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La pedagoga y política resaltó los riesgos del comercio educativo. El Estado debe
garantizar gratuidad y calidad.
07 Jun 2019 4 2353 Por Claudia Nicolini
Educar no es llenar una cabeza de contenidos. No lo dijo así, claro está. Pero de
alguna manera es contra ese principio que Adriana Puiggrós lucha, principio
subyacente al modelo que -destaca e insiste- se intenta imponer, en una suerte de
desregulación de la enseñanza.
Por eso nació “El derecho a la educación en la cultura argentina”. Ese es el título
de la ponencia que ofreció ayer en el congreso “Educación y política en el camino
hacia un nuevo humanismo”, con el que la Facultad de Filosofía y Letras celebra
sus 80 años, luego de que la UNT la distinguió con el Doctorado Honoris Causa.
Derechos y obligaciones
“Otra cosa que hay que entender es que la obligatoriedad y la gratuidad van de la
mano”, afirma. Es que si el educación es afirmada como política de Estado, este
debe garantizar la calidad, además de la posibilidad de cumplir la obligación. “Y
esa calidad debe esta a la altura de los tiempos: infraestructura (y eso incluye
alimentación y salud, porque si no, no se garantiza el acceso a una educación de
calidad), equipamiento tecnológico, docentes muy bien capacitados...”, enumera.
“Hoy el deterioro de la educación se ve hasta físicamente, porque tampoco se
garantiza el acceso a la salud”, añade.
La universidad
“Y hay algo que no quiero dejar pasar: la importancia de un congreso como este,
en la Facultad de Filosofía de Tucumán, la primera que se funda después de la
Reforma de 1918. Un congreso que resalta la actualidad de las banderas de esa
reforma (la libertad de cátedra, el cogobierno y la autonomía), a las que se sumó
la gratuidad establecida en 1949. Porque la educación como derecho de la
población y deber del Estado también incluye la educación superior”, resalta y
cuenta que eso fue ratificado por el Congreso argentino en noviembre de 2015.
“Sigue vigente... peleando su supervivencia en la Corte Suprema, pero vigente.
¡Que así siga!”.
> Actividades en la Facultad
- 9.30 Mesa de diálogo “Reflexiones sobre prácticas de inclusión socioeducativas”
- 10.30 Mesa de diálogo “Humanidades, humanismo y política”
- 16.30 Mesa panel “El derecho a la universidad pública”
—No. No existen pruebas clínicas ni de neuroimagen (como TC, RM, PET, etc) ni
neurofisiológicas (EEG, ERP) o test psicológicos que de forma específica sirvan
para el diagnóstico. Lo que nosotros decimos en esta obra, con toda seguridad, es
que no hay ningún biomarcador que distinga a los niños TDAH. No se niega que
tengan problemas, pero son niños, que tienen curiosidad y quieren atender a lo
que sea, moverse... A sentarse es algo que hay que aprender. No existe ninguna
alteración en el cerebro.
—Pero los expertos en TDAH afirman que este trastorno mental/psiquiátrico del
neurodesarrollo conlleva ciertas particularidades cerebrales, y niveles anormales
de sustancias neurotransmisoras...
—Si. Esto mismo que ha pasado en España, de que la Ley otorgue cobertura legal
al TDAH, se vio con anterioridad en 1997 en Quebec (Canadá). Allí hicieron un
estudio de seguimiento de diagnósticos durante los 14 años siguientes y se
encontró que en esa provincia canadiense en concreto, y a diferencia del resto de
Canadá, había aumentado exponencialmente el número de niños medicados. Un
crecimiento que no se observó en otras enfermedades propiamente infantiles
como el asma, donde el porcentaje se mantuvo el resto del tiempo. Además, los
niños que tomaban medicación de forma continuada tenían un rendimiento más
bajo a largo plazo. Y tenían a su vez otros comportamientos y otras alteraciones
como ansiedad y depresión.
—Lo dificil hoy en día es que los padres puedan tener una atención más
continuada y sosegada con los niños. Pero la atención y la actividad se pueden
aprender, y mejorar. Hay estudios hechos y publicados en la versión americana de
Mente y Cerebro con niños pequeños abocados o candidatos a recibir el
diagnóstico. Se les enseñaba a los padres a realizar diversas tareas con esos
pequeños, con el objeto de educar la atención y su impulsividad. Y se ha
comprobado que con estas actividades consistentes en juegos tipo «Simon dice»,
donde uno tiene que esperar a responder cuando se le pide algo, se ha logrado
que los niños mejoren y controlen la impulsividad o los comportamientos que les
abocaba al TDAH.
—Si usted echa un vistazo a alguna de ellas lo podrá comprobar por usted misma.
En mi opinión, las asociaciones de padres y afectados por el TDAH, si no quieren
hacerle el juego a otros intereses, debieran tener prohibido en sus estatutos recibir
financiación de los fabricantes de medicación, y utilizar como divulgación sus
explicaciones y panfletos. Es como si ponemos al lobo a cuidar de las ovejas.
Aunque los laboratorios reciban cuantiosas multas por la inapropiada promoción
de sus preparados y afirmaciones engañosas acerca de su eficacia, como los 56.5
millones de dólares que tendrá que pagar el principal fabricante de medicamentos
para el TDAH, no será nada comparado con los 1.200 millones de dólares que
tiene previsto ganar en 2017 con uno de ellos. De estas cosas también hay que
hablar cuando se habla de TDAH.
—¿Recomendaría usted alguna lectura a padres preocupados?
—A los padres de niños diagnosticados con TDAH les aconsejaría, sobre todo,
que no aceptaran guías cuyos autores y asesores tengan conflictos de intereses
con las industrias farmacéuticas. Que busquen guías independientes que cuenten
la verdad de lo que se sabe del TDAH y de las implicaciones que tiene la
medicación. En España el Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra
ha editado una que se titula Atentos al Déficit de Atención (TDAH) entre la
naturaleza incierta y la prescripción hiperactiva. Es una guía que puede ser muy
útil para que los padres sepan a qué atenerse o que esperar de los fármacos. Y
que ellos decidan.