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SITUÁNDOME

Según la perspectiva de las ciencias sociales todo estudio presenta una dimensión subjetiva
destinada a incidir en todo el proceso de investigación, desde la elección del tema a tratar,
hasta los resultados finales del proyecto.
El ojo que observa no es neutro, por lo tanto no existe objetividad.
Es conveniente por lo tanto que quién efectúa un estudio presente una declaración de
intenciones y una mínima presentación personal, para ofrecer, a quién lee, un marco en el que
encuadrar el producto de su trabajo.
Este discurso se asemeja a la concepción de campo que ofrece la Terapia Gestalt para la que
no existe una realidad objetiva que experimentar, ni individuas neutros que la experimenten: el
foco de atención está puesto en la interacción dinámica entre el sujeto y el ambiente, único
factor que crea y da significado a la realidad fenomenológica.
Empiezo por lo tanto este trabajo situándome y contando un poco el proceso que me ha traído
hasta aquí.
Soy la tercera de una hermana y un hermano mayores, con las que me llevo cinco y tres años.
Desde la primerísima infancia mi referente ha sido mi hermano; de él he aprendido a hablar, a
experimentar y a opinar sobre el mundo, a ir en bici. Me he criado pensando que era como él,
actuando como él y pensando que el mundo me iba a devolver el mismo trato que le destinaba
a él. Las fisuras no tardaron en aparecer.
Me ha llevado años darme cuenta de las contradicciones que fui estructurando en mi carácter
respeto a mi identidad de género, lidiando entre discursos explícitos y mensajes implícitos,
entre mi autoconcepto y mis conductas objetivas, y mucho trabajo me queda aún por hacer.
Con dieciséis años participaba en el colectivo del Interzona, el centro social de mi barrio en
Roma, y ahí empecé a participar en el primer grupo feminista que jamás había conocido;
leíamos, compartíamos experiencias, hacíamos acción directa y participábamos a las
manifestaciones con nuestras propias pancartas. En estos años vivía la contradicción fuerte de
estar abriendo una consciencia reivindicativa muy rompedora y totalmente nueva para mí, a la
vez que, bajo el miedo invisible del rechazo social, seguía reproduciendo muchos de los
esquemas de conducta femenina propios de mi aprendizaje, si bien matizándolos y
travistiéndolos un poco para que no fueran tan evidentes. El conflicto interno entre lo que
estaba descubriendo y el modo en el que respondía a las presiones externas, iba abriendo en
mí una brecha molesta, por no decir dolorosa, que me llevó a ponerme una coraza de defensa

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muy grande. Balones para fuera. Pasaron unos años de negación (años en los que me empeñé
a demostrar a mi misma y a mi entorno que no existía ninguna diferencia entre yo y cualquier
chico) hasta que, con veinte años ya cumplidos, volví a retomar el tema.
Desde entonces y hasta la actualidad he tenido, en cualquier lugar en el que haya vivido, un
grupo de mujeres con el que reflexionar y crecer, con ellas me he nutrido, me he aprendido, me
he resignificado, me he reído, me he enfadado y me he ido abriendo espacio. Con el pasar del
tiempo y con la conquista de mis primeras autonomías, he aprendido la difícil labor de ir
forjando identidades nuevas, aceptando que para esto no existe un capítulo final, que el
contraste entre tensiones diferentes será siempre una constante, y que el camino se hace al
andar. A veces los introyectos de género son como chicles: imposibles de tragar a no ser por
distracción. Y como chicles tampoco es conveniente escupirlos al suelo así no más: si los
llegas a pisar los acabas arrastrando de todas formas. A veces es necesario aprender a hacer
pompas con ellos, de forma creativa y libre, y el aire que se le sopla adentro, es el aire de cada
una.
Soy antropóloga de formación, y mis estudios se han especializado en la antropología del
género, tanto en el ámbito de las tradiciones populares italianas que en el contexto indígena de
México en el que efectué los estudios para mi licenciatura, y en donde me quedé a vivir durante
siete años.
En México seguía con mi proceso personal con grupos de mujeres y amigas, a la vez que
empecé a participar a un proyecto de salud sexual y reproductiva dirigido a mujeres indígenas.
Comencé entonces a dar mis primeros talleres de género e inmenso es el aprendizaje que me
llevé de las experiencias de las mujeres con las que he trabajado, descubriendo nuevas formas
de resistencia y de inventarse como sujetos mujer adentro de una tradición cultural fuertemente
diferente de la mía. He aprendido a conocer otras formas de feminismos y a entender como las
respuestas pueden ser diferentes según el marco cultural en el que se inscriben.
Vino luego el trabajo como formadora en género y sexualidad en una escuela indígena, y
empecé a trabajar con adolescentes y niñas, descubriendo la importancia de una educación al
respeto desde la más temprana edad, y nutriéndome de la creatividad que puede surgir de ello.
En el año 2008 empecé en Chiapas un proyecto de investigación de campo sobre la violencia
específica vivida por las mujeres indígenas en un contexto de conflicto armado, trabajaba
haciendo entrevistas para que muchas historias de vida silenciadas salieran a la luz; el dolor
que sentía frente a ello, la confusión que derivaba en rabia y agotamiento, la incapacidad de

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digestión, el miedo, las pesadillas, los rechazos y el bloqueo a seguir con ese trabajo me han
llevado a empezar un proceso de terapia individual.
Así llegué a la Gestalt.
He abierto entonces un proceso de exploración personal, entendiendo, entre otras muchas
cosas, cuáles partes de mi estaban afectadas por la vivencia de estas otras mujeres, y cómo
estaba reaccionando frente a ese dolor.
Fueron las ganas de aprender herramientas terapéuticas capaces de acompañar a procesos
personales y colectivos de duelo y afirmación de otras mujeres las que, en principio, me han
empujado a formarme como terapeuta gestáltica. No podía seguir trabajando con mujeres,
abriendo temas tan complejos y traumáticos, sin saber cómo reconducirlos a nivel terapéutico y
grupal.
Muchas cosas han pasado desde entonces, la formación me ha ofrecido nuevas perspectivas y
ganas de trabajar en procesos de salud más abiertos (y también con hombres), sin embargo
las ganas de explorar este tema son para mí inagotables.
He empezando la formación pensando que mi trabajo personal con respeto al género había
llegado a un punto satisfactorio de integración, pero una vez en el grupo me he visto
peleándome con sospechosa violencia con la forma en que la Gestalt suele abordar el tema de
género, una polaridad entre otras, lejana del enfoque político de denuncia y reconocimiento del
valor social que me es familiar.
Recuerdo el taller de polaridades de primer año, el trabajo de exploración de la polaridad
masculina (en el caso de las mujeres) y la rabia que sentí al ver la poca importancia que se le
daba al dolor que esa polaridad puede suponer en la vida de una mujer. Y también me
enfadaban (y me siguen removiendo) conceptos como los de energía masculina y femenina,
que en mi opinión cristalizan una visión cultural y políticamente estructurada de divisiones
arbitrarias y limitantes (¿porque lo femenino es pasivo y receptivo y lo masculino activo e
invasivo? ¿No serán esas definiciones un modo para perpetrar una imposición de los roles?
¿Basta decir que cada persona posee ambas partes para limpiar la obligación de reflejar la una
o la otra en las conductas de cada día? ¿No podríamos hablar de yin y yang, y punto? ¿Qué
responsabilidad tenemos en perpetrar este tipo de lenguaje?).
El progresivo darme cuenta de cómo esas preguntas actuaban en mí me ha llevado a entender
que no estaban funcionando sólo a nivel intelectual, sino que llegaban a tocar una parte todavía
dolida de mi, y que mi respuesta individual era, una vez más, terreno para la terapia.

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Me enfadaba a nivel teórico mientras mi sentimientos peleaban por ser escuchados...
proyecciones, deflexiones, negaciones... para no darme cuenta de todo el camino que aún
necesito recorrer para ir poniendo conciencia a esta parte de mi mundo. No era por lo tanto
reclamar que se pusiera atención al dolor que “esa polaridad puede suponer en la vida de una
mujer”, sino poner atención yo misma al dolor que esta polaridad supone en mí.
Y así he ido poniendo consciencia, poco a poco y con muchas resistencias, a la importancia de
trabajar a nivel personal estos sentimientos, masticando antes que todo el introyecto de que
personalizando mi propia vivencia despojaba ese tema de una visión política.
He ido así aceptando la necesidad de revisar mi propio proceso: ¿cómo podía ser que a pesar
de tantos años de reflexión y práctica feminista todavía me dolieran cosas de mi condición de
mujer? ¿Qué caminos toman mis sentimientos relacionados a mi propia experiencia sexuada?
¿En qué modo actúan y para qué? Muchas capas hay que pelar todavía, mientras reconozco y
acepto que la cuestión identitaria de género es para mí la figura de una Gestalt que
probablemente se quedará eternamente inconclusa. Descubrir la rabia que se esconde detrás
de muchas tristezas, ver cómo el hecho de ser mujer siga siendo un eje de autopercepción
todavía no del todo llevado a consciencia, me ha dado a entender la importancia de construir
un camino personal de terapia, vuelto a acompañar las bases teóricas del feminismo.
Una cosa no quita la otra. Rescatando la celebre frase de Kate Millet, “lo personal es político”,
he ido aceptando el hecho de que el foco de interés de la Gestalt no está en la dimensión
social y política de los eventos, sino en la individual y experiencial. No me quedaba otra que
seguir explorando mis propios senderos interiores para luego crear un puente hacia un discurso
más compartible: esto es lo que la Terapia Gestalt, desde este punto de vista, me estaba
ofreciendo; no es poca cosa.
La Gestalt trabaja con una perspectiva holística de la persona y de su relación con el mundo, y
este modo de entender las experiencias psicológicas (físicas, cognitivas y emocionales) se
acerca a la visión social de las ciencias humanisticas de las que procedo; el trabajo conjunto de
esas dos disciplinas permite delinear con mayor eficacia el concepto gestáltico de Campo,
abriendo un diálogo entre sus polos individuo/ambiente. Esta visión interdisciplinaria abre la
posibilidad de acompañar la reflexión teórica feminista por una personalización de la
experiencia de género, y al revés. El contexto social no es otra cosa que la visión que cada
persona genera de él; así como las personas son el fruto de su relación con el contexto en el
que se desenvuelven. Y las dos cosas no son separables sino que juntas construyen la única

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realidad posible, tanto desde un punto de vista social, como psicológico: el mismo cambio
político, para ir completándose, necesita un recorrido personal.
En este trabajo quisiera abordar el modo en el que los procesos sociales de construcción de
género, además de apoyar la construcción de una sociedad neurótica en sí (porque no
entretiene con sus miembros una relación de recíproca satisfacción de las necesidades),
influyen de manera sesgada en la percepción y la experiencia del mundo para las mujeres, y
cómo el enfoque gestáltico puede favorecer un trabajo de liberación de las condicionantes
opresivas que están en sus raíces.
No podemos ignorar que la pertenencia de género juega como un factor importante de la
experiencia de nuestras pacientes, siendo el género uno de los organizadores sociales
primarios que define (como todo introyecto) la percepción y la organización subjetiva de la
experiencia fenomenológica. Es una cuestión política, y una cuestión de salud personal, cuya
importancia me gustaría rescatar con este trabajo.
El discurso de este trabajo sería extensibles a hombres, pero por práctica feminista, por
experiencia personal, y por posicionamiento político, me centraré en el trabajo con mujeres,
tanto a nivel personal como grupal, ya que no hay que olvidar en ningún momento que a la
base de todo está el hecho de que las categorías de género no son solamente una forma de
organizar la experiencia social de hombres y mujeres, ni sólo una herramienta analítica que
establece el origen cultural de las diferencias sociales que se atribuyen a los sexos, sino una
forma política de jerarquización y perpetración de un sistema de opresión y privilegios.
Cuando necesario, optaré por el uso del femenino genérico como forma de evidenciar la
discriminación implícita que ponemos en acto con el uso del lenguaje masculinizado, ya que el
lenguaje es una de las instancias a través de las cuales el ser humano construye la realidad.

CONCEPTOS
 
Usemos como base el supuesto fundamental de las ciencias sociales, es decir que el ser
humano es un animal que vive en sociedad, y que la pertenencia a una determinada
sociedad, microsociedad o grupo, significa reconocer, de manera conforme o antagonista, un
conjunto de significados culturalmente codificados que establecen los valores y las normas de
dicha sociedad, garantizando su reproducción en el tiempo1.

                                                                                                                       
1
Clifford Geertz, Interpretazione di culture, ed. Il Mulino, Bologna, 1998.
 

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No puede existir una sociedad que no se apoye sobre específicos significados culturales, así
como no puede existir una cultura sin individuos – una sociedad – que se reflejen en ella.
Los códigos culturales que una formación social propone inciden profundamente sobre los
sentimientos, las categorías cognitivas, las percepciones, la interpretación de la realidad, la
identidad y las convicciones de cada uno/a de sus miembros, hasta el punto de generar una
compartida sensación de total inconmutabilidad de los mismos. En términos gestálticos
estamos hablando de un conjunto de introyectos de difícil elaboración consciente.
La realidad observable, y con ella la supuesta realidad no observable, los fenómenos
atmosféricos, el envejecimiento de los cuerpos, la muerte, la reproducción generacional, las
sensaciones físicas, los conflictos y, a fin de cuentas, toda la experiencia que se tiene del
mundo, ha suscitado la reflexión de hombres y mujeres de cada tiempo y lugar, dando vida a
formas específicas de interpretación de la realidad, formas que se traducen en aparatos
culturales: la realidad fenomenológica es por lo tanto sujeta al proceso de análisis y
construcción cultural y participa ella misma al conjunto de significados que subyacen a una
determinada cultura. El dato empírico no lleva de por sí algún significado; la atribución de
éste es una opción propiamente cultural: las diferencias culturales nos hablan de profundas
diferencias de significado, capaces de plasmar la misma naturaleza de la realidad. La
construcción de los sujetos mujer y hombre es parte de este mismo proceso.
Vamos a revisar los conceptos básicos que nos permitirán construir un enfoque de género en
la lectura de la experiencia que tenemos de nuestra realidad cotidiana, íntima y social.

PATRIARCADO

Desde las ciencias sociales se nombra patriarcado a toda aquella sociedad que se basa en
una estructura de dominio de lo masculino sobre lo femenino, sustentada en normas de
conductas, valores y símbolos androcéntricos.
El fundamento de dicho sistema de gobierno interno a la sociedad es la autoridad masculina
en la esfera pública y privada (derecho político y simbólico de los varones en virtud de ser
varones, más allá de otras jerarquías sociales como pueden ser la raza y la clase), y su base
económica es la unidad familiar -extensa o nuclear- ahí donde hasta tiempos recientes, y
todavía en muchas áreas del mundo, los bienes privados sólo podían ser propiedad de
hombres.

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Los pilares en el que este sistema se ha fundamentado en occidente son la patrilinearidad, es
decir, la descendencia masculina de la prole (para muchas teóricas vista como el objetivo
mismo y la necesidad básica que justifica la sociedad patriarcal), a menudo reforzada por la
norma de la patrilocalidad (residencia de la unidad matrimonial con la familia del marido), la
norma de la monogamía y de la heterosexualidad, el control masculino sobre los derechos
sexuales y reproductivos de las mujeres, y la división sexual del trabajo (con asignación a las
mujeres de los trabajos reproductivos invisibilizados, como son los de la esfera doméstica y
de los cuidados, o generalmente los trabajos de asistencia, menos remunerados, con
consecuente dependencia económica de estas a los varones).
Estos factores socio económicos designan y a la vez perpetúan el sistema patriarcal,
funcionan en un red de interrelación y no es posible establecer una relación causal entre
ellos.
En este marco podemos hablar de una apropiación masculina de la fuerza productiva de la
mujer, a la que se puede incluir su capacidad reproductiva. El dominio masculino (patriarcado
significa literalmente “dominio de los padres”) involucra tanto la esfera doméstica (¿quién
lleva aquí los pantalones?) como la esfera pública (recordamos, a modo de ejemplo, que el
sufragio universal en España data al año 1931).
A lo largo de la historia las formas de patriarcado han sido varias y los puntos mencionados
pueden asumir matices y vivenciar cambios, sin embargo los contenidos por ellos vehiculados
permanecen estables en los nuevos sistemas.
Como todos sistemas políticos y económicos, el patriarcado para ser efectivo y perpetuarse
en el tiempo necesita de un aparato de normas y leyes que lo sustenten y de un conjunto de
representaciones culturales, valores, usos, costumbres, ideas, prejuicios, símbolos que lo
avalen.
El punto de partida sine qua non es la construcción rígida y binaria de las identidades
hombre/mujer: hace falta para promover este sistema una división, clara y permanente, de
dos categorías que se constituyen como dicotómicas, complementarias (por lo tanto
incompletas), excluyentes y jerárquicas. En términos gestálticos se pone en acto un
mecanismo de polarización reforzado por mensajes constates que actúan en forma de
introyectos en la vida de mujeres y hombres.
La complementariedad entre los dos sexos, asociada al control jerárquico de los recursos
económicos y simbólicos, dibuja un cuadro de dependencia de lo femenino a lo masculino
que constituye en sí una violencia estructural hacia ellas.

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Para garantizar la permanencia del vínculo familiar mono-hetero-conyugal (que hemos visto
ser la base económica de este sistema) son múltiples los mandatos sociales que actúan,
utilizando, para confirmarse, el control sobre la esfera afectiva y sexual de las mujeres.
Los ejemplos principales de los mandatos que sustentan la institución familiar a través de
mecanismos emocionales son la presión social al matrimonio (mito y estigma de la mujer
solterona) sujeto a la norma de la fidelidad, y la heterosexualidad obligatoria (que en algunos
tiempos fue dirigida sólo a mujeres).
También la construcción del deseo es parte de este aspecto, presentando en nuestra cultura
actual un sesgo cultural y político muy fuerte; el deseo erótico y la necesidad de gustar son
fuertes educadores sociales que actúan desde la infancia y con extremada fuerza a partir de
la adolescencia; en una sociedad heteronormativa la necesidad de aceptación o el miedo al
rechazo por parte del sexo opuesto, moldean y limitan las conductas individuales.
El juego de seducción es un ejemplo claro de las pautas sociales que interfieren en las
expresiones individuales, y a nadie resultará nueva la retórica del hombre cazador y de la
mujer tierra virgen a conquistar.
A todo esto se refiere la teórica feminista Kate Millet cuando, en 1969, define las relaciones
sexuales como relaciones políticas basadas y reforzadas por diferentes instituciones públicas
y privadas2 .
El aparato político y económico, como dicho antes, necesita de una serie de valores e
ideologías que lo sustenten y que veremos más adelante en el apartado de “estereotipos de
género”. Baste aquí mencionar que la sociedad patriarcal se basa en el principio absoluto de lo
masculino genérico alrededor del cual se construye el sujeto femenino como sujeto carente.
El pensamiento feminista, la aportación de marcos teóricos interdisciplinarios en relación al
binomio masculino/femenino, los movimientos sociales de liberación de las mujeres, la difusión
de un discurso de igualdad y derechos, ha creado significativos cambios respeto a la condición
de las mujeres en el corso del tiempo. Es difícil generalizar este discurso en cuanto a lugares,
culturas, experiencias individuales y colectivas (y aquí menciono la intersección de las
identidades de clase, de raza, de opción sexual, entre otras); sin embargo hasta las personas
que jamás se han interesado a la política feminista serían indudablemente dispuestas a
declarar que la situación que vivimos actualmente las mujeres en nada se parece a las vidas de
nuestras abuelas y que los derechos y las libertades ya no tienen sesgo sexual.

                                                                                                                       
2
  Kate  Millet,  Política  sexual  ed.  Cátedra,  Madrid,  2010.  

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Y se abre aquí un terreno peligroso y resbaladizo, en el que la perspectiva feminista necesita
afinar su mirada, reconociendo la opresión con parámetros que necesitan ser actualizados para
no morir en una vuelta de página y cierre prematuro del capítulo.
“La mujer es un hombre enfermo” decía Aristóteles en el III siglo a. C.; mucha agua ha corrido
bajo el puente desde entonces, pero sería cuanto menos ingenuo pensar que milenios de
historia puedan haber sido cambiados en pocas décadas de reflexión y acción política.
Las instituciones públicas, la Iglesia, la familia (como unidad mínima de reproducción social),
los medios de comunicación siguen trasmitiendo mandatos con fuerte sesgo de género que, si
bien transformándola y adaptándola, perpetúan la organización socio económica patriarcal.
Violaciones y feminicidios son los aspectos más extremos de un aparato socio-cultural que
delinea un cuadro en el que la violencia estructural hacia las mujeres resulta ser parte de la
misma estructura funcional, y data el año 1993 la Declaración de las Naciones Unidas para la
Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que redacta: “La violencia contra las mujeres es
la manifestación de relaciones de poder históricamente desiguales entre los hombres y las
mujeres, que han llevado a la dominación y la discriminación contra las mujeres hecha por los
hombres y a la evitación del completo avance de las mujeres…”.
A través de estrategias culturales que veremos en detalle más adelante, podemos decir que
la sociedad patriarcal, de forma sistemática, priva a las mujeres de su autoapoyo, para
generar una dependencia estructural que las hace constantemente vulnerables. Lo mismo
podemos decir respeto a los varones, pero no nos olvidemos que estamos hablando de un
conjunto social que se basa en el poder de ellos, así que las ventajas explícitas de ser varón
en una sociedad patriarcal matizan de alguna manera mi atención sobre este punto.
 
 
SEXO

Según la definición de la OMS: “«sexo» se refiere a las características biológicas y


fisiológicas que definen a hombres y mujeres. [...] Por lo tanto «macho» y «hembra» son
categorías sexuales”.
Cuando hablamos de sexo nos referimos comúnmente a todas las características físicas
(observables o no) que permiten diferenciar a nivel biológico las categorías hombre y mujer,
con especial énfasis puesta en la capacidad reproductiva.

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Recientes aportaciones de la teoría y práctica feminista, así como estudios desde diferentes
campos de la medicina, han abierto una discusión sobre la presunta objetividad de este
factor, reforzando la idea que a la raíz de la distinción macho/hembra opera una necesidad
social de categorización.
Para explicar este punto será útil abrir una breve reflexión alrededor de las identidades
intersexuadas.
En los seres humanos los atributos físicos que establecen el sexo biológico son los genes
que determinan el sexo son los cromosomas sexuales, el antígeno H-Y, las gónadas, las
hormonas sexuales, los órganos reproductores internos y los genitales externos. Desde esta
base pueden diferenciarse al menos cinco categorías biológicas con respeto al sexo: sexo
cromosómico, sexo gonadal, sexo hormonal, sexo de los órganos internos y sexo
determinado por la apariencia de los órganos externos3.
El sexo de una persona es por lo tanto la suma secuencial de una serie de procesos
interdependientes y la posibilidad de nacer con un aparado sexual intersexuado involucra una
porción significativa de la población mundial. Es difícil establecer la incidencia de este factor en
números; por un lado por la falta de criterios establecidos (la combinación de las categorías
biológicas que se refieren al sexo son tan variadas y complejas que todavía no existe un
acuerdo para su clasificación), y por el otro la evidencia de que, cuando una persona nace con
un aparato intersexuado, la práctica y la exigencia tanto de las madres (y padres) como de las
médicas, es la de intervenir a nivel quirúrgico para reconstruir un aparado sexual que permita
clasificar la persona neonata como varón o hembra. Como decía una amiga obstetricia
cofundadora del proyecto Transit: “del paritorio no sale nadie sin un sexo asignado”. Aun a
falta de datos definitivos se estima que una niña/o sobre 2000 nace con aparatos genitales
externos que no son reconocibles para una persona adulta, mientras hasta un 1,7% de la
población presentaría a nivel físico alguna variación de lo que se considera totalmente
femenino o masculino.
La reacción médica y social de negación de la intersexualidad hace evidente como a la base de
la binarización de la realidad sexuada se halle una necesidad fuertemente estructurada en
nuestra cultura y refuerza de manera significativa la visión de la identidad mujer/hombre como
necesidad social y construcción cultural, una performance de opuestos, que empieza desde el
momento de nacer e incluso en los meses de vida intrauterina, en función del sexo

                                                                                                                       
3
   Claude  J.  Migeon,  Amy  B.  Wisniewski,  Sexual  Differentation,  from  Genes  to  Gender,  1998.  

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diagnosticado (la mayoría de las veces sólo en función de los genitales externos). ¿Cuántas
personas se han sometido a un estudio exhaustivo para definir su sexo biológico en base a
todos los factores que en ello inciden? No son matices que suelen interesar: considerar la
posibilidad de la existencia de subjetividades ni mujeres ni hombres abriría un campo de
reformulación demasiado profundo4.
Otro elemento que engrandece el debate sobre la presunta existencia de dos únicos sexos es
él que trajo a la luz, en los últimos 20 años, la aparición pública del movimiento transexual. Es
un tema muy amplio que merecería un estudio aparte, y aquí lo usaré sólo para abrir algunos
puntos de reflexión.
En el imaginario colectivo la persona transexual es la que efectúa una serie de intervenciones
medicalizadas (hormonación, masectomía, mamoplastia, cambio de los genitales externos)
con la finalidad de cambiar el propio sexo biológico por el sexo opuesto, deseado. La realidad
nos cuenta otra cosa: existen muchas personas que no se identifican ni con la identidad del
su sexo biológico, ni con la que es asignada al sexo opuesto; son personas que deciden
mantener una identidad de tránsito que no ocupa una categoría sexual socialmente
establecida, sino que buscan su propio lugar adentro de la polaridad que representan los dos
sexos; en términos gestálticos, son personas que buscan, a nivel físico e identitario, su propio
vacío fértil, su punto cero.
La visibilidad de las personas trans nos habla de una cantidad importante de individuos que
no se siente identificada en las categorías binarias hombre/mujer y el movimiento
transfeminista, nacido alrededor de los años '90, cuestiona la falta de libertad social para
poderse mover adentro de un abanico más amplio de autorepresentación. No existe baño, no
existe formulario que rellenar, ni forma de vestir, ni documento de identidad que no pida una
declaración de la propia identidad sexual basada en las dos categorías fijas del orden binario
mujer/hombre.
Volviendo a la visión dicotómica de los dos sexos, podemos avanzar otro tipo de
cuestionamiento, avalándonos de la aportación del feminismo de las diferencias sexuadas
que, a partir de los años '90, y si bien atribuyendo centralidad a los cuerpos mujer/hombre
como lugar de construcción de las identidades sexuadas, ofrece una lectura del cuerpo
femenino no desde una perspectiva fenomenológica, sino propiamente histórica y cultural.
Modificable en virtud de la interpretación que cada cultura propone de él, el cuerpo femenino
                                                                                                                       
4
Para un estudio sobre la identidad intersexuada véase: Suzanne J. Kessler, La costruzione
medica del genere: il caso dei bambini intersessuati, en Simonetta Piccone Stella e Chiara Saraceno,
Genere. La costruzione sociale del femminile e del maschile, ed. Il Mulino, Bologna, 1996.
 

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no está visto como un elemento dotado de una objetividad intrínseca, universalmente dada,
sino como un elemento fluctuante, sujeto a variables interpretativas, participe en la
construcción del significado de género.
Las especificidades físicas de los sexos, por lo tanto, poseen sí un significado propio y
particular que condiciona y modifica las percepciones que el sujeto sexuado tiene del mundo,
sin embargo ese significado no sería autónomo y relacionado con la esencia biológica, sino
más bien es una construcción simbólica culturalmente producida. En este sentido el cuerpo
femenino – y masculino – constituye una variable más en la construcción de los significados
de género.
Comprender la concepción que cada cultura atribuye al cuerpo permite entender qué
significa, en su interior, ser hombre o mujer; ya que “diferencias hasta leves en la concepción
del cuerpo pueden influir de manera determinante en el significado de macho o hembra y, por
consecuencia, comportan diferencias fundamentales a nivel de discriminación sexual”5.
Junto con el cuerpo biológico será por lo tanto necesario considerar el cuerpo social, es decir
la representación que la cultura propone del cuerpo humano: su significado es transitorio y no
desvinculable de su contexto.
Esta lectura de los cuerpos hombre/mujer, si bien cuestiona el concepto binario de
categorización de los mismos, permite romper la visión biologicista que definía una presunta
e incuestionable naturaleza de los cuerpos sexuados.
La naturaleza biológica de los sexos adquiere así significados diferentes según el contexto
cultural que la observa e interpreta; el sexo biológico es parte de aquella realidad empírica
alrededor de la cual cada cultura ha construido un conjunto coherente de valores, que regula
y delimita el significado social asignado a las categorías mujer y hombre y los estudios
antropológicos ofrecen muchos elementos para reflexionar alrededor de posibles tipos de
relación entre sexos biológicos e identidades de género, demostrando que las culturas, en
cada tiempo y lugar, han articulado este proceso de maneras sumamente diferentes entre
ellas6.

                                                                                                                       
5
Linda Nicholson, Per una interpretazione di «genere», en Simonetta Piccone Stella e Chiara
Saraceno, op. cit.
6
Para un estudio comparativo entre construcciones de género culturalmente diferenciadas cfr.
Françoise Héritier, Maschile e femminile. Il pensiero della differenza, ed. Economica Laterza, Roma-
Bari, 2002; el autor recoge diferentes casos etnográficos en la búsqueda de la estructura profunda que,
según sus lineas teóricas, subyace a una hipotética universal cognición dicotómica del mundo, sobre le
cual se articula una escalera de valores binarios que clasifica e incluye la categoría mujer en
contraposición con la categoría hombre.
 

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Ser mujer o ser hombre significa por lo tanto asumir el conjunto de características que la
cultura a la que se pertenece atribuye a la categoría asignada, o por lo menos sentir en los
propios cuerpo, sentimientos y pensamientos, de manera placentera o frustrante, la presión
constante de las expectativas del modelo dominante.

GÉNERO

“Los hombres y las mujeres son, es obvio, diferentes. Pero no tan diferentes como el día y la
noche, la tierra y el cielo, el yin y el yang, la vida y la muerte. Desde el punto de vista de la
naturaleza los hombres y las mujeres son más parecidos los unos a las otras que a cualquier otra
cosa – a las montañas, a los canguros o a las palmeras de coco. La idea que sean diferentes
entre ellos más de cuanto cada uno de ellos lo sea de cualquier otra cosa debe venir de una razón
que no tiene nada que ver con la naturaleza”.
(Gayle Rubin)

La primera en abrir una brecha en la presunta naturalidad de las diferencias marcadas por los
sexos fue la filósofa existencialista Simon de Beuavoir, afirmando, en 1948, que “no se nace
mujer, se llega a serlo7”. Inspirándose a esta afirmación el debate feminista empieza a centrar
su reflexión en el origen sociocultural y político de la experiencia de ser mujer.
En este contexto nace la reflexión sobre el binomio “sexo-género”, cuya primera formulación
científica se remonta a la mitad de los años '70 a obra de la teórica feminista Gayle Rubin,
que propone la definición del género como de “un amplio conjunto de convenciones a través
de las cuales toda sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad
humana, en los que se satisfacen estas necesidades sexuales transformadas y se establece
una ordenación jerárquica de los géneros, un reconocimiento de las posiciones de género,
que perdura en el tiempo”8.
Con la asunción de las variables sociales y culturales en el análisis del proceso de
construcción de la identidad sexuada, el género y los sujetos masculinos y femeninos “se
reconocen en virtud no de cualidades intrínsecas sino de la posición concreta que estos
ocupan en la sociedad y en la cultura. Sus significados no son por lo tanto «arrogantes»,

                                                                                                                       
7
Simone de Beauvoir, El segundo sexo, ed. Cátedra, Madrid, 2006.
8
Gayle Rubin, The traffic in women: Notes on the Political Economy of Sex, En Rayna R. Reiter,
Toward an Anthropology of Women, Monthly Review Press, New York, 1975.
 

13  

 
permanentes, sino transitorios. En particular el sujeto mujer – cuya identidad social es
históricamente más problemática y más explícitamente, intencionalmente, puesta en
discusión – elabora su propia experiencia en la conciencia que el contexto en el que vive está
en continua mutación, mutación que ella misma contribuye a producir y que se refleja en su
misma identidad”9.
Este nuevo enfoque ha permitido liberar el sexo femenino del estatismo de las mismas
teorías feministas que habían encontrado la causa del desequilibrio relacional entre sexos en
las especificidades físicas de estos.
Con la introducción del concepto de género se empieza a considerar la desigualdad entre
sexos como el resultado de un ejercicio de poder y el discurso se abre de manera analítica al
campo de la política.
Además el uso de la categoría de género ofrece una herramienta más de análisis a las
ciencias sociales en el momento que nos permite ver cómo la realidad social se construye
como doble, binaria, constantemente sexuada, expresando la concepción del masculino y del
femenino en ámbitos culturales que se salen de lo puramente sexual.
El término “género” se refiere, por lo tanto, a la manera de considerar el sujeto sexuado como
el resultado de una agrupación variable de valores y significados que lo caracteriza, lo
clasifica, lo jerarquiza y que determina los destinos de los hombres y de las mujeres en las
diferentes sociedades10.
El género es por lo tanto una representación cultural, que contiene ideas, prejuicios, valores,
interpretaciones, normas, deberes, mandatos y prohibiciones sobre la vida de las mujeres y
de los hombres; y es una función del orden social, político y económico. Traduciendo este
concepto en términos gestálticos, podemos afirmar que existen introyectos socialmente
compartidos por lo que concierne la identidad de género de las personas.
Los campos implícitos, los mensajes sutiles (y no tan sutiles), la construcción del deseo y del
erotismo, de la aceptación social, de los roles familiares, de los modelos estéticos etc. se
vuelven el centro del análisis de los estudios de género.
Es posible por lo tanto realizar trabajos de reflexión colectiva con mujeres, sin embargo hay
que considerar que la construcción de la identidad de cada mujer es el resultado de la
interacción dinámica (no pasiva) entre diferentes variables, alrededor de las cuales se
articulan las reacciones individuales frente a los mandatos de género. Si bien las

                                                                                                                       
9
Simonetta Piccone Stella y Chiara Saraceno, op. cit: p. 24.
10
Mila Busoni, Genere, sesso e cultura. Uno sguardo antropologico, ed. Carocci, Roma, 2000.
 

14  

 
condicionantes de género son un factor generalizable que plantea una diferente percepción
del campo para hombres y mujeres, las respuestas individuales a tales introyectos, los
métodos de sobrevivencia -rechazo y aceptación, los mecanismos de defensa que ponemos
en acto- son tema para el trabajo terapéutico individual.
En el trabajo con grupos de mujeres y en los talleres de género para la infancia, es
importante establecer la distinción sexo/género como base de partida de todo el proceso. Con
la ayuda de un papel continuo o de una pizarra se realiza una lluvia de ideas sobre las
características que pensamos ser propias de hombres y mujeres, las escribimos todas sin
discriminar ni cuestionar alguna.
Sólo en un segundo momento se procederá, a través del debate, a distinguir las
características que podemos considerar biológicas y las que representan el conjunto de
actitudes y creencias a las que hemos sido educadas en cuanto a hombres y mujeres. Es
importante matizar para generar reflexión; varias veces, por ejemplo, sale como afirmación
que lo hombres tienen bigotes... es oportuno entonces insinuar la pregunta: ¿y cuántas
mujeres se los cortan? Cuánto hay de cultural en la estética del bigote? Lo mismo vale por la
mayoría de las afirmaciones... los hombres tienen la voz más gruesa y las mujeres más sutil,
los hombres son más fuertes, las mujeres más débiles... ¿cuánto de edificado hay sobre las
bases biológicas? ¿Cuánto participamos en ampliar y subrayar tales diferencias?.

IDENTIDAD

La identidad es la base de la auto-percepción consciente de cada unidad funcional, tanto si


hablamos de individuos como de grupos humanos.
Según Perls, “el sentido de identificación es probablemente el impulso de sobrevivencia más
primario11”.
El proceso de identificación es uno de los principales mecanismos a través del cual un sujeto
construye la percepción que tiene de sí y del mundo que lo rodea, y es un sistema de
codificación auto-referencial al sujeto que funciona de manera socialmente mediada (la auto-
percepción determina el comportamiento individual a la vez que genera reacciones
específicas en el entorno).
                                                                                                                       
11
Fritz Perls, El Enfoque Gestalt y Testigos de Terapia, ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile,
2013: p. 29.

15  

 
La formación de la identidad se mueve en un doble sentido, por un lado desde la aceptación y
la adhesión a normas y valores de los grupos o personas que consideramos afines, por el
otro desde la capacidad de ser únicamente en relación con lo diferente de sí. Un ejemplo de
identificación con base a la percepción de las diferencias puede ser la experiencia del viaje:
cuando llegamos a un país otro lo primero que nos salta a la vista son los detalles como:
“aquí no comen pan, comen tortilla”; mucho más difícil sería una afirmación del tipo: “vaya,
aquí también beben agua”. El contacto con la alteridad, la constatación de las diferencias,
definen y consolidan la identidad individual y la pertenencia a un grupo, a la vez que
construye la lectura que tenemos de lo Otro.
La construcción de la identidad es por lo tanto un proceso de categorización que se elabora
en el nivel de las imágenes socialmente compartidas, organizadas por códigos culturalmente
producidos que son además sujetos a una serie de atribución de valores jerárquicos. Las
categorías estructuran nuestro psiquísmo y nos permiten leer el mundo y ser leídas por las
demás.
El proceso de construcción de la propia identidad empieza en los seres humanos en los
primeros meses de vida (e incluso antes) y la representación de las diferencias sexuales es
un campo fundamental de ese lugar de contacto con una misma y con el mundo. El sexo es
de hecho una de las primeras categorías sociales que las niñas y los niños observan, visto
que “esta dimensión es relativamente simple, ya que sólo consta de dos grupos distintos, es
destacada perceptualmente y enfatizada por la sociedad, por lo que no es de extrañar que un
niño preste gran atención al género y conozca rápidamente los estereotipos de género.
Desde la primera infancia se desarrollan conductas tipificadas sexualmente”12.
No sobra aquí decir que en una sociedad patriarcal, en la que la norma está establecida por
la masculinidad, y las identidades femeninas se han ido construyendo como excepción
carente de ella, la percepción de las diferencias no tarda en convertirse en un sistema de
desigualdades.
El proceso de identificación involucra tanto el plan intelectual, como el físico y el emocional de
una persona.
Las identidades de género llaman en juego el terreno más amplio de la sexualidad
construyendo un vínculo directo con la esfera emocional que se verá fuertemente
caracterizado por ellas. Este es terreno de trabajo para la terapia, ya que “las emociones son
                                                                                                                       
12
Powlishta, K. K., Sen, M. G., Serbin, L. A., Poulin-Dubois, D., & Eichstedt, J. A., From infancy
through middle childhood: The role of cognitive and social factors in becoming gendered, Ed. Mark
Bennet, 2001.
 

16  

 
el lenguaje mismo del organismo; modifican la excitación o energización básica de acuerdo a
la situación ante la cual nos encontramos. La excitación se convierte en emociones
específicas y a su vez las emociones energizan la catexis y movilizan los medios que
tenemos para satisfacer necesidades”13.
Entender los automatismos de nuestras emociones nos permite revisar nuestra manera de
estar en el mundo.

ESTEREOTIPOS

Los estereotipos son una construcción cognitiva o socio-cognitiva acerca de los atributos
compartidos por un colectivo humano y su mantenimiento en el tiempo está garantizado por
un estricto mecanismo de premio y castigo.
Cuando hablamos de estereotipos de género nos referimos a las ideas socialmente
compartidas sobre las características que hombres y mujeres tienen que asumir en base a la
construcción cultural del género que les es asignado. El mecanismo que garantiza el
cumplimiento de los mandatos de género es el da la recompensa implícita de las ventajas
que conlleva el adecuarse a los estereotipos normativos, o el castigo social en caso de
incumplimiento.
Hombres y mujeres son valorados, premiados o castigados por comportamientos, intereses o
expresión de emociones distintos; a esto se le llama refuerzo diferencial de género.
Lo masculino y lo femenino se construyen como una polaridad en un sistema de
identificaciones; para ello lo estereotipos funcionan, a nivel íntimo y social, como un mecanismo
de proyección de todas las calidades que no pertenecen a la propia categoría de identidad.
Podemos decir por lo tanto que el proceso de estereotipación de género se basa en la
construcción de una polaridad que se avale de un proceso de introyección y proyección de sus
contenidos, generando una serie de mecanismos de defensa como respuestas individuales a la
experiencia de la relación con el entorno.
Vamos a ver ahora algunos de los estereotipos clásicos de género (en los que se articulan
variables individuales).

Feminidad en la cultura occidental Masculinidad en la cultura occidental

                                                                                                                       
13
Fritz Perls, op. cit.: p. 26.
 

17  

 
-Dulzura, ternura. -Fuerza, resistencia.
-Pasividad y dependencia (dificultad en -Actividad.
establecer límites). -Independencia y autosuficiencia (dificultad
-Indefensión (dificultad para ser asertivas, para pedir ayuda).
manifestar necesidades). -Impulsividad.
-Intuición y visceralidad -Racionalidad.
-Preocupación por lo concreto. -Habilidad para lo político y el trabajo en
-Sentimentalismo, con predisposición natural espacios públicos.
al amor. -Capacidad de pensamiento abstracto y
-Fuerza en la debilidad (manipulación simbólico.
emocional). -Descuido de la estética.
-Preocupación constante para la belleza, -Alto apetito sexual.
coquetería. -Incapacidad de cuidar de niños y personas
-Bajo apetito sexual. mayores.
-Sentido materno innato. -Mayor desapego emocional.
-Empatía, implícita capacidad para los -Falta de empatía (miedo a los vínculos).
cuidados (gratificaciones en el cuidado). -Autoconfianza.
-Manejo prioritario de lo relacional (desarrollo -Individualismo.
de un “yo” en relación). -Manejo prioritario de la agresividad en la
resolución de conflictos.

Estas características inhiben, entre otras Estas características inhiben, entre otras
cosas, el desarrollo de una actitud vuelta al cosas, el desarrollo de la esfera emocional
mundo exterior y significativas desigualdades y comunicativa (de expresión de las
a nivel de lo público y laboral. propias emociones).
Sentimiento negado: la rabia (al ser Sentimiento negado: el miedo (la angustia
interiorizada se transforma en culpa). ante la propia vulnerabilidad suele derivar
en negación de la dependencia y de la
fragilidad).

 
Las características físicas, el potenciamiento de rasgos estéticos, la performance de la
polaridad de género está embebida de esos estereotipos y tiende a cristalizarlos con un
 

18  

 
esfuerzo más o menos consciente de representación; cuando escuchamos frases del tipo “es
evidente que los hombres son más fuertes de las mujeres y que éstas últimas son más
livianas y agraciadas” cabe preguntarnos cuánto esfuerzo se esconde detrás de la
reproducción de esos imperativos. ¿Realmente la diferencia física es lo que impide que
mujeres trabajen en un andamio? ¿Es la masa corporal lo que hace que una mujer ocupe
menos espacio en un lugar público?14
El proceso de socialización de género es complejo y se produce a través de múltiples
refuerzos y modelos que, como hemos visto, se apoyan en diferentes instituciones públicas y
privadas: más allá de las dotaciones biológicas que pretenden definir las categorías
macho/hembra, el hecho de ser hombre o mujer implica un intenso recorrido de
culturalización, aprendizaje y aceptación de los estereotipos establecidos.
A lo largo de nuestra vida, desde la familia, la escuela, los medios de comunicación,
recibimos un mensaje constante, sutil o menos sutil, sobre cuáles son las características que
tenemos que cumplir o rechazar en base a nuestra pertenencia de género.
Los estereotipos se aprenden, y por tanto se interiorizan, en procesos de interacción social.
Tanto en la relación con las personas adultas, como con las iguales, aprendemos desde muy
temprana edad cuáles son los estereotipos y los consecuentes roles culturalmente asociados
a nuestro sexo, usándolos para guiar nuestras preferencias y conductas, en un juego de
relación entre el desarrollo del sentido de una misma y las expectativas externas.
Los juguetes y los deportes asignados desde temprana edad, la creación de determinados
vínculos afectivos, la forma de vestir y de actuar en la calle, la manera de hablar y
expresarse, los mensajes de las películas y la construcción de la idea de amor romántico son
sólo algunos de los mensajes a través de los cuales las personas van registrando una serie
de mandatos que contribuyen a formar y reproducir los estereotipos de género.

• FAMILIA
En términos antropológicos la familia es la unidad mínima en la que se reproducen las
normas de conducta de la sociedad, a la vez que la estructura fundamental en la que la
sociedad se sustenta: en ella se consolidan y se transmiten las normas culturales y cada

                                                                                                                       
14
Para reflexionar: si eres hombre, ¿cuál es tu forma de sentarte en el asiento de un autobús?
¿Cómo posicionas tus brazos, tus piernas? Si eres mujer, ¿cuántas veces consigues apoyar los brazos
en las orejeras de tu asiento? ¿Te has peleado alguna vez por ello?

19  

 
cultura conforma un tipo de familia que sea funcional a su objetivo básico de auto-
mantenimiento en el tiempo.
La familia es además el grupo primario de socialización, en su interior los niños y las niñas
aprenden desde temprana edad los comportamientos y los valores que les permitirán
estructurarse en la vida adulta; entre ellos los comportamientos relacionados al género.
Como grupo primario de socialización vemos como al interior de la estructura familiar mono-
hetero-parental se reproduzcan, en pequeña escala, todos los roles y estereotipos que la
sociedad atribuye a lo masculino y femenino.
Según el modelo tradicional de familia algunos roles asignados son:

Esposo/Padre: Esposa/Madre

- Cabeza de familia. - Rol conciliador.


- Figura racional. - Referente emocional.
- Referente de autoridad. - Responsable de los cuidados.
- Papel de proveedor. - Papel reproductivo (realiza trabajo en
- Rol disciplinador. casa, no valorado ni remunerado).
- Rol protector. - Tiene mayor contacto con lo privado
- Tiene mayor contacto con el orden social y (doméstico).
lo público. - ...
- No muestra sentimientos (frialdad).
- ...

 
Los niños y las niñas, sobre todo en los primeros meses de vida, aprenden por observación e
imitación; como señala la psicóloga italiana Elena Gianini Belotti15 dos son las fuentes de
aprendizaje: el trato directo del padre y la madre hacia el niño o la niña (diferenciado según el
género), y la relación que padre y madre entretienen entre sí y con el mundo externo a la
familia en base a su propio género.

                                                                                                                       
15
Elena Gianini Belotti, Dalla parte delle bambine, ed. Feltrinelli, Milano, 2009.

20  

 
Especial relevancia tiene la dimensión afectiva que rodea el aprendizaje doméstico y algunas
personas adultas son especialmente importantes en esa identificación que está mediada por
la emotividad.

• JUEGOS Y DEPORTES
“Desde el momento del nacimiento el bebé va a ser objeto de múltiples acciones sociales que
constituyen la base de sus primeras relaciones que en un principio se establecen con las
personas más próximas, y que progresivamente se van ampliando. A través del la interacción
con los otros, aprende a conocerse a sí mismo, construye su representación del mundo y
adquiere las destrezas necesarias para integrarse en la sociedad”16.
En el grupo de iguales niños y niñas aprenden cómo relacionarse con el mundo exterior,
según las mismas estrategias que las guiarán en la vida adulta. Desde el punto de vista
afectivo, el grupo es un importante campo de experimentación para la valoración personal.
La relaciones sociales entre iguales influyen en la socialización y afecta en los siguientes
aspectos:

-Inciden en el aprendizaje de las relaciones sociales


-Se convierten en factores de las características de la personalidad
-Contribuyen a crear el sentimiento de pertenencia al grupo

 
En la intervención de la sociedad adulta en la elección de los juguetes que propone a niños y
niñas existe una intención implícita de educación al género, empezando por los juegos que
imitan y se refieren directamente a funciones y trabajos (cocinitas y muñecas para las niñas,
construcciones y cochecitos para los niños) y que crean una accesibilidad a espacios de
acción limitados y diferenciados, para llegar a las actividades que consideramos adecuadas
para ellas/os.
La industria de los juguetes lo tiene claro.
Además, en la selección e juegos específicos, se fomenta la separación entre niños y niñas,
ahí donde “el grupo de referencia es una fuente de socialización importante, y si niños y niñas

                                                                                                                       
16
Remedios Molina Prieto, El juego como medio de socialización, CSIC, Granada, 2008.
 

21  

 
pasan la mayor parte del tiempo en compañía de los iguales del mismo sexo van a tener más
probabilidades de desarrollar conductas tipificadas sexualmente17”.
Estudios sobre la socialización de niñas y niños a través del juego18, han demostrado que las
niñas son más propensas a juegos cooperativos y de minucia mientras los niños suelen
practicar actividades competitivas en las que puede estar implicada la fuerza física.
Hay que reflexionar por lo tanto no sólo sobre la pura existencia de juegos diferenciados para
niños y niñas, sino también sobre los contenidos específicos de los mismos, factor incisivo
sobre la configuración del carácter.
Que las niñas juegos de repetición (ej. la comba) en los que se privilegia la habilidad debida a
la paciencia, y los niños actúen juegos de acción (ej. le fútbol) en los que se privilegia la
habilidad debida al atrevimiento, está potenciando la formación de calidades, destrezas y
medios diferentes para interactuar con el mundo.
Hay que mencionar el hecho de que los padres y las madres se manifiestan más indulgentes
con las niñas que prefieren practicar juegos considerados “de niño”, mientras en el caso
contrario mayores son las manifestaciones de desaprobación y angustia. Este fenómeno se
explica por los valores androcéntricos que rigen nuestra sociedad: una niña que quiera
acercarse a patrones de conductas masculinos está de alguna manera manifestando un plus
de capacidad, hecho que puede llegar a provocar orgullo en quien se encarga de su
educación, mientras un niño que quiera acercarse a patrones de conductas femeninas está
alejándose del núcleo de valores considerados correctos y de los objetivos que la sociedad
juzga como implícitamente superiores.
Lo mismo vale en el caso de personas adultas.

• MITO DEL AMOR ROMÁNTOCO


¡No soy la mujer de tu vida, porque soy la de la mía!
(Escrita en la puerta de un baño de la Universidad de Barcelona)

                                                                                                                       
17
Maria del Pilar Matud Aznar, Carmen del Rosario Wangüemert, Rosario J. Marrero Quevedo,
Mónica Carballeira Abella, Psicología de género: implicaciones en la vida cotidiana, ed. Bioblioteca
Nueva, Madrid, 2002: p. 68.
18
Idem.

22  

 
Para responder a la necesidad social de reproducirse y establecer vínculos duraderos y de
filiación masculina, los seres humanos han construido diferentes referentes y modelos socio-
culturales entorno a las relaciones interpersonales.
En occidente, como ya hemos visto, la unidad funcional es la familia mono-etero-conyugal.
Hasta el año 1982 no existía en España una ley del divorcio y la ruptura del vínculo familiar
sólo podía darse por la muerte de uno de los cónyuges; el abandono de una mujer de la casa
del marido sancionaba para ella la pérdida inmediata de la prole.
Ha habido muchos cambios desde un punto de vista de derechos legales y políticos, sin
embargo los cambios a nivel social resultan ser mucho más lentos, y esto por la capacidad de
las antiguas instituciones de englobar en sus mandatos las nuevas tendencias culturales.
En la época moderna occidental la concepción de los contratos matrimoniales como uniones
económicas entre los miembros varones de las familias, propios de la trayectoria cultural más
tradicional, ha sido sustituida por el concepto de un unión matrimonial basada en el vínculo
del amor.
Sin embargo las estructuras sociales son extremadamente duraderas, y la sociedad moderna
ha ido transformando las ya no aceptables normas de sumisión explícita de la esposa al
marido, en una serie de paradigmas que se relacionan a lo que se nos trasmite como amor; lo
que desde diferentes espacios de investigación y reflexión, se ha ido nombrando como mito
del amor romántico.
El término “mito” se refiere al hecho de que un sentimiento culturalmente caracterizado viene
percibido por la sociedad como un elemento natural, lógico, espontáneo, libre de
condicionantes históricas y culturales.
El amor romántico es una construcción psico-cultural (como todo sentimiento) y es una
función del mecanismo de polarización de los sexos complementarios que responde a la
necesidad de promover uniones duraderas entre ellos. Por extensión el discurso se refiere
también a parejas homosexuales, ya que los mitos del amor, que nos enseñan cómo
debemos amar y qué tenemos que sentir y hacer cuando amamos, son parte de la educación
cognitiva y afectiva de toda persona, y nada tienen que ver con la orientación del deseo
sexual.
Algunos de los mitos en los que se basa la idea del amor romántico son:

-Mito de la media naranja “¡Y yo sin ti no soy nada!”.


Se basa en la creencia de que elegimos a la

23  

 
pareja que teníamos predestinada.
Es el pilar de las relaciones de dependencia
entre los dos sexos en una sociedad
heteropatriarcal (los individuos necesitan
completarse en pareja).

-Mito del amor a primera vista Mito del flechazo: la pareja se elige por un
impulso emocional y de deseo (este mito suele
inhibir cualquier revisión a posteriori).

-Mito del emparejamiento y su perdurabilidad Es la creencia de que la pareja (heterosexual)


es algo natural y universal y que la monogamia
está presente en todas las épocas y culturas.
Este mito fue introducido en la cultura
occidental por el Cristianismo.

-Mito de la fidelidad o la exclusividad Creencia de que los deseos románticos y


eróticos deben satisfacerse exclusivamente con
una única persona, la propia pareja. Como el
anterior, también este mito es de matriz
cristiana.

-Mito del matrimonio Creencia de que el amor romántico y pasional


debe conducir a la unión estable de la pareja y
constituirse en la base de la convivencia, “hasta
que la muerte nos separe”.

-Mito de los celos Creencia de que los celos son un signo de


amor; este mito constituye un garante de la
exclusividad y de la fidelidad y crea una
justificación emocional a las relaciones
violentas.

-Mito de la omnipotencia del amor y del “El amor lo puede todo”.


cambio por amor La aceptación de este mito puede generar
dificultades por ser usado como una excusa
para soportar determinados comportamientos o

24  

 
actitudes. También radica a la base de la
aceptación de relaciones violentas.

Mito de la entrega total Creencia que la construcción de un vínculo de


amor prime en importancia en la edificación de
las satistafacciones personales y del
autoapoyo.

-El amor duele Creencia que el sentimiento del amor puede


llevar a estatos de sufrimiento intenso que es
necesario vivir y soportar porque parte del
sentimiento mismo.

-Mito del libre arbedrío Creencia que supone que nuestros


sentimientos amorosos son absolutamente
íntimos y personales, y no están influidos de
forma decisiva por factores
socio- culturales ajenos a nuestra voluntad.

 
El amor romántico es un modelo cultural en el que somos socializados de manera diferente
mujeres y hombres según las expectativas del rol de género, y responde a una construcción
social que actúa a nivel psicológico e interpersonal de forma diferencial (¿qué parte de la
media naranja tenemos que representar?).
Además es importante subrayar aquí que las mujeres se acercan con desventaja a este
modelo relacional, porque durante su proceso de socialización han tenido más presiones para
desarrollar sus vidas alrededor de los vínculos interpersonales mediados por la esfera
emocional, y porque la dependencia estructural a lo masculino las hace más vulnerables a la
aceptación de conductas que minan su propio autoapoyo.
El ideal de amor romántico es uno de los factores que influyen en la violencia de género, y
más allá de las decisiones personales con respeto a la forma de manejarse con este
sentimiento, será importante prestar atención a la dimensión cultural y política que lo genera,
ser conscientes de los mitos que lo sustentan y de cómo estos actúan en nuestras vivencias,
manteniendo una actitud crítica que favorezca una mayor libertad.
Las canciones, los refranes, las películas, los cuentos son parte de la estrategia de difusión y
confirmación de este mito.

25  

 
• CUENTOS, PELÍCULAS Y COMERCIALES
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente”
(Pablo Neruda)

“La comunicación a través de los cuentos son un poderoso transmisor de valores culturales y
enseñan desde la primera infancia cual es la moral compartida por la sociedad, teniendo una
función formativa para la mentalidad infantil”19.
Las funciones principales de los cuentos son:

-Socializar, inculcar ideas, creencias y valores sociales.


-Legitimar instituciones o instancias sociales, funciones y roles.
-Transmitir modelos de actuación.
-Ofrecer modelos de identificación desde el punto de vista emocional.

 
Los personajes y situaciones descritos en los cuentos van remarcando los estereotipos
clásicos de género, y generalmente encontramos que:

-Ellas siempre esperan, cosen, limpian, lloran, decoran, cantan, duermen...


-Ellos siempre luchan, salvan, rescatan, viajan...
-Las niñas y mujeres se describen como bonitas, dulces, delicadas, pobres, ingenuas,
intelectualmente torpes, intuitivas, volubles y capaces de mediar conflictos.
-Los niños y hombres en general se describen como valientes o cobardes, astutos,
agresivos, eficaces por sus trabajos o por sus situaciones de poder; su forma de solucionar
conflictos es a través del coraje.
-La maldad del personaje femenino radica en los celos y fealdad.
-La maldad del personaje masculino radica en su poder (lobo) o en la avaricia (ladrón).
-El final feliz siempre se reasume en el matrimonio del príncipe con la princesa.20  

                                                                                                                       
19
Cristina Ramos López y col., Vivir los cuentos, Guía para contar cuentos, Instituto Andaluz de la
Mujer, Consejería para la igualdad y el bienestar social, Junta de Andalucía, 2006.

26  

 
 
Los cuentos no son otra cosa que una adaptación para la infancia de mitos y leyendas que
fundan nuestra cultura, pero por lo que tiene que ver con la producción de películas, cuyo
contenido suele ser más abierto a variables, el discurso sobre la trasmisión de estereotipos
sigue la misma lógica: mujer como descanso del guerrero (hombre) o como objeto de
consumo estético.
El imaginario cinematográfico es uno de esos campos en los que se va actualizando de forma
sutil la trasmisión de los estereotipos de género y la subalternidad de lo femenino a lo
masculino: actualmente son cada vez más las películas -y dibujos animados dirigidos a la
infancia- que proponen una imagen de la mujer/niña heroína, valiente e impávida: en éstos
casos habrá que prestar mayor atención al tipo de mensaje que nos llega. Para la reflexión
redacto aquí las tres preguntas formuladas por la escritora e ilustradora estadounidense Alison
Bechdel y que constituyen una prueba para ver si una película es libre de contenidos sexistas:
¿existen en la historia narrada más de tres personajes femeninos de los que se conocen el
nombre? ¿Hablan o interactúan entre ellos? Si sí: ¿hablan de algo que no sea de hombres o de
amor? Si la película no supera este test estamos asistiendo a una narración que se desarrolla
alrededor de un núcleo masculino, por mucho que la protagonista de la acción pueda ser una
mujer. Aquí lo dejo, para el entrenamiento de un enfoque de género.
Por último mencionar los anuncios comerciales como lugar común de utilización de los
estereotipos de género: en este caso el intento comunicativo es explícito y existe un uso
consciente de los mecanismos de identificación del sujeto sexuado para generar la necesidad
de un producto en venta. Así un coche será mucho más apetecible si se anuncia con una mujer
en bikini tumbada en el capó, una cerveza más deseable si garantiza ligar, un producto de
limpieza más solicitado si garantiza la paz en el hogar.
Además cabe destacar la división explicita de los productos comercializados como dirigidos a
hombre o mujeres según códigos evidentes de conducta esperada21.

• REFRANES POPULARES
“Todo cuanto sobre las mujeres han dicho los hombres debe tenerse por sospechoso,

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             
20
Para una relectura crítica de un cuento clásico, se recomienda la lectura de La Cenicienta que
no quería comer perdices, Nunila López Salamero y Myriam Cameros Sierra, ed. Planeta, Barcelona,
2009.
21
La observación con enfoque de género de los anuncios comerciales es una fuente inagotable de
inspiración, aconsejo vivamente un revisión crítica de los anuncios del desodorante “Axe”, paradigma por
excelencia de anuncio sexista.
 

27  

 
puesto que son juez y parte a la vez”.
(Poulan de la Barre)
 
Los refranes son uno de los métodos privilegiados de trasmisión de la cultura oral, esconden
e inculcan construcciones sociales, describen la forma que asume el imaginario colectivo, y
permanecen en él incluso mucho tiempo después de que su uso haya prescrito.
Los refranes populares, como la mayoría de las instancias de la cultura, son producto de la
lógica y del juicio masculino, y vemos como en ellos las mujeres suelen aparecer como
culpables de todo mal y responsables en última instancia del comportamiento negativo de los
mismos varones. En los mismos refranes los hombres están caracterizados como
bondadosos e incluso ingenuos y, cuando son malos, siempre es por la mala influencia de las
mujeres.
¿Cuánto de todo esto queda como lugar común en algún resquicio de nuestra lectura del
mundo?
Trascribo aquí algunos de los refranes que se refieren al sujeto mujer.

• Mujeres como incoherentes, desordenadas, mentirosas...:


-“Palabras de mujer no se han de creer”.
-“Tres mañanas tienen las mujeres; mentir sin cuidar, mear donde quieren y llorar sin por qué”.
-“De la mujer mala te has de guardar y de la buena no fiar”.
-“La mujer como el vino, engañan al más fino”.
-“Secreto confiado a mujer, por muchos se ha de saber”.
-“Mujeres y manzanas, muchas podridas que parecen sanas”.
-“Casa donde la mujer manda, mal anda”.
-“Agua de pozo y mujer desnuda, llevan al hombre a la sepultura”.
-“Lo que la mujer no consigue hablando, lo consigue llorando”.
-“Tres hijas y una madre, cuatro diablos para el padre”.
-“El hombre propone, Dios dispone, y la mujer todo lo descompone”.
• Infantilización y subordinación de la mujer:
-“Niños y mujeres, dan más disgustos que placeres”.
-“Donde hay barbas, callen faldas”.
-“Mujer sin varón, ojal sin botón”.
-“Las mujeres y las pistolas para funcionar, necesitan hombre”.

28  

 
• Mujeres como carentes de inteligencia:
-“Mujeres y libros siempre mal avenidos”.
-“Mujer en opinión tiene mal son”.
-“La mujer tiene largo el cabello y corto el entendimiento”.
• Refranes que justifican la violencia hacia las mujeres:
-“A la mujer y a la mula, vara dura”.
-“A la mujer y al can, el palo en una mano y en la otra el pan”.

 
Los refranes aplicados a los varones no son muchos, ni son tan duros y descarnados como
los dedicados a las mujeres. En éstos se destaca con fuerza la imagen del cornudo, objeto de
burla entre varones y mujeres; pues se trata de un hombre burlado por su propia mujer, por lo
que se reitera el consejo de vigilancia a la esposa para que ésta no se pierda y lo engañe22.

ROLES
 
En una sociedad los estereotipos son simplificaciones que esquematizan la realidad a través
de la generalización de las características de los grupos humanos, que a la vez afectan a la
libertad de expresión y desarrollo de los mismos, sobre todo cuando se refieren a un sistema
basado en la verticalidad y jerarquía de sus estructuras de poder; los roles son la plasmación
material y visible de los estereotipos, la ejecución concreta de sus mandatos.
Los roles serán por lo tanto un conjunto consensuado de actitudes, capacidades, conductas,
tareas, habilidades, valores y expectativas, asignados a posiciones sociales o pertenencias
de grupo que permite confirmar expectativas y facilitar la adaptación del sujeto al medio en el
que está inmerso, puesto que al ser funcionales responden a criterios de deseabilidad social.
Las conductas cotidianas de mujeres y hombres, por ser mujeres o hombres, son el espacio
de materialización de los estereotipos de género; ahí la diferencia entre géneros se traduce
en una diferencia de funciones. En este campo, una vez más, la diferencia origina
desigualdad de condiciones ya que las funciones que determinan los roles de género están
ordenadas alrededor de un valor jerárquico.

                                                                                                                       
22
Anna M. Fernández Poncela, Estereotipos y roles de género en el refranero popular:
charlatanas, mentirosas, malvadas y peligrosa : proveedores, maltratadores, machos y cornudos,
Anthropos Editorial, Madrid, 2002.
 

29  

 
Los roles se aprenden tanto por un mecanismo de observación/comparación (cómo se
comporta el mundo externo en base al género), que por respuesta a estímulos externos
direccionados (es decir, al trato recibido por el entorno).
La sociedad patriarcal ha estructurado una serie de roles que se pueden organizar en dos
grandes categorías:
• roles afectivos y expresivos, orientados al logro de respuestas emocionales y al sentido
de la relación, desarrollados principalmente por mujeres;
• roles instrumentales orientados al logro de metas que se delinean más en una esfera
individual, desarrollados principalmente por hombres.

El término “rol” se remite a la actividad propia de un/una actor/actriz a la hora de interpretar


un papel, en término gestálticos resulta evidente como en encorsetamiento en un rol provoca
una amputación de la libertad individual de interacción con el ambiente.
Si, como hemos visto, la construcción cultural del género, responde a un necesidad cultural
de organización política (división sexual del trabajo y control del sistema de producción y
reproducción a través de la unidad familiar), resulta evidente como los mandatos de género,
lejos de ser el resultado de una experiencia empírica y objetiva, funcionen como métodos de
interiorización de los mandatos sociales. También hemos visto como la organización política
de una sociedad necesita penetrar en las fibras de lo intrasubjetivo para tener un resultado
intersubjetivo y relacional, y para y permanecer en el tiempo de forma duradera.
La Terapia Gestáltica considera la experiencia individual como el conjunto de relaciones
significantes entre el individuo y su ambiente. No existe una presunta realidad objetiva en la
que el individuo se mueve, ni una experiencia individual que se construya de forma ajena al
entorno: la relación constante entre individuo y ambiente es lo que genera la realidad presente
en un momento dado.
El ambiente construye al individuo, y el individuo construye el ambiente a través de la lectura y
interpretación que da del mismo (influida a su vez por el ambiente): es un círculo de relación,
en el que los dos campos se conforman como opuestos dialécticos, como una polaridad cuyos
polos no son desvinculables. Si la relación entre estos opuestos es mutuamente satisfactoria
podemos hablar de salud; cuando en cambio la relación es conflictiva se generan las neurosis.
Esta visión se acerca y acompaña el discurso feminista sobre la dimensión socialmente
mediada de la experiencia sexuada y permite abrir reflexiones sobre el modo en que los
mandatos sociales diferenciados en base al sexo producen una diferente experiencia del

30  

 
mundo intrapsíquico e interpersonal, permitiendo considerar la experiencia de ser mujer como
un factor determinante en la construcción del campo.
“El estudio del modo como el ser humano funciona en su ambiente es el estudio de aquello que
ocurre en el límite del contacto entre el individuo y su ambiente. Es en este límite de contacto
donde ocurren los eventos psicológicos. Nuestros pensamientos, acciones, conductas y
emociones son nuestro modo de vivenciar y enfrentar los acontecimientos de límite de
contacto”23.
Cabe entonces preguntarnos qué efectos tendrá la construcción social de género sobre el
recorrido vital de una mujer, sobre su forma de actuar a dentro del ciclo de la experiencia,
sobre su lectura del mundo y de sí misma, ya que “los problemas no son causados sólo por lo
que hemos reprimido, sino por aquellas cosas en nosotros que nuestras propias
autointerrupciones nos han impedido aprender”24.
Una vez más el trabajo de deconstrucción de los introyectos de género tocará una dimensión
colectiva, sin embargo para ello será necesario tocar el mundo interno e individual de cada
persona, porque las respuestas subjetivas a tales estímulos presentan necesariamente una
respuesta (de aceptación o rechazo) individual.

                                                                                                                       
23
Fritz Perls, op. cit.: p. 19.
24
Fritz Perls, idem: p 57.
 

31  

 
PSICOLOGÍA Y GÉNERO

“Desde los comienzos como disciplina científica a finales del sigo XIX, la psicología se ha
interesado al estudio de las diferencias entre mujeres y hombres, aunque propusieron
explicaciones relativamente simples sobre el sexo y le género”25.
La atención estaba entonces puesta sobre la necesidad de establecer la presencia de diferencias
biológicas (físicas y cognitivas) que justificaran las diferencias reconocidas entre los sexos.
La producción científica occidental, hasta tiempo recientes y todavía hoy en día bajo muchos
aspectos, es un campo en el que se hace especialmente manifiesta la predominancia de valores
masculinos (la ciencia oficial nos habla de estudios hechos por hombres alrededor de una realidad
cuya norma era la masculinidad, y en la que la mujer bien era excluida, bien marcaba la
excepción): esta situación, totalitaria a principio del siglo XIX en las esferas de producción del
saber hegemónico, creaba una base de análisis volcada más al entendimiento científico de la
diferencia entre mujeres y hombres, que a su puesta en discusión.
El psicoanálisis se basa en una visión del desarrollo humano como dependiente de la interrelación
entre la maduración biológica del individuo y las fuerzas ambientales en las que este vive, y Freud
se centró en el análisis de las consecuencias de las diferencias anatómicas entre los sexos, no
incluyendo en sus teorías una visión cultural de lo que denomina fuerzas ambientales, ni la
variabilidad de los mismos. Si bien, como es obvio, ha habido posteriores aportaciones a la teoría
psicoanalítica, me centraré en una descripción breve de sus bases teóricas para ofrecer una visión
de las primeras aportaciones de los estudios psicológicos a la reflexión sobre los procesos de
construcción de las diferencias de género.
Para Freud la identidad de género se construye en base a la identificación con los órganos
genitales (externos), formulando su teoría alrededor de una concepción falocéntrica que sitúa la
genitalidad masculina como núcleo significante en el desarrollo de las identidades hombre/mujer.
En la primera etapa del desarrollo, según Freud, el proceso psicosexual de niños y niñas sería
idéntico; la diferencia está en que la experiencia de la identidad masculina sería más precoz en el
niño (ya que la libido, factor fundamental de tal experiencia, actuaría de forma más fuerte en los
hombres), mientras que las niñas experimentan una identidad bisexual hasta alrededor de los 18
meses. Cuando Freud habla de bisexualidad femenina se basa en la concepción del clítoris como
órgano masculino de inferior desarrollo. El descubrimiento por parte de la niña de no tener pene
desencadenaría un proceso de envidia (y conflicto hacia la madre vista como responsable de esa
                                                                                                                       
25
Maria del Pilar Matud Aznar, Carmen del Rosario Wangüemert, Rosario J. Marrero Quevedo,
Mónica Carballeira Abella, op. cit.: p.19.

32  

 
carencia), mientras en el niño la constatación de la ausencia de pene en las niñas provocaría el
miedo a la pérdida y a la castración.
En esta etapa de reconocimiento de las diferencias, los niños y las niñas irían poniendo las bases
de su identificación sexual.
En las niñas, el conflicto hacia la madre, considerada responsable de su carencia de pene,
desembocaría en la fijación hacia el progenitor de sexo opuesto, y hacia el desarrollo de una
predisposición heterosexual.
En el niño el interés y la atracción sexual hacia el sexo opuesto sería la consecuencia biológica
de la función de la libido y de la reafirmación de su identidad masculina otorgada por el privilegio
consciente de poseer el pene.
La construcción de género, según Freud, coincide por lo tanto con la comienzo del interés sexual
hacia el progenitor de sexo opuesto (fase edípica). Inútil redondear sobre la visión patológizante
que esta teoría implica con respeto a los deseos sexuales no orientados a la heterosexualidad.

El factor de análisis social tardó en hacerse presente en los estudios psicológicos, y para empezar
a hablar de la influencia de los aprendizajes culturales que determinan los roles, habrá que
esperar hasta los años '60 del siglo pasado, cuando el concepto de género irrumpe oficialmente
en los estudios sociales. Las corrientes de estudios psicológicos con respeto al género son
múltiples, sin embargo podemos decir que casi ninguna teoría (incluyendo el psicoanálisis más
actual) obvia hoy en día la influencia del contexto cultural en la formación de las identidades
sexuadas.

LA TERAPIA GESTALT Y EL ENFOQUE DE GÉNERO

La terapia Gestalt es una terapia de enfoque humanista, que se basa en la concepción holística
del individuo, tanto en la consideración compleja de su experiencia vital (física, emocional y
mental), como en la relación entre individuo y ambiente (de la que se genera un campo que
determina la experiencia).
Como hemos visto, la visión del Campo como único espacio de posible de creación de la realidad
es uno de los fundamentos de la Gestalt: la relación entre el individuo y su ambiente es lo que
crea el significado tanto del individuo como del ambiente (el uno sin el otro simplemente no
existirían).
Otra aportación de la Gestalt es la concepción de la existencia de un campo Figura/Fondo, en el
que cada persona efectúa una selección -consciente o inconsciente- de los objetos de atención
 

33  

 
(figuras) entre los muchos que el contexto (fondo) ofrece. El trabajo terapéutico consiste en traer a
la consciencia lo que todavía no está en ella (y no el material inconsciente con el que trabaja el
psicoanálisis), dar atención a la figura, vista como el resultado de alguna experiencia no cerrada o,
en términos técnicos, de una gestalt inconclusa. Entender cuál es la figura relevante para una
persona en un momento dado, permite empezar un proceso terapéutico cuya trayectoria estará
vuelta a tomar conciencia de cómo actúa la vivencia de esa figura en nuestra vida: cuando una
gestalt se cierra, cuando una figura vuelve al fondo, en seguida otra figura ocupa su lugar, lo que
Perls llama pelar capas de una cebolla. Para la Gestalt no se trata por lo tanto de bucear en las
profundidades del subconsciente psicoanalítico, sino de sacudir levemente un árbol, prestando
atención a las primeras hojas que caen.
La Terapia Gestalt además se basa en el concepto de Homeostasis, o Auto-regulación
Organísmica que, diferenciándose del instinto de muerte teorizado por el psicoanálisis, caracteriza
al ser humano por una innata y espontánea tendencia a la salud, lo cual orienta sus movimientos y
elecciones: una persona neurótica es así la que elabora mecanismos no funcionales hacia su
salud. Así la Gestalt promueve la responsabilidad del/la paciente en el proceso terapéutico y en el
desarrollo de la vida, confiando en su capacidad de regulación, y trabajando sobre la formación de
una conciencia de las propias necesidades.
Los Mecanismos de Defensa son entonces para la Gestalt aquellos métodos que cada persona
pone en acto para defenderse y construir su sobrevivencia. Suelen haber sido estrategias útiles en
el momento de su adopción, el problema está en que, con el pasar del tempo, se vuelven
actitudes repetidas e involuntarias que terminan siendo parte del carácter mismo de una persona y
que condicionan sus actitudes de forma no elegida. Los mecanismos que son mayormente
trabajados por la Terapia Gestalt son la Introyección, la Proyección, la Confluencia y la
Retroflexión.
Cada uno de esos mecanismos establece una patología del contacto o de la retirada, es decir una
incapacidad de relacionarse con el entorno de forma satisfactoria, bien por la imposibilidad de
establecer una relación con él, bien por la incapacidad de darla por terminada.
La Gestalt se basa por lo tanto en el concepto de Autoapoyo, es decir en la capacidad que cada
individuo tiene de generar un apoyo personal que le permita satisfacer sus necesidades vitales,
sin rehuir de, ni engancharse a los recursos externos. Los mecanismos de defensa son vistos de
esta manera como falsos apoyos que en algún momento nos fueron útiles. El trabajo terapéutico
no está en evitarlos de forma correctiva, ni en entender cuáles fueron los orígenes de
determinadas aptitudes, sino en poner conciencia sobre el modo en el que esos mecanismos
siguen actuando en el presente, interrumpiendo el desarrollo de una vida satisfactoria. La Gestalt
ha sido llamada por esta razón la terapia del darse cuenta (awareness), ya que traer a conciencia
 

34  

 
lo que de momento no lo está, es de por si es un acto curativo que implica cambios hacia la
autoregulación organísmica.
La Gestalt trabaja por lo tanto en el aquí y el ahora ya que considera que es en el momento
presente el lugar en el que se actualizan todos los comportamientos neuróticos, y trabaja con lo
obvio, lejos de las interpretaciones simbólicas, el material de trabajo es la observación de los
fenómenos y la atención que la/el paciente puede llegar a darle.
Una aportación de la Gestalt es la visión de toda persona como neurótica, es decir encapsulada
en una máscara caracterial que en algún momento ha significado apoyo a la sobrevivencia y que
ahora representa un límite en el proceso de sanación y darse cuenta consciente de las propias
emociones y pensamientos.
Siguiendo las que son las bases teóricas de la Terapia Gestalt trataré de ofrecer una lectura
transversal de cómo se puede utilizar un enfoque de género en el trabajo con mujeres o grupos de
mujeres.

FIGURA Y FONDO

Inspirándose en la Psicología de la Gestalt (nacida en Alemania a principios del siglo XX), la


Terapia Gestalt considera que la experiencia individual está determinada por un factor de interés
(compuesto por muchos factores) que selecciona una figura específica adentro de un fondo
indeterminado: la percepción de la realidad sería por lo tanto condicionada por la experiencia
individual, y no existe un absoluto objetivo que conforme el mundo de la experiencia.
Así, según Fritz Perls “es la organización de los hechos, percepciones, conductas y fenómenos, y
no los elementos individuales de los cuales se componen, lo que define y les da su significado
específico y particular (…). El hombre [y la mujer] no percibe las cosas como entidades sin
relación y aisladas, sino que las organiza, mediante el proceso selectivo, en totalidades
significativas”26.
Partiendo de esas bases resultará significativo como la construcción de género, al ser uno de los
principales introyectos que organizan nuestra experiencia del mundo, defina una percepción y
organización diferenciada de la experiencia fenomenológica: junto con las vivencias individuales
de cada persona (a la que participan diferentes elementos estratificados), los introyectos de
género crean un patrón común generalizable.

                                                                                                                       
26
Frits Perls, op. cit.: p. 6.

35  

 
Frente cualquier elemento, paisaje, discurso, película, anuncio comercial, la percepción individual
será sesgada por género y, en muchos casos, existe en los mismos elementos una implícita
voluntad de incidir significativamente y reforzar dicho sesgo.
Se me ocurre un ejemplo muy sencillo con respeto a este tema, y tiene que ver con los trabajos
domésticos. Llevo años viviendo en colectivo (con algunas interrupciones) y muchos han sido los
debates alrededor de las tareas domésticas. Más allá de los comunes enfados con respeto a las
diferentes necesidades, he notado que muchas veces hasta los chicos con las mejores
intenciones se levantaban de la mesa olvidando de pasar un trapo mojado sobre las manchas de
comida que se habían quedado. Después de años de discusiones, la evidencia es que esa falta
de atención en algunos casos no se debe a un descuido intencional, sino a lo invisible que una
mancha de leche en la mesa puede resultar a una persona que no haya sido socializada bajo el
ideal del cuidado de un hogar acogedor y limpio: la educación a la división sexual del trabajo
cuando la haya, o la dimensión emocional que rodea el ideal romántico de una mujer que cuida de
su hogar, son factores que alteran la lectura misma de lo que hay en un espacio común.
Es evidentemente un ejemplo sencillo que recae quizás en el lugar común de la lucha para la
liberación femenina de los trabajos domésticos, sin embargo, si lo tomamos como simbólico y
metafórico, son muchos los ámbitos a los que podría transportarnos.
Un ejemplo de cómo funciona la dinámica de figura y fondo con respeto a la identidad me lo ha
dado mi participación, como observadora, en un grupo de terapia para personas transexuales. En
la primera sesión propusimos la dinámica del dibujo proyectivo que en esta escuela hicimos
representando un rosal. En el grupo de terapia trans propusimos la representación de un árbol y,
casi con ninguna excepción, las personas participantes han descripto árboles cuyo aspecto
aparente no estaba concorde con su significado interno.
Una chica trans dijo: “yo de hecho no soy un árbol, soy un árbol que no existe, tengo un vampiro
que vive feliz adentro de mí. Soy una linea roja que forma un árbol que ha ido difuminándose.
Primero fui verde, del verde salté al rojo, y forjé el mimbre y con el mimbre formé el tronco. (…) Fui
creciendo y brotó de mi una ardilla: pero me transformé en una ardilla. Soy un tronco, ahora doy
forma a mi yo (…). No existo en la botánica. Verde y rojo chillón, marrón clásico. Hay algo que
salió por error, que no sé que es, un triángulo, un imán, he buscado darle forma, pero no sé qué
es, pero me gusta”.
Y un chico trans: “yo soy pequeñito, frutal, frondoso, parezco más bien una flor. Mis colores son
diferentes de otros árboles, así que la gente me confunde con otras cosas, pero yo lo sé: soy un
árbol. Lo estaba haciendo azul, y vi las demás que los hacían de colores naturales, y entonces me
quedé con que cómo voy a hacer un árbol azul, y se me fue el panchito. La gente me confunde,
pero yo lo tengo muy claro, yo soy un árbol, con los colores que tenga que ser.”
 

36  

 
Y también, por otro chico trans: “soy 1arbol con raíces fuertes y sanas que han hecho posible que
sea un árbol grande, con marcas que el tiempo ha ido dejando en mi cuerpo. Cicatrices que
habitan en mí y en las que se han acomodado muchos bichitos, y que siguen ahí, siguen
creciendo junto a mí. Soy un árbol que aunque no tengo las ramas muy largas, tengo muchas,
verdes y frondosas que son las que me protegen y me cuidan con mimos las partes más
sensibles, que aun están creciendo”.
Y por último, por una chica trans: “soy un árbol de conexiones diversas, ausencia de simetría,
dispareja. Me formo de distintas líneas que se cruzan entre sí para dar el aspecto que tengo. Soy
madura grande y fuerte, doy frutos en forma de espiral. Tengo raíces porque sin ellas no crecería,
no me alimentaría y simplemente me moriría”.
En esa primera sesión la figura que se estaba manifestando a nivel colectivo era la de la
transición, del conflicto entre la lectura externa y la lectura interna de sí, entre la apariencia física y
la percepción íntima que cada participante tenía de su identidad sexual y de género. Supongo que
sólo con un trabajo de profundización que se valga del tiempo para construir un proceso
terapéutico, puedan ir saliendo otras figuras, sin embargo considero que el proceso de transición
sea tan presente en la vida de esas personas, que de alguna manera siempre estará
acompañando sus experiencias.
Este es un caso muy específico de trabajo con un tema identitario; pertenecer a un colectivo
socialmente no reconocido crea una situación persistente que dificulta la devolución de esta figura
a un fondo que más bien parece rechazarla; me pregunto sin embargo, en personas que vivan de
manera conforme su pertenencia a un género que les es asignado, en qué nivel esta vivencia se
constituya como elemento latente de toda percepción.
Creo que, en toda persona, la ubicación en un género determinado establece una lectura y una
percepción diferenciada y generalizable del mundo, influyendo en la formación del campo y esto,
si bien puede no representar la figura en sí, indudablemente condiciona la elección (no
consciente) de las figuras que sobresalgan y la experiencia de las mismas.

HOMEOSTASIS

Como decíamos antes, la Homeostasis es un proceso espontáneo vuelto al mantenimiento del


equilibrio interno (de la salud); es decir, un proceso de adaptación que cada persona pone en acto
en pos de la satisfacción de sus necesidades frente a un ambiente en continuo cambio.

37  

 
Siendo este proceso un mecanismo de interacción entre organismo y ambiente vuelto a garantizar
la sobrevivencia del individuo, la aceptación a los mandatos de género se puede explicar como
respuesta inmediata de adaptación íntima a la sociedad.
“El individuo que forma parte del grupo vivencia su necesidad de contacto con el grupo como uno
de sus impulsos psicológicos de supervivencia más importantes (…). Pero cuando al mismo
tiempo siente una necesidad personal, que para satisfacer requiere retiro o alejamiento del grupo,
surgen los problemas”27.
El mecanismo intra-psíquico que se pone en acto en este caso, es una adaptación de las
necesidades a las ofertas que el ambiente propone; más allá del desarrollo de estrategias
específicas para la obtención de necesidades subjetivas e íntimas, se verifica un acotamiento a
los deseos que las sociedad impone y cuya satisfacción aparentemente garantiza.
Para poner un ejemplo, si el mundo que me rodea me confirma que, como mujer, mi vida será
extremadamente más fácil en una unión matrimonial (y esto tanto a nivel social que afectivo y
económico), no deberá asombrarnos que mi deseo sea el de casarme; mi tensión será la de la
búsqueda de mi media naranja, y la tensión neurótica me llevará a poner en segundo plano otras
necesidades que puedan surgir al respeto. Pienso con este ejemplo en todas las luchas que se
hacen para mantener viva una relación en la que ya no estamos satisfechas, y pensando en mi
trabajo con mujeres se me ocurren infinitos casos de relaciones violentas en las que la necesidad
de mantener viva la pareja llega a ocultar sistemáticamente la necesidad, más genuina, de
sobrevivencia. No es necesario llegar al ejemplo extremo de situaciones explícitamente violentas,
bastará decir que los mandatos de género operan en un terreno afectivo y emocional con tanta
contundencia, que tienen la capacidad de alejarnos de la capacidad de reconocer y atender
nuestras propias necesidades. No es mi intención hacer aquí una apología en contra de las
uniones de pareja, sólo quisiera levantar una pregunta: ¿es posible que todas las personas
terminen por encontrar su media naranja? ¿Se puede considerar esta incidencia como síntoma de
una elección personal? Creo que basta con poner atención a la dimensión social del proceso de
enamoramiento y emparejamiento para ir desbloqueando mecanismos inconscientes de
adaptación que pueden llegar a ser neuróticos.
En el caso de las mujeres, la socialización de género es tan vinculada a la esfera afectiva que
involucra toda el ámbito de los cuidados. En este contexto cabe mencionar como otro ejemplo el
mandato de la maternidad, la idea cultural del instinto materno que genera abnegación, y cabe
preguntarnos cuántas veces hemos escuchado el término sancionatorio de “mala madre”, frente a
la casi total ausencia de la categoría social “mal padre”. No son pocos los casos de mujeres que
                                                                                                                       
27
Fritz Perls, op. cit.: p. 32.

38  

 
persiguen una meta laboral a la vez que llevan a cabo su maternidad: el fantasma del descuido,
de ser “mala madre” se traduce a menudo en sentidos de culpabilidad: cabe investigar la relación
entre la culpa y la rabia producida por la imposición de elecciones no elegidas y reflexionar sobre
el mandato social de inhibición de la rabia dirigido a las mujeres.
En palabras de Perls: “cuando hay más de dos objetos que nos requieren atención o cuando el
objeto de atención está desdibujado, nos sentimos confundidos. (…) El neurótico ha perdido (o tal
vez nunca la tuvo) la capacidad de organizar su comportamiento de acuerdo a una jerarquía de
necesidades indispensable. Literalmente, no puede concentrarse. En terapia tiene que aprender a
(…) descubrir sus necesidades e identificarse con ellas28”.
El choque entre las necesidades impuestas y la necesidad genuina de atención a los propios
deseos abre también el campo a las que solemos llamar enfermedades psicosomáticas, es decir,
a todos los síntomas de insatisfacción que expresamos a nivel físico. La fibromialgia (padecida al
99% por mujeres) es un ejemplo evidente de ese mal social.
El trabajo terapéutico con perspectiva feminista sirve para poner conciencia a los introyectos de
género, para revisar las necesidades y tomar conciencia de las posibles contradicciones internas
(necesidades impuestas que generan desequilibrio versus necesidades genuinas de
sobrevivencia): sólo la revisión de las necesidades de forma consciente, el trabajo con introyectos,
el reconocimiento de los impulsos en aparente pugna, podrá favorecer una selección consciente o
una capacidad de manejar herramientas frente a las contradicciones, y una consecuente
recuperación del equilibrio.
 
 
CONTACTO Y RETIRADA

Vimos entonces como la construcción de género crea necesidades impuestas que, como
mandatos sociales y morales, actúan como el perro de arriba que mantiene una pelea constante
con el surgir de necesidades de otro orden. Si no se presta atención a esta tensión interna, es
evidente como se irá generando una perturbación del proceso homeostático con consecuente
incapacidad de orientación hacia una jerarquía de necesidades a atender: si esta dinámica se
hace crónica podemos hablar de neurosis.
Este discurso se entrelaza directamente con otro concepto fundamental de la Gestalt, la dinámica
de contacto y retirada.

                                                                                                                       
28
Fritz Perls, op. cit: p. 21.

39  

 
En palabras de Perls: “además de las necesidades y un sistema de orientación y manipulación
con los cuales lograr una satisfacción, el individuo tiene actitudes hacia aquellas cosas existentes
en el ambiente que pueden facilitar o entorpecer la búsqueda de satisfacción. Freud se refirió a
esto al decir que los objetos en el mundo reciben una catexis. En términos gestálticos, diríamos
que estos objetos se convierten en figuras29”.
El reconocimiento de las propias necesidades en un orden jerárquico de realización, permite a la
persona sana dirigirse hacia aquellos elementos externos de catexis positiva y alejarse o aniquilar
los de catexis negativa.
Es un proceso sensorio y motor a la vez, que se basa en el reconocimiento de lo que se necesita,
o que se necesita evitar, y en la capacidad de ir hacia o alejarse de los objetos en cuestión (este
mecanismo influye en la emoción, que es la fuerza básica que regula nuestras acciones).
Sólo quiero valerme aquí de este concepto para subrayar como la neurosis que puede generarse
por los introyectos de género, dificultando el mismo reconocimiento de algunas emociones y
necesidades y el movimiento que les corresponde, tiende a alterar el mismo mecanismo del
contacto y retirada.
El no darse cuenta de las propias necesidades, o de las tensiones que existen entre ellas, no
permite establecer un contacto satisfactorio con los elementos de catexis positiva, ni una buena
retirada de los elementos de catexis negativa, porque existe una confusión de base en la
atribución del valor positivo/negativo.
Si consideramos el cumplimiento inconsciente de los mandatos de género como una situación de
violencia estructural, podemos reconocer diferentes maneras de retirarse de ello: la destrucción
del mismo, la formulación de amenazas que permitan marginarlo o la aniquilación mágica
(escatoma) que permite ocultarlo.
Cuando no hay un trabajo de toma de consciencia sobre lo que significa vivenciar una conducta
de género (que puede crear herramientas de defensa exhaustivas, colectivas y personalizadas),
solemos encontrarnos frente a un proceso de aniquilación mágica de la catexis negativa. El “no
querer ver”, la creación de un punto ciego, confunde la percepción de la impaciencia y del miedo
(catexis positiva y negativa, reconocimiento del plus necesario y del peligro a destruir) creando
una confusión neurótica del proceso de contacto y retirada. Volviendo al ejemplo de una relación
afectiva violenta vemos que a la vez que una permanencia de contacto de la mujer en la situación
que pone en peligro su integridad, se verifica un retraimiento voluntario de otros ambientes
sociales que podrían ayudarla a poner luz a su punto ciego: el proceso de contacto y retirada se
distorsiona. Quiero insistir como usar ejemplos de violencia explícita y reconocida sea sólo una
                                                                                                                       
29
Idem: p. 22.

40  

 
manera de estirar el discurso a sus máximas consecuencias, siendo estos sólo un reflejo de
situaciones mucho más cotidianas y comunes.

MECANISMOS DE DEFENSA
 
Los mecanismos de defensa más importantes para la Terapia Gestalt son los de la intoryección,
proyección, retroflexión y confluencia. Bajo la visión de campo propuesta por la teoría gestáltica,
la persona está vista como una función del campo organismo/ambiente, en una relación de
reciprocidad e interacción dinámica; los cuatro mecanismos son por lo tanto abordados por la
Gestalt como caracterizantes del tipo de contacto (o de retirada) que la persona establece con el
ambiente. En esta óptica la salud está vista como la capacidad de reconocer el límite de contacto
(punto de equilibrio homeostático) entre una misma y el ambiente, mientras por neurosis
entendemos la incapacidad de manipulación e interacción con el mismo, ya que “los mecanismos
de defensa (…) son mecanismos que muchas veces se desarrollan en respuesta a interrupciones
provenientes del mundo exterior”30.
“Todas las perturbaciones neuróticas surgen de la incapacidad del individuo de encontrar y
mantener el equilibrio adecuado entre sí mismo y el resto del mundo. (…) El neurótico es el
hombre [y la mujer] sobre el cual la sociedad actúa con demasiada fuerza (…) y la neurosis es su
técnica más efectiva para mantener su balance y su sentido de autoregulación”31.
En este cuadro, las neurosis traumáticas son las configuraciones de defensa contra una intrusión
que acaban interrumpiendo el proceso de crecimiento y autoapoyo.
Como hemos visto las identidades de género se pueden leer como un conjunto de introyectos
socialmente impuestos que implican violencia, y una de las bases fundamentales de la
construcción de la identidad de una persona; en esta óptica podemos por lo tanto imaginar los
mecanismos de defensa como una reacción auto-protectora a la invasión sistemática de las
normas y de los mandatos de género en el desarrollo libre y saludable de las personas. Me
pregunto entonces si no sentir la presión y reconocer la violencia que la educación de género
implica no se pueda definir en sí como neurosis.

                                                                                                                       
30
Idem: p. 75.
31
Idem: pp 34-35.
 

41  

 
Pasamos ahora a un lectura con enfoque de género de los mecanismos de defensa, abordando
los cuatro principales con los que trabaja la Gestalt.

• INTROYECCIÓN
“La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades”
(Aristóteles, III siglo a.C.)

La introyección “consiste en incorporar, sin ningún filtro selectivo, lo que recibimos del entorno. No
llegamos a integrarlo, sino que lo «tragamos» pasiva e indiscriminadamente. Pueden ser
mandatos familiares («tienes que ser trabajador»), normas o máximas que explican la cultura
familiar o definen una visión del mundo («la vida es un valle de lágrimas») o cualquier otro tipo de
valores o modelos personales con los que nos construimos una identidad ajena (porque se tomó
prestada sin la necesaria asimilación o masticación32”.
La introyección es por lo tanto una forma de estructurar la personalidad, que provoca una
modificación interna del yo por incorporación de elementos externos.
Las identidades de género rígidas, no elegidas, constituyen por lo tanto una serie de limitaciones
en el desarrollo saludable de una persona y trabajar con ellas permite aumentar la posibilidad de
desarrollo personal.
La subjetividad, el auto-concepto, son funciones en un proceso de cambio constante, y en relación
al género (como a todo introyecto) habría que preguntarse ¿qué quiero conservar de esto, y qué
cosa en cambio se interpone a mi desarrollo?
En terapia individual habrá primero que identificar y poner atención en cuáles interrupciones
proceden de introyectos de género y en los consecuentes mecanismos de defensa puestos en
acto por la paciente, entender qué partes de la persona están poniendo en riesgo, qué
contradicciones internas provocan.

                                                                                                                       
32
Francisco Peñarrubia, Terapia Gestalt. La vía de vacío fértil, ed. Alianza, Madrid, 2012: pp. 149 -
150.

42  

 
El trabajo con grupos de mujeres ofrece una posibilidad añadida: la puesta en común de las que
se consideran características personales, facilita el reconocimiento de un fundamento común que
está a la base de la socialización de género, y permite cambiar de perspectiva respeto a ellos.
El trabajo a proponer es primero el de masticar los introyectos para decidir qué hacer con ellos, y
en segundo lugar liberarlos de valores asociados, que también son introyectos (por ejemplo, si
decido ser cuidadora o madre, quitarle el valor de sumisión y olvido de mí).
Es importante subrayar como en una sociedad como la nuestra, en la que la producción de los
saberes y de la moral sigue un ritmo muy diferente del tradicional, y en la que el cambio de
estructura política y económica se acompaña por una permanencia implícita de valores
tradicionales, se van sobreponiendo introyectos incompatibles en relación al género.
Alrededor de la feminidad existen de hecho mensajes muy contradictorios; por un lado la nueva
idea de desarrollo personal que sigue unos mandatos lógicos y morales propiamente masculinos
(liderazgo, carrera laboral, independencia...), por el otro los persistentes mandatos tradicionales
de amor, compasión, docilidad etc.
Sabemos que los introyectos incompatibles crean una desintegración de la personalidad, y
muchas mujeres en nuestra cultura se ven envueltas en este tipo de conflicto interno; es el
ejemplo que ya usamos anteriormente de la mujer en carrera que se queda embarazada, o de la
que decide ir a vivir sola teniendo una madre enferma en casa.
Hay que tener mucho cuidado por lo tanto a los cambios sociales que se han producido a raíz del
discurso y de las luchas feministas: estamos en un punto intermedio en el que se han conseguido
algunos avances a nivel político y legal, mientras a nivel social ha habido una actualización de los
parámetros de exclusión y desvalorización de lo femenino.
Es necesario acompañar los cambios externos (sociales) con procesos de reflexión interna y de
desmenuzamiento de los introyectos en acto, porque a nivel intra-psíquico esos cambios generan
una desintegración específica33.
De mi cosecha personal de estos años de formación, he ido descubriendo como esos mensajes
contradictorios han ido ocupando un lugar interno del que primero no tenía consciencia, segundo y
por ende no tenía manejo. He recibido una educación familiar explícitamente no sexista si bien
embebida de formas y actitudes apegadas a los roles tradicionales, y además me he criado, como
todas, en una sociedad patriarcal. Me ha sido enseñada y trasmitida teóricamente cierta libertad y
cierto poder personal, a la vez que me he ido empapando de esquemas de conductas y mensajes
                                                                                                                       
33
Quiero mencionar que en este punto ha de colocarse lo que en las ciencias sociales se está
nombrando como crisis de la masculinidad, ya que el movimiento feminista y los avances sociales que
conllevó están produciendo un cambio que para el sector masculino no ha sido ni deseado ni elaborado a
nivel consciente y constructivo, y que por lo tanto lo enfrenta con una serie de consecuencias sobre su salud
y su vida en sociedad.
 

43  

 
sutiles que confirmaban mi rol tradicional de género. Tengo un hermano mayor con el que me
llevo tres años, y de niña jugaba mucho con él y sus amigos, en Roma, y en el pueblo. Recuerdo
que yo tenía actitudes dominantes y con cierta índole al liderazgo, y esto se apreciaba en el grupo
de niños varones (ya que la evaluación estaba basada sobre un esquema de valores masculinos
de las conductas), pero hasta el punto en el que mi carácter no empezaba a poner en peligro
algún liderazgo masculino en acto: se trataba de una raya invisible, que marcaba la rápida frontera
entre la aceptación y el rechazo, todo entre mezclado por el imperativo de la seducción
heteronormativa que ponía en riesgo mi capacidad de gustar.
Me he ido por lo tanto construyendo un techo de cristal, una barrera tan invisible que me permitía
tener una auto-percepción de mi como mujer fuerte, autónoma, libre de los mandatos de sumisión
de mi género, y que a la vez me impedía crecer, bajo la amenaza del rechazo y de la exclusión,
moldeando mi carácter en base al onceavo mandamiento de nuestra cultura: “has de gustar a los
chicos”. Podía ser líder de las niñas y colega de niños varones, pero no líder de ellos.
En los colectivos feministas y a través de las lecturas he aprendido cómo se estructura la sumisión
sistemática de lo femenino a lo masculino; en el grupo de formación en Gestalt, y en mi propio
proceso terapéutico, he entendido la forma específica con la que este sistema actúa en mis
vivencias. Personalmente un importante darme cuenta ha sido descubrir como he ido
transformando la rabia en tristeza, a través del mecanismo de defensa de la retroflexión.

• RETROFLEXIÓN
“El silencio es el mejor ornamento de las mujeres”
(Sófocles, V siglo a.C.)

“Consiste en marcar excesivamente el límite entre yo y el entorno, de forma que en vez de


traspasar ese límite y establecer contacto, el individuo se vuelve hacia/contra sí (precisamente
Freud llamó a este mecanismo la vuelta contra sí) y se hace a si mismo lo que le gustaría hacer a
los demás. (…) Lo que retroflectamos son eminentemente los sentimientos negativos y en este
sentido es un mecanismo de autopunición”34.
Son muchos los sentimientos que se pueden retroflectar porque en algún momento
(preferiblemente durante la niñez) introyectamos un valor negativo hacia ellos, pero en el caso de
los mandatos de género un ejemplo especialmente claro en las mujeres es él de la agresividad.
Vimos como toda la esfera de la agresividad (rabia, competición...) son negados y sancionados en
la construcción social del ser mujer y, frente a la imposibilidad de dirigir este tipo de emoción hacia
                                                                                                                       
34
Francisco Peñarrubia, Terapia Gestalt. La vía de vacío fértil, Ed. Alianza Editorial, 2012: p. 152.

44  

 
afuera, resulta común que derive en una mala dirección de la actividad de manipulación de lo
exterior. El ejemplo de mi experiencia de niña con grupos de varones está claro: enfadarme con lo
que estaba viviendo me hubiera expuesto aun más a un castigo social (introyecto: las niñas no
gritan, las niñas no pelean); con los años he aprendido a camuflar el enfado hacia el mundo
exterior en enfado hacia mi misma, es decir en rechazo, baja autoestima, tristeza y una constante
desenergetización.
Si bien sabemos que la educación de género afecta la vida tanto de mujeres que de hombres, y
remarcando el hecho de que estamos aquí poniendo el acento sobre lo femenino por ser la parte
inferiorizada de este sistema polarizado, la retroflexión atañe de manera amplia a la vida de las
mujeres, ya que es un mecanismo que responde de forma inmediata a los mandatos de pasividad
y falta de acción a ellas dirigidos y que constituye un sustituto a la acción de ir hacia los propios
deseos e impulsos. Nada más explicativo del lugar común en el que se funda toda sociedad
patriarcal: la visión de la mujer como objeto... ¿qué hay que hacer para convertirse en ello?
La culpa es otro resultado del proceso de retroflexión: el choque entre los deseos de
individualización y una socialización femenina que privilegia lo relacional y la preocupación por el
entorno, crea una serie de tensiones internas que se traducen en este sentimiento inhibitorio y
punitivo.

• PROYECCIÓN
“Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio
malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”
(Pitágoras, V siglo a. C.)

Es un proceso de distribución de identidades entre el sujeto y el otro mediante el cual el sujeto


expulsa de sí y localiza en el otro cualidades, sentimientos, deseos, que rechaza de si mismo.
Hemos visto como la construcción de las categorías de género mujer/hombre sigue un proceso de
polarización excluyente y complementario, por lo tanto ya resulta evidente como lo masculino y lo
femenino se constituyen como un sistema de polarización social.
Esta construcción polarizada crea individuos incompletos.
Quiero subrayar aquí que considero muy importante que en el trabajo con esta polaridad se ponga
el acento en la mediación cultural y social que existe respeto a los contenidos que atribuimos a los
opuestos en juego, y reconocer como la atribución de las categorías yang a lo masculino y yin a lo
femenino sean factores culturalmente determinados. Considero fundamental alejarnos de todo
determinismo biológico y energético, dejar de usar términos como “energía femenina” y “energía
 

45  

 
masculina” para no caer en la confirmación de una presunta naturalidad de determinados
comportamientos. Es importante por lo tanto enfatizar aquí sobre el uso del lenguaje, que funda
nuestra realidad y participa a la consolidación de categorías fijas.
El mecanismo de la proyección es la cara inversa del mecanismo de la introyección: todo lo que
me he “tragado” porque no consono a mi persona, lo “escupo” hacia afuera atribuyéndolo al
entorno.
En el proceso de proyección entre los géneros ocurre lo que Melanie Klein define como
mecanismo de la identificación proyectiva en el que esta dinámica pasa de un plano intrapsíquico
a un plan intersubjetivo: el sujeto (y recordamos que en nuestra sociedad el sujeto que por
tradición actúa e impone su conducta es el sujeto masculino) se porta de tal manera que atribuye
la imagen propia de la que quiere desprenderse a otra persona, la cual es llevada a ciertos
estados emocionales que la llevan a cumplir su rol. Este mecanismo funciona a nivel social como
una profecía autocumplida.
Este elemento genera una fuerte resistencia al cambio y un efecto de autocumplimiento o
“predicción”, que afectan no sólo al grupo que generalmente estereotipa (el hombre, a través de la
sociedad patriarcal) sino al grupo estereotipado (la mujer).
“La principal idea de la profecía autocumplida es que las creencias generan conductas y las
conductas generan creencias. Consta de dos elementos básicos: uno cognitivo, formado por
conocimientos, creencias, expectativas, sentimientos actitudes, intenciones, metas y valores; y
otro que incluye conductas observables, tales como acciones, palabras, expresiones faciales y
lenguaje corporal. En los estereotipos de género, las creencias estereotipadas acerca de mujeres
y hombres causan sesgos y distorsiones perceptivas, incluyendo discriminaciones de rol y de
estatus; y las diferencias resultantes de dichos sesgos y distorsiones en la conducta y el logro
parecen confirmar que las expectativas iniciales eran verdaderas. Así, primero vemos a mujeres y
hombres como poseedores de los rasgos estereotipados (los tengan o no), confirmando de este
modo nuestras profecías, aunque sean erróneas. En segundo lugar, los tratamos como si
poseyeran dichos rasgos, favoreciendo que su comportamiento se adecue a nuestras
expectativas. De esta manera, las profecías son confirmadas y los estereotipos adquieren una
parte de verdad”35.
En los talleres con y para mujeres se trabaja mucho sobre el reconocimiento de los factores
sociales y externos que refuerzan una sumisión estructural de lo femenino a lo masculino, y sobre
todas las partes de nosotras que nos han sido negadas por el sistema androcéntrico en el que

                                                                                                                       
35
Maria del Pilar Matud Aznar, Carmen del Rosario Wangüemert, Rosario J. Marrero Quevedo,
Mónica Carballeira Abella, op. cit.: pp. 30 – 31.
 

46  

 
vivimos. También se trabaja sobre las formas en las que nosotras mismas reproducimos tales
factores.
La posibilidad de trabajar como proyecciones las imposiciones que nos limitan aumenta las
posibilidades de profundizar este último aspecto en un ejercicio de exploración interna que nos
haga conscientes de la parte de responsabilidad que tenemos en este proceso de
encorsetamiento.
El trabajo terapéutico permite poner atención a los introyectos que nos oprimen y cobrar una parte
activa en la construcción de nuestra identidad y de nuestras posibilidades de acción, ya que “en
lugar de ser un participante activo de su propia vida, el proyector se convierte en un objeto pasivo,
víctima de las circunstancias”36.
El trabajo con los mecanismos de la introyección y de la proyección es por lo tanto muy valioso en
el acompañamiento de un trabajo político de transformación externa de la experiencia femenina.
Es un paso difícil ya que “la proyección proporciona una economía y una simplificación interior: se
exporta el conflicto (…) para que el autoconcepto no sufra fisuras37”. Este trabajo implica por lo
tanto la integración del campo de batalla adentro del sistema íntimo de funcionamiento de la mujer
y aunque existan fundamentos para saber que el mundo suele avalar los introyectos de género, es
un paso imprescindible para liberarse de ellos.
En la construcción de las identidades de género, como hemos visto, los introyectos no sólo sirven
para establecer las categorías binarias mujer/hombre, sino también para establecer los mandatos
morales de lo que significa ser buena mujer o mala mujer (y buen o mal hombre).
Este proceso también produce proyecciones, que se traducen en las críticas y en la rivalidad entre
mujeres, en la perpetración del esquema de violencia vivido (en las comunidades de Chiapas, en
las que trabajaba, a menudo las participantes de los talleres mencionaban la relación entre
suegras y nueras como lugar de violencia): la proyección en este caso es, a nivel intra-psíquico,
un mecanismo de convalida de la aceptación social y de descarga emocional de la violencia vivida
y, a nivel inter-personal, una herramienta política de mantenimiento del sistema vigente.
En palabras de la teórica feminista Marcela Largarde: “el fenómeno de la envidia entre mujeres es
una de las formas de la violencia estructural de género. Es una construcción política patriarcal y
uno de los pilares más sólidos de la cultura patriarcal. Se basa en que las mujeres tengamos
envidia una de las otras y que esto se convierta en un nutrimento del antagonismo entre las
mujeres38”.

                                                                                                                       
36
Fritz Perls, op. cit: p 40.
37
Francisco Peñarrubia, op. cit.: p. 151.
38
Marcela Lagarde. Claves Feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres. Nicaragua:
Puntos de encuentro, 1997.
 

47  

 
Cabe mencionar como proyección, porqué propia del sistema de control de deseo del orden
heteropatriarcal, también las actitudes lesbófobas y homófobas.
Por lo tanto en el trabajo con proyecciones también se podrá avanzar una reapropiación de todas
las características que nos solemos negar porque pasibles de juicios negativos y que producen
una fragmentación de nuestro carácter.

• CONFLUENCIA
“Hombre, tú eres el dueño, la mujer tu esclava:
Dios lo ha querido así”
(San Agustín, siglo IV d. C.)

Cuando hablamos de confluencia hablamos de la falta de capacidad de un individuo de reconocer


los límites entre él y su ambiente.
La persona confluyente “no se da cuenta del límite entre si misma y los demás, no puede hacer un
buen contacto con ellos. Tampoco puede retirarse de ellos. En realidad ni siquiera puede
contactarse consigo misma”39.
Vimos como la construcción del género femenino se basa en el desarrollo (y explotación) de la
capacidad de relación y cuidado de lo exterior. La realización femenina a través del cuidado de las
otras personas mucho tiene que ver con el desarrollo del mecanismo de la confluencia, ahí donde
la satisfacción de las necesidades de las demás substituye el reconocimiento y contacto con las
propias, y donde la realización personal se traduce en realización del propio entorno.
Las retóricas de la mujer madre, mujer esposa, mujer en general vista en función de un núcleo
masculino e/o familiar, explican con bastante claridad el surgir de una dificultad de separación y
distinción entre ella y lo otro.
El potenciamiento de una identidad femenina como ser en relación, a la que los procesos de
individualización están proscritos (porque propios del mundo masculino) propone una
configuración social por la que el sujeto femenino es implícitamente propenso a la confluencia.
“La persona que está en confluencia patológica hace un ovillo de sus necesidades, emociones,
actividades, resultando una confusión tal que ya no se da cuenta de qué quiere hacer ni cómo se
lo está impidiendo. Esta confluencia patológica yace tras muchas de las enfermedades ahora
reconocidas como psicosomáticas”40; y también: “la confluencia implica la no existencia (…y) la

                                                                                                                       
39
Fritz Perls, op. cit: p. 42.
40
Idem: p.43.
 

48  

 
confluencia en el adulto es fijación sadomasoquísta disfrazada de amor”41. Visto lo ya reflexionado
sobre los contenidos implícitos del lo que aprendemos como amor, habría aquí que preguntarnos
qué tanto de este concepto implica una confluencia estructural, y cuestionarnos sobre la
necesidad de un trabajo consciente de deconstrucción (y reconstrucción) de tal sentimiento.
En el trabajo con mujeres, por lo tanto, habrá que prestar especial atención en generar contacto
con las propias necesidades, favoreciendo un proceso de darse cuenta de las mismas, y de los
mecanismos que inhiben su realización (y aquí vuelve el trabajo con introyectos), tomando en
cuenta que la ruptura de una relación de confluencia lleva la persona dependiente a sentimientos
de culpa y de rencor.
El trabajo de grupo entre y con mujeres favorece sin embargo el realizarse de uno de los aspectos
positivos de la experiencia de la confluencia, es decir, según la comparación que hace Perls, la
experiencia de un éxtasis colectivo. Reconocer un punto de unión entre las vidas individuales,
visualizarlas como comunes, crea lo que en antropología se llama communitas, es decir la
sensación de unión y acompañamiento que se experimenta con grupos de iguales con el que se
comparte un proceso de transformación. La caída momentánea de los límites entre el yo y el
nosotras permite enfocar las vivencias debidas al género como socio-culturales y políticas,
descargando la culpa y el aislamiento y permitiendo una experiencia existencial más amplia. Es un
enfoque que permite deconstruir introyectos con el aporte de la sensación de ser parte de un
colectivo de apoyo recíproco. El sentimiento que se genera es lo que en los grupos feministas se
denomina sororidad: un sentimiento de hermandad entre mujeres debido a la condivisión de la
experiencia de género.

Mucho abría que reflexionar sobre la manera en la que los mecanismos psicológicos individuales
se entremezclan e influyen recíprocamente sobre la conducta social del género.
Pensando al trabajo que Claudio Naranjo propone del estudio de los Eneatipos quiero dejar aquí,
sin posibilidad ni herramientas actuales para poder desarrollarla, la pregunta de cómo la
pertenencia de género influye de manera diferenciada sobre la realización concreta del carácter
de una persona. ¿Será, por ejemplo, lo mismo nacer mujer 1 u hombre 1? ¿En que modo la
inhibición femenina de la ira puede actuar sobre el desarrollo de la vida de una mujer cuya pasión
sea esta? O también: ¿por qué solemos decir que la mayoría de los eneatipos 2 son mujeres?
¿Podría la trayectoria que las lleva al 8 constituir en proceso de liberación y no de aumento de la
neurosis? Puntos de reflexión que me llaman la atención y que dejo aquí abiertos.

                                                                                                                       
41
Fritz Perls, Teoría y técnica de integración de la personalidad, en J. O. Stevens, Esto es gestalt,
Cuatro Vientos, Chile, 1987: p. 51; cit. in F. Peñarrubia, op. cit.: p. 151.
 

49  

 
Otro tema importante que no he desarrollado en este trabajo y que merece atención, es él que
relaciona la vivencia sexuada con el cuerpo, tanto a nivel de enfermedades psicosomáticas, como
a nivel bioenergético. El estudio de estos dos aspectos podría además ser puesto en relación bajo
la propuesta de trabajo de Juan José Albert, que une el trabajo Bioenergético con el trabajo con
Eneatipos.

CONCLUSIONES

Para concluir diremos que la identidad de género se construye principalmente a través de


introyectos en cuya base encontramos una voluntad social de mantenimiento de las estructuras de
poder que se articulan alrededor del eje identitario (socialmente construido) masculino/femenino.
El control de las emociones y del deseo sexual es parte importante de las estrategias de
imposición de identidades específicas con respeto al género.
Según Perls la neurosis es “la confusión en la identificación (…) no importa a través de cuál
introyecto, su marca de fábrica es la desintegración de la personalidad y la falta de coordinación
en el pensamiento y la acción. La terapia consiste en rectificar las falsas identificaciones”42.
Podemos por lo tanto decir que la sociedad patriarcal es una sociedad neurótica en sí, porque
basada en un orden jerárquico que limita la autoregulación y el desarrollo libre de sus miembros, y
la relación entre las personas y este ambiente no podrá constituirse como reciprocámente
satisfactoria. Además la aceptación de las normas de género, que hemos visto ser un conjunto de
introyectos de difícil digestión, conlleva a una situación neurótica para las personas que la
vivencian, ya que “una neurosis es un estado de desequilibrio en el individuo que surge cuando él
y el grupo del cual forma parte experimentan simultáneamente necesidades diferentes y el
individuo no puede decidir cuál es dominante43”.
Considerando el autoconcepto como elemento fundamental de la vivencia individual, y el
proceso de identificación (a través de la relación con el entorno y con las normas culturales
establecidas) como una herramienta básica de sobrevivencia, hemos visto como conllevan a un
despliegue individual de mecanismos de defensa necesarios para la adaptación, a la vez que
determinan una diferenciación de género en el tipo de mecanismo puesto en acto (en virtud de
represiones socialmente diferenciadas por género).
Es necesario por lo tanto revisar los conceptos de normalidad y patología en relación a las
identidades de género y deseo sexual.
                                                                                                                       
42
Fritz Perls, op. cit.: p.45.
43
Idem: p. 55.
 

50  

 
La Terapia Gestalt aporta al feminismo una visión de la experiencia psicológica como mediada
por la relación con el ambiente, permitiendo transportar un discurso propiamente social y político
a una dimensión de respuesta emocional, física y cognitiva individual.
El trabajo con los mecanismo de defensa que condicionan el ciclo vital de satisfacción de las
necesidades, la idea de gestalts inconclusas de las que se evidencian figuras de interés que
condicionan la percepción de la realidad, el concepto de homeostasis en la que interfieren
interrupciones provenientes del mundo exterior, ofrecen nuevos puntos para entender la
experiencia existencial del sujeto mujer, diseñando nuevos caminos para su curación y
desarrollo libre como persona.
A su vez el feminismo ofrece a la Terapia Gestalt la posibilidad de trabajar bajo un prisma amplio
que nos ayuda a contextualizar las experiencias individuales; el enfoque de género permite dibujar
hipótesis de trabajo y encuadrar mecanismos que, si bien individualizados, tienen una matriz
colectiva.
Aun cuando el trabajo propuesto no es específicamente un trabajo con enfoque feminista,
considero la perspectiva de género como una gran herramienta para la terapeuta ya que la
digestión de los introyectos de género sin discriminación es muy dolorosa, y para evitar este dolor
a menudo se ponen en acto otros mecanismo, como pueden ser la deflexión, la remoción o la
negación. Tener en consideración el modo en el que las identidades de género actúan en la vida
de las pacientes ofrece una buena base para complementar todo tipo de trabajo.
Es importante sin embargo hacer un llamado de atención a la terapeuta feminista (y, para no
proyectar, admito que me dirijo a mi misma) y marcar aquí una distinción entre el proceso
terapéutico y el trabajo político, poniendo énfasis en la necesidad de no confundir las necesidades
de una con las presuntas necesidades de la paciente.
“No es tarea del terapeuta hacer juicios de valor acerca de las necesidades existenciales de sus
pacientes. Puede que él no tenga el menor interés en los negocios, pero si su paciente siente que
el éxito en los negocios es una necesidad existencial, el terapeuta debe ayudarlo a encontrar el
autoapoyo necesario para alcanzar su meta44”.
El enfoque de género, por lo tanto, se propone aquí como medio de exploración en el proceso
terapéutico individual y, sólo en el caso en que el proceso se encamine en esa dirección, como
proceso consciente de liberación del sujeto mujer.

                                                                                                                       
44
Idem: p. 48
 

51  

 
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PELÍCULAS RECOMENDADAS

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• XXY, Lucía Puenzo, Argentina, 2007.  

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