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Adriana Puiggrós: “El deterioro del derecho a la educación se ve

físicamente, pues tampoco se garantiza la salud”

La pedagoga y política resaltó los riesgos del comercio educativo. El Estado debe
garantizar gratuidad y calidad.
07 Jun 2019 4 2353 Por Claudia Nicolini

EN TUCUMÁN. Puiggrós, en un momento de la charla con LA GACETA. LA


GACETA / FOTO DE FRANCO VERA.-

Educar no es llenar una cabeza de contenidos. No lo dijo así, claro está. Pero de
alguna manera es contra ese principio que Adriana Puiggrós lucha, principio
subyacente al modelo que -destaca e insiste- se intenta imponer, en una suerte de
desregulación de la enseñanza.

Por eso nació “El derecho a la educación en la cultura argentina”. Ese es el título
de la ponencia que ofreció ayer en el congreso “Educación y política en el camino
hacia un nuevo humanismo”, con el que la Facultad de Filosofía y Letras celebra
sus 80 años, luego de que la UNT la distinguió con el Doctorado Honoris Causa.

Derechos y obligaciones

¿Es necesario seguir debatiendo el derecho a la educación? ¿Puede ponerse en


duda? Pues sí, se pone. Por eso para Puiggrós la defensa de la educación como
“derecho inalienable de todos los habitantes del país (y no sólo de los
ciudadanos)”, como resaltó, es una causa por la que urge luchar.

“Empecemos pensando una cosa -advierte en su diálogo con LA GACETA-: hay


grandes diferencias en la educación que están recibiendo unos y otros argentinos.
Entonces, la pregunta no tiene una respuesta automática; reclama reflexión”. Para
iniciar esa reflexión sobrevuela entonces la historia (la memoria que explica tantas
cosas).

A nivel mundial, cita la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948


(que define y reconoce por primera vez en un texto oficial de vocación mundial la
educación como derecho humano). “En el país, fue una preocupación concreta de
la generación de 1880 y la ley 1420 -que se cumplió en forma desigual- la
sancionó, pero ya Moreno y Castelli, en 1810, se preocupaban por lograr un
pueblo educado”, destaca.

“La ley 1.420 -recuerda- establece la universalidad, la obligatoriedad y la gratuidad


de la educación básica... y desde 2014 esa obligatoriedad se extendió a la
secundaria”. Eso implica -sigue aclarando- varias cuestiones. En primer lugar, que
el Estado, que obliga, debe garantizarla. Y que el ciudadano tiene el derecho de
recibirla; pero también tiene la obligación de mandar a sus hijos a la escuela.
“Este es uno de los fundamentos para rechazar el modelo de mercantilización de
la educación, cuyo extremo es el home schooling (enseñanza en el hogar), pero
que ya -más o menos solapadamente- se implementa con el ‘negoción’ del
comercio educativo que instala en escuelas (incluso en algunas públicas)
fundaciones y ONG que preparan en pocos meses ‘líderes’ -en lugar de maestros-
y buscan imponer material pedagógico producido por plataformas corporativas.
Son contenidos estandarizados de donde -claro- van desapareciendo las
humanidades”. “Esto es grave -añade-; es ‘confundir’ educación con instrucción;
deshumanizar el proceso enseñanza-aprendizaje y ‘olvidarse’ de que educar
consiste en formar ciudadanos; instruidos, por supuesto... pero eso no alcanza”.

Rol del Estado

“Otra cosa que hay que entender es que la obligatoriedad y la gratuidad van de la
mano”, afirma. Es que si el educación es afirmada como política de Estado, este
debe garantizar la calidad, además de la posibilidad de cumplir la obligación. “Y
esa calidad debe esta a la altura de los tiempos: infraestructura (y eso incluye
alimentación y salud, porque si no, no se garantiza el acceso a una educación de
calidad), equipamiento tecnológico, docentes muy bien capacitados...”, enumera.
“Hoy el deterioro de la educación se ve hasta físicamente, porque tampoco se
garantiza el acceso a la salud”, añade.

Y retoma: “hacen falta instituciones educativas seguras y en relación con las


comunidades donde están insertas, para, entre otras cosas, garantizar tiempo de
permanencia eficiente de los alumnos en la escuela, y una comunidad que se
responsabiliza de sus miembros -añade-. Por ejemplo, convenios con clubes
barriales para practicar deporte (que además de actividad física, es aprender a
respetar reglas, a trabajar en equipo) fortalecen lazos sociales... y ayudan a
construir ciudadanía”.

Todo eso -agrega, preocupada- no se logra con contenidos enlatados (y muchas


veces, importados), meros adiestramientos vaciados de contenidos. “Y no estoy
demonizando la tecnología; todo lo contrario. La cuestión es saber quién produce
y con qué criterios, y cómo se construye el vínculo pedagógico. En el encuentro
docente-alumno siempre hay un plus”.

La universidad

“Y hay algo que no quiero dejar pasar: la importancia de un congreso como este,
en la Facultad de Filosofía de Tucumán, la primera que se funda después de la
Reforma de 1918. Un congreso que resalta la actualidad de las banderas de esa
reforma (la libertad de cátedra, el cogobierno y la autonomía), a las que se sumó
la gratuidad establecida en 1949. Porque la educación como derecho de la
población y deber del Estado también incluye la educación superior”, resalta y
cuenta que eso fue ratificado por el Congreso argentino en noviembre de 2015.
“Sigue vigente... peleando su supervivencia en la Corte Suprema, pero vigente.
¡Que así siga!”.
> Actividades en la Facultad
- 9.30 Mesa de diálogo “Reflexiones sobre prácticas de inclusión socioeducativas”
- 10.30 Mesa de diálogo “Humanidades, humanismo y política”
- 16.30 Mesa panel “El derecho a la universidad pública”

«El TDAH no existe, y la medicación no es un tratamiento, sino un dopaje»


El catedrático Marino Pérez, autor de «Volviendo a la normalidad», asegura
que no hay biomarcador cerebral que justifique el Trastorno por Déficit de
Atención

carlota fominaya @carlotafominaya

Actualizado: 20/10/2014 03:31h

«El TDAH sí existe»


Las siete señales de alarma de la hiperactividad

«No existe. El TDAH es un diagnóstico que carece de entidad clínica, y la


medicación, lejos de ser propiamente un tratamiento es, en realidad, un dopaje».
Esta es la sentencia de Marino Pérez, especialista en Psicología Clínica y
catedrático de Psicopatología y Técnicas de Intervención en la Universidad de
Oviedo, además de coautor, junto a Fernando García de Vinuesa y Héctor
González Pardo de «Volviendo a la normalidad», un libro donde dedican 363
páginas a desmitificar de forma demoledora y con todo tipo de referencias
bibliográficas el Trastorno por Déficit de Atención con y sin hiperactividad y el
Trastorno Bipolar infantil. Lo que sí que existe, y es a su juicio muy preocupante,
es el fenómeno de la «patologización de problemas normales de la infancia,
convertidos en supuestos diagnósticos a medicar».

—En «Volviendo a la normalidad», ustedes ponen el dedo en la llaga, al asegurar


que el llamado Trastorno por Déficit de Atención, con o sin Hiperactividad (TDAH),
no existe.
—El TDAH es un diagnóstico, cada vez más popularizado, que carece de entidad
clínica. Para empezar, no se establece sobre criterios objetivos que permitan
diferenciar el comportamiento normal del supuestamente patológico, sino que se
basa en apreciaciones subjetivas, en estimaciones de los padres del tipo de si «a
menudo» el niño se distrae y se mueve mucho. Más que nada, el diagnóstico es
tautológico. Si un padre preguntara al clínico por qué su hijo es tan desatento e
inquieto, probablemente le respondería porque tiene TDAH, y si le preguntara
ahora cómo sabe que tiene TDAH, le diría porque es desatento e inquieto. Por lo
demás, insisto, no existe ninguna condición neurobiológica ni genética
indenficada, y sí muchas familias donde no se asume que la educación de los
niños es más difícil de lo que se pensaba.

—¿Quiere decir que no hay ninguna prueba médica que lo demuestre?

—No. No existen pruebas clínicas ni de neuroimagen (como TC, RM, PET, etc) ni
neurofisiológicas (EEG, ERP) o test psicológicos que de forma específica sirvan
para el diagnóstico. Lo que nosotros decimos en esta obra, con toda seguridad, es
que no hay ningún biomarcador que distinga a los niños TDAH. No se niega que
tengan problemas, pero son niños, que tienen curiosidad y quieren atender a lo
que sea, moverse... A sentarse es algo que hay que aprender. No existe ninguna
alteración en el cerebro.

—Pero los expertos en TDAH afirman que este trastorno mental/psiquiátrico del
neurodesarrollo conlleva ciertas particularidades cerebrales, y niveles anormales
de sustancias neurotransmisoras...

—Pudiera haber diferencias en el cerebro, como es distinto el cerebro de un


músico al de otro que no lo es. Incluso el de un pianista a un violinista. Pero esa
diferencia del cerebro no es la causa. El cerebro es plástico y puede variar su
estructura y su funcionamiento dependiendo de las exigencias y condiciones de
vida. Un ejemplo muy famoso es del hipocampo cerebral de los taxistas de
Londres. Cuantos más años de profesionalidad, más alterada es esa estructura
cerebral. ¿Por qué? Porque está relacionada con el recuerdo y la memoria
espacial, como es requerido para ser taxista en una ciudad de 25.000 calles como
Londres. Lo que se pueda observar diferencial en el cerebro de quien sea, en este
caso de niños a los que se diagnostica TDAH, no explica que esa sea la causa del
supuesto trastorno, si no que los niños sean más activos e inquietos. Pero algunos
padres se agarran o podrían estar interesados en encontrar una diferencia
cerebral en los niños que les justifique o exima de responsabilidad en lo que le
pasa al niño. Insisto, no hay ningún clínico ni ninguna prueba de neuroimagen que
pueda validar un diagnóstico, como no hay evidencia que demuestre que los
niveles cerebrales de dopamina o noradrelina sean anormales en niños con este
diagnóstico.

—Ustedes también recogen en su obra que muchos clínicos, y hasta laboratorios


farmacéuticos, que reconocen que no hay biomarcadores específicos.
—Cualquiera que esté al tanto de las investigaciones no puede dejar de reconocer
que en realidad no hay biomarcadores específicos por los que se pueda
diagnosticar ese TDAH como una entidad clínica diferencia. En España hay
multitud de expertos en el tema que después de defender que es un trastorno
bioneurológico, reconocen que no hay bases neurológicas establecidas para el
diagnóstico. Y sin embargo mantienen ese discurso. Casualmente, suelen ser
personas con conflictos de intereses reconocidos y declarados, que han recibido y
está recibiendo ayudas y subvenciones y todo tipo de privilegios de diversos
laboratorios. Es decir, muy a menudo los defensores del TDAH mantienen esa
retórica a pesar de que no hay evidencia, por un conflicto de intereses que les
lleva a sesgar la información por el lado de lo que desean que hubiera en base a
los intereses de hacer pasar el trastorno como si fuera una enfermedad que
hubiera que medicar.

—La realidad es que el TDAH se acaba de reconocer en la flamente Ley orgánica


para la mejora educativa (LOMCE).

—Las instancias políticas, empezando por el Parlamento Europeo, con su «libro


blanco» sobre el TDAH, y terminando por su inclusión en la Ley Orgánica de
Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), puede que estén dando carta de
naturaleza a algo cuya naturaleza, valga la redundancia, está por determinar y
que, de hecho, es controvertida. Se está reclamando que se hagan las dotaciones
adecuadas que contempla la ley como son ayudas, subvenciones, e incluso
rebajas para la adquisición de los libros de texto, ventajas para acceder a becas,
quien sabe si hasta para acceder a la Universidad. Mientras, los lobbies de la
industria farmacéutica se estarán frotando las manos, viendo como los políticos
«trabajan» a su favor. Los políticos creerán que han hecho lo políticamente
correcto pero, de acuerdo con lo dicho, sería incorrecto científicamente.

—Usted augura que, a partir de este reconocimiento, habrá muchos interesados


en que el niño reciba un diagnostico formal de TDAH.

—Si. Esto mismo que ha pasado en España, de que la Ley otorgue cobertura legal
al TDAH, se vio con anterioridad en 1997 en Quebec (Canadá). Allí hicieron un
estudio de seguimiento de diagnósticos durante los 14 años siguientes y se
encontró que en esa provincia canadiense en concreto, y a diferencia del resto de
Canadá, había aumentado exponencialmente el número de niños medicados. Un
crecimiento que no se observó en otras enfermedades propiamente infantiles
como el asma, donde el porcentaje se mantuvo el resto del tiempo. Además, los
niños que tomaban medicación de forma continuada tenían un rendimiento más
bajo a largo plazo. Y tenían a su vez otros comportamientos y otras alteraciones
como ansiedad y depresión.

—Los efectos secundarios de la medicación es algo que ustedes también citan en


esta obra, al señalar que los padres no son muy conscientes de los mismos.
—La utilidad de la medicación, hasta donde lo es, no se debe a que esté
corrigiendo supuestos desequilibrios neuroquímicos causantes del problema,
como se da a entender, sino a que el propio efecto psicoactivo de la droga
estimulante puede aumentar la atención o concentración, como también lo hacen
el café o las bebidas tipo Red Bull. La medicación para el TDAH no es, en rigor, un
tratamiento específico, sino un dopaje: es la administración de fármacos o
sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento. En cuanto a
la salud, estas anfetaminas lo que producen es un efecto inmediato (si es
continuado) de aumento de la presión sanguínea y cardiaca, que les puede llevar
a tener a la larga más riesgos cardiovasculares. Tampoco les debería sorprender
su efecto sobre el retraso del crecimiento. La cuestión es saber que pasa tras
años de medicación.

—Si el TDAH no es un cuadro clínico, pero sí un problema de conducta, ¿qué


pueden hacer los padres afectados?

—Lo dificil hoy en día es que los padres puedan tener una atención más
continuada y sosegada con los niños. Pero la atención y la actividad se pueden
aprender, y mejorar. Hay estudios hechos y publicados en la versión americana de
Mente y Cerebro con niños pequeños abocados o candidatos a recibir el
diagnóstico. Se les enseñaba a los padres a realizar diversas tareas con esos
pequeños, con el objeto de educar la atención y su impulsividad. Y se ha
comprobado que con estas actividades consistentes en juegos tipo «Simon dice»,
donde uno tiene que esperar a responder cuando se le pide algo, se ha logrado
que los niños mejoren y controlen la impulsividad o los comportamientos que les
abocaba al TDAH.

—Mientras tanto, usted señala que las asociaciones de afectados tienen


publicidad en sus webs de los laboratorios farmacéuticos implicados en la
fabricación de los medicamentos.

—Si usted echa un vistazo a alguna de ellas lo podrá comprobar por usted misma.
En mi opinión, las asociaciones de padres y afectados por el TDAH, si no quieren
hacerle el juego a otros intereses, debieran tener prohibido en sus estatutos recibir
financiación de los fabricantes de medicación, y utilizar como divulgación sus
explicaciones y panfletos. Es como si ponemos al lobo a cuidar de las ovejas.
Aunque los laboratorios reciban cuantiosas multas por la inapropiada promoción
de sus preparados y afirmaciones engañosas acerca de su eficacia, como los 56.5
millones de dólares que tendrá que pagar el principal fabricante de medicamentos
para el TDAH, no será nada comparado con los 1.200 millones de dólares que
tiene previsto ganar en 2017 con uno de ellos. De estas cosas también hay que
hablar cuando se habla de TDAH.
—¿Recomendaría usted alguna lectura a padres preocupados?

—A los padres de niños diagnosticados con TDAH les aconsejaría, sobre todo,
que no aceptaran guías cuyos autores y asesores tengan conflictos de intereses
con las industrias farmacéuticas. Que busquen guías independientes que cuenten
la verdad de lo que se sabe del TDAH y de las implicaciones que tiene la
medicación. En España el Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra
ha editado una que se titula Atentos al Déficit de Atención (TDAH) entre la
naturaleza incierta y la prescripción hiperactiva. Es una guía que puede ser muy
útil para que los padres sepan a qué atenerse o que esperar de los fármacos. Y
que ellos decidan.

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