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EN HANNAH ARENDT
VÍCTOR ALONSO-ROCAFORT
Universidad de Alicante
RESUMEN
la quiebra identitaria. Aquí es donde Arendt se verá con mayores problemas, pues se
topará con el axioma de no contradicción, al que rechazará y aceptará en lo que su-
pone precisamente una contradicción de notable valor que nos conduce hacia un as-
pecto esencial de su pensamiento.
ABSTRACT
Los asuntos y conceptos que más le preocupan aparecen así una y otra vez,
sin por ello producirse una tediosa y mecánica repetición. Al contrario, cada
nuevo tratamiento suele provocar una mayor profundidad, incorporando
nuevas ideas y perspectivas, asentando otras ya establecidas, y en general
destacando con sutileza aquellos aspectos que le parecen esenciales (1). Ha
sucedido, entre otros temas, con su comprensión de la política, la autoridad,
la acción, el poder, la isegoría, la pluralidad o la ley.
En este trabajo quiero destacar la importancia central que alcanza la li-
bertad de movimiento para comprender todo su pensamiento. Ésta, nos reco-
noce Arendt, es la libertad «más antigua y también la más elemental» (2001:
19). Por un lado, resulta básica para el despliegue del pensamiento genuino;
y por el otro se la reconoce como un derecho fundamental de las personas
que tratan de habitar el mundo. Es así una noción que conecta la democracia
del propio gobierno del ciudadano con aquella que se busca para la ciudad.
(1) «A veces pienso —le escribió [Arendt] a un amigo en 1972— que todos tenemos so-
lamente un pensamiento real en nuestras vidas y que todo lo que entonces hacemos son elabo-
raciones o variaciones sobre un mismo tema» (citado en YOUNG-BRUEHL, 2006: 412).
significa que no seas igual que otros ante la ley; sencillamente, ya no hay ley
para ti, careces de reconocimiento jurídico. La condición de los refugiados,
los migrantes forzosos, los apátridas, «no es la de no ser iguales ante la ley,
sino la de que no existe ley alguna para ellos» (ibid.: 429). Resultó funda-
mental privar a los judíos incluso de la condición de ciudadanos de segunda
clase como paso previo a su exterminio. Estaban completamente sin dere-
chos, y ningún Estado les reclamaría (Bernstein, 2005: 54). Junto con la su-
presión de la libertad jurídica se daba el internamiento: «Propagandística-
mente esto significa que la custodia protectora es considerada como una me-
dida policial preventiva, es decir, como una medida que priva a las personas
de su capacidad de actuar» (Arendt, 1999a: 665).
Tras acabar con la persona jurídica, y una vez internados en los campos,
las siguientes fases se encargarían de aniquilar paulatinamente a la persona
moral para, finalmente, destruir la identidad única de cada individuo. De
esta manera, los judíos europeos serían susceptibles de ser eliminadas por
completo. Estas relaciones entre la personalidad jurídica, moral y la propia
identidad del individuo las abordó nuestra autora en un conocido trabajo de
1943, que tituló significativamente Nosotros, los refugiados:
«El hombre es un animal sociable y su vida le resulta difícil si se le aísla
de sus relaciones sociales. Es mucho más fácil mantener los valores morales
en un contexto social y muy pocos individuos tienen fuerzas para conservar
su integridad si su posición social, política y jurídica es confusa» (2002a: 18).
(2) Durante la Ilustración se considera que «la emancipación real del hombre conlleva
asimilación e integración, esto es, negación pura y simple de todo lo judío» (MATE, 1999: 14).
(3) Arendt siempre criticó con dureza la postura de quienes calificó como advenedizos.
Así, sobre Stefan Zweig, dictó: «ni siquiera se le pasó por la cabeza que, desde un punto de
vista político, pudiese ser honorable estar fuera de la ley, sobre todo cuando ya no todos los
rra europea de los años veinte pone a prueba la capacidad inclusiva del Esta-
do-nación con la cuestión de las minorías, los refugiados y los apátridas. Ni
su estructura política ni su sistema jurídico superarán el examen (4). Desde
los Estados europeos las repatriaciones forzosas pronto se convierten en po-
lítica habitual: «Todas las discusiones acerca del problema de los refugiados
giraron en torno a una sola cuestión: ¿Cómo puede ser otra vez deportado el
refugiado?» (Arendt, 1999a: 414). La propaganda nazi lo veía muy claro, y
no dudaba en apuntar hacia la hipocresía del resto de Estados europeos.
Como explica Arendt:
«El periódico oficial de las SS, Die Schwarze Korps, declaró explícita-
mente en 1938 que, si el mundo no estaba todavía convencido de que los ju-
díos eran la escoria de la Tierra, pronto lo estaría, cuando mendigos no identi-
ficados, sin nacionalidad, sin dinero ni pasaporte, cruzaran las fronteras»
(ibid.: 395) (5).
Por desgracia, las SS no se equivocaron del todo y así —resalta Arendt—
el hecho de que para el resto de Europa «los refugiados de los territorios nazis
fuesen indeseables por definición tuvo una importancia considerable como
preparación psicológica del Holocausto» (2009d: 597). En realidad, y a pesar
de algunas condenas meramente verbales a los progromos de 1938 en Alema-
nia, «las medidas administrativas en la política de inmigración de todos los
países europeos y de un gran número de los países allende los mares» no con-
tradecían las políticas migratorias nazis (ibid.: 596). Esta situación llegó al ex-
tremo de que «el derecho de asilo, único derecho que había llegado a figurar
como símbolo de los Derechos del Hombre en la esfera de las relaciones inter-
nacionales, comenzó a ser abolido (...) [Éste] era el único vestigio moderno
del principio medieval según el cual quid est in territorio est de territorio»
(1999a: 409). Todo lo que rodeaba a una ciudadanía cada vez más cara y ex-
clusiva lo cubría el manto frío, eficiente, distante e impersonal de la burocra-
cia, que bajo su apariencia estrictamente racional provocaba la irracionalidad
hombres son iguales ante ella». (2009b: 410). Acerca de la relevancia que, frente a esta figu-
ra, tomó el paria consciente en la obra de Hannah Arendt: SÁNCHEZ, 1994: 35.
(4) «Desde 1920, casi todos los Estados europeos han acogido a grandes masas de gente
sin derecho de residencia ni protección consular (...) Ya no existe algo así como la asimila-
ción en Europa, los Estados-nación se han desarrollado demasiado y son demasiado antiguos
(...) Nadie más puede ser incluido» (ARENDT, 2009a: 202).
(5) Arendt rescata también una circular del Ministerio de Asuntos Exteriores nazi, escri-
to en 1938 a todas las entidades alemanas en el exterior: «Cuanto más pobre sea el judío inmi-
grante, y por ello más incómodo para el país que le absorba, más fuerte será la reacción de ese
país» (1999a: 395).
Nuestra autora establece, por tanto, una cierta continuidad entre la tradi-
ción ateniense, que construye fabrilmente la ciudadanía y la sustenta me-
diante la violencia a partir de muros excluyentes, con el auge de las fronte-
ras, los documentos y las vallas militarizadas de nuestro mundo contemporá-
2. El movimiento ideológico
proceso argumentativo no podía ser interrumpido ni por una nueva idea (...)
ni por una nueva experiencia» (ibid.: 695).
(8) «No [se] aplican leyes, sino que [se] ejecuta un movimiento conforme a su ley inhe-
rente (...) sin preocuparse del comportamiento de los hombres» (ARENDT, 1999a: 687).
(9) Los postulados del régimen nazi al respecto, que ya Carl Schmitt había diseccionado
en Estado, movimiento, pueblo en 1933, tenían su versión en el fascismo italiano, y se adapta-
rán a las particularidades del emergente régimen franquista. En torno al llamado Movimiento
Nacional, como formulara Luis del Valle, se exige «una organización en perpetua vitalidad,
que necesita de un Pueblo político en continua y permanente movilización, conseguida me-
diante el partido único que encarna un movimiento militante oficial» (GONZÁLEZ PRIETO,
2008: 60).
(10) Escribe Arendt en La vida del espíritu: «la liberación, a pesar de poder ser la conditio
sine qua non de la libertad, nunca es la conditio per quam que causa la libertad» (2002b: 441).
(11) Al igual que Vico, Arendt no encajaba entre metodologías. Como explicará Salva-
dor Giner sobre quien fuera su maestra: «su obra impacienta a los adoradores del método»
(GINER, 2007: 11).
(12) Aquí subyacen las enseñanzas que toma Arendt de Aristóteles a la hora de distin-
guir praxis y poìêsis (ARISTÓTELES, 1985: VI.5, 1140a 35-b1; RAMÍREZ, 1997).
(13) En realidad, esto que recoge Arendt de Lessing supone una variante de algo habi-
tual en el pensamiento judío —la expulsión de la omnipotencia del recinto terrestre—, para el
que Yahvé, más que un dios, es un locus de poder y certeza con el que no nos liga puente al-
guno (ROIZ, 2003: 71-72).
(14) Isaiah Berlin llegó a manifestar: «Debo admitir que no respeto demasiado las ideas
de la dama (...) todo [en Arendt] es una corriente de asociación metafísica libre. Se mueve de
una frase a otra sin nexos lógicos, sin vínculos racionales e imaginativos» (Berlin, citado en
CRUZ y BIRULÉS, 1994: 10-11).
(15) «Arendt was not one to buy mere consistency at the price of thinking» (KOHN,
1990: 4).
cias sin por ello crear enemigos. Se vuelca también en cumplir las promesas.
Como he avanzado más arriba, la amistad es capaz de comprender verdades
distintas de la propia. Arendt emplazará definitivamente a la amistad, más
allá de la justicia o las instituciones, como aquel elemento político capaz de
respetar la igualdad en la pluralidad del mundo, todo ello sin disimular los
conflictos en una comunidad política compartida. La confianza de Arendt en
esta virtud le lleva a expresar —de labios de Sócrates, eso sí—, que de cons-
truirse un mundo común en torno a la amistad, no haría falta un gobierno
con mando (2004a: 436-437). Jerome Kohn nos revela el interlineado de su
maestra: «La condición del sistema de gobierno por consejos no es amar a tu
vecino, sino entablar una amistad política con él» (Kohn, 2009: 30).
Arendt no sólo seguirá a Sócrates, sino que también recogerá de Aristó-
teles la importancia que la amistad tiene para el bienestar de la ciudad: «Con
amigos los hombres están más capacitados para pensar y actuar». Es tam-
bién en Aristóteles donde encuentra la idea clave de que es «la amistad [lo
que] parece mantener unidas las ciudades» (Aristóteles, 1985, VIII.1, 1155a,
15, 20). Pero lo que nos ofrece el núcleo de la exposición que a partir de
ahora va a hacer Arendt de la amistad, y con ella del pensamiento, lo encon-
tramos en el libro IX de la Ética nicomáquea:
«Las relaciones amistosas con el prójimo y aquellas por las que se defi-
nen las amistades parecen originarse de las de los hombres en relación a sí
mismos» (ibid.: IX.4, 1166a, 1-5).
La amistad con uno mismo, la manera en que la tejamos, los elementos
que empleemos o excluyamos, el modo de juzgarnos a nosotros y nuestras
acciones, la libertad que ofrezcamos a nuestras pasiones y prudencias, la ca-
pacidad que tengamos para saber escucharnos, entre otros asuntos, resul-
tarán clave a la hora de relacionarnos, también, con nuestros vecinos en la
ciudad.
(16) Arendt le escribirá a Mary McCarthy, en agosto de 1969, que hay «cosas muy, pero
muy cercanas» en algunas cuestiones que su amiga le planteaba en su última carta, y en las
que ha «estado pensando en estos últimos años». Éstas serían, aclara Arendt: «La cuestión de
la vida interior, su tumulto, su multiplicación, el estar dividido en dos (conciencia), el hecho
curioso de que soy Uno solamente cuando estoy acompañado, la importancia o la falta de im-
portancia que estos datos tienen para el proceso de pensar, el diálogo silencioso entre yo y yo
mismo, etc.» (ARENDT y MCCARTHY, 2006: 369).
pensamiento y saber, al mismo tiempo que creían que los resultados de sus
especulaciones poseían la misma validez que los procesos cognitivos». De
todo ello resulta la construcción de sistemas omnicomprensivos, fijos y cua-
sicientíficos (ibid.: 86-89, 112-113).
Arendt insistía en su rechazo hacia el intento de los filósofos por huir de
«la maldición de la contingencia», por evadirse de la experiencia viva y per-
sonal del mundo (ibid.: 262; Hammer, 2002: 135). Son los responsables de
hacer equivalentes conocimiento y pensamiento, pervirtiendo a este último
para reducirlo a un movimiento rectilíneo y sometido a un fin (Arendt,
2002b: 147). El pensamiento en estos filósofos modernos se petrifica, se ele-
va omnipotente mostrando que es capaz de lograr verdades, de conocer
cómo se mueve la Historia. En su ansia por descubrir, abandonan la tarea in-
finita y humilde del significado. Con sus leyes y certezas, estos filósofos tra-
tan de frenar y dirigir el «viento del pensamiento», su libertad, sin percatarse
de que «la necesidad de pensar no se deja acallar por los discernimientos, su-
puestamente definitivos, de los sabios» (ibid.: 110).
Tal y como expresa Hannah Arendt en La vida del espíritu, «el cogito
ergo sum es una falacia» (ibid.: 73). El pensar no produce certezas, y menos
aún sobre la existencia, la realidad o el ser. Si acaso, incentiva los interro-
gantes. Descartes necesitaba dudar de todo, que es otra cosa, y así extendía
la sospecha de la ciencia moderna hacia toda la realidad. Eso sí, se cuidaba
mucho de tocar al propio yo pensante, al cual convertía en su única verdad.
Con esta operación se lograba un cogito independiente, soberano, autosufi-
ciente, aislado y muy poderoso. Frente a la falta de límites que Descartes
permitirá a la voluntad —es decir, a nuestro poder ejecutivo—, a Arendt le
sorprende que el francés encajone al pensamiento bajo reglas tan estrictas.
Entre estas «limitaciones» nuestra autora destacará la prohibición de quebrar
el axioma de no contradicción (ibid.: 261). Y enseguida se lamentará, refi-
riéndose al «trámite» del cogito cartesiano, de todas «esas teorías que se es-
fuerzan en negar la experiencia de la libertad dentro de nosotros mismos»
(ibid.: 267).
El pensamiento es una capacidad que posee el ser humano, pero que pue-
de decidir no emplear. La ausencia de pensamiento no está reservada sólo a
los malvados, sino que resulta cada vez más habitual en la vida corriente de
la modernidad. Nos confiesa Arendt:
(17) Para Arendt, «la carencia de mundo es siempre una forma de barbarie» (2001: 23).
Una relación más directa entre barbarie y cartesianismo en: BENJAMIN, 1982: 169.
Ahí fuera, en el mundo, Sócrates había aprendido que hay tantos logoi
como hombres. Para que en esta pluralidad se dé la isegoría, debe cultivarse
a) Orden y no contradicción
(18) Un pasaje donde Arendt parece decantarse —no lo hace siempre— por las despre-
ciadas virtudes del oído: «El pensamiento se ha concebido en términos visuales desde el naci-
miento de la filosofía formal (...) Si se examina la historia del poeta ciego, cuyas historias se
escuchan, cabe preguntarse por qué el oído no se convirtió en la metáfora directriz del pensa-
miento» (2002b: 133).
quedar claro cómo para ella el pensamiento trata principalmente con invisi-
bles desde lo invisible, es decir, un terreno para el que la vista no nos sirve.
De ahí la metáfora arendtiana del «viento». Como resalta Jesse Glenn Gray:
«Thinking exercises an effect on the inner life that is momentous, even
dangerous. Those who engage in it are transported from the world of appea-
rance to [an] invisible world (...) and everything stable is set in motion and
rendered open to question» (1977: 46) (19).
(19) «Because thinking deals with invisible realities, Socrates likened it to the wind, as
she [Arendt] notes» (GLENN GRAY, 1977: 46).
(20) Para Roiz, «durante un viaje, el poder ejecutivo del individuo está debilitado, ha
puesto de las aduanas tanto como el viento del pensamiento desordena espa-
cios y tiempos, dogmas y prejuicios. Es una libertad que se concede el teóri-
co a la hora de pensar, de viajar también por su propio self (21).
Cuando la amenaza del desorden alcanza zonas tan sensibles como la
identidad, sin embargo, nos topamos con arenas movedizas hacia las que
Arendt no se atreve a transitar del todo. Aquí de nuevo se produce una pa-
radoja. Si es a partir de Kant desde donde Arendt se repliega, ya que de él
recupera su escrupuloso respeto por la no contradicción, también será el
alemán quien conduzca a nuestra autora hacia otra valiosa vía al comparar
el pensar con el estado de ensoñación (Arendt 2002b: 68). Autores como
Elizabeth Young-Bruehl y Javier Roiz han dado gran importancia a la letar-
gia en el pensamiento de Arendt, indisociable de sus raíces judías
(Young-Bruehl, 2006: 157; Roiz, 2003: 228-236). En los sueños, o en el
estado de ensoñación, no rigen el espacio y el tiempo, tampoco el principio
de identidad. De este modo al soñar, como al pensar, estás «fuera de or-
den», y en ambos interviene lo no consciente. La extraordinaria sensibili-
dad de Arendt no podía dejarlo de lado, pero tampoco profundiza mucho
más, quizá porque indagar en el inconsciente es un terreno que se ha aso-
ciado a Sigmund Freud, un pensador que nuestra autora nunca trataría a
fondo y hacia el que sentía cierto rechazo (Wolin, 1978; Young-Bruehl,
2006: 487; Steinberger, 2007: 885).
El pensamiento fuera de orden, capaz de viajar en libertad y de suspen-
der las coordenadas espacio-temporales, ligado a la actividad de la rêverie y
no por ello irracional, quebraría por tanto el sacrosanto principio de identi-
dad —sin por ello multiplicar los yoes ni entrar en esquizofrenia. En una si-
tuación tal, no necesitaríamos a su principio hermano, el axioma de no con-
tradicción (Roiz, 2008: 91). Este último paso, en el que reside una de las cla-
ves del gobierno democrático del individuo, Arendt no llegará a darlo por
miedo a la ruptura interna. No lo dará, al menos explícitamente.
perdido su autoridad y el gobierno de la persona entra en cuestión (...) Se abre una oportuni-
dad micropolítica, es posible un nuevo diseño de autoridades» (2003: 349).
(21) «El yo pensante (...) es un apátrida en el sentido más contundente del término, algo
que podría explicar el temprano desarrollo de un espíritu cosmopolita entre los filósofos»
(ARENDT, 2002b: 219).
b) Armonía y no contradicción
ra a una coral, logra que de algunas voces salgan expresiones que antes no
estaban en ellas. Las ideas se multiplican, las relaciones se tornan fértiles. Se
trata, una vez más, de las posibilidades de la isegoría. A la vez, el contrapun-
to permite tomar en cuenta los silencios, saber también sobre quiénes se apo-
ya —o a quiénes somete— una voz firme y poderosa (Gadamer, 2005: 105;
Said, 1993: 121-122; Said, 2007: 135; Brown, 2004: 115).
El contrapunto y la armonía resultan así iniciativas sugerentes y válidas
para pensar el gobierno democrático del ciudadano en relación con el de la
ciudad. No se trata de una oda a las contradicciones, al ser inconsecuente o
al desorden. Como saben bien intérpretes y compositores, la música esta re-
pleta de sutilezas, de leyes, de saber escuchar, de compartir y de saber avan-
zar juntos sin por ello chirriar. Hay un lugar para la razón, incluso para la ló-
gica y la matemática, pero resulta indispensable la fantasía, también la pru-
dencia, el ingenio y el sentido común. Saber escuchar las pasiones. Cuando
comienza una interpretación musical se abre paso la contingencia; puede su-
ceder cualquier cosa, incluso en las obras más ensayadas. Se mantiene así la
personalidad de cada voz, al tiempo que se escuchan y respetan los silencios.
En la buena música, también, resulta clave no perder la capacidad de enso-
ñación.
El acercamiento musical que Arendt entreabre desde su obra, su firme
compromiso con la libertad de movimiento en el mundo y sus propias ambi-
güedades a la hora de llevarlo al pensamiento, suponen un antídoto frente a
las amenazas que se ciernen sobre la libertad. Arendt parece abrir de nuevo
una salida que nos muestra horizontes desde donde cultivar respuestas váli-
das y democráticas frente a las preocupaciones actuales de la política. Una
ventana desde la que escuchar y dejar viajar en libertad al viento del pensa-
miento. El respeto a la pluralidad comienza en el gobierno del propio ciuda-
dano. En ambos espacios, en la ciudad y en nosotros mismos, la libertad de
movimiento resulta una condición indispensable para la democracia. Más
allá, como presenciamos hoy de nuevo en Europa, anida la barbarie.
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