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El mandamiento del amor.

Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del
amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un «
mandamiento » externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida
desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros.
El amor crece a través del amor. El amor es « divino » porque proviene de Dios y a Dios nos une y,
mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones
y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea « todo para todos » (cf. 1 Co 15, 28).

Dos dimensiones del amor:

Objetiva y subjetiva.
¿Qué? ¿Cuánto?
Cualidad – Intensidad.

Objetiva: Causa formal y causa final.


Subjetiva: Causa eficiente.

"Una aplicación de esta distinción es que Dios ama a los hombres buenos más que a los
hombres malos, ya que ama a los ángeles más que a los hombres y a los hombres más que
a los animales, en términos de las distinciones" entre los objetos de amor. Dios discrimina
Él ama a los ángeles en la naturaleza del ángel y a los humanos en la naturaleza humana y
los animales en la naturaleza animal. Si Dios no discriminara así en su amor, no habría
jerarquía ni superioridad de los ángeles sobre los hombres y los hombres sobre los
animales; porque el amor de Dios no se ajusta a la jerarquía sino que la crea. Entonces,
Dios ama a los ángeles más que a los hombres, y a los hombres buenos más que a los
hombres malos, en términos de lo que son. Porque hay más bondad en los ángeles que en
los hombres y más bondad en los hombres buenos que en los hombres malos, más
bondad en el objeto amado. Los ángeles son más grandes que los hombres como los
hombres son más grandes que los animales.
Pero Dios ama a los hombres más que a los ángeles en intensidad, porque se convirtió en
uno de nosotros y porque nuestra necesidad es mayor. Y así, Dios también puede amar a
los malvados más que a los buenos en intensidad de cuidado, ya que el pastor dejó a las
noventa y nueve ovejas buenas para buscar a la perdida, y como el padre del hijo pródigo
se preocupó más apasionadamente por su hijo pródigo que sobre su leal hijo ".
Kreeft, Peter. "Teología práctica".
Subjetivamente, el amor es siempre una situación psicológica, un estado psíquico
provocado por los valores sexuales y centrado alrededor de ellos en el o en los sujetos que
lo experimentan. Objetivamente, el amor es un hecho interpersonal, es reciprocidad y
amistad basadas en una comunión en el bien, es, por consiguiente, siempre una unión de
personas y puede llegar a ser pertenencia recíproca. (Amor y responsabilidad, San Juan
Pablo II).

4 tipos de amor:

Eros y Agapé.

Pregustar la eterna beatitud.

Eros y Agapé.

El eros quiere remontarnos « en éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros
mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia,
purificación y recuperación.

Dos palabras fundamentales: eros como término para el amor « mundano » y agapé como
denominación del amor fundado en la fe y plasmado por ella. Con frecuencia, ambas se
contraponen, una como amor « ascendente », y como amor « descendente » la otra. Hay
otras clasificaciones afines, como por ejemplo, la distinción entre amor posesivo y amor
oblativo (amor concupiscentiae – amor benevolentiae), al que a veces se añade también el
amor que tiende al propio provecho.

En realidad, eros y agapé —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan a


separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la
justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del
amor en general. Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendente —
fascinación por la gran promesa de felicidad—, al aproximarse la persona al otro se
planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la
felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará « ser para » el otro. Así, el
momento del agapé se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtúa y pierde
también su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir
exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre,
también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto
—como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan
ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo
ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo
corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34).

En la narración de la escalera de Jacob, los Padres han visto simbolizada de varias maneras
esta relación inseparable entre ascenso y descenso, entre el eros que busca a Dios y
el agapé que transmite el don recibido. En este texto bíblico se relata cómo el patriarca
Jacob, en sueños, vio una escalera apoyada en la piedra que le servía de cabezal, que
llegaba hasta el cielo y por la cual subían y bajaban los ángeles de Dios (cf. Gn 28, 12; Jn 1,
51).

A causa de esta tensión de cuerpo-alma o de animal-espíritu, se puede entender el amor,


en los seres humanos, en una de estas dos formas: como primacía del cuerpo o como
primacía del alma. En el primer caso el amor es carnal y se identifica con lo que el mundo
moderno llama sexo; en el segundo caso el amor es espiritual y físico. Los grandes
filósofos han llamado al primero «el amor de la concupiscencia» o el predominio de lo
sensitivo, y al segundo, el amor de benevolencia o amor por el bien del otro.

También los griegos tenían su forma de expresarlo. Eros en su idioma es un deseo


apasionado y arrollador de poseer y gozar el afecto de otro. Ágape es el amor basado en la
reverencia por la persona; su deleite es fomentar el bienestar del otro y su goce, más que
la posesión, es la contemplación. Los dos amores son buenos cuando se entienden. El
mandamiento divino de amar al prójimo «como a sí mismo» significa un amor propio
legítimo. Aquí, como en los demás casos, se necesitan tres para amar: el amor a sí mismo
y el amor al prójimo requieren también el amor a Dios.

Amor concupisciente.

‘’La expresión latina “amor concupiscentiae” indica no que el deseo constituye uno de los
elementos del amor, sino que el amor se traduce también por el deseo, que pertenece a
su esencia tanto como el atractivo y que a las veces predomina en él. Los pensadores de la
Edad Media tenían, por lo tanto, enteramente razón cuando hablaban del amor de
concupiscencia, lo mismo que hablaban del amor de atracción (amor complacentiae). La
concupiscencia pertenece asimismo a la esencia de ese amor que nace entre el hombre y
la mujer. Ello resulta de que la persona es un ser limitado, que no puede bastarse a sí
mismo, que tiene, por lo tanto, necesidad en el sentido más objetivo, de otros seres. A
partir de la limitación e insuficiencia del ser humano se levanta uno hasta la comprensión
de su relación con Dios. Como toda otra criatura, el hombre tiene necesidad de Dios para
vivir. ‘’ (Amor y responsabilidad, San Juan Pablo II).

‘’El amor de concupiscencia tiene también su parte en el amor de Dios, que el hombre
puede desear y desea como un bien para él mismo. ‘’ (Amor y responsabilidad, San Juan
Pablo II).

‘’El amor es verdadero cuando realiza su esencia, es decir, se dirige hacia un bien
auténtico y de manera conforme a la naturaleza de ese bien. ‘’ (Amor y responsabilidad,
San Juan Pablo II).

El hombre y la mujer se desean con mutua ansia y en esto consiste el amor de


concupiscencia. (Amor y responsabilidad, San Juan Pablo II).

Amor benevolente.

‘’No es suficiente desear a la persona como un bien para sí mismo, es necesario además —
y sobre todo— quererle su bien para ella. Esta orientación, altruista por excelencia, de la
voluntad y de los sentimientos se llama en Santo Tomás “amor benevolentiae” o
“benevolentia” sencillamente. El amor de una persona a otra debe ser benévolo para que
sea verdadero, de otra suerte no será amor, sino únicamente egoísmo. En su naturaleza,
no solamente no hay ninguna incompatibilidad entre la concupiscencia y la benevolencia,
sino que incluso hay un lazo entre ellas. Cuando se desea a alguien como un bien para sí,
es preciso querer que la persona deseada sea verdaderamente un bien, a fin de que
pueda ser realmente un bien para el que la desea. Así es como aparece el lazo entre la
concupiscencia y la benevolencia… el amor de benevolencia es amor en un sentido mucho
más absoluto que el amor de concupiscencia. Es el amor más puro. Por la benevolencia
nos acercamos más que con nada a lo que constituye la “esencia pura” del amor.‘’ (Amor y
responsabilidad, San Juan Pablo II).

La posición del cristianismo se puede expresar como sigue: El amor carnal es un escalón
hacia el Amor Divino. Eros es el vestíbulo hacia Ágape. El amor puramente humano es el
embrión del amor a Dios. Encontramos una indicación de esto en Platón, quien sostiene
que el amor es el primer paso hacia la religión y cita el amor por las personas bellas
transformado en amor por las almas bellas y luego en amor a la justicia, a la bondad y a
Dios, que es su fuente.
El amor erótico es, pues, un puente que se cruza, y no un contrafuerte donde uno se
sienta a descansar; no es un aeropuerto, sino un aeroplano; siempre va hacia otra parte,
hacia adelante y hacia arriba. Todo amor erótico presupone algo incompleto, imperfecto,
un anhelo por un fin, una atracción por la felicidad, pues todo amor es un vuelo hacia la
inmortalidad. Así como el lago refleja la luna, en toda forma de amor erótico hay una
indicación del Amor Divino. El amor por los otros corazones tiende a conducir al amor del
Divino Corazón. La carne es para lo eterno como el alimento para el cuerpo, el cuerpo
para el alma y lo material para lo espiritual. El sexo es solamente el arranque automático
del motor de la familia.

El cristianismo está lleno de ejemplos de esta transfiguración del amor carnal en el divino.
El Salvador no aplastó ni extinguió las llamas eróticas que ardían en el corazón de
Magdalena, pero Él las transfiguró en un nuevo objeto de afección. El mandato divino
dado a la mujer que derramó el ungüento sobre los pies de su Salvador le hizo
comprender que el amor que antes dedicaba a su propio placer podía transmutarse en un
amor que la haría morir por el amado. Por esta razón, en el preciso momento en que ella
derramaba el ungüento y sus pensamientos estaban más próximos a la vida, Nuestro
Señor hizo alusión a Su entierro.


Storgé. Afecto. Amor familiar.

Los griegos llamaban a este amor storgé (dos si ́labas, y la g es «fuerte»). Aqui ́ lo llamaré
simplemente afecto. Mi diccionario griego define storgé como «Afecto, especialmente el
de los padres a su prole», y también el de la prole hacia sus padres. Y ésta es, no me cabe
duda, la forma original de este afecto, asi ́ como el significado básico de la palabra. La
imagen de la que debemos partir es la de una madre cuidando a un bebé

“Los grados de amor pueden medirse desde dos puntos de vista. Primero, del del objeto.
A este respecto, cuanto mejor sea una cosa, y cuanto más se parezca a Dios, más será ser
amado; y de esta manera un hombre debe amar a su padre más que a sus hijos, porque
ama a su padre como su principio (origen), en cuyo respecto es un bien más exaltado y
más como Dios.
En segundo lugar, los grados de amor pueden medirse desde el punto de vista del amante;
y a este respecto, un hombre ama más lo que está más estrechamente relacionado con él,
de esa manera los hijos de un hombre son más amables con él que su padre.’’ (II-II, 26,10).
“Es mucho más fácil fallar en amar a tus padres que fallar en amar a tus hijos. Es por eso
que hay un mandamiento que exige amor y respeto a los padres, pero no a los hijos. En la
era del aborto, debe haber un undécimo mandamiento contra descuidar, dañar, abusar o
incluso asesinar a sus propios hijos. El instinto de amar a tus padres es fuerte pero fácil de
romper, especialmente en dos momentos de la vida: por adolescentes que están
"sintiendo su avena" y naturalmente desean su independencia, y por hijos de mediana
edad de padres envejecidos con deficiencias físicas y especialmente mentales. gravoso. El
instinto de amar a tus hijos es mucho más fuerte. Es uno de los instintos más fuertes de la
naturaleza. Nuestros hijos discapacitados son naturalmente más amados que nuestros
padres discapacitados. Es sorprendente que la cultura del aborto pueda anular este
instinto más profundo tan rápido y tan fácilmente y con tan pocos reparos aparentes de
conciencia. Nuestros antepasados no lo habrían creído.
Si la vida humana se abarata, se abarata en ambos extremos. Los padres son asesinados,
por la eutanasia, cuando se convierten en una "carga" para sus hijos; y los niños son
asesinados, por aborto, cuando se convierten en una "carga" para sus padres. Todas las
sociedades en la historia considerarían estos dos pecados como dos de los pecados más
despiadados e inhumanos posibles. Matar a tus padres es matarte a ti mismo, a tu propio
pasado; y matar a tus hijos es matarte a ti mismo, tu propio futuro. Pobre e ingenuo Santo
Tomás no tenía idea de que una sociedad "civilizada" pudiera volverse tan despiadada.
Solo vivía en una sociedad "violenta" donde los soldados profesionales se contraían
libremente para correr el riesgo de ser asesinados o matarse entre ellos por razones
aparentemente justas y honorables. Pero, por supuesto, las personas "civilizadas" hemos
"progresado" más allá de esa "violencia primitiva" hoy ". (C.S. Lewis, Los 4 amores).

Características:

- No se elije. (Está desde siempre, no inicia por la admiración).


‘’El especial mérito del afecto consiste en que puede unir a quienes más radicalmente —e
incluso más cómicamente— no lo están: personas que si no hubiesen sido puestas por el
Destino en el mismo sitio o ciudad no habrían tenido nada que ver la una con la otra.’’
(C.S. Lewis, Los 4 amores).

- Doméstico. (Privado, íntimo.)

‘’El afecto no sería afecto si se hablara de él repetidamente y a todo el mundo; mostrarlo


en público es como exhibir los muebles de un hogar en una mudanza: están muy bien
donde están, pero a la plena luz del día se ve lo raídos o chillones o ridículos que son. El
afecto parece como si se colara o filtrara por nuestras vidas; vive en el ámbito de lo
privado, de lo sencillo, sin ropajes.’’ (C.S. Lewis, Los 4 amores).
- Ensancha el corazón.

‘’Nos enseña primero a saber observar a las personas que «están ahí», luego a soportarlas,
después a sonreírles, luego a que nos sean gratas, y al fin a apreciarlas. (C.S. Lewis, Los 4
amores).

El afecto puede amar lo que no es atractivo: Dios y sus santos aman lo que no es amable.
El afecto «no espera demasiado», hace la vista gorda ante los errores ajenos, se rehace
fácilmente después de una pelea, como la caridad sufre pacientemente, y es bondadoso y
perdona. El afecto nos descubre el bien que podríamos no haber visto o que, sin él,
podríamos no haber apreciado. Lo mismo hace la santa humildad. (C.S. Lewis, Los 4
amores).

- Confianza.

El afecto es cuestión de ropa cómoda y distensión, de no andar con rigideces, de


libertades que serían de mala educación si nos las tomáramos ante extraños. Pero la ropa
cómoda es una cosa, y llevar la misma camisa hasta que huele mal es otra muy distinta.
Hay ropa apropiada para una fiesta al aire libre, pero la que se usa para estar en casa
también debe ser apropiada, cada una de manera distinta.

Se puede decir «cualquier cosa» en el tono adecuado y en el momento oportuno, tono y


momento que han sido buscados para no herir, y de hecho no hieren. Cuanto mejor es el
afecto más acierta con el tono y el momento adecuados.

Ese tipo grosero que al llegar a casa exige la libertad de poder decir «cualquier cosa» está
pensando en algo muy distinto. Al poseer un tipo de afecto muy imperfecto, o quizá
ninguno en ese momento, se apropia de las hermosas libertades a las que sólo el afecto
más pleno tiene derecho o sabe cómo usarlas. Ese las usa con mala fe, siguiendo el
dictado del resentimiento, o de modo cruel y obedeciendo a su propio egoísmo; en el
mejor de los casos las usa de un modo estúpido, por carecer del arte adecuado. Y es
posible que durante todo el tiempo tenga buena conciencia, porque sabe que el afecto se
toma esas libertades; por lo tanto, concluye él, al hacerlo así, está siendo afectuoso. Si
alguien se ofende, él dirá que la culpa es del otro, que no sabe querer. Se siente herido, ha
sido mal interpretado.

Philia. Amicitia. Amistad.


‘’A esta virtud la llamamos amistad o afabilidad.’’ II IIAE 114,1.

‘’¡Oh, Filotea!, ama a todo el mundo con amor de caridad, pero no tengas amistad sino
con aquellos que pueden comunicar contigo cosas virtuosas; y cuanto más exquisitas sean
las virtudes, más perfecta será la amistad.’’ (Filotea, San Francisco de Sales).

‘’Así como los que andan por la llanura no necesitan darse la mano, pero los que andan
por caminos escabrosos y resbaladizos se cogen los unos a los otros, para caminar con
más seguridad; de la misma manera, los que viven en las comunidades religiosas no tienen
necesidad de amistades particulares, pero los que están en el mundo necesitan de ellas
para apoyarse y socorrerse los unos a los otros, en medio de los parajes difíciles que han
de atravesar.’’ (Filotea, San Francisco de Sales).

“¿Es más meritorio amar a un enemigo que amar a un amigo?


Estos dos amores se pueden comparar de dos maneras: primero, por parte de nuestro
prójimo a quien amamos; segundo, por la razón por la que lo amamos.
En primer lugar, el amor al amigo supera al amor al enemigo porque un amigo está mejor
y más unido a nosotros, de modo que es un asunto más adecuado para el amor y, en
consecuencia, el acto de amor que pasa por alto este asunto es mejor, y por lo tanto, su
opuesto es peor, porque es peor odiar a un amigo que a un enemigo.
Sin embargo, en la segunda forma, es mejor amar al enemigo que al amigo, y esto por dos
razones. Primero, porque es posible amar al amigo de uno por otra razón que no sea Dios,
mientras que Dios es la única razón para amar al enemigo. En segundo lugar, porque si
suponemos que ambos son amados por Dios, se demuestra que nuestro amor por Dios es
más fuerte al llevar el afecto de un hombre a las cosas que están más lejos de él, es decir,
al amor de sus enemigos, incluso como el poder de se demuestra que un horno es el más
fuerte según arroja su calor a objetos más distantes. . . .
Sin embargo, así como el mismo fuego actúa con mayor fuerza sobre lo que está cerca que
sobre lo que está lejos, también la caridad ama con mayor fervor a los que están unidos a
nosotros que a los que están lejos; y a este respecto, el amor a los amigos, considerado en
sí mismo, es más ardiente y mejor que el amor al enemigo (II-II, 27,7) ".

San Gregorio Nacianceno se gloria cien veces de la amistad incomparable que profesó al
gran San Basilio, y la describe de esta manera: «Parecía que en nosotros no había más que
una sola alma en dos cuerpos». (Filotea, San Francisco de Sales).

‘’…No todo amor tiene razón de amistad, sino el que entraña benevolencia; es decir,
cuando amamos a alguien de tal manera que le queramos el bien. Pero si no queremos el
bien para las personas amadas, sino que apetecemos su bien para nosotros, como se dice
que amamos el vino, un caballo, etc., ya no hay amor de amistad, sino de concupiscencia.
Es en verdad ridiculez decir que uno tenga amistad con el vino o con un caballo. Pero ni
siquiera la benevolencia es suficiente para la razón de amistad. Se requiere también la
reciprocidad de amor.’’ II IIAE 23, 1.

‘’El amor sin reciprocidad está condenado desde luego a vegetar, más tarde a morir.’’
(Amor y responsabilidad, San Juan Pablo II).

‘’Es la reciprocidad la que, en el amor, decide del nacimiento de ese “nosotros”. Ella
demuestra que el amor ha madurado, que ha llegado a ser algo entre las personas, que ha
creado una comunidad, y así es como se realiza plenamente su naturaleza. La reciprocidad
entra a formar parte.’’ (Amor y responsabilidad, San Juan Pablo II).

Tres especies de amistad: Utilidad, placer y bien.

‘’La amistad perfecta es la fundamentada sobre la virtud.’’ (Ética a Nicómaco VIII,


Aristóteles.)

Tercero transcendente. Una amistad puede durar solo en la medida en que los dos
amigos sientan amor, no tanto el uno por el otro sino por un tercero trascendente, por
algún bien que va más allá de ellos.

Aquí está un problema aparte y de una extrema importancia para el amor entre el hombre
y la mujer y para el matrimonio. Será útil recordar aquí lo que decía Aristóteles ya
entonces a propósito de la reciprocidad en su tratado sobre la amistad (Ética a Nicómaco,
libros VIII y IX). Según él, hay diversas clases de reciprocidad y lo que la determina es el
carácter del bien sobre el que se apoya, y con ella toda la amistad. Si es un bien verdadero
(bien honesto), la reciprocidad es profunda, madura y casi inquebrantable. Por el
contrario, si es tan sólo el provecho, la utilidad (el bien útil) o el placer los que la originan,
será superficial e inestable. En efecto, aunque siempre sea algo entre las personas, la
reciprocidad depende esencialmente de lo que las personas meten en ella. (Amor y
responsabilidad, San Juan Pablo II).

‘’La simpatía sola no es todavía amistad, pero crea las condiciones en que podrá nacer
ésta y alcanzar su expresión objetiva, su clima y su calor afectivo… hay que transformar la
simpatía en amistad y completar la amistad con la simpatía. ‘’ (Amor y responsabilidad,
San Juan Pablo II).
Tres causas.

El amor tiene tres causas: la bondad, el conocimiento y la semejanza. (Son tres los que se
casan, Fulton Sheen).

Bondad:

‘’Sin el deseo de bondad no habría amor… Todo amor es fruto de la bondad, pues, por
naturaleza, la bondad es amable. Será difícil comprender por qué algunas personas son
amadas, pero estamos seguros de que los que las aman encuentran en ellas una bondad
que los demás no ven. Dios nos ama porque Él pone su bondad dentro de nosotros, y
nosotros amamos a otros seres porque hallamos bondad en ellos. Los santos aman a
quienes nadie ama porque, a ejemplo de Dios, ponen bondad en los demás y los hallan
amables.’’ (Son tres los que se casan, Fulton Sheen).

Conocimiento.

Una mujer no puede amar a un hombre si no lo ha conocido.

Aunque en un principio el conocimiento es la condición del amor, en sus últimas etapas el


amor puede aumentar el conocimiento.

El marido y la mujer que han vivido juntos durante muchos años tienen una nueva clase
de conocimiento mutuo más profundo que toda palabra que pueda decirse o que toda
investigación científica. El conocimiento que viene del amor es una percepción intuitiva de
lo que hay en la mente y en el corazón del otro y se puede llegar a amar más de lo que
sabemos.

Una de las razones psicológicas por las cuales las personas honestas se abstienen de las
conversaciones sobre el sexo es debido a que, por la misma naturaleza del tema, no son
conocimientos comunicativos. El modo de tratarlo es tan privado que las dos personas
implicadas se abstienen de hacerlo en público, pues es algo demasiado sagrado para ser
profanado. Es un hecho psicológico que, cuando su conocimiento del sexo se ha
convertido en un amor unificado en el matrimonio, los cónyuges se sienten menos
inclinados a llevarlo de la región de la intimidad a la del comentario público. Y ello no
porque estén desilusionados del sexo, sino porque ha llegado a ser amor y solamente dos
pueden participar de sus secretos. Por el contrario, si el conocimiento del sexo no ha sido
purificado en el misterio del amor y, por lo tanto, se sienten frustrados, quieren hablar
incesantemente de cuestiones sexuales. Los maridos y las mujeres cuyo matrimonio se
caracteriza por su infidelidad son muy locuaces sobre el sexo; los padres y madres cuyo
matrimonio es feliz jamás hablan de ello; no precisan murmurar porque su conocimiento
se ha convertido en amor. Los que se jactan de conocer mucho sobre el sexo en realidad
no conocen más que sus miserias, porque de otro modo no serían tan locuaces.

Semejanza

La tercera causa del amor, además de la bondad y del conocimiento, es la semejanza, lo


cual es una negación del axioma tan repetido de que los «contrarios se atraen». Los
contrarios se atraen, pero solo superficialmente. Los hombres altos se casan con mujeres
bajas; los charlatanes, con personas que saben escuchar y los tiranos, con tímidos. En un
sentido más profundo, no es la desemejanza, sino la semejanza lo que atrae. La semejanza
tiene dos aspectos: uno proviene de dos personas que tienen realmente la misma
cualidad, como, por ejemplo, un mutuo amor por la música; esta semejanza da lugar al
amor elevado de la amistad, en el que uno desee el bien del otro como para sí mismo;
esto se expresa cuando se dice que dos personas son «una pareja perfecta» o «que el uno
está hecho para el otro».

4 condiciones.

Santo Tomás de Aquino señala que el amor tiene cuatro condiciones. Sus observaciones se
aplican, en diversos grados, tanto al amor humano como al divino, porque encara el amor
como algo más elevado que el sexo o su función biológica. Estas cuatro condiciones del
amor son: unidad, mutua residencia, éxtasis y celo.

Unidad.

Esto es evidente en el matrimonio, en que existe la unidad de dos en una misma carne.
Cuando una persona ama algo, lo ve como si llenara una necesidad y trata de incorporarlo
a sí misma, ya ame el vino, la ciencia o las estrellas. En la amistad se ama al otro como a
otro yo o como a la otra mitad de la propia alma; se trata de hacer por el otro los mismos
favores que uno haría por sí mismo para, de esta manera, intensificar el lazo de unión
entre los dos. El amor es un principio de unión del que ama y de lo amado, ya sea amor a
la sabiduría, a la esposa o al amigo. Aristóteles cita las palabras de Aristófanes: «Los
amantes quisieran ser uno solo, pero, puesto que de esto resultaría que uno o el otro
estaría destruido, buscan una unión conveniente y satisfactoria para vivir juntos, hablar
entre ellos y compartir los mismos intereses».

Mutua residencia

Significa literalmente que, en el amor, uno es inherente o existe en el otro. La pasión del
amor no se satisface con la simple posesión, sino que trata de asimilar al otro dentro de sí.

Si el amor no significara inherencia, no habría explicación psicológica de que nosotros


sintamos el daño y el perjuicio que se hace a nuestros amigos. Este amor, en el orden
sobrenatural, es una inherencia igual a la identificación. La santidad es identificación con
el amor de Dios. El amor conyugal es identificación del amor bueno con el amor a Dios:
«quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16).

Esta mutua inherencia como segunda condición del amor añade algo a la unidad del
matrimonio, porque la unidad de la carne también es la unidad de la mente y del corazón.
La intermitencia de la unión carnal exige otra clase de unidad que la de la carne. San Pablo
dice que marido y mujer deben actuar el uno con respecto al otro «como casados en el
Señor», es decir, tan conscientes de su vocación como para ser uno en Cristo. Elizabeth
Barrett Browning escribió: «Dos amores humanos hacen uno divino». La inherencia mutua
es mucho más que una participación en los intereses y un intercambio de propiedades;
mejor dicho, es el efecto de una amistad más profunda que llega hasta la esencia de sus
seres.

El amor que es sostenido solo por la carne es tan frágil como la carne, pero el que es
sostenido por una unidad espiritual y se basa en un amor por un destino común,
realmente es «hasta que la muerte nos separe». La verdadera inherencia mutua no es
compartir las mismas sensaciones de placer; las «almas de hermanos» se forman más bien
en la intimidad diaria, con las mismas alegrías, penas, esfuerzos y sacrificios.

Éxtasis.

La tercera condición del amor es el éxtasis, que significa estar «transportado fuera de sí
mismo» Es como si el amante, hasta cierto punto, fuese arrancado de sí mismo porque el
amor lo hace morar en el amado.

el amante dice de sí mismo que está «loco» por su amada.

Cuando hay un gran amor se soportan toda clase de dificultades; por la condición del
mismo amor, que eleva por encima del ambiente.

El santo —como, por ejemplo, san Vicente de Paúl— siente tanto amor por los pobres de
Dios que se olvida de alimentarse. Una manifestación aún más elevada de un amor, en el
cual la materia parece impotente para contener el espíritu, es el singular fenómeno
espiritual de la levitación, por el que el cuerpo de un santo, en su éxtasis, es alzado del
suelo.
La diferencia entre el amor a los seres humanos y el amor a Dios es que en el amor
humano el éxtasis se produce al principio, en tanto que en el amor a Dios se produce al
final, después que se ha pasado por muchos sufrimientos y angustias del alma. La carne
empieza por la fiesta; luego viene el ayuno y, a veces, el dolor de cabeza. El espíritu
comienza por el ayuno, y luego viene la fiesta. Los placeres extáticos del matrimonio
tienen la naturaleza de un «señuelo» que tienta a los amantes a cumplir su misión, y sirve
también como un crédito Divino extendido a aquellos que tendrán después la carga de
educar una familia.

Las jóvenes parejas que equiparan el matrimonio con la emoción, a menudo se niegan a
dar hijos para reintegrar a la naturaleza, y así pierden el amor, tal como pierde el don de la
música el violinista que poseyéndolo no lo practica: «Quitadle el talento» (Mt 25, 28). El
primer amor no es necesariamente el último amor. La emoción del joven sacerdote en su
primera Misa solemne y el casi éxtasis de la monja en su toma de hábito son como un
«bombón» que Dios les da para impulsarlos a ascender espiritualmente. Más adelante
desaparece la dulzura y se precisa un gran esfuerzo de voluntad para ser como se debe
ser. Así es la luna de miel del matrimonio; el mismo término indica que al principio el
amor es miel, pero después es tan variable como la luna.

El primer éxtasis no es el verdadero, este viene solo después de sobrellevar las pruebas —
fidelidad en la tormenta, perseverancia en las mediocridades— y de perseguir el destino
divino en medio de las tentaciones de la tierra. Es maravilloso contemplar el profundo
amor extático que tienen algunos padres y madres cristianos después de pasar su calvario.
En realidad el verdadero éxtasis no se produce con la juventud, sino con la madurez. En un
principio se espera recibir todo lo que el otro puede dar; luego se confía en darlo todo a
Dios. El amor identificado con el primer éxtasis busca la repetición en el otro, pero, si se
identifica con un amor unificante y duradero, tratará de profundizar en su misterio.

Muchos casados esperan que su compañero les dé lo que solo Dios puede dar, es decir, un
éxtasis eterno. Si el hombre o la mujer pudieran dar lo que el corazón desea, él o ella
serían Dios. Anhelar el éxtasis del amor está bien, pero esperarlo en la carne, si no va
hacia Dios, está mal. El éxtasis no es una ilusión; no obstante, es solo el «folleto de viajes»
con numerosas ilustraciones que animan al cuerpo y al alma a emprender la travesía a la
eternidad. Cuando el primer éxtasis alcanza su culminación, surge la invitación no a amar
a otro, sino a amar de otro modo, y tal modo es el modo de Cristo.

Celo.

El celo, cuarta condición del amor, es la pasión especial que nos da deseos de divulgar y
difundir el amor que conocemos, excluyendo todo lo que es contrario a él. El amante
romántico busca amigos para que escuchen sus elogios a la amada y para mostrarles su
fotografía. El santo que ama a Dios se vuelve misionero y viaja por tierras en donde jamás
se ha oído el nombre de Cristo, a fin de que otros corazones puedan compartir la pasión
del Amante Supremo.

Dice santo Tomás que en el amor carnal «los maridos son celosos de sus mujeres, de
miedo de que la compañía con otros sea un impedimento para su exclusivo derecho
individual. De la misma manera, los que tratan de obtener ascensos están en contra de sus
superiores, como si estos fuesen un estorbo

para sus propias ambiciones».
 En el mayor amor de amistad, el celo no solo es positivo,
como llega a ser el

apostolado en la religión, sino también negativo, en el sentido de que trata de alejar todo
aquello que es contrario a la voluntad de Dios. Cuando Nuestro Señor entró al templo de
Jerusalén y lo encontró envilecido por los mercaderes y compradores, hizo un látigo de
cuerdas y los echó: «El celo de tu casa me devora» (Jn 2, 17).

Tanto en la paloma que defiende el nido de sus pichones, como en el mártir que muere
por la Fe, el amor fluye con un celo bien entendido.

Lo que el celo es para la religión, lo son la fidelidad y la fecundidad para el matrimonio: el


afecto a la persona amada y la extensión de ese amor a la familia.

El celo se manifiesta también, espiritualmente, al llevar otras almas a Dios, y, físicamente,


al engendrar hijos de Dios. La fecundidad es el resultado natural del amor del árbol y la
tierra, del misionero y el pagano, del marido y la mujer. El amor no prospera en la
moderación; el celo es generosidad.

Por lo tanto, en el servicio divino y en el matrimonio debe haber una generosidad que
vaya más allá de los límites de la justicia. El vecino que se ofrece a prestar ayuda durante
una hora y se queda dos, el médico que además de su visita profesional entra «a ver cómo
sigue usted», el marido y la mujer que rivalizan en el amor del uno por el otro; todos han
comprendido uno de los más bellos significados del amor: su celo, que los vuelve locos.
«Nosotros somos unos locos, por Cristo» (1 Co 4, 10).

Amor Matrimonial.
“El Apóstol dice (Ef. 5:33) que un esposo debe amar a su esposa como a sí mismo, el amor
de un hombre por sí mismo es la razón de su amor por su esposa, ya que ella es una con
él. . . . [La] razón principal por la que un hombre ama a su esposa es que ella se une a él en
la carne (II-II, 26,11) ".

‘’El amor matrimonial difiere de todos los otros aspectos y formas del amor que hemos
analizado. Consiste en el don de la persona. Su esencia es el don de sí mismo, de su propio
“yo”. Hay algo en ello, y al mismo tiempo algo más que el atractivo, que la concupiscencia
y aun que la benevolencia. Todos los modos de salir de sí mismo para ir hacia otra
persona, poniendo la mira en el bien de ella, no van tan lejos como el amor matrimonial.
“Darse” es más que “querer el bien”

…El amor de matrimonio es al mismo tiempo algo diferente y algo más que todas las otras
formas del amor.

…Una persona puede darse a otra—al hombre o a Dios—y gracias a ese don una forma de
amor particular se crea, al que llamaremos amor matrimonial. ‘’ (Amor y responsabilidad,
San Juan Pablo II).

“El que haya encontrado la vida la perderá, y el que habrá perdido su vida a causa de Mí la
encontrará” (Mt 10, 39).

En el matrimonio, Eros conduce hacia Ágape, tal como los hijos conducen —al marido y a
la mujer— del amor mutuo al amor hacia otros seres. Así como el fin del voto de castidad
es el aplastamiento del egoísmo de la carne para llegar a un servicio más grande en el
reino de Dios, el engendramiento de los hijos, en una forma menor, aumenta el campo de
acción del sacrificio amoroso por el bien de la familia. En un corazón de sólida base moral,
a medida que pasa el tiempo, el amor erótico disminuye y el amor religioso aumenta. En
los matrimonios verdaderamente cristianos, el amor a Dios crece en el transcurso de los
años, no en el sentido de que el marido y la mujer se amen menos, sino en el de que ellos
aman más a Dios. El amor pasa de un afecto superficial a aquellas profundidades íntimas
de la persona que incluyen el espíritu Divino. Pocas cosas más bellas ocurren en la vida
que cuando la pasión profunda del hombre por la mujer que engendró hijos se transfigura
en una pasión más profunda por el Espíritu de Dios.

Si el amor permaneciese únicamente en la carne y fuese como una semilla amarga que no
permite que florezcan otras flores que las propias, el amor sería muy desdichado, porque
resultaría un anhelo y no una comunión. El amor que es solo una búsqueda o un anhelo es
incompleto. Todo estado incompleto termina en frustración. La dificultad que encuentran
todos los casados proviene de la contradicción aparente entre el romance y el
matrimonio, entre la caza y la captura. Como cosa, tiene sus alicientes, pero nunca se
combinan perfectamente aquí abajo. Con el matrimonio termina el galanteo, y este no
presupone el matrimonio. La caza termina con la captura.

¿Cómo hacer frente a esta contradicción? Hay una sola forma para no desilusionar el alma
y es comprender que el matrimonio tanto como el galanteo son incompletos. El galanteo
fue en realidad una búsqueda de lo infinito y el anhelo de un amor eterno, extático y sin
fin, mientras que el matrimonio es la posesión de un amor finito y fragmentario, por más
dichosos que puedan ser sus momentos. Se buscaba el jardín y se terminó comiendo la
manzana. Se buscaba la melodía y tan solo se encontró una nota.

Aquí el cristianismo dice: No se piense que la vida es una celada o una ilusión. Lo sería
únicamente si no hubiese un infinito para satisfacer sus anhelos. El marido y la mujer
harían bien en decirse: «Ambos queremos un Amor que nunca muera y que no tenga
momentos de odio ni de saciedad. Este amor está más allá de nosotros; empleemos, pues,
nuestro amor conyugal el uno para el otro, a fin de llegar a este amor

perfecto y dichoso que es Dios». El amor deja entonces de ser una desilusión y empieza a
ser un sacramento, un cauce material y carnal hacia lo espiritual y lo divino. El marido y la
mujer comprenden que el amor humano es una chispa de la gran llama de la eternidad; la
felicidad que viene de la unidad de dos en una misma carne es un preludio de aquella
comunión más grande de dos en un espíritu. El matrimonio se convierte, de esta manera,
en un diapasón del canto de los ángeles o en un río que corre hacia el mar. La pareja
encuentra una respuesta al misterio fugaz del amor y en cierto modo se produce una
reconciliación entre el anhelo y su logro en una unión final con Dios, en la cual la caza y la
captura, el romance y el matrimonio, se funden en uno. Pues, siendo Dios un amor eterno
y sin límites, se requeriría una eterna caza extática para alcanzar todas sus profundidades.
En un mismo y eterno momento se experimenta una sensibilidad ilimitada y se obtiene un
goce infinito. Así asciende Eros hasta Ágape y ambos marchan hacia la gran revelación
otorgada al mundo: DIOS ES AMOR.

Compromiso/Consagración/Condición – Autoridad/Permiso/Espacio.

Ciertos poderes deben usarse únicamente en determinadas circunstancias; lo que es lícito


en una no es lícito en otra. Un hombre puede matar a otro hombre en una guerra justa,
pero no en su carácter privado de ciudadano. Un policía puede arrestar a alguno en su
carácter de custodio de la ley debidamente nombrado y reforzado con una orden de
arresto, pero no fuera de esta circunstancia. Así, también, la «creatividad» del hombre y
de la mujer es lícita bajo ciertas condiciones autorizadas por Dios, pero no fuera de esta
relación misteriosa llamada matrimonio.
Secuencia, desde lo lejano a lo próximo, serie de fenómenos: desde el enamoramiento al
amor establecido, y de ahí a la convivencia. Trayecto de lo carismático a lo institucional;
claro, decisivo, terminante. La sorpresa de descubrir a otra persona e irse enamorando,
para alcanzar una fórmula estable, duradera y persistente.

Amor virtud.

Importa sobre todo que no olvidemos que el amor entre el hombre y la mujer puede
adoptar la forma “matrimonial”, porque conduce al matrimonio. Teniendo cuenta con
ello, trataremos de examinar de qué manera ese amor en cuanto virtud ha de realizarse.
(Amor y responsabilidad, San Juan Pablo II).

- Afirmación del valor de la persona.

El primero y el más fundamental.

No se pueden considerar como iguales una persona y una cosa.

- Pertenencia recíproca.

El amor pasa por ese renunciamiento, guiado por la convicción profunda de que le lleva no
a minoración o empobrecimiento, sino, al contrario, a un enriquecimiento y a una
expansión de la existencia de la persona. Es como una ley de “éxtasis”: salir de sí mismo
para encontrar en otro un acrecimiento de ser. En ninguna otra forma del amor se aplica
esta ley con más evidencia que en el amor matrimonial, al que el amor entre el hombre y
la mujer habría de venir a parar.

- Elección y responsabilidad.

Cuanto el sujeto se siente más responsable de la persona, tanto más hay en él de amor
verdadero.

La elección es un acto interiormente madurado y el amor se integra en la vida interior de


la persona.

- Compromiso de la libertad.

Sólo el conocimiento de la verdad sobre la persona hace posible el compromiso de la


libertad respecto de ella. El amor consiste en el compromiso de la libertad: es un don de sí
mismo, y “darse” significa precisamente “limitar su libertad en provecho de otro”.
La libertad está hecha para el amor.

El amor compromete a la libertad y la colma de todo lo que naturalmente atrae a la


voluntad; el bien.

El hombre desea el amor más que la libertad

La voluntad es libre, y al mismo tiempo “debe” buscar el bien que corresponde a su


naturaleza; es libre en la búsqueda y en la elección, pero no es libre de la necesidad de
buscar y de elegir.

- Amor divino.

La voluntad es una potencia creadora, capaz de sacar de sí misma él bien para darlo.
Causa eficiente.

El amor de voluntad se expresa sobre todo en el deseo del bien para la persona amada.

El hecho de desear la persona para sí no revela aún la potencialidad creadora de la


voluntad, ni constituye el amor en el sentido positivo de esta palabra. De suyo la voluntad
quiere el bien, el bien infinito, es decir, la felicidad. Al tender hacia ese bien, busca una
persona y la desea para sí en cuanto bien concreto, capaz de aportarle la felicidad. El
hombre y la mujer se desean con mutua ansia y en esto consiste el amor de
concupiscencia. Los sentidos y sentimientos contribuyen a ello. Pero el amor al que así
ayudan, da una ocasión inmediata a la voluntad, orientada naturalmente hacia el infinito
bien, es decir, a la felicidad, de querer ese bien no solamente para sí misma, sino también
para otra persona.

La tendencia hace que la voluntad mire con codicia y desee una persona a causa de sus
valores sexuales, pero la voluntad no se contenta del todo.

De esta manera, el verdadero amor, aprovechándose del dinamismo natural de la


voluntad, se esfuerza en introducir en las relaciones entre el hombre y la mujer una nota
de desinterés radical, a fin de liberar su amor de la actitud de placer

En esto consiste también lo que hemos llamado “lucha entre el amor y la tendencia”. La
tendencia, quiere sobre todo tomar, servirse de otra persona, el amor, por el contrario,
quiere dar, crear el bien, hacer felices. Bien se ve de nuevo cuán penetrado ha de estar el
amor matrimonial de todo aquello que constituye la esencia de la amistad. En el deseo del
bien infinito para el otro “yo”, está el germen de todo el ímpetu creador, del verdadero
amor, ímpetu hacia el don del bien a las personas amadas para hacerlas felices.
Este es el rasgo “divino” del amor. En efecto, cuando un hombre quiere para otro el bien
infinito, quiere a Dios para ese hombre, porque sólo Dios es la plenitud objetiva del bien y
sólo Dios puede colmar de bien al hombre.

“Cuando el Espíritu Santo mueve la mente humana (alma, corazón, espíritu), el


movimiento de la caridad no procede de este movimiento de tal manera que la mente
humana se mueva simplemente sin ser el principio (fuente, origen, causa) de este
movimiento como cuando un cuerpo es movido por algún poder motriz extrínseco.
Porque esto es contrario a la naturaleza de un acto voluntario, cuyo principio debe ser en
sí mismo; de modo que seguiría que amar no es un acto voluntario, lo que implica una
contradicción, ya que el amor por su propia naturaleza implica un acto de la voluntad. Del
mismo modo, tampoco se puede decir que el Espíritu Santo mueva la voluntad de tal
manera al acto de amar como si la voluntad fuera (simplemente) un instrumento, un
instrumento. . . no tiene el poder de actuar o no actuar; pues, de nuevo, el acto dejaría de
ser voluntario y meritorio. . . .

Dado que la voluntad es movida por el Espíritu Santo al acto de amor, es necesario que la
voluntad también sea la causa eficiente de ese acto. . . (II-II, 23,2).

“Dios no nos da caridad sin nuestro deseo. Él no lo hace en lugar de que nosotros lo
hagamos. Él enciende nuestro libre albedrío, no lo apaga. Él, la Primera Causa, hace que
seamos la causa original de nuestra propia elección de amar, ya que un padre es la causa
del niño, pero hace que el niño sea humano y, por lo tanto, libre y, por lo tanto, tenga el
poder de ser la causa de Sus propias elecciones.

No es que nuestra voluntad de recibir la gracia de Dios haga que Dios la dé. Como la
voluntad del niño no causa la voluntad de los padres, sino viceversa, nuestra voluntad no
causa la voluntad de Dios sino viceversa. Nuestra caridad voluntaria no es la causa de que
Dios nos dé ese regalo; El regalo de Dios es la causa de nuestro deseo ". Kreeft, Peter.
"Teología práctica".

“Pero es evidente que el acto de caridad supera la naturaleza del poder de la voluntad. . .
a menos que alguna forma sea superada al poder natural, inclinándolo al acto de amor,
este mismo acto no lo sería. . . Fácil y placentero de realizar. Y esto es evidentemente
falso, ya que ninguna virtud tiene una inclinación tan fuerte a su acto como la caridad, ni
ninguna virtud realiza su acto con tanto placer. . .

La esencia divina misma es caridad, así como es sabiduría y bondad. Por lo tanto, así como
se dice que somos buenos con la bondad que es Dios, y sabios con la sabiduría que es Dios
(ya que la bondad por la cual somos buenos es una participación de la bondad divina, y la
sabiduría por la cual somos sabios es una parte de sabiduría divina), así también la caridad
por la que amamos a nuestro prójimo es una participación de la caridad divina. . . .

Dios es efectivamente la vida del alma por caridad y del cuerpo por el alma. . . la caridad
es la vida del alma así como el alma es la vida del cuerpo. . . así como el alma se une
inmediatamente al cuerpo, también lo es la caridad para el alma (II-II, 23,2) ".

". . . que ninguno de los fieles diga: "Suficiente".

. . . la caridad del viajero puede aumentar cada vez más. . . . La caridad no tiene límite para
su aumento, ya que es una participación en la caridad infinita que es el Espíritu Santo. . . .

La capacidad de la criatura racional es aumentada por la caridad porque el corazón se


agranda así. . . para que siga siendo capaz de recibir un aumento adicional (II-II, 24,7) ".

“Dios el Espíritu Santo es la caridad eterna que une al Padre y al Hijo; y Él no es


simplemente para nosotros o con nosotros, sino en nosotros y nosotros en Él. La caridad
es como la sangre; Es la vida real que se extiende desde el corazón (Dios) a través de las
arterias (Cristo) del Cuerpo Místico, y regresa a través de las venas (hombre). Porque él es
el corazón y la cabeza de su propio cuerpo místico.

Nuestros corazones son finitos, pero la capacidad misma de mantener el amor y elegir el
amor puede aumentarse infinitamente y, por lo tanto, nuestro amor aumentará
infinitamente, para siempre, en el Cielo ". Kreeft, Peter. "Teología práctica".

Frutos del Espíritu Santo.

"En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí." (Gálatas 5, 22-23).

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