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CARTA DE PRÓSPERO DE AQUITANIA A RUFINO SOBRE LA

GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO

AL DIGNO Y VENERABLE RUFINO, AMADO HERMANO EN


JESUCRISTO, PRÓSPERO LE DESEA SALVACIÓN ETERNA

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

PRÓLOGO

1. Por un amigo común, recibí testimonios de tu fraternal solicitud para conmigo, y en eso
reconozco tu sincero afecto, por el que te doy las gracias. Podría temer que los rumores
malévolos, llegados hasta tus oídos, te hubieran causado inquietud y aflicción. Mi deseo es
tranquilizarte en la medida en que puede hacerse con una carta, dándote a conocer con
franqueza muchas cosas que ignoras, todo lo que dicen nuestros enemigos, y los vanos
esfuerzos que hacen para sembrar la división en una y otra parte.

Pero, ante todo, quiero precisarte en qué consiste la cuestión que es causa de tan apasionados
movimientos. Así conocerás mejor la falsedad de sus discursos, y la luz brillará para ti más
resplandeciente en medio de las tinieblas.

Capítulo 1. EL ERROR MÁS PERNICIOSO Y SUTIL DE LOS PELAGIANOS

2. La herejía pelagiana es demasiado conocida para que sea necesario hablar de ella. Es sabido
cómo con sus doctrinas ataca a la fe católica, y todos conocen los esfuerzos que hace para
derramar el veneno de sus impiedades en el corazón de la Iglesia, y en las entrañas del cuerpo
místico de Cristo.

La doctrina más principal y dañosa consiste en decir que la gracia de Dios se nos da según
nuestros méritos. Ante todo, los pelagianos quieren afirmar la integridad de la naturaleza
humana, diciendo que, mediante el acto libre, puede conquistar el reino de los cielos. Dicen que
posee plenamente las fuerzas de la condición primitiva, y que posee esencialmente la
inteligencia y la voluntad para, sin dificultad, hacer el bien y evitar el mal. Afirman que los
malvados son libres para obrar en un sentido o en otro y así obran el mal, no por falta de
capacidad para el bien, sino por falta de buena voluntad. Según ellos, como ya dijimos, la
justicia del hombre se basa en la fuerza y en la rectitud natural. Mas como la sana doctrina
católica rechazaba semejante definición, y los católicos la condenaban, los herejes emplearon
toda clase de ardides para disimular sus doctrinas, y así acabaron por confesar que la gracia de
Dios era necesaria al hombre para comenzar el bien, para continuar en él y para perseverar.

Capítulo 2. LA GRACIA SEGÚN PELAGIO

3. Pero esta profesión de fe que hacían los vasos de ira estaba llena de emboscadas, y era
necesario que Dios hiciera conocer esto a los vasos de la misericordia 1. Así se comprende y se
ve claramente que la gracia, tal como la entendían los maniqueos, no era más que una especie
de consejera para el libre albedrío, pues se contentaba con emplear la exhortación, la ley, la
enseñanza, la contemplación del universo, los prodigios y el miedo, para obrar exteriormente
sobre la voluntad, de modo que cada uno, siguiendo su propio impulso, encontraría si lo
buscaba, recibiría si lo pedía, y entraría si llamaba a la puerta. Pretendían, pues, que esa gracia
no era en nosotros más que una influencia exterior, para amonestar a nuestro libre albedrío, y
era solamente la ley, un profeta o un doctor, que se preocupan generalmente por todos los
hombres del mundo entero, para mover o creer a quienes quisieren, y para que creyendo fueran
justificados por el mérito de su fe y de su buena voluntad.
De esa manera la gracia de Dios sería concedida según los méritos del hombre, y en ese sentido
la gracia no sería ya una gracia. Porque si es un premio del mérito, y no el principio de las
buenas obras, en vano se la llama gracia.

Capítulo 3. LA ASTUCIA DE LOS PELAGIANOS DESENMASCARADA y VENCIDA

4. Tales eran las engañosas sutilezas con las cuales los hijos de las tinieblas querían
transformarse en hijos de la luz. Pero los Obispos del Oriente, la Sede Apostólica, los Concilios
del África lo descubrieron todo. El bienaventurado Agustín, gloria principal del sacerdocio en ese
tiempo, escribió numerosos y brillantes trabajos para probar los errores y sofismas de esa
herejía. Porque entre los dones que el Espíritu de la verdad le había abundantemente concedido,
poseía sobre todo esa fuerza de la ciencia y de la sabiduría que provienen del amor de Dios, y
con la espada invencible de sus palabras aniquiló muchas herejías, y en último lugar el
pelagianismo, cuyos restos todavía palpitan. Pero tampoco se libró de los ataques de los
malignos este hombre, tan grande por las palmas y las coronas recibidas; este doctor que
brillaba como una antorcha, para el honor de la Iglesia, y para la gloria de Jesucristo, por el que
estaba iluminado. Los hijos de la Iglesia no se avergüenzan de murmurar sordamente contra él,
y sus murmuraciones son escuchadas por otros, y como ofrecen sus oídos complacientes a los
herejes, así describen las obras contra los pelagianos, diciendo que en ellas Agustín niega el libre
albedrío, y que bajo el nombre de gracia incluye una necesidad fatal. Añaden que divide al
género humano en dos masas o grupos, y que quiere hacernos creer que hay dos naturalezas en
la humanidad. Así no temen atribuir a un hombre tan piadoso la impiedad de los paganos y de
los maniqueos.

Si esas acusaciones están bien fundadas, ¿de dónde procede su negligencia, e incluso su
impiedad en no rechazar rápidamente de la Iglesia una tan dañosa calamidad? ¿Por qué no se
oponen a esos sermones tan insensatos, o al menos por qué no citan algunos escritos del autor
de semejante doctrina? Sería glorioso para ellos, y útil para el género humano haber convencido
de error al mismo Agustín. Quizás quieran aparecer como moderados y nobles críticos,
respetando deferentemente y por compasión a un anciano de tan grandes méritos, y se
tranquilicen pensando que nadie se preocupará ya más de sus libros. Ignoran, o más bien saben,
que la Iglesia de Roma y de África, y que todos los hijos de la promesa en el mundo entero
están de acuerdo con él sobre los principios de la fe y de la gracia; saben que incluso en los
lugares donde se alzaron protestas contra él, Dios ha permitido que muchos hombres hayan
tomado de sus escritos la doctrina del evangelio y de los apóstoles, haciendo aumentar así, por
su poder expansivo, la ley que constituye el Cuerpo Místico de Cristo. Si estamos en el error,
¿por qué no tratan de refutarnos? Si no merecemos ningún reproche, ¿por qué nos muerden en
secreto?

Capítulo 4. LAS CONFERENCIAS DE CASIANO

5. ¿Quién ignora de dónde provienen la intemperancia de su lenguaje en privado, y su silencio


calculado ante el público? Quieren gloriarse en su propia justicia más que en la gracia de Dios 2,
y no pueden soportar que les ofrezcamos resistencia, cuando atacamos todo lo que dicen en sus
numerosas conferencias- contra un doctor de tan gran peso. Saben muy bien que planteando
esta cuestión en una asamblea del clero o del pueblo, les opondrían miles de obras escritas por
el bienaventurado Agustín, bien conocidas por todos, y que llevaron la poderosa luz de la verdad
a todos los corazones. ¿Pues qué hombre verdaderamente creyente y religioso, habiendo bebido
en las fuentes de esta elocuencia divina los verdaderos conocimientos de la salvación, desearía
sumergirse en una doctrina llena de humo y de orgullo?

En cuanto a mí, espero que Dios en su misericordia infinita, después de haber permitido que
esos hombres desvaríen en sus disquisiciones sobre el libre albedrío, abandonando las sendas de
la humildad, no les privará para siempre y hasta el fin de la luz de la inteligencia; hará retornar
a los que viven en tierras lejanas, y cuanto más tardío sea su retorno, más aparecerá en su
gloria la obra de la gracia, mediante la sumisión de los corazones rebeldes que se expusieron a
perderse al querer discutir sobre las virtudes y sobre la muerte moral. No digo que carezcan de
méritos; pero ciertamente pierden el fruto de sus obras, atribuyéndolas al poder de la
naturaleza, y cuando hacen intervenir la gracia, ésta sólo se presenta como consecuencia de las
buenas obras y de la buena voluntad.

Capítulo 5. TEXTOS DE LA SAGRADA ESCRITURA QUE USAN MAL LOS


PELAGIANOS

6. Los pelagianos apoyan su doctrina en los testimonios de la Sagrada Escritura. Pero no los
emplean adecuadamente. Porque para probar una definición, las pruebas alegadas no deben
tomarse en otro sentido, apartándose de la regla e interpretación común. Aplican al libre
albedrío esta expresión del Evangelio: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que
yo os aliviaré; tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera 3.
Aplican estas palabras a todos los hombres que trabajan en el decurso de esta vida y que están
cargados de pecados, diciendo que quienes quieran imitar la mansedumbre y la humildad del
Salvador, encontrarán descanso para sus almas en la esperanza de la vida eterna, y los que no
quieran obrar así, se perderán por su culpa, pues si lo hubieran querido, se habrían salvado.
Pero esos herejes deberían oír estas palabras que dice el Señor al libre albedrío: Sin mí nada
podéis hacer 4, y nadie viene a mí, si no le trajere el Padre que me ha enviado 5; nadie puede
venir a mí, si no se lo concede mi Padre; como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así
da la vida a quien le parece bien 6. Y en otro lugar se dice que nadie conoce al Hijo sino el Padre
y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo revelare 7.

Esos textos expresan una verdad fundamental, sin que puedan ser entendidos en otro sentido.
¿Pues quién dudará de que el libre albedrío obedece a la voz del que le llama, cuando la gracia
de Dios suscita en él el deseo de creer y de obedecer? De lo contrario, el hombre sólo tendría
necesidad de ser amonestado, y no sería necesario formar en él una nueva voluntad, según
estas palabras de la Sagrada Escritura: la voluntad es preparada por el Señor 8, y también según
el dicho de San Pablo de que Dios obra en nosotros el querer y el ejecutar, según su
beneplácito 9. ¿Qué es ese beneplácito? ¿No es lo que Dios obra en nosotros, a fin de que
habiendo dado el querer, dé también el hacer?

Capítulo 6. EL EJEMPLO DEL CENTURIÓN CORNELIO ALEGADO POR LOS


ADVERSARIOS

7. Para probar el poder del libre albedrío, los adversarios citan el ejemplo del centurión Cornelio;
que antes de recibir la gracia divina, ya era un hombre religioso y temeroso de Dios, y se
dedicaba por su propia voluntad a hacer limosnas, a los ayunos y a la oración; y así Dios dio
testimonio a sus obras, y le concedió el don de la regeneración. Pero no comprenden que esas
buenas disposiciones de Cornelio ya eran un don de la gracia. En efecto, cuando San Pedro tuvo
la visión, en la que veía toda clase de animales, y en la que se indicaba que debía bautizar a
Camelia, y enseñar a todas las naciones, como San Pedro no quería violar la ley judía, comiendo
alimentos impuros y comunes, se dejó oír una voz por tres veces que decía: no llames impuro a
lo que Dios ha purificado 10. Lo que constituye una prueba clara de que la gracia de Dios
inspiraba las obras de Camelia a fin de purificarle, a fin de que el Apóstol, viendo que el Señor
ya le había prevenido con sus dones, no dudara en conferirle el Sacramento. Se hubiera podido
dudar de la vocación de los gentiles que todavía no había sido revelada, si ciertas señales en las
disposiciones precedentes no hubieran manifestado que Dios los había escogido. Pues la fe no
pertenece a todos 11, ya que no todos obedecen al evangelio 12. Los que creen son movidos a
creer por el Espíritu de Dios, y quienes no creen se apartan con su libre albedrío. Así, pues,
nuestra conversión no procede de nosotros mismos, sino de Dios, según lo que dice el Apóstol:
pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, sino que es don de
Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe 13.

Capítulo 7. LA VERDADERA JUSTICIA DEL HOMBRE SÓLO VIENE POR CRISTO


8. Tenemos que reconocer la debilidad humana, y confesar que todas las generaciones sucesivas
resultaron condenadas en el primer hombre. Y cuando los muertos resucitan, los ciegos ven, y
los impíos se convierten en justos y dan gloria a Cristo, entonces es Dios quien les da la vida, la
luz y la justificación, de modo que quien se gloríe, que se gloríe en el Señor 14, y no en sí mismo.
Pues cuando era impío, ciego o muerto, recibió gratuitamente de su libertador la justicia, la luz y
la vida. No se puede decir que ya estaba en la justicia, y que su justicia fue aumentada; que
caminaba hacia Dios, y que su caminar fue robustecido; que amaba a Dios, y que su amor fue
enardecido. Debemos decir que estando sin fe, y siendo impío, recibió el espíritu de la fe y se
convirtió en justo; porque el justo vive de la fe 15, y sin fe nadie puede agradar a Dios 16, pues
todo lo que no viene de la fe, es pecado 17. De modo que es verdad que la justicia de los infieles
no es la justicia, y que la naturaleza sin la gracia está corrompida.

Capítulo 8. LA CARIDAD Y LA FE SON DONES DE DIOS

9. Cuando el hombre perdió su inocencia natural, se convirtió en desterrado, en perdido,


caminando al azar, y hundiéndose cada vez más en los senderos tenebrosos del error. Pero fue
buscado y encontrado, y llevado e introducido en el camino que es verdad y que es vida. Y fue
encendido en su corazón el amor a Dios, quien ama primero a quien no le ama, según lo que
dice San Juan: en eso consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
El nos amó 18; carísimos: amémonos nosotros unos a otros, porque la caridad procede de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios, y a Dios conoce, y quien no ama no conoce a Dios, porque
Dios es amor 19. Y el bienaventurado Pablo escribe: En Cristo Jesús para nada sirven la
circuncisión ni la incircuncisión, sino lo que vale es la fe operante por la caridad 20.

¿De dónde resulta esa fe unida a la caridad, si no es de la fuente descrita así por el mismo
Apóstol: porque os ha sido concedido no sólo creer en Cristo, sino también padecer por Él? [21]
Y para eso era necesaria una gran caridad. Y así dice también San Pablo: la caridad de Dios ha
sido derramada en vuestros corazones, por el Espíritu Santo que os ha sido dado 22. Sin la
caridad, como explica el mismo autor, nada valen ni la fe más grande, ni la ciencia, ni el cielo, ni
el trabajo 23. Pueden darse en el hombre estos dones maravillosos y dignos de admiración; si no
son inspirados por la caridad, sólo tienen apariencia de piedad, pero carecen de verdad.

Capítulo 9. NADIE ES DIGNO DEL DON DE LA CARIDAD

10. Así pues, nadie es digno de un don tan grande e inefable. Pero el que ha sido elegido ha sido
hecho digno por Dios, como dice el Apóstol: dando gracias a Dios Padre, que nos ha hecho
capaces de participar en la herencia de los santos en la luz; pues el Padre nos libró del poder de
las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor 24. Y el mismo escribe a Timoteo:
conlleva con fortaleza los trabajos por causa del Evangelio, en el poder de Dios, quien nos salvó
y nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y
de la gracia que nos fue dada en Jesucristo, antes de los tiempos eternos 25. Y a Tito le dice:
pues nosotros fuimos también alguna vez necios, desobedientes, extraviados, esclavos de toda
clase de concupiscencias y placeres, viviendo en la maldad, y en la envidia, dignos de odio, y
aborreciéndonos unos a otros; mas cuando apareció la bondad y el amor hacia los hombres de
Dios, nuestro Salvador, no por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia nos salvó mediante el lavatorio de la regeneración y renovación del Espíritu
Santo 26. Cuando la gracia divina justifica a alguno, no lo convierte de bueno en mejor, sino que
lo transforma de malo en bueno, y luego perfecciona gradualmente al que es bueno para hacerlo
mejor; no quita el libre albedrío, sino que lo libera, pues mientras estaba solo y sin Dios, estaba
muerto para la justicia, y vivía para el pecado; pero cuando la misericordia de Jesucristo lo ha
iluminado, se libra del poder del demonio, y entra en el reino de Dios. Para permanecer en ese
estado no basta esa primera gracia, sino que es necesario además el don de la perseverancia.

Capítulo 10. LA PERSEVERANCIA ES UN DON DE DIOS

11. La misma fe ardiente de San Pedro habría fallado, si el Señor no hubiera rogado por él,
como lo explica San Lucas con estas palabras: pero Jesús dijo a Pedro: Simón, Simón, Satanás
os busca para cribaras como trigo; pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe, y tú,
una vez convertido, confirma a tus hermanos 27. El mismo Jesús decía: orad para que no caigáis
en la tentación. Todo lo cual prueba que nada se puede hacer sin la gracia divina. A Pedro se le
dice: confirma a tus hermanos, y rogad para que no sucumbáis en la tentación. Pedro había
dicho con su libre albedrío: Señor, yo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte 28.
Pero Jesús le replica: antes de que el gallo cante, renegarás tres veces de tu Señor 29. Lo que
significa que fallará en la fe. Ciertamente, el Señor había rogado por él, a fin de que su fe no
desfalleciera; no había rogado en vano quien no tiene más voluntad que la del Padre. Pero Pedro
no debía apoyarse en su libre albedrío: promete demasiado, y se le abandona al peligro, a fin de
que vuelva a encontrar en su tribulación y en su desfallecimiento a quien le mira y le conforta, y
sin el cual nadie puede tener consistencia ni perseverancia.

Capítulo 11. Los ERRORES SOBRE LA GRACIA PROCEDEN DEL MIEDO A LA


PREDESTINACIÓN FIJA Y GRATUITA

12. Lo que hace a los hombres hostiles a la gracia divina es el miedo a reconocer este dogma
enseñado en la Sagrada Escritura, con las consecuencias que implica, de modo que se vean
obligados a aceptar que, entre las grandes multitudes que han vivido a lo largo de los siglos,
Dios escogió un número fijo y determinado de personas, a las que llamó mediante un decreto de
su voluntad, predestinándolas a la vida eterna.

Pero sería tan impío negar la gracia, como rechazarla. Nadie ignora que durante los muchos
siglos pasados, muchos miles de hombres, que no se podrían contar, abandonados a toda clase
de errores y de impiedades, dejaron este mundo sin conocer a Dios.

Leed los Hechos de los Apóstoles, y escuchad las palabras de Pablo y de Bernabé a los licaonios:
Hermanos nuestros, ¿qué es lo que hacéis? También nosotros somos hombres, iguales a
vosotros, y os predicamos para convertiros de estas vanidades al Dios vivo que hizo el cielo y la
tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, que en las pasadas generaciones permitió que todas
las naciones siguieran su camino, aunque no las dejó sin testimonio de sí, haciendo el bien y
dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, llenando de alimentos y de
alegría vuestros corazones 30. Si las naciones pudieran conseguir la vida eterna y disfrutar de los
beneficios de Dios con la sola inteligencia natural, bastaría para la salvación la contemplación de
la naturaleza, respirar el aire, y saborear los frutos que la tierra ofrece abundantemente: porque
usando mejor de los productos de la naturaleza, honramos al Creador en los dones cotidianos
que El nos prodiga.

Capítulo 12. NINGUNO SE SALVA SI NO ES POR LA GRACIA DE CRISTO

13. Las almas cristianas y rescatadas por la sangre de Cristo deben sentir horror por una
doctrina tan insensata y perniciosa. La naturaleza humana no puede liberar a la naturaleza
humana; nadie puede ser salvado sin la intervención del único mediador de Dios y de los
hombres, que es Jesucristo, Nuestro Señor. Como Dios nos hizo a nosotros, y no nosotros a
nosotros mismos 31, así El nos rehízo, y no nos rehicimos nosotros. El hombre no puede
atribuirse, por razón de sus buenas obras, el mérito o la continuación de esa reparación; y por
eso Dios derramó las riquezas de su misericordia sobre la cuna de algunos niños pequeños, en
los que nada puede haber que preceda o que siga a su elección; ni el deseo, ni la obediencia, ni
el discernimiento, ni la voluntad, y sin embargo, una innumerable multitud de niños, que tienen
la misma naturaleza y condición, salen de este mundo sin ser regenerados, y sabemos muy bien
que no entran a formar parte de la ciudad de Dios.

Capítulo 13. EN QUÉ SENTIDO SE DICE QUE DIOS QUIERE QUE TODOS LOS
HOMBRES SE SALVEN

14. ¿Cómo debemos explicar las palabras de la Sagrada Escritura, que nuestros adversarios no
cesan de oponernos, sin comprenderlas bien: Dios quiere que todos los hombres se salven, y
que lleguen al conocimiento de la verdad? 32 ¿No pertenecen a ese número los hombres que, en
las generaciones precedentes, perecieron sin conocer a Dios? Y si decís, aunque sin razón, que
los adultos son responsables de sus faltas personales, y que se salvaron como buenos, y no por
la gracia como malvados: ¿cómo podréis explicar, mediante la diversidad de méritos, el hecho
de que entre los niños pequeños, unos se salven y otros se pierdan? ¿Por qué unos fueron
admitidos en el reino de Dios, y otros fueron excluidos del mismo? Pues teniendo en cuenta el
mérito, no se ve por qué los unos deban salvarse, y los otros condenarse, ya que todos se
habían perdido con el pecado de Adán, y, exceptuando los que salvaría la misericordia, la justicia
de Dios pesaba como castigo merecido sobre todos los hombres. ¿Cuál es la causa o el motivo
de esa distinción en los secretos consejos de Dios? La solución de esta cuestión supera las
facultades del hombre, y el hombre puede desconocerla sin ningún daño para la fe. Basta con
reconocer que nadie se pierde sin haberlo merecido, y que nadie se salva por sus propios
méritos, y que la bondad omnipotente de Dios salva e ilumina a todos aquellos de quienes se
dice: que Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pues si el
Señor no llama, si no ilumina, si no salva, nadie viene, nadie es iluminado, y nadie salvado. Los
doctores deben predicar a todos sin distinción, derramando por doquier la semilla de la palabra;
pero deben saber que ni el que planta ni el que riega son algo, sino Dios que da el
crecimiento 33.

Capítulo 14. A ALGUNOS SE LES NIEGA LA GRACIA DE LA FE Y DE LA


PREDICACIÓN EVANGÉLICA

15. La Escritura habla así de las gentes que habían oído la predicación que los Apóstoles habían
empezado a impartir: habiendo oído esto los gentiles, glorificaban las palabras de Dios, y
creyeron todos los que estaban predestinados a la vida eterna 34.

Se dice en otro lugar que habiendo oído varias mujeres cómo Pablo hablaba, una de esas
mujeres llamada Lidia, temerosa de Dios, purpuraria, de la ciudad de Tiatira, escuchaba
atentamente; pues el Señor había abierto su corazón para atender a las cosas que Pablo
decía 35.

En ese mismo tiempo, en el que los Apóstoles fueron enviados a predicar el evangelio a todas
las naciones, se les prohibió ir a algunos lugares, y se lo prohibió el mismo que quiere que todos
los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad. Y esa prohibición sin duda que
habría de resultar dañosa para muchas personas que morirían sin conocer la verdad, y sin ser
regeneradas por los sacramentos. Veamos este texto bíblico: habiendo atravesado la Frigia, y el
país de la Galacia, el Espíritu Santo les prohibió predicar en Asia; llegaron a Misia, e intentaron
dirigirse a Bitinia, mas tampoco se lo permitió el Espíritu de Jesús 36. Es admirable que, ya desde
el comienzo de la predicación evangélica, los Apóstoles sólo puedan ir a los lugares a donde les
llevaba el Espíritu de Dios, pues vemos diversas gentes o naciones que comienzan a recibir esa
gracia, y otras que son totalmente privadas de ella.

Capítulo 15. LA FALSA SOLUCIÓN DE LOS ADVERSARIOS

16. Se podría decir que esos hombres se resistían a la voluntad de Dios, y eran tan soberbios e
intratables que no escuchaban la predicación evangélica, porque sus corazones no se abrían a la
palabra de Dios. ¿Pero quién cambió el corazón de los demás sino el mismo que formó el
corazón de cada uno? 37 ¿Quién abandonó esos corazones duros y los hizo dóciles sino quien de
las mismas piedras puede hacer hijos de Abraham? 38 ¿Quién puede dar a los predicadores esa
valentía firme e intrépida sino el mismo que dijo a San Pablo: no temas; habla y no calles,
porque yo estoy contigo, y nadie intentará hacerte mal, pues ya tengo en esta ciudad un pueblo
numeroso? 39

Pienso que nadie se atreverá a decir que había alguna región o país que estuviera exceptuado de
la predicación del evangelio, porque el mismo Dios dice a su hijo: pídemelo, y te daré en
herencia las naciones, y extenderé tus posesiones hasta los confines de la tierra 40. Y en otro
lugar se dice que todos los pueblos de la tierra se acordarán del Señor y se convertirán a Él, y
todas las naciones se postrarán en su presencia 41. El mismo Salvador dice: este evangelio será
predicado en todo el mundo, como testimonio para todas las gentes, y entonces llegará el fin 42.

Así pues, las naciones que todavía no han escuchado la predicación del Evangelio, la escucharán,
y todos los predestinados a la vida eterna, abrazarán la fe 43. Ninguno participará de la herencia
de Cristo si no ha sido elegido antes de la creación del mundo, según la predestinación y la
presciencia divina, según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de
su voluntad 44.

Capítulo 16. ALABEMOS LOS DESIGNIOS DE DIOS

17. Confesemos, pues, las obras del Señor, y glorifiquemos sus misericordias; acallemos nuestra
impaciencia, por no saber cuáles son y cuán numerosos los vasos de la elección. En los siglos
pasados, cuando se decía de un solo pueblo: Dios se dio a conocer en Judea, y su nombre es
grande en Israel 45, no se conocía todavía la elección de los gentiles. Más tarde fue conocido lo
que todavía no había sido revelado, según este texto paulino: no fue dado a conocer a otras
generaciones, a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y
profetas por el Espíritu; que son los gentiles coherederos y miembros todos de un mismo
cuerpo, copartícipes de las promesas de Cristo Jesús mediante el evangelio 46. Y en los Hechos
de los Apóstoles se lee así: los fieles circuncidados que habían venido con Pedro se llenaron de
asombro al ver que la gracia de Dios se derramaba también sobre los gentiles 47.

Si el Señor ocultó este decreto de su vocación tanto tiempo como quiso; si lo reveló cuando fue
su beneplácito; si esa ignorancia no fue dañosa a sus santos, ¿por qué nuestra esperanza sufrirá
por no saber cuántos y cuáles son los hombres que deben convertirse en vasos de misericordia?
Una cosa es cierta, y es que todos los buenos entrarán en el reino de los cielos mediante la
gracia que será un don de Dios, y que los malvados, sin excepción, quedarán excluidos, por un
castigo que será una pena de su iniquidad.

Capítulo 17. INCONSISTENCIA DE LA DOCTRINA PELAGIANA

18. Nuestros adversarios afirman, de modo muy inepto e inconsiderado, que la gracia de Dios
anula el libre albedrío. Los niños que reciben el Bautismo, no han podido hacer ningún acto y
ningún otro signo de su voluntad, como es evidente. Los adultos que poseen plenamente el libre
albedrío viven, en su mayor parte, alejados del Dios verdadero y llenos de pecados, y cuando
son regenerados por el sacramento de la regeneración, ya están cerca de exhalar su último
suspiro.

Pero si consideramos con los ojos de la fe esta porción de los hijos de Dios que practican las
obras de la piedad, ¿no descubriríamos que su libre albedrío lejos de ser aniquilado, ha sido más
bien renovado? Solos y abandonados a sí mismos tendían naturalmente hacia la perdición. Se
habían cegado a sí mismos, y no podían recobrar la visión. La gracia los cambió, no los destruyó.
Se les concedió querer de otro modo, pensar de otro modo, obrar de otra manera, y confiar
después de su curación, no en sí mismos, sino en el médico que les devolvió la salud. Porque
estaban tan seguros, que no tuvieran que estar en guardia contra las cosas que les podrían
dañar, ni eran tan fuertes que no tuvieran necesidad de consejo para prevenirse contra las cosas
malsanas.

El hombre que era malvado según su libre albedrío se convierte en bueno según ese mismo libre
albedrío, y de malo por sí mismo, se convierte en bueno por Dios. Porque Dios le cambia
radicalmente para iniciar en él una vida virtuosa, y no solamente le perdona todas las faltas de
acción y de mala voluntad, sino que también le concede el querer bien, el obrar bien, y la
perseverancia en ese estado. Porque como dice el Apóstol Santiago: toda dádiva óptima, y todo
don perfecto, viene de arriba y procede del Padre de las luces 48. El mismo autor nos describe
claramente el libre albedrío como dirigido por el espíritu humano, y como dirigido por el espíritu
de Dios: pero si en vuestro corazón sólo tenéis celos amargos y rencillas, no os gloriéis ni
mintáis contra la verdad; que no es sabiduría que desciende de arriba la vuestra, sino sabiduría
terrena, animal y demoníaca; porque donde hay envidias y rencillas, allí hay desorden y toda
clase de vilezas; mas la sabiduría de arriba es primeramente pura, luego pacífica, indulgente,
dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial y sin hipocresías 49. Así pues, los que se
ejercitan y se adhieren a las virtudes citadas son iluminados por una sabiduría que no viene de
ellos mismos, sino de lo alto; porque es Dios quien da la sabiduría, y de El viene la ciencia y la
inteligencia 50. Y su gloria es tanto más real, cuanto ellos más se glorían en el Señor, y no en sí
mismos.

Capítulo 18. CALUMNIAS CONTRA AGUSTÍN

19. Cuando los críticos de Agustín, con una suposición tan falaz como necia, atribuyen a ese
gran hombre todo lo que ellos se imaginan acerca del hado, acerca de las dos masas y de las
dos naturalezas, esas injuriosas calumnias no afectan al santo, porque todos esos errores son
ampliamente refutados en las obras agustinianas-. Esas injurias no pueden asustarnos, porque
detestamos esas opiniones, así como a los autores de las mismas. Podrán librarse de la
vergonzosa mancha de la calumnia, si los engañados por sus discursos se molestan en conocer
por sí mismos lo que el gran doctor de la gracia enseña sobre este punto. Los pelagianos podrían
ahorrarles este trabajo, que exige tiempo, mostrando en esos libros los lugares, los textos, las
mínimas palabras en que el santo obispo podría dar a entender semejante interpretación. Sin
embargo, nunca han leído en nuestros libros la menor cosa que apoye esa doctrina. Porque
sabemos que el hado nada significa en las cosas, y que Dios lo gobierna todo. No decimos que
existan dos masas, ni dos naturalezas, sino que creemos que, de la misma masa que es la carne
del primer hombre, fue hecha, como siempre sucedió, la naturaleza de todos los hombres, y que
esa naturaleza fue degradada por el pecado original o por el libre albedrío del primer hombre, en
el que todos pecamos 51. Enseñamos que para librarse de la muerte eterna que ella merecía, la
naturaleza humana tiene una necesidad total de que la gracia de Cristo, mediante una segunda
creación, la restituya a la imagen de Dios, de modo que se conserve el libre albedrío del hombre
mediante su acción, por su inspiración, con su ayuda, y mediante su continua dirección.

Epílogo. CONFIANZA EN EL TRIUNFO Y LECTURA DE LOS LIBROS DEL


BIENAVENTURADO AGUSTÍN

20. Tu santidad notará fácilmente, si yo me expliqué con suficiente claridad, qué vanas son las
quejas formuladas contra nosotros, y qué insensatas acusaciones han reunido, a fin de
exasperar y desorientar a los espíritus a los que quieren engañar. Pero yo confío en que, por la
misericordia de Dios, este espíritu de contradicción se calmará en estas regiones, como ya se ha
calmado en otras partes del mundo. Confío también en que la enseñanza de un obispo que
iluminó tanto la Iglesia en este tiempo encontrará la merecida acogida incluso por parte de
quienes actualmente la rechazan.

En cuanto a ti, venerable y amado hermano, si deseas ser instruido acerca de estas cuestiones
como conviene que lo seas, lee con atención los libros del bienaventurado Agustín, y allí
encontrarás la idea más pura acerca de la gracia de Dios, y la enseñanza más sana acerca de la
doctrina evangélica y apostólica. Que la gracia divina y la paz de Nuestro Señor Jesucristo te
guarde en todo tiempo, y te guíe por el camino de la verdad, hasta la vida eterna.

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