c
armas a Arabia Saudita y que todos los consultores norteamerica­ dólares en moneda suiza, noruega, venezolana y canadiense. Un 0
nos fiaran inmediatamente retirados del país. La noticia databa de cuarto de millón en cada una.
las últimas horas del día anterior. Ahora eran las diez de la —¿Contra? 0
mañana en Suiza, o sea las cinco de la mañana en Nueva York y —Dólares norteamericanos. 0
Washington, donde todos dormían: sionistas, antisionistas, í^^¿Entrega?.-. - \ . • . . - - ■.
senadores, banqueros, et alter. - ’ —Inmediata. O
O
252 *^ a: 253
O
0
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imer éxito. Los de impositiva sólo me descubrirían con un
hipnotizador freudiano. •
Ahora Meier parecía contento. Había ganado algunas comisio­
nes con los negocios con moneda extranjera, y ahora con el oro. El
café que me había ofrecido valía la pena.
Entró un muchacho con otra cinta de télex. Meier me la pasó
después de leerla. Decía que Zaire anunciaba una moratoria para
toda su deuda extranjera. Zaire debía al resto del mundo unos siete
mil millones; La mitad al Banco Mundial y la otra mitad a los
—Sí. Negro —contesté— . Herr Meier, ¿me haría el favor dé Bancos comerciales de Nueva York. Realmente los árabes y los
llamar a Ginebra y pedir un resumen de mi cuenta allá? El número africanos' estaban; moviéndose.
es cuatro, tres, cinco, nueve, tres, nueve, dos — ese es el número de f i —Herr Meier —-ríije, después de reflexionar unos segundos
mi teléfono particular en California, si se le resta seis al último sobre diversas cosas—, ¿podría pedirle que me permita hacer uso
vv dígito. N o soy ningún tonto. ív del departamento de comunicaciones?
' ' Meier descolgó el teléfono y pidió hablar con Ginebra. —¿Cómo dice?
v—¿El nombre de soltera de su madre? A ¡/AM —Quisiera enviar un télex.
s „ —Nixon —respondí. No era cierto, pero era lo que les había —Por cierto; ¿Otro mensaje a Ginebra?
v dicho a los imbéciles de Ginebra. Siempre soñé con qiie-: —No. A Nueva Yorle —mentira— Tome el tiempoí íSe lo
y confundieran mi cuenta con la de ese señor, en cuyo caso yo pagaré en efectivo. . .
llegaría a ser realmente rico. Pero la suerte me falló otra vez. El —Muy bien ^respondió herr Meier.
balance era de un millón trescientos setenta y cuatro mil Cogí un cuaderno del escritorio de Meier y escribí: «Goldman
quinientos sesenta y cinco francos suizos. • Sachs Nueva York atención Robert Kelly vender todo mi paquete
' —¿A cuánto está el oro? —pregunté. de acciones y bonos cuandó se abra hoy el mercado transferir
— Ciento cincuenta con veinticinco la onza —respondió con inmediatamente la suma obtenida a mi cuenta en el Bank of
toda naturalidad. American San Francisco enviarme la confirmación de todas las
lÉlÉi
—Bien, compre diez mil onzas. Use el balance de Ginebra como transacciones a mi nombre a Werner Meier Swiss Bank Corpora­
¡margen afirm é otra orden. El buen hombre volvió a salir de su tion Saint Moritz Suiza. Firmado William Hitchcock.»
humilde oficinita. Volvió treinta segundos después. Meier cogió el cuaderno, leyó el texto y salió a enviarlo. Mi
—En estos momentos está a ciento cincuenta y dos con treinta y banquero de inversiones del estudio Goldman Sachs lo encontra­
cinco. , _ ría en su escritorio a la mañana siguiente.
' •— Compre — dije. —Herr Meier —dije cuando mi banquero local regresó
Un minuto después volvía con la confirmación del télex. nuevamente—, conozco a Kelly. Vendrá a pedirle confirmación de
', ¿Dónde quiere depositarlo? que yo efectivamente envié ese télex, empleando los códigos
—Aquí en mi caja de seguridad. También quiero colocar allí el -habituales. Le agradeceré que se lo confírme inmediatamente.
dinero extranjero. ? . — Por supuesto, doctor Hitchcock.
- —¿Número? í —Esas confirmaciones comenzarán a llegar esta misma,tarde.
"■ — Diecinueve cuarenta y cinco —ese fue el año en que tuve mi SÉ Me gustaría verlas. ¿Habrá alguien aquí a esa hora?
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.. p e m a n S aen ¿ b J S S Y T ? PT 6‘ baIance anual- Todos Chesa Veglia para tomar Una copa previa a la copa de antes de
cenar, que se convirtió en tres.
Alrededor de las cinco y media regresamos al chalet. Oí sonar el
M>nmigo mismo. P o r q ^ h a b f a ^ S d o t t t a teléfono mucho antes de llegar. Pero siguió sonando.
Era una llamada de Nueva York, del First Bank of America.
en a ^ f / " 3 '3 de los « ás ^ :aqÚél q ue^ ed a —Hitchcock —vociferó Aldrich—, ¿se puede saber qué estás
esqne yo t n S n f o m a c t ó n M e n t i d o í r X “ nafepero°si í ÍO haciendo, hijo de puta?
—Tranquilízate—repliqué.
S a « X = n t bt “ — ¡Nada de «tranquilízate»! ¿Qué estás tramando, Hitchcock?
.—Mira, Aldrich, no sé de qué carajo hablas, de manera que
3 ? S K q n en ^ T n r ^ explícate.
—Prometiste que esos depósitos sauditas llegarían cada quince
a í £ S í r 5 días, ¿no es cierto? ::
—Es cierto.
—Bien. Esta mañana había que renovar cuatro mil millones...
¡Cuatro mil millones! Y no los renovaron.
—Bueno, no te pongas así. Sabes que algo está pasando en
Arabia Saudita. Tal vez no sea nada importante. Pero están
* * a ¿ cortadas las comunicaciones. Si no han renovado es porque no hay
línea.
—Ah, ¿sí? Mira, Hitchcock: nuestra sucursal en Londres recibió
« “ S K S í n S S ' u""1*H““““- ” '“ intrucciones muy específicas sobre esos fondos. Al llegar la fecha
de vencimiento, o sea hoy, deben ser transferidos al Leipziger
-—¿Qirées? mC dÍJ° ’ entregándome un paquetito. Bank de Francfort. •:
—Una cosita. —¿Quién dio esas instrucciones?
—El príncipe al-Kuraishi, director ejecutivo de la Agencia-
Monetaria del Reino de Arabia Saudita. El las dio.
- M n ^ n o 8 n he.rmosís™os! Pero, ¿por qué motivo...? —Mierda.
Ninguno. Quena regalártelos. —¿Cómo dices?
Gracias. Muchas gracias —¡Mierda! —grité. .
—Hitchcock —ahora la voz se oía tensa que antes— , hay algo
más. Nos han advertido, a nosotros y a todos los demás Bancos de
la ciudad, que por el momento no habrá más renovaciones de
n r « E m i f * " ,J" “K . »» » » ™ i-.„ „ »,, ninguna clase de depósito. Ni hoy, ni mañana, ni la semana que
,1
“—■Claro respondí—. ¿Patinaste? viene. •
Nos quedamos en Hanselmann’s hasta las tres, luego fuimos a —Mira, Aldrich, yo no tengo absolutamente nada que ver con
todo esto, lo juro por Dios. Hace cinco días que no tengo el menor
256 '
257
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Ci°n dl0S' N o Puedo comunicarme con Riyad. No sé más mente en Saint Moritz. Hacía frío y nevaba intensamente. El cielo
que tu de lo que sucede allí. Yo...
de la noche parecía cerrarse sobre nuestras cebezas.
- T e creo -resp on dió Aldrich, ahora con voz muy tranquila —Ursula — dije mientras caminábamos desde la estación del
Pero no te preocupes. Seguiré intentándolo. Por lo que vo sé funicular hasta el Palace Hotel , ¿te molestaría si entro un
S n , HbaJ ° Para ’?S Sauditas' Si loS™ comunicarme, estoy momento en el Banco?
seguro de que me escucharan. ¡A ellos no les conviene meterse en .—Por supuesto que no.
estos problemas financieros!
Toqué el timbre, y herr Meier abrió personalmente la puerta. Se
—Claro que no —replicó Aldrich.
sorprendió un poco al ver a Ursula. En realidad, en Suiza el dinero
¿Esto ha trascendido? —pregunté entonces. es asunto exclusivo de los hombres. Pero la dejó entrar.
—Por supuesto que no —respondió Aldrich— , pero ya sabes Tenía un montón de confirmaciones de Goldman Sachs. Yo
como son estas cosas. y y
acababa de vender trece millones en seguros. Hasta Meier estaba
¿Qué dice la Federación?.
impresionado. Ursula no dijo una palabra durante todo el tiempo
h*ih2ES0S lm^eciIes! DiJ'eron que, en primer lugar, nunca debimos que pasamos en el Banco.
ca™ T P ?° 1aS f° ndQS Sauditas- Nos hicimos nuestra propia —Ha obrado usted muy inteligentemente—declaró Meier.
cama ahora tendremos que dormir en ella. Increíble. —¿Sí? ¿Por qué?
Si. Bueno, Randy, me mantendré en contacto. —Vendió al abrir el mercado, en la apertura. Desde entonces el
: ¿Tienes el número de teléfono de mi casa BilP - mercado ha estado permanentemente en baja.
—No. ’ '
—¿Cuánto?
oertuerh«Í!°n Def UéS de C° rtar Pensé que d^ ía estar realmente —¿Volumen? Setenta y ocho millones.
E b do para 1IeSar a un extremo semejante. Inmediatamente ¡Bueeeno! ¿Y el oro? ,
llame a la operadora de Berna para el exterior. La misma respuesta —Ciento sesenta y seis dólares la onza al cierre.
d , teS, Llame a Swjssair. Todos los vuelos a Arabia Saudita —¿El dólar?
desde todas las partes del mundo estaban suspendidos. Ni siquiera —Por debajo del cinco por ciento, promedio, desde esta
hacían reservas condicionales. 4 r mañana.
„ ~ ¿,Hay Problemas? —preguntó Ursula, que había estado —¿Qué dicen los Reuters?
—La Ford Motor Company desistió de una emisión de bonos;
hablaba por teléfono“ 6 ° tr° “ “ * h h“ “ “ ientras
—Sí. anunciada para mañana. Mil millones de dólares, como usted
sabe. .
—¿Tienes que marcharte? ,
—¿Algo más?
ridiculo! ^ n°' Deb° irme’ pero> ¡Dios mío!- no Puedo- ¡Qué —El servicio de cables francés dice que el rey Khaled y Yamani
están muertos,
—¿Qué está pasando en Arabia Saudita? —¿Qué saben los franceses?
es nacía bueno° ^ ^ máS frUStrante‘ Sé que *° ^ue está Pasando no Meier se encogió de hombros.
— Herr Meier, ¿podría enviar algunos télex más para mi?
—Qué vas a hacer?
—Por cierto —mi venta de trece millones en Nueva York me
Nada. ¿Vamos a cenar?
colocaba entre los más poderosos, aun para las pautas de Saint
Nos cambiamos de ropa y una hora después estábamos nueva- Moritz.
258 259
y5-

'■
■yf'
El primer télex fue para Dean Witter, mi banquero inversor de
San Francisco. Era simple: «Comprar propiedad del valle de San
Francisco inmediatamente. Pague hasta diez millones. Insista en
que la operación se cierre antes de las cuarenta y ocho horas. Hay
fondos en efectivo en mi cuenta personal del Bank of America. Le
envío instrucciones para que le transfieran los fondos. William
Hitchcock.»
El segundo fue al Bank of America para que le enviaran los d iez..
millones a Dean Witter, un millón a la Swiss Bank Corporation,
Saint Moritz, y colocar los otros dos en mi caja de seguridad en
billetes de cien.
—Her Meier, ¿quiere que le invitemos a tomar una bebida o
alguna otra cosa? —propuse finalmente.
—Sí —respondió en forma totalmente inesperada—, con mucho
gusto.
• Fuimos los tres hasta el Palace y nos sentamos en una mesa del
bar.
—Doctor Hitchcock —dijo Meier una vez que llegaron las
bebidas—, debo confesarle algo.
—Sí, le escucho.
—La dirección de nuestro Banco está al tanto de las diversas
Vtransacciones que usted ha efectuado hoy.
. —Sí —esta vez la voz no me salió tan cálida. ,
. —También me ha pedido que le informe sobre varias cosas que
sucedieron hoy.
—¿Sí?
—El embajador de su país vino hoy a Saint Moritz. Al
mediodía. Luego regresó a Berna. Visitó al Sha.
—Ajá.
—El embajador de la Unión Soviética estuvo aquí durante
cuarenta y Cinco minutos. El canciller de Alemania occidental, que
está pasando un período de vacaciones en Pontresina, le hizo una
visita de cortesía alrededor de las cinco; Y me dicen que los
franceses están con el Sha en este momento.
—¿Por qué le indicaron que me contara todo esto?
—Nuestros directores en Zurich piensan que usted puede sernos
útil para interpretar estos acontecimientos.

260
-¿Por qué yo?
-por el profundo conocimiento que usted tiene de los hechos
n Oriente Medio. ,,
c __Ivleier —respondí bajo la mirada de Ursula, que tenia el
stro tenso y las manos fuertemente enlazadas—, realmente no
me gusta que me aborden de esta manera. Tampoco que usted me
Controle a mí y a mis asuntos financieros personales. Pero es parte
¿el sistema, ¿verdad?
Meier no contestó.
—-Bien, ¿qué significa todo esto? Podría significarla guerra, un
desastre financiero. O ambas cosas.
—¿Por eso vendió usted en Nueva York?
—Tal vez.
__ ¿Piensa usted que nosotros deberíamos vender?
—Tal vez. Tal vez no.
—¿Los israelíes están detrás de este problema, como de
costumbre?—pregunto Meier. t . .
—¿Israel? j N o sea estúpido! En este partido Israel ni siquiera
juega como peón. Está totalmente fuera.
— ¿Y los Estados Unidos? .
—Sí, herr Meier, ahora está usted más cerca. ¿Hacia donde
saltará el Tío Sam en Oriente Medio? ¿Hacia la derecha?
Meier prefirió responder con una pregunta.
—¿Cree usted que los árabes optarán por retirar totalmente sus
fondos de los Estados Unidos y transferirlos a Europa? .
Esta era la verdadera pregunta que Meier tenía instrucciones de
formular. . , ,
—Pienso que si ustedes los suizos, y los alemanes, y los
franceses, son lo suficientemente estúpidos como para estimular al
Sha de Persia en esto... sí, obtendrían más dinero del que hayan
soñado jamás. Y más aún, provocarán el más serio conflicto en
Europa desde 1939. Ahora, largo de aquí. .
Comenzó por disculparse profundamente, pero al ver que le
ignoraban, se levantó y se fue.
—Bill, él no tiene la culpa —dijo Ursula.
—Ya sé, ya sé. Mañana le enviaré flores.
—¿Hablabas en serio?
É? - í V - ' i

— Sí.
—Pero ¿qué haremos?
—No lo sé.
—¿Y papá?
padre^rSUla ~ respondí~ creo 3ue no haY forma de ayudar a tu
—Si le sucede algo —agregó Ursula—, te sorprenderás de lo que
Ies sucederá a todos los demás..., incluido el Sha.

23

Ei hombre a quien se había referido Ursula, el rey de reyes de Irán


ei biia de Persia, no se estaba comportando como un hombre
malo, sino más bien todo lo contrario, desde su llegada a Suiza
unos días atrás.
„ E1 Sha lleSó a Zurich el 4 de marzo de 1979, sin ningún revuelo.
Como de costumbre, se alojó en el Dolder Grand Hotel. El hotel
quedaba cerca de la clínica médica, donde le examinaban
periódicamente. Su comitiva era pequeña: su esposa, Farah Diba*
sus ñjjos, la dama de compañía de su esposa, el asistente personal
del Sha y unos veinte hombres de custodia. Era el decimoquinto
invierno consecutivo que el Sha visitaba Suiza.
El 7 de marzo, aparentemente en buen estado de salud, el Sha se
ocupo brevemente de algunos asuntos de Estado. Esa mañana
recibió al ministro de Relaciones Exteriores de Suiza, Enrico
R ossí R °ssi tema en su poder el anteproyecto final del acuerdo
entre Suiza e Irán, en francés y en persa. Según los términos del
contrato, Irán se comprometía a eximir a Suiza de todo posible
embargo impuesto por la OPEP en los diez años siguientes y
caso de embargo impuesto por otros productores de la
UPEP, Irán se comprometía a proveer crudo-a Suiza, sobre una
pase mensual, todo el tiempo que durara el embargo, en cantidad
igual a aproximadamente el setenta y cinco por ciento del
consumo normal en Suiza, a un precio no mayor del veinticinco
por ciento por encima del precio f.o.b., Abadan, que había

262
prevalecido, en promedio, durante los tres meses precedentes a la
Suposición del nuevo embargo. N o obstante, sería responsabilidad
la Confederación suiza hacer los arreglos necesarios para el
transporte del petróleo desde el puerto de Abadan hasta las
refinerías suizas. En resumen, un documento espléndidamente
preciso.
Sin embargo, el Sha frunció el ceño mientras lo leía. Porque era:
cierto que, a través de su emisario Shadah Tibrizi, el Sha había
prometido eximir a Suiza de todo embargo futuro, pero ninguna
de las dos partes había hecho alusión alguna al quid pro quo. Esos
detalles en cuanto a cantidad y precio eran adornos de origen
estrictamente suizo. El Sha le señaló esto a Rossi. Este se sintió
muy incómodo, murmuró algo sobre un aparente malentendido*
sugirió que quizá ese aparente malentendido se había magnificado
en la traducción al persa y que la versión francesa sin duda era
superior, etc. El Sha, divertido, observaba al hombrecito. Sin decir
una palabra al suizo, finalmente le pidió dos plumas a su asistente.
Las plumas de oro, por supuesto. Después de firmar, el Sha dejó
que Rossi se quedara con ambas plumas. Mohamed Reza Pahlevi
demostraba una vez más que no sólo era hombre de palabra, sino
también el gobernante generoso, flexible y benevolente de uno de
los recursos más preciosos de la Humanidad.
Después del almuerzo, él y su familia salieron en un jet privado a
Saint Moritz. Inmediatamente antes del despegue, dos hombres
que habían llegado al aeropuerto de Kloten, procedentes de.
Teherán, dos horas antes se incorporaron al pasaje. El Sha estuvo
en la cabina de control durante casi toda la travesía, pero entregó
el avión al piloto suizo antes de aterrizar. El Sha conocía el
pequeño aeropuerto de Samedan: estaba encerrado entre las
montañas que hay detrás de Pontresina, por el Sur, y las de Saint
. Moritz al Norte, y tenía un promedio de uno coma seis accidentes
fatales por año. La mayoría de los hombres de la custodia habían
partido el día anterior, en cuatro «Mercedes 600». Los cuatro
coches estaban en la pista de aterrizaje cuando se detuvieron los
motores del «Lear». También la escolta policial suiza.
Ursula y yo los vimos atravesar la ciudad, y renovamos nuestra ,
relación con Su Majestad esa noche. Todo lo cual estimuló a

263
0
0

perímetro Sur de Rusia, hasta el extremo Sur del Yemen y de 0
Ursula a hablar mal del Sha al día siguiente. Pero aún en la
mañana de ese día, mientras yo reordenaba mis finanzas a través 0
de la red de comunicaciones de la Swiss Bank Corporation, el Sha ^Cuando el Sha se reunió con ellos ese día, tanto el general como
i comandante parecían hombres felices. Y, ¿por que no. 0
continuó comportándose de una manera impecable. A pesar de la
fatiga de la fiesta de la noche anterior, a las nueve de la mañana Controlaban el ejército más grande y mejor entrenado de Oriente 0
estaba levantado y en la ladera de la montaña. Los reyes no Medio; la más vasta y más sofisticada fuerza aérea; una marina
0
esquían solos, por supuesto. Con él estaban su reina, sus hijos y fipxible y moderna. ,
por lo menos una docena de hombres de la custodia. Como buen 1 Además Irán poseía la flota militar operacional Hovercraft mas 0
padre que era, el Sha había insistido en que su familia comenzara Piensa deí mundo (SRN-6 y BH-7 británicos), y un impresionante 0
ese primer día con prácticas en la pequeña cuesta de la propiedad Arsenal de misiles, desde el Hawk norteamericano hasta el Rapier
británico y el Crotale francés. Hasta los nuevo Phoenix norteame­ 0
de Suvretta House, a unos setenta y cinco metros de su chalet.
Naturalmente, herr Mueller había dado órdenes de que el elevador ricanos se habían integrado totalmente al sistema de «defensa» 0
quedara para el uso exclusivo del Sha y su familia durante esa aérea iraní. Para tripular todas estas máquinas, Irán tema un
líf'-g eiército de unos cuatrocientos sesenta mil hombres, incluidas las 0
semana, o todo el tiempo que lo requiriera el Sha. Había dos guías
de esquiadores veteranos para asistirlos. Como es de suponer, ios reservas, que tenían la reputación de ser la más eficiente fuerza de O
chicos protestaron por tener que dedicar tiempo a practicar en una batalla de Oriente Medio (con excepción de los israelíes), gracias
en parte al entrenamiento brindado por más de mil mihtares 0
«estúpida colina», como se las denomina en la terminología suiza,
porque habrían preferido trasladarse directamente a las principa­ norteamericanos que habían destinado a Irán en la decada de 1970
les laderas del Piz Nair. Pero papá se mantuvo fírme. Por lo menos para esa expresa finalidad. t jicuoW
hasta las once, cuando desaparecieron las zonas congeladas. —¿Lo han preparado? — fue la primera pregunta del Sha a los
militares, cuando entró en sus aposentos. ©
Entonces accedió. Le dio un beso en la mejilla a su esposa, acarició
la cabeza de sus hijos, los envió a la montaña y regresó solo al __Sí —respondió el general Khatami. 0
chalet. Lo que el Sha requería estaba clavado en la pared: un gralico
t;! que representaba un listado completo de las armas de guerra en 0
El Sha estaba muy contento. Un comienzo perfecto para un día
perfecto, en el ambiente perfecto: la tranquila, neutral y limpia condiciones de ser usadas existentes en Irán, actualizado al 10 de
Suiza. Un lugar perfecto para planificar una guerra.
. Eso era lo que el Sha tenía programado para la tarde. El chalet
¡U S
íflfH
marzo de 1979. Era impresionante.
Irán poseía cuatrocientos ochenta y seis aviones de guerra listo
estaba adecuadamente organizado para ello. El lado sur de la para funcionar. Entre ellos había ochenta «F-14», el avión militar
estructura tenía la entrada vedada a la familia. Había sido más evolucionado del mundo, fabricado por Grumman; ciento
ocupada por los dos viajeros que se habían unido al vuelo desde n i setenta «Phantom F-4», similares a los mejpres aviones de
vñspfe combate con misiles, con capacidad nuclear como bombarderos de
Zurich: el general Mohamed Khatami, jefe de la fuerza aérea iraní, m
largo alcance para cualquier clima; construidos por McDonell
y el comandante Fereydoun Shahandeh, jefe de la fuerza de m
tspt* Douglas: «221-F-5» construidos por Northrop, con capacidad
choque por tierra y aire para el Golfo Pérsico. Siguiendo la i *
costumbre de los militares, uno de los primeros actos de estas para arrojar bombas de tres coma cinco toneladas. ¿Helicópteros.
personas al instalarse en Saint Moritz fue fijar un gigantesco mapa ■ El Sha tenía setecientos treinta y nueve, desde el «287 UH-U1-
É5Ü 214A» (el principal helicóptero de ataque usado en Víetnam) hasta
en la pared. Sus dimensiones eran significativas: se extendía desde S i
la India, por el Este, hasta el Mediterráneo, por el Oeste, desde el el «202 AH-1J», el mortal «Sea-Cobra», que había salido por
* 265
264
0
0
M
9
9
9 ■primera vez de las fábricas norteamericanas en 1974. ¡Irán poseía yando el Sha requirió su presencia inmediata en su residencia d e. .
9 más de estas máquinas listas para el combate a principios de 1979
que el ejército de los Estados Unidos! ST om o°yase conocían, no hubo necesidad de charlas introducto-
9 • « El Sha se sentó junto a la chimenea, que aun no es a
Los tanques sumaban mil seiscientos sesenta; en la lista
9 figuraban cuatrocientos «M-47», y cuatrocientos sesenta «M-60», "Prendida, e indicó a Sinclair que se sentara a su izquierda.
en__Señor Sinclair — comenzó Pahlevi—, supongo «E» su
9 los mejores que podían ofrecer los Estados Unidos. Pero la
gobierno sigue con gran interés los acontecimientos en Arabia
columna vertebral de la fuerza de ataque iraní consistía en
9 ochocientos «Chieftain» de factura británica, el tanque de batalla Saudita.
más moderno del mundo, con snorkels que permitían a sus __Naturalmente —replico Sinclair. , ■
tripulantes vadear hasta cuatro metros con ochenta de profundi­ _ _ y por tanto también supongo que ustedes participan de mi
dad. Además de los tanques el Sha poseía unos dos mil transportes
blindados para las tropas, la mayoría de ellos de construcción ^ N o podría hablar en nombre de mi gobierno a ese respecto,
soviética; «BTR-60» y «BTR-50». Ambos modelos estaban
preparados para lanzar cohetes. Mí p o r d supuesto^Pero, señor Sinclair, un hombre de su .
La marina iraní no era grande (sólo treinta y nueve barcos), form ación tiene que haber llegado a ciertas conclusiones,
pero siete de ellos eran peligrosísimos: los dos portaviones, el considerando que lo que sucede en ese país es de importancia
«Kitty Hawk» y el «Constellation», arrendados a los Estados capital para los intereses nacionales del suyo.
9 Unidos, ambos de sesenta y dos metros de largo, y ambos capaces —¿Qué es lo que está sucediendo, exactamente, si me permite la
O de transportar noventa bombarderos «Phantom», más cinco de los
más sofisticados barcos de guerra del mundo: destructores PreÍ-M is fuentes, y las tengo excelentes en Arabia Saudita, además
O «Spruance», provistos a Irán por las Litton Industries de de comunicaciones muy directas con ellos, dita
Pascagoula, Mississppi. muy definida en el sentido de que sus amigos de Arabia Saudita
Una lista pavorosa. están fuera de acción. N o sólo fuera de acción, sino en el caso de
El Sha examinó el gráfico, punto por punto, con Khatami, y los principales: el sultán Abdul Aziz, Yamam, y el mas importante,
aparentemente satisfecho, salió de la habitación para cambiar sus Fahd... muertos. Asesinados. Desde hace dos días. .
ropas de esquiador por algo más apropiado para la tarde. —¿Por quién?
A mediodía un «Cadillac» gris se detuvo frente al Suvretta _-Por el príncipe Abdullah y sus partidarios. ;.
Hoüse. En él venía el señor Stanton Sinclair, embajador de los
Estados Unidos en Suiza. Sinclair era un hombre de carrera. —Raptados y luego muertos por una bala en la cabeza.
Había sido el segundo de Richard Helms en Teherán a principios
de 1970, y lüego había manejado los asuntos norteamericanos en — Esta'vWo7 Pero ya no es rey. Ahora el rey es Abdullah.
Atenas, Chile y Turquía, antes de ocupar ese tranquilo y cómodo — ¿Qué seguridad tíene usted de todo esto?
puestito en Berna. Pero a pesar de lo reciente de su designación, se El Sha sacudió la mano con impaciencia.
consideraba un experto en los asuntos de Oriente Medio. Había —¿Cree usted, querido señor Sinclair, que le habría llamado
pasado unos siete años en el territorio, con algunas intermitencias, aquí para comunicarle rumores? -.
y conocía a casi todos los hombres que aún lo gobernaban, —Claro que no.
incluido el propio Sha. Por tanto, no opuso ninguna resistencia —Por supuesto que no.

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0
—¿Desea usted que yo comunique esta información e ^-¿Amenaza? 0
MM
. gobierno?
—Sí. __Sí. Hace años que se contienen a duras penas. Están 0
—Usted dijo que veía con gran alarma estos acontecimientos
preparados para atacarme... con las armas de ustedes, por otra
parte. Bien, Abdullah les dará esa oportunidad.
0
Majestad—continuó Sinclair ’ 0
—Sí. por primera vez el rostro de Sinclair transmitió un agudo
—¿Por qué? escepticismo. 0
—¿Cómo? —preguntó—. Tienen un ejército ridiculamente
—¿Conoce usted a Abdullah? 0
' —No. pequeño.
—Quien apoya a Abdullah es Gaddafi. Abdullah está totalmen­
—Tal vez. Pero ese pequeño ejército, gracias a su país, es 0
probablemente el mejor equipado del mundo. De todas maneras:
te de acuerdo con las opiniones de Gaddafi. Es violentamente eso no viene al caso. Los sauditas no actuarán solos..., no tienen
0
antisemita, violentamente antinorteamericano.
El Sha de Irán hizo una pausa.
por qué hacerlo. Iraq estará encantado de ayudarles. Iraq cuenta 0
con un ejército de trescientos cincuenta mil hombres para
Y también un enemigo de mi país. Y de mí mismo 0
—¿Por qué? ‘ atacarnos. Iraq es nuestro enemigo desde hace muchas generacio­
nes. Señor Sinclair, precisamente usted no puede ignorarlo. O
Porque aspira a dominar el Golfo Pérsico, con todo el poder El señor Sinclair asintió. No lo ignoraba. Sabía también que el
que eso implica. Yo soy el único hombre que estorba sus planes. 0
Sha de Persia tenía un odio profundo por los iraquíes. Porque Iraq
■. me considera su enemigo más importante. • . ®\i era la única nación que el Sha había intentado dominar €>
, ¿Y Norteamérica? ¿Y los recientes compromisos contraídos militarmente durante todo su remado... y había fracasado. No fue;
?u País con respecto al suministro de petróleo a los Estados un enfrentamiento directo. Lo que sucedió fue que a principios de
Unidos? ¿Los cumplirá?
El Sha se rió con ganas, la década del setenta el Sha intentó manejar un colapso del
iSeñor Sinclair! Por supuesto que no.
régimen de Bagdad en forma disimulada, promoviendo una 0
insurrección militar local en Iraq. Los mercenarios que utilizó eran /;
; —¿Y qué va a hacer con el petróleo?
los kurdos, esa tribu del Norte de Iraq que siempre rechazó la
. , ¿Qué hace Gaddafi? La producción de Libia es un tercio, un dominación del gobierno de Bagdad. Durante años las fuerzas de
cuarto de lo que solía ser. Un sexto de lo que podría’ser : , 1:
los iraquíes y los kurdos se mantuvieron niveladas. Pero en 1972 el
actualmente si no se hubiera separado de los occidentales y de Bit ejército iraquí terminó por hacer retroceder al enemigo. En un
Í?d^ elí ef t0idel mun<io*Abdullah hará exactamente lo mismo que
Gaddafi ha hecho ya. Se echará a dormir sobre su petróleo.
lili!
*11
paso desesperado por revertir la tendencia, el Sha solicitó apoyo
i¡® si directamente al presidente Nixon..., apoyo para los kurdos. El ©
—Eso sería una locura. §IS®I embajador de Nixon en Teherán de aquella época, Richard Helms,
Claro. ¿Usted cree que Gaddafi es una persona normal? ¡8 Ü se unió entusiásticamente a la petición del Sha. Helms era un ©
población de Arabia Saudita? ¿El programa de
desarrollo del país? 8181 experto en operaciones como la de los kurdos. Pero había un
problema. Si aparecían armas norteamericanas modernas en­
©
Abdullah les dirá que lean el Corán y cuiden sus cabras. manos de los kurdos en Iraq, los rusos también podían aparecer 0
Como antes. O los fusilará.
—¿El ejército apoya a Abdullah?
por el otro lado... algo que ni el Sha ni Nixon, ni tampoco Helms 0
(aunque esto es algo dudoso) deseaban. Pero Nixon y Pahlevi,
0
Naturalmente. Es su principal apoyo. Y mayor amenaza.
mi quizá los estadistas más tortuosos de nuestra generación,:
O
. • 268 iiSSfS 269
M 0
iStíSíÉS
¡ÉBÜl 0
presentaron una solución brillante: jproporcionarían armas rusas
a los kurdos!
¿La fuente de esas armas? Israel. Ellos habían capturado
enorme cantidad de equipamiento militar soviético en la guerra de
1967. Los israelíes mal podían negarse al pedido norteamericano- ^
iraní: Nixon era el hombre que les aseguraba la supervivencia ;=
económica proporcionándoles petróleo. De manera que se |
compraron las armas soviéticas, y Helms y su segundo de aquella j
época en Teherán, Sinclair, supervisaron la entrega.
El único problema fue que... la cosa no funcionó. Los kurdos :
fueron aplastados, obligados a escapar a Irán, y el Sha tuvo que
tragárselo. Siguiendo la tradición de los dictadores del siglo xx, en $
1975 había firmado un tratado de paz eterna con el gobierno de (
Iraq. Ahora, cuatro años más tarde, podía tomarse la represalia.
Por ambos lados, pensó Sinclair.
—¿Qué piensa usted que sucederá? —le preguntó al Sha.
—Nos atacarán. Conjuntamente. Y pronto.
—¿Tiene usted pruebas de eso?
—Sí. Espere. ,
El Sha salió de la habitación; fue al ala sur y regresó en seguida. :
—Mire —y le entregó a Sinclair unas fotografías aéreas— . Esto j
—continuó, tomando la primera fotografía y señalando el río que ;¡
dividía a Iraq de Irán en el lugar donde ambos países se J
encuentran, en el extremo Norte del Golfo Pérsico— es el río í;
Shatt-al-Arab. Usted lo conoce bien, por supuesto. Ahora observe ;
esta increíble concentración de emplazamientos de artillería aquí,
y los campos para lanzamiento de misiles allá... frente a Abadan, y
janto a Khorramshahr —tomó una segunda fotografía—. Ahora ;
ésta—prosiguió— . Este es el territorio que está inmediatamente al
Norte, la estrecha pradera entre el río Tigris y la frontera iraní. Se
ven claramente las embarcaciones. Aquí muy cerca de Ahvaz. Allí, '-i
sobre Dezful. Obviamente la idea es avanzar hacia el Este y luego 5
hacia el Sur para asegurarse Abadan y los campos petrolíferos que <
-la circundan. En total —prosiguió el Sha— hemos contado mil
setecientos tanques en ese corredor al Este del Tigris, ochocientos |
«T-55», cuatrocientos cincuenta «M-60» y alrededor de quinientos i
«BTR-152». Representan el noventa por ciento de la fuerza j
que Iraq posee en tanques. Hace veinte años que amenazan
nuestro flanco meridional, pero nunca habíamos visto semejante
concentración.
—¿No? — intervino Sincláir—. Recuerdo muy bien que en mil
novecientos sesenta y nueve, en mil novecientos setenta y uno y en
mil novecientos setenta y dos hubo concentraciones similares.
Eran los ejercicios militares de invierno que siempre hacen los
iraquíes. También recuerdo que esas maniobras militares tenían
lugar en marzo. En esas ocasiones los iraquíes solían arrojar unas :
cuantas granadas al otro lado del río, donde estaban ustedes, y
ustedes hacían lo propio. Y eso era todo.
_ ¡Ah, sí, tal vez! — admitió el Sha—. Pero es totalmente
diferente. La debilidad de los iraquíes siempre fue la defensa aérea.
Usted lo sabe.
Sinclair asintió. La fuerza aérea iraquí, si bien grande en
número, estaba compuesta en su mayor parte por equipos
británicos y soviéticos anticuados: «Mig-21», «Su-7», «Mig-17», y
hasta algunos escuadrones de caza británicos que databan de
1950.
—Ahora ya no —continuó el Sha—. Ahora tienen setenta y
cinco «F-5» norteamericanos, veinticinco «Mirage 111» y treinta
«F-15». Listos para el combate, al Sur de Bagdad.
—¡Ah! —respondió Sinclair, con absoluto descreimiento—.
¿Pero de dónde pueden haber sacado semejante equipamiento?
—De Arabia Saudita —contestó el Sha con una sonrisa
helada— . La noble aliada de ustedes.
—¿Tiene usted pruebas?
—Sí —el Sha presentó una tercera fotografía, esta vez tomada;
desde "tierra. Y luego una cuarta, y una quinta—. ¿Los ve? Allí:
«Phamtoms». Y allí: «F-15» —su dedo marcaba nerviosamente los
lugares,
Sinclair los veía. Y era capaz de reconocer un «Phamtom». Su
entrenamiento con Richard Helms había sido completo. También
vio que las inscripciones en los aviones eran de Arabia Saudita.
—Estas fotografías... ¿dónde fueron tomadas?
—Ya se lo dije —replicó el Sha— . En campos militares al Sur de;
Bagdad.

271
m
- o .- ®
"¿Cuándo?
o
o
o
©
“Hace dos días.
A las dos (y no poco después de las tres, como más tarde mé-5'? ^ o

UronZS2ULThoPld0?
-Las” 1 «formara equivocadamente herr Meier, de la Swiss Bank €
Corporation) llegaron los rusos. Eran tres, y venían en un Bentley: „
-Pero los problema. . _ „ _ ' lre« ~ d e sae| 2 conductor, el embajador ruso en Suiza y su agregado militar. "7^Q? 0
Sus nombres eran Pyotor Shelest, Yuri Yoronov y Andrei V : ^ 0
And ropov, respectivamente. La única aparición de Pyotor Shelest V;
ese día fue para abrir la portezuela del coche a Voronov y 0
. e n A ^ e™aa7 l bdU,iah- * «ace meses Andropov. Fueron recibidos por el general Khatami, que conocía : O
' - f i a i ó t E’’C g ^ r T 10' Tal - ° a f i o ? ^ n B« i e n n e a Andropov de la época en que el ruso era agregado militar en
Teherán, mas o menos al mismo tiempo que el norteamericano. i b Ib L 0
total del Golfo p Y se ve muy bien lo n , ! ! '~ nilevamente
mod° es co Y ;KP; Z \ yat ‘ P^ Y o Z t Z J X v Contmi Sinclair ocupaba el cargo de secretario primero de Richard Helms v 0
^tupidamente, como e f» M ’ Yama,li>el sultán Y h h ï “ C,erto en la embajada de los Estados Unidos en ese lugar. .. - '** 0
Partidas con la« eÍ$ ruP° de Gaddafi v ^ 2 2’ í*an actuado El Sha estaba parado frente a la chimenea (ahora encendida^
Poniendo todos l ^ r ^ 5 Petr°l<feras nortea^?”’’ JUgando sus cuando entraron. Dio la mano a cada uno de los rusos y les indicó ; y ©
Bancos n o r t e .1 fondos de s« uac ón a d er,Canas' Fal>d. que se sentaran en el sofá, del otro lado dé la amplia mesa de café. ’ O
debe sufrir Absol«‘a locura Y Í ' SPOS,CÍÓn de ¡os El ocupó un sillón en el extremo opuesto. Khatami permaneció en
'■-'•S^s pie detrás del Sha. 0
bsías á r a t e S ^ r r ' 011- f e f " mi Pa*>
m Oriente Medio A usted hari° S a ustedes, a EsL hY ti ^ ClODa'
—Hablaremos en inglés —fueron las primeras palabras del Sha; 0
VÎI
?
El embajador Voronov asintió con la cabeza, después de consultar
■ con la mirada a Andropov, de manera que el Sha continuó—:Les. €
«
r'fcS agradezco que hayan respondido a una llamada hecha con tan 0
-L o haréT 3 su gobierno. poca anticipación.
—Comprendemos perfectamente, Su Majestad respondió
0
I
©
3 ? E v * 1“ s"b" Voronov.
—El tema que deseo tratar es... el de los árabes —la forma en
que pronunció estas últimas palabras demostraba que él compar­
tía con los rusos ía opinión de que los árabes eran gente ignorante, C
atrasada e inestable—. N o es la primera vez que causan 0
dificultades —declaración enigmática, pero los rusos están
acostumbrados a las declaraciones enigmáticas. Por tanto, silencio 0
en el sofá. ©
—Si no fuera por los- árabes — continuó el Sha—, jamás les
habría impuesto la molestia de venir a Saint Moritz en pleno ©
invierno. Pero ustedes están acostumbrados al invierno, ¿verdad? ©
Los rusos no estaban seguros de si esta última era una pregunta
retórica o requería respuesta. Nuevamente ambos optaron por
0
4ue estaba contento. 0
'T'' V-IÍS»**-:

guardar silencio. .
272
0
0
©
0
(
, . Pero no se trata solamente de los árabes
ail° ra son los árabes... y los chinos. —Los yemenitas. Hay casi medio millón de ellos en Arabia
Eso fue eficaz. Saudita. Hicieron el trabajo sucio. Siempre han hecho el trabajo
sucio para los sauditas. Esta vez lo hicieron para Abdullah.
—Me cuesta creerlo —declaró Andropov—. Los yemenitas no
¡ s s r * * * ■ • • * * — .
tienen la organización, ni los fondos* para lograr semejante cosa.
r a p S '° ’ S*"dil* - r ™ k o c u é iil —Es verdad. N o los tienen. La organización, los fondos y todas
las armas necesarias vinieron de China. ¿Podrían creerlo?
‘' ' ■ ■ - » ¡ S C ' ' - 4 “ » * ” « - » ; Los rusos no lo consideraban imposible. El Yemen del Sur tenía
¿Dónde ha estado usted estos últimos días1? infiltración china desde 1970. El régimen yemenita se convirtió en
uno de los más izquierdistas del mundo en los años siguientes
el fiPm ^ ?tl d T~d^° Andr°P °v~ no hemos venido aquí a perder Pero los rusos no hicieron nada al respecto. Porque el Yemen, ese
^ OCUJparon Teherán durante la segunda guerra agujero desierto en el extremo más meridional de la península
arábiga, difícilmente habría llegado a ser un centro de poder de
^ • ■ S S S f t s s f s a a s J ; importancia. Pero si los chinos usaban a los yemenitas para
obtener dominio sobre el hombre que gobernaba Arabia Saudita...
la cosa cambiaba mucho. Si había algo que no seducía a los rusos
9 era que los chinos treparan hacia ellos desde el flanco Sur.
—Su Majestad —dijo Andropov, que obviamente se hacía
9 ^ í S c t í ^ i « = a w i r S cargo de su grupo—, usted comprenderá que si lo que acaba de
1 decirnos es cierto, se trata de un asunto muy serio para mi país.
■^ LOS rusos permanecían ¿Lo comprende?
O ^ -----------— ^inmóviles en el sofá ..........
' --- Klf»n ma- ... _xx . l u u.v u c a C U : C l U O i.a .••• —Por supuesto que sí.
xen, me explicaré. Ustedes están al tanto de oue el o m ^
) ^gobernante de Arabia Saudita ha Sido depuesto Z h r í l L u - —Bien. Deseo estar seguro de que usted comprende —continuó
Andropov. Y agregó con dureza—: ¿Dónde obtuvo esa informa­
ción?
# ' - . 4 ? „ , í r n° • n“ d“ ■» - - T w —Me la dio uno de los tenientes de Abdullah. Su nombre es
C' ' -• • •
. — m , por supuesto. í - i Abdul Rahman Khail. Hace diez años que trabaja para mí.
—¿Y los norteamericanos? —preguntó el ruso.
mui
' p o sib le? érito <feAbdtS^en ~ i>r° SÍgUÍÓ eI Sha- es ^ m o fue| —¿Qué quiere saber de ellos? —preguntó a su vez el Sha.
* Evidentemente no lo sabían. * —Son responsables de Arabia Saudita. Tienen un gran número
' —N °s han llegado varios rumores —dijo Voronov. ^ de consultores en ese país. ¿Por qué no han impedido esto?
—¡Ah, porque no lo sabían! Tuvieron la primera noticia de lo
ien, yo no confío en los rumores — replicó el *
que sucedía hace pocas horas. A través de mí.
j g ^ n d o en certa medida al papel de rey de r e y e ^ c l o ^ S
—¿Y qué harán ahora?
M El Sha se encogió de hombros.
d e ¡ i í S s r _Pre8,,ntÓ Andropov> abandonando la máscara d e l —Están en una posición muy delicada —respondió
- finalmente—. Si se ponen en contra de Arabia Saudita tendrán que
274
275
l

iv
hacer frente a todo el mundo árabe. Es un asunto delicado. Y
además está el problema de Iraq.
—¿Qué sucede con Iraq? —preguntó Andropov. El Sha había
tocado otro punto neurálgico. Hacía años que Iraq era semicliente
de la Unión Soviética.
—Parecería que piensan aprovechar la confusión existente
alrededor del Golfo Pérsico. Atacándome a mí. Tengo fuertes
sospechas de que sus acciones están relacionadas con dos
acontecimientos de Arabia Saudita. Creo que usted entenderá;
mejor que nadie que se puede tener muy poca confianza en los
líderes iraquíes.
Andropov asintió, a pesar de sí mismo.
—¿Tiene usted pruebas de la presencia concreta de los chinos en
Riyad? —preguntó Voronov, que evidentemente había dejado
vagar sus pensamientos.
—Claro. Por mi hombre que está allí.
—Quiero decir evidencia material. Fotografías* por ejemplo.
—Todavía no. Pero tengo evidencia material de algo que
verifica todo lo que les he dicho —el Sha se volvió hacia Khatami,
que había permanecido todo el tiempo en pie a sus espaldas, y
regresó en seguida con... ¿con qué iba a ser? Con las fotografías
aéreas que el Sha le había mostrado horas antes al embajador
norteamericano.
El Sha repitió la misma rutina.
—Este —comenzó, señalando el río que servía de límite entre
Iraq e Irán donde los dos países se unen en el extremo norte del
Golfo Pérsico— es el río Shatt-al-Arab. Observe usted la increíble
concentración de artillería aquí, y los misiles...
Etcétera. La versión repetida finalizaba con la misteriosa
presencia de aviones militares sauditas de construcción norteame­
ricana en territorio de Iraq, documentada en el álbum del Sha.
Pero en esta presentación para los rusos el resumen era muy
diferente del empleado en el caso de los norteamericanos.
—Bien — dijo, una vez que Khatami retiró las fotografíase
¿Con qué nos enfrentamos? —hizo una pausa—. Se lo diré.
Abdullah, con la aprobación de sus amigos del Yemen y Pekín, y
además con la de los otros dementes del mundo árabe: los de Iraq,
„ AA<ifí en Libia, Boumedienne en Argelia, se propone invadir el
®a,f pérsico. Lo cual significaría que nuestras dos naciones, Irán..
Unión Soviética, tendrán que vérselas con un poderoso y
y- lentamente izquierdista liderazgo árabe, conducido desde
o tín 1n nuestras mismas puertas. Y no sólo eso, a pesar de que
Amelante evolución es de por sí inaceptable N o,
. Si nue controla el petróleo del Golfo Pérsico controla la mas
C o r ta n te fuente de poder mundial que existe. ¿Se imaginan
ustedes lo que sucedería si fueran los chinos, en ultima instancia,

^ " d isc u r sc ld e í Sha era impresionante. Magnífico. Porque los


Reconocían bien, pero él también conocía bien a los rusos,
rusos le conocían oieu p ,„ l l k BObernante de la

de cada
£ b o l, de cada arbusto; verlos detrás de los pozos de petróleo era
demasiado. , . ,
^-ílmóósible! ^-exclamo Andropov. ,
^Exactamente -rep licó el S h a - . Y o me ocupare de que sea

^ Z ic ó m c »7 —preguntaron simultáneamente los rusos. ; ^


—Muy simple. Con gran sacrificio para mi Pais^
bien de nuestras dos grandes naciones, yo m '^títM izaté
Destruiré la fuerza de ataqué iraquí. Y a la vez neutralizare
Kuwait, Bahrain, Qatar, Abu Dhabi, Dubai, y ^o> o_e
jp Omán Prácticamente rodearemos a los sauaitas ante, a
aue se feacuentadélo que está pasando. Si Abdullah y sus amigos
l o se retiran y permiten una restauración de la legalidad, tamb
los destruiremos a ellos.
iT lm b tó fh e l« " Y tengo la respuesta^
Prtmn ustedes ven soy realista. Comprendo que nadie puede
actuar en contra de las fuerzas geopolíticas naturales. En una
«alabra' hav tres grandes potencias interesadas en lograr mantener
fat L en S MVdioflrán, la Unión Soviética y los Estados
' Unidos Propondré que se establezca un acuerdo tripartito en esos
territorios ¿ab es del Golfo Pérsico. ¡Para resultado. Estoy

277
seguro de que sí. Y les diré por qué* Un acuerdo de ese tipo fue Habían traído todos los documentos con la idea de tener
establecido en mi país en mil novecientos cuarenta y dos, como 1aúnes papeles al comenzar las conversaciones. No se hacían#5
ustedes saben. La Unión Soviética, los Estados Unidos y Gran Misiones de acción rápida. Hacía varias generaciones que los <
Bretaña ocuparon, gobernaron y eventualmente dejaron a mi país f anceses trataban cón; Oriénte Medio. De modo que los hombres
en manos de su legítimo líder: yo. Fue un hecho ventajoso para Dassault-Breguet escucharon con toda tranquilidad, cómoda- "
todos... entonces, y desde ese momento hasta la actualidad, como inente sentados, mientras el Sha y sus dos asistentes militares leían '
lo prueba esta reunión. La única diferencia en lo que ahora pausadamente la prdpúésta.
propongo es que esta vez Gran Bretaña no estará involucrada. Ya V Finalmente, los iraníes pusieron a un lado los documentos. El ¡u
no és una potencia mundial. Sha fijó su penetrante mirada en el presidente de la Dassault. Y "
—¿Y qué quiere usted que hagamos nosotros ahora?* anunció: . - ,
—Nada. Sólo que no intervengan. —•Aceptamos.
—¿Y si intervienen los norteamericanos? Los hombres de la Dassault no se apresuraron a contestar
—N o lo harán -^-replicó brevemente el Sha. (conocían a esa gente) y su actitud resultó correcta, porque el Sha
—¿Cuánto tiempo nos da para traerle nuestra respuesta? agregó inmediatamente: .
—Tres días. __Siempre que se cumplan ciertas condiciones y puedari
efectuarse algunas alteraciones menores en los términos financie- '
Tres minutos después se retiraron los rusos. ros* ' , , . <
Los ^franceses comenzaron a llegar una hora más tarde, en —Su >Majestad respondió el francés^—, como usted sabe,
«Citroéns» negros. A diferencia de las: dos reuniones anteriores, somos sumamente flexibles —de verdad eran flexibles. Irán era el Ü i
ésta había sido programada con bastante anticipación. Tenía comprador único de armas más grande del mundo. Los nortéame-- H€S
finalidades de importancia a corto y a largo plazo, tanto para Irán ricanoS solían dominar el mercado. Ahora, tal vez, les tocaría a los , i!»
como para Francia. franceses. ' .
El primer grupo pertenecía a la Dassault-Breguet Aviation -—En primer lugar —continuó el Sha—, en lo referente a la
Company, la más grande productora de aviones de Francia. El entrega*? Queremos tener cincuenta «F-l» en Teherán en el término
tema que se estaba discutiendo con ellos desde hacía meses: el de tres díasi y mil «Matras» en el mismo lapso. ¡
«Mirage F-l». Mejor dicho, ciento veinte «Mirage F-l». Además —Eso es absolutamente imposible —respondió Dassault. ,
de ésas máquinas^ el paquete que la Dassault quería vender incluía —No, no lo es. La fuerza aérea de ustedes posee amplias
mil quinientos misiles «Matra R. 530» (algunos con radar, y otros existencias de ambos* Sólo les pedimos que reduzcan ligeramente .. W
con cabezas sensibles a los rayos infrarrojos), como también su inventario a favor nuestro.
quinientas armas francesas guiadas por rayo láser, cuya caracterís­ —Pero eso es una decisión puramente gubernamental. Ya no
tica era ser muy similares a ese novísimo item del arsenal podemos disponer de esas máquinas como si fueran nuestras.
norteamericano: el «Phoenix»; las pruebas indicaban una tasa del — Lo sé, mi querido señor—contestó Pahlevi—. Pero ustedes lo
noventa y cinco por ciento de aciertos incluso en blancos tan harán si la gente de París está de acuerdo.
pequeños como un vehículo blindado o un avión estacionado. —Naturalmente.
¿Cuánto pedían los franceses? Cinco mil millones. Proponían que —Eso es todo lo que deseaba saber.
se les pagara el cincuenta por ciento a la firma y el resto en el —¿Y el precio? •
momento de la entrega. : —Perfectamente aceptable.

278 279


msf

S J - ' S ’i ” ”- « S » w £ X t S " ‘ T r 4
¡H¡ '' ~ S l- Majestad l y lo<¡ . „ . P6ren en el hoteld

detuvo frem“ a7 ° h a7etS d * 8tMdo d “‘ r® retirat'on. 1


los tres coches estaban C0“ traste con f{ , ® '<c,£roens» s e l
fÜgj dos pasajeros d e l v S T , dos P°r hombr^ 1 ? ^ ° ’ dos * i
, Mmistro de F ^ « . 0 deJ Medio eran . i - puridad. Los é
diferencia d e W ° T , d e ,a R e p u lí“ 1 ? " ^ miM«ro j cí ■!
. poca anticipación P Dassault>habían s id o ? 3’ También a
- aos’ habían respondida ^ero’ c° mo Jos rusos v i convocados con
- a“ °. L a venta de Wn “ seSu¡da, aúnan'“ ? !° s n°«eamerica I
Mayor prioridad para ? mdiones en armas eraWVeI mucfl° Más í |
-^ n a im á s a C v 8° bi®rn° ^ y ® ^ asa« o de la J
, exigía
; en lengua y ademane? f r 5*- H Sha se Manefaba c ^ defere»eia
»»' . ®n primer luEar anccaes. y le encantaba rf°n graD s°ltura
elegante y muy i n t e £ , fquerido señor - ¿ f o demostrarlo,
que conciernen a n n I f ®Jpremfer- quisiera ¿ d r,g'e,ld°se al
- amplia y extremad tras ^os Aciones am* ,bab*ar de asuntos

, » » s s ’s s í t s * „ D ,
“ Premier no pudo evitar „„ Dassauif-

nuestras dos nación^ feT *'d • Verá Usted qul i ® ? 51* 3 aiS° -
Proporciones tbn limitad« SnV'®í,e retrasar una de
^ que ustedes háafl„ * ^ ero^ay‘dos cnrtw;°a transacción de
Misiles, que deben ser en v fV nmediatadecincuenta S' L a Primera
-P er o ¿por n s®r euv,ad° s a Teherán po “ '® aV'°nes y mii
Franca. <JU®~? -com enzó a preguma f , ™ -
ei Premier de

2<?0
0
©
©
©
^Aguarde usted —respondió el Sha—. La segunda condición c
que se efectúe un ajuste en la financiación. Propongo que el
©
pago inicial del cincuenta por ciento esté financiado por un
préstamo, que será acordado por los Bancos de ustedes y ©
respaldado por mi gobierno. Con los intereses bancarios corrien­
©
tes. Propongo que el otro cincuenta por ciento se pague con ventas
^ petróleo crudo de Irán a Francia. Estamos preparados para ©
proveerles la cantidad equivalente durante el año próximo, a... c
_-pausa— doce dólares el barril. Además estamos dispuestos a
iniciar conversaciones sobre ventas mucho más grandes de crudo a ©
Francia en los próximos tres años. Al mismo precio fijo. Y hay €
más: también estamos dispuestos a extender estas conversaciones a
otros miembros del Mercado Común Europeo, especialmente ©
Alemania e Italia. Les agradecería que me informen si lo C
encuentran conveniente.
—Esto es totalmente inesperado —dijo el francés;
—Comprendo. ¿Están dispuestos a aceptar mis condiciones?
—Sí. Por completo. ©
—Creo que debo mencionar otro detalle. Si llegamos a un
acuerdo con Europa sobre entregas de crudo a largo plazo, ©
solicitaremos algunos pagos por adelantado. Es posible que ©
lleguen a los diez mil millones de dólares. Quizá un poco más.
El premier miró a su ministro de Economía. ©
—Sin duda eso sería posible, Alteza —respondió el francés que
se ocupaba del dinero—. Especialmente en vista de ciertos hechos
muy recientes. Como usted sabe, nuestros Bancos comerciales en
toda Europa comienzan a gozar de una gran solvencia, como ©
resultado de la transferencia masiva de fondos de los Estados
Unidos.
©
—Sí — dijo el Sha, sonriendo generosamente a ambos ©
franceses—, conozco esos hechos. ¿De manera que, básicamente, ©
estamos de acuerdo?
—Sí — respondieron ambos. O
—Bien —continuó Pahlevi, observando atentamente a sus o
huéspedes—; ahora deseo que hablemos de la crisis de Oriente
Medio. o
—¿Los problemas en Arabia Saudita? ©
281 ©
©
©

r-
goüS'an^e f * ° “° ’ pero eI « « P o
el sultán Aziz d o n a s e “ ° deP"eSta FaM>Yaman^

tos a;1m expues'

yo, por mi parte, no me d e s S “ El m S Pero


costumbre, es con los Estados TTníH™ u H Problema, como de
embajador norteamericano en Suizt Me t e f c w S h° raS re? bí 31
profundamente preocupado por los h ^ h ^ S ’ r«*" P3,S 6f á
acu erd o sS u y fa v o ra b feco n e/°S Estados Unidos realizaron

—N o sé cortado « suministro de petróleo Saudita’ '


c o m p m b a m e T ^ « 3 . 8113- ^ o era algo que podía
sucediendo con los depósitos UStede?. saben lo <lUQ está
norteamericanos. °s sauditas en los Bancos
—Sí —contestó el ministro de Economía
o
« * ! l os
:Q
i ~ i T que dlcen los norteamericanos’ P ° le°-
~Q
está deav ¿ e MerVemr' Natura1“ Creo que la Séptima Flota ya
—¿La Séptima?
—E s tf "ejoT m° ment0 está cerca de Formosa.

n o l ! L * ¡ n o « o V ^ ente SegUro de «I» lo® norteamericanos


* ? ' de la NA TO •
seguro de que ni Gaddafi ni Tto ° f ° S los arabes, porque estoy
iraquíes ni los rmed.enne, ni, por supuesto, los |||||
d' - p f r o S f ° CUadrad° de terri™rio°árabe.10n “° rteamericana .
, El Sha interrumpió

¿ s s s s s s w C 's r s r s 't
282 ■
9
9
9
lfi §8

racaidistas de Munich, la base naval de Nápoles son activados y?


contra dé los árabes, ustedes quedan liquidados. De cualquiera
jas dos maneras. Si los norteamericanos toman el Golfo,
asfixiarán á Europa hasta terminar con ella. Si no, lo harán los ■*
; árabes.
¿Y losisraelíes? ^
j —Olvídese de ellos -^-respóndió el Sha, coh un gesto impaciente^
¿e la mano-—. En ésta cuestión, Israel es más o menos tan. ^
importante como Liechsteinstein. El problema es cómo reaccionar „7
coh los norteamericanos. ?
—¿Y qué sugiere tisted? —preguntó el premier. ’ í
^-Que nosotros (Europa e Irán) nos mantengamos aparte de las *
maquinaciones de los riorteámericanos. Que imposibilitemos toda
intervención -desde bases europeas, en cualquier circunstancia.
Ustedes vieron lo que pagó Europa por la guerra norteamericano; .-
israelí de mil novencieñtos setenta y tres. El precio que ustedes
tendrían que pagar en mil novecientos setenta y nueve sería fatal. ",
—-¿Pero está usted seguro de que los nuevos hombres de Riyad
piensan desatar esa crisis? V-
—Sí. Y también estoy seguró de que incluirá una movilización
iraquí contra nosotros. Hace años qué buscan una excusa.
—Esto último no lo entiendo —dijo el premier francés—. ¿Qué
relación hay entre los acontecimientos de Riyád e Iraq? -, „
—Bien... ustedes conocen Oriente Medio, pero no como lo
conozco yo. Una vez que se hagan públicas las intenciones de los ¡Ifltl
norteamericanos, Iraq nos atacará, porque pretenderá creer qué -¿
somos aliados de los Estados Unidos. Absurdo, por supuesto. *"
pero eso es lo que dirán.
—¿Y qué va a hacer su país?
—Permanecer completamente neutral. Nuestra aliada natural es v
Europa, no Norteamérica. Nuestra conversación de hoy tiene que
haber disipado toda duda al respecto. Apelamos a Francia, y a sus Ü*
amigos de Europa, párá nuestras necesidades: industriales,
financieras y militares. En retribución les garantizaremos su
energía: '
—Pero ¿si Iraq ataca?
up -^Responderemos en forma mesurada y limitada. Repito:

283
mesurada y tontada. Les agradeceremos su apoyo para asegurar!
Caf?P,?S y refmerías de petróleo del Sur de Irán no
II^ , " danos* A1 fin y aI cabo, pronto serán tan vitales para*
P it ustedes como para nosotros, p aí
■ ~ P ° r favor>excúsenos unos minutos —solicitó el premier
• retír a r a f l 11^ ,mdic° c°n m? gestó a sus asistentes que se I
etiraran de la habitación, y les siguió.
—¿Dirá la verdad? —fue la primera pregunta que hizo el í
premier al muy respetado miembro de su gabinete.
—Sólo puedo juzgar desde mi propia perspectiva — respondió el '
numstro de E conom ía-. Y todo lo sucedido durante las últimas '
cuarenta y ochoJioras lo confirma; Según nuestra estimación i
tmm duranteese periodo ya habían salido ocho mü millones de dólares *

fondos sauditas- E1 !
S m o éfdijo Y 3111 ^ 6Star Iquidado' Sin duda muertos, !
. iT~Sl rePÜcó e*Premier— ¿A cuánto ascienden los fondos que I
¡¡¡¡its tenemos actualmente depositados en los Estados Unidos?
^MíSSsrÜ tesorerfodef^ t ? °Uatr° m!Uones de dólares. En letras de i
yayí tesorería del gobierno norteamericano. «
¡¡p ¡¡ i T SÍ e* cua<^ro que pinta el Sha resuelta verídico y nosotros
^¿v nUeStr° S amig0s ale“ e ¡ t a in o s acocam os !
I B I impedir toda participación europea en este asunto a través del uso I
llpslii
s e c u t a ! ? baS6S P° r 108 norteamericanos>¿es posible que ocurran ¡
HBBÜ
posible.6' drenaje “ agraVa’ COn los norteamericanos todo es i
pg^l
ü ü —Venda, Fouquet.
—¿Ahora?
-r-Ahora mismo —fue la respuesta.
” ™ .fro ,de Economía, Fouquet, corrió al hotel donde cogió
una habitación con telefono. Diez minutos después estaba
nuevamente en la sala del Sha. Pahlevi apareció m S o t más
tarde, con una nueva serie de documentos.
áf - J Colocó copias frente a los dos franceses.
~ ^ l ° S S^n contratos> en Principio, para los acuerdos sobre
petróleo crudo propuestos entre nuestras dos naciones, y también

284
¡a, financiación bancaria de la inicial de dos mil millones y medio
por la compra de las armas. A propósito: pensamos que si el
gobierno francés también garantiza esos préstamos* se facilitaría
su colocación en los Bancos europeos. Por eso la hemos incluido.
0 premier: de Francia miró a su ministro de Economía; Es! e
sólo se encogió de hombros. Ambos leyeron.
—Creo que, en principio, esto es aceptable —dijo el premier-*-.
Estaríamos dispuestos a firmar estos acuerdos. Las firmas finales
se pondrían después de hacer algunas modificaciones superficiales,
para las que necesitaremos más tiempo.
—-Bien. Entonces... — comenzó el Sha.
—Por supuesto —interrumpió el francés— sería tal vez más
apropiado que los contratos para compra de armas los firmara
primero usted.
—Naturalmente. Supongo que ustedes podrán enmendar el
acuerdo asegurando la aceptación de su gobierno en cuanto a la
transferencia inmediata de los primeros envíos, provenientes de las
reservas del gobierno.
—Claro que sí.
El general Khatami fue enviado al hotel a buscar a la delegación
de la Dassault-Breguet. Luego todos se sentaron a leer una vez
más, a revisar, a volver a revisar, y finalmente, uno por uno, a
firmar o rubricar los contratos. Los franceses no se retiraron hasta
las nueve de la noche, en la más larga fila de «Citroens» negros que
jamás se haya visto en Saint Moritz.
Una vez más quedó comprobado que la inteligencia de mi
gerente de Banco local tenía sus fallos. Según su versión, los
franceses se habían encontrado con el canciller de Alemania
occidental en el chalet del Sha, unas horas después de la llegada de
aquéllos. N o fue así. Es cierto que el canciller estaba en Saint
Moritz en esos momentos. Pasaba allí unos días de vacaciones,
Estaba con una masajista japonesa de veintitrés años, de
Düsséldorf. Los habían situado en un pequeño chalet en las
afueras de Saint Moritz, a un kilómetro y médio del Suvretta.
Ambos estaban exhaustos, no de esquiar* ya que ni siquiera se
habían acercado a las laderas. No. El canciller se había estado
aliviando de la enorme tensión que inevitablemente acumula un

285
I
9
I
9
líder de Estado, y la pequeña oriental le ayudaba en esa tarea n„ car un diccionario. N o había ninguno en el chalet. Ehvíó a ,
a veces era agotadora con el maduro y algo disipado estadista n t-- khatami al hotel. No tenían diccionario. ’
manera que ambos acordaron buscar una diversifícación tempo™ * A ^¿Secuestro? —repitió el Sha una y otra vez. v
de las actividades. Decidieron arriesgarse a caminar hasta pero Khatami no estaba interesado en pequeñas adivinanzas'
"buvretta House para tomar algunas copas en el bar. Los vieron 2 f - finánciéras. Y el aspecto más importante de la cuestión todavía no
juntos, naturalmente. Pero todas las acusaciones que se lanzaron estaba resuelto.
posteriormente contra ese hombre fueron falsas. No es cierto qi¿ ^__Sü Majestad —dijo— debo volver a Irán mañana.
el Sha le hubiera enviado a ese capulíitó japonés como retribución __Sí —respondió el Sha—. Lo sé.
de algún pequeño favor político. No; sólo fue una de esas —Todavía no hemos podido solucionar el problema de... los
lamentables coincidencias. Fueron los fráncesés quienes fínalmen» ! aparatos nucleares —hablaba con grandes precauciones, porque
“té convencieron a los alemanes de que liquidaran a los norteameii tenía instrucciones muy precisas y concretas de no tocar jamás este
canos. Los japoneses no tuvieron nada que ver con ello. - tema en suelo extranjero. Pero ahora ya no le quedaba otra
Esa noche,' a las nueve
--------- jy media,

— *v*, todo estaba muy tranquilo en el ?
v o ia t/» 1UUJÍ u a u y iL iiu t 'n el alternativa.
buvretta y en el chalet del Sha. La emperatriz Farah Diba salió de ' < —Ya le dije, Khatami, que nunca, nunca... —fue la severa
stis habitaciones en ese momento, pero, el Sha le indicó que'A H ' respuesta.
regresara a ellas con un imponente gesto de la mano. —Pero debo saberlo. ¿Cuántos «Phantom» equiparemos para
-Khatami - 1 '
VI * . — ordenó—, • esas cintas.
traiga -
bombas nucleares?
Las, cintas
,, eran,; xpor supuesto, 6l grabaciones
u./uwuuw vi^ de ia
la uuuvcit>aciOn
conversación A —Uno.
O que había tenido lugar entre los dos líderes franceses durante la fv|" 'M —¿Uno?
O ausencia de los iraníes. ■
—Nada más que uno. No necesitamos más que uno. Vamos a
Khatami trajo las cintas y las coloco en un pequeño grabadóir arrojar esa bomba en el desierto, sólo con fines de demostración.
que pertenecía a uno de los niños del Sha. El Sha escuchó uno o Eso requerirá un solo avión con una sola bomba nuclear.
dos minutos y dijo: —Pero Majestad...
—Pare aquí.
—Eso es todo, Khatami.
, Khatami detuvo el grabador. El general enviado a sus aposentos en el ala sur del chalet era un
—Ahora rebobine un poquito. hombre muy desilusionado.
El grabador volvió a decir: , —¿Secuestro?—siguió repitiéndose el Sha una vez que Khatami
«¿... es posible que ocurran secuestros?» le dejó solo en la sala, frente a la chimenea.
«Si el drenaje se agrava —continuó la grabación con la voz de Descolgó el teléfono que le comunicaba con la recepción.
monsieur Fouquet, el ministro de Economía de Francia—, con los —Comuníqueme con el señor Khámesi —algunos de los
norteamericanos todo es posible.» asistentes del Sha estaban alojados en el hotel.
«Venda, Fouquet», fue la respuesta del premier. —¿Su Majestad deseaba hablar conmigo?
Pare indicó el Sha a Khatami. Este paró el grabador. —¿Qué quiere decir «secuestro»?
—¿De qué hablaban? —preguntó el Sha a su general. — Creo que quiere decir capturar, o invadir, o algo así.
—De dinero —respondió Khatami. —¿Capturar? ¿En cualquier contexto?
supuesto, idiota. Pero ¿qué es este asunto del «secuestro»? f-s —Sí. Creo que se usa también en contexto financiero. No soy
uo tema idea. El Sha tampoco; Meando a Khatami ;a experto en ese área, Majestad. Lo siento mucho, y...
Ügf 286 287
9 ifefe
¡1¡Sr
9
b a 4 ~ S Í n e & d de ‘^ n o de ese *
—¿Norteamericano...?
—Hitchcock.
—Sí, señor.

palabm m t . I ^ ^ d0ataiareórtef i ú r n e T ^ 0" <hdr Una

Palace^uLul^vTn fmíg° eI.


r-cuace, Ursula y yo fuimos al ban^uero suizo
restaurante salió del bar* del
a cenar u

ProLrIS c ^ 0í ^ ^ S !2 ¿ J ^ Su{a ^ y° teníamos di

Olvidemos el a S r ™ ’ Meier' So? yo quien debe disculparse.


c o m S ? graCÍaS> Seflor- A propósito, hay algo que deseo .
—¿Sí? .

1' s
—¿Que sucedió?
r x s r s s p" ~

cantidad de let™
bajaron de precio en las dos ú ltim a ^ Unic!os*Es increíble cómo
Bolsa. Y el d o t e . m i vez b J T d Z i " * 8. Ia§ °Peracio^ de la
tarde. La caída mayor P° r ? ' nt° en dos horas « ta
más. Nosotros también nos salimos* ^ 6 franco francés- Y algo
nuestro problema. Espero que eso solucione
Estaba a punto de cortar.
salen»?1 mWnt° ’ Wemer' ¿Qué quiere decir con eso de que «se

a c c ^ r f e a ado“ SosC'ÍenteS ^ qUe liquiden * »


,Per° eso es una locura!, Mire, nunca se debe liquidar en

288
fliedio del pámeo. Guando se solucione la crisis de Oriente Medio,
los precios volverán al punto en que estaban unos días atrás.
—Quizá* Pero nosotros pensamos que puede surgir un
problema más profundo. No hemos olvidado lo que hizo su país
en mil novecientos cuarenta y uno. N o podemos volver a afrontar
ese riesgo.
—Comprendo. Gracias, Werner —agregué con un hilo de voz.
Ursula vio la expresión en mi cara.
—¿Qué sucede? ^-preguntó.
—Los suizos tienen recuerdos de un pasado demasiado remoto,
y los Estados! Unidos se han metido en una encrucijada peligrosa.
Y no podemos hacer un carajo al respecto. A menos que los suizos
tengan áígüna idea útil,
—¿Cuestión de dinero?
—Por súpúésto.
Ursula pàréció aliviada. Era sólo dinero. Nada que ver con su
padre¿ Fué á buscar ün libro. Yo fui a buscar una cerveza. Y me
puse a pensar. Dios mío, era como en 1914. Todos chocando con
todos, sin saber exactamente por qué, ni cómo había comenzado la
c o s a . ;; .;--;
A las diez volvió a sonar el teléfono. Atendió Ursula. Pocos
segundos después, pálida como la cera, me lo entregó, v
—E)qctor nHitchcock, habla Pahlevi. Discúlpeme que le moleste
a está hora. Péro le agradecería mucho si pudiera pasar por mi
chalet á tomar una copa y charlar unos minutos conmigo.
—¿Ahora? ;
— Sí.' Lé répitó que lamento causarle este inconveniente. Pero he
estado pensando en algo. Y, por favor, traiga a la señorita
Hartmann; Por favor —y colgó el receptor.
—¿Podrás creerlo?
Ursula! ijó respondió.
—Bien, será mejor due averigüemos qué hay en esa mente aria.
Vayamos a buscar los abrigos y las botas. Ya es muy tarde para
usar el trineo.
— jAh, no! Yo no voy.
—¡Ursula! N o, seas tonta. No puedes ayudar a tu padre
enterrando la cábezU én... la nieve. Vamos.
"9
<9 É P i
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ta t o s
—{No!
H t f it « Pero vino.
¡p li

IÉ1 &“ mododV u r ™ t: trasab^ UnafI,ena- * n° * « * mucho


maravilloso paseo nocturno por los A l ^ P e r o | h a b n a s,d o un
no eran esas. El único ruido L « » ' P *Fer° Ias circunstancias
que crujían en la nieve ° q 012 Pr° Venfa de m est™ botas

p® , pidieron que mé^denScaTa^ér ^ ^ 0^ 13 eStaban “ formados. Me


Ute , cuando 4 L ,
iil
ü s ¡

' solo J í S n S t ! 13 T í á m e n t e estaba


frente a, fuego ^ s ía b ts ap ^ d L d f n e? “
tensión que sufría, pero eso era todo U * dem°straban la
-q Itfif
O $$
Mi
O
M
O esperar unos m im ito s^ P ^ fm in ,.!3 seJ7,dumbre- Tendrán que
hotel - d i o la orden por teléfono ^ ‘™er ,aS bebidas <M

l|É¡¡|

Z s1 - r e t eo n d i ó ^ U,a’ « h e r i d a ? - preguntó

la v e m ^ b o n l Un t e m °*° bronceado- Permítame decirle que se


— Me bronceo fácilmente.
^r° también. Bueno doctor íun ,
explicara algo. ¿Qué está ociirnVnrU í * 6 p ad ecería que me

Nueva York con una tremeñda^tntidadd 0 fpOC,o tiemP° atrás a


Ahora los estaban r e t i r a d o ^ d defolldos^acortó: plazo,
mercados de Nueva York s u b i e r o n entraron» el dólar y los
los mercados de Nueva York bajaba^ M w ^W pte““! 61 dÓ' " Y

290
n® mm

9
9
-—Pero ¿conoce usted la razón de ese repentino cambio?
pespués de todo yo pensaba que usted era el principal asesor
financiero de los sauditas.
Un golpe bajo, pero...
—Lo era. Quizá todavía lo soy. El hecho es que hace cinco días
que no me consultan. Seguramente usted sabe que es absolütáméiP
te imposible comunicarse con Riyad. De modo que...
—Sí, y me imagino cómo se siente. Bien, Bill, yo sé ló cjiid
sucede. Y se lo diré.
M eló dijo. Fahd, Yamani, etc., estaban muertos. Abdullahétá
el jefe.
—Entonces* obviamente, estoy fuera.
—Yo diría que sí —respondió secamente—, pero creo que usted
en ningún momento necesitó ese empleo.
Lo dejé pasar.
—Pero no son solamente los sauditas, ¿verdad? —continuó.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que hay otra gente que está huyendo de
Norteamérica con su dinero.
—Eso es un hecho común. Usted sabe cómo son estas cosas.
Cuando alguien mira para arriba, todos los que lo rodean miran
hacia arriba. Por lo menos por un rato.
—¿Por ejemplo?
—Quizá los franceses.
Si, asi. me han dicho. Y también los suizos —eso lo dejó pasar
él. Era tan evidente que estaba tanto más adelantado qué yo en
todOj que decidí no hacer movimientos bruscos.
—¿Por qué los suizos? —preguntó.
—Son muy cautos. Siempre que surge un problema internacio­
nal, desconfían de todos. Hasta de los norteamericanos.
—Pero ¿por qué? ¿Eso tiene algo que ver con el... secuestro?**
Me cogió de sorpresa. Se supone que yo debo saber esas cosas,
pero ¿el Sha de Persia?
—Sí, sí, en efecto. S í—respondí.
—Pero expliqúese.
—Bien, se remonta a lo que sucedió en mil novecientos cuarenta &
y uno. El catorce de junio de mil novecientos cuarenta y uno, para

291
ser mas exactos —ahora yo estaba haciendo alarde, pero ;v cmé*?
Conocía el tema. El título de mi tesis doctoral fue «El secuestro- sii
dífícTenr Y f ^ 0 dUrante la seSunda guerra mundial». Es muy
■ Íterlcin T , Busque
internacional. « U" . tema Para ese.
y encontré disertar> ” duso “ economía
—¿Sí?—apremió Pahlevi.
Bien, ese día se aplicó la orden ejecutiva número ocho mí!
contTnental00^ 11^ Y 611 SuÍZa‘ En realidad>en toda Europa

uno?óP° r qUe 61 Catorce de Junio de míl novecientos cuarenta y

hw Í ! 0— ’ ?Cr° puede ,hacer c°njeturas. Esa orden ejecutiva se


'A , ngjnalmente en abril de mil novecientos cuarenta dos días
- despues d® la ocupación de Noruega y Dinamarca’ por los
alemanes. Pero sólo se aplicó a los países realmente ocupados por
los nazis Tal vez a mediados de junio del siguiente año Roosevelt
suerte Como T *' de Europa sufriría la misma
rf ° rdara>ocho días d“ Pués, el veintiuno de
jumode mil novecientos cuarenta y uno, Alemania atacó a Rusia
■tanta e°actóud?mterrUmP,rle’ ^ ¿CÓm° Sabe estas cosas con
Se lo expliqué.
—Bien —replicó, con una cara de satisfacción que me resultó
o S Tese
toao T asunto
s u n t dde
e ^
la qUHqU'ere dedr> 0 más bien ^ quería decir
orden ejecutiva*?
^ -Q u e r ía decir'que en esa fecha los Estados Unidos secuestra-
tocto e f acíivon’rte ap° derf on’ °, como quiera usted llamarlo,
Tn„L * ‘ de todos los palses de Europa. Excepto de
Inglaterra, por supuesto. p ;
—¿Se apoderaron? ¿Es decir, que tos Bancos suizos no podían
recuperar el dinero que tenían en los Estados Uñidos? P
Parecía agotado. Yo pensaba que él sabía todo eso
—Exactamente.
El Sha quiso seguir adelante. fÜ
Supongamos que un Banco suizo poseía accio-
i,!f P ]Sam° S de la General Motors. Y quería venderlas. ¿Quiere
usted decir que después de esa orden ejecutiva no podía hacerlo*?

292

M i
^
—No, no he dicho eso precisamente. Claro que podía venderlas,
pero el producto debía quedar en Nueva York. Bloqueado todo ei

^
tiempo ¿ue durara lá:orden.

^
-^¿Góhio es eso? En junio dé mil novecientos cuarenta y uno los
Estados Unidos nò estaban en guerra. Ni con Alemania, ni con
japoií, ni con ningún otro país —no era ningún tonto nuestro Sha.
— SL Tiérie razóU.
El Sha sacudía la cabeza.
-—¿Péro sobre qué base podían los Estados Unidos hacerle eso a

^ ^
los suidos?
-—Mire —respondí—, no fue solamente a los suizos. Fue a
todos: à los belgas, á los noruegos, a los suecos. A todos.
—¿Gon qué justificación? —insistió.

c*)
-—Puedo citar casi de memoria las razones que se adujeron.
—Le escucho.
—Bien,: «Para evitar la liquidación en los Estados Unidos del

^
activo saqueado a la fuerza o por la conquista» y «para impedir el
uso de las facilidades financieras de los Estados Unidos en formas

^
dañinas para la defensa nacional y para otros intereses norteame­

^
ricanos»: ¿Es suficiente?

^
—¡Increíble!—exclamó el Sha.
—Realmente, ¿eh? Considerando que en esa época los Estados

^
Unidos eran completamente neutrales —respondí.

^
—Deseo volver a un punto. Usted dice que esto se aplicó a todos
los países, y a los Bancos de esos países en Europa, incluida Suiza.
—Sí —contesté con cierta fatiga. ^
^
—Pero, como Usted Sabe, mucha gente que no es europea usa los
; Bancos suizos pára que sé les efectúen inversiones en los Estados
^

Unidos.
(•) ^

—Por supuesto.
—Eso significa que los verdaderos propietarios, los propietarios
que se beneficiaban con esas inversiones no eran suizos, ni
^

europeos. Solamente actuaban como inversores del Brasil, o de


, Méjico.
—Sí. .
—Esos activos no habrán sido capturados por los norteamerica­
^

nos...
^
^
wmm
^ÉÈ&WÈ&

Sí, lo fueron. Y sólo fueron liberados en mil novecientos


11 ' cuarenta y nueve. Ocho años más tarde.
¡Dios mío! — dijo el Sha—. Ahora comprendo.
* En ese momento yo no sabía muy bien qué era lo que
- comprendía. Lo supe después.
—Digamos, en forma puramente especulativa, que comienza
una guerra. Por ejemplo, en Oriente Medio. Y digamos que, pór lo ;
- ntcnos inicialmente, los Estados Unidos no están implicados..:

—¿Podrían apoderarse de todos los activos dé todas la s ;


naciones de Oriente Medio por esa ántigua ordén ejecutiva?
—Sí, supongo que sí.
—¿Y de los de Europa?
— Bien, eso sería un caso extremo. Però Washitigton llegó a :
increíbles extremos en junio de mil novecientos cuarenta y uñó
¿no le parece?
Sí, sí —estaba calurosamente de acuerdo conmigo.
¿Por que hace usted esa pregunta? eso, en forma inespera- -
da, vino de Ursula.
Querida mía —dijo el Sha—, estamos hablando de negocies.
— ¡Sé perfectamente de qué están hablando! — exclamó Ursula
impetuosamente.
Bien, como le decía, Bill... —continuó el Sha, dándole la
' espalda.
. —Piensa desatar una guerra, ¿verdad? —gritó Ursula— ¿Y
- tiene miedo por todo el dinero robado qué escondió a través de los
Bancos de Suiza, no?
—Ursula —le dije— , tranquilízate.
—N o me tranquilizaré —las miradas qué lánzabá al Sha eran las
de un tigre suizo— . Usted ha metido a mi padre en un negocio
sucio, ¿verdad? Con su chiflada idea de poseer armas atómicas. Y
todo lo que le procupa es su dinero.
¡DIOS DEL CIELO!...
—Creo que es hora de que se vaya, doctor Hitchcock, y llévese a
esa judia con usted luego se dirigió a Ursula—v Yo ìès cohózcó a
ustedes. Los judíos son todos iguales. Sólo Sirven- para crear
problemas. Pero no será por mucho tiempo —Se puso èli pie;

294
—Usted está loco —siguió Ursula—. N o es más que un rústico
cáiúpesino que se ha vuelto loco porque alguien fue lo bastante
estúpido como para convertir en Sha a un sucio analfabeto iraní.
—¡Fuera!—gritó Pahlevi.
—Y tiene miedo hasta de las palabras de una mujer judía
—prosiguió Ursula-—. N o sólo es usted un loco, sino también un
cobarde —y juro por Dios que le escupió.
Nos marchamos. Sin siquiera tomar esos ponches calientes.
En los dos minutos siguientes el Sha hizo algo que nos afectó a
todos*., y a Ursula más que a nadie.
—Khatami ^—vociferó, una vez se cerró la puerta detrás de
nosotros—. ¡Khatami!
El general acudió a toda carrera, con un arma en la mano.
—Deje eso, imbécil —le ordenó el Sha—. Hay que proceder con
las bombas. ^
—¿Cómo dice* Su Alteza?
—Preste atención cuando le hablo. Dije que va usted a equipar
seis «Phantom» para arrojar bombas nucleares. ¿Me oye? Y quiero
que eso sea lo primero* lo primero que haga cuando regresemos a
Irán. Y regresaremos mañana. Todos. Informe a la emperatriz. Y
prepárese. Saldremos a las nueve.

Tardamos casi una hora en ascender desde el Suvretta House


hasta nuestro chalet en la meseta Chantarella. Ursula guardó
silencio todo el tiempo. ,
Cuando llegamos fue inmediatamente a acostarse. Yo me quedé
levantado* Tenía que hacer varias llamadas telefónicas. Primero
llamé a Randolph Aldrich, a Nueva York. Lo encontré ,en el
Banco* Allí eran sólo las cuatro de la tarde. Le anuncié lo que nos
aguardaba. El problema ya no era el dinero de los sauditas; ¡Eso
podía arreglarse! Lo que yo temía era un éxodo general del capital
europeo de los mercados financieros norteamericanos. Lo cual
significaba más de cien mil millones. Aldrich se resistía a creerlo.
Le conté lo de las teorías de secuestro que evidentemente
comenzaban a circular. Le sugerí que lo que había que hacer era
conseguir que Washington parara las cosas durante unos días
hasta que se aclarara la situación en Oriente Medio.
La respuesta de Aldrich:
—Mira, Hitchcock: nosotros metimos a todo él mundo en este
problema con los sauditas. Hoy nuestros consejos no sirven para
nada. Acuéstate y trata de dormir un poco. La suerte nos ayudará.
Siempre ha sido así. : -
No me acosté ni dormí. Ya era más de mediánóchej pero
conseguí el número dé la residencia del embajador dé los Estados
Unidos en Berna, y hasta logré que la persona qué átéhdió la
llamada sacara a Sinclair de la cama. N o nos conocíamos, pero él
seguramente sabía quién era yo.
—Le pido mil disculpas por llamarle a ésta hora -^-comencé—,
pero tengo cierta información que puede ser muy útil para nuéstro
gobierno.

—Estoy totalmente seguro de qué Irán planea atacar a sus


vécinos del Golfo Pérsico.
—Quizá. ¿Qué le hace pensarlo?
—Acabo de hablar con el Sha.
—Sí. Muchos otros han hecho lo mismo hoy.
—Pero lo que quiero destacar es esto: yo sé;., ¿me oye? Sé que
Irán tiene armas nucleares, y que se propone usarlas.
—Supongo que se lo dijo el Sha —respondió Sinclair.
—Por supuesto que no. Tengo absoluta evidencia de otras
fuentes.
—¿Usted está en el servicio de inteligencia; señor Hitchcock?
—Por Dios, no. Lo sé porque casualmente conózcó á la persona
que desarrolló esas armas para el Sha; sé dónde las construyen y
con qué. Sé todo,
i —¿Cómo?
—Por la hija del científico suizo qüe está implicado en esto.
—¿Suizo? Vamos, señor Hitchcock... :
—Mire, yo...
—Señor Hitchcock, creo que esta conversación ya ba durado lo
suficiente. Si desea decirme algo más, escríbalo en una hoja de
papel, ponga esa hoja en un sobre y envíemela. Con mucho gusto
destinaré a uno de mis hombres para que se ocupe del asunto —y
cortó la comunicación.

296
m
purante ía conversación Ursula había salido del dormitorio y
estaba a mi lado* observándome, mientras yo miraba el teléfono.
i
—-Bill» ya lo intentaste. Gracias. Ahora vete a la cama. Se te ve i
mUy cansado. 8¡¡j
Im
—¿Y tú?
—No puedo dormir,
__Ursula; tú tienes que darte cuenta de una cosa. Si tu padre, o
mejor dicho los suizos* no hubieran ayudado al Sha, algún otro lo
habría hecho. Otro suizo o un francés. Alguien. m
—Ya lo séi Bill. Nosotros dos no podemos hacer nada mas.
Creo que nos ha derrotado a todos. Ahora sólo nos queda ■

aguantarlo; Acuéstate, Bill, g jj
__Bueno* me acostaré. Pero hay algo que tienes que saber, 181
Ursula. N o es mucho. Pero conozco a un tipo que está cerca de
aquí que no se acostará por un rato, después de lo que le dijiste.

mi
Y en eso también me equivoqué. Porque el Sha tenía un sistema
SI
para quitarse las cosas de la cabeza parecido al del canciller
alemán. O; supongoj algunos presidentes norteamericanos del
pasado. Ló cuál no tiene nada malo, siempre que uno salga
¡¡§¡ij¡g
adelante después.
El Sha estaba bien situado a ese respecto. N o necesitaba ¡M
ssíiísSfi
esconderse Cóittó él alemán. No; todos los inviernos que venía a mm
Saint Moritz équipába' el ala Este del Suvretta House con una ■ i
ifiill
variedad dé mujeres. ¿Y por qué no? De ningún modo se trataba
de una práctica moderna. El Antiguo Testamento está lleno de
Mi
emperadores y reyes que hicieron lo mismo: Salomón, David,
Asuero, para dar Sólo unos pocos ejemplos. Y el Sha creía fl¡¡jg
firmemente en la tradición, en la tradición obligatoria. lllsiifif
’Lo pavoroso de aquella noche es a quién eligió. Ella le esperaba, ¡§¡¡
en la habitación; 3 í 6; un poco más alia de la del señor Khamesi,
guardián extraoficial del harén. .'

m
Era Trudi Sehneider; ¿La recuerdan? ¿El Adler Hotel en Badén,
habitación 24, los viernes por la noche, de seis a ocho, después del
trabajo? Claró qüe Sí, Pero fue ün miércoles por la noche, en
noviembré dé 1978, cuando por primera vez hizo el amor con un
iraní: Shadáh Tibrízí; de la SÁVAK. Y él fue quien la inició en la ■

297 RH
W8§®8S
ISiiii
%
3
*
líl® 8Í?PfiÍ^^®8ÍpSÍSÉÍiS^?s!SS?^#IÍSSg®iiSli^S®l^iliKii?Sií»®iÍ®i|I^^SÍl^^®
^^^P
3 #W
¡¡s
3 »
(» i ; ¡; posición persa. A ella le. gustó. En realidad, le encantó. Trudí
?>:*• J? • ba con eso. De manera que cuando Tibrizi finalmente v ó lv io #
3 .liqmarla, meses después, para sugerir un encuentro en Saint?
3 Él! Moritz, casi tuvo un orgasmo mientras hablaba por teléfonó^itó
mi
3 ¡mi “ ? Cfac**de arre§íaf- El jefe de Trudi y su esposa viajaban aí
i¡i¡ bamt Moritz al mismo tiempo, a una fiesta en el mismo hotel
3 ifcf; aonde se alojaría Trudi. El buen doctor Suter pensó quó ln>
¡jpÉI muchacha iba a divertirse por su cuenta, pero no qüisó hacer úad¿
o H P que estropeara su escapada de los viernes por la hoché. De mahetáS
sil® “ i 4** viajó con los Suter, en el ásiétító posterior déi
p
sé » ^Mercedes». Y" ahora esperaba a Tibrizi, hojeando Una revista ^
h puerta m dE r' P° r fm’ bastante después de las dos, golpearon a
3
3 ^ brj?- ^ estaba... no Tibrizi, sino el rey de reyes de Persia
“ Ml querida —dijo, mientras ella le miraba cóú la boca
. i abierta—. Eres aún más bella de lo que había dicho Shádáh. Y bres
suiza.
p v -fis fó .... ■
í f -> N o había tiempo para peros. El Sha cerró la puerta y extendió
o las manos hacia Trudi. Ella se resistió. . ^. . :
Was denkst du eigentlich? —gritaba.
o >' PPr? ya estaba tendida en la cama, y el Sha le había rasgado el
3 camisón de arriba abajo. Segundos más tarde íá había penetrado
Diez veces; y fuerte. Luego la dio vuelta. Y la tomó, mó en ^la
Hl
- , posición persa, sino a la griega. Fue brutal, porque estaba: muy :
excitado, y muy enfadado. Terminó en un minutó;®:.;:
¡Hl
«fe ;' El Sha Sé levantó, colocó un billete de mil francos sobré la cania ^
d
y se fue sin decir palabra.
3
Cd áÉfl Probablemente al mismo tiempo (medianoche) me desperté en
. mi.dormitoriq, solo. Fue al oír la voz de Ursula. Hablaba pot ?
3 Ü i teleíono, obviamente con su padre.
3 -—... y luego me llamó judía. Supongo que tiene datos míos de la
gente de k SAVAK. Pero después de eso dijo ... ¿me oyes, papá?c!
Cd .Bien. Dijo: «Ustedes los judíos son todos iguales. Sólo sirven pará ^
(d crear probíemas. Pero no por mucho tiempo.» ¿Entiendes, papá? ; p
3 ¿Pensaste en lo que te dije aquella noche antes dé irme?
3 298
3 Ü
WMi®
3
Otra pausa.
—-¿Encontraste otra solución?
El padre debe haber respondido que sí.
—¡Ah, gracias a Dios! ¿Y me prometes...?
Nuevamente debe haber dicho que sí.
—Papá, yo te quiero. Y, papá, tienes que salvarte. ¿Podrás?
Una pausa larga.
—Papá...
Luego ya no pude seguir escuchando. Me puse una almohada
sobre lá cabeza. Diez minutos más tarde Ursula se acostó a mi
lado; N o me moví. Porque no podía ayudarla. Por lo menos logró
hablar con su: padre antes de que se interrumpieran también las
líneas con Irán.

A las nueve de la mañana, el Sha, su querida esposa, Farah


piba, y sus amados hijos partieron hacia Teherán. Ursula y yo
nuevamente los vimos pasar por la ciudad, porque ese día
decidimos salir a esquiar temprano y olvidarnos de todo.
Ninguno de los dos hizo comentario alguno. Porque ninguno de
los dos podía hacer nada ahora, salvo «esperar» que sucediera algo
que desviara el curso de la historia. Supongo que eso fue,
exactamente, lo que hizo mucha gente en agosto de 1914 o en.
octubre de 1929* o en septiembre de 1939, cuando sus mundos
comenzaron a hacerse pedazos. Sólo que esto sucedía en marzo de
1979, cuando se creía que esas cosas no volverían a suceder.
Pero sucedieron. "
Tres días después, el 19 de marzo de 1979, el Sha de Irán atacó.

1'-í -
24
S iilll:
La «guerra de los cuatro días» comenzó a las seis y media de la
: mañana de ése: lunes de marzo. El astrólogo del Sha había-
>K"_ . aprobado la fecha, comò también los historiadores de su corte. Sus
cálculos, basados en el calendario persa, indicaban que fue
precisamente en esa fecha, en el año 226 después de Cristo, cuando
w Í J h! f edf eS° ref del Sha decIaró el establecimiento del
Imperio de los Sasamdas, un imperio que abarcaba todas la«
N o íS •|UC b?rdeaban®¡ Golfo Pérsico por el Este, el Oeste y el
Norte, imperio que había durado más de cuatro siglos. La meta
“ 1979 ^ 13 re" ón da ■* * * *1 ¡
' F « f i f ‘\ hab/a !legad0 a su puesto de mando la "oche anterior
Estaba situado en un bunker, a seis metros por debajo de la
superficie del aeródromo, en las afueras de Khorramshahr. Desde
de aterr;zaje se efectuaron las primeras acciones. Estaba
- ‘ornado del modelo israelí: cien «Phantoms» y cincuenta «F-l»
franceses que habían llegado el día anterior (los «Phantoms»
equipados con misiles «Phoenix», los «F-l» con «Matras»)
realizaron vuelos rasantes sobre las bases militares iraquíes Antes
dl P°"erse el so1 habían destruido treinta y tres de ios doscientos
exacü‘udydemio« aV.10f es de «ncrra .de Traq, gracias a la notable
■ d 1 misiles de aire a tierra, y a la habilidad de los
Fsfp.dl'n“ -?’ ¿ ° S ell0S entrenados en la Fuerza Aérea de los
norm,e nn h K-' ngUtl aVIOn de Arabia Saudita fue destruido,
porque no había ninguno por allí.
Elsegundoataque aéreo, ordenado por el Sha una hora más
tarde, estuvo dirigido a Umm Qasr, la ciudád portuaria contigua a
? Iraq'Kawait* donde los rusos Habían construido^na
base para los iraquíes destinada a custodiar la bocá del río Shattal-
A lento veinte «Northrop F-5» arrasaron el Ííigar en una '
ora. A las ocho y media de la mañana los helicópteros dejaron en
tierra un batallón iraní tras otro. Era un triunfo fácil.
Kha1t?nu ~ dij° eI Sha>^ a n d o las noticias de su éxito §»g!g#
comenzaron a llegar a su puesto de mando.
El bunker mismo era una maravilla de la tecnología moderna M i
Había sido construido por la Bechtel Corporation de San Fran­
¡ilSifllli
IIPPí-IiiIéJÍ
cisco y equipado por Raytheon, Westinghoüse, Litton Industries, -
lexas Instruments, con lo mejor en equipo de coMumcaciones. No ¿ S ü ill
había nada en el Pentágono ni en la Casa Blanca que se le
acercara. Ademas estaba a quince kilómetros al Norte del Golfo Él
ersico. Un lugar arriesgado, tal vez, para lin comandante en jefe. '
Pero el Sha se veía como otro Pattón, y no cortlo ün: Eisenhower.

300
i
0$gm
o<
oo
M es
Sí IéSSP
Blt8®ll

por esOj a las ocho cuarenta y cinco no fue uno de sus generales
m 0
uién dio la siguiente orden, sino el mismo Sha: Si¡tl®S
c>
__Bien, Khátámi, los llevamos al otro lado del río.
^-¿Áhora? |^¡¡§§ 0
Ahora. ■ C
Bn el tercer átaqtie aéreo se empiaron tanto «Phantóms» como
üi
«p_5», y fue el más masivo de todos. Estuvo dirigido a la artillería
y a los misiles que se encontraban del otro lado del Shattal-Arab c
de Khoframshahí y Abadan. Se usó gran cantidad de napalm, con ¡¡¡¡¡¡¡¡
? efecto devástádon ©
La fuerza aérea iraní demostraba ser la más eficiente de todo 0
V Orierité Medió: superaba incluso la actuación israelí de principios
% de la dééadá del setenta en términos de tiempo para regresar a la
c>
basé y técriicás opérácionales. i
A las once de ése 19 de marzo, cuando los tres ataques aéreos ya ©
habían sido éféétuádos con éxito espectacular, el Sha se preparaba
para su más elegante juego militar. (gil VJ
—Shahandeh —dijo—, ya comenzamos. gfjijj 0
Lo que comenzó minutos más tarde fue lo que hoy los
historiadores llaman «el tramó final de Shatt al-Arab»r. Había sido c
concebida y ahora implehientada por el comandante Fereydoun €

C'i
ShaháiMeh /cdmO:da \ primera ofensiva militar de importancia
basada principalmente en el uso del Hovercraft. La idea estaba 0
, adaptada a la geografía dé ese área. ¿Recuerdan ustedes todos los
tanqüéis iraquíes en el corredor entre el Tigris y la frontera iraní? ¡¡lj¡¡¡ o
Bien; por detrás de ellos, al Oeste, estaban los pantanos del delta §l¡¡¡¡§¡
del Tigris y el Eufrates, terreno intransitable desde el punto de C
vista militar. Intransitable para todo vehículo militar conocido por 0
el hombre excepto el Hovercraft, que podía desplazarse gracias a
, , sus colchones de airé sobré cualquier superficie razonablemente IJfg 0
plana (agua, pantanos ó playa) a una velocidad de sesenta y cinco i|3| 0
kilómetros por hora con carga completa. Estas notables máquinas
(todas construidas para el Sha en Gran Bretaña, líder mundial de 111 0
la tecnología Hovercraft) podían transportar todo un batallón U PiS
armado* en su cavernoso interior había tanques (Chieftains,
también de fabricación inglesa) y transportes de personal
0
¡illll 0
blindados (BTR-50 y BTR-60, de origen soviético), además de un

301
0
|jgj¡¡¡¡¡ 0
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atsftiig
p
titil
0

mu f■
0
I ®
m
iüS]
complemento de personal militar en las alas y en las cubierta
superiores. Teman un alcance de doscientos treinta kilómetro?
Í0S0
Pero no podían moverse hasta que la base naval de Umni QaSr
#ip¡ í* f?era 3Uerdad° fuef de acción- y hasta que se hubiera eliminado
S®|¡ rfJ t ? a i dn fr e80 e" f ° ri,la ° este deI Shatt al-Arab (entrada aT
delta del Eufrates y el Tigris). A las once de la mañana la acción
|¡t¡ estaba cumplida. Esa fue la orden del Sha. n
W'
«a
. L* f s“ na ^ e se produjo en las costas dei Golfo Pérsico, al lista
aiftp
í *é®
algo que ninguno de los que la p r e tó iw o n
olvidaran. A las once y cinco, el salvaje aullido de cientos de estas
*
maqmnas Hovercraft comenzó a llenar el aire, produciendo m
torrente de sonido. Luego, lentamente, los monstruos
Dresión°Oplcomenzaron a ascender, a medida que alimentaba la
presión del aire en las camisas que había debajo de los Vehículos
uego, en columnas de cinco, comenzaron a abandonar las playas
ri,fhdefP azarf s° bre las aS“as Ñ a s del Golfo Pérsico, levantando
¡§¡ m ím trHS “Ube- de„Vapor' La operación parecía concebida por el
H ¡tü g u e ía d ta m n T n ^ T CUando estas &°t&caa máquinas de
m S h a if» A k T 3 “ CUrva y Penetraron en los cutíales del
StSSÜ
mrcianos ’ “ * ^ m e ja b a a una invasión de

tierral™ !. " T *arde comenzaron a abrir sus rampas en


spi la raiuguardm de las fuerzas iraquíes,. Al misino
M empo, el cuerpo principal de «panzers» iraníes,:qué; habían
«I
ag a Pf c S T
frnnl°, H Dezful y Ahvaz’ com enzóun ataque
horal d f ' FUe U"a v®rdadera masacre. En las primeras
la tarde Ia gran mayoría de las fuerzas iraquíes optó por

d e n 9 dhe0l brrzen ?el,bUnrker “? KhomUnshahr dedicaron la noche


éé trliíiAA a ^ plamfícar eI reagrupamiento de sus fuerzás y las
actividades del día siguiente en el gigantesco mapa de batalla que
¡ü
¡u§ xubria la pared este del refugio. Recorrieron, Uno por uno lo s
jigi DubaT 0O día siguiente: Kuwait, Bahrain, Qatar, Abu Dhabi,
Dubai, Ornan. A las ocho sus planes ya estaban completos.

302
El colapso del 79 probablemente comenzó al mismo tiempo: al
mediodía del 19 de marzo de ese año en Nueva York, que tenía
ocho horas de retraso con respecto a Irán. Porque hacia las doce
de ese día, los tipos importantes de la ciudad comenzaron a darse -
cuenta de que se estaba desarrollando un fenómeno irreversible:
pánico financiero.
Un añálisis mesurado, atemperado por el tiempo transcurrido
desde ese díá> indica con certeza que la causa de ese pánico no fue
la guerirá de Oriente Medio. No: las noticias del comienzo del
conflicto en las primeras horas del 19 de marzo indicaban que se |®¡#®
trataba dé; un nuevo choque fronterizo entre Iraq e Irán, Por
supuesto qué ésta vez hacían algo más que arrojarse una a la otra
unas cuantas granadas. Pero era un asunto estrictamente local. Mi
Los riórtéárriericanos no estaban. Ni siquiera los sauditas, ni los ip iijj
m ili
: egipciós¿; ni los israelíes. De manera qué difícilmente el comienzo
de la ^guerra de lós cuatro días» pudo ser la causa. .
Pero quizá fue el disparador. El único paralelo histórico que se MI
le acercaba era él asesinato del archiduque Francisco Fernando en ¡ M
®sj>ISS8Sí:
la capital dé Bosnia en julio de 1914: encendió la chispa de la
primera guerra mundial, pero sólo porque la hoguera estaba ¡S#¡¡¡¡8¡ Slt¡t§¡l
preparada.
El hecho es que todo el sistema financiero de Occidente, pero en SfpÉIÉ®
especial el de los Estados Unidos de Norteamérica, había llegado a 111118
un grado de vulnerabilidad sin precedentes desde la década de Si®É § H S tf
1920; El estado dé los Bancos era, naturalmente, deplorable; el de immám
los Bancos más grandes de Norteamérica era una bomba pronta a
estallar. Ya éii 1976 los dos Bancos más grandes de Nueva York
(el First National City y el Chase Manhattan) habían sido
MvSf
declarados «Bañcós-problema» por el auditor circulante. Por ,
*
supuesto que trataron de resolver la situación. Finalmente se les ;
borró de la lista. Pero en 1978, la estupidez de prestar a largo plazo.
wm
■ i
y recibir depósitos a corto plazo, de prestar dinero bueno contra
malo párá evitar cancelar deudas sin pagar, de derramar miles y
wm
miles de millones en los países en desarrollo, efectuando prestamos
a gobiernos que no podían pagar la deuda en este siglo, y tal vez

303
S r ’loiaF^3 je q u e s y bonos ^

a g o t a d o d?sasPrÍ S t o s dejar° n Í0S


rero nunca se da Pi « * . ■ -4

5£SS«3Sa£S=s
Banco, xr ^aiqmer cosa en la m e n t ^ ^ ^ -estataIes sana
instituciones publicare

S?K?psSɧ£
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r tros, a sf fflislnos;
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ochocientos setenta y nueve m .W ,,' |Ahora deb/a un total d?

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504

©
0
0
Y en eso residía la mayor vulnerabilidad del sistema económico 0
. norteamericano; en su dependencia internacional. Los extranjeros 0
jjo sólo controlaban las fuentes de energía, sino también un
segmento estratégico de los mercados financieros norteame­ 0
ricanos. 0
No en proporción masiva. Ni siquiera en una gran proporción,
pero en una proporción estratégica. Poseían unos ochenta mil 0
millones de dólares en letras de tesorería de los Estados Unidos a C
corto plazo. Noventa y cinco mil millones en bonos y acciones
0
0
corporativas... o sea documentos de empresas norteamericanas. Y
controlaban otros setenta y cinco mil millones en depósitos acorto
plazo en el sistema bancario norteamericano. En suma, sólo unos
doscientos mil millones de esos millones de millones de deuda 0
norteamericana. Pero fue suficiente para provocar el comienzo del :#ɧ O
pánico cuando empezaron a salir de Estados Unidos.
O
Y ese lunes 19 de marzo de 1979 se iban. ¡Y cómo se iban! Por
supuesto que los sauditas retiraban a razón de un par de miles de 0
millones por día en ese entonces. Los franceses liquidaban todas ©
sus acciones del gobierno norteamericano. Los suizos que
controlaban docenas y docenas de miles de millones de dólares de ©
inversiones extranjeras en los Estados Unidos, se unieron al éxodo ©
con gran ímpetu ese día. N o vendieron; vaciaron: letras de
tesorería, bonos del gobierno, acciones de la General Moiors. 0
Retiraron sus depósitos de los Bancos de Nueva York, y de las O
PlS®
sucursales de los Bancos de Nueva York en Londres. Y de los
Bancos de Chicago, y de sus sucursales en el extranjero, y de los
o
Bancos de California, y de Texas. Los alemanes fueron los últimos íé s o
en unirse a la multitud. Y eran tan peligrosos como los suizos para €
el sistema financiero de los Estados Unidos. Porque habían
prestado al gobierno norteamericano casi tanto dinero como los li¡¡¡ ©
sauditas. ©
¿Por qué? ¿Por qué esta liquidación masiva de los Estados
Unidos? Porque hacía años que la comunidad extranjera descon­ 0
fiaba cada vez más del dólar norteamericano. Porque sabían que O
ni el sistema ni su moneda sobrevivirían siempre a los efectos de las
políticas de evasión de impuestos; a las deudas cada vez mayores; a ©
los métodos bancarios irresponsables, y hasta irracionales. ©
¡¡¡¡Pi
305 ©
©
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- v, ^>ero ultimo disparador fue la guerra la «onprn i

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respuesta que los francew f f “ced®r cual<5uler c°sa, incluso la?

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industriales de I ? A A H a PreC'° Promedl° de las acciones i
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" dos horas. El viernes “ “ 1 de vf lor nominal en I

El N e V ^ F e í 3" ,« 1111 ritmo de cinco mil n i n a porhom

'.mantener el orden en el m e r X S c L b io ^ ^ a n S o 'T ^


. manejo internacional del dólar Pprn «„+_ i xtrarVero- Y uel ®
; gobierno norteamericano, el d ó J era una 1 T I ^ T f 4 4
Cualquiera podía comprarlo o venderlo a voluntad ^ „H *"*?-

306
como yo lo había hecho unos días antes. Pero' los más pequeños
¿el interior sólo percibieron a media mañana lo que esl aba
sucediendo.
El primer lugar donde comenzó la ansiedad fue Fort Wayne,
Indiana, en la oficina principal del Hoosier National Bank, en
Calhoun Street A las once y cuarto, las filas para retiros ante las
tres ventanillas correspondientes llenaron el vestíbulo y salieron a
la calle. A mediados de marzo hacía frío en esa región del Medio
Oeste; sólo seis grados bajo cero en Calhoun Street, pero ahí
estaban, de a tres en fondo, esperando que la fila avanzara.
—¿Se ha enterado? -—era lo que se oía repetir continuamente.
Generalmente pronunciado por una mujer, ya que por lo menos
dos tercios de las personas que esperaban ante las ventanillas ei an
mujeres. Lo habían oído en la radio. Sobre los mercados en Nueva
York, sobre los árabes, los franceses, los suizos, el dólar, la guerra.
Y querían ser precavidos. La gente de Fort Wayne, Indiana, no era
del tipo que se deja apresar fácilmente por el pánico. Era una
pequeña ciudad, poblada por gente de buena ascendencia alemana
luterana, la mayoría de ellos con estudios universitarios en Purdue
University, o Valparaíso, o Indiana State, o Michigan. Estaban a
una distancia de cincuenta años de los acontecimientos de 1929.
La mayoría de ellos ni siquiera había nacido en ese entonces. Pero
habían oído las anécdotas, contadas una y otra vez por padres y
abuelos.
—Si sólo hubiéramos retirado nuestros ahorros un poco antes
—concluían invariablemente las historias— habríamos pasado sin
problemas por la década del treinta.
Estas mujeres no querían sufrir de ese modo la del ochenta. Por
eso estaban ahí paradas en Calhoun Street, frente al Hoosier
National.
N o es que el Hoosier National fuera mal Banco. Todo lo
contrario. Era una institución muy sólida. Nada de préstamos al
Congo, ni negocios raros con propiedades en Florida, ni bonos del
Estado de Nueva York. Sus préstamos era para la Zollner
Corporation: cojinetes, pistones, una gran proveedora de las Dos
Grandes de Detroit. Y a la Timkin, la compañía que fabricaba
surtidores de gasolina. Y a los granjeros de las zonas circundantes.
üs
- f j S ”' ? T q-Ue teni a m montón de Ietras ^ tesorería, pero
v tambien Ias teman todos los otros Bancos del país. El problema
, . u l ? T , C° T T !q,UÍCr 0ir° Banco- SÓUdo o no. en cualqnTer
■ “ Estados Unidos, o en realidad del mundo, el Hoosier
Nationid Bank nunca tenía una gran cantidad de efectivo en el
5 S¡t°' Especlalmente desde que se extendiera el uso de tarjetas de
crédito y cheques, que nunca habían sido necesarios. Comparado
- ??"la f° ™ a e,n 9ue solía operar el Hoosier National, incluso en la
©#
extre™ * ?1 3' <? ando había sucedido la última catástrofe, era
extremadamente pobre en dinero en efectivo.
■ añr« fr e n te era Fred Willis Un buen hombre. Cincuenta y cinco
anos, casado desde hacia treinta, veterano de la guerra de Corea
miembro vitalicio del coro de la iglesia luterana Concordia un
a lta d o P ’ ° neSt°- Per° a ,aS once y "tedia estaba
ir* i

i ,,í„ PaSef ba detras de.las tres ventanillas, controlando los retiros


Luego voIvío a su oficina, y llamó a Marty Kohler, su segundo.'
- Marty le dijo—, en una hora nos quedaremos sin fondos
Llame al First National de Indiana para que manden un millón
En cambio pequeño, si pueden.
' ; ^ arty hizo Ja ñamada mientras Willis salía a observar las filas
cada vez mas largas. En seguida se le aceró Marty Kohler
° f J lllÍS “~murmuró—> no P«eden. Dicen que ellos
también andan escasos. 4
w r í Mqkfda'te aquí/ aera y trata de w e la gente se mantenga
en~ calma. Hablare con el Federal. 6
El Federal Reserve Bank más próximo a Fort Wayne, y el que
controlaba el territorio, estaba en Chicago. Después de ¿edir una

.S m p r in d p a ” 10 ^ BanC0’ WÍUÍS l0grÓ hab,ar con


F o^ w fvL ^ 16 hab!a Fred WiUis’ del Hoosie* National, de
Fort Wayne. Tenemos un ligero problema y necesitamos un par de
millones en efectivo... preferentemente en billetes pequeños
ahora mismo. F 4 "
—¿Un par de millones?
Sí. Y creo que la mejor forma de enviarlos sería ir al
aeropuerto y contratar un avión. Nos haremos cargo de los costos: -

308
—Imposible, Willis.
—¿Cómo que es imposible? ¿Para qué están ustedes?
—¿Por qué me hace este pedido?
—Porque hay retiros masivos, por eso. Usted debe saber lo que
sucede en Nueva York.
—Claro. Pero no hay motivos para el pánico. Mire, Willis, vaya
y hable con esa gente. Estas cosas requieren tiempo. ¿Qué garantía
puede darnos? ••‘••••-.r-?.
—Tenemos muy buenos préstamos acordados. Usted lo sabe.
Buscaremos la mejor, pero...
—Bien. Mañana enviaré un hombre.
—jCarajo! —dijo Willis. Tal vez era la primera mala palabra
que había dicho en años— . Necesito el dinero, y lo necesito ahora.
En efectivo. {Hoy!
—N o me grite, Willis. Mandaré un hombre mañana.
Y Chicago cortó la comunicación.
Bien, Fred Willis había hecho todo lo posible. Pidió atención a
todas las personas reunidas en el vestíbulo del Banco. Les dijo que
no había motivo para seguir retirando dinero ese mismo día. La
Reserva Federal enviaría una gran cantidad de efectivo la mañana
siguiente. El Hoosier National era uno de los mejores Bancos del
país. Siempre había cumplido con sus compromisos, incluso
cincuenta años atrás cuando otros diez mil Bancos norteamerica­
nos se vieron obligados a cerrar sus puertas, y volvería a cumplir
ahora.
Sus palabras no hicieron el menor efecto. A la una y cuarto el
Hoosier National se quedó sin efectivo y a la una y veinte cerró.
Eso es todo lo que sucedió ese día con el Federal Reserve
System. En las dos horas siguientes cerraron otros dos Bancos en
Fort Wayne, uno en South Bend, dos en Indianápolis y uno en
Bloomington; un total de siete en el Estado de Indiana. Todos eran
Bancos sólidos. Pero ninguno podía satisfacer a sus depositantes...
porque se les había terminado el efectivo.
Por alguna razón, Indiana se quedó muy sola ese lunes. Hubo
algunos cierres aislados,f en Iowa, Utah y Nevada. Pero ninguno
de los grandes Estados resultó afectado. Todos io s Bancos de
Nueva York, Illinois, Texas y California cerraron intactos.
Esa tarde, a las cinco, en la Casa Blanca había un caos total.
. Todos los jefes de departamento, agencia y otras autoridades de la
J ciudad querían ver al Presidente. Pero sólo cuatro hombres
Cv consiguieron entrar en el salón oval: el secretario de Estado>el de
I. - Defensa, el del Tesoro y el presidente de la Junta de la Reserva-
Federal.
' Eldinero, y no la guerra, era la prioridad a las cinco de la tarde
de ese día.
El presidente de la Reserva Federal acababa de resumir lo
"í sucedido en Indiana. Y el Presidente le había pedido su opinión al
secretario del Tesoro.
? —No es culpa nuestra —comenzó el secretario del Tesoro,
aunque nadie le había sugerido eso— . La culpa es de los BaiiCós
que aceptan todo ese maldito dinero extranjero.
* ' —Mire —respondió el secretario de Estado—, de ningún modo
- es solamente culpa de los Bancos. Su departamento vendió a esos
extranjeros ochenta mil millones de susa propias letras^'-;N--:-'^^v:.-:;:i\\
—¿Y qué diablos íbamos a hacer? —respondió ?el jefe del
í t Tesoro— . ¿A que no intenta usted financiar este gobierno? > ^
•' — Bueno, yo sólo quería señalar que...
-^-Suficiente —intervino el Presidente-—¡ ¿Y el mercado de letras
JX de tesorería?
' —Está destruido —replicó el secretario del T eso ro s. Ahora
hasta los alemanes están vaciando. El miedo es contagioso.
Entiendo que esos tipos de Indiana se alteren.
X. —rBueno, ¡maldición!— dijo el Presidente—; ¿qué hacemos? ^
—Se lo diré. No tenemos opción. Será necesario que intervenga
la Reserva Federal. Con todo lo que tienen. Si los franceses, los
0 sauditas, los suizos y los alemanes venden nuestras letras, la
Federación tendrá que comprarlas. Nadie más lo hará. Sin
ninguna duda, los Bancos grandes de Nueva York y Chicago van a ^
0 - - empezar a vaciar nuestros valores. Probablemente comenzarán
máñana, cuando abran. Si no estamos allí, comprando, habrá un
colapso en el mercado. Total.
'-r -^Eso es imposible.
—Naturalmente.
<7 —Pero aguarden un momento — dijo el presidente de la
Federación—. ¿Ustedes dos se dan cuenta de lo que están
hablando?
—Creo que sí —replicó el hombre del Tesoro, que consideraba
que su colega de la Federación era un hombre de las cavernas en
materia de finanzas.
—Creo que no —fue la respuesta—. Si empezamos a comprar
papel de tesorería, lo único que consiguiremos será inundar el /I
mercado de efectivo. m
—Muy bien. ¿Acaso no es exactamente eso lo que necesitamos?
—¿Se da usted cuenta de lo que estamos diciendo? Este no es
dinero que obtengamos de impuestos ni de préstamos. Usted
simplemente propone que emitamos miles y miles de millones de
dinero nuevo, y que lo distribuyamos en el mercado.
—Ni más ni menos. SSif
—¿Y comprende a dónde conducirá eso? ¿Recuerda lo que pasó
en mil novecientos veinte en Alemania y en Austria, cuando sus
gobiernos recurrieron a ese método? La inflación resultante fue...
—Escuche —replicó el Presidente—, no me interesa oír nuevas Wm
teorías sobre la inflación, ni sobre la emisión de dinero, ni nada fllji
que se le parezca. Quiero acción. N o aceptaré ningún colapso en III
los mercados por los valores del gobierno de los Estados Unidos.
Y punto. Y no aceptaré ninguna bancarrota más en los Bancos de
este país. ¿Entiende? —y apuntó tan bruscamente con el dedo a la
cara del presidente de la Federación que por poco le hace tragar la
pipa.
—Y o ...—fue el comienzo de la respuesta.
—Usted —vociferó el Presidente— hará exactamente lo que yo
diga. Y si no le mandaré al carajo. Siempre que no le linchen antes
—el Presidente, teóricamente, no tenía poder sobre la Federación.
Pero si se hacía conspicuo en este caso y si la situación se
deterioraba, no había la menor probabilidad de que el presidente
dé la Federación sobreviviera al ataqué de la multitud. Era ¡iS
preferible que- atendiera a las exigencias de ésos analfabetos y
sobreviviera, y dejara para'más tarde la restauración de la cordura.
—Se necesitarían por lo menos quince mil millones de dinero
nuevo, de nuestro dinero, para estabilizar el mercado de valores
mañana. Y tendremos que ceder otros diez a los Bancos,
; Pagablemente, para que puedan conservar su liquidez. Lo cual
significa veinticinco mil millones en efectivo cogidos del aire
— Ya lo sabemos —dijo el secretario del Tesoro—, pero con eso
resolveremos lo del mercado oficial, y todo el resto seguirá por sí
solo, incluyendo la Bolsa de comercio de Nueva York. Y con eso
5’‘ acabaran nuestros problemas.
..~ ? * enso <lue tendremos que contratar varios aviones para que
distribuyan los fondos antes de que abran los Bancos mañana —
dijo el representante del Banco Central.
¿Y si usáramos algunos de nuestros aviones? —propuso el
secretario de Defensa. F p
, T B“e"a ldf? —»Probó el Presidente. Y agregó dirigiéndose al
de la Federación—: ¿Puede comenzar ahora mismo?
' 0 ~ P° r suPuefto- pero deseo que quede constancia de que no
estoy de acuerdo con esta política.
; , —Qued» registrado —respondió el Presidente, y el presidente de
MS

la Federación se retiró.
—¿Y el dólar? —preguntó el Presidente al secretario del Tesoro?
:, .Va a P1(íüOv Pero déjelo caer. Dentro de unos días, cuando
- ernune, volverá por sus fueros. No tiene sentido tratar de
enfrentar esta situación solicitando miles y miles de millones de
marcos, francos y yens. Más tarde habría que pagarlos. Una vez
que la Federación haga su trabajo mañana, esos tipos de Europa
, se tranquilizarán. p
—Muy bien —dijo el Presidente, que no sabía nada de mercados
de cambio extranjeros— ¿Qué sabe usted de lo que sucede en

—Todavía no hay nada claro — replicó el secretario de


, w f ° 7 ' Sabemos quedos iraquíes se han liado otra vez con los
iraníes. Se han producido ataques aéreos bastante serios. Creemos
en base a información bastante responsable que recibimos hace
algunos días de nuestro embajador en Suiza, que este asunto fue
instiga o por Iraq. Que la acción del Sha es meramente de
contraataque.
n° 10 critíco “ Aclaró el secretario de Defensa.
De manera que es una cuestión estrictamente local — diio el
Presidente. J

312
O


0
—Es muy probable —respondió el secretario de Estado—. Pero 0
toda la situación en Arabia Saudita sigue siendo un enigma. 0
—¿Qué dice nuestra embajada?
—N o saben más que nosotros. La embajada eslá en Jedda. El
0
gobierno Saudita está en Riyad. Y hace cinco días que Riyad está 0
sellada como una tumba. Creemos que gobierna el príncipe
Abdullah. Tenemos conocimiento de que ha habido cambios
0
masivos en la política con los Estados Unidos. Como usted sabe, o
han retirado-sus fondos tan abruptamente como los colocaron 0
aquí.
—Y así desataron todo esto —agregó el secretario del Teso­ 0
ro— . Prueba de ningún otro acto manifiesto en contra de 0
nosotros. Hablé con la gente de Aramco hace una hora, y me dicen
que se sigue bombeando petróleo Saudita en sus tanques del Golfo 0
Pérsico. O
—Entonces, ¿qué sugiere usted?
—Creo que debemos esperar.
0
—He puesto en estado de alerta a las flotas sexta y séptima 0
—dijo el secretario de Defensa—, y también al tercer ejército en 0
Alemania.
—¿El Sha ha solicitado alguna ayuda? —preguntó el Presidente. 0
—No —respondió el secretario de Defensa—. Pero si lo hace, 0
creo que debeinos proporcionársela. Es el único aliado estable que
tenemos en Oriente Medio. 0
—Lo que no logramos entender —siguió el Presidente— es qué 0
es lo que desencadenó toda esta tormenta, ¿Qué diablos ha
sembrado semejante pánico éntre los europeos? ¿No comprenden
que nosotros podemos controlar cualquier situación que se dé €
sobre la Tierra, en Oriente Medio o donde sea? Si estuvieran
implicados los rusos, comprendería. ¿Qué dicen ellos?
0
—Traté de comunicarme con el canciller en Bonn y con el 0
premier en París. N o lo conseguí en ninguno de los dos casos 0
--rep licó el secretario de Estado.
—¿Lo intento yo? —preguntó el Presidente. 0
—Bueno, ahora es un poco tarde allá —contestó el secretario—. 0
Pero hay algo que podríamos hacer.
—¿Qué? 0
0
313
0
0
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’ Comunicarnos con Israel.
3 V», —¿Con Israel? ¿Para qué?
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necesario T 5 Med'°’ P° r medi° de satélites y aviones si es
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3
iraníes de las islas de Abu Musa y del Tanb Mayor y Menor,
encontraron muy poco que hacer.
En Omán la invasión fue innecesaria. Desde comienzos de la
década de 1970 el Sha había provisto generosamente al gobierno
de Omán de ayuda militar, para ayudarlo a enfrentarse a los
rebeldes de Dhofar en el estratégico extremo Norte de Omán.
Hacia 1979 Irán contaba con cinco mil paracaidistas y ciento
veinticinco helicópteros en esa región. Además, la mayor parte del
ejército de Omán estaba formado por baluchis, casi todos
reclutados en el Sur de Irán. Los paracaidistas y los baluchis no
hicieron más que reunirse e izar la bandera iraní.
Mientras sucedía todo esto en tierra, tenía lugar un enorme
despliegue de las fuerzas aéreas y marítimas iraníes. Incluía un
desplazamiento masivo de equipos de las nuevas bases navales
aéreas de Bandar Abbas, que custodiaban la entrada del Golfo
Pérsico de la costa Oeste de Irán, y que estaba situado casi in­
mediatamente al Oeste de los principales objetivos militares poten­
ciales en Arabia Saudita; Una tercera formación estaba situada en
Chah Bahar> sobre la costa iraní, al Oeste del límite con Pakistán.
Chah Bahar era la base militar más grande del océano Indico. La
habían construido contratistas norteamericanos a principios de la
década del setenta a un costo de mil millones de dólares.
: Las bases de Ghah Bahar controlaban todos los accesos al
Golfo Pérsico; las de Bandar Abbas, la entrada del Golfo. Ahora
el Sha había logrado cerrar esa zona acuática y sus países y
principados circundantes a toda interferencia externa por mar.
Como una medida más de disuasión, el «Kitty Hawk» y el
«Constellation»; cargados con cincuenta «Phantoms» cada uno, se
encontraban en el océano Indico en estado de alerta para la
batalla. Es cierto que los Estados Unidos proporcionaron al Sha
casi todo su potencial militar: las bases, los transportes aéreos y los
jets «Phantom»* pero fue el genio del Sha y de sus principales
asesores militares el que empleó los recursos militares de Irán de
una manera tan brillante durante esos dos primeros días de batalla
en marzo. Según los planes la guerra terminaría en un día más, y el
rey de reyes sería el dueño absoluto de la propiedad más valiosa
sobre la faz de la Tierra.

315
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Pérsico. kilómetros de la costa Oeste del Golfo
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- El general frunció el ceño.
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- —Señor, ¿qué pensaba usted exactamente’

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316
0
0
' ~‘ ®5l¡j 0
0
—¿Por qué no, demonios? 0
—Porque el Sha tiene una enorme capacidad de fuego contra 0
nosotros. Cuenta con dos de nuestros portaaviones cerca de Chah
Bahar. ¿Recuerda que se los arrendamos hace un par de años?
0
Llevan unos doscientos aviones a bordo. Sí, esos «Phantom» que 0
les vendimos. Y luego está Chah Bahar; allá tienen un montón de
O
«F-14», más de los que tenemos nosotros en toda Europa, ahora
que lo pienso. Y esos misiles en Abu Mursa... una pequeña isla en O
el Golfo, señor. Suponiendo que pudiéramos entrar al Golfo, y no 0
estoy seguro de que podamos.
—¿Me está diciendo que nosotros, los Estados Unidos de 0
Norteamérica, no podemos vencer militarmente ai Sha? —atronó 0
el Presidente.
—Bien, podríamos. Pero nuestra tasa de imprevistos aseria 0
astronómica. Y además hay que tener en cuenta otra cosa; ;Para 0
conseguir que el Sha se retire del Golfo, habría que movilizar un 0
tipo de aterrizaje como el de Normandía en la segunda gnerra.
Con la diferencia de que nuestras líneas de aprovisionamiento no 0
estarían a veintidós kilómetros, del otro lado del Canal de la 0
Mancha, sino a ocho mil kilómetros de Europa occidental. No
estoy seguro de cuál es la acción más aconsejable que debemos ©
emprender. 0
— Un momento —dijo el jefe del general, el secretario de
Defensa—. Creo que le estamos dando a este asunto un enfoque 0
completamente equivocado. Dejemos de lado la Séptima Flota. 0
Por supuesto que tendrá que zarpar inmediatamente para el
Golfo. Pero hemos pasado por alto un hecho. Nosotros tenemos 0
una presencia militar en Arabia Saudita. Tres mil efectivos, una ©
cantidad de técnicos, y esos tipos de la corporación de Los:Angeles
que los sauditas contrataron hace años para vigilar los malditos
0
campos petrolíferos de Ghawar. Y un montón de tipos de 0
Aramco. Debe haber unos ocho mil norteamericanos en Arabia 0
Saudita. N o sólo eso. Gracias a Dios, durante los últimos años
hemos enviado enormes cantidades de armas a ese país. Usted lo 0
sabe, señor Presidente. Usted y yo implimentamos esa política. 0
Junto con ese hombre que dirige el ejército Saudita, el sultán Abdul
Aziz. Bastará con enviar refuerzos a los sauditas desde Europa. 0

317
0
0
0
- Desde la base aérea Rin-Main en Francfort Podemos trasladar
veinticinco mil hombres en cuarenta y ocho horas. Con los mejores
equipos que tenemos en Alemania.
Por Dios, ¡tiene razón! — exclamó el Presidente.
—Esperen —interrumpió el secretario de Estado—. Olvidan
ustedes lo que sucede entre los sauditas. N o lo sabemos con
certeza, pero tenemos todas las razones para creer que el sultán
Abdul Aziz está muerto, junto con todo el grupo gobernante pro
norteamericano de Riyad. Y que el izquierdista príncipe Abdullah
esta ahora en el poder...
—¿Y qué? —preguntó el secretario de Defensa
— Claro —corroboró el Presidente—. Si el Sha los ataca, los
sauditas, y no me importa cuál sea su tendencia política actual
aceptarán ayuda de donde les venga. ’
x —¿Y los rusos? —preguntó el secretario de Estado.
V, “~>Han adoptado alguna acción? —preguntó a su vez el
Presidente.
—No,
—Entonces hay que ignorarlos. Ya es demasiado tarde para que
intervengan.
—Muy bien —dijo el secretario de Defensa— . De manera que lo
que debemos hacer es enviar tropas por aire desde Alemania.
. ias formalidades? —preguntó el Presidente—. ;N o
debemos informar a la NATO y al gobierno alemán?
— Sí —respondió el secretario de Estado— Pero es una pura
formalidad.
v—D e acuerdo. Tenninemos con esto —ordenó el Presidente.
Era cerca de mediodía en Bonn; el Presidente de los Estados
unidos se comunicó con el canciller en esa ciudad en el término de
tres minutos. En otros tres minutos el Presidente explicó la
situación e hizo su petición referente al uso del equipo de Rin-
Mam por el Tercer Ejército norteamericano. Cuando terminó de
hablar hubo un largo silencio del otro lado de la línea.
Señor canciller —dijo el Presidente—, ¿me escucha?
— Sí.
—¿Y bien?
temo, señor Presidente, que no podré darle una respuesta
inmediata. Como usted comprende, están involucrados nuestros
intereses nacionales. Tendré que consultar con todo el gabinete.
Llevará algunas horas reunirlos a todos. El Bundestag está de
descanso en estos momentos.
—¡Pero este asunto no puede esperar!
—Comprendo su posición. Debe usted comprender la mía. Me
pondré nuevamente en contacto con usted en cuanto pueda.
Adiós, señor Presidente —y dejó al Presidente de los Estados
Unidos colgado en el otro extremo de una comunicación
interrumpida.
—Es increíble —murmuró el Presidente, todavía con el teléfono
en la mano— . Ese nazi de mierda no tiene prisa.
—Hay otra alternativa —sugirió el general Smith, rompiendo la
calma.
—¿Cuál?—preguntó el Presidente. ^
—Aún tenemos esos «B-52» en Guam.
-¿ Y ?
—Bien, tienen alcance suficiente. Podemos bombardear.
— ¡Por favor! —intervino su jefe—. Eso es absurdo. Claro que
tienen alcance. Pero sólo si se llenan los aviones de combustible.
N o quedaría capacidad para ninguna otra carga que pudiera tener
algún efecto.
—No hablo de cargas convencionales, señor.
—¿Se refiere a cargas nucleares?
—Sí. Pero permítame que me explique. N o estoy proponiendo
que arrojemos bombas nucleares. Sólo enviar un ultimátum al
Sha, sugiriendo vagamente que se emplearían. El Sha comenzaría
a retroceder en cuanto los «B-52» aparecieran sobre Irán.
—No —respondió el Presidente—, eso ni pensarlo. ¿Usted cree
que quiero que me lleven ajuicio?
—A veces, ustedes, los hombres del Pentágono, me asombran.
¿En qué mundo piensan que viven? Jamás he oído algo tan
absurdo.
—Coincido con usted — dijo el secretario de Estado—, pero
quizá el concepto; aunque absurdo, no es totalmente remoto.
Todos sabían que aL secretario de Estado le gustaba jugar a las
adivinanzas; de manera que esperaron en silencio.

319
¡É l

t -b a ja d o r Si„clair, de
s norteamericano de nombre Hitchcock * de un banquero
d P- i d e n , ^ . íN o trabajaba
S «H i
ción,queyT ha^ epreparabaflM zartnat^00’ C° “ toda correc-
, árabes. No se equivocó. Aun<meeferrd*¡ . ^ l u e contra sus vecinos
ni yo tampoco —pausa To mi mbajador Smdair no le creyó
. a tir ió que el Shaposeía " W tam biS
¿Cómo podía saberlo?—preguntó d p <,“®pensaba usarlas.
-Aparentemente de f u e n t e X eS'dente'

' Así como no lo íu s t ó a m o f n o s o r i^ C S’ ^ ” ° l0S Va a usar-


persona razonable. Y eren m,e? * ?' Conozco aI Sha. Es una
ultimátum. Que se retire9 in J S n ° t^ ^ 0 *°°' •Sí’ le enviaré un
■Ademas enviaiemos rápidameme n l ^ ® ! 0 »«»vendremos.-
que el se entere. Entre tanto lo único J ^ T * F ° ta y haremos
los sauditas resistan durante mn= q debemos desear es que

J¡¡¡¡|¡¡¡

Todos los presentes se levantarnn n í b ^ ^ g u ie n t e s .


amanecer por las ventanas del Salón Oval a u u á m * Se veía

con voz aigoPUf: t£dTasu1ec?eTarioÍ" s^ dÍÓ el Presid- e

¿Qué significa esto, hoy?


. ¿En los mercados?
' en los Bancos.

Preocupe, nos arreglmemoT°S preparados Para lo peor. No se

habían g a n a d o ^ b “ ^ ro Tn Z ^ o f U n id ^ “

320
O

o
o
ambiente era cualquier cosa menos tranquilo, porque allí acababa c
‘ de comenzar una batalla financiera de inmensas proporciones.
Aun retrospectivamente es imposible explicarlo, pero de alguna
c
manera las masas en los Estados Unidos estaban tomando, en 0
forma gradual y colectiva, una decisión: en el mundo había O
enormes dificultades; los extranjeros perdían fe en los Estados
Unidos y se alejaban. También querían llevarse su dinero. Sacarlo O
de las acciones, de los bonos, de las cajas de ahorros y de las O
asociaciones de préstamo, sacarlo de los Bancos, Y en efectivo.
0
Lo que nadie había calculado en los Estados Unidos hasta ese
momento era el volumen increíblemente gigantesco de activo 0
líquido en circulación que podía negociarse por dinero en efectivo. 0
El solo valor de las acciones de la Bolsa de Comercio de Nueva
York ascendía a ochocientos cincuenta mil millones. La cantidad O
de valores del Gobierno Federal que estaban en manos del público O
en 1979 representaba ochocientos setenta y nueve mil millones.
Las acciones privadas en circulación, otros setecientos cincuenta 0
mil millones. Los depósitos en los Bancos, un millón de millones. €
A eso había que agregarle las acciones públicas de las aceptaciones
bancarias de documentos comerciales, etc. Si se sumaba todo, en c
1979 había, quizá, cuatro millones de millones de activo que, por 0
lo menos teóricamente, podían convertirse inmediatamente en 0
dinero contante y sonante.
¿Qué sucedería si tan sólo el uno por ciento, el uno por ciento de O
ese activo, se vendía, se negociaba, se cambiaba por dinero, en un
día? Bien, lo supimos el veinte de marzo de mil novecientos setenta
o
y nueve: el caos. Había escenas terribles en las Bolsas de Comercio 0
de Nueva York, Chicago, San Francisco, y frente a los Bancos de 0
todas las ciudades y pueblos de los Estados Unidos. Pero el
sistema resistía. Porque el Banco Central se había a nticipado a la 0
situación. En la madrugada de ese día se habían distribuido 0
veinticinco mil millones de dólares en efectivo, en moneda nueva,
0
en miles de Bancos en todo el país. Esto, junto con las reservas
normales de las instituciones financieras norteamericanas, fue 0
suficiente (apenas suficiente en algunas ciudades^ pero suficiente al 0
fin) para responder a todas las peticiones de todas las personas que
querían dinero en efectivo. 0
0
321
0
0
O
f']
9
)

\ ^ asta e* Hoosier Bank de Fort Wayne, Indiana, pudo reabrir


: sus puertas a las nueve de la mañana ese día. Duplicó el número de
las ventanillas para retiros. Y pérmánéció abierto hasta la hora
form al de cierre, aunque al final del día sólo quedaban cuatro mil
trescientos treinta y cinco dólares en el Tesoro,
y , Esa tarde, a las seis, hora oriental, tina vez que los Bancos de
California sobrevivieron intactos a la jornada, el Presidente
apareció por las tres redes nacionales de televisión, y su discurso;
■ iue retransmitido por todas las redes radiales importantes deí
mundo occidental. El Presidente explicó con toda paciencia que la
■Ü situación de Oriente Medio era un asunto estrictamente regiónál.
Que las grandes potencias no participaban. Que ya se estaban
<9 realizando conversaciones para obtener un inmediato cese del
9 ruego. Que el pánico no se justificaba de ninguna manera. Que el
Sistema bancario norteamericano había probado más allá de toda
áü1 duda qüe estaba preparado para enfrentar cualquier eventualidad.
Y que era hora de que el pueblo norteamericano recuperara la
cordura. Cuando el Presidente terminó de hablar, nadie en los
9 Estados Unidos apagó el televisor. Porque.ya habían-llegado las
3 primeras películas de la «guerra de los cuatro días»: un equipo
canadiense había estado en Abu Dhabi, filmando un documental
3 para la CBC. Lo filmaron haciéndose transportar en el lear je t de
3 ■ un sheik local que escapaba a todo vapor de los iraníes en el último
KM momento.
9 ■
y T4 j as oc^10 *a noche, él sistema de teléfonos de los Estados
Unidos comenzó a funcionar muy , mal. Porque los padres
9 ñamaban a los hijos, las madres a las hijas, los clientela las casas
de sus cambistas, los banqueros unos a otros... y todos hacían la
9 misma pregunta: ¿Qué vas hacer mañana?
9 El noventa y nueve por ciento restante de esos cuatro mil -
millones todavía estaba a la espera.
9
i-
k °ra mas tar^e> el silencio de Arabia Saudita, que ya
nevaba una semana, se rompió. En un mensaje enviado conjunta-
9 mente por el rey Khaled y el príncipe Abdullah, se anunciaba que
9 Arabia había sido atacada por Irán. Las fuerzas saudítas, decía el
9 mensaje, resistían. Luego venía un llamamiento a todos los

9 MP
322

9
9
hermanos árabes para que brindaran su ayuda en la lucha contra
lös arios del Nortea También apelaban a los Estados Unidos;« ^
Arabia Saudita agradecería lá ayuda militar directa de sus amigos
norteamericanos. * ^H
De manera que* por fin, ahí los teníamos. Todos los rumores
eran falsos. El rey Khaled estaba vivo y por lo menos participaba,
en el gobierno de Arabia Saudita. Y los sauditas no atacaban
nadie. El Sha nos había traicionada a todos. .v ^
En la hora siguiente, el coronel Gaddafi de Libia envió ciento ut
veinte bombarderos «Mirage III» a Arabia Saudita. Egipto
comenzó sus primeros vuelos ä Riyad (transportes de fabricación „]
rusa, que llevaban a los mejores paracaidistas del ejército egipcio). -
El rey de Jordania prometió conducir personalmente a sus tropas a ®ft¡
través del desierto para llegar al enemigo. Los Estados Unidos
dijeron que su Séptima Flota avanzaba a toda velocidad hacia el f
Golfo, y que se conversaba con la NATO respecto al posible uso
del Tercer Ejército estacionado en Alemania occidental. m
El Sha lo había anticipado. Quizá no en ese grado, pero el
hombre era un realista. Por tanto, toda su estrategia consistió en
terminar la guerra en tres días. De esa manera tendría el control de
todos los campos petrolíferos de Oriente Medio antes de que
pudiera montarse una contraofensiva. Y luego podía tomar al

mundo como rehén. Arriba las manos, o vuelan todos. IsÉpfi
Su estrategia estaba dando excelentes resultados. En la mafíaná 1SIÉI
de ese tercer día dos de sus divisiones blindadas cruzaban Jos
...........................
campos «petrolíferos de Gháwar, sobrevoladas por quinientos / ^
aviones operaeionales. En total tenía más de doscientos cincuenta
mil hombres en el campo de batalla. La oposición era patética: los'vsá
sauditas tenían un total de sesenta y un mil hombres, incluidos e l \f 5 ¡
ejército y la guardia nacional. La relación era de cuatro a uno.
Una victoria: fácil,
Pero hizo una mala estimación del equipamiento, que había 1
crecido a pasos agigantados en los primeros meses de 1979. Los <
norteamericanos habían hecho entregás masivas, especialmente de"
tanques y aviones. En efecto, la fuerza aérea Saudita era igual en ’
todo sentido a la iraní. Cuando el personál norteamericano
comenzó a controlar esas máquinas (había mil ochocientos que
o- serví*n de instructores a los sauditas), los sauditas demostraron
: , inmediatamente una notable superioridad. Así fue como antes del
primer choque directo entre los blindados iraníes y sauditas, por lo
^ menos el veinticinco por ciento de los tanques iraníes habían sido
destruidos. Eso no lo había previsto el Sha. También había
f subestimado el sistema de defensa aéreo Saudita. Hacía cuatro
; años que los norteamericanos trabajaban en eso, con un costo
; total de sif te mil millones. El 1 de enero de 1979 ya estaba listo
Para funcionar. Era el mejor del mundo. Y estaba totalmente
tripulado por personal norteamericano. Los iraníes perdieron
\ c^ nto veinte aviones durante las primeras cuatro horas de batalla.
A las dos de la tarde, hora de Medio Oriente, el avance iraní
; estaba detenido. Y a la misma hora comenzaron a llegar los
. refuerzos de Egipto y de Libia. Las fuerzas jordanas -ya estaban en
■ camino. Y la Séptima Flota ya había pasado Singapur.
- Cuando la noche impuso una tregua a la batalla, parecía (y el
; ejemplo era inevitable) que el David Saudita había reducido al
- Golíath iraní, y que lo había reducido por completo.
Las noticias que llegaron a Europa occidental y a los Estados
Unidos sobre la evolución en el campo de batalla en este tercer día,
pronto fueron seguidas por otras igualmente buenas. Las
j-< autoridades sauditas anunciaban que no seguirían deportando los
; fondos que tenían en los Estados Unidos; Los Bancos de Europa:
occidental, que ya habían retirado treinta y cinco mil millones de
los.Estados Unidos, parecían aminorar marcadamente su vacia-
.. miento del dólar. El volumen de la Bolsa de Comercio de Nueva
York, que había llegado al nivel de pánico de ochenta millones de
. acciones, descendió al nivel de semipánico de cincuenta y siete
jv ^inillpnes. Y las lilas ante las ventanillas de los Bancos- seguían
siendo largas, pero no aumentaban. De todas maneras la situación
era aún muy delicada.
Más avanzaba la tarde, se anunció que la NATO y Alemania
accidental habían aprobado el uso de fuerzas norteamericanas con
base europea para intervenir en Oriente Medio. Los primeros
. . «Hércules», cargados con los mejores equipos y personal
norteamericanos, pronto partirían en vuelo de cuatro horas desde
Francfort a Arabia Saudita. Europa se separaba del Sha. Porque

324


0
0
ahora se tenía la impresión de que serían los norteamericanos 0
quienes, directa o indirectamente, podían en última instancia 0
cambiar el Golfo Pérsico.
El mundo, aparentemente, había llegado al borde, pero no más 0
allá. 0
0
O
26
0
Eran las cuatro de la mañana del 22 de marzo en el Sur de Irán. 0
Hacía cuarenta y ocho horas que el Sha, el general Khatami y el
comandante Fereydoun Shahandeh no dormían. Sus rostros
0
tensos, sin afeitar, eran los de hombres que están al borde del 0
colapso. A pesar de la hora, el bunker vibraba de actividad, a 0
medida que llegaban noticias de los frentes de Arabia Saudita y se
despachaban nuevas órdenes. 0
Pero el Sha, colocado en su sillón de comandante en jefe, no se c
había movido ni había pronunciado una palabra en la última hora.
Porque precisamente media hora atrás había oído las primeras €
palabras transmitidas por él primer «Hércules» norteamericano 1
que despegaba de la pista de Rin-Main, en las afueras de
0
Francfort.
—Su Majestad...—dijo Khatami. o
Sin respuesta. o
— ¡Señor, créo que aún no es tarde para detenerlos!
— Khatami, cállese. Estoy pensando. 0
— Su Majestad, debemos hablar con' los rusos. Ellos no
permitirán quedos norteamericanos invadan Oriente Medio.
0
—Los rusos acordaron la no intervención. N o van a invadir 0
abiertamente y en forma militar a todo el mundo árabe. N o sea 0
estúpido, Khatami;
0
El Sha volvió a guardar silencio. Estaba sentado con la espalda
erguida* los ojos cerrados. Llevaba el uniforme Completo. 0
—Llame al profesor. 0
—¿Cómo dice?
—Al profesor Llámelo. ¡Ahora! O
0
325
0
0
0
;' ,?s °j°s del Sha seguían cerrados mientras daba esta orden Y
continuaban cerrados veinte minutos después, cuando Khátami
volvió con e profesor Hartmann. Ambos hombres permanecieren
' en Pie» etl silencio, ante el puesto de mando del Sha
' ' r . 7 Í ’™fesor, — dijo finalmente el Sha, abriendo los ojos v
Uanc*°I°s en los del suizo—, le pregunto una vez más: ¿Esta usted
seguro? ¿Esta totalmente seguro?

- F u7loUnfrÍnZMene ^ VeCes‘ Est0?


- —Khatami.
‘ —Sí, Su Majestad.
—¿Están montadas?
Sei®* Los aviones están a la espera con su tripulación.
—Bien. Arme las bombas.
V —¿Ahora?
—{Ahora!
' El Sha y el profesor regresaron al ascensor que los devolvería a
¿ la superficie de la pista de aterrizaje de Khorramshahr, donde los
«Phantom» aguardaban su atención.
"T ® Sha se dirigió a su comandante táctico.
S —¡Shahandeh!
^ —Sí, Su Majestad.
: , “ “Ordene Yn re^ro inmediato. De todos los barcos. Con todo el
^personal Quiero que retrocedan a la mayor velocidad.
^ —Si, Su Majestad.
aí ÍV¡dad en eI.bunker era ahora intensísima, mientras se
transmitían por radio las órdenes de retroceso a todos los
- comandantes iraníes que se encontraban al Norte y al Oeste de los
campos petrolíferos de Ghawar en Arabia Saudita
Treinta minutos más tarde, el general Khatami volvió con el
profesor Hartmann.
—Ya están armadas, Su Majestad.
« , —Muy bien. Sírvame café, Khatami. Usted, profesor, siéntese
aquí, a mi lado.
: E\ Profesor suizo hizo lo que se le ordenaba. El anciano no
niostraba la mas mínima fatiga. Al contrario, su rostro y sus otos
vibraban de interés y excitación. , *
Khatarai volvió con el café. El Sha lo bebió lentamente.
—Ahora —indicó— daremos el siguiente comunicado. Será ^
transmitido directamente a los gobiernos de Riyad, Washington y í É
El Cairo. ¿Entendió, Khatami?
—Si, Su Majestad. ^
__El texto será: «El rey de reyes de Irán, Mohammed Reza
Pahlevi; intima al gobierno de Arabia Saudita y a sus aliado^ para
que se rindan inmediatamente todas sus tropas en; los campos
petrolíferos de Ghawar y sus alrededores. Dentro de dos bpras se
arrojarán bombas nucleares en ese lugar. No habrá muertps si los
soldados abandonan inmediatamente la zona. Pero cualquiera que^-.
permanezca1 allí durante más de doce horas después de la
detonación de las bombas se verá expuesto a una radioactividad
letal. Exigimos que se abandone todo el equipamiento militar, tal
cómo está, en la zona. Si se efectúa cualquier otra acción militar de
cualquier tipo contra Irán desde este momento en adelante, se-¿
emplearán otros artefactos contra la nación atacante. Sé que la .^
liberación de todos los pueblos oprimidos que rodean al Golfo
Pérsico será aplaudida por todos los gobiernos responsables, y que
la Humanidad se alegrará de la restauración permanente de la paz"
de Oriente Medio.»
—¿Eso es todo, Su Majestad?
—Sí. Envíelo —y agregó—: Profesor Hartmann, ¿cuántos^
artefactos debemos arrojar?
—Yo sugeriría tres. Todos hacia el Oeste de los campos
petrolíferos, por supuesto; digamos a unos quince kilómettoS^^
hacia el Oeste. Y a quince kilómetros de distancia uno del otr<V
sobre el eje Norte-Sur. He preparado los artefactos para qué;
detonen a mil quinientos metros.
—Excelente. Mantendremos a los otros tres «Phantom»,
preparados y armados, a la espera.
Volvió Khatami.
—Ya ha sido enviado. amé
—Perfecto. ¿Cuál es el tiempo de vuelo hasta el objetivo?,
—Cuarenta y dos minutos. ÉlÉ
— Ordéneles que salgan exactamente dentro de una hora.
—Sí, Su Majestad.
Hi
327 m ®

«m
Hiato
Bien, Hartmann —dijo el Sha—, ¿todas esas bombas
contienen magnesio como agente de contaminación?
' Sí, Su Majestad; exactamente como usted indicó.
manera que mis tropas pueden volver para ocupar el área
dentro de una semana.
. ~“ Yo dina diez días, para estar totalmente seguros.
—Durante ese tiempo estarán bastante ocupados rodeando a
- los arabes y llevándonos a los campos. Perfecto.
—¿Puedo retirarme ahora, Su Majestad.
—No. Quédese aquí.
- El Sha se puso en pie.
—Ahora voy a dormir—anunció—. Despiérteme dentro de una
hora y cuarenta minutos, Khatami.
"- re? de reyes desapareció en sus aposentos privados al fondo
del bunker.

A las seis y media de la mañana, hora de Oriente Medio, el Sha


. yolvio a la sala de mando, descansado, afeitado y ataviado con un
inmaculado uniforme nuevo. Sus dos asistentes principales, el
' general Khatami y el comandante Shahandeh, estaban inclinados
sobre el principal panel de comunicaciones. El resto de la
habitación estaba en silencio.
~ Luego se oyó, por un altavoz, el mensaje en persa del piloto del
primer «Phantom».
í “ Estamos a un minuto del objetivo. Sin problemas
' Luego, a las seis treinta y dos:
^—Bombas arrojadas.
•' Treinta segundos más tarde:
* Los tres artefactos han detonado. Regresamos a la base.
El Sha hizo un ademán para ordenar silenció. Luego habló:
L “ Guiados por Alá, hemos ganado esta gloriosa batalla.
Declaro el establecimiento del nuevo Imperio Persa.
^ Después de esas palabras, el bunker entró en un estado dé
euforia incontenible. Pero el Sha, hombre del destino, quería que
su triunfo quedara registrado en la historia de todas las formas
posibles.
Khatami — dijo a su comandante—. Quiero fotografías
aéreas completas de toda el área afectada. Nuestros hijos tendrán
que poder ver, con sus propios ojos, lo que hemos hecho. Quiero
que usted; personalmente, vuele en esa misión. Inmediatamente.
-^Sí, Su Majestad.
El general hizo una reverencia al rey de reyes. Junto a él estaba
el profesor suizo, en silencio, pero con una expresión que se
aproximaba al éxtasis*
A las seis cincuenta y siete de ese jueves 22 de marzo, diecisiete
«Phantom»* conducidos por el general Falk, agregado militar en la
embajada norteamericana en Riyad, que pilotaba el primer avión
de la fuerza aérea Saudita, se aproximó a Khorramshahr por el
Este. Habían cruzado el Golfo Pérsico al Sur de Abadan y luego
dieron vueltas; sobre el desierto, volando a unos quinientos metros
de altura. Era el segundo final de la «guerra de los cuatro días».
Siete minutos más tarde* exactamente a las siete horas cuatro
minutos, comenzó el ataque mortal sobre la base aérea de
Khorramshahr* A las siete y seis minutos fue alcanzado uno de los
tres «Phantoms» iraníes que aún se mantenían a la espera en la
pista, cargado con artefactos nucleares que ahora estaban
armados. La explosión accionó el detonador de la bomba. Y la
explosión resultante accionó las bombas armadas en los otros dos
aviones microsegundos después.:
El aeródromo, y Khorramshahr misma, desaparecieron de: la faz
de la tierra. El cráter abierto en el centro de la explosicón tenía
veintiún metros de profundidad. Él viento soplaba del Norte, y
luego a Nor-Noroeste. Lá nube radioactiva cubrió todos los
campos petrolíferos de los alrededores de Abadan, y también la
ciudad misma. Impulsado por un viento aún más fuerte, pocas
horas después la ceniza radioactiva comenzó a caer sobre Kuwait.
La población de Khorramshahr estaba, naturalmente, muerta. La
de Abadan escapó al desierto; la de Kuwait, al mar abierto.
E l rey de reyes había ganado su imperio. Pero ahora estaba
sobre una nube radioactiva letal; su pueblo estaba muerto,
muriéndose o huyendo para salvar su vida. :
Y del Sha de Irán no quedaba absolutamente nada. Su bunker
de mando y él mismo se habían evaporado.
Oriente Medio tenía un adelanto de ocho horas con respecto a
HS i P i P l i M p i l

&
m Nueva York. Por tanto, los primeros indicios de lo que súcedía en
pés
él Golfo Pérsico comenzaron a llegar a los centros de comunica-
{*¿^ltí$
*i, ción de Nueva York a las once de la noche anterior, demasiado
tarde para los periódicos. Pero la CBS, con su extraordinario
sentido de la información, advirtió a sus espectadores que algo
muy serio iba a estallar. Su centro de informaciones en Nüévá
York no cerraría esa noche como de costumbre.
Ya a las once treinta, hora de Oriente Medio, comenzaron a
/formarse los primeros grupos frente a los Bancos de Nueva York.
S i Hacia medianoche ya se habían reunido más de veinte mil. Los que
habían seguido los acontecimientos de la semana con la esperanza
de que mejoraran las cosas, ahora también querían «salvarse»
mientras era posible. El personal militar norteamericano llegaba a
la capital de Arabia Saudita a un ritmo de tres mil hombres por
hora. Se pensaba que podrían estabilizar el área en pocos días.
' A las tres de la mañana, por expresa orden presidencial, dos
ü equipos de científicos nucleares partieron de Los Alamos hacia
: Oriente Medio. Su misión: determinar en qué momento los
hombres del Tercer Ejército podrían comenzar sin riesgo la
ocupación de los campos petrolíferos alrededor del Golfo Pérsico.
; . A las cuatro de la mañana se decidió que los Bancos de los
Estados Unidos abrirían a la hora de costumbre. N o hacerlo
significaría provocar un pánico innecesario, y quizá violencia. Era
f§S /una decisión lógica. La lógica de esa decisión fue explicada por el
Presidente de los Estados Unidos en un discurso dirigido a la
nación a las siete. Al final resumió lo dicho con estas palabras: -
«Se ha dado el hecho, inmensamente afortunado de que seamos
nosotros, los Estados Unidos, quienes hemos ganado esta
contienda por los campos petrolíferos de Oriente Medio. Con
nuestros amigos árabes aseguraremos para siempre el libre acceso
a los inmensos recursos del Golfo Pérsico. Y ahora* amigos míos,
n es hora de que cada uno vuelva a su trabajo. Porque NorteamérL
ca, sus grandes Bancos, sus grandes industrias* ..permanecerán
abiertos y en funcionamiento. Hoy y todos los días.»
Nadie le creyó.
Se estima que ese jueves el público norteamericano convirtió
más de cien mil millones de depósitos en dinero efectivo. Y el

330
ü
¡¡
viernes quizá otros ciento veinticinco millones. En el término de
sólo una semana, el total de reservas de dinero de los Estados'
Unidos aumentó artificialmente, por medio de la emisión, dé,
moneda nueva, en doscientos cincuenta mil millones de dólares. ¡ l i l i
Así* prácticamente se había duplicado el dinero en circulación en
Estados Unidos, pero ningún Banco quebró. Y cerca del fin de
semana no había motivos para no creer que se invertiría la
corriente.'La gente se daría cuenta de que el sistema resistía. Y el
lunes, con toda humildad, volverían a depositar su dinero donde
correspondía: en los Bancos, y no en sus bolsillos.
Pero ese viernes, y ese sábado, y ese domingo, se desarrolló un
nuevo fenómeno. El efectivo, en enormes sumas, se convertiría
ahora en cosas tangibles: alimentos, ropas, gasolina; zapatos,
casas, caballos, muebles. El doble de la cantidad normal de
circuíante se lanzaba con furia sobre la misma cantidad de bienes
existentes en el país antes de la locura. Pronto los precios dejaron
de ser tema de discusión. Se presentaba el clásico caso de la
hiperinflación instantánea. Los Bancos no fueron los primeros que
tuvieron que cerrar. Fueron los Safeway, los Sears, los Levitz. Se
quedaron sin mercancías. Y el domingo por la tarde cerraron
todos los McDonald del país. Porque sus propietarios se dieron
cuenta de algo que todos comenzaban a sospechar: el dólar carecía
de todo valor. Era demente aceptar más. Sucedía lo mismo con el
yen, el marco, la libra, la lira. Las cantidades de estas monedas en
circulación habían subido explosivamente como resultado de la
hiperinfláción del dólar. Luego, a medida que se extendía la
«locura norteamericana», los gobiernos de todo el mundo se
vieron obligados a inundar a sus países con aún más dinero; Ahora
ninguno tenía valor.
Los Bancos no abrieron el lunes. En realidad, la mayoría de
ellos no abrió nunca más. Porque habían quebrado mucho-antes
de que sucediera todo esto; la crisis simplemente puso en evidencia
esa verdad.
N o obstante, la paz perduró. En todo el país la Guardia
Nacional estaba alerta. A pesar de ellos docenas de Bancos fueron
incendiados y cientos de comercios saqueados.
Ese lunes, Ursula y yo, seguros en Saint Morítz, en la siempre

331
' ordenada Suiza, decidimos casamos, Porque ahora Suiza deporta-
' ba a todos los extranjeros. Decía que no podía mantenerlos debido
a la nueva situación mundial. Todo aquel que estuviera casado con
C- un suizo podía quedarse; Ursula era suiza, y ambos deseábamos
quedarnos, por lo menos por un tiempo, hasta que el resto del
mundo se tranquilizara. Pero teníamos la intención de ir más
^adelante a los Estados Unidos. Porque a mí no me cabía la menor
-« duda de que' después de un tiempo esa tierra tan rica en recursos
sería el mejor lugar para vivir. Y, además, yo poseía grandes
campos en la mejor zona ganadera' de California, totalmente
equipados. Por otra parte no dudaba de que Estados Unidos
pronto adoptaría la misma política xenofóbica de los suizos. Pero
, no podrían rechazar a la esposa de un ciudadano norteamericano.
Además, creo que nos necesitábamos el uno al otro. Esa tarde, a
, las cuatro, fuimos a Hanselmann’s a tomar el té. Aceptaban
f monedas de oro, y yo tenía muchas.
' —Desearía que tu padre estuviera aquí —dije.
; « —Sí —respondió Ursula.
{ —Pero tal vez él lo quiso de esta manera. Creo que ambos
comprendemos por qué lo hizo. Los árabes están liquidados. Y si
hay alguno que sale ganando en este;desastre, es Israel. Ahora
están seguros.
“ , —Sí —admitió Ursula—. Seguros. Pero ¿por cuánto tiempo?
Quizá por unos años. Y eso es lo que me preocupa.
* —¿Te preocupa?
—Sí. Mi padre, a quien tú conociste muy poco, era un hombre
, muy cuidadoso, y el más honorable que he conocido. Y él me
prometió.
V ¿Cuidadoso? No dije nada, pero me pregunté hasta dónde podía
ser cuidadoso un hombre. ¿Y prometió? ¿Qué habría prometido?

Todos lo supimos una semana después. N o sólo los expertos


^ nucleares norteamericanos fueron a Oriente Medio, sino los de
, una docena de diferentes países de Europa occidental. Sus
conclusiones fueron unánimes: ese loco, el Sha de Irán, inexplica­
blemente usó cobalto como agente de contaminación en las seis
^bombas nucleares que explotaron en Medio Oriente. El cobalto
0
0
0
c
posee la vida más larga de todas las sustancias conocidas por el ©
hombre. Los campos petrolíferos de Arabia Saudita, Kuwait e c
Irán serían totalmente inaccesibles durante los próximos veinticin­
co años. Los árabes estaban terminados como potencia mundial, y c
cómo peligro para IsraeL Por supuesto, también estaban termina­ o
das las potencias industriales occidentales.
El profesor y su hija habían sido cuidadosos. Pero esta vez los 0
israelíes habían ido demasiado lejos. Y a veces me pregunto si ese €
hijo de puta de Ben-Levi todavía estará vivo y contento con lo que

hizo.
Porque ahora el mundo está obligado a vivir con un sistema 1
bancario en ruinas, en el caos monetario, y con la perspectiva de
tener que sobrevivir con la mitad de sus reservas de petróleo. En
c
todas partes las luces comenzaban a parpadear, y luego se 0
apagaban. <
Se había producido el colapso del Setenta y Nueve.
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