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ABRIL 2019
Capítulo 4
El pastor en un mundo en conflicto
Jorge Leon aborda un tema muy importante y resalta que el que es llamado hoy
al santo ministerio, tendrá que encarar una serie de nuevos problemas que ni soñaron los
pastores de principios de siglo. No sólo hay dificultades para el hombre en el medio
físico (agua, riquezas minerales causando un desequilibrio que puede desestabilizar la
fauna y flora); también las hay en el medio humano. Las grandes potencias se disputan
la hegemonía mundial, el desarrollo de la criminalidad, el robo, las violaciones, el uso
indebido de drogas, la degradación moral, la crisis de la familia, etc. El pastor tiene que
cumplir su ministerio en un mundo profundamente conflictuado (caído), con problemas
a los cuales no se puede dar una pronta y fácil solución y se ve lógicamente afectado por
la situación circundante que le afecta.
Se espera que el pastor sea todo eso, para devolver a la congregación la fe en la
humanidad creada por Dios sin pecado y para servirle a Él. Esto crea dos tensiones
fundamentales: (1) La realidad de que existe cierta distancia entre lo que la gente espera
que el pastor sea y lo que éste realmente es y (2) la distancia que suele existir entre lo
que el pastor es y lo que debería ser.
Hay una gran expectativa acerca del pastor, como por ejemplo: la madurez
espiritual, intelectual y sicológica. Y se puede caracterizar los pastores: tienen un gran
sentido de humanidad y se interesan en los problemas integrales del hombre; el
pastorado parece estar profesionalizado, El pastor legítimo es aquel que responde a la
acción de Dios que lo ha llamado a su ministerio.
Se resalta que no es posible satisfacer las expectativas de cada uno de los
miembros de la congregación. La base para el pastor es la Palabra y que la autoridad es
de Jesucristo y que las iglesias en la gran ciudad son muy diferentes entre sí.
El pastor es un ser humano; no es un dios ni un diablo, pero existe la tendencia
de colocarlo en uno de esos dos extremos. Los pastores también sufren angustia por
causa del resentimiento hacia su anterior congregación.
Al fin el pastor debe aceptarse como un ser humano El pastor es un ser humano,
no un superhombre, ni un dios. Es un compañero de los miembros de su congregación
en el peregrinar en pos del completamiento de la condición humana según el modelo
que Dios nos ha dado en la persona de Jesucristo.
El pastor debe procurar no establecer relaciones artificiales con sus ovejas. Es
decir, no debe permitir que los miembros de la congregación crean que él es lo que
realmente no es. El pastor no debe fingir estar calmado cuando en realidad está molesto.
Las emociones son inevitables; tratar de negarlas es contribuir a la enfermedad.
El pastor no es una enciclopedia andante, sino un ser humano. Por lo tanto debe
reconocer que hay cosas que no sabe. El pastor debe aceptar que puede enojarse o sentir
temor al tanto el pastor debe comprender que un fracaso no le convierte en un fracasado
Son muchos los pastores que abandonan el ministerio en nuestros días.
Además, el pastor debe realizar al mismo tiempo tareas tan diversas, que se
esperan de él, que el surmenage suele tocar a muchas puertas pastorales. El surmenage
es un estado de agotamiento, una fatiga excesiva que hace muy lenta, y a veces
imposible, la recuperación de las propias fuerzas de la persona afectada. Debe recordar
que sus fuerzas son limitadas, físicas, intelectual y espiritualmente. Las tensiones y el
exceso de trabajo han conducido a muchos predicadores al surmenage; algunos líderes
laicos han pasado por la misma experiencia.
El pastor también comete errores y no tiene sentido defender de sus errores a la
Iglesia o a algunos de sus pastores. La Iglesia está enferma, debemos reconocerlo. Pero
es la única enfermera con que cuenta la humanidad. No hay otra esperanza. Lo cual no
significa que debemos complacernos con la enfermedad. Primero es necesario reconocer
su existencia, ubicarla, para después eliminarla. Es lamentable reconocer que algunas
personas parecen no tener cura. Pero la enfermedad de la Iglesia es curable.
El pastor debe procurar la dirección divina para ubicarse correctamente ante su
congregación, descubrir las necesidades básicas de sus feligreses, a la luz de las
Escrituras y la orientación del Espíritu Santo, y ofrecer una orientación profundamente
arraigada en el mensaje cristiano.
El pastor y su familia, no obstante, deben recordar que ninguna persona puede
llevar a otra más cerca de Cristo que lo que ella misma está y que todos los cristianos
debemos crecer en la vida de fe, testimonio y acción cristiana; la meta de cada cristiano,
pastor o laico, es llegar a ser como Jesucristo.
Por fin un ministro es alguien llamado por Dios para servirle entre los hombres y
la autenticidad del llamado divino al ministerio cristiano es verificada por la presencia
de los siguientes factores: aptitudes personales, sometimiento del aspirante a la
disciplina de la capacitación adecuada y aceptación de la persona como ministro por
parte de la iglesia.
No debe pretender ser más de lo que es. Debe estar atento a las reacciones de sus
feligreses y listo para descubrir síntomas de enfermedad para acudir con la medicina
espiritual y recordar que la alabanza adecuada suele ser buena y que el asesoramiento
personal se hace en privado, no desde el púlpito.
El ministro debe tener siempre presente que la Iglesia no es perfecta todavía, y
que sus ministros son seres humanos. La maduración del pastor, en un mundo en crisis
como el nuestro, debe lograrse a tres niveles: teológico, espiritual y emocional. De los
tres depende la totalidad de su conducta moral. No es posible la plena madurez cristiana
del pastor sin una adecuada maduración en cada uno de estos tres niveles.
La madurez teológica no es lo mismo que la información teológica. Uno puede
estar bien informado y mal formado. La madurez teológica se logra plenamente cuando
Jesucristo deja de ser un objeto de estudio para convertirse en una Persona con la cual
entramos en relación personal, reconociéndole como Señor, Salvador y Modelo de
humanidad.
La afirmación de la personalidad del pastor, como ser humano, no debe
considerarse como una expresión del complejo de alfa y omega o del complejo
heliocéntrico. El reconocimiento del pastor como líder, lo cual implica tener prestigio
entre sus feligreses, es fundamental para que éste sea seguido en la ejecución de
proyectos para la extensión del Reino de Dios. El pastor, en un mundo en crisis como el
nuestro, debe ser un buen mayordomo de su tiempo. Debe tener una clara jerarquía de
valores; siempre tenemos tiempo para aquello que consideramos importante.
Hoy las crisis están en los principales noticiarios. Estamos acostumbrados a oír y
hablar sobre el tema, pero siempre con quejas. Las crisis están cada vez más cerca de
nosotros, directamente o indirectamente nos afecta. Las crisis son una realidad en las
familias, en la salud, en la educación, en la seguridad, crises morales, crisis en los
relacionamientos, crisis políticas, en los transportes, camionetas, metro, crisis en la
naturaleza: terremotos, huracán, etc.
Y no podemos dejar de pensar en todo eso y olvidar el aspecto o la esfera
espiritual. Las crisis vividas en todos esos ámbitos o esferas en que hablamos, sin duda,
son el reflejo del alejamiento del hombre con su creador. Por lo tanto vivimos también
una crisis espiritual.
Esa crisis espiritual es percibida en los cultos, servicios, muchas veces comienza
en los púlpitos, a través de las herejías predicadas, de un chorro de palabras sin
Doctrina, una predicación que solamente infla el ego de la gente, desproveída del poder
de Dios y además no hay interés en la cruz de Jesucristo.
Acuérdese de Jesús en Marcos 8.34 - “Y llamando a la gente y a sus discípulos,
les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame”, y eso todavía reflete en nuestros días actuales.
Además de todos los aspectos, puedo resaltar principalmente el espiritual, “Las Crisis
pueden ser una Oportunidad”.