Sei sulla pagina 1di 131

NO LEAS A LOS HERMANOS GRIMM

(Como convertir a un niño en asesino)

Una novela de
Rafael Pezoa
Estimada Señora Julieta:
Usted no me conoce y tampoco tendría por qué hacerlo. Nunca nos hemos visto ni hemos
hablado y hasta hace unos cinco años usted era para mí una completa desconocida. Sin embargo
hoy se mucho de usted y sobre todo se muchas cosas que a usted le interesan y que podrían
menguar las angustias que aquejan su espíritu.
Hace ya casi una década, su esposo falleció en extrañas circunstancias, dejándola en la
más completa incertidumbre y para aliviar esa incertidumbre es que le escribo.
Yo no sé si usted cree o no en la vida más allá de la muerte y no debe importarme tan
poco, sólo me remito a cumplir la misión que se me ha encomendado. Aquella misión ha
consistido en reunir la mayor cantidad de antecedentes, ordenarlos y redactar la historia que le
envío a continuación.
Yo formó parte de esta historia, pero cuando hablo de asuntos que me atañen, enfrento el
relato en tercera persona, como narrador omnisciente, que es la condición que otorga tener como
fuente de información los testimonios de los muertos. Además mi historia no es lo más
importante. Lo fundamental es que usted conozca la generalidad del asunto y entienda como se
fueron sucediendo los hechos, para que pueda completar el puzle que se ha apoderado de su
pensamiento. Las piezas que le faltan se las entrego a continuación. Por favor lea con atención y
evite hacer juicios hasta conocer todos los antecedentes.

1
La Familia

I
En el invierno de 1978 nació Gabriel Gracia de Triana Espanolick. Ese
mismo día falleció su madre, la señora Kurova Espanolick, dejándolo al cuidado de
su padre Fernando Gracia de Triana, que se dedicaba a ilustrar libros de cuentos.
El feliz nacimiento de Gabriel y el sentido fallecimiento de Kurova sucedieron en el
hospital Carlos Van Buren de Valparaíso. Era viernes en la tarde y llovía.

Los padres de Gabriel se conocieron, una noche de 1954 en Valparaíso.


Kurova acababa de llegar en el “Stevenson” un barco encargado de rescatar
inmigrantes europeos que huían de la guerra. Había nacido en Yugoslavia y no se
movió de su país hasta que la inminencia de la muerte la obligó a viajar,
embarcarse y cruzar medio mundo, para llegar finalmente al principal puerto al sur
del Océano Pacífico.

Una semana después del arribo, se extravió en las calles de Valparaíso.


Subió y bajó escaleras, recorrió angostos pasajes, cruzó cerros y cerros, hasta
que cansada de vagar decidió sentarse a descansar. Aunque ella no lo sabía, se
encontraba en los alrededores de la plaza Echaurren cuando se sentó en un
escaño y se puso a llorar.

Cansada de la insistencia con que la vida solía enrostrarle la crudeza de la


realidad, deseó con fervor que sucediera algo maravilloso, algo inesperado que la
rescatara de aquella desolación.

A esa misma hora, Fernando Gracia de Triana paseaba distraídamente por


la ciudad.

De pronto, entre la muchedumbre de marinos, borrachos, y desocupados,


distinguió a una joven pálida, que secaba sus lágrimas con un pañuelo.

2
La observó largo rato oculto tras un árbol, intentando descifrar el origen de
la enorme inquietud que su avistamiento le provocaba, hasta comprender que la
soledad de ella había conmovido su propia soledad.

Aunque no era un tipo de carácter muy enérgico, Fernando sintió en ese


instante que todos los acontecimientos de su vida habían tenido como propósito
llevarlo a ese único momento crucial. Entonces caminó a su encuentro, la miró a
los ojos, la tomó de la mano y la llevó hasta su casa en la calle Vista Naves del
cerro Placeres.

Fotografía I: Casa de Gabriel

Como tardaron bastante tiempo en vencer las barreras del idioma,


acostumbraron a quererse sin palabras y aunque al final de sus días, salvo por un
leve acento, Kurova hablaba perfectamente el español, en su relación siguió
reinando el silencio. Sus conversaciones eran breves y precisas, así que no había

3
lugar para malos entendidos, creciendo entre ellos un amor tranquilo, armonioso y
para todos los demás, extraño.

En la hermética relación que habían generado no cabía nadie más, quizás


por esa razón su embarazo había tardado tanto. Kurova tenía cincuenta años
cuando supo que esperaba un hijo.

Apenas estuvo segura exclamó:

¡Dios Mío! ¡Qué va a decir Fernando!


Y cuando Fernando supo la noticia dijo:
-Esto es muy raro-
Y se tomaron de la mano y sintieron que debían quererse más que nunca,
porque como les señaló una vecina con fama de saber de todo:
-Los niños que nacen de mujeres viejas, anuncian calamidades-

Nueve meses después, Fernando se encontraba parado bajo la lluvia con


un recién nacido en los brazos, sintiendo que él también debería morir.

Fotografía II: Gabriel Gracia de Triana recién nacido.

4
II
Hasta que cumplió siete años, el mundo de Gabriel estuvo reducido al
interior de la casa en que siempre había vivido y a las conversaciones que
sostenía con Anastasia Pérez, la niñera que había contratado Fernando, para que
se ocupara de cuidarlo mientras él leía, escribía y recordaba a Kurova en la azotea
de la casa, donde permanecía encerrado desde su viudez.

Era Anastasia quien le hablaba a Gabriel del mundo exterior y describía la


ciudad como un lugar oscuro y misterioso. En parte porque quería impresionar a
Gabriel y en parte porque Anastasia Pérez, tenía una perspectiva de vida bastante
singular.

Para Anastasia, no había nada más intrigante, excitante y atrayente en todo


el mundo, que la figura legendaria de Emile Dubois1, el primer asesino en serie de
la costa del pacífico.

Anastasia había conocido su leyenda cuando tenía quince años mientras


vivía en el internado de un hogar de menores y sentía que cualquiera podía pasar
sobre ella y quedó profundamente sorprendida al darse cuenta que Emile Dubois
1
Dubois, era un emigrante Francés que llegó a Valparaíso a principios del siglo XX, Tenía el pelo castaño,
porte aristocrático y unos bigotes terminados en puntas enroscadas, que acentuaban su aire europeo.
Se presentaba ante la alta sociedad porteña como “Ingeniero en Minas” argumentando que buscaba un
socio capitalista para iniciar la explotación de un yacimiento que volvería inmensamente ricos a quienes se
involucraran en el negocio. Esta era su faceta pública: sin embargo en la intimidad se trataba de un asesino,
que venía huyendo de una vida cada día más turbulenta.
El último país en que estuvo antes de llegar a Chile fue Colombia, ahí conoció el negocio de la minería, se
inmiscuyó en una revuelta social, dejó un muerto y se llevó una mujer: Úrsula Morales, quien por amor lo
siguió hasta las costas de Chile, le dio un hijo y se casó con él un día antes que lo llevaran ante el pelotón de
fusilamiento.
Durante el día Emile Dubois se paseaba por clubes, cafés y bares, ahí entraba en contacto con la alta
sociedad e intentaba engatusar a algún incauto con el negocio de la minería, buscando que alguien le
adelantara dinero.
En esos afanes transcurrieron los meses, hasta que la historia del negocio de las minas comenzó a perder
credibilidad y muchos quisieron desenmascararlo como un pobre timador arribista. Fue entonces cuando
Dubois decidió que ningún ricachón se reiría de él y comenzó una carrera criminal que atemorizó a todos los
hombres ricos de la ciudad.
Pocas cosas pueden dar más satisfacción a un hombre vanidoso, que producir temor en quienes atemorizan
a todos.

5
había vivido su vida de tal manera que no obstante ser un asesino, fue capaz de
generar en torno a su leyenda, amor, gratitud y veneración.

Fotografía III: Emile Dubois

III

De este modo, el mundo del Pequeño Gabriel tuvo dos grandes influencias:
la candidez e ingenuidad de los cuentos de hadas, representado por su padre,
donde reinaban la fe, las buenas acciones y los niños, y por otra parte, la
oscuridad de los cuentos de misterio, donde reinaban la noche, la muerte, la
astucia y los adultos, representado por Anastasia.

Cada uno de estos mundos tenía sus mártires venerados y ambos estaban
en el cementerio: el del mundo de las hadas estaba en el cementerio católico y era
su madre, a quien visitaba constantemente llevando flores, tomado de la mano de
su padre. El del mundo de la oscuridad era el cenotafio de Dubois, en el

6
cementerio de Playa Ancha, a quien visitaba constantemente llevando velas,
tomado de la mano de la señorita Pérez.

A Gabriel, tanto Kurova, su madre, como Dubois, el platónico amor de


Anastasia, le causaban miedo: primero, porque ambos estaban muertos y
segundo, porque ambos eran el centro vital de las dos únicas personas vivas que
conformaban su singular familia.

En ese ambiente fantástico y contradictorio se crió el pequeño Gabriel y con


una idea completamente narrativa de la vida, a los siete años tuvo que enfrentar
al mundo de los otros, porque a los siete años fue matriculado en el colegio.

IV

El mismo día que Gabriel cumplía siete años, Anastasia Pérez se acercó a
Fernando para recordarle que su hijo debía asistir a la escuela. A él le pareció que
todavía estaba muy pequeño para salir de casa; pero Anastasia le explicó que,
aun cuando Gabriel ya sabía leer hace tiempo, porque ella misma le había
enseñado, necesitaba ejercitarse en matemáticas y ciencias.

Para Fernando, salvo por el caso de su esposa muerta, los demás no


tenían mucha importancia, así que no comprendió muy bien la urgencia de enviar
al niño a la escuela, pero como el asunto estaba tomando el matiz de discusión y
él odiaba discutir, autorizó a Anastasia para que inscribiera al niño en algún
colegio que le pareciera adecuado. Luego, le envió a su hijo una caja con lápices
de colores y se olvidó del asunto.

Mientras Anastasia y Fernando conversaban, Gabriel escuchaba con horror


escondido tras la puerta. La escuela se mostraba como un sitio espeluznante: en
cada cuento que leía, los niños querían huir de la escuela, pero también sabía
que por evitarla casi todos caían en graves problemas. Recordó a Pinocho, que
incluso terminó en el vientre de una ballena por desviarse del camino y decidió no

7
cometer los mismos errores siendo bueno y obediente desde el principio, aunque
la idea no lo entusiasmaba en absoluto.

La mañana del primer día de clases, llegó antes que todos los demás niños.
Por no saber qué hacer, se sentó en el asiento justo al frente del escritorio de la
profesora. Observó con disimulada curiosidad al resto de sus compañeros que no
se atrevían a entrar y miraban con temor desde la puerta, tomados de la mano de
sus madres. Gabriel pensó también en su madre, pero no tenía ningún recuerdo
de ella y sólo pudo visualizarla como en el rígido retrato que ocupaba un lugar de
honor en el salón de su casa.

Fotografía IV: retrato de la madre de Kurova Spanolick

Los niños fueron ingresando lentamente y cuando cada uno estuvo sentado
en su asiento, la profesora seriamente comenzó a pasar la lista del curso.

8
V

Hasta muchos años después Gabriel pudo recordar la lista del primer año
de enseñanza básica. Regularmente se sorprendía a si mismo repitiendo
mentalmente y en orden alfabético aquella sucesión monótona de apellidos, para
distraerse en algo durante las horas muertas y cuando no podía dormir, repetía la
lista de memoria, una y otra vez, como quien cuenta ovejas, pero siempre, aunque
fuera casi imperceptible, se demoraba un poco más al pronunciar: “Riquelme Soto
Josefina” el nombre de la persona cuyo trágico destino le había ennegrecido el
corazón:

-¡¿Qué será de Josefina?!-

Se preguntaba con tristeza y la imaginaba profundamente desdichada por las


calles de alguna ciudad desconocida, muerta de vergüenza.

VI

Cuando la profesora hubo terminado de pronunciar los nombres de cada


uno de sus compañeros y registrar la asistencia en el libro de clases, se levantó de
su asiento, se acomodó los gruesos lentes y se paró muy erguida frente a sus
alumnos.

En la sala reinaba un silencio absoluto y los niños más tímidos respiraban


despacito, para que nada hiciera fijar en ellos la atención.

Gabriel, muy acongojado, arrepintiéndose de haber ocupado el primer


puesto de la fila, tragaba saliva esperando una reprimenda monumental. Pero en
vez de los rugidos que aguardaba oír, la profesora desfiguró su rostro severo en
una tosca y acogedora sonrisa dándoles la bienvenida. Entonces les reveló su
nombre: en adelante sería la señorita San Martín y con una liviandad de
movimiento que contrastaba con su grueso cuerpo, comenzó a dibujar una enorme
“A” en el pizarrón, para que los niños la copiaran en sus cuadernos de caligrafía.

9
Al final de la clase, la escuela no le pareció tan terrible y fue tal su alivio,
que el resto de la tarde estuvo de un ánimo excelente. Caminó de regreso a casa
en compañía de Anastasia, quien había ido a buscarlo a la salida de la escuela,
disfrutando de todo el paisaje que le ofrecía la ciudad.

Miraba los cerros repletos de colores, olía el aire del mar y escuchaba a las
gaviotas que confundían sus graznidos con el ruido vital del puerto. Era tan
notorio su buen ánimo, que incluso fue capaz de contagiar a Anastasia, quien en
un arrebato de entusiasmo lo invitó a comer helados en una confitería que
encontraron al pasar.

Este comienzo auspicioso, hizo que Gabriel descansara aliviado en los


buenos augurios y demuestra que, como casi todo el resto de las personas,
comenzó a andar su vida de buena Fe.

VII

Durante aquellos primeros días de clases, Gabriel no se atrevía a observar


a su compañera de asiento más que con el rabillo del ojo. Era una niña morena y
pequeña, de largos cabellos negros, mirada inteligente y movimientos inquietos,
tenía un estuche repleto de lápices de todos tipos y colores, una regla con
calcomanías tornasoles y una pequeña colección de gomas de borrar con aroma a
chicle de frutas.

Sentía constantemente sobre él la mirada directa e inquisitiva de su


compañera, que evitaba a toda costa y como los días pasaban sin que se atreviera
ni siquiera a saludar, la niña decidió tomar la iniciativa y una mañana, mientras
aprendían el uso de la minúscula y la mayúscula, le envió un papelito arrugado.
Gabriel lo desdobló con curiosidad y sobre el papel había dibujado algo así como
un cocodrilo.

10
Aquel cocodrilo le pareció poco más que un garabato y aunque no dijo
nada, su gesto reprobatorio ante semejante mamarracho fue tan notorio, que la
niña indignada le reprochó:

-¡Si eres capaz de dibujar un perro mejor que el mío entonces hazlo!-

Más que con la reprimenda, Gabriel se sorprendió al enterarse que aquel


cocodrilo había querido ser un perro y como respuesta arrancó un trozo de papel
de su cuaderno, cogió un lápiz y comenzó a dibujar para enseñarle a su
compañera lo que era un perro de verdad.

Gabriel se sorprendió al ver la cara que ponía la niña cuando hubo visto el
perro que el había dibujado e incluso llegó a sonreír cuando ella dijo:

-¡Este es el mejor dibujo de un perro que visto en mi vida!-

Y le acercó el estuche, con todos sus lápices, para que lo pintara.

Desde entonces sucedieron dos cosas: los niños se hicieron grandes


amigos y Gabriel comenzó a sentir que el mundo era un lugar mejor de lo que
había pensado.

La niña se llamaba Josefina y desapareció justo el día en que cumplía diez


años.

VIII

Desde entonces, Gabriel y Josefina se transformaron en una pareja


inseparable. Durante las horas de clases, se ayudaban mutuamente en las tareas
y cuando estaban aburridos Gabriel dibujaba las ideas que se le ocurrían a su
amiga, que siempre parecía ponerlo a prueba y luego ella los pintaba con sus
lápices de colores.

En los recreos solían dirigirse a los sectores más recónditos del patio de la
escuela a capturar insectos, los que después lanzaban sobre alguna telaraña para

11
observar cómo eran devorados, o bien los descuartizaban lentamente para ir
estudiando sus partes con una lupa, la que ocasionalmente utilizaban quemando
filas de hormigas los días soleados.

Juntos aprendieron a sumar y restar, pasaron horas balanceándose en el


mismo balancín, treparon los árboles del patio de la escuela y soñaron con
construir una casita en alguno de ellos. Jugaron a la escondida, compartieron
golosinas, quebraron ventanales, saltaron en los charcos, trataron sin éxito de
salvar una abeja moribunda y otra interminable cantidad de cosas buenas, que
hacen a los niños sentir que la vida tiene un sentido claro, cercano y sencillo,
hasta que alguien o algo se encarga de mostrarles las múltiples caras de la
fatalidad.

En el caso de Gabriel, la historia fue marcada por un trágico suceso que lo


llevó tempranamente a desconfiar de los finales felices y que nos remite a la
persona de un hombre atormentado por sus circunstancias. El profesor Ovidio
Márraga.

12
Ovidio

Un día de marzo de 1989 en la mañana, el profesor Ovidio Márraga escribía


un problema matemático en el pizarrón de la escuela, con los dedos manchados
de tiza:

"Un pastelero desea cocinar galletas y debe llenar un horno con 18


bandejas donde caben 37 galletas en cada bandeja. ¿Cuántas galletas debe
preparar para lograrlo?"

El frío hacía que recordara la proximidad de otro invierno como tantos


entumiéndose en la sala de clases. El recuerdo le hizo fruncir el ceño. Los
inviernos le producían amargura como casi todas las cosas, porque si algo hay
que saber sobre Ovidio Márraga es que fue ultrajado por una anciana que
desvariaba cuando tenía siete años de edad y desde entonces se había
transformado de golpe en un infeliz.

Ovidio sabía perfectamente después de veinte años de trabajo, que sólo


uno o dos de cada diez niños poseían talento para las matemáticas, el resto
únicamente repetía asustado lo que esos dos compañeros afirmaban. Pero no se
había dedicado a la pedagogía para encaminar prospectos de genios; todo lo
contrario, le molestaban los ademanes de superioridad que van adoptando los
niños cuando se reafirman en sus conocimientos.

Esos gestos soberbios de satisfacción al ver resueltos con éxito los


problemas que él les planteaba, esa arrogancia les desfiguraba la cara hasta
hacerlos parecer adultos a medio crecer.

Ovidio se había dedicado a la pedagogía para tener contacto con los niños
en su estado más puro, cuando todavía estaban inmaculados y eran felices. Le
gustaba observar como a los más tímidos se les erizaba hasta la piel cuando se
paseaba junto a sus asientos y le gustaba porque sentía que en ese temor

13
desaforado radicaba la verdadera inocencia: mientras más miedo siente un niño,
más ingenua es su concepción del mundo y mientras más ingenua es su
concepción del mundo, más desamparado resulta su aspecto y mientras más
desamparados se vieran los niños, más lo conmovían, porque aun no habían sido
endurecidos por la tragedias crueles, inherentes al transcurso de la vida.

II

Cada vez que Ovidio reflexionaba más de un minuto sobre algún asunto,
terminaba recordando el desgraciado ultraje acontecido en su niñez, ese recuerdo
le fruncía el ceño y todos sus sentimientos cordiales se transformaban en
amargura. Entonces debía concentrarse un instante, cerrar los ojos y retomar.

Aquellos constantes cambios de ánimo y las manifestaciones que producían


en su exterior, hicieron que fuera considerado por los demás como un tipo
excéntrico y huraño, difícil de tratar; sin embargo nunca fue catalogado de
peligroso y algunas personas cobraban por él una especie de lastimosa simpatía
muy parecida al afecto.

III

El profesor Ovidio supo desde el día en que fue manoseado por una
anciana, que algo se había confundido en su interior, pero tardó varios años de
soterrada búsqueda en comprender qué había sido.

Al principio, en la época de su adolescencia, sufría con la idea de que


alguien lo viera desnudo. Aquella reticencia se mantuvo por más tiempo del debido
y cuando alguna jovencita quiso cobijar entre las sábanas su mirada de hombre
desvalido y ofrecerle algunos instantes de felicidad, salió huyendo con una tristeza
de pene disminuido que lo hizo desistir de la idea hasta varios años después.

A veces, en las noche afiebradas de la insatisfacción, se sorprendía a si


mismo excitado con la imagen odiada de la anciana, frotando sobre su pubis de

14
niño, los pellejos flácidos de su sexo senil. Entonces lloraba después de eyacular,
sintiendo que traicionaba su propia dignidad.

Para soportar aquellas fiebres, se entregó al deporte. Gastaba sus energías


diariamente en la piscina pública, nadando con furia, para terminar el día agotado
y no permitirle a su cuerpo el desvarío incontrolable de la calentura.

IV

Una tarde, después de varias horas de braceo, mientras se desvestía para


secarse en la piscina desierta, una tropa de niños entre seis y diez años entró
corriendo sorpresivamente.

Quedó paralizado y ni siquiera pudo atinar a cubrirse, pero a los niños no


les importó ni un instante su desnudez y también se desvistieron felices, sin pudor,
dando saltos y corriendo por ahí, hasta que saltaron al agua.

Terminó de vestirse, extrañándose de no sentir vergüenza. Los niños ni se


habían inmutado con su desnudez y aquello lo hizo sentir inusualmente cómodo
consigo mismo.

Al día siguiente, aguardó que llegaran dándose excusas para permanecer


en la piscina más tiempo de lo normal, pero los niños no aparecieron y él se fue a
casa con un extraño sentimiento de frustración que no lograba entender. Esperó
durante varios días inútilmente y ya estaba convencido que no volverían, cuando
los vio ingresar nuevamente corriendo alborotados.

Se sintió invadido por una nerviosa alegría y decidió permanecer en el


agua. Nadie parecía supervisarlos y nadie traía traje de baño, así que se
desvistieron y se bañaron desnudos. El espectáculo le pareció fascinante. Todos
se tocaban y jugueteaban entre sí con completa ausencia de morbo, aun cuando
sus inquietos movimientos desenfadados parecían impulsarlos a caer
irremediablemente en la orgía. Sus sentidos estaban sin contaminar y bastaría con
que uno de ellos se ensuciara, para que todo ese desenfado se transmutara en

15
una manifiesta sensualidad, una inmundicia de sátiros y ninfas precoces que sólo
esperaban la madurez de sus genitales para follarse como animales unos a otros.

La profecía lo entristeció por un instante y esa ira se manifestó en una


erección terrible, que supo ocultar bajo el agua.

Con el tiempo se enteró que aquellos niños pertenecían a un hogar de


menores cercano a la piscina pública, que de vez en vez se escapaban de sus
tutores para ir a bañarse un par de horas, las que ellos aprovechaban
descansando de la impuesta labor de darles algo de protección en el desamparo
de su huerfanía.

Ovidio siempre fue un gran cobarde y aquella información le dio la


tranquilidad necesaria para decidirse a interactuar con los menores.

Comenzó organizándoles competencias de nado y enseñándoles algunos


trucos para aumentar la velocidad. Los niños, fascinados con recibir la atención de
un adulto, le obedecían en todo y él llegó a creer sinceramente que aquellos
entrenamientos voluntarios estaban libres de mala intención, hasta que una vez un
niño desesperado que intentaba inútilmente de flotar, se aferró con tanta fuerza de
sus pantalones de baño, que se los bajó hasta las rodillas y luego trepó por sus
piernas quedando aferrado a él, abrazándolo por la cintura.

El cuerpo tembloroso y escuálido del niño en contacto con sus partes


pudibundas, le provocó ciertos estertores en el alma y una sudadera incontrolable
que terminó con su falo endurecido en eufórica libertad.

El niño al sentir esa extraña y sólida protuberancia que le punzaba el


cuerpo, se alejó para ver de qué se trataba y el descubrimiento, lejos de
intimidarlo, le provocó una espontánea carcajada que llamó la atención de los
demás. Los niños al notar que Ovidio estaba con el traje de baño en las rodillas,
también rieron y se acercaron hasta rodearlo en un círculo.

16
Quedó estupefacto, pero al notar que ninguno reparaba en su cuestionable
reflejo que aún permanecía horizontal, terminó por sacarse completamente los
pantalones de baño y nadar libre, desnudo como los niños, haciendo divertidas
piruetas en el agua. Todos reían a más no poder y lo perseguían gritando y
salpicando hasta darle alcance, intentando treparse en él y tratar de hundirlo, sin
reparar, para la felicidad de Ovidio, en los lugares donde posaban sus manos.

VI

En esos afanes morbosos transcurrieron los meses. En cada sesión sacaba


algunas depravadas fotografías, amparado en la ingenuidad de los pequeños,
pero una tarde de horror, mientras organizaba las posiciones de dos niñas a
quienes pretendía retratar, una de ellas lo descubrió frente a sus compañeros:

- ¡Miren, el profesor lo tiene parado! –

Y todos respondieron con una sonora carcajada, observando como en


cuestión de segundos, el esplendor de su placer se convertía en una ciruela
arrugada.

Ovidio no pudo evitar que un par de lágrimas se asomaran de sus ojos y


enceguecido por la ira le dio una fuerte bofetada a la delatora, salió de la piscina,
se vistió malamente y se fue para no volver nunca más a aquel lugar.

VII

La vergüenza que sintió al verse descubierto en sus perversiones, hizo que


durante meses ni se acercara a un niño. Evitaba el contacto con ellos a toda costa
y prometió nunca más caer en semejantes aberraciones. Incluso comenzó a
cortejar a una joven vendedora que veía pasar los años tras el mostrador de una
menestra de su barrio, la joven se llamaba Julieta, tenía la sospechosa edad de
veintiocho años sin que se le conociera novio y algunas vecinas ya pretendían su
cualidad de solterona.

17
Julieta vivía con su abuela en la calle General Rivera del Cerro Miraflores,
en una casita de madera que se sostenía malamente en pie. Su abuela se llamaba
Cirila y sufría de un asma severa que la mantenía la mayor parte del día postrada,
matando el tiempo, contando de oído las múltiples goteras de la casa o
descifrando las melodías que la mala señal de su radio transistor a pilas, de vez
en cuando le permitía oír.

Por causa de la invalidez de su abuela y una carencia total de expectativas


de vida, desde que egresó del liceo con excelentes calificaciones, se hizo cargo
del pequeño almacén que durante años les había permitido subsistir. Julieta
siempre fue considerada como una alumna ejemplar y siempre había soñado para
ella la dignidad de ser profesora, pero las urgencias domésticas aplazaron este
deseo hasta transformarlo en un sueño donde se refugiaba por las tardes cuando
esperaba, mientras llovía, que alguien entrara a su negocio a comprar el pan.

Fotografía V: Julieta alimentando a las palomas fuera de su almacén

VIII

18
La primera vez que Julieta vio a Ovidio, le pareció que aquel joven taciturno
era el vivo reflejo de la desolación. En ese primer encuentro él ni siquiera la miró a
los ojos y se limitó cortésmente a pedirle una caja de fósforos, le entregó las
monedas a cambio y se marchó, pero ella se quedó mucho tiempo con su imagen
en las pupilas.

Ovidio regresó varias veces al almacén y cada una de esas veces lo


atendió Julieta, quien ya podía anticiparse a los deseos de su cliente preferido,
pero siempre permanecía tan abstraído en la vergüenza y en la culpa, que nunca
reparó seriamente en ella, hasta unas semanas después de jurar nunca más
dejarse llevar por sus malas inclinaciones.

Una tarde en que la lluvia parecía durar para siempre, Julieta, cansada de
esperar alguna iniciativa de su enamorado, decidió que la próxima vez que él se
presentara, se las arreglaría para llamar su atención. Apenas hubo terminado de
hacer la promesa, como invocado por un conjuro, Ovidio entró al almacén.

Julieta se puso pálida, las piernas le temblaban y aun confundida, pero


envalentonada con lo que le pareció una intervención divina que le daba una
oportunidad para torcer su destino de solterona cuida viejos, en uno de los actos
más osados hasta ese momento de su vida le dijo de sopetón:

-Estoy enamorada de usted-

Encerrado en las angustias que le provocaban sus perversiones, Ovidio


creía que algo en él delataba sus infamias y que nadie, menos una mujer, iba a
mirarlo con otros ojos que no fueran de desprecio, entonces, completamente
aturdido por semejante declaración y sin decir una palabra, saludó con una
inclinación de cabeza para retirarse lo más rápido que le permitieron sus piernas.

Julieta quedó en silencio, casi sin aliento, durante varios minutos después
de sus intempestivas palabras y habría permanecido así durante todo el resto de
la tarde si no hubiera sido por su abuela que tosía lejos, allá en el segundo piso

19
de la casa y pedía ayuda a duras penas entre los espacios que le permitía el
ahogo.

Cerró la puerta del almacén y subió las escaleras rápidamente. Al llegar al


segundo piso, cogió un puñado de hojas de eucaliptos, las esparció dentro de un
lavatorio y mientras dejaba caer el agua caliente sobre ellas, se arrepentía de su
temeridad que sólo había logrado espantar a Ovidio y mientras intentaba que su
abuela inhalara los vapores emanados, comenzó a resignarse a las perspectivas
de una vida triste, lenta y solitaria.

IX

Entre tanto, Ovidio había llegado hasta su casa en la avenida Alemania y


permanecía encerrado en su habitación. En la casa sólo habitaban él y su tía
abuela, la única sobreviviente de un trío de hermanas que lo criaron desde antes
que tuviera recuerdos.

La primera amaneció muerta una mañana, hace muchos años, de un


ataque cardiaco, pero Ovidio era tan pequeño para ese tiempo que sólo la
recordaba con su cara maquillada como una muñeca dentro de un ataúd. Todos la
llamaban tía Rina.

Fotografía VI: Funeral de Tía Rina

20
X

La segunda se llamaba Eudivigis y cada vez que la nombraban se le


amargaba la sangre.

La tía Eudivigis, de las tres hermanas, fue la con más autoridad. Siempre
había sido respetada en la familia por su carácter enérgico y decidido y por su
capacidad para sobreponerse a las miserias de la vida. Se había casado cuatro
veces y las cuatro veces vio morir a sus respectivos esposos, además nunca pudo
concebir hijos.

Cansada de enterrar a sus maridos, decidió a la edad de sesenta años


renunciar a la compañía nupcial y vivir junto a sus dos hermanas, ambas
solteronas, y criar al hijo de unos primos que habían fallecido trágicamente en un
incendio, dejando a un vástago huérfano de apenas un año de edad.

La tía Eudivigis fue la figura paterna de Ovidio. Era ella quien imponía la
disciplina y quien tomaba las decisiones. Se trataba de una mujer severa, pero
justa y dueña de un gran vigor, que lamentablemente para el niño Ovidio, no
menguó ni con los años ni con el alzheimer.

Cuando los desvaríos de la tía Eudivigis fueron muy notorios y la


inhabilitaron hasta para los mínimos quehaceres de la vida cotidiana, porque ya no
reconocía ni el día ni la noche y se había perdido definitivamente en los vericuetos
de otras épocas, su hermana, la tía Clara, intentó mantenerla recluida en la
habitación, creyendo que los cuidados que le propinaba serían suficientes para
evitar que se desbandaran sus delirios.

Pese a sus esfuerzos, la tía Eudivigis comenzó a pasearse desnuda por la


casa, dialogando incesantemente con sus esposos difuntos.

XI

Una noche, la tía Eudivigis, entró sin bacilar a la habitación que ocupaba
Ovidio y que seis décadas antes, ella compartiera con su primer esposo. El niño

21
semidormido apenas se percató de su presencia, hasta que la sintió deslizarse
bajo la ropa de cama.

Ovidio se quedó inmóvil, completamente confundido. La tía Eudivigis era y


había sido el símbolo de la autoridad y él aun no entendía muy bien la naturaleza
de su enfermedad. No entendía que aquella mujer senil, revivía en un mundo
propio una realidad sin tiempo, donde ella misma se veía y se sentía como una
veinteañera.

Aquella noche la tía Eudivigis confundió el cuerpo delgado y pequeño del


niño, con el juvenil cuerpo de su primer esposo y se le afiebró la sangre. Entonces
decidió revivir con él el fuego de la pasión tanto tiempo dormida.

Ovidio no intentó escapar hasta que las manos intrusas de la anciana


juguetearon bajo los pantalones de su pijama y le hicieron intuir que aquello no
estaba bien. Quiso zafarse, pero la fuerza de la abuela lo retuvo hasta que logró
montarse sobre él.

Comenzó a llamarlo Alberto y a recriminarle tiernamente su falta de


entusiasmo, mientras se movía y lo tocaba, buscando inútilmente la virilidad de un
hombre que sólo existía en las calenturas de su memoria desatinada.

El niño comenzó a gemir de miedo, sintiendo la brusquedad de las manos


de su tía abuela cada vez más molesta por la falta de reacción, hasta despertar a
la tía Clara que dormía plácidamente en el primer piso.

Cuando la tía Clara vio lo que estaba sucediendo, lanzó un grito espantoso
y con todas sus fuerzas logró retirar a Eudivigis, que en su confusión no
comprendía por qué la arrancaban de los brazos de su esposo y lanzaba
escupitajos a diestra y siniestra.

Luego de unos minutos de forcejeo, la tía Clara pudo llevar a su hermana


hasta la habitación que le correspondía para encerrarla bajo llave. En seguida

22
volvió donde el niño que permanecía acurrucado en un rincón, completamente
rasguñado y sangrando levemente, pero sin llorar.

XII

De esta forma tan peculiar, Ovidio dejó de ser un niño y la tía Eudivigis
permaneció encerrada hasta el día de su muerte que acontecería en silencio dos
años después.

La tía Clara nunca se refirió al desgraciado incidente, pero desarrolló una


culpa que le fue consumiendo el cuerpo hasta transformarla en un montón de
pellejos tristes que rondaba en silencio por la casona enorme.

Buscando compensar los efectos de su descuido, consagró todas las


fuerzas que le quedaban al cuidado del sobrino y prometió no morirse hasta verlo
convertido en un hombre hecho, derecho y feliz. Promesa que no cumplió.

Fotografía VII: Tía Clara

23
XIII

En la soledad de su habitación, Ovidio recordaba una y otra vez la


inesperada declaración de amor de Julieta y consideraba injusto que el destino,
además, viniera a complicarlo con pretendientes indeseadas.

Decidió que la solución ante aquel inconveniente era sencilla: bastaba con
nunca más ingresar en aquel almacén y asunto acabado, pero cuando hubo
pasado la impresión y la sensación de sorpresa fue menguando, comenzó a dar a
su imaginación ciertas concesiones que lo harían cambiar de opinión.

Trató de recordarla, le pareció delgada e inofensiva, casi sumisa, rasgos


que no concordaban con su comportamiento tan impulsivo como inesperado, nada
en ella reflejaba determinación y la figura de Julieta se le volvía cada vez más
enigmática. Tendido en su cama, pasó largas horas tratando de dilucidar aquel
asunto, hasta que sin darse cuenta, se quedó dormido.

Aquella noche fue la mejor que había tenido desde los siete años, durmió
con un sueño pesado, profundo, lento, sin escuchar la respiración aflautada de su
tía, sin pensamientos obsesivos que se filtran a las pesadillas, sin miedo.

Cuando despertó, se levantó de un ánimo excelente, muy parecido a la


alegría. Al verlo, la tía Clara se puso tan contenta que se le apretó el pecho de
entusiasmo y tuvo que permanecer todo el resto de la mañana sentada para no
agitarse.

Cuando salió a la calle respiró profundamente, sintiendo el aire frío de la


mañana penetrando en sus pulmones. Caminó por la avenida Alemania,
observando el ajetreo de Valparaíso, hasta comprender que todo ese alivio
rejuvenecedor tenía un origen claro: en más de dieciséis horas no se había
acordado ni un instante de su tragedia infantil, ni de la vergüenza en la piscina, ni
de nada más que no se relacionara con la joven del almacén, como si ella hubiera
venido a salvarlo de sus tormentos eternos, de la culpa que prometía roerlo todos
los días de su vida.

24
Entonces, un renovado y esperanzado Ovidio Márraga, de veintiún años de
edad deshizo su camino por avenida Alemania, llegó a la esquina con general
Rivera y descendió por esa calle sin detenerse hasta llegar a las puertas de la
menestra, donde Julieta al verlo, casi soltó el canasto con el pan batido que
recibía para la venta de la mañana.

XIV

Desde entonces habían transcurrido treinta y nueve años en que mantuvo


más o menos bajo control sus desviaciones, limitándose a observar de vez en
cuando fotografías de niños desnudos, para masturbarse en la intimidad del baño
de su casa, a escondidas de su esposa quien jamás habría osado sospechar de
él.

Pero esa mañana de marzo, luego de haber escrito el problema en la


pizarra para evaluar a sus nuevos alumnos de cuarto año básico, mientras pasaba
la lista, una vocecilla encantadora lo hizo detenerse un instante, porque al
escucharla se le habían conmovido hasta los huesos. Para estar seguro, volvió a
repetir el nombre:

-Riquelme Soto Josefina-

Y de nuevo escuchó aquella voz celestial que respondía:

– ¡Presente!-

La quedó mirando fijo a través de los gruesos cristales de sus lentes y la


imagen de la niña lo hizo permanecer sentado todo el resto de la clase, para que
el alumnado no se fuera a dar cuenta del vigor de su excitación, que apenas era
capaz de ser contenida por sus pantalones.

25
XV

Volvió a casa, pálido y silencioso, manteniendo la mirada perdida durante el


almuerzo que aconteció en absoluto silencio.

Junto a él en la mesa de la cocina, Julieta lo observaba con curiosidad, sin


poder siquiera acercarse a imaginar la naturaleza del problema que preocupaba a
su marido.

Esperó eternamente que terminara de sorber la sopa, observando con


inquietud el lento recorrido de la cuchara desde el plato a la boca. Luego le ofreció
carne y arroz, pero él rechazó la comida argumentando que no se sentía bien, que
prefería descansar antes de regresar al colegio y se levantó de la silla dejando tras
de sí una profunda sensación de soledad.

Algunos minutos después, mientras lavaba la loza, Julieta recorrió de


memoria las últimas cuatro décadas y se dio cuenta que había llevado una vida
rutinaria, pero respetable y bastante agradable considerando que la felicidad no
existe.

Ovidio la rescató de la soledad a los veintiocho años y desde aquel día no


la había abandonado ni un instante, lo que provocaba en ella un sentimiento
enorme de gratitud.

En respuesta a esa gratitud fue que decidió no subir a interrogarlo para


exigirle que le contara aquello que le preocupaba y que por primera vez, en toda
una vida, lo había arrebatado de su lado y esperar a que se le pasara, como si se
tratara de un dolor de cabezas.

Al mismo tiempo, justo sobre ella en el piso de arriba, Ovidio miraba por la
ventana las luces lejanas de los cerros, obsesionado con una mujer cincuenta
años menor, sintiendo que se acercaba el desastre que había pendido sobre su
cabeza desde hacía ya muchas décadas y cuyo desenlace había retrasado
siguiendo los conductos regulares de una vida respetable.

26
XVI

En las tardes sucesivas de tristeza, Ovidio fantaseó muchas veces con el


suicidio, pero le pareció demasiado patético quitarse la vida por reprimir un
impulso que emanaba de su propia naturaleza. Decidió aguantar, como ya estaba
acostumbrado a hacerlo y no morir; sin embargo le hubiera valido más haber
muerto, porque su mente comenzó a engañarlo para acomodar moralmente las
imágenes atroces que lo asaltaban repentinamente y que lo involucraban a él y a
la niña que despertaba sus pasiones, en situaciones que poco a poco se fue
demorando en censurar.

Dos semanas y cuatro días después de ver por primera vez a Josefina
Riquelme, el profesor Ovidio se asustó al comprender que inconscientemente
buscaba la forma de relacionar todas las actividades de su vida con la niña y tres
días más tarde, se asustó aun más cuando comprendió que todo lo que no tuviera
alguna relación con ella le importaba un carajo.

Comenzó a descuidar las formas más elementales de cortesía,


acentuándose más que nunca su carácter huraño. Transitaba por los pasillos del
colegio completamente absorto, con el cuello hundido en las solapas levantadas
de su abrigo de lana gris, molesto incluso de su propio aliento, que se condensaba
en vapor, empañándole los anteojos en las mañanas heladas de abril.

Cuando caminaba de regreso a casa, le parecía que retornaba


inevitablemente a su suerte de esposo resignado, condenado a saborear una sopa
semejante a la que había bebido las últimas cuatro décadas, mirando a una mujer
insignificante que jamás se había alejado demasiado del cerro donde había nacido
y crecido y donde probablemente llegaría a morir y a la cual había propuesto
matrimonio solamente buscando escapar a los demonios de su concupiscencia,
que después de tanto tiempo volvían a tentarlo con la idea de hacer su voluntad
con el cuerpecillo tierno de la muchachita aquella que lo miraba con enormes y
hermosos ojos del primer asiento de la sala y que le hacían palpitar el corazón en
una ridícula calentura senil.

27
En la soledad de la hora de la siesta, Ovidio lloraba despacio con ese
llantito de los viejos, avergonzado por nunca haber tenido los cojones de ser lo
que la vida había hecho de él: un cabrón mal parido al que le gustaría más que
cualquier otra cosa, acostarse con niñitos indefensos hasta quedar completamente
satisfecho, como nunca había podido sentirse en toda su infame existencia.

XVII

Un día, mientras observaba a su esposa que sacudía las migas de pan


esparcidas por el mantel luego de la hora de once, interrumpió el silencio para
decir:

-En estricto rigor, si he vivido decentemente toda mi vida, ha sido


simplemente por cobardía-

Julieta suspendió sus labores domésticas, inquieta por lo inesperado de la


declaración y recordó de pronto las palabras que la tía Clara le había dicho en
secreto antes de morir hace treinta años atrás, una tarde en que la llamó junto a
su lecho de enferma. Como ya le costaba mucho hablar, le hizo un gesto con sus
manos arrugadas para que se acercara y sin mediar explicaciones le suplicó:

-Prométeme que si alguna vez Ovidio llega a estar muy triste, tan triste que
pareciera que la tristeza le fuera a arrebatar la vida, le vas a decir de mi parte que
nada de lo que ha pasado es su culpa.-

Julieta no supo a que se refería la anciana con esas palabras, pero


consideró que el momento de cumplir la promesa había llegado y cuando vio que
su esposo subía las escaleras suspirando como un condenado a muerte, le dijo en
un tono dulce, como el de las madres cuando consuelan a sus hijos:

-Nada de lo que ha pasado es tu culpa. Tu tía Clara me encargó que te


dijera eso antes de morir-

Ovidio se detuvo en el sexto peldaño de la escalera, dejó caer sus brazos y


se puso a llorar con un llanto que había tardado cincuenta y cuatro años en llegar.

28
Julieta corrió junto a él y sin decir palabra lo dejó llorar por horas y horas
hasta que se quedó dormido, refugiado en sus faldas mientras le acariciaba la
cabeza.

Silenciosamente conmovida, recién comprendió que había estado casada


con un extraño y por primera vez deseó con ansias haber engendrado un hijo,
quizás porque adivinó que muy pronto se quedaría sola, abandonada en un mar
de preguntas cuyas únicas respuestas serían las especulaciones en las cuales
invertiría los últimos largos días de su vejez.

XVIII

La mañana siguiente, Ovidio despertó avergonzado, se sentía delatado ante


los ojos de Julieta, pero de todos modos, al recordarla lo inundó una enorme
sensación de gratitud.

Decidió que las cosas tendrían que cambiar, que estaba demasiado viejo
para dejarse vencer y sin despertar a su esposa, salió en dirección al colegio con
la firme intención de renunciar a su trabajo y así verse libre de tentación.

Sintiendo poco a poco como volvía a la calma, suspirando con los


involuntarios suspiros que deja la resaca del llanto, retornaba a sus cabales.
Mientras caminaba por la calle Condell recordó el mensaje de ultratumba que le
enviaba su tía:

¡No era su culpa!

Esa frase lo reconfortaba y le quitaba de encima el peso de la soledad. De


tanto ensimismarse olvidaba que su tragedia secreta tenía un testigo ocular,
alguien que desde siempre intuyó la proporción de su desdicha, pero que guardó
silencio intentando que olvidara aquella carta marcada en su destino.

29
La tía Clara, la mujer silenciosa que hizo las veces de madre, le mandaba a
decir desde la muerte que recordara los hechos en su verdadera dimensión, que
no perdiera la noción de la realidad y la realidad era que él no había elegido nada
de lo que le estaba sucediendo y que aun cuando bastaría que sus deseos ocultos
salieran al juicio abierto de la sociedad, para terminar apedreado en la plaza
pública, salvo por esas pequeñas libertades que durante su juventud se permitió
con los huérfanos de la piscina, en realidad no había hecho mal a nadie, y nadie,
salvo él mismo, tendría algo que objetarle.

Por un instante, todo le pareció muy sencillo ¡Podía escapar! Y pasar sus
años de vejez encerrado como un monje, consolándose de vez en cuando con su
esposa, recordando a los niños de las gastadas fotografías que escondía tras el
espejo del baño, hasta que la edad consumiera las últimas chispas de libido y al
fin pudiera morir en paz, redimido, victorioso.

En la entrevista con el director de la escuela, argumentó que estaba


cansado y en edad de jubilar, que la salud comenzaba a fallarle y otra serie de
excusas normales para un hombre de su edad y fue inquebrantable ante la
rogativa de aguardar que terminara el año.

El director lamentó la pérdida de tan valioso profesional y según afirmó,


aceptaba la renuncia con mucha tristeza, pero con la condición de que al menos
continuara en funciones hasta encontrar un reemplazante. No pudo negarse y el
destino le puso unos últimos días de prueba, los peores, los definitivos

30
Josefina

Después de cuatro años de intensa amistad, interrumpida solamente por los


meses de vacaciones de verano que servían para aguardar con ansias el
encuentro durante el primer día de clases del año siguiente, Gabriel y Josefina
habían desarrollado un metalenguaje tan íntimo y perfecto, que lograban ponerse
de acuerdo por medio de disimulados gestos sin que nadie alcanzara a percatarse
de ello.

Como resultado de estos juegos, la pareja de niños se caracterizaba por


deambular en silencio, pasando casi inadvertidos ante el resto de los seres
humanos.

Aquella mañana de temporal, donde el viento amenazaba con arrancar de


cuajo las latas de zinc que cubrían los tejados y la lluvia con su golpeteo opacaba
cualquier otro sonido, era un día esperado por Gabriel.

Su compañera de asiento desde primer año básico y la persona más


querida por él en toda la faz de la tierra, estaba de cumpleaños y no se trataba de
cualquier cumpleaños, era nada menos que el número diez.

Sin embargo un temporal arreciaba de tal forma, que fueron suspendidas


las clases.

Gabriel había ocupado tres meses dibujando un cuaderno para regalárselo


ese día a Josefina, por lo cual ni siquiera consideró la idea de faltar al colegio,
aun cuando la señorita Anastasia le advirtió, durante el desayuno, que las
autoridades recomendaban permanecer en casa.

Mientras tanto, Josefina se las arreglaba para salir, desobedeciendo a su


madre quien le exigía volver a la cama. La idea de pasar un día de lluvia en el
enorme edificio vacío, sin adultos, junto a su mejor amigo, le parecía el mejor
regalo de cumpleaños.

31
Podrían ir al patio y quedarse ahí, hasta que les saliera agua de los zapatos
o jugar a esconderse del auxiliar, dibujar con tiza de colores en el pizarrón y
atemorizarse con los ruidos desconocidos en los pasillos desiertos.

II

Se encontraron en el portón del colegio, empapados de pies a cabeza,


hicieron un saludo secreto y aprovecharon que no se veía a nadie por ningún lado
para entrar. Influenciados por la fuerza del hábito, llegaron a hurtadillas hasta la
sala de clases.

Gabriel caminaba un par de metros más adelante que su compañera,


esperando encontrarse ante varias filas de sillas vacías y ordenadas, pero cuando
cruzó la puerta, vio con horror las espaldas del temido profesor de matemáticas,
que miraba absorto la lluvia por la ventana y en un movimiento casi reflejo, con
todo sigilo se ocultó bajo una mesa.

Tres segundos después, Josefina cruzó el umbral de la puerta, pero al


encontrarse inesperadamente con el profesor, en vez de saltar como Gabriel a
ocultarse, tardó demasiado en reaccionar, dándole tiempo a Ovidio para
percatarse de su presencia.

Desde su escondite, Gabriel vio como las piernas del profesor caminaron en
dirección a Josefina cuyo cuerpecito temblaba de miedo.

Pero el profesor no se detuvo en la distancia acostumbrada entre


profesores y alumnos, entonces comprendió que algo no andaba bien.

Luego, en su ángulo de visión, aparecieron unas manos que se perdieron


bajo el jumper de la niña.

Sintió algo parecido a un golpe en el estómago y dos lágrimas de terror se


asomaron de sus ojos.

32
En seguida, los brazos del profesor levantaron en vilo el cuerpo paralizado
de Josefina hasta depositarla sobre la mesa que ocupaba de escritorio.

Cuando sintió el primer gemido, un gemido completamente diferente al que


hubiera oído jamás de la boca de su amiga, cerró los ojos y suspendido de terror,
guardó silencio encogiéndose como un insecto amenazado.

III

De pronto, el golpeteo de la lluvia que arreciaba, volvió a ocupar todos los


espacios del silencio. Abrió los ojos, miró de un lado a otro y el profesor ya no
estaba ahí.

Aguardó largos minutos sin atreverse a salir, oyendo con atención, hasta
que un llantito apenas audible lo hizo reaccionar.

Sobre la mesa del profesor, con la ropa rasgada y las manos atadas con
una bufanda, se encontraba el despojo de Josefina.

Ella lo miró como si no lo reconociera mientras la desataba y apenas


comprendió que se encontraba libre, hizo el intento de cubrirse con los jirones de
ropa, usando las últimas fuerzas que le quedaban. Luego se desmayó.

Gabriel tenía once años de edad y estaba de pie junto al cuerpecito


ultrajado de la única amiga que llegó a tener en la vida, sin saber qué hacer.

IV

Después todo aconteció muy rápido.

Corrió en busca de ayuda con los ojos inundados en lágrimas por los
pasillos del colegio vacío, mientras sus gritos de auxilio se apagaban rápidamente

33
en medio del temporal, hasta que la fatiga lo obligó a sentarse en la escalera, para
descargar toda la angustia en un vómito inducido por el desamparo absoluto.

Al cabo de unos minutos, logró ponerse en marcha nuevamente y decidió


volver junto a Josefina, pero en la sala de clases ya no había nadie.

Sólo quedaba un zapato negro desabrochado que se llevó a casa y que


guardó en una caja junto al cuaderno con los dibujos que no le alcanzó a
obsequiar.

34
La Fatalidad

El tercer día después de su renuncia era viernes y durante toda la noche


había llovido con furia. El miércoles y el jueves su ánimo fue inmejorable, tanto
que Julieta creyó se había librado un milagro, llegando a idealizar una vejez como
nunca había sido su juventud.

En la radio, las autoridades recomendaban a la ciudadanía quedarse en


casa hasta que pasara el temporal y salir solamente si resultaba estrictamente
necesario, pero Ovidio hizo caso omiso a las recomendaciones de las autoridades
y también a las súplicas de su esposa y se fue camino al colegio.

En toda su carrera no había faltado una sola vez a clases y no iba hacerlo
justo antes de retirarse, para que un chaparrón cualquiera viniera a ensuciarle los
antecedentes.

Completamente empapado entró al establecimiento. Saludó al auxiliar quien


lo acompañó hasta la sala para encender la estufa y también le ofreció un café,
que no aceptó.

Colgó su abrigo en el respaldo de la silla, lo acercó a la estufa, se envolvió


en la bufanda y se dejó llevar por la lluvia que caía incesantemente, disfrutando la
satisfacción que le provocaba el pequeño acto heroico de haber sido el único en
cumplir con su deber.

De pronto un ruidito tras de sí lo devolvió a la realidad.

Entonces sucedieron dos cosas simultáneamente: en la enormidad del


colegio casi vació, el profesor de matemáticas y la alumna Josefina Riquelme se
observaron mutuamente y Ovidio comprendió con el corazón encogido que había
estado reservado desde siempre para diversión de la fatalidad.

35
Ovidio Márraga se desquitó ese día de todos los tormentosos años de
represión y conoció por un instante breve como era la plenitud que tanto había
soñado.

No pensó en nada, ni en el bien, ni en el mal, ni en el pecado, simplemente


se dejó llevar por lo que le pareció el pago de cada una de las miserias que había
soportado, hasta que comprendió que acababa de cometer uno de los actos más
bajos, dentro de la inmensa cantidad de actos perversos que se pueden realizar
en esta tierra oscura.

Luego todo fue confuso. Salió rápidamente de la sala de clases con la


camisa medio desabrochada. Su abrigo había quedado en la silla frente a la estufa
y su bufanda amarraba los brazos de la niña que yacía con todo el uniforme
rasgado y los ojos perdidos en una tristeza infinita sobre el escritorio del profesor.

Caminó rápidamente hasta la puerta, nadie lo vio salir. Siguió por la calle
vacía donde la lluvia se reventaba contra el suelo empapándole la camisa y
lavándole las lágrimas. Pensó en Julieta, pensó en su tía abuela montada sobre él,
caminó y caminó contra el viento implacable sin darse cuenta, hasta que se
encontró frente al mar en Playa Ancha y se lanzó a las aguas desbocadas por el
temporal, desde la piedra que todos llaman feliz.

36
Anastasia

Anastasia era huérfana, había crecido en un orfanato siempre sola. Cuando


niña, solía imaginar hermosas historias que explicaran las razones de su
huerfanía, pero apenas fue entendiendo como eran las cosas del mundo, se dio
cuenta que simplemente había nacido tan desamparada que la vida no había
querido proveerla ni siquiera de una madre. Creció con un encabronamiento
profundo ante el destino y decidió cuando muy niña, que de una u otra forma
debía vengarse.

En el hogar de menores, ocupaba la parte de abajo de un camarote que


quedaba justo atrás de la puerta, pegado a la pared. Durante los dieciocho años
que permaneció interna, nunca permitió que la cambiaran de lugar. Se había
aferrado a ese espacio, como una araña a su rincón.

De espaldas hacia el resto de la habitación, mirando a la pared, lograba un


poco de intimidad, la que llenaba de un rencor que cultivaba a diario mientras caía
en cuenta de lo miserablemente injusta que es la vida.

Mientras ella habitaba ahí en ese escondrijo sórdido, triste y húmedo, otras
niñas de largas cabelleras rubias, bien amadas por sus padres, decoraban la casa
para celebrar su fiesta de cumpleaños.

Una vez, mientras se columpiaba en un parque, oyó a una madre que


reprendía a su hijo por botar al suelo un helado que no le había gustado,
diciéndole:
“Hay niños que no tienen que comer, que viven solos en un orfanato y tú
desperdiciando la comida.”

Entonces se dio cuenta que ella era un parámetro de la desdicha.

Nunca entendió ese afán de la naturaleza por la disparidad: belleza, salud y


fortuna para algunos, soledad, tristeza y enfermedad para otros.

37
Anastasia sabía que nadie esperaba nada de ella, que nadie pensaba que
llegaría a hacer algo más que perderse en algún prostíbulo pobre, o que se
embarazara en la adolescencia y envejeciera prematuramente luchando contra la
miseria.

Sospechó desde muy pequeña que la exaltación del sacrificio, la humildad,


la resignación y la honradez, predicada en la escuela y en la iglesia, formaban
parte de una fórmula, para apaciguar la ira y someter a los que como ella, sólo
podían ganar algo o morir en el intento. Nada más que una manera de
convencerlos que la vida estaba bien así como está.

Por la misma razón, nunca creyó en cristos lastimeros ni en vírgenes


lloronas, la idea del paraíso le parecía tan aburrida como una tarde de domingo y
le causaba gracia lo morboso de los crucifijos. Nunca se tragó las habladurías ni
del cielo ni del infierno, sabía que su existencia no le importaba a nadie en el
mundo y que cuidarse era un trabajo de ella sola.

Pero no siempre había sido así. Cuando niña, muy niña, creía que su mala
fortuna era transitoria y que en cualquier momento alguien vendría por ella y se la
llevaría a formar un hogar como cualquier otro, en una pequeña casita blanca con
un florido antejardín.

Aquel anhelo provenía de un libro de cuentos que en cierta navidad llegó a


sus manos gracias a la caridad. El libro se llamaba “Cuentos para niños
huérfanos” y alentaba a los niños a no perder las esperanzas en el infortunio de su
soledad.

En las páginas e ilustraciones de aquel libro, anastasia refugiaba su mundo


infantil. Sabía de memoria cada uno de los dibujos y hasta cierto punto llegó a
creer que la vida mantenía una estructura de cuento: el desafortunado
protagonista requería sobrepasar los obstáculos, ser fuerte, bondadoso, honesto y
paciente hasta que la buena fortuna giraba a su favor, los sueños y anhelos se
cumplían y la felicidad se instalaba como un gato gordo en el regazo.

38
Pero cuando tenía siete años de edad, ocurrió un hecho que se
transformaría en una marca en el destino de Anastasia y la llevaría a abjurar de
todo aquello.

Sucedió en verano, durante los largos días de las vacaciones. Los niños del
hogar se organizaron y decidieron escaparse a la piscina pública, donde conocían
una abertura en la reja para escabullirse. En rigor, tanto los cuidadores del hogar,
como los cuidadores de la piscina sabían de esta supuesta fuga e intromisión,
pero todos hacían caso omiso, en parte por pereza en parte por compasión.

Durante una de esas escapadas para bañarse, un hombre en la piscina,


comenzó a prestarles atención. Se quedaba jugando con ellos en el agua, les
organizaba competencias de nado a los que sabían nadar y le enseñaba a nadar a
los que no sabían, los trataba con cariño y algunas veces les tomaba fotografías.

Anastasia pertenecía al grupo de los que no sabían nadar y tuvo sus


lecciones particulares de natación. Nunca antes nadie le había prestado tanta
atención, ni tratado con tanta delicadeza.

Les dijo que se llamaba Miguel, el tío Miguel, mientras desperdigaba su


gentileza sin distinción entre todos los niños, pero Anastasia comenzó a fantasear
con que el tío Miguel podría ser el padre que venía a tomarla en adopción y que la
escogería entre todos los niños para llevársela lejos, muy lejos de la desdicha.

Anastasia se esforzaba por ser la mejor entre todos los niños y no sólo
cuando estaba frente al tío Miguel; había decidido ser buena auténticamente, para
que él fijara en ella su atención y en parte lo logró: Anastasia era una de las
favoritas a la hora de las fotografías y siempre la desafiaba para que realizara
extrañas piruetas, sola o acompañada de otros niños, casi siempre sin ropa,
mientras el clic de la cámara no paraba de sonar.

Pero una tarde mientras se entregaban a las acostumbradas sesiones de


fotos y ella se esmeraba en obedecer al pie de la letra las instrucciones, sucedió
algo horrendo que la volvió de golpe a la infamia de la realidad.

39
Todo sucedió muy rápido, de pronto, Raquel, una de las niñas mayores y
más temidas en el orfanato, comenzó a apuntar con su dedo el pene del tío
Miguel, a burlarse de él y a reír a carcajadas, mientras gritaba:

¡Miren el tío lo tiene parado!

Fue como si con esas palabras lo hiciera aparecer. Después todos los niños
más grandes comenzaron a reír, hasta que el tío Miguel se enfureció, le dio una
fuerte cachetada a Raquel que le hizo saltar la sangre de la nariz y salió corriendo
de la piscina a medio vestir.

Por un instante, el desconcierto de los niños provocó un silencio total,


luego, los niños más pequeños se pusieron a llorar y los más grandes
permanecían en silencio observando cómo corría la sangre por la nariz de la niña
que había sido golpeada y que se tapaba la cara ahogándose en sus sollozos.

De pronto, recordó los dibujos de los baños y pudo hacer una relación
exacta del pene del tío Miguel al los dibujos en la pared del baño y pensó que si
estaba dibujado en la pared del baño debía tratarse de algo fuera de lo permitido,
porque según su experiencia, en el baño se escriben y dibujan las cosas que
afuera se callan o avergüenzan.

II

El regreso al hogar de menores fue más triste y silencioso de lo


acostumbrado y fue primero la intuición que el entendimiento, la que le hizo saber
que su esperanza de felicidad había sido tan vana, como profunda su desilusión.

No quería escuchar las inmundicias que desde aquel incidente las niñas
mayores decían respecto al tío y sus verdaderas intenciones y todos los días
durante el resto del verano, se escabullía sola a la piscina esperando que volviera
a llegar.

40
Creía que su perseverancia y lealtad serían premiadas y que finalmente el
tío Miguel vendría por ella, pero terminó el verano y el tío no volvió a aparecer.

Ya acontecían los primeros días del otoño y Anastasia continuaba pasando


las tardes sentada en soledad en la piscina, día tras día, asistiendo sin falta, hasta
que las hojas de los árboles cubrieron el agua.

Entonces lanzó su libro de cuentos para que se disolviera en aquel pantano


que meses antes había significado su más cercano acercamiento a la felicidad.

III

Decidió que los cuentos infantiles eran una falacia. Un aparato creado para
engañar a los niños y así como los niños a quien la vida les ha otorgado familia y
felicidad, se identifican con las rubias princesas, ella en su entorno de abandono y
oscuridad, comenzó a identificarse con todos aquellos personajes a quienes les
tocaba perder.

Los libros de cuentos que antes significaban un refugio en la soledad, ahora


se transformaron en una forma de mantener vivo el rencor.

En un impulso autodestructivo, comenzó a asistir por las tardes a la


biblioteca del liceo. Leía incansablemente y muchas veces, cada uno de los libros
de cuentos que ahí existían. Los leía con morbosidad, con enojo, odiando las
palabras cursis y las mariposas, odiando la exacerbación de la ingenuidad y los
conejos, hasta que llegó a sus manos el libro:

41
Figura I: “Cuentos para la infancia y el hogar”
de los Hermanos Grimm.

42
Entonces todo cambió, y cayó de golpe en un mundo rudo y feroz. Leyó los
mismos cuentos que había leído muchas veces, pero esta vez había en ellos algo
muy diferente, porqué esta vez Anastasia había encontrado la verdad, la fuente
original de la mayoría de los cuentos que nos cuentan en la vida.

Sintió que renacía, que de pronto algo había florecido en su interior, en


plena oscuridad. Sintió que todos habían tratado de engañarla, pero ella había
descubierto el secreto y eso la hizo sentir especial.

IV
Y descubrió muchas cosas por entonces: que el hambre es capaz de hacer
que los padres vendan a sus hijos o los envíen a perderse en el bosque.
Que es válido matar a otros niños para salvar la propia vida. Que siempre se ha
engañado a los demás para triunfar. Y que todo eso estaba escrito desde el siglo
XIX, pero que pertenecían a la tradición oral desde mucho antes que los hermanos
Grimm decidieran rescatarlas.

¿Qué había pasado? Pues lo de siempre, que la realidad había sido


tergiversada, para imponer un discurso.

No obstante su crudeza, los relatos de los hermanos Grimm le hicieron


bien; saber que era tanta la ambición de las hermanastras de la cenicienta, que
fueron capaces de cercenarse los talones y los dedos, para que les cupiera la
zapatilla de cristal y que el príncipe las descubrió al notar el hilo de sangre que
emanaban sus heridas y que en castigo los cuervos les arrancaron los ojos, le
parecía mucho más justo y razonable considerando su crueldad, que el montaje
posterior donde la Cenicienta perdona a sus hermanas y además las casa con
hombres principales de la corte.

43
Se sintió mucho menos desdichada al enterarse que era la madre y no la
madrastra quien mandó a matar y luego envenenó a Blancanieves por envidia a su
belleza. Maldad que fue castigada con la pena de calzar unas zapatillas de hierro
ardiente y obligada a bailar sobre ellas hasta caer muerta.

Entendió la bajeza de lo humano cuando supo que Pulgarcito y sus


hermanos fueron abandonados en el bosque por sus padres, para ahorrarse la
angustia de verlos morir de hambre y que los adultos solían disponer de los niños
a su antojo. Los ejemplos eran claros: Hansel y Gretel, abandonados por sus
padres en el bosque, cuando ya no quedaba nada que comer. O el caso de
Rapunzel, a quien sus padres intercambiaron por comida, dejándola en manos de
una bruja.

Los hermanos Grimm delataban en esas historias, las perversiones,


pasiones y destrezas necesarias para desenvolverse en un mundo sórdido y
voluble.

Repletas de autoritarismo, de poderes caprichosos, de potestades


incuestionables, de dolor y flagelaciones, Anastasia pudo al fin comulgar su propio
contexto con el mundo narrado y ya no se sintió tan infeliz:

-En la vida, pasa como en los cuentos de los hermanos Grimm, todos tratan
de suavizarla, para que no resulte tan atroz, pero sigue siendo atroz-

Pensó.

Cuando terminó de leer las doscientos veintidós narraciones de “Cuentos


para la infancia y el hogar” Anastasia salió al patio y asumió en voz alta:

-A mí nadie me va a venir a adoptar, creceré y viviré como una huérfana,


pero no siempre voy a estar sola´-

44
Y aunque su autoprofecía no era para nada alentadora, se sintió aliviada de
no tener que cargar con el peso del optimismo vano, en la que la mayoría del
mundo se enceguece y pudo descansar de los anhelos que le habían impuesto y
asumió su vida estoicamente, como la niña de las zapatillas rojas, ante el verdugo
que debía cortarle los pies.

Todo cambió por entonces, de golpe concibió como acontecerían los


próximos años de su vida y pudo hacer un cálculo exacto. La ley le proporcionaría
techo, ropa y comida hasta que cumpliera los dieciocho años. Tenía diez años y
tres meses para planificar la estrategia que le permitiría solventar la soledad y
esquivar el desamparo el resto de sus días.

VI

El pesimismo práctico que había adquirido gracias a los hermanos Grimm,


le permitió ver con claridad

Hasta antes de leer el libro, Anastasia sentía que se enfrentaba al mundo


en absoluta desventaja y el sentimiento que prevalecía en su interior era el miedo.
Sin embargo descubrió que había estado profundamente equivocada: la vida la
había entrenado para soportar la frustración y tener paciencia.

Los hermanos Grimm le habían abierto los ojos, a la edad en que algunos
niños aun se orinan por las noches en la cama. Entendió que si se asume con
crudeza la realidad, podemos tener claridad sobre lo que es y lo que no es posible,
sin caer en la amargura de anhelar cosas que nunca llegarán o lo que es peor,
trabajar toda una vida, pero de forma equivocada, por algo que es perfectamente
posible.

VII

Lo primero que comprendió, es que la escuela pública, sería probablemente


la única oportunidad de educación que tendría en su vida y que debía

45
aprovecharla. Entonces se esmeró en aprender ortografía y gramática, historia,
matemáticas y ciencias naturales y leía por adelantado todos los libros de clases,
que repartía el estado.

Esta característica la llevó rápidamente a convertirse en una de las mejores


del curso, pero a diferencia de otras compañeras, nunca fanfarroneaba con las
notas, jamás preguntaba en clases y ni quería salir al pizarrón.

Muchos profesores, intentaron sacarla de aquel ensimismamiento, pero


resultó inútil y cómo su rendimiento escolar siguió siendo excelente y no
molestaba a nadie, terminaron por dejarla tranquila, tal como era su propósito.

Fuera del horario de clases, se le veía siempre apartada del resto de sus
compañeras y pasaba las tardes en la biblioteca del liceo.

Durante el verano se resguardaba de los calores en aquel edificio alto y


sombrío y en el invierno pasaba el tiempo leyendo, junto al calor de la estufa a
parafina que la bibliotecaria prendía para combatir el frio institucional de aquel
espacio gris y resonante.

Además casi nadie visitaba la biblioteca, lo que lo convertía en un lugar


seguro para dejar transcurrir las horas.

La bibliotecaria, era una anciana muy huraña, a quien le molestaba que los
estudiantes fueran a perturbarla en su trabajo de jubilada, pero le gustaba
Anastasia, porque siempre estaba en silencio. Algunas veces, incluso, la dejaba a
cargo mientras ella tenía algún trámite que atender, entonces Anastasia se
sentaba en su escritorio y aprovechaba de Ocupar la Máquina de escribir.

Fue en esa máquina, donde Anastasia comenzó oficialmente a escribir su


propio cuento que comenzó así:

“Hubo una vez una niña, que no tenía padres y que vivía en un orfanato”…

46
Estuvo a punto de escribir: “muy triste” pero decidió que por el momento
dejaría el cuento hasta ahí y reflexionaría al respecto

Retiró la hoja de papel roneo de la máquina y la guardó con sumo cuidado


entre su cuaderno.

Cada noche antes de dormir y cada mañana, antes de levantarse,


Anastasia desdoblaba el papel con el cuento que había comenzado a escribir y
pensaba en las palabras que le gustaría continuaran la oración.

Se planteaba varias posibilidades, y durante el día reflexionaba en torno a


ellas. Algunas veces caía en la tentación de fantasear con ideas descabelladas,
aprovechando la libertad del papel en blanco, pero rápidamente volvía a pensar en
concreto y cuando lograba conformidad, esperaba el momento de volver a tener
acceso a la máquina de escribir, para cerrar la oración y transformarla en un
decreto.

Su sentido práctico le hizo pensar muchas veces que sería menos


complicado escribir en un cuaderno con un lápiz cualquiera, pero el hecho de
estampar con tinta en el papel las letras de su propio destino, se había
transformado en un rito, en el símbolo de la determinación, en un sello para la
voluntad.

Fue así cómo la próxima vez que la bibliotecaria le pidió que se hiciera
cargo, mientras ella regresaba, Anastasia terminó de escribir:

“Hubo una vez una niña, que no tenía padres y que vivía en un orfanato”…

“Y que vivió triste hasta que se dio cuenta que debía aprender a cuidarse
sola. Entonces pensó en lo poco que tenía y prometió hacer lo mejor posible con
aquello”.

47
VIII

Con el pasar de los años y manteniendo la mente despierta para maximizar


los recursos de su vida, Anastasia se esforzó en realizar un mapa de su
infelicidad, reduciendo los conceptos a unas pocas palabras claves.

Entender las fuentes de sus desdichas, le permitiría enfrentar los


acontecimientos del futuro buscando subsanar su infortunio.

Después de mucho pensarlo y luego de equivocarse varias veces, a los


catorce años Anastasia había reducido a tres conceptos, la causa de todos sus
males:

Mapa de la infelicidad de Anastasia Pérez

1. Huerfanía: culpable (indeterminado) algunos dirían Dios, pero lo más


probable es que dios no exista y si existe, es tan inalcanzable y
abstracto que no tiene importancia.

2. Soledad: proviene de la huerfanía. La estructura social está basada en


la familia, la gente sin familia queda en soledad. Esta imposición de
modelo social, implica que la gente que no tiene familia añore tener una.
El no poder lograrlo, genera frustración, la frustración genera
sufrimiento, el sufrimiento ahonda la soledad.

3. Rencor: Resentimiento por haber nacido en la esfera de los


infortunados, enojo arraigado con los demás por pretender que exista
una natural resignación al respecto.

48
IX

Durante esos años había leído mucho y aunque incurría periódicamente en


los “Cuentos para la Infancia y el Hogar” prácticamente leyó todo lo que estuvo
disponible en la biblioteca.

También en aquella época, descubrió otra de las fuentes de los relatos


tradicionales para niños; Charles Perrault y sus “Historias y Cuentos del Pasado”
más conocido como “Los Cuentos de Mamá Gansa”.

Leer a Perrault, confirmó su teoría: los cuentos infantiles originales, habían


sido deslavados hasta hacerles perder toda su humanidad, generando en los
niños, un imaginario descafeinado y bobo.

A estas alturas, aquellas degradaciones no le aparecían tan casuales y


después de todo lo que hubo investigado, resultaban fáciles de explicar:

Tanto Perrault como los Hermanos Grimm, fueron recopiladores de


narraciones tradicionales francesas y alemanas, respectivamente. Escribieron lo
que desde tiempos indeterminados fueron historias que se transmitían en forma
oral. La mayoría de estas narraciones correspondían a la época medieval, periodo
de grandes brutalidades.

Perrault, realizó primero esta labor, casi un siglo antes que los hermanos
Grimm, pero como Perrault fue un connotado lameculos del Rey Luis XIV y la
familia real, fue modificando de inmediato las historias al gusto de su majestad y
los valores de la corte, puliendo los asuntos grotescos y omitiendo la crudeza. Aun
así sus versiones eran bastante más fuertes de lo que estamos acostumbrados
hoy.

A Perrault le debemos cuentos como: caperucita roja, el gato con botas, la


bella durmiente, una primera versión de la cenicienta y pulgarcito, el macabro
Barba azul entre otros relatos.

49
X

Entre los cuentos de los hermanos Grimm y los cuentos de Charles


Perrault, Anastasía ya manejaba un catálogo casi completo de las historias
clásicas para niños y su visión de los cuentos de hadas se había ido
profundizando.

Cuando conoció a Andersen, se convenció de que algo extraño pasaba con


los cuentos de hadas: las historias infantiles que se manejan en el imaginario
colectivo de occidente correspondíann básicamente a tres escritores Charles
Perrault, los hermanos Grimm y Andersen; cuatro si agregamos a Dickens.

¿Cómo se podía explicar algo así?

¿Qué extraño poder tenían estos cuentos para instalarse en la memoria de


todos los niños durante más de tres siglos?

¿A Caso no habían surgido nuevos relatos en trescientos años, que valiera


la pena rescatar?

Entonces, haciendo una profunda retrospectiva, anastasia cayó en cuenta


que desde el siglo XVII se venía repitiendo un mecanismo más o menos similar:
Un puñado de historias eran rescatadas siglo tras siglo por un recopilador que le
daba nuevos ribetes, de acuerdo a los tiempos y sumaba al catálogo un par más.

XI

De este modo, Perrault recogió sus cuentos de la tradición oral en Francia a


fines del siglo XVII, los acomodó a la época y triunfó como escritor de cuentos
infantiles iniciado el siglo XVIII. Sus cuentos más conocidos son Caperucita Roja,
Cenicienta y el Gato con Botas.

50
En el siglo XIX los hermanos Grimm realizan una recopilación de cuentos
de la tradición oral alemana, entre ellos uno correspondiente a Perrault: “La
cenicienta” y además dejan el legado de Blancanieves, pulgarcito y Hansel y
Gretel.

En el siglo XX un dibujante llamado Walt Disney recoge el cuento


“Blancanieves” de los hermanos Grimm e inaugura un nuevo modelo de dispersión
del relato infantil: El cine.

Durante todo el siglo XX Disney y su industria cinematográfica reinterpreta


los argumentos de los cuentos más famosos de Perrault, y de los hermanos
Grimm y siguiendo la tradición, agrega algunos nuevos nombres a la lista: si no
hubiera sido por Disney pocos habrían sabido algo del “Peter Pan” de un
desconocido JM Barries y “Alicia en el país de las maravillas” de un más
enigmático Lewis Carroll.

Anastasia descubrió que a Walt Disney le debemos el formato deslavado y


bobo de los cuentos que nosotros conocemos, él los transformó en dibujitos
adorables y los llenó de flores y conejillos y al igual que sus antecesores, modificó
los relatos de acuerdo a sus intereses.

Disney no le debía pleitesía a ningún rey, pero era un acérrimo defensor de


los valores norteamericanos, un conocido anticomunista y un ambicioso
empresario, que llegó a reconocer públicamente que lo que más le importaba era
llegar a la mayor cantidad de espectadores posibles. Por esta razón, se preocupa
de quitar de sus historias cualquier indicio sospechoso que puede interferir en las
ventas y transformar los clásicos de la literatura infantil en una cerveza sin alcohol.

Entonces, Anastasia comprendió que el libro que ella había leído en la


infancia, llamado “Cuentos para niños huérfanos” había sido infectado con la
ideología Disney y por eso proponía un mundo fácil y falso, en el que ella había
creído durante los primeros años de su vida y por culpa del cual había sufrido
tremenda desilusión.

51
XII

A los 17 años de edad, Anastasia Pérez había descubierto que el origen de


casi todos los cuentos de hadas que conocen los niños y bajo los cuales se
generan los principales modelos y prototipos de valores y conductas, tenían un
origen medieval Francés y Anglosajón.

Qué originalmente se trataba de cuentos crudos y crueles, como la vida,


pero que sus principales traductores fueron unos burgueses que los fueron
adaptando a la ideología de turno y que a principios del siglo XX un colosal
empresario convencido de la importancia del modelo sociocultural de estados
unidos, se había encargado de reformularlos para el entrenamiento masivo de
varias generaciones de niños que crecieron condicionados para comprar y servir y
ayudar a erigir un imperio,

Anastasia, que en menos de un año cumpliría la edad en que el estado deja


de hacerse responsable por su vida, sabía que aquella influencia llegó hasta
Valparaíso, en el país más lejano del mundo y logró que un escritorcillo de
cuentos, escribiera un libro lleno de mentiras, que le habían multiplicado las
desdichas en su corazón de niña huérfana.

El mundo es un lugar pervertido, pensó.

52
Gabriel

Volvió a casa completamente mojado y tiritando de frío.

Al verlo, Anastasia comenzó a llamarle la atención por su irresponsabilidad


y otra serie de regaños comunes, pero al notar que permanecía con la mirada
ausente y a punto de desvanecerse, corrió a sujetarlo justo cuando perdió la
conciencia.

Despertó confundido por el ajetreo de los adultos que entraban y salían de


la habitación. Su padre permanecía de pie junto a él y parecía muy preocupado,
Anastasia miraba asustada un termómetro que le había sustraído debajo del
brazo.

Más tarde, un sujeto extraño lo auscultaba con un estetoscopio,


quemándole de frío la piel de la espalda.

Después se vio cargado por unos hombres de blanco que lo introducían en


una ambulancia.

Le pareció oír que alguien hablaba de un hospital.

II

Todo fue ambiguo y difuso por unos días. En su mente se repetía una y otra
vez la tragedia que había presenciado, mezclada con algunas palabras que
provenían de muy lejos. No sabía diferenciar cuando estaba dormido o despierto,
su alrededor adoptaba tintes de pesadilla, tosía incansablemente y le costaba
respirar.

53
La culpa por no haber sido capaz de hacer nada para impedir la tragedia,
hacía que el pecho se le contrajera, castigándolo por la cobardía de permanecer
oculto bajo la mesa.

Una tarde fue a visitarlo un compañero de curso llamado Sebastián. Nunca


habían hablado mucho, pero su mamá consideraba una norma de buen vivir visitar
a los enfermos.

Fotografía VIII Fotografía de curso de Gabriel

La madre de Sebastián, interrogaba a Anastasia sobre los pormenores de la


enfermedad, compadeciéndose del niño a cada instante, mientras su hijo se
acercó al lecho del enfermo, para decirle al oído:

-No sé si te interesa, pero el profesor de Matemáticas ha muerto. Se lanzó


al mar el día del temporal, nadie sabe por qué. Los demás dicen que tú también
vas a morir-

54
La noticia del suicidio del profesor viajó desde la realidad para traerlo de
vuelta, como una voz poderosa que lo sacudió de aquellos delirios afiebrados.

En ese momento sonrió y abrió los ojos.

A la mañana siguiente los médicos lo declararon estable.

III

La víspera del retorno a clases, pasado ya casi tres semanas de ausencia,


Gabriel sintió el peso del secreto que lo atormentaba. Aquella noche fue incapaz
de conciliar el sueño imaginando de qué manera enfrentaría a su compañera la
mañana siguiente.

Deseaba que todo volviera a ser como antes, pero intuía que aquello sería
imposible. Resignado a la incertidumbre decidió esperar lo que el futuro le
deparaba.

Cuando estuvo a una calle del colegio, los recuerdos hicieron que volviera a
sentir el terrible dolor del miedo en el estómago, pero el deseo por saber lo que
había pasado con Josefina era más poderoso y siguió caminando.

Sentado en el puesto de siempre, miraba el reloj en el muro, contando los


minutos para ver llegar a su compañera.

El sonido del timbre señalaba a los alumnos el inicio de las clases y el


puesto a su lado continuaba vacío.

Entró la señorita San Martín como siempre los días lunes en la primera
hora. Al verlo de vuelta lo saludó con gran alegría y le dio la bienvenida a nombre
de toda la clase, pero Gabriel no estaba feliz.

55
Cuando hubo terminado la jornada, a pesar de su timidez, esperó a que la
señorita San Martín saliera del colegio para preguntarle si sabía algo acerca de
Josefina.

La profesora le dio una de las peores noticias que Gabriel habría de oír en
su vida:

Josefina se había retirado del colegio y trasladado a otra ciudad con el resto
de su familia.

IV

Esa tarde no repitió como tantas otras veces el camino de regreso a casa.
En cambio, le dio autonomía a sus pasos para dirigirse donde ellos quisieran,
entregando sus pensamientos al descanso de sumergirse en la desgracia.

Sentía como si un bosque inmenso hubiera crecido alrededor suyo, un


bosque infinito, que avanzaba con sus pasos. Las ramas filtraban la luz del sol
manteniéndolo en un estado de penumbras.

Caminó sin rumbo, porque ya no veía ni edificios ni calles, tan solo ramas y
musgo y oscuridad entre los troncos de los árboles.

Algo se agitaba dentro de él, una violencia desconocida, pero extrañamente


tímida aún. Sentía como si de pronto hubiera surgido otro dentro de sí mismo,
capaz de refutar todo lo que había aprendido.

Sintió que había nacido en su interior, algo que habitaba al fondo de un


pozo, donde constantemente se reflejaba Josefina, que lo miraba con tristeza.
Algo que se retorcía en silencio.

Gabriel caminaba por las calles de Valparaíso, pero avanzaba por el


bosque que desde entonces lo separaría del resto de los seres humanos,
descubriendo las recónditas profundidades de sí mismo. Un bosque donde se
perdería durante muchos años.

56
De pronto, sintió la fuerza de una mano que le apretaba el hombro y
comprendió que estaba a punto de oscurecer y se encontraba muy lejos de casa.

-¿Por qué estás aquí?-

Le dijo una voz que no esperaba oír.

Gabriel aun sobresaltado se dio vueltas a mirar si se trataba de quien creía


y efectivamente, era Anastasia quien lo tenía sujeto del brazo.

-Es tarde, deberías estar en casa-

Continuó diciendo con cara de aguardar una respuesta.

- Tenía ganas de caminar-

Respondió Gabriel y a ella le pareció que había crecido mucho en las


últimas semanas, luego advirtió:

-Pero es importante dejar migas en el trayecto, para encontrar el camino de


regreso-

Gabriel, como pensando en voz alta dijo:

-Los pájaros se comen las migas y los niños se pierden en el camino-

A lo que Anastasia respondió:

-Pero hasta los niños perdidos encuentran un nuevo lugar donde regresar-

Y lo besó levemente en los labios, con un beso que a Gabriel le pareció


extraño.

57
VI

Aquella noche, pensó mucho en las palabras dichas por Anastasia:

“Hasta los niños perdidos encuentran un lugar donde regresar.”

¿En qué parte del mundo estaría el nuevo hogar de Josefina?

Y la imaginaba triste, muerta de miedo abandonada en el bosque.

VII

Una mañana, aconteció un suceso que marcó el inicio del triste camino que
Gabriel habría de tomar.

Anastasia acababa de encerar el piso de la casa y todas las ventanas


permanecían abiertas de par en par. Una brisa fresca se mezclaba con el olor de
la madera encerada, generando una sensación de honesto bienestar.

De pronto, un pájaro entró revoloteando torpemente con un ala rota y mal


herido por las garras de un gato. Gabriel trató de alcanzarlo, pero cada vez que se
acercaba, el pájaro asustado intentaba volar, lastimándose más y más, hasta que
ya no pudo moverse y se quedó acurrucado en un rincón.

Desesperado, buscó auxilio en Anastasia que observaba todo esto en


silencio. Ella se acercó cautelosamente, cogió el ave con ambas manos y en
cuclillas, frente a sus ojos, en tono cariñoso le preguntó:

¿Qué quieres que haga con este gorrión?

Gabriel, inmediatamente le pidió que lo dejara en libertad, pero Anastasia lo


quedó mirando tiernamente y objetó:

-Si lo dejo en libertad sus últimos momentos serán las horas de agonía y
temor aguardando que un gato lo devore y sufrirá mucho antes de morir-

58
El niño le rogó que lo mantuvieran dentro de casa para curarlo, pero
Anastasia, seriamente le explicó que ya estaba muy mal herido, que sólo le
quedaba sentir dolor hasta sucumbir.

Terriblemente angustiado, Gabriel permanecía en silencio con los ojos


inundados en lágrimas sintiéndose incapaz de encontrar una solución a semejante
dilema y al ver que comenzaba a caer en la desesperación, Anastasia trató de
calmarlo diciendo:

-Algunas veces las buenas acciones no lo parecen. En este caso al gorrión


le conviene morir rápidamente para evitar una lenta agonía. Para eso tendríamos
que matarlo-

Al oír estas palabras, Gabriel dio un pequeño salto hacia atrás, pero
Anastasia se acercó nuevamente y en tono cariñoso continuó argumentando:

-La acción más bondadosa que podemos realizar, es terminar con el dolor
de esta criatura ¿Por qué no deberíamos hacerlo? Ven, dame tu mano-

Completamente rendida su voluntad, Gabriel extendió la mano mientras por


sus mejillas corrían unas gruesas lágrimas. Entonces la Señorita Blond le tomó el
pulgar, lo puso sobre el cuello del pájaro y haciendo presión con su mano por
sobre la del niño, le otorgaron la muerte en un instante.

Al sentir el leve sonido del cuello del gorrión al quebrarse, Gabriel quedó
aterrado y sorprendido de lo sencillo que resultaba quitarle la vida a alguien, pero
antes que pudiera arrepentirse, su niñera le dio un gran abrazo y lo felicitó por ser
tan bueno y valiente y lo besó una y otra vez.

Luego salieron juntos al pequeño jardín, cavaron un foso en la tierra y


sepultaron al pájaro sacrificado, dejando sobre su improvisada tumba un pequeño
ramo de flores que él mismo pudo recolectar. En la tarde salieron a pasear por la
plaza Victoria, después bebieron leche con plátano y regresaron a casa felices y
agotados.

59
Fotografía iX: Gabriel Gracia de Triana

60
Emile Dubois

-Por favor déjalo junto a mí. No he olvidado mi promesa. Si me lo dejas vivir


lo convierto en asesino-

Repitió solemne frente a la animita, como masticando cada una de las


palabras. Frente a ella, un millar de plaquitas con la frase “Gracias por el favor
concedido” atestiguaban el poder del difunto.

Anastasia se encontraba en el cementerio de playa Ancha, pidiéndole un


favor a Emile Dubois. Aquel ofrecimiento tan singular no era fruto de un simple
arrebato producido por la desesperación; más bien se trataba de una idea que
había gestado hace tiempo y fue madurando lentamente con los años.

II

Gracias los incontables días que pasó albergada en la biblioteca del


internado, la bibliotecaria se transformó en la persona más cercana que después
de Gabriel, llego a tener Anastasia y a fuerza de pasar tiempo compartiendo el
mismo espacio, habían terminado cobrándose afecto.

Ninguna de las dos era muy comunicativa, así que lo de ellas no era
conversar, su relación se basaba más bien en las historias milagreras que la
bibliotecaria le contaba y en el resumen que Anastasia le hacía de los libros que
leía.

La bibliotecaria se llamaba Marta y era devota profunda de Emile Dubois,


desde que salvó la pierna de su esposo condenada por la diabetes a ser
amputada.

Cuando el médico señaló que, de no cicatrizar la herida, que ya llevaba más


de dos meses abierta, debería amputar la pierna a la altura de la ingle, la señora
Marta con toda la frustración del infortunio, fue hasta el cenotafio de Dubois y con

61
la fuerza de su miedo y de su angustia, pidió que por favor la pierna de su esposo
sanara.

Desde aquel momento, según sus palabras, la herida tardó seis días en
sanar.

III

Desde entonces fueron muchos los favores que le concedió Dubois a la


señora Marta, quien se había transformado en su fiel devota, preocupándose de
exaltar su nombre, difundir su leyenda y sus milagros, como muestra de su eterna
gratitud; y como Anastasia pasaba casi el día entero sentada en el escritorio de la
biblioteca del internado, se había llevado lo principal de su apostolado.

La señora Marta hablaba de Dubois, como una anciana que habla de un


hijo difunto. Lo llamaba Emilio y podía repetir hasta la extenuación las versiones
sobre su leyenda.

Cuando se cansaba de su biografía continuaba con la enumeración taxativa


de los casos que ella conocía en que Dubois había realizado un milagro, llevaba
una contabilidad exacta de las placas de agradecimiento que se instalaban y se
preocupaba de anotar en una libreta el nombre de cada persona que conocía a
quien Dubois le hubiera concedido un favor.

Fue la señora Marta quien la llevó también a conocer la animita de Dubois,


visita que se transformó en un hábito para Anastasia. Le gustaba pasearse
lentamente por el cementerio de Playa Ancha, observando los nichos, las
sepulturas de los niños, repletas de remolinos y juguetes, los mausoleos del
primer patio, las esculturas de los jardines y el mar en el horizonte hasta llegar al
cenotafio de Dubois.

Aquel lugar era un recordatorio, ya que su cuerpo fue depositado en una


fosa común y con el pasar de los años se había extraviado el lugar exacto de su

62
ubicación, entonces, para resguardar su memoria, los devotos habían erigido en el
último rincón del cementerio un altar donde rendirle homenaje.

IV

Cuando Anastasia comprobó el fervor que generaba Dubois, sintió una


especie de encantamiento provocado por la hasta entonces ilógica idea que un
asesino fuera venerado.

La historia de Dubois, rompía todos los esquemas de los cuentos que había
leído, incluso los de los hermanos Grimm, porque aun cuando aquellas historias a
veces no tenía finales felices y como en el caso de la caperucita original de
Perrault, hasta los Lobos podían triunfar, los seres de la oscuridad, siempre
resultaban repudiados y sus victorias solían comprender el fracaso de los buenos.

Pero esta vez, al contrario de lo que suele suceder, un asesino había


logrado la beatificación popular, una parte importante de la sociedad homenajeaba
su nombre.

Entonces Anastasia comprendió que se encontraba ante un ser especial,


una habitante de las tinieblas como ella, que se había ganado un sitial en el
mundo de la luz.

Según lo que le había contado la señora Marta, Emile Dubois llegó a Chile
envuelto en un nebuloso pasado.

Decían que antes de llegar a Valparaíso ya había cometido algunos


crímenes en Oruro. Que había sido actor y revolucionario en Colombia y que una
vez en el puerto, se presentó en sociedad con el falso título de ingeniero en minas.

63
De acuerdo a lo que pudo inferir de los recortes de prensa y libros que
había leído al respecto, a Dubois le gustaba la buena vida, tenía un espíritu
altanero y el suficiente amor por si mismo cómo para aborrecer la pobreza.

Su orgullo y determinación, lo llevaron a comprender rápidamente que la


vida era demasiado corta y las injusticias muy grandes para satisfacer sus
ambiciones como un ciudadano paciente y sumiso que espera las migajas que de
vez en cuando dejan libres los poderosos.

¿Para qué esperar si todo lo que deseaba estaba al alcance de la mano?

Dubois tenía el coraje suficiente para escoger morir antes que vivir aferrado
a una existencia miserable; sin embargo nunca sería un vil ladrón que debe
merodear como un roedor en la oscuridad, oculto y temeroso de los dueños de la
abundancia.

Si iba a ser un criminal, sería el victimario de los que victimizan.

En su carrera criminal, Dubois terminó con la vida de cuatro hombres


connotados de la ciudad, todos extranjeros que se habían enriquecido en Chile.
Sus nombres fueron; Ernesto Lafontaine, comerciante Francés, Reinaldo Tillmans,
comerciante inglés, Gustavo Titius, empresario Alemán e Isidoro Challe,
comerciante Francés.

Anastasia nunca llegó a comprobar si efectivamente los hombres


asesinados por Dubois fueron usureros, cómo argumentaban la tradición y la
señora Marta; sin embargo decidió creer ciegamente en aquello, porque le
gustaba la idea de ver en Dubois un vengador de los atropellados y oprimidos.

VI

El día que Anastasia se enteró que Dubois tuvo un gran amor, una mujer
llamada Úrsula Morales que lo siguió incondicionalmente en sus correrías hasta

64
Valparaíso, con la cual tuvo un hijo y se casó un día antes de su ejecución,
comenzó a fantasear con que esa mujer era ella misma y pasaba las horas
muertas tratando de imaginar cómo habría sido la vida junto a un hombre a su
parecer tan formidable, pero con el tiempo las ensoñaciones ya no bastaron y su
ánimo se vio invadido por una enorme tristeza que pensó nunca dejaría de
acompañarla.

Entonces lentamente fue sumiéndose en la nostalgia de verse condenada a


una vida solitaria para siempre, hasta que una tarde mientras permanecía
recostada en su camarote, se le ocurrió una idea que la llenó de alegría: decidió
que consagraría su vida a crear una nueva leyenda, un nuevo mártir de la
oscuridad: su obra maestra.

Podía crear uno a la imagen y semejanza de sus expectativas, uno que


fuera capaz de ver el mundo con sus mismos ojos, alguien que le ayudara a
vengarse de la vida, de aquel destino de mierda que le había correspondido.

Aquella obra sería su legado, su manera de trascender en el mundo, no


quería descendencia ni riquezas, ni aplausos, ni belleza, quería existir para
siempre en la leyenda que habría de crear.

Rápidamente cayó en cuenta que aquel hombre fabricado a la medida no


podía surgir de sus entrañas, primero ella no tenía nada y criar a un hijo en la
miseria era la peor expectativa que podía imaginar. A causa de todo aquello,
Anastasia Pérez optó por dedicarse a criar un niño ajeno.

VII

Anastasia entendía que la búsqueda del candidato perfecto no sería nada


fácil y que existían varios obstáculos que superar.

Primero era necesario procurar la confianza plena de los padres, para que
jamás sospecharan de las actividades que ella y el niño realizaran juntos.

65
Lo más difícil resultaba vencer el celo de las madres. Los padres no
presentaban dificultad, era asunto de seducirlos o lograr mantener algún tipo de
complicidad con ellos para comprometer sus decisiones. Pero las madres,
bastante más astutas, podían llegar a sospechar de sus intenciones y separarla
del niño a mitad de camino, haciéndole perder años valiosos.

Si quería alcanzar a gozar de un poco de juventud junto al compañero que


habría de fabricar a la medida, debía garantizar el éxito de sus planes, sólo existía
una oportunidad.

Estaba convencida que la influencia constante y dirigida que pudiera ejercer


sobre un niño a lo largo de los años, lograría moldearle el carácter hasta
transformarlo en un sujeto brillante y de sangre fría.

VIII

Desde que cumplió diecisiete años, pasaba todas las tardes en el hospital
Carlos Van Buren en la sala de espera de la maternidad, observando como un
cuervo a las personas que ahí pululaban, estudiando a las familias de las madres
que morían en el parto, aguardando la oportunidad que le permitiría llevar a buen
término su plan.

Buscaba la combinación: madre primeriza que fallece, hombre solo, hijo


huérfano, para emplearse en la casa y lograr su objetivo, transformar a ese niño
en su compañero de vida y en una leyenda.

Diariamente rogaba a Emile Dubois que le ayudara, estaba desesperada


porque dentro de muy poco cumpliría los dieciocho años y no tenía donde ir y
cuando faltaban tres meses para el plazo fatal, le hizo una promesa:

-Si me das un niño y un hogar, te lo consagraré. Le enseñaré como ser un


asesino.

66
La conjunción se dio al día siguiente. El 24 de Junio de 1978, nació Gabriel,
murió Kurova y enviudó Fernando Gracia de Triana, quien desesperadamente
comenzó a buscar a alguien que criara a su hijo.

IX

Cuando se entrevistó con el viudo Fernando Gracia de Triana en una casa


de dos pisos, con el esplendor de tiempos mejores, al borde de un acantilado del
cerro placeres, frente al mar, agradeció en silencio a Emile Dubois el favor
concedido. Aquel niño parecía haber nacido gracias a la omnipotencia del
pensamiento, a la medida, como si el universo confabulara con ella para satisfacer
sus deseos.

El principal obstáculo había desaparecido: la madre estaba muerta, el padre


era un rico excéntrico, que jamás salía de su escritorio, encargando en ella el
cuidado completo del niño, para que hiciera con él lo que quisiera.

El instante en que se encontró frente a la cuna y vio a Gabriel por primera


vez, fue inolvidable. Lo tomó en brazos apretándolo contra el pecho y se quedó
sonriendo con una sonrisa levemente fría, sintiendo el calorcillo emanado por el
cuerpo diminuto del infante, mientras observaba por la ventana la impresionante
vista del puerto.

A su vez, Fernando emitió un hondo suspiro y sintió un profundo alivio al


librarse de tan compleja obligación y retomó su soledad en el segundo piso de la
casa.

Los primeros años fueron los más aburridos. Para dejar transcurrir las
horas, se dedicó a fantasear con el futuro de Gabriel mientras lo veía dormir,
preocupándose con una disciplina obsesiva de sus cuidados.

67
Algunas noches se quedaba junto a él oyéndolo respirar, como si temiera
que se le fuera el aliento en un descuido y sobretodo, se preocupó de no dejar que
crecieran en ella sentimientos maternales. Estaba criando a una leyenda, no a un
hijo. Entonces lo imaginaba ya hecho hombre, así evitaba la tentación de
arrullarlo.

Hasta antes de la enfermedad, Anastasia consideraba que el pequeño


Gabriel aún no estaba preparado para asimilar un futuro de homicida. Antes de
eso, se había preocupado de inculcar en él, la perseverancia, cierta reticencia al
contacto con los demás, familiarizarlo con el concepto de la muerte a través de las
novelas y los cuentos que leían en las noches y fomentar su gusto por actividades
que requirieran de paciencia; virtudes que le parecieron esenciales, para el oficio
que pretendía inculcarle.

Debido a la confianza que generó en el buen destino de su empresa,


Anastasia jamás se imaginó que un imprevisto fuera capaz de arrebatarle el fruto
de una década de esfuerzo tenaz. Por esta razón, cuando la neumonía fulminante
que afectó a Gabriel, amenazó con arrancarle tan prematuramente la vida, creyó
que se trataba de una señal: Dubois le indicaba que había llegado el momento de
comenzar a concretar.

Entonces decidió acudir al cementerio de Playa Ancha para reforzar la


promesa que había hecho a Dubois y asegurar la supervivencia de quien se había
transformado en el eje central de todas sus expectativas:

-Si me lo dejas vivir, lo convierto en asesino-.

Anastasia no creía en Dios, pero creía en Emile Dubois.

Tres días después, Gabriel fue declarado convaleciente y en una semana


estaba de vuelta en la casa. Al comprobar cómo una vez más Emile le ayudaba,
recordó con nostalgia a la Señora Marta y agradeció la devoción que le había
heredado.

68
Hace once años que nos sabía nada de ella, pero así es la vida, las
personas se diluyen en el tiempo.

XI

Una vez que Gabriel recuperó perfectamente la salud y pudo incluso


reincorporarse al colegio, Anastasia decidió visitar el cementerio para agradecerle
a Emile el favor concedido y reafirmar su promesa.

Al salir acudió a una marmolería y encargó una placa de agradecimiento.

El resto de la tarde se entretuvo en pasear por entre las tumbas, jugando a


imaginar que descubría el lugar exacto donde se encontraban los restos perdidos
de Dubois.

Era el atardecer, había subido a un microbús para regresar al hogar y


avanzaba por Av. Argentina cuando vio por la ventana a Gabriel que caminaba
completamente sumergido en sus pensamientos.

A esa hora debía encontrarse hace rato en casa; sin embargo aquella
desobediencia le agradó. Las desobediencias marcan el inicio de todas las buenas
historias.

Se bajó del microbús, retrocedió disimuladamente y sin que Gabriel se diera


cuenta, lo sorprendió agarrándolo del brazo.

-¿Por qué estás aquí?-

Preguntó Anastasia

-Tenía ganas de caminar-

Respondió sorprendido Gabriel, entonces ella le recordó:

-Pero es importante dejar migas en el trayecto, para encontrar el camino de


regreso-

69
Gabriel, con la mirada perdida y el tono desencantado, como pensando en
voz alta dijo:

-Los pájaros se comen las migas y los niños se pierden en el camino-

Anastasia, que había captado la desesperanza en su voz y respondió:

-Sin embargo, hasta los niños perdidos encuentran un nuevo lugar donde
regresar-

Entonces Anastasia Pérez sonrío y decidió que había llegado la hora de


inducirlo a matar, sin saber que la vida ya se había encargado de prepararle el
camino.

70
Nacimiento del asesino

Transcurrieron tres años y la relación entre Anastasia y Gabriel se había


estrechado profundamente.

Después del sacrificio del gorrión, sus lazos se fortalecieron por la


complicidad. Pasaban horas y horas juntos, momentos en que Anastasia, con
moralejas de cuentos extraños, lo obligaba a cometer pequeños crímenes
cotidianos, para que fuera afinando el pulso y enfriando el corazón.

Durante aquel tiempo, bajo la justificación de evitar el sufrimiento


innecesario, sacrificó a varias docenas de perros vagabundos, tres gatos obesos
que cazaban por simple capricho y seis cachorros de un mes y medio de edad,
que ahogó con sus propias manos, luego de haber presenciado la golpiza terrible
que les otorgó un carnicero a la madre, para vengar el robo de medio kilo de carne
que le había sustraído audazmente del mesón de la carnicería y luego darse a la
fuga.

Inducido por Anastasia, decidió ahorrarles la agonía y consideró que aquel


descorazonado carnicero era quien merecía realmente la muerte por su falta
completa de generosidad y sensatez.

El carnicero jamás se imaginó que aquella acción, para él justificada e


insignificante, la pagaría tres años después con su propia vida.

71
Fotografía X: Foto de carnicería

II

Una mañana, algunas semanas después que cumpliera trece años de edad,
Anastasia ingresó al baño como todas las mañanas, para envolver el cuerpo
mojado de Gabriel con una toalla.

Mientras lo ayudaba a secarse, notó de pronto que su miembro viril ya no


era aquel apéndice insípido de los niños y se alzaba desafiante, respondiendo al
estímulo de su mano frotándolo con la toalla.

Gabriel la miró confundido y sonrojándose, caminó hasta la habitación sin


decir nada, luego se fue a clases.

Anastasia no hizo ningún comentario y continuó con la rutina de costumbre,


pero en su interior algo se había agitado. A sus treinta y dos años de edad y salvo
por el tío Miguel de su infancia, nunca había visto a otro hombre desnudo, ni
tenido tan cerca un miembro viril de sus manos.

72
Esa tarde, cuando regresó del colegio, Gabriel encontró la casa más
silenciosa de lo usual. Le extrañó que Anastasia no saliera a recibirlo como
siempre desde que tenía memoria. Buscó en la cocina, la mesa estaba puesta y
en las ollas humeaba el almuerzo, pero de Anastasia nada.

Mientras caminaba por el pasillo, sintió el agua correr en el baño. Se acercó


hasta la puerta intrigado y la halló entre abierta. Miró por la abertura y vio entre los
vapores del agua caliente, la espalda de una mujer desnuda bajo la ducha. Se
parecía a las mujeres de los calendarios que de vez en cuando le mostraban sus
compañeros y que últimamente se le quedaban en la memoria, sobretodo antes
de dormir.

De pronto cayó en cuenta que se trataba de Anastasia y el corazón se le


aceleró tanto que debió huir a su habitación para recobrar el control.

III

Anastasia estaba confundida con la madurez sexual de Gabriel.

No había considerado el factor erotismo en su plan inicial, tampoco


entendía lo que le pasaba a ella. Hasta ayer estaba acostumbrada a mirarlo como
a un niño y de pronto la inquieta su pene.

Logró no pensar demasiado en aquello hasta que se le empezó a aparecer


Gabriel en sus sueños eróticos y eso la asustó.

Anastasia había tenido siempre una tendencia a reprimir su sexualidad.


Además la vida en el internado no permitía demasiada intimidad, tanto así que en
las noches de insomnio se entretenía aguzando el oído para descubrir qué
compañera se estaba masturbando y más de una vez fue testigo de las
exploraciones eróticas entre compañeras, pero a ella le producía mucha
vergüenza llevarlas a cabo.

73
Tampoco tenía demasiado contacto con muchachos y los que conocía
nunca llegaron a agradarle del todo; sin embargo, en compensación tenía unos
sueños eróticos descomunales, verdaderas orgías multiorgásmicas, donde era
capaz de delirar de placer.

Eran sueños donde participaban muchas personas, pero todas anónimas, lo


que le permitía sentirse libre. En esos sueños era capaz de elegir a su antojo y
otras veces simplemente era una esclava de los placeres de otros.

Estos sueños eróticos le habían bastado hasta entonces para mantener a


raya la libido, así que a sus treinta y dos años aun permanecía virgen, aunque en
su inconsciente tuviera la experiencia de una prostituta. Pero una noche soñó con
Gabriel.

En aquel sueño, estaba como siempre: desnuda en un gran salón, rodeada


de muchas otras personas diferentes, también desnudas, entregadas a múltiples
formas de placer.

De pronto entre la multitud distingue a Gabriel solo y acongojado en un


rincón. Acude hasta él y lo saca del salón. Huyen corriendo y riendo por los
pasillos, hasta que entran a una habitación y en ella comienzan a besarse
desenfrenadamente hasta terminar en un orgasmo sublime que la hizo despertar
en la mitad de la noche.

Desde entonces no volvió a tener sueños eróticos y al perder su principal


vía de escape, la carne comenzó a exigirle su parte.

IV

Sostuvo el conflicto moral por un año, pero comenzó a divertirse excitando


disimuladamente a Gabriel, hasta que se dio cuenta que la excitada era ella.

74
Entonces decidió dar el paso, mal que mal, Gabriel no era su hijo y ella
nunca había tomado en cuenta los convencionalismos morales. Sin embargo aun
era demasiado pronto y se le ocurrió que podría utilizar toda esa energía a su
favor.

Aun así, comenzó a costarle mucho trabajo mantener el recato.

Durante un año, Anastasia se esmeró en planificar las “casualidades”


donde se insinuaba: botones que se abren más de la cuenta, calores repentinos
que obligaban a la ligereza de ropa, posiciones que delataban el olvido de usar
ciertas prendas y un sinnúmero de situaciones que terminaron encendiendo en
Gabriel todas las urgencias propias de su edad.

Al descubrir el poder que ejercía el erotismo que despertaba en Gabriel,


decidió utilizarlo: hace tiempo que estaba buscando la fórmula para empujarlo a
cometer su primer crimen, preocupada por cumplir de una buena vez la promesa
realizada a Dubois.

No obstante, Gabriel seguía pensando en Josefina.

Había pasado todos esos años recordándola en secreto, tres años, desde
que la vio por última vez.

Tiempo atrás, cuando de alguna forma pudo acostumbrarse a vivir sin ella y
terminó reemplazando su compañía por la de Anastasia, sobrevivió racionalizando
aquellos recuerdos tormentosos, hasta que luego de una gran depuración,
quedaron reducidos a imágenes distantes, mudas.

Sólo en sus pesadillas recuperaba el contexto infernal que había reprimido.

En aquellas ocasiones invertía la realidad: las imágenes plácidas y felices


de ambos, antes del día terrible, eran acompañadas por los gemidos mezclados
del hombre y la niña y el golpeteo asfixiante de la lluvia torrencial.

75
Sin embargo, las pesadillas se fueron distanciando poco a poco, gracias a
las palabras desencantadas que día a día le regalaba Anastasia, encontrando en
ella un refugio donde podía descargar toda su desdicha.

Anastasia le enseñaba a evaluar los acontecimientos del mundo, con una


perspectiva que siempre lo sorprendía, otorgándole una sensación de poder ante
la vida, indispensable para sobrellevar el sentimiento de vulnerabilidad que tanto lo
atormentaba.

VI

La sensación de permanecer bajo amenaza en cualquier lugar que no fuera


el interior de su hogar o cerca de Anastasia, se mantuvo en Gabriel hasta que
cumplió los catorce años.

Por entonces, Anastasia llevaba tiempo seduciéndolo disimuladamente,


hasta que una vez, entró a su habitación cubierta solamente con una bata de
levantar, para darle las buenas noches.

Se acercó lentamente hasta él, inclinándose para besarlo en la frente.


Gabriel no pudo contenerse más, alargó su mano hasta el cinturón que mantenía
cerrada la bata y descorrió el nudo, dejando al descubierto el pecho esbelto y
voluptuoso.

Posó su mano sobre el vientre de Anastasia y el contacto con su piel cálida


lo estremeció. Anastasia respondió al contacto con un suave gemido, que sonó
esperanzador para Gabriel, pero cuando sus manos subieron lentamente, ella
reaccionó haciéndose a un lado y le propinó una fuerte cachetada.

Gabriel se abalanzó sobre ella, mordiéndose de rabia el labio que el golpe


le había roto y forcejearon varias veces hasta que se dio por vencido y volcó toda
su frustración en llanto. Anastasia lo acurrucó sobre su pecho descubierto y le
acarició la cabeza para que recuperara la calma.

76
Mientras lo tranquilizaba, le recordó que para alcanzar a la princesa había
que matar dragones. Gabriel le suplicó que le indicara lo que debía hacer y sin
dejar de acariciarlo, Anastasia le respondió:

Encontrar a un hombre que merezca la muerte y matarlo.

Cuando Anastasia salió de la habitación, Gabriel se quedó pensando largas


horas.

Decidió que era tiempo de poner a prueba su determinación.

¿Quién de todas las personas que conocía merecía la muerte?

En una fracción de segundo, se le apareció el nombre de Ovidio Márraga,


pero el muy desgraciado se había quitado el mismo la vida.

Debió hacer memoria hasta que recordó al carnicero que tiempo atrás había
golpeado a los cachorros y pensó en él toda la noche.

Sólo al amanecer se durmió.

VII

Matar era sencillo en pájaros, gatos y perritos, triste casi siempre, pero fácil.
Sin embargo ¿Asesinar a un ser humano?

Luego de considerarlo un rato, cayó en cuenta que hasta entonces, todas


sus víctimas habían sido criaturas pequeñas en comparación a su propio tamaño y
bastaba la fuerza simple de sus manos para acabar con aquellas vidas.

En cambio asesinar a un hombre adulto, un carnicero capaz de cortar una


vaca en dos, acostumbrado a la muerte, con técnica y sangre fría, ¡Parecía
imposible y un poco estúpido! No obstante, si lo lograba, habría vencido a un rival
que llenaría de orgullo a la pervertida mujer que deseaba.

77
Definitivamente para el caso de esta víctima, el uso de la fuerza quedó
descartada, pero afortunadamente, existen muchas formas de morir.

VIII

Un día que permanecía completamente abstraído, como usualmente solía


estarlo durante las clases, escuchó a lo lejos la voz de la profesora de biología que
hablaba acerca del letal veneno de un arácnido, que habitaba en casi todos los
hogares, capaz de dar muerte a un hombre adulto en pocas horas.

-El nombre científico del arácnido es Loxoseceles laeta comúnmente conocida como

araña de rincón. Igual al resto de los artrópodos de ocho patas, su cuerpo se divide en cefalotórax

y abdomen. En el cefalotórax se encuentran los ojos, quelíceros o dientes inoculadores de veneno

y el aparato venenoso. En el abdomen se encuentran el resto de sus órganos. Posee hábitos

nocturnos, es un arácnido extremadamente tímido y le teme a la luz, razón por la cual, es difícil

verlo durante el día, resultando casi desconocido para la mayoría de las personas.-

Su simpatía por aquella criatura fue inmediata, había encontrado la solución


que estaba buscando, ahora sólo quedaba esperar el momento indicado para
hacer coincidir las circunstancias, pero primero debía informarse con profundidad
de todas las características que poseía el arma que habría de utilizar.

. A la salida del colegio, caminó sin parar hasta la biblioteca Santiago


Severín, donde pidió un enorme libro de entomología. Ahí se enteró de un par de
cosas, que le parecieron muy interesantes y que también apuntó:

“Las arañas del género Loxosceles se ubican en el grupo de arañas capaces de producir
la muerte al ser humano. El envenenamiento producido por estas arañas puede ser de
diagnóstico difícil ya que el momento de la picadura suele pasar inadvertido. La aparición de

78
síntomas no es inmediata y algunos son inespecíficos. Generalmente habitan en el interior o cerca
de las viviendas, se les puede encontrar en cualquier refugio oscuro, protegido, relativamente seco
y aireado.

Dentro de las viviendas prefiere los rincones, por lo cual se les suele llamar arañas de
rincón. Las picaduras son defensivas y casi todas se producen cuando no hay alternativa de
huida, al ser aplastadas contra el cuerpo entre los pliegues de la ropa o de las sábanas.

La picadura suele producir una sensación punzante, de poca intensidad, esto se debe al
pequeño tamaño de los quelíceros de la araña. Es muy frecuente que el accidente se produzca
durante el sueño. El veneno suele liberarse entre 6 y 24 horas posteriores a la picadura.

Estaba a punto de oscurecer cuando salió de la biblioteca.

Durante el trayecto se dio cuenta que a diferencia de muchas otras veces,


en que la inminencia de la oscuridad lo llenaba de temores, esta vez se sentía
despreocupado, como si de pronto la inmensa cantidad de amenazas que solía
imaginar hubieran desaparecido.

La determinación que había tomado le otorgaba de pronto una sensación


de seguridad que desconocía y que resultaba tremendamente agradable. Ya no
pertenecía a la esfera despreciable de las víctimas, de los niños perdidos. De
tanto recorrer el bosque que había crecido en su alrededor, ya no se extraviaba.
Ahora estaba en su ambiente natural, formaba parte de los seres al acecho ¡Ahora
el mundo debía cuidarse de él!

Con ese peculiar optimismo entró a su hogar.

79
IX

Desde la mañana siguiente, se dedicó a recolectar arañas. Escudriñaba por


los rincones más recónditos de la casa, armado con una linterna, buscando los
ejemplares adecuados para llevar a cabo su objetivo.

En menos de tres días había atrapado una decena, teniendo la precaución


de encerrar a cada una en un frasco diferente.

Antes de dormir, ubicaba todos los frascos en fila sobre el velador y dejaba
que el sueño se lo llevara, observando los abdómenes abultados de los arácnidos.

Algunas veces recordaba las ocasiones en que, junto a Josefina, atrapaban


insectos en el patio del colegio.

Durante el día, en vez de asistir a clases, se quedaba merodeando por las


calles del barrio, aparentemente desocupado, pero en realidad estudiaba los
hábitos de su víctima.

No resultó muy difícil aprenderse el itinerario del carnicero. Así fue como lo
anotó en su cuaderno:

Itinerario del Carnicero Despiadado

- 9:00 AM. El Carnicero sale a la calle por una puerta lateral y sube la cortina
metálica de su carnicería.

- 9:16 AM. Tres perritos vagabundos mueven sus colas desde la puerta,
pidiendo algún desperdicio para comer. El carnicero les lanza agua caliente
con la que limpia los mesones, para alejarlos.

- 10:00 AM. Llega un camión repleto de cadáveres de vacas, los cargadores


acarrean enormes trozos de carne hasta el refrigerador.

- 10:55 AM. El Carnicero ubica una cabeza de cerdo en la vitrina de su local.

80
- 10:58 a 13:00 hrs. Comienzan a llegar los clientes, en su mayoría dueñas
de casa que cocinarán para sus familias aquellos trozos de carne muerta.
Mayor afluencia de clientes.

- 14.00 Cierra las puertas de la carnicería sin bajar las cortinas metálicas,
luego sube las escaleras hasta su casa ubicada en el segundo piso.

- 16:00 Abre nuevamente las puertas de su local y se instala a oír la radio.


Moscas vuelan sobre el mesón.

- 16: 23 Un tipo viejo y gordo junto a uno más joven y delgado han llegado
hasta la carnicería. Conversan. El carnicero muy enojado agita un cheque
frente a ellos y los amenaza. El viejo y el joven se van

- 17:03 Una señora le entrega un fajo de billetes al carnicero y él le devuelve


un cheque muy doblado. La señora se marcha rápidamente. El carnicero
cuenta el dinero y lo guarda en el bolsillo de su camisa.

- 17:47 Un trío de jóvenes borrachos le compran carne para hacer un asado.

- 18:00 El Carnicero cierra las puertas de su carnicería. Por la vitrina se ve


como limpia el local y luego cuenta el dinero recaudado, separa una
cantidad y el resto lo pone en el bolsillo de su camisa.

- 18:30 Sale por la puerta lateral hacia la calle, baja la cortina metálica y la
asegura con los candados que lleva en su mano. Luego sube al segundo
piso.

- 19:55 Sale de su casa bañado y peinado, desciende por la calle Placeres


hasta un bar que hay en el plan, entre la avenida Argentina y el ascensor
Lecheros. Ahí saluda al dueño, quien le lleva a la mesa un gran vaso de
vino. En la mesa tres personas lo esperan para jugar dominó.

- 00:30 Completamente borracho vuelve a casa, tropieza varias veces pero


no cae. Empuja la puerta de un manotazo, olvidando cerrarla con llave.

81
Luego de espiarlo cinco días consecutivos, Gabriel supo que aquel
itinerario, salvo en los detalles, era invariable. Entonces tomó la decisión de
ejecutar el plan.

Por mientras, Anastasia permanecía desconcertada con los nuevos hábitos


de entomólogo que Gabriel estaba adoptando.

¡Ahora le gustaban las arañas!

Era difícil para ella entender la naturaleza de aquella predilección, en vez de


esforzarse por conseguir sus favores, preocupación que le parecía mucho más
propia de su edad que juntar bichos en frascos de vidrio.

Cuando pasaron tres días consecutivos en que Gabriel apenas se aparecía


por la casa, Anastasia cayó en cuenta de su enorme soledad.

De pronto se asustó de haber realizado una apuesta demasiado osada.


Quizás Gabriel simplemente no tenía el temple necesario para convertirse en
asesino y su propuesta lo había asustado demasiado. Nunca hasta ese momento
había considerado la posibilidad del fracaso.

Deseaba con ansias el regreso del antiguo Gabriel, aquel que la


acompañaba todo el día. Sin él todo parecía completamente vacío e inútil.

XI

El viernes por la mañana después de desayunar en completo silencio,


Gabriel se dirigió a su habitación donde permaneció encerrado hasta la hora de
almuerzo con sus arañas.

A las dos de la tarde metió uno a uno los frascos en un bolso y salió de
casa sin dar ninguna explicación.

82
Anastasia intentó retenerlo vanamente, enrostrándole por primera vez sus
continuas ausencias. Gabriel ni siquiera la escuchó, había decidido que no se le
acercaría hasta regresar con el trofeo de la muerte, para dejar en claro qué tan
lejos podía llegar su determinación.

Quería disipar las dudas que su cobardía de infancia le había dejado a


cambio y consideraba el desafío de Anastasia como la ocasión precisa. Si
triunfaba se habría redimido, castigaría con la muerte a todos los mal nacidos de
la ciudad, vengando la memoria de Josefina.

XII

El día que Gabriel asesinó por primera vez a un ser humano fue
perfectamente claro y el sol radiante acentuaba el colorido triste del puerto.

Le sorprendió que todo resultara a pedir de boca, como si el destino


estuviera de acuerdo con el crimen que iba a cometer.

Cuando salió de casa dispuesto a vigilar toda la tarde a su víctima, deseó


por un momento que las horas de espera lo hicieran desistir de la idea; sin
embargo, justo en el momento que vio salir al carnicero rumbo al bar, cruzó la
calle una colegiala de apenas doce años de edad.

El carnicero la vio pasar con una mirada exageradamente lasciva, capaz de


despertar los peores recuerdos que habitaban la memoria de su futuro asesino.

Lo siguió hasta que vio la robusta silueta del carnicero perderse tras las
puertas del bar.

Como si fuera su ángel de la guarda, esperó a que se emborrachara.

83
XIII

Miraba las polillas revoloteando en torno a la ampolleta que apenas


iluminaba la esquina de la calle, cuando su víctima salió trastabillando del bar.

Más ebrio que de costumbre, de vez en cuando lanzaba palabrotas sin


sentido a un interlocutor imaginario. Quizás en medio del embotamiento del vino,
tuvo un momento de lucidez y percibió la amenaza que lo estaba rondando.

Gabriel lo siguió ocultándose entre las sombras. Tras cada movimiento,


sentía el leve tintinear de frascos que le recordaban su objetivo.

Cuando llegaron a la carnicería, esperó oculto tras el poste de una


luminaria, que el ebrio carnicero identificara entre un manojo de llaves la indicada
para abrir la cerradura de la puerta. Se encontraba ante el obstáculo más difícil de
vencer.

Hasta el momento no tenía bien claro como haría para ingresar a la casa,
pensaba detener la puerta justo en el instante antes que esta se cerrara, después
del manotazo descuidado que le propinara con torpeza su ebria y confiada víctima.

El asunto es que cansado de intentar una y otra vez abrir la puerta y de


balbucear maldiciones, el carnicero comenzó a quedarse dormido de pie, con la
cabeza afirmada en la pared y la llave instalada en la cerradura.

Un instante antes que perdiera absolutamente la conciencia, Gabriel decidió


acercársele, poner el hombro bajo su brazo y ayudarlo él mismo a subir las
escaleras. El carnicero tenía su conciencia tan trastocada por el alcohol que no
opuso ninguna objeción, sólo se dejó arrastrar hasta su cama donde cayó
completamente dormido.

Sorprendido de la facilidad con que se estaban dando las cosas, se


envalentonó más aún, encendió la lámpara del velador, le quitó los zapatos,
desabrochó su camisa dejando asomar la reluciente y velluda barriga que se
inflaba y desinflaba de acuerdo a los ronquidos que brotaban de su nariz.

84
Luego abrió su bolso, cogió uno a uno los frascos con las arañas y los puso
encima de la cama.

Los observó a contraluz y comprobó que cuatro arañas habían muerto


durante el ajetreo de la tarde. Volvió a guardar los frascos con los cadáveres y se
concentró en las sobrevivientes.

Escogió la que parecía más temible, descorrió la tapa con lentitud y la dejó
en libertad justo sobre el ombligo del carnicero y así, una a una, hasta completar
las seis.

Guardó los frascos vacíos y se fue con una inquietante tranquilidad de


espíritu, sin tomarse el trabajo de apagar la luz que había encendido.

XIV

Llegó a casa cerca de las tres y media de la mañana, Anastasia lo esperaba


sentada en su habitación. Al verlo entrar, unas lágrimas corrieron por sus mejillas
y luego desembocaron en llanto. Durante todo el tiempo en que Gabriel estuvo
ocupado planificando la muerte del carnicero, Anastasia sintió la profunda soledad
que la acechaba. Sin él volvía a habitar en un orfanato.

Gabriel se acercó y le acarició los hombros mientras Anastasia lo abrazaba


fuertemente por la cintura.

Ella dejo que la desvistiera y una vez desnuda, con los ojos aun húmedos
por el llanto, se tendió sobre la cama y sintió como su cuerpo se encendía de
ansiedad.

Esperó que él se tendiera a su lado y luego dejó salir todo el deseo


acumulado en aquellos 32 años de virginidad.

85
XV

Despertó antes del amanecer con una sensación comparable a la tibieza y


se alegró de todo su trabajo. No quiso abrir los ojos, buscando extender al máximo
aquella plenitud.

Alargó una de sus manos y palpó con cuidado el pecho de Gabriel,


intentando captar la frecuencia de su respiración: el ritmo lento, profundo y
acompasado le hicieron pensar que dormía.

Acarició sus piernas y aun cuando ya había alcanzado una estatura de


hombre adulto, el cuerpo frágil denotaba la resaca de una infancia muy cercana.
Faltaba mucho para que adquiriera la contextura de un asesino, pensó y sintió una
leve incomodidad al caer en cuenta que había faltado a su promesa de entregarse
sólo como recompensa por la sangre ajena.

Entonces abrió los ojos.

Gabriel completamente despierto la observaba fijamente, en silencio. Ella


intentó sonreír, pero antes que dibujara el gesto en su rostro, lo oyó decir, con
solemnidad:

-He matado a un hombre-

Luego se levantó de la cama y caminó hasta el baño.

XVI

Gabriel salió muy temprano y no volvió hasta casi la medianoche de aquel


domingo.

Durante el transcurso del día, Anastasia permaneció atenta a cualquier


noticia que comprobara la veracidad de aquella inesperada confesión.

86
Compró los periódicos y aun cuando se anunciaban varias muertes,
ninguna podía atribuírsele.

Escuchó la radio el día entero y en cada suceso criminal imaginaba la


intervención de Gabriel. Durante la jornada anterior habían fallecido dos sujetos
aun no identificados en una riña callejera, un atropellado en Pedro Montt con
avenida Argentina y un gitano electrocutado.

Al atardecer, estaba segura que Gabriel había mentido y tuvo esa certeza
durante dos días, pero la mañana del miércoles, el titular del diario decía:

Figura II: Recorte de prensa

Esa mañana la señorita Blond caminaba hasta el almacén a comprar lo


necesario para el almuerzo, cuando leyó la noticia repetida muchas veces en los
exhibidores del kiosco de la esquina.

Rápidamente compró un ejemplar y con el corazón tan acelerado como sus


movimientos, leyó cada frase del artículo con incredulidad. De pronto todo le hizo
sentido y comprendió la magnífica verdad.

87
Para estar más segura corrió y corrió sin detenerse hasta llegar frente a las
puertas de la carnicería donde un letrero de cartón mal pintado decía:

CERRADO POR DUELO

Casi dio un salto de tan feliz que se encontraba, arrepintiéndose de haber


subestimado todo ese tiempo a Gabriel, quien finalmente mostraba su enorme
talento.

XVII

Esa noche, Anastasia desplegó para Gabriel todos los deleites que había
soñado en sus innumerables noches de ardientes soledades.

Gabriel se dejó llevar por las caricias con la serenidad del que disfruta una
recompensa bien ganada.

Horas más tarde, mientras se quedaba dormido, comenzó a invadirlo una


especie de paz, una plenitud que asomaba lentamente y le recordaba algo así
como un hecho de la infancia que pudo ser un sueño o la sensación transmitida
por la lectura de una historia bonita, que se ha confundido con la realidad tras el
paso de los años.

De pronto supo donde había conocido esa paz y cayó en cuenta que
provenía de los tiempos en que jugaba con Josefina.

En otra vida, le pareció.

88
Fernando

Fernando Gracia de Triana, se había encerrado en su estudio en el


segundo piso de la casa que había heredado de sus padres, completamente
entregado a leer y escribir cuentos, en los cuales evadía la tristeza de su viudez.
Sólo de tarde en tarde bajaba hasta el plan de Valparaíso y volvía rápidamente a
su encierro vital.

Anastasia se había encargado todo aquel tiempo de llevarle las comidas


hasta su estudio, con el pretexto de no distraerlo en sus labores.

En esas breves visitas, Fernando le preguntaba sin mucho interés sobre


algunos asuntos domésticos y sobre el bienestar de Gabriel. En aquellas
entrevistas le entregaba además el dinero que la niñera le solicitaba para solventar
gastos y luego se ensimismaba nuevamente.

Pero una noche soñó que su esposa Kurova lo llamaba desde la cocina.

II

Despertó asustado y decidió bajar. Abrió la puerta de su habitación en el


segundo piso, bajó las escaleras lentamente y llegó hasta la cocina.

Deseaba con fervor que aquel sueño se hiciera realidad y así poder
encontrarse de frente, aunque fuera un breve instante, con la mujer que tanto
había amado, pero no halló más que un perfecto orden de sillas vacías en su
disciplinada soledad.

Se sintió desilusionado y con resignación comenzó a caminar de regreso a


la cama, cuando un ruido extraño despertó su curiosidad. El ruido provenía de la
habitación de la niñera.

89
Como vivía sumido en la candidez de princesas que se desmayaban al
recibir un beso, lo primero que pensó Fernando era que Anastasia se encontraba
enferma o lloraba.

Para estar seguro se acercó a escuchar y rápidamente comprendió que


aquellos jadeos y gemidos provenían de dos gargantas diferentes. Entonces la
indignación se apoderó de él:

La señorita Anastasia ¡La mujer en que había depositado la crianza de su


hijo tenía a quizás qué tipo de hombre metido en su casa, para retozar
lujuriosamente a sus espaldas!

Decidió ir a golpear la puerta y pedir explicaciones. Hacía mucho tiempo


que no sentía nada más que nostalgia, y la rabia lo llenó de un vigor que creía
perdido.

Cuando se encontraba a unos leves centímetros de la habitación, notó que


la puerta no estaba completamente cerrada. En otras circunstancias jamás habría
fisgoneado, pero aquella grave falta le parecía imperdonable, así que reafirmó su
decisión de intervenir, sin imaginarse jamás lo que habría de encontrar.

III

La terrible crudeza de la realidad, evadida con tanto esmero, le cayó de


golpe, dejándolo incapacitado para reaccionar.

Justo antes de disponerse a lanzar un grito, para llamarles la atención y


terminar de una buena vez con aquellas depravaciones, reconoció un nombre
entre los suspiros y quejidos:

¡Gabriel!

Entonces comprendió toda la verdad.

90
Volvió a su habitación con una angustia que apenas lo dejaba respirar, sin
que los amantes se hubieran enterado de su intromisión. Subió las escaleras, llegó
hasta su habitación y completamente desorientado se quedó oyendo aquellos
estertores carnales, hasta que volvió el silencio.

IV

¿Qué había sucedido?

¿Cómo era posible que semejante aberración estuviera aconteciendo bajo


sus propias narices?

¡Qué diría Kurova si se hubiera enterado!

Probablemente lo habría abandonado para castigarlo por aquel prolongado


descuido, que terminaba con su hijo revolcándose sobre la misma mujer que lo
había criado.

Había llegado la hora de intervenir ¡Más vale tarde que nunca! Tal vez de
ese modo lograría alcanzar el perdón de su esposa que probablemente ya no
descansaba en paz.

Anastasia subía diariamente a las nueve en punto llevándole el desayuno.

Aguardó hasta esa hora para informarle que estaba despedida y que si
volvía a encontrarse con su hijo, la denunciaría a las autoridades bajo los cargos
de pederasta y asunto terminado.

Llegaba el momento de asumir de una buena vez sus desplazadas


responsabilidades paternas y poner fin a esa degradante historia que entorpecía el

91
perfil de joven bondadoso y noble de su hijo, que todas las moralejas de los
cuentos recomendaban.

VI

Cuando Anastasia se presentó con la bandeja del desayuno oportunamente


servida como de costumbre, Fernando la esperaba vestido muy formalmente
sentado en su escritorio y le informó que desde ese instante en adelante
prescindía de sus servicios. Le entregó un sobre con el dinero correspondiente a
su último sueldo y le pidió que recogiera sus cosas.

Anastasia lo escuchó en silencio, sonriente, luego se sentó sobre la cama y


comenzó a beber el té que llevaba en la bandeja. Hizo un ademán de quemarse la
boca y con espontaneidad le respondió:

Sucede que no me muevo de esta casa

Sin perder la calma, le advirtió que desde ese momento le prohibía


terminantemente reunirse con Gabriel a solas y que si la delataba o intentaba
hacer algo por separarlos, asesinaría sin titubear a su hijo y luego ella misma se
quitaría la vida.

Su mirada al pronunciar aquellas palabras fue tan intensa, que Fernando


tuvo la inmediata convicción que no se trataba de una simple amenaza y recién
cayó en cuenta de la magnitud de sus desdichas.

Lo habían encerrado en su propia torre.

92
VII

Fernando quedó completamente desvalido, sentado en el sillón de su


escritorio. No podía entender cómo las cosas habían tomado ese camino, ni de
qué forma podía remediarlo. Toda su vida se había esmerado en no asumir
demasiadas responsabilidades y en evadirlo todo.

Heredero de una fortuna lo suficientemente importante como para no tener


que emplearse, se dedicó a escribir cuentos infantiles, gracias a la tremenda
admiración que sentía por Walt Disney.

Todo comenzó cuando vio por primera vez Blancanieves y los siete enanos
en el cine en 1938, tenía diez años y fue tal el impacto que provocó en él aquella
película que decidió comenzar a dibujar, para realizar sus propios personajes; sin
embargo su talento para el dibujo no fue suficiente y debió cambiarlo por la
escritura.

Sus padres habían muerto en un accidente aéreo en un viaje a Buenos


Aires, razón por la cual quedó huérfano a la edad de 21 años y heredero universal
de todos los bienes de su familia.

Sin parientes ni verdaderos amigos, se encerró en su casa, se compró un


proyector de cine y encargó todas las cintas de Disney, las que proyectaba una y
otra vez en la oscuridad de su casa.

VIII

Fue por entonces cuando comenzó a enviar a sus cuentos a los estudios
Disney en California.

Su máximo anhelo era que Disney se fijara en uno de sus argumentos y lo


llevara a la pantalla gigante; sin embargo su motivación no era satisfacer sueños
de gloria, lo que realmente le obsesionaba era ver de qué manera, aquel hombre

93
que le había puesto un rostro a todos los personajes de los cuentos, representaba
sus narraciones en imágenes, para saber si coincidían con las de su propia
imaginación.

Eso era todo, quería comprobar que tan cercana o distante podía ser la
imaginación de dos hombres ante un mismo asunto.

Empecinado en aquella empresa, comenzó a traducir sus cuentos al inglés


y a esforzarse por escribir argumentos que según su propia interpretación
pudieran llamar la atención de Walt.

Nunca recibió respuesta de los estudios Disney, pero sí consiguió publicar


una serie de cuentos cuyo relativo éxito atribuyó al seudónimo que utilizó: “Walter
Elías”, verdadero nombre de Disney, para enviarlo a un concurso. De los más de
quinientos cuentos que escribió en su vida, sólo publicó aquellos que fueron
galardonados y que recopiló bajo el título de “Cuentos para niños huérfanos”
inspirado secretamente en los niños perdidos de la película “Peter Pan” basado en
el cuento de J.M. Barrie que la Walt Disney Productions estrenó en 1953.

IX

Cuando Disney murió en 1966, Fernando se sintió muy desdichado al ver


incumplido su sueño y durante mucho tiempo estuvo tentado en intentar
establecer contacto con él a través de técnicas espiritistas. Incluso llegó a adquirir
una tabla Ouija, pero fue Kurova quien lo persuadió de no utilizarla advirtiéndole
que no es bueno perturbar a los muertos. Para entonces ya llevaban doce años
juntos y Kurova había adquirido mucha influencia sobre él.

23 años más tarde, luego de haber sorprendido a la niñera revolcándose


con su hijo y completamente atrapado en una trama completamente incoherente
con las formas recomendadas por la decencia, buscó al fondo de un ropero la

94
vieja tabla Ouija, la desempolvó, se sentó frente a ella y comenzó a invocar el
espíritu de su esposa, para pedirle orientación en aquel asunto tan delicado.

Figura III: Tablero Ouija

¿Hay alguien ahí?

Preguntó con la voz temblorosa y su dedo afirmado en la copa invertida


posada en el tablero.

Había encargado la tabla Ouija a los Estados Unidos, a la compañía Parker


Brothers, dueños de los derechos desde 1966 y los únicos autorizados en
comercializarla, por lo tanto venía escrita en inglés.

95
Sin obtener respuesta, decidió dejar de lado aquel juguete, pero cuando ya
estaba a punto de plegarla para introducirla a su caja, una fuerza sobrenatural
empujó su dedo y la copa hasta la palabra:

Hello.

El corazón se le aceleró y sintió un profundo malestar, pero no se atrevió a


retirar el dedo de la copa.

¿Kurova eres tú?

Preguntó con inseguridad. Sus sentimientos al aguardar la respuesta eran


encontrados. Finalmente la copa se movió hasta la palabra:

Yes.

Entonces respiró aliviado.

No sabes lo mucho que te he extrañado

Dijo con la voz casi en un sollozo, y la copa se movió hasta la palabra

Yes.

Fernando no pudo disimular un par de lágrimas, se había reencontrado con


su esposa después de tantos años.

XI

Desde ese día, la cotidianidad de Fernando cambió para siempre. Dejó de


escribir cuentos y se dedicó a conversar con los muertos.

Las primeras semanas pasaba noches enteras hablando con Kurova y le


costaba mucho lograr la fluidez en la comunicación. Si uno conoce los tableros
Ouija, sabe que las únicas palabras completas en el son: hola – adiós – si – no.

96
Las demás palabras se obtienen luego que la copa es arrastrada letra por letra en
el abecedario del tablero y muchas veces, para no perder el hilo de la
conversación, Fernando debía ir anotando con la otra mano, las palabras que
descifraba.

No obstante, con la práctica fue obteniendo fluidez y comenzó un proceso


de revelaciones que le hicieron abrir los ojos.

Gracias a Kurova se enteró de la profunda desventura infantil de Gabriel y


el siniestro plan que Anastasia tenía para su futuro.

Sin embargo, Kurova le recomendó no intervenir, porque la determinación


de Anastasia era demasiado grande y era perfectamente capaz de cumplir su
amenaza.

En cambio, le recomendó hacerse el senil, para que Anastasia lo


considerara inofensivo y no terminara por encerrarlo en su escritorio.

El plan funcionó. Anastasia, al notar que Fernando nunca volvió a referirse


al asunto y observando su creciente deterioro mental, optó por ignorarlo, sin
imaginar jamás que había logrado traspasar el umbral entre la vida y la muerte y
ahora tenía aliados poderosos. Kurova le entregaba información anticipada de lo
que habría de pasar y sólo le exigía que se adueñara de cualquier prueba que
pudiera comprobar la veracidad de aquellos sucesos.

Así, Fernando Gracia de Triana terminó siendo un viejecillo que


deambulaba por la casa en silencio, murmurando en voz baja de vez en cuando,
hurgueteando la basura, realizando pequeños robos insignificantes para dar
cuenta de ellos durante la noche a los espíritus que invocaba con un tablero de
juguete, que había adquirido hace más de dos décadas atrás.

97
Creer en Matar

La muerte del carnicero transcurrió sin pena ni gloria por el historial criminal
de Valparaíso.

Nadie jamás se detuvo a indagar en los detalles y para ser totalmente


franco, fue mayor la cantidad de gente que se alegró de su fallecimiento que la
que se entristeció.

De aquel suceso, los vecinos rescataron la generalidad de la historia,


atribuyendo su horrible muerte a un castigo natural por una vida de matón y
usurero, sirviendo como ejemplo de escarmiento para niños desobedientes.

II

Gabriel comprobó entonces que la muerte de una persona provoca en los


vivos básicamente cuatro estados: tristeza, alegría, alivio o indiferencia.

Los sentimientos que la muerte de alguien despierta en los vivos, puede


servir como referente para establecer el tipo de sujeto del que se trataba el difunto:

Si el fallecimiento causa tristeza en unos pocos, nostalgia en otros e


indiferencia en casi todos, nos encontramos ante la muerte de una persona común
y corriente. Cualquier hijo de vecino que se comportó decentemente.

Si provoca alivio, el difunto, en vida, representaba para los aliviados cierto


grado de fastidio. Que el deceso de una persona alivie a otras, no significa
necesariamente que el muerto fuera un mal sujeto, pudo simplemente tratarse de
alguien muy dependiente o que ya había vivido demasiado.

Pero si la muerte de alguien induce a la alegría, sin duda nos encontramos


ante el deceso de algún tipo de opresor, pequeño si alegra a una o dos personas,
tirano si genera una celebración.

98
Comenzó a pensar entonces si podría un asesino otorgar la felicidad con la
muerte.

Aquella naciente idea lo llenó de entusiasmo.

III

La semana siguiente, buscando comprobar la conveniencia de su teoría, sin


que nadie se diera cuenta, empujó por las escaleras a un anciano y despreciable
inspector de colegio que se regocijaba en la humillación pública de sus
estudiantes.

Era un día lluvioso y justo después que la campana había llamado a clases,
vio a un compañero que casi se resbala al bajar por la escalera mojada.

Aquel incidente le dio una idea.

Se ocultó en el baño del segundo piso, cuya entrada estaba junto a la


escalera, conociendo el recorrido invariable que la rigidez personal de su víctima,
le permitía realizar a diario. Aguardó el momento en que el inspector pisaba con
inseguridad el primer peldaño mojado y resbaloso y sin que ni la propia víctima se
percatara de quien había sido, lo empujó, haciendo que perdiera el equilibrio.

Luego, se escondió en el último de los retretes del baño y esperó ahí hasta
que unos gritos en el patio dieron la voz de alarma.

En pocos minutos el alumnado completo se encontraba rodeando el


cadáver del inspector que yacía con el cuello ridículamente torcido.

Cuando estuvo seguro que la muchedumbre reunida lo haría pasar


inadvertido, fue a mezclarse con los demás.

El éxito de aquel asesinato fue total.

99
Nadie atribuyó más que a la torpeza del anciano la razón de su muerte y
salvo una vieja profesora de manualidades que fue su novia en la juventud, los
demás simplemente estuvieron felices de sacarse de encima el rigor de un hombre
siniestro y abusador.

IV

Cuando la noticia hubo salido en el diario, llegó con él de regalo ante


Anastasia, para entregárselo como prueba de cariño, de la misma forma que un
enamorado le regala flores a su novia.

Desde entonces le gustaba sorprenderla de vez en cuando con aquellos


exóticos presentes.

Ella emocionada lo besaba, recortaba la página con la noticia, la pegaba en


un álbum que fabricó especialmente para ello y se quedaban conversando hasta
que le comentara los últimos pormenores del crimen.

Tras cada narración terminaban en la cama.

No obstante, Gabriel nunca hablaba con anticipación de su próximo trabajo.

Le gustaba ver como ella se pasaba el día entero escuchando los


noticiarios de la radio o leyendo los periódicos para adivinar en cada muerte,
curiosa o accidentada, sus intervenciones disimuladas.

Empecinado en sorprenderla, utilizaba a veces los medios más artificiosos


de matar y otras la descolocaba con muertes tan estúpidas que no podían
responder más que a la pervertida fatalidad del destino.

Así, por ejemplo, un ferroviario jubilado murió en uno de sus nostálgicos


paseos diarios desde su hogar, cerca de la Plaza de la Conquista, hasta la

100
maestranza abandonada, un día de temporal en que cayó a una alcantarilla
abierta.

Lo había perdido todo en el juego, sólo le quedaban una casa, un perro


viejo y su mujer y esa noche pensaba suicidarse porque había apostado, con
ciertos tipos que se tomaban muy a pecho las palabras, el título de dominio de su
única propiedad.

Gabriel se había dado cuenta que las personas tienen una rutina en la cual
confían y si alguien viene y altera los componentes de esa rutina, puede
desencadenar un desenlace fatal.

Días después, cuando le narraba a Anastasia los preparativos de la muerte


del ferroviario, ella sentenció que matar a un suicida equivalía a medio asesinato;
así que para enmendarse, tres semanas más tarde nadie en todo Valparaíso
hablaba de otra cosa que no fuera del incendio que afectó a una casa abandonada
en el cerro Polanco, donde se guarecía una partida de trece ladrones, que
fallecieron atrapados entre las llamas.

En menos de un año Gabriel había terminado con la vida de diecisiete


personas.

VI

Si alguna vez un asomo de cuestionamiento amenazaba su frialdad,


recordaba inmediatamente a Ovidio Márraga y no podía dejar de pensar en lo
diferente que habrían sido las cosas, si alguien hubiera hecho el favor de matarlo
apenas cuatro horas antes que se lanzara al mar. Entonces un extraño sentido del
deber lo llevaba a seguir adelante.

101
VII

Después de sus primeras muertes, regularmente se sorprendía a si mismo


pensando en aquello que la mayoría de las religiones señala:

“Todo lo que tú haces se te devuelve”.

Más tarde cayó en cuenta que aquel concepto de la retribución de los actos
tenía un nombre: le llamaban Karma.

Se enteró de aquello una noche, en el descanso posterior al sexo, momento


en que solían concurrir las conversaciones más interesantes entre Gabriel y
Anastasia, cuando le preguntó que pensaba ella sobre aquel axioma de la
retribución de los actos.

Al entender el cariz de la inquietud, Anastasia se alegró en secreto. Sabía


que a esa edad surgen las problemáticas trascendentales en los adolecentes y
ella había estado preparando los puntos de vista necesarios para que Gabriel
pudiera acomodar moralmente su condición de asesino.

Decidió desde el principio que las doctrinas del cristianismo tradicional


quedaban descartadas por absurdas; un joven inteligente en la segunda mitad del
siglo XX no se va a tragar el chorizo del infierno ni del pecado ni de dios. Entonces
le habló del Karma.

Anastasia no creía realmente en el karma. Ella creía que las únicas leyes
superiores que existían eran físicas, como la ley de la gravedad: amorales y
neutras. Por lo tanto, Anastasia creía que cuando alguien muere, se apaga su
conciencia y ya.

Esto podría considerarse una contradicción debido a su devoción por Emile


Dubois; sin embargo Anastasia no creía en Dubois como lo hacía la Señora Marta.
Ella creía que Dubois era un símbolo de la rebeldía y que los milagros atribuidos a
su causa se debían a que las personas se atrevían a pedirle cosas que no se
atrevían a pedir ante el oficialismo milagrero del cristianismo.

102
Ante la iglesia se impone la voluntad de dios, ante Dubois se impone la
voluntad de los hombres y ese acto de rebelión es capaz de destrabar el camino
hacía el deseo concedido. Anastasia creía en la efectividad del rito de externalizar
los anhelos profundos.

A pesar de todo, consideró que de todas las opiniones metafísicas que


recogió, la más convincente correspondía a la del Karma, así que optó por
utilizarla a su favor como una herramienta para comenzar a persuadir a Gabriel de
ejecutar su obra final.

VIII

Usando algunos conceptos de la teosofía y algunos ejemplos que tenía


preparados, le explicó a Gabriel que el Karma responde a una serie de siete
principios básicos que funcionan indistintamente a quien afecten y que según
algunas religiones regulan la vida sobre la tierra.

Creer en el Karma implica creer en la reencarnación y en la idea que todos


los actos que llevamos a cabo tienen una consecuencia.

Luego, le explicó que estas doctrinas provienen de las religiones de oriente


y fueron introducidas en occidente a mediados del siglo XIX gracias a la moda por
lo esotérico que reinaba en los altos círculos sociales europeos de la época,
también por entonces comenzó el auge del espiritismo.

Helena Petrovna Blavatsky fue la principal impulsora de estas doctrinas que


posteriormente se subdividieron en incontables pequeñas sectas que pululan por
todo el mundo y que viajaron a distintas partes del planeta junto con los
inmigrantes.

Cada una de estas sectas difiere en pequeños conceptos o autoridades,


pero en el fondo se mantienen fiel al espíritu de la teosofía de Blavatsky que llevó
a cabo aquel sincretismo entre budismo, hinduismo, judaísmo y cristianismo.

103
IX

Gabriel quedó sin palabras, Anastasia siempre le hablaba así, de golpe, sin
titubeos y con una seguridad que lo pasmaba.

Parecía tener las respuestas a todo y a veces sentía como si su voz


habitara dentro de su cabeza.

Hasta entonces, en la ética inculcada por Anastasia a Gabriel, la vida


consistía simplemente en un descuento de la muerte.

Después de obtener la experiencia empírica de un asesino, sabía lo sencillo


que resultaba morir.

Pensaba que la vida, al exponer a las personas a los accidentes más


estúpidos, a la voluntad criminal de cualquier individuo, expresaba de ese modo
que le resultan indiferentes sus pequeñas existencias, que no significan nada.

El hombre que va a nacer es en su vitalidad igual al que muere. A la vida le


importa su propia permanencia. Para su mecanismo imparable, da lo mismo
cuando muere un hombre atropellado por un tren, que cuando un insecto es
pisado por el pié de un hombre, pero ahora, este nuevo concepto del Karma, venía
a hablarle de un mundo lleno de engranajes que se extendían más allá de la
muerte y aquello turbó su imaginación.

Comenzó a darle vueltas a la idea. Según lo que había entendido, todos


aquellos hechos que parecen accidentales, resultaban ser la consecuencia de
acciones anteriores; aceptar aquel precepto, dejaba fuera de concurso al azahar y
la existencia se transformaba en una sucesión de efectos interminable.

104
Rápidamente se preguntó qué tipo de karma significaría el ultraje de
Josefina e intentó explicarlo desde este nuevo punto de vista.

De acuerdo a la ley del Karma, la violación de Josefina podía ser entendida


desde las siguientes perspectivas:

Josefina tenía una deuda pendiente, porque en otra vida, siendo adulta,
había ultrajado a un Ovidio niño, otorgándole el derecho al Ovidio adulto de esta
vida, a ultrajarla a ella durante su infancia.

Bajo la lógica anterior, la culpa del ultraje recaía totalmente en Josefina,


expurgaba a Ovidio de responsabilidad y el daño quedaba saldado.

Otra posibilidad podría consistir en que él mismo tuviera el karma de


presenciar el ultraje de un ser querido, porque en otra vida había obligado a
Josefina o a Ovidio siendo niños a que vieran los ultrajes que él había realizado.
En ese caso, tanto Josefina como Ovidio serían una herramienta para cobrar
karma y el verdadero culpable sería él. Además esta hipótesis lo convertía en un
pedófilo reencarnado.

Una tercera alternativa, era que ni él ni Anastasia tuvieran Karma previo


pendiente y que simplemente se trataran de auténticas víctimas de la maldad de
Ovidio y ahora se habían ganado el derecho de volver a nacer y ultrajar al nuevo
Ovidio mientras fuera niño y a su vez Ovidio se habría ganado el deber de ser
ultrajado.

XI

Visto así, el karma le pareció poco más que una de ley del talión metafísica,
una forma de explicar las miserias para obtener resignación ante la propia culpa,
basada en supuestos jamás comprobables. Una verdadera mierda. Sin embargo
un discurso muy astuto.

Bajo este precepto las personas debían aceptar el dolor y las injusticias sin
chistar, diciendo ante todas las atrocidades de la vida ¡Me lo merezco!

105
Comentó este último pensamiento con Anastasia, quien contenta de ver
como había fructificado en Gabriel la lógica que le había inculcado, le explicó que
la idea del karma es una muy buena fórmula de control social y de apaciguar a las
masas disconformes: nada mejor qué culpar a los miserables de sus miserias, a
través del cuento de las vidas pasadas. Además, sirve también para validar a los
afortunados en su fortuna.

Anastasia sabía que las doctrinas creadoras de la ley del Karma surgieron
en sociedades altamente jerarquizadas, donde las elites impusieron un discurso
que permitiera mantener el sistema de castas de servidos y castas de servidores;
lo de siempre: la única manera de mantener un gobierno es convencer a los
gobernados que las cosas están bien como están.

Luego le explicó que Emile Dubois había comprendido igual que ellos, la
falsedad de los preceptos morales de su época y amparado en la seguridad de las
injusticias sociales, decidió no someterse e ir directamente por lo suyo, por esa
razón se había transformado en una deidad. Las personas deifican a los héroes y
a los rebeldes.

XII

Gabriel descansaba la responsabilidad de sus acciones en el colchón de


la singular ética de Anastasia, quien se había transformado en todo su mundo.

Llegó a creer que sólo ellos dos se daban cuenta que la realidad es un caos
y que no existía ningún orden superior que fiscalizara las minucias de los seres
humanos, solo así lograba explicarse tanta miseria.

Entonces jugando y divirtiéndose, Anastasia le propuso a Gabriel que a


falta de una justicia verdadera, ellos mismos se hicieran cargo de aquella función y
crearan un tribunal para juzgar los actos de los habitantes de la ciudad.

106
Esta idea, completamente premeditada por Anastasia, tenía un claro
objetivo: persuadir a Gabriel de la conveniencia de ayudarla a vengarse de su
destino. Así que esa misma noche quedó fundado en la calle vista naves del cerro
placeres el tribunal Kármico de Valparaíso.

107
El tribunal Kármico de Valparaíso

El 29 de marzo de 1992 Gabriel y Anastasia fundaron “El Tribunal Karmico


de Valparaíso”. Gabriel quedó muy entusiasmado con aquella idea, y se identificó
a tal punto con su extraña y recién fundada institución que le dedicó todo su
tiempo y energía.

El tribunal funcionaría de la siguiente manera: en un juicio secreto entre


Gabriel y Anastasia, evaluarían los hechos de los casos que se les presentaran y
determinarían un castigo al culpable para hacerle pagar sus acciones indebidas.

De este modo Gabriel calmaba sus ansias de dar sentido a sus crímenes y
Anastasia preparaba el camino para su objetivo final; sin embargo existía un gran
obstáculo: el rango de información que poseían para juzgar era muy limitado; se
reducía simplemente a los cuchicheos del barrio y a los murmullos del colegio.

Si seguían así, pronto terminarían inmiscuidos en riñas de almacén y


estaban seguros que en el resto de la ciudad sucedían asuntos aterradores.

En cada cerro podían esconderse seres terribles que merecían la muerte.


Todo el puerto tenía derecho a los servicios secretos del tribunal Karmico. Tenía
que haber una forma de acceder a ellos.

La solución se les ocurrió dos días después, luego de barajar innumerables


posibilidades y en menos de una semana por todo el cementerio de playa ancha
apareció dispersado el siguiente panfleto:

108
Figura IV: panfleto

109
II

La idea de utilizar el nombre de Dubois y el cementerio para conseguir


información, fue de Anastasia. A ella le pareció indicado considerando que Dubois
había sido fusilado por la Justicia reclamando inocencia.

Una vez, cuando estaba a punto de salir del internado, La señora Marta
extrajo del cajón de su escritorio, un viejo cuaderno donde había reunido todos los
recortes de prensa que en su vida había conseguido sobre el caso de “Emilio”,
como ella le llamaba y se lo prestó durante una semana, para que lo leyera. De
este modo Anastasia supo como acontecieron los hechos.

El juicio de Dubois que duró desde su captura el 2 de junio de 1906 hasta


su ejecución ante el pelotón de fusilamiento el 25 de marso de 1907, fue uno de
los más mediáticos del siglo XX.

Siempre le llamó la atención la cobertura que los diarios le daban a las


cartas y discursos de defensa del acusado. Claramente se trataba de un hombre
con carisma, mucho más llamativo que un delincuente vulgar.

Gracias a ese cuaderno, pudo profundizar en el fenómeno de su


beatificación popular.

Entendió que el pueblo vio en Dubois la representación del pago por todas
las injusticias. Tras cada asesinato de un hombre rico, el pueblo se regocijaba, no
por el muerto en particular, si no por la muerte de un hombre rico en un país lleno
de pobres.

Además, Anastasia conocía la profundidad del fervor que despertaba


Dubois en sus devotos, por lo tanto sabía que utilizar su nombre, le daría
credibilidad a aquella oferta tan descabellada.

110
III

Un domingo en la mañana, José de dieciséis años de edad, encontró el


panfleto del tribunal kármico de Valparaíso Emile Dubois

Había ido al cementerio acompañando a su abuela para agradecerle a


Emilio por la recuperación de su hermana, Leticia Hernández, quien hace seis
meses atrás, según decía el informe oficial, había sido atropellada por un
automóvil cuyo conductor se dió a la fuga.

Pero José y también el resto de la familia, sabían que en realidad Leticia


había sido empujada de un vehículo en movimiento por Vicente Santander,
primogénito de un acaudalado del puerto.

Una tarde Leticia esperaba el trolebus que la llevaría hasta su casa en un


paradero de Av. Colón. De pronto, se le acercó un joven en automóvil y
mostrándose educado y amable, le ofreció ir a dejarla hasta su casa y la
convenció de subir a su vehículo.

Leticia aceptó tímidamente la invitación, pero cuando se encontraban cerca


de la plaza Sotomayor, Vicente detuvo su automóvil y subió a tres amigos que
aguardaban en el lugar.

A poco andar Vicente y sus amigos comenzaron a bromear y a tocarla sin


su consentimiento, pero antes que dejarse ultrajar, Leticia abrió la puerta del
vehículo y prefirió lanzarse a la calle. La caída le provocó graves fracturas y
profundas heridas.

Cuando contó lo sucedido, su familia acudió a la policía que prometió


intervenir, pero la denuncia se vio entorpecida por un sinnúmero de trámites que
se disolvieron en una espera humillante.

111
José leyó aquellas palabras en el panfleto, mientras su abuela acomodaba
las flores y prendía unas velas para Emilio y luego de pensarlo un rato,
comprendiendo que no tenía nada que perder, anotó el odiado nombre de Vicente
y por primera vez sintió que la rabia acumulada durante aquellos meses,
menguaba el punzante malestar que acongojaba su corazón.

IV

El lunes al medio día, luego de visitar el cementerio, Gabriel llegó


emocionado a mostrarle a Anastasia el nombre del primer caso para su tribunal:

Vicente Santander.

No fue necesario más que un par de días de investigación, para caer en


cuenta que estaban frente a un completo infame.

Como se trataba de su primer caso, Gabriel se esmeró en actuar con


rapidez, además tuvo la acertada intuición que la muerte de aquel muchacho,
haría que su mensaje en el muro cobrara popular reputación.

Terminar con aquella vida fue muy sencillo. Enterado de la afición de su


víctima por la velocidad y su habitual concurrencia a carreras clandestinas durante
la noche, sólo fue necesario dar vuelta en el pavimento de la Avenida España, un
bidón de aceite de motor, pocos minutos antes que el muchacho pasara por el
lugar a toda velocidad, para verlo estrellarse reiteradas veces en los muros de
contención y luego terminar con el cadáver destrozado de su víctima, cuyo
accidente dio mucho que hablar a la prensa de la ciudad.

112
V

Cuando José se enteró de la noticia, contó a su abuela lo acontecido aquel


domingo en el cementerio y su abuela lo contó a una vecina, quien luego lo
conversó con su comadre y a la semana siguiente ya eran cinco los nombres que
con diversas caligrafías aparecieron anotados en los panfletos:

Marcelo Andrade, golpea a su mamá cada vez que regresa borracho

Elizabeth Orellana, tiene amarrado a su abuelo a la cama

Jorge Silva, embarazó a su propia hija

Jorge Osorio, asalta ancianos cuando reciben su pensión

Alejandra Pino, abandonó a su hijo recién nacido en un basurero

En menos de un mes y luego de comprobar la veracidad de los cargos,


hubo acabado con las vidas de cada uno de los cinco nombres que aparecieron
escritos en el muro del cementerio.

Marcelo Andrade calló por las escaleras del cerro Yungay un día que volvía
ebrio a su casa.

Jorge Silva murió por culpa de una cornisa que se desprendió y cayó sobre
su cabeza.

Jorge Osorio se electrocutó en el baño de su casa

Alejandra Pino confundió una botella de agua con una de cloro.

113
VI

Después de todas esas muertes, era tanta la fama que habían adquirido
sus panfletos, que ya podía contar con varias decenas de candidatos, cada cual
acompañado de su fechoría y Gabriel sentía que al fin había encontrado la manera
de poner su talento al servicio de los demás.

Sin embargo y a medida que fueron avanzando las semanas, comenzó a


sorprenderse de la enorme cantidad de aberraciones que iba descubriendo.

Por cada infame que despachaba, aparecían diez más y leyendo las
acusaciones, cayó en cuenta que ser un asesino no era para nada la peor
condición moral de un humano.

De pronto le pareció que toda la ciudad se encontraba podrida


irremediablemente y descubrió con decepción, que cada ciudadano oculta algo
monstruoso. Entonces pensó que el tribunal Kármico de Valparaíso debería
sancionar a toda la ciudad. Sin imaginar que Anastasia había trabajado muchos
años para que él llegara a esa conclusión.

VII

“Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy

extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas,

encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes,

devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus despensas. Nadie

acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer

para acabar con tan inquietante plaga.

114
Por más que pretendían exterminarlos o al menos ahuyentarlos, parecía que cada vez

acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se

enseñoreaba de las calles y de las casas, y hasta los mismos gatos huían asustados.

Ante la gravedad de la situación, los hombres destacados de la ciudad, que veían

peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron:

"Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones".

Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie

había visto antes y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón

en Hamelín".

Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta

una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos

seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta. Y así, caminando y

tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas

de la ciudad.

Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al

flautista, todos los ratones perecieron ahogados.

Los hamelineses, al verse libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya

tranquilos y satisfechos, volvieron a sus quehaceres y tan contentos estaban que organizaron una

115
gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy

entrada la noche.

A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó las cien

monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados

por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿O acaso crees que te pagaremos

tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?". Y dicho esto, los hombres del Consejo de

Hamelín le volvieron la espalda profiriendo grandes carcajadas.

Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelinenses, el flautista, al igual que

hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente. Pero esta vez

no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad los que arrebatados por aquel

sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico. Cogidos de la mano y sonrientes,

formaban una gran hilera, sordos a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos

de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista. Nada lograron, y el flautista se

los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adonde y los niños al igual que los ratones,

nunca jamás volvieron.

Esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de

Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño.”

116
VIII

Cuando Anastasia terminó de leer “El Flautista de Hamelin” tenía un brillo extraño
en los ojos, que Gabriel no supo interpretar, pero que le causó escalofríos.

Apenas comenzó con la lectura entendió perfectamente el mensaje que


había oculto en todo aquello. Anastasia le estaba proponiendo una fórmula para
que el tribunal Kármico realizara un castigo masivo a los habitantes de la ciudad.

Durante toda la tarde, habían permanecido conversando sobre la


conveniencia de amedrentar a la ciudadanía en pleno, en base a la enorme
cantidad de casos que día a día eran depositados en la animita de Dubois y que
ya ni siquiera utilizaban los panfletos, si no que cualquier papel roñoso y mal
escrito.

Bastaba con que se ofreciera la libertad de la culpa, para que todos


corrieran a castigar a sus semejantes y reclamar con la sangre el pago de las
injusticias.

En la interminable lista de casos, muchas veces se repetían los nombres y


más de alguna vez quienes proponían un candidato por tal o cual motivo, eran
propuestos por otros para el mismo castigo.

Gabriel se dio cuenta que de todos los cientos de nombres involucrados en


los casos del tribunal, ninguno correspondía a niños. Todos los ahí nombrados
podían considerarse adultos, como si crecer implicara necesariamente
corromperse.

Solamente los niños se salvaban del odio ajeno.

Recordó los tiempos en que junto a Josefina jugaban en el patio del colegio
y se vio a si mismo completamente libre, lleno de optimismo, en una vida que
parecía fabricada a la medida de la felicidad, pero que desde la terrible intromisión
del profesor de matemáticas con sus aberraciones de hombre adulto, se había
transformado en un mal lugar donde estaba obligado a permanecer.

117
La vida está sobrevalorada, pensó, mal que mal solo se trata de un puñado
de tiempo, y matar a alguien es simplemente acortar su estadía en un lugar hostil.

IX

Mientras Gabriel recordaba a Josefina, Anastasia recordaba el día que


cumplió 14 años.

Para celebrar en secreto, se fue junto a la estufa a parafina de la biblioteca


y se entregó a su diversión favorita: hojear los “Cuentos para la infancia y el hogar”

Instintivamente cayó en cuenta que siempre abría el libro en “El Flautista de


Hamelin”. Le gustaba mirar las ilustraciones del flautista y los ratones, felices
siguiéndolo por el camino y luego la de los niños bailando alrededor del flautista
hasta antes de perderse junto a él.

Siempre comenzaba por ahí la lectura y siempre leía primero aquel cuento.
Algo en la historia la cautivaba y le provocaba una agradable nostalgia.

Anastasia generalmente era muy estricta con la fantasía, porque


comprendía que los deseos provienen de las ensoñaciones y el sufrimiento
proviene de no conseguir lo que se desea y a ella que no tenía nada, le convenía
el desapego; sin embargo como aquel día era su cumpleaños se dejó llevar.

Imaginaba que de alguna forma, ella era uno de esos niños que el flautista
se llevó de Hamelin.

Siempre se preguntó que habría hecho con ellos luego de sacarlos de la


ciudad. Le gustaba pensar que los fue dispersando por el mundo para que
crecieran lejos de la corrupción de los Hamelinenses, deseando que encontraran
un lugar mejor.

118
Le gustaba también el flautista: su determinación, su crudeza, su falta de
compasión.

Ella pensaba que la injusticia significaba un vicio intrínseco de la


humanidad, que se filtraba en los genes de la especie, permitiendo que unos
nacieran príncipes y otros nacieran pordioseros, pero exigiéndoles la misma
conducta moral a ambos.

Es fácil no robar, si no te hace falta nada, es fácil que te roben si tienes de


todo.

Por eso le gustaba ese cuento, porque no había nada de príncipes, nada de
princesas, ni hadas, ni batallas, ni dragones, simplemente un trato entre el ser
humano desesperado, habitando entre las ratas con la ciudad convertida en un
pozo séptico, clamando ayuda y un desconocido extravagante que ofrecía una
solución. Una promesa incumplida y un castigo ejemplar:

Si el flautista hubiera poseído una mentalidad más simplona, se habría


decidido por devolver las ratas, para que los ciudadanos de Hamelin tuvieran la
oportunidad de recapacitar, luego habría aumentado la tarifa y el cuento nos
enseñaría como hacer buenos negocios.

Pero como el flautista no era un comerciante si no un artista, decidió


castigarlos de la forma más poética: arrebatándoles el futuro, quitándoles lo más
preciado, sin reparar en apellidos, ni en clases sociales, ni en amistades, ni en
parentescos. Un castigo parejo para todos.

Le gustaba ese cuento, le gustaba sentirse parte de los niños que se llevó
el flautista, porque le gustaba sentir que en alguna parte, alguien había lamentado
su partida.

Al flautista le habían negado una bolsa con oro, a ella le habían negado
todo lo que se supone que necesitamos para ser felices y en vez de resignarse

119
como el resto, quería pegar un grito, el único grito en su vida silenciosa. Un grito
aterrador que se escuchara por todos lados y que le permitiera vengarse de todos.

Dieciocho años después, estaba a punto de cumplir su objetivo. Había


terminado de leer el flautista de Hamelin en voz alta, porque pensaba revelarle a
Gabriel su objetivo final, la obra de arte con la cual pretendía coronar su
venganza:

Asesinar a todos los niños de la ciudad, salvo a los huérfanos. Para hacer
justicia, para que por una vez tuvieran las mismas oportunidades, para que por
una vez fueran valorados y obligar a la ciudadanía a que se ocupara realmente de
ellos.

Y sucedió que Gabriel estuvo de acuerdo, porque sentía que había nacido
para consagrar su vida a una causa sublime.

120
La rueda de la fortuna

El tiempo que duraron los preparativos fue para Gabriel una época feliz:
primero porque tenía una meta clara y concreta que no le permitía caer en
tormentos existenciales y segundo porque había decidido su propia muerte al
terminar la tarea.

Todo aquello producía en él una enorme paz y llegó a convencerse que en


su última gran obra, no sólo le daría una enorme lección al mundo, también les
haría un gran bien a los niños, que se marcharían de la vida con recuerdos
limpios, sin las cicatrices de las tragedias.

La idea de acabar con su propia vida al terminar la ejecución de la


sentencia del tribunal, le parecía lo más justo. No había comentado su plan con
Anastasia, porque sabía que podía convencerlo de lo contrario, así que lo atesoró
como un gran secreto y llegó a transformarse en el motor para llevar a cabo la
gran y difícil empresa de envenenar cien mil niños.

II

Decidió ponerse a investigar sobre los venenos.

Aprendió que un veneno no es más que una sustancia que interrumpe los
procesos vitales naturales al entrar en contacto con un organismo. Que pueden
ser de origen mineral, vegetal o animal y que según sus efectos pueden dividirse
en corrosivos, irritantes, y narcóticos.

Los venenos corrosivos producen destrucción interna o externa, tanto en la


piel como en las mucosas gástricas, provocando vómitos inmediatos, como el
ácido clorhídrico, el acido carbónico, el bicloruro de mercurio y el amoniaco.

121
Los venenos irritantes actúan sobre las mucosas, provocando irritación o
inflamación gastrointestinal, acompañada de dolor y vómitos. Los venenos
irritantes pueden tener efectos acumulativos, absorbiéndose poco a poco, sin
provocar lesiones aparentes, hasta que repentinamente producen su efecto, como
el arsénico.

Los venenos narcóticos actúan sobre el sistema nervioso central y sobre


órganos como el corazón, el hígado, los pulmones o los riñones, hasta llegar a los
sistemas respiratorio y circulatorio. Son capaces de producir coma. Algunos de los
más comunes de este tipo son la trementina, el cianuro, el cloroformo y la
estricnina.

III

Al principio, pensó que se inclinaría por los narcóticos, específicamente por


el cianuro.

Se trataba de un veneno clásico, elegante y efectivo, usado durante


muchos siglos para matar generales, espías, príncipes, reyes, papas, duques y
archiduques.

Una dosis pequeña, bien administrada, produce una muerte inmediata, casi
sin dolor.

El problema del cianuro, era que debido a su efectividad, generaría una


rápida alerta en la población y una más rápida investigación; por lo tanto debería
preocuparse de envenenar algún elemento de administración masiva orientado
exclusivamente a los niños, como la leche que reparten en las escuelas o las
golosinas, cuidando que estos productos envenenados no llegaran hasta los niños
huérfanos.

Pero se corría el riesgo que las autoridades detectaran a tiempo el veneno y


no terminara de concretarse la tarea. Así que desechó la idea y el cianuro.

122
Después y aprovechando una campaña de vacunación contra la rubeola y
el sarampión orientada a todos los niños hasta los 12 años, le pareció que lo más
efectivo sería envenenar las vacunas con algún veneno que tardara algunas horas
en actuar, pero cayó en cuenta que estas campañas de vacunación se concretan
en casi un trimestre, tiempo durante el cual ya habrían fallecido muchos niños y el
veneno sería detectado.

En este afán se le pasó por la cabeza envenenar los juguetes, los chupetes,
las mamaderas, los pañales, los algodones de azúcar, las manzanas confitadas,
los helados, los caramelos, los pasteles, el chocolate y la leche, los almuerzos de
las escuelas etc. Sin descansar ni ser descubierto hasta que solo quedaran vivos
los niños huérfanos de la ciudad.

Pero rápidamente se dio cuenta que sería una tarea demasiado grande,
que podría tardar años y complicarse hasta el fracaso.

IV

Entonces se sintió muy deprimido y llegó a pensar que no poseía el talento


suficiente para lograr el objetivo que se había trazado; sin embargo, una tarde que
repasaba los apuntes sobre los venenos, se detuvo un instante en las propiedades
del arsénico y dio con la estrategia que estaba buscando, que finalmente, como
toda buena idea, resultaba muy sencilla: envenenaría el agua potable de la ciudad.

El arsénico es un veneno con efecto acumulativo que se va depositando en


el organismo. Envenenar las fuentes de agua potable con cantidades graduales de
arsénico, vaciando periódicamente porciones regulares de esta sustancia en el
agua, lograría que el proceso acumulativo del veneno afectara primero a los niños,
físicamente mucho más débiles y susceptibles que los adultos, en un
envenenamiento progresivo que solo sería posible detectar cuando fuera
demasiado tarde.

123
Si bien el envenenamiento resultaría general, sería detectado cuando
comenzaran a morir los más pequeños, permitiendo a los adultos salvarse.

Por otra parte, las fuentes del agua potable están concentradas en un par
de puntos estratégicos, haciendo el trabajo mucho más sencillo que envenenar
miles de unidades.

Lo único problemático sería evitar que el veneno fuera ingerido por los
niños huérfanos.

Buscando perfeccionar su plan, decidió comentarlo con Anastasia, quien al


escucharlo se sintió profundamente orgullosa del talento que Gabriel poseía y
decidió apoyarlo en todo lo que fuera necesario.

Sin ir más lejos, fue ella quien propuso que antes de comenzar el
envenenamiento, robaran y acapararan la mayor cantidad posibles de antídotos y
que ella misma se encargaría de idear la forma de hacerlos llegar solo a los
orfanatos, para que Gabriel no se concentrara más que en planificar el correcto
envenenamiento del agua. El antídoto resultó llamarse dimercaprol.

Figura V: Caja de antídoto

124
V

Y así, en conjunto, Gabriel y Anastasia comenzaron los preparativos de su


gran obra final.

Anastasia estaba viviendo los mejores días de su vida y por primera vez
sintió que era feliz.

Gabriel se había transformado en un genio criminal y era su creación.


Estaban a punto de concretar el plan que lo elevaría a él a la categoría de leyenda
y ella consumaría su obra de arte.

Todos sus planes se ejecutaban y estaba cerca el día en que pudiera


sentarse en silencio, suspirar y decir: lo he logrado.

Anastasia creía que cuando concretara su venganza alcanzaría la paz. Para


reconciliarse con la vida, necesitaba sentirse mano a mano con ella, de otro modo,
todo le parecería mediocridad y resignación, el sentimiento que más repudiaba.

VI

Pero sucedió un día en que Gabriel intentaba encontrar la mejor forma de


conseguir arsénico y se paseaba de un lado a otro por el primer piso de la casa,
que el sonido de unos leves golpes en los cristales de las ventanas que daban
hacia el jardín, lo sacaron de su ensimismamiento.

Cuando salió a ver de qué se trataba, se encontró con el jardín de su casa


sembrado de cientos de barcos de papeles de colores.

Apenas se percató del fenómeno corrió hasta la entrada y salió a la vereda


para descubrir al autor de aquel extraño suceso; pero en la vereda no había nadie.

Recogió uno a uno aquellos barquitos de papel, sin saber que pensar.

125
Aquella noche, le costó conciliar el sueño y por primera vez en mucho
tiempo, pensó en su madre, en cómo habría sido su vida, si ella no hubiera
muerto.

A la mañana siguiente se despertó muy temprano, caía una leve llovizna, y


se preparó un café en silencio, para no despertar a Anastasia.

Recordó los barquitos de papel y algo sonrío en su interior. Decidió salir a


mirar el jardín y esta vez, sobre el pasto se repartían cientos de flores de papel de
todos los colores.

Completamente desconcertado, dejó caer la taza con café y salió corriendo


a la vereda, al notar que la puerta del jardín hacia la calle estaba entreabierta,
como si recién alguien hubiera salido por ahí.

Aquellas flores le causaron mayor impresión que cualquier cadáver. En su


vida resultaban más familiares las arañas que los papeles de colores.

A pesar de todo lo que corrió, otra vez no encontró a nadie a la vista y


acababa de cerrar nuevamente la puerta del jardín muy consternado cuando
escuchó que una voz del pasado, repetía su nombre:

¡Gabriel!

VII

Se dio media vuelta y mirándolo desde el otro lado de la puerta afirmada de


los barrotes lo observaba Josefina.

Estaba muy diferente a como la recordaba, pero indudablemente se trataba


de ella.

Gabriel se acercó despacio, hasta que quedaron frente a frente muy juntos,
separados solamente por los barrotes de la reja.

126
-Vengo por mi zapato-

Le dijo esbozando una sonrisa Josefina.

Entonces un fuerte sollozo salió de la Garganta de Gabriel, cuya entereza


fue desmoronándose de a poco, hasta terminar sentado en el pasto, balbuceando
entre el llanto palabras inconexas que expresaban mejor su sentir, que el discurso
más elocuente.

Josefina abrió la puerta del Jardín se sentó junto a él, apoyó la cabeza de
Gabriel en su regazo y lo dejó llorar hasta que fue capaz de ponerse en pié y
juntos salieron a la calle.

VIII

Caminaron por el puerto todo el día. A veces reían de buena gana y a veces
simplemente compartían el silencio.

Pasearon por la feria de av. Argentina, Josefina compró frutas y


desayunaron naranjas y plátanos en el cerro Mariposas.

Recorrieron todo el camino cintura a pié hasta llegar al cerro Alegre y en el


paseo Atkinsons, Josefina sacó papeles de colores y comenzó a fabricar
avioncitos que Gabriel lanzaba con auténtico gozo, cerro abajo, viendo como se
perdían entre las azoteas de los edificios o volaban arrastrados por el viento hasta
perderse de vista.

Al atardecer, fueron a un parque de diversiones itinerantes que se había


instalado en la ciudad. Josefina lo tomó de la mano y juntos se subieron a la rueda
de la fortuna. Se divirtieron observando cómo aparecían las luces de los cerros a
mediad que subían y como desaparecían a medida que bajaban.

127
Josefina apoyó su cabeza en el hombro de Gabriel y antes que la rueda
comenzara a dar la vuelta nuevamente, le dijo al oído:

Hay días en que la vida es buena, con eso basta.

Llegada la noche, Gabriel acompaño a Josefina hasta el terminal de buses


y esperó que el bus partiera mientras ella le decía adiós por la ventana.

Después, Gabriel caminó por la ciudad que dormía, sintiendo que el mundo
se había abierto ante él. Pensó en la inmensa cantidad de lugares y cosas que
desconocía, pensó que nunca había estado en la montaña, que las montañas
podían ser un buen lugar y sin regresar ni siquiera a buscar equipaje, fue en busca
de ellas.

Desde entonces, no lo he vuelto a ver.

IX

Anastasia, esperó en una angustia feroz durante diez días, donde envejeció
diez años cada día.

Cuando terminó de convencerse que Gabriel la había abandonado, se veía


como una anciana, pero de todas formas tuvo la fuerza para cavar un agujero en
el jardín, del tamaño suficiente como para recostarse comodamente y dejarse
morir en él.

Nadie la había recibido al llegar a este mundo y nadie la despediría


tampoco.

De vez en cuando kurova, a través de nuestras conversaciones nocturnas


por la ouija, me dice que se ha encontrado algunas veces con Anastasia por los

128
valles de la muerte, solitaria y cabizbaja, que ha tratado de hablarle pero
Anastasia se escabulle.

Kurova también me ha dicho que pronto la muerte vendrá por mí, pero que
nuestro hijo vive y que alcanzará la sabiduría.

Pero es Ovidio quien más se contacta, él me ha pedido muy


insistentemente que ordene todos los antecedentes que he reunido durante estos
años y narre la historia de cómo un niño fue convertido en asesino, para enviarle a
usted estos escritos y así pueda explicarse su misterioso suicidio y lo deje
descansar en paz.

Le manda a decir que busque detrás del espejo del baño y encontrará las
fotos que les tomó desnudos a los niños en la piscina en su juventud. Una de esas
fotografías debe ser el único retrato que existe de Anastasia Pérez, el único
vestigio de su paso por la tierra.

A cambio, ofreció buscarme en el más allá a Walter Elías Disney.

Desde entonces, mis días han sido felices. Paso las tardes hablando con
los muertos a través de la ouija, quienes me han entregado todos los detalles para
hilvanar este relato.

Además, por fin he logrado comunicarme con el viejo Walt y hemos


aprendido a llevarnos bien. Siempre me dice que siga escribiendo, que es un
derecho de los hombres inventar sus propias historias y creer en ellas, porque si
hay algo que ha aprendido con la muerte, es que en la vida, hasta las cosas más
sagradas, no son más que puros cuentos.

129

Potrebbero piacerti anche