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Resúmenes de autores. Segundo parcial de regional.

Ensayo
Artiguista

Carlos Segreti. El País disuelto. Editorial de Belgrano. Buenos


Aires.
II. Ramírez.
“El conocimiento de la derrota de Tacuarembó apura la concertación de la paz entre
Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos.
Además obra sobre Ramírez, impulsándole a sacudir el tutelaje del Protector. Pero tal
plan exige, como imperativo, la adhesión del resto de las provincias. De ahí que
Ramírez piense en la reunión de un congreso general, punto que logra introducir en el
Pacto del Pilar.” Pág 209
“Más Ramírez no busca sólo, con el congreso general – cuya idea pertenece en el Pilar-
, aunar esfuerzos frente a Artigas sino, también, hacer que los lusitanos se detengan
allende e río Uruguay y organizar los pueblos bajo la república confederal. “ pág 210

Pacho O’Donnell. Artigas La versión popular de la revolución


de mayo. Ediciones Santillana 2012. Montevideo.
Cepeda
Hartos del acoso porteño que devastaba sus provincias, los gobernadores artiguistas
Estanislao López y Francisco Ramírez, caudillos de los Pueblos Libres de Santa Fe y
Entre Ríos, unieron sus fuerzas para avanzar sobre Buenos Aires con el apoyo del
Protector, y cumpliendo sus instrucciones. Representaban la indignación provincial ante
la sanción de la constitución centralista votada por el Congreso en mayo, ante el
despotismo de la burguesía comercial del puerto que había reemplazado como nueva
metrópoli al poder virreinal, y que en los hechos convertía a las provincias en colonias.”
“Eran las provincias y su furia, cansadas de soportar las expediciones militares porteñas
que les imponían autoridades sumisas a los intereses del puerto, hastiadas de las
disposiciones aduaneras que llevaban a la ruina las artesanías y las industrias
provinciales.
El 9 de junio de 1819, frustrado y cuestionado, Pueyrredón presentó la renuncia al
Congreso, que nombró en su reemplazo a José Rondeau.
Las esperanzas de que con Rondeau en el Directorio la situación militar y política se
encarrilaría pronto devinieron en decepción, como lo expresaba Artigas en carta a
Ramírez: “No hay complotacion con los portugueses”, ironizaba el caudillo oriental,
“pero la guerra contra ellos no se puede declarar. Es más obvio que se derrame la sangre
entre americanos y no contra un enemigo común. Tal es el orden de sus providencias.
¿Y podrá Buenos Aires vindicarse a presencia del mundo entero que esto ve y observa=
Yo quiero suponer sea falso el documento contra Rondeau ¿No tenemos otros datos
incontestables? ¿Su misma resistencia, no comprueba que está en todas las miras de su
predecesor (Pueyrredón)?”. Pág 201 202
Confirmando esas sospechas Rondeau había ordenado a Manuel José García (…)
colaborar con Portugal: “Es ya llegado el caso de no perdonar arbitrio para concluir con
esta gente (las milicias populares artiguistas). (…) He propuesto de palabra por medio
del coronel Pinto al Barón de la Laguna que acometa con sus fuerzas y persiga al
enemigo en común (sic) hasta el Entre Ríos y Paraná obrando en combinación con
nosotros. Bajo este concepto, es de necesidad absoluta que trate V.S de obtener de ese
gabinete órdenes terminantes al barón para que cargue con sus tropas y aun la
escuadrilla sobre el Entre Ríos y Paraná y obre en combinación con nuestras fuerzas.
Contraiga V.S. su dedicación, sus relaciones y conocimientos a este negocio importante,
y no omita diligencia para conseguirlo bajo el principio indudable de recíproco interés y
conveniencia en común””. Pág 202
“Las fuerzas porteñas y litoraleñas se toparon en Cepeda el 1° de febrero de 1820. En la
victoria de los provinciales se destacó especialmente la caballería entrerriana, que ya
gozaba fama de invencible, y que año más tarde heredaría y perfeccionaría Urquiza.
Una sarcástica crónica de Juan Manuel Beruti, tomada de su interesantes Memorias
curiosas, informa que “El 4 de febrero de 1820 entró en esta capital el señor director
don José Rondeau, quien sin haber visto se dirigió a su casa donde se halla; cuyo señor
no da razón cómo ha sido la dispersión de nuestra caballería, ni aun la causa de su fuga
tan precipitada, que no paró hasta llegar a su casa, y meterse en la cama; tal fue el susto
pánico que recibió, mayormente, cuando fue perseguido por los santafecinos sobre seis
leguas, que a uñas de su buen caballo, no le dio alcance la partida enemiga; esto
cuentan, la verdad no lo sé, pero la fuga sin orden es cierta”. Pág 203 204
“Gloria a la patria y honor a los libres (artiguistas). Triunfaron los libres en la
inmediación de Pergamino contra el Tirano Porteño el día 1° de febrero. El 31 de enero
marché sobre el enemigo que se halla en dicho punto” … Carta de Ramírez al gobierno
de su provincia. Pág 204
El tratado del Pilar
“La derrotada Buenos Aires, constituida ahora como una provincia más, designó
con su primer gobernador (…) al sagaz Manuel de Sarratea, el que había
conspirado en el Ayuí contra Artigas, el que había intentado sobornar a Fernando
Otorgués para que lo asesinara, el que consideraba a los caudillos federales una
plaga satánica que debía ser extirpada de la faz de la tierra. Para negociar con los
vencedores contaba con tres recursos: su astucia, el empaque y la verba
europeizada de un “decente” porteño que cohibía a los provincianos y, sobre todo,
una bolsa llena de oro.
El 23 de febrero de 1820, los caudillos López y Ramírez y el gobernador interino
Sarratea firmaron el Tratado de Pilar. Garantizaba la libre navegación de los ríos
interiores, de modo que concluía la exclusividad comercial de puerto de Buenos
Aires, impuesta por la fuerza de su flota, que condenaba la inactividad a los
puertos litorales; decretaba la disolución del Congreso de Tucumán, independista
en su origen, pero que en los años recientes había seguido los dictados de la
oligarquía porteña; admitía la necesidad de organizar un nuevo gobierno central,
de características federales, caducando el centralista que hasta entonces regía en
las Provincias Unidas. Ciertamente, se hacía efectivo el rechazo del texto
constitucional unitario votado pocos meses antes por el Congreso de Tucumán,
asentado en Buenos Aires.
Los caudillos se comprometían, según se lee en el artículo 10°, a consultar con Artigas
los términos del Tratado, “aunque las partes contratantes están convencidas de que
todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del
señor capitán general de la Banda Oriental, don José Artigas”. Pág 209
El Tratado de Pilar expresaba:
“Convención hecha y concluida entre los Gobernadores don Manuel Sarratea de la
provincia de Buenos Aires, de la de Santa Fe don Estanislao López y de Entre Ríos don
Francisco Ramírez (por era reconocido como gobernador de Entre Ríos. Hasta el
momento se lo consideraba apenas delegado de Artigas), el día 23 de febrero del año
del Señor 1820, con el fin de poner término a la guerra suscitada entre dichas
provincias, de proveer la seguridad ulterior de ellas y de concertar sus fuerzas y recursos
en un gobierno federal, a cuyo efecto han convenido los artículos siguientes…. “(SE
SIGE DETALLANDO CADA UNO DE LOS ARTICULOS DEL PACTO DEL PILAR
DE 1820). Pág 209 210
Cizaña y traición
“Mientras tanto, Artigas persistía en su propósito de debilitar a los portugueses: “Que
cada legua que avance el enemigo le cuesto mucho trabajo y mucha sangre”, fue la
orden transmitida a sus lugartenientes. El 13 de diciembre de 1819 la vanguardia
artiguista al mando de Latorre había derrotado al jefe portugués Abreu. Pero pocos días
mas tarde, en la Quebrada de Belarmino, los invasores se tomaron revancha y
diezmaron a los patriotas orientales que sufrieron cuatrocientas bajas.
Para poner fuerzas y avíos Latorre se retiró a Tacuarembó, donde acampó a orillas del
río del mismo nombre. A las ocho de la noche del 22 de enero de 1830 fue sorprendido
por tres mil luso-brasileños al mando de José de Castelo Branco, conde de Figueira, que
lo atacaron sorpresivamente, aprovechando que la crecida había impedido la reunión de
las fuerzas dispersas a uno y otro lado del río. Muchos hombres murieron ahogados,
incrementando la lista de ochocientos muertos y quinientos heridos, acuchillados sin
piedad junto a numerosos prisioneros.” Pág 217
“Francisco Ramírez había llegado a Pilar con tajantes instrucciones de su jefe Artigas
“No admitirá otra paz que la que tenga como base la declaración de guerra al rey D.
Juan (Emperador de Portugal) como V.E. quiere y manifiesta en su último oficio”, le
había exigido en diciembre de 1819.
Por su parte, el 13 de noviembre de ese año, Estanislao López le había escrito a Ramírez
para combinar una acción conjunta conforme a las instrucciones del Protector: “S.E. el
general Artigas, por el clamor de los pueblos, nos manda a exigir al Directorio, antes de
entrar en avenimiento alguno, la declaratoria de guerra contra los portugueses que
ocupan la Banda Oriental, y el establecimiento de un gobierno elegido por la voluntad
de las Provincias que administre con base al sistema de federación por el que han
suspirado todos los pueblos desde el principio de la revolución”.
López y Ramírez ya conocían la catástrofe de Tacuarembó cuando se reunieron en
Pilar con el gobernador de Buenos Aires. El astuto Sarratea también, y además
conocía el grado de pobreza a que el autoritarismo militar, político y económico de
Buenos Aires había sumido a las provincias bajo su mando. Siniestra paradoja,
sacó provecho de la necesidad y les ofreció el oro y el moro para que los caudillos
consolidaran su poder en Entre Ríos y Santa Fe, aval que Artigas no podía
ofrecerles desde la debilidad de su posición actual.
Con promesas de respeto y no agresión recíprocas, se firmó el tratado apenas un
día después de iniciadas las deliberaciones, según las aspiraciones de Buenos Aires,
es decir, obviando la cláusula que más importaba al caudillo oriental.” (Ahí artigas
le escribe a Ramírez). Pág 218 219
Guerra entre caudillos
“El Supremo Entrerriano no demoró su desaprensiva réplica: “La provincia de Entre
Ríos no necesita su defensa ni corre riesgo de ser invadida por los portugueses,
desde que ellos tienen el mayor interés en dejarla intacta para acabar la ocupación
de la provincia Oriental a la que debió V.S. dirigir sus esfuerzos (...) ¿por qué
extraña que no se declarase la guerra a Portugal? qué interés hay en hacer esta
guerra ahora mismo y hacerla abiertamente? ¿Cuáles son los fondos de los
pueblos, cuáles sus recursos?" Pág 221
El entrerriano no ignoraba que aún derrotado y con sus fuerzas diezmadas, el Oriental
podía ser un enemigo de riesgo. Mientras dudaba entre mantener su lealtad o traicionar
a artigas, le había escrito a su Aliado, el chileno Miguel carrera, quien se inclinaba por
acordar con Buenos Aires: " en estos momentos sin tener recursos ningunos, cómo
quiere que V. Que yo me opongo al parecer de artigas cuando estoy solo y que él ya
debe haber ganado la provincia de corrientes. Cómo estoy cierto que la lleva a donde él
quiere. Nada digo de misiones porque son con él".
“Los firmantes del tratado sabían que artigas iba a reaccionar militarmente contra el
acuerdo del Pilar.
Era un indudable logro de los porteños que con sus "fondos" y "recursos" (...)
convirtieron La derrota militar en triunfo diplomático, pues lograron introducir la
discordia y la división en la hasta entonces imbatible alianza de los caudillos populares.
" fue tal la preocupación de los firmantes del Tratado por la ira del ahora ex protector
que en un "convenio secreto" o "solemne compromiso" dispusieron la inmediata entrega
de tropas, armas y las ecuadrilla fluvial al Supremo Entrerriano. Vicente López hablo de
1500 fusiles como otros tantos sables, tercerolas, y además municiones, artillería,
cuerpos estables y 200000 duros..." 222 223
“Miles de orientales, entrerrianos, correntinos y misioneros acudieron al grito de guerra
del jefe oriental contra “los traidores vendidos a los porteños”, bajo la vieja y gloriosa
bandera que tantas derrotas había infligido a españoles, portugueses y porteños.
Mientras reclutaba y armaba un nuevo ejército, Artigas convocó a las provincias
litorales que quedaban fuera del tratado del Pilar a una reunión en el pueblo de Ávalos,
para conformar una liga antagónica. 223
Concurrieron Juan Bautista Méndez gobernador de corrientes y Francisco Javier Siti
comandante general de las misiones. Las conclusiones del 24 de abril de 1820
designaban artigas Director de la Guerra y la Paz, y demandaban una vez más la
organización federalista de las provincias. Pero lo cierto era que la debilidad de los
asociados del Caudillo no podía competir con la fortaleza de los firmantes del tratado
del Pilar, de manera que poco pudieron aportar a las pretensiones de Artigas." (Batalla
ramirez artigas) 223
“El parte de guerra redactado por Ramírez impide reconocer siquiera vestigios de la
alianza que hasta pocos meses parecía unir indisolublemente a ambos caudillos:
“¡Gloria a la Patria en Federación! En este día acabo de escarmentar con intrepidez de
los Dragones al tirano Artigas en este campo, a presencia de ese heroico pueblo que no
admite el despotismo de ese monstruo. Artigas debe haber conocido que la justicia ha
favorecido nuestras armas. Los entrerrianos no toleran por más tiempo ser subyugados
por tiranos. Aman en tanto grado su libertad, que prefieren la muerte antes que perderla.
(…) Ese hombre se ha decidido por asolar y aniquilar las provincias. Los habitantes de
esta corren presurosos a las armas para vengar las atroces iniquidades que cometen con
los indefensos vecinos. No se oye más grito que la venganza eterna contra el protector
inocuo de los desórdenes, don José de Artigas. Parece que se ha propuesto eternizar la
guerra civil, desentendiéndose de la paz y general armonía de las provincias en
federación (citado en Rosas, 1974).” 224

Artigas y su Derrota: ¿Frustración o Desafío? Mario Cayota.


Ediciones Santillana. 2007
La “Doctrina Perniciosa”
Como se ha visto, la causa artiguista se encontraba condenada a muerte desde sus
inicios, y si Artigas fue derrotado, ello no se debió ni a su impericia militar o a su
tozudez, sino a la gran coalición de aquellos poderosos a los que su doctrina de una u
otra manera afectaba. Lo que realmente molestaba eran sus ideas, que fueron
madurando y desarrolandose asimismo con el tiempo, lo cual aparejó que algunos que
lo apoyaron inicialmente, luego se volvieran contra él y su programa.
Sería un error, en el que en ocasiones se incurre, creer que solo era por sus ideas en el
plano político que Artigas fue rechazado; también, y no en menor medida, se le
combatió por las que expresaba y practicaba en el campo social. Recuérdese que cuando
se decidió atacarlo no solo militarmente, sino también en el ámbito de la opinión
pública, y en consecuencia se le ordenó a Cavia redactar el conocido e infame libelo
contra el caudillo, Pueyrredón remitió una ciruclar aconsejando la máxima difusión del
escrito de Cavia, explicando la razón fundamental por la cual debía combatirse tan
“perniciosa doctrina”. Pág 503 504

La iniquidad postrera
Pueyrredón había renunciado el 9 de junio de 1819 y lo sustituyó rondeau. Los federales
habían concertado un armisticio en abril con el gobierno unitario; este en realidad sólo
buscaba ganar tiempo esperanzado en el ejército francés que vendría para respaldar a la
coronación del príncipe Carlos Luis I, rey del río de la plata, y acabar con los
anarquistas.
Ante la doblez del gobierno, el endeble armisticio se quebró y, pensando en que sería
bueno llegar hasta Buenos Aires para así lograr el apoyo de su pueblo, artigas delegó a
su lugarteniente de confianza Francisco Ramírez la misión de enfrentarse a los unitarios.
El 1 de febrero lo concretaron en la batalla de Cepeda, en donde el ejército
directorial al mando de Rondeau se desmoronó.
Pero lo imprevisible es un elemento que forma parte de la dinámica histórica. El
exdirector supremo de chile José Miguel carrera, personaje inteligente y maquiavélico
que en su momento le propuso artigas un plan para hacer el señor absoluto de la región
y que éste rechazó, se acercó a Ramirez, susurrándole al oído la posibilidad de que fuera
él quien asumiera nada menos que la jefatura nacional de todas las Provincias Unidas.
Carrera, hombre de modales encantadores y gran don de persuasión se constituyó
en la eminencia gris del comandante entrerriano, el cual, si por algo se caracterizó
siempre fue por su valentía, no por su fina percepción. Sarratea, que había
retornado de Europa, se entendió muy bien con carrera quién lo ayudó con sus
maniobras y apoyado a sí mismo por ciertos integrantes de la Logia, accedió a la
gobernación de Buenos Aires.
El tinglado estaba perfectamente armado. El 23 de febrero se firmó el tratado de
Capilla del Pilar entre las provincias de Buenos Aires representada por Sarratea -
A quién acompañaba el regidor Pedro Capdevila, conspicuo miembro de la Logia -
; Santa Fe, cuyo gobernador era Estanislao López; y Entre Ríos en el que aparecía
Ramirez - por primera vez- como gobernador, cuando en realidad sólo era
comandante de Concepción del Uruguay. Pero el indiscutible Caudillo montonero
contaba ahora con el asesoramiento de un intelectual de la talla de José Miguel
carrera que a ello agregaba, para fortalecer sus contactos e influencias, haber sido
iniciado en las logias de Chile.
Desde su preámbulo, el Tratado de Pilar consignaba que su objeto era “poner
término a la guerra suscitada entre dichas provincias, proveer a la seguirdad
exterior de ellas, y concentrar sus fuerzas y recursos en un gobierno federal”. La
Liga Tripartita sustituyó a los Pueblos Libres y la única mención que se hacía de
Artigas, lo era como capitán general de la Banda Oriental y no como Protector de
los Pueblos Libres. En razón de ello y no para que convalidara lo pactado, se le
mandó el acta “para que siendo de su agrado entable relaciones para incorporar la
provincia a su mando”. Solo un tonto podría no darse cuenta de que con este tratado se
hacia añicos la Liga Federal, a Artigas se lo desconocía como jefe de esta y se lo
confinaba a su provincia, en estos momentos ya casi controlada por los portugueses.
En contraposición con la comprometida situación de Artigas, los caudillos litoraleños
victoriosos quisieron darse el gusto de entrar en Buenos Aires de forma triunfal. Los
temidos montoneros actuaron disciplinadamente y, en forma respetuosa, los jinetes
permanecieron en la ciudad cinco días sin que se produjese el menor atropello” Pág 504
505
“Comentando la dramática situación que se había configurado con la firma del Tratado
del Pilar, el historiador argentino José María Rosa escribió:
“El 23 de febrero de 1820 acabó, pues, la confederación de los Pueblos Libres de tan
patriótica historia. En sustitución nacía una hipócrita alianza de Buenos Aires, Santa Fe
y Entre Ríos , que no podía ser durable. Se abandona a la Banda Oriental, para
desprenderse del jefe de la Liga; Carrera imponía a Ramírez el orden nacional y a
Sarratea en el provincial, para servirse de ambos en su plan de expulsar a San Martín y
O’Higgins de Chile; los directoriales (y la logia tras ellos) secundaban sus pasos con
seguridad de desprenderse sucesiva y fácilmente de Artigas, Sarratea, Ramírez y el
mismo Carrera. Ramírez y López, dueños de la fuerza, hacían en la emergencia el papel
de títeres movidos por manos hábiles. Evidentemente faltaba en el campo federal
Artigas, al mismo tiempo hombre de prestigioso popular, político astuto y estadista de
patrióticas miras.” 506 507

Washington Reyes Abadie, Oscar H, Bruschera, Tabaré


Melogno. Artigas. Su significación en la revolución y en el
proceso institucional iberoamericano. Montevideo 1966.
“En pacto confederativo se concretaban para el artiguismo, “las medidas que equivalgan
a la garantía preciosa” que la Constitución ofrece: era la seguridad contractual, por
medio de la cual se prevendría arbitrariedades y excesos como las sufridas por los
orientales en el año XII; era en fin, el instrumento político con el que se podría esperar,
sin sobresaltos, el coronamiento de la obra de la Asambela, mediante una Constitución
para las Provincias Unidas del Plata, cuyo texto concurrirían a fijar los orientales por
medio de sus diputados y cuya aceptación final se reservaban, siempre que tuviera “por
base la libertad.
El pacto del 5 de abril ilustra, además, acerca del carácter que revestía la representación
de la soberanía para el artiguismo, en este como en otros aspectos, restaurador fiel de las
más vigorosas tradiciones del derecho público hispánico. En primer lugar, en la base,
“los pueblos”, es decir, las ciudades, villas y pueblos de la Banda, concurrentes, por el
voto de sus diputados – de directa elección-, a formular la voluntad oriental expresada
en las cláusulas del pacto; en segundo lugar, la “Provincia compuesta de pueblos
libres”; es decir, la integración de la soberanía provincial por el acuerdo de las diversas
voluntades particulares de cada uno de los pueblos reunidos en el Congreso de Abril; y,
por último, “la confederación ofensiva y defensiva de esta Banda el resto de las
Provincias Unidas”, consumada precisamente, con el pacto que se proponía a Buenos
Aires.”
(ACÁ SIGUE REFIRIENDO A LOS PUNTOS QUE CONFORMABA LA
CONFEDERACIÓN: INSERTARLOS).

Eduardo Acevedo. Anales Históricos del Uruguay.


1933 “Casa A. Barreiro y Ramos” s.a. Montevideo.
Artigas traza el programa de la revolución triunfante en Cepeda.
“ El derrumbe del andamiaje director ial se produjo, como hemos dicho, el 11 de febrero
de 1820, veinte días después de la batal la de Tacuarembó. Eran muy lentas las
comunicaciones y a Buenos Aires sólo había llegado hasta ese momento el parte oficial
de la batalla de Ybirapuitán, que Ramírez se apresuró a trasmitir al Cabildo con un
mensaje revelador del rango subalterno que ocupaba con relación a Artigas, a quien
seguía dando el tratamiento de «Su Excelencia el Protector de los Pueblos Libres».
A los tres días del derrumbe directorial , ‘Artigas se dirigía a Corrientes, no en calidad
de fugitivo, como lo presentan los par tes portugueses, sino rebosante de bríos para
reanudar la lucha contra los invasores y a la vez dar forma definitiva a la victoria
política que sus tenientes acababan de obtener en Buenos Aires. Para eso había dado
órdenes a sus subalternos de que lo siguieran al cruzar el Uruguay, que algunos no
acataron, como Rivera.
Y en el acto se puso al habla con las autoridades de todas las provincias de su
Protectorado. Al Cabildo de Santa Fe le decía el 19 de febrero relacionando, sin duda,
el desastre de Tacuarembó con la victoria de Cepeda: «Parece que la suerte se ha
empeñado en favorecernos en medio de los contrastes y que la América será libre en
medio de las grandes contradicciones. Superada la barrera del poder directorial , ¿qué
restará, pues, para sellar el mérito de nuestros afanes y que aparezca triunfante la
libertad de la América? Nada, en mi concepto, sino que las Provincias quieran real
izarla. Por este deber oficio a todas informándolas en los principios que deben regular
nuestra conducta en lo sucesivo.»
«Todas deberán convenir en uno que será el precursor y elemental de nuestra libertad
civil: que los pueblos sean ' armados y garantidos en su seguridad por sus propios
esfuerzos.»
«De otro modo es difícil entrar con Buenos Aires en avenimientos razonables, sin que
luego se vean desmentidos los mejores esfuerzos; yo por lo mismo permanecerá
inexorable al f rente de las Provincias mientras no vea asegurado ese paso tan
necesario.»
A don Ricardo López, que estaba al f rente de las fuerzas de Entre Ríos durante la
ausencia de Ramírez, le escribía el 20 del mismo mes:
«Cuando repasé el Uruguay fué compelido de mis enemigos. En mis anteriores había
prevenido a usted este caso próximo posible, y mi resolución de buscar hombres libres
para coadyuvar sus esfuerzos. Este es todo mi deseo, y por llenarlo no dude usted que
estarán prontas mis tropas y las demás que tengan las otras Provincias de la liga, luego
que se presente algún enemigo. Para mí este no es el mayor trabajo, sino los recursos de
su mantenimiento. Yo no me atrevo a sacarlos del vecindario, si él voluntariamente no
quiere prestarlos. Yo espero las contestaciones de Ramírez sobre mis últimas
instrucciones. Si esta vez no terminan los males de un modo satisfactorio a las
Provincias, tendremos que redoblar los trabajos. Entretanto, he creído oportuno
contestar a las insinuaciones de Córdoba por afirmar los intereses de la liga y oficiar
igualmente a las otras provincias para reconcentrar las en los principios que deben
entablarse.»
De estas piezas aisladas que conservan los archivos argentinos, resultan observaciones
muy importantes: Que Artigas había cruzado el Uruguay sin desalientos. Derrotado en
la batalla de Tacuarembó, volvía a la zona de su Protectorado en busca de hombres
libres para reanuda r su gigantesca lucha. Lo único que le preocupaba era la falta de
recursos, porque él no se atrevía a sacarlos por la fuerza. Que para los acuerdos que
debían suscribirse con Buenos Aires, a raíz del derrumbe del poder directorial, él había
enviado «instrucciones» a Ramírez y estaba esperando las respuestas de su teniente.
Que con el propósito de uni forma r opiniones se había dirigido a las autoridades de su
Protectorado, indicando como base previa a todo otro paso, el reconocimiento por
Buenos Aires del derecho de las Provincias a organizar sus propios ejércitos. Artigas,
que conservaba fresca la enseñanza de la crisis de 1815 en que sus fuerzas derrumbaron
al Gobierno de Alvear sin otro resultado que el de apurar más aún los sufrimientos de
las Provincias, veía en esa base previa el éxito de la obra de reorganización política del
Río de la Plata.
El Gobernador Sarratea arma a Ramírez contra Artigas.
Pero cuando Artigas se ocupaba así de reunir gente y de armonizar opiniones entre
las Provincias y de enviar instrucciones al ejército de Cepeda, era teatro Buenos
Aires de una habilísima intriga encaminada a producir el derrumbe del
Protectorado. Don Manuel de Sarratea había sido designado Gobernador de
Buenos Aires por una ju n ta de representantes del pueblo, el 17 de febrero de
1820. Era el desorganizador del ejército del Ayuí, sediento de venganzas desde la
época del segundo sitio de Montevideo, en que fué depuesto y embarcado por sus
propios subalternos a consecuencia de un ultimátum de Artigas. Habían tenido
tiempo de llegar, por otra parte, noticias circunstanciadas acerca de la batalla de
Tacuarembó, de la incorporación al dominio portugués de las fuerzas de
Canelones, y sobre todo de la actitud de Rivera, el jefe de mayor volumen del
ejército artiguista. Sobraba ambiente para inflar el amor propio de los generales
victoriosos; probar les que ellos en ese momento eran más fuer tes que su Protector; y
que podían desbancarlo y ocupar el primer rango, sobre todo si el Gobierno de Buenos
Aires les daba soldados de línea, armamento y dinero para poner en pie de guerra a las
tropas propias.
El hecho es que el Gobernador Sarratea se trasladó al campamento del Pilar y allí
redactó el 2 3 del mismo mes de febrero un tratado de pacificación que fué firmado por
Ramírez y López, cuyas disposiciones principales pueden sintetizarse así:
El régimen federal responde a un voto de toda la Nación y será materia de las
deliberaciones de una asamblea de diputados libremente elegidos; Los gobiernos de
Santa Fe y Entre Ríos recuerdan a Buenos Aires el estado difícil y peligroso en que se
encuentra la Banda Oriental y esperan que remitirá auxilios a esa Provincia aliada;
Se enviará una copia del tratado al capitán general de la Banda Oriental don José
Artigas, «para que siendo de su agrado entable de nuevo las relaciones que puedan
convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demás
federales se miraría como un dichoso acontecimiento».
Tales eran las cláusulas esenciales del convenio público. Depositaban la simiente
federal en Buenos Aires. Pero destruían el Protectorado; arrancaban a Ramírez
del rango subalterno en que se había mantenido invariablemente; eliminaban todo
pedido de declaración de guerra contra el Brasil; y dejaban a Artigas
absolutamente aislado, sin prejuicio de que su él encontraba de su agrado todo eso,
entablara negociaciones por su cuenta.
Hubo también un convenio reservado del que se conocen elementos incompletos o
truncos.
En el libro de acuerdos del Cabildo de Buenos Aires dejó constancia Sarratea de un
oficio de Ramírez sobre-entrega a Entre Ríos de 500 fusiles y 500 sables. El general
Mitre ha dicho que la cifra debe estar equivocada, puesto que cuando Ramírez exigía el
cumplimiento de lo pactado, ya Sa ratea había girado órdenes para la entrega de 800
fusiles y 800 sables. El tesoro y el parque de Buenos Aires debieron volcarse totalmente
en el campamento del Pilar, para entusiasmar a los vencedores de Cepeda. Lo
demuestran dos documentos del Cabildo bonaerense. Uno de ellos es el bando de 28 de
marzo de 1820 que impone a cada cuidadano la obligación de presentarse con sus
propias armas, «siendo constante que el erario de la Provincia se hallaba completamente
exhausto»; y el otro es la circular de 15 de julio del mismo año, en que se dice que ni el
tratado de paz del Pilar con los gobiernos de Santa Fe y Entre Ríos, «ni las posteriores
generosas demostraciones hechas con esos gobiernos, franqueándoles con la mayor
liberalidad gruesas cantidades de dinero, armamentos costosos, vestuarios para tropas y
otros auxilios de diverso género . . . habían sido motivo bastante para aquietar y
contener en los límites de la justicia y honestidad a Santa Fe». Del concurso de tropas
no se tienen cifras, aunque sí datos que demuestran que tampoco fué escatimado.
Habla el general Lucio Mansilla, comandante en esa época, de su intervención en las
conferencias del Gobernador Sa r ra tea con los jefes del ejército federal : «Ramírez,
especialmente, simpatizó conmigo, concediéndome mayor confianza en sus juicios
personales, muy distintos de los de López y Carrera: ellos se pertenecían a sí mismos;
no así Ramírez, que era subalterno de Artigas, sin más categoría que la de comandante
del Arroyo de la China.»
«Ahora bien: en el tratado público y secreto que yo conocía se estipulaba:
1.° que Artigas ratificaría este tratado por lo que hacía a la Provincia Oriental
principalmente; 2.o que había de suspender hostilidades contra las fuerzas brasileñas
que ocupaban la Banda Oriental; 3.o que Buenos Aires entregaría a Ramírez una
cantidad de dinero, un armamento completo para 1,000 soldados y su oficialidad.»
«En un momento de expansión y confianza con Ramírez, le dije que juzgaba que
Artigas no ratificaría el tratado, reservando la idea de que tampoco le daría un solo peso
ni una tercerola. Ramírez me contestó que si Artigas no aceptaba lo hecho, lo pelearía y
que si era de mi agrado me invitaba a la pelea. Eludí la respuesta y me retiré a la ciudad.
Conversó acerca de esto con el Gobernador Sarratea y le manifesté la idea de
acompañar a Ramírez con el fin de trabajar por el tratado, haciendo lo que conviniera
según el caso se presentase. Sarratea aceptó y me dió una licencia temporal.»
Agregaremos que Mansilla partió, con el ejército de Ramírez y que a la actuación de la t
ropa que él mandaba se debe la derrota de Artigas en la Bajada del Paraná, de
consecuencias absolutamente decisivas para el éxito de la campaña emprendida a
instancias del Gobernador Sarratea.
No pueden ser más significativas sus declaraciones en lo que atañe a la jerarquía de
Ramírez y a las cláusulas secretas del tratado del Pilar.
Y en cuanto a las cláusulas secretas, ellas imponían la cesación de la guerra contra los
portugueses, y en cambio, la apertura de hostilidades contra Artigas, a cuyo efecto se
daba dinero, se daban armas y vestuarios, y se acordaba licencia a un jefe, hablándose
ya en el campamento de la próxima pelea contra el Protector como de una cosa llana y
trillada en anteriores conversaciones.
Un cambio brusco y radical de orientación! Terminada la batalla de Cepeda empezó la
persecución de las tropas directoriales. El comandante Piriz se adelantó a cortar la
retirada y a incendiar el campo para hacer más apurada la situación de los fugitivos.
Ramírez, que observaba el cuadro, despachó en el acto a su ayudante Bartolomé
Hereñú, con esta orden: «Diga usted a Piriz y a los otros jefes que se limiten a observar
la retirada: esos infantes nos hacen falta para vencer a los portugueses».
Fué necesario todo el talento diplomático de Sarratea para desviar las armas de Ramírez
y de López del teatro en que actuaban los portugueses y dirigirlas al teatro en que
actuaba Artigas.
«Artigas contaba con la superioridad de las fuerzas de su teniente elentrerriano general
don Francisco Ramírez. El general Ramírez victorioso, entró a Buenos Aires más por
las intrigas de los partidarios de Artigas que por las armas, y a su regreso lo habilitan de
una fuerte escuadra al mando del general Monteverde y bastante armamento de toda
clase; llega a la capital del Paraná, y se pronuncia contra Artigas.»
Comprueba, también, como se ve, el rango subalterno de Ramírez e incorpora al
material de guerra entregado por el Gobernador Sarratea la escuadrilla de Buenos Aires.

Eduardo Azcuy Ameghino. Historia de Artigas y la


Independencia Argentina. Ediciones Ciccus. Buenos
Aires. 2015.
Cepeda y Tacuarembó: triunfo y derrota del artiguismo
“Una vez producida la ruptura del armisticio de San Lorenzo por la dirección
santafesina, y removido en consecuencia uno de los principales obstáculos que
retardaban la concreción de la estrategia oriental, se acelera? ron los preparativos del
ejército federal a efectos de actuar ofensivamente sobre Buenos Aires. Allí, en junio de
1819, Rondeau había reemplazado a Pueyrredón, quien cesó en sus funciones en virtud
del dictado de la Constitución monárquico-unitaria, sin por eso resignar el papel de
orientador del gobierno, al igual que Tagle, que continuó con sus funciones
ministeriales en el gabinete directorial.
El 30 de octubre, en oficio al Congreso, el nuevo director daba cuenta de las novedades
que conmovían el Litoral: «Tengo el disgusto de anunciar el obstinado empeño con que
el gobierno de Santa Fe instigado y protegido del jefe de los orientales, Don José
Artigas, nos ha declarado abiertamente la guerra, infringiendo los pactos estipulados y
principiando sus hostilidades con la confiscación de las propiedades de Buenos Aires,
intercepción de su comercio terrestre y marítimo, y aprehensión de todo transeúnte,
entre los que se enumeran algunas personas respetables por su carácter y rango».”
“En diciembre de 1819 el choque entre las fuerzas directoriales y las montoneras de la
Liga federal era inminente; y la línea política de inspiración artiguista de esta última,
indudable. Ramírez proclamaba: «…arrojar del mando a los déspotas, restablecer la
igualdad civil entre los pueblos y los ciudadanos, y fuertes en la unidad acabar con el
ambicioso portugués y con los restos de la impotencia española, para cantar himnos a la
libertad interior, a la paz general, y a la independencia de Sud América».
Y López prometía «los más felices resultados y la protección invencible del inmortal
Artigas, vencedor de riesgos y minador de bases de toda tiranía y el héroe al cual otro
Hércules dividirá con la espada sus siete cabezas”. Finalmente, frente al intento
realizado por Rondeau para detener las hostilidades, los dos caudillos le respondieron:
«El general Artigas por el clamor de los pueblos nos manda exigir del Directorio, antes
de entrar en avenimiento alguno, declaratoria de guerra contra los portugueses que
ocupan la Banda Oriental y el establecimiento de un gobierno elegido por la voluntad de
las provincias, que administre por base el sistema de federación, por el que han
suspirado todos los pueblos desde el principio de la revolución».353 Es decir, en pocas
palabras, que se exigía el cumplimiento del programa político que desde 1813 sostenía
Artigas, adecuado a la coyuntura de fines de 1819.”
“El 1° de febrero de 1820, la batalla de Cepeda selló con el triunfo federal la caída del
Directorio y del Congreso de Tucumán, que al poco tiempo fueron disueltos en virtud
de las conminaciones de Artigas en ese sentido. El 7 de febrero se publicó en la Gaceta
un oficio de Ramírez al cabildo de porteño, felicitándose por el triunfo de los patriotas
orientales sobre el invasor portugués en la batalla de Ibirapuitán: «El general Artigas a
la cabeza de tres mil decididos orientales acabó con la división del distinguido
portugués Abreu; corre la frontera del Brasil y priva al enemigo en aquella parte de
todos su recursos; puede V,E. leer los partes de aquel jefe inmortal para tomar una idea
exacta de los sucesos».
Participando de la lógica de la situación, ante las primeras noticias del triunfo del
ejército de los Pueblos Libres, el general Lecor se apresuró a informar a la corte lusitana
que «todos por allí esperan que se produzca a la brevedad un cambio de gobierno, que
puede comprometer y alterar la neutralidad y armonía entre ellos y la nación
portuguesa». Sacando conclusiones similares, mediante otra comunicación enviada
desde Montevideo al conde dos Arcos se anunciaba que «es voz general en la ciudad de
Buenos Aires que se declarará la guerra a los portugueses, lo que debe acontecer
necesariamente una vez que la montonera sea quien dicte la ley».
Comenzando a desmentir tan racionales presunciones, el 17 de febrero una junta de
Representantes bonaerenses eligió gobernador a Manuel de Sarratea, quien el día 23
procedió a firmar junto a López y Ramírez el Tratado del Pilar, del que transcribimos
dos de sus cláusulas más relevantes a los efectos de nuestro estudio: «Art. 3° Los
gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a
la heroica provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la nación, el estado difícil y
peligroso a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos por la invasión con que los
amenaza una potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la provincia aliada
de la Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la
independencia y felicidad nacional el calcular los sacrificios que costará a los de
aquellas provincias atacadas el resistir un ejército imponente, careciendo de recursos, y
aguardan de su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la
empresa, ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible.
»Art. 102 Aunque las partes contratantes están convencidas de que todos los artículos
arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del excelentísimo señor
capitán general de la Banda Orienta!, don José Artigas, según lo ha expuesto el Sr.
gobernador de Entre Ríos, que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Sr.
excelentísimo para este caso, no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado
remitirle copia de esta nota, para, siendo de su agrado, entable desde luego las
relaciones que puedan convenir a los intereses de la provincia de su mando, cuya
incorporación a las demás federadas se miraría como un dichoso acontecimiento».
Sí en muchas de sus estipulaciones el tratado aparentó representar el triunfo del ideal
artiguista, en su esencia -como se desprende de los artículos mencionados - ni sancionó
la declaración de la guerra a los portugueses, ni garantizó medidas prácticas y eficaces
para constituir la unidad confederal como forma de organización política, ni, finalmente,
reconoció el papel de Artigas como Protector de los Pueblos Libres, desligándose López
de su alianza y Ramírez de su obediencia, olvidando que habían llegado a Buenos Aires
al frente de las fuerzas de una Liga de provincias a cuyos intereses generales
presuntamente se debían. Hubo en el Pilar también, junto a las estipulaciones públicas,
otras de carácter secreto: «cuando los tres gobiernos de esta ciudad, Santa Fe y Entre
Ríos firmaron el tratado de Paz, se había acordado secretamente por separado, para no
inspirar alarma al gobierno portugués, que se darían al de Entre Ríos... el número de 500
fusiles, 500 sables, 25 quintales de pólvora, 50 de plomo, y que se repetiría según las
necesidades de aquel ejército».
Si se tiene presente que todas las partes contratantes sabían que los términos del acuerdo
resultarían inaceptables para Artigas, y si se recuerda la antigua enemistad de Sarratea y
Carrera -de peso en. las decisiones de Ramírez - con el Protector, se concluye
fácilmente que las armas que facilitaba Buenos Aires más que para hacer la guerra a los
lusitanos, serían para enfrentar a Artigas, como efectivamente sucedió. A todo esto, el
general Lecor, desde Montevideo, corrigió - seguramente con alivio - sus pronósticos
iniciales e informó a su gobierno: «Por aquel tratado (del Pilar) verá V.E. que no solo
no se da a Artigas, déspota sin límite y cuya alma ambiciosa no reconoce superiores, la
importancia que él se arroga, ni a lo menos la que era de presumir, hablándose de él por
accidente... sino también se abre la puerta a una animosidad sin compostura, que ya
comenzara hace tiempo y que ahora se confirmaría entre él y Ramírez, y que yo trataré
de exasperarla». Ahora bien: ¿por qué? ¿Cuál fue la causa puntual de que en el Pilar se
acordara el fin del artiguismo? ¿Por qué Ramírez, hasta allí lugarteniente del Protector,
lo desconoció para luego enfrentarlo? ¿Qué sucedió entre Cepeda y el Pilar? La
respuesta se halla estrechamente vinculada con un hecho decisivo: la larga y ejemplar
resistencia oriental al opresor extranjero recibió un golpe prácticamente definitivo
cuando, el 22 de enero, fue aniquilada su fuerza principal - 800 muertos, 490
prisioneros, pérdida de armamentos, caballos y ganados, dispersión general - 368 en la
desgraciada batalla de Tacuarembó.
Pocos días antes de firmar los tratados, Ramírez tuvo noticias del desastre militar de
Artigas, agravado hasta donde esto era posible por la posterior defección de Fructuoso
Rivera, quien abandonando al jefe vencido se pasó a las filas portuguesas: «Don Frutos,
cediendo a la influencia de personas muy notables en el país, estaba unido o al menos en
relación con los portugueses; este suceso labró mucho en el ánimo de Artigas». Estas
razones principales decidieron sin duda a Ramírez a dar el atrevido paso de desligarse
de Artigas, aprovechando su debilidad militar y la parte innegable de descrédito que le
acarrearía la derrota, contrastada con «su» triunfo sobre los antipáticos porteños.
Aunque difícil de medir, también podemos sumar en la explicación el peso de la
ambición personal de Ramírez, que operó seguramente estimulada por los consejos de
variopintos enemigos (¡Sarratea, Alvear!) del jefe oriental, tanto como por su superficial
aprehensión del ideario artiguista.
Un segundo orden de explicaciones - que no ha sido suficientemente valorado en la
bibliografía sobre el tema - está dado por aquellas causas menos coyunturales y más
profundas, menos visibles también, que hacen a la hegemonía de ¡as aristocracias
provinciales de mercaderes y terratenientes sobre el conjunto del movimiento
sociopolítico y su ningún interés en involucrarse, como señaló en algún momento el
propio Artigas, en las penurias de la guerra en general y de la antiportuguesa en
particular.”
Pero también se aplica a la decisión de los jefes santafesinos y entrerrianos de soslayar
los objetivos que originalmente los habían conducido en la marcha hacia Buenos Aires
y en el triunfo en Cepeda. Acaso Ramírez - la historia comprobaría que así sucedió con
López – se conformara con garantizar una supuestamente ventajosa autonomía para su
provincia y un hinterland regional donde alargar sus empresas político- militares, sin
avanzar mucho más en la lucha por la unidad federal, en pie de igualdad y establecida
por pacto constitucional, de todas las provincias surgidas del virreinato. Desde esta
óptica, una vez logrados los objetivos básicos con ayuda -y como parte - del artiguismo,
se podía abandonar el programa político del jefe oriental, dándolo por cumplido allí
cuando este recién comenzaba a desplegarse, lo que en los hechos permitiría que, aun
por un camino zigzagueante, Buenos Aires lograra mantener e imponer las viejas
prerrogativas hegemónicas que en su calidad de capital virreinal había gozado hasta
1810.”
“No debe extrañar entonces la airada reacción del líder oriental al rechazar los términos
acordados por Ramírez y López con el gobierno bonaerense, e interpretarlos como la
pérdida en el terreno de las negociaciones de lo que: se había ganado en el campo de
batalla: «van diez años en que se re- doblan los afanes - escribió en marzo de 1820 al
cabildo de Santa Fe - y es lastimoso dejarlos escapar en unos momentos que debíamos
sellarlos con : honor».
La repulsa de Artigas a los artículos acordados en el Tratado del Pilar mereció ¡ por
entonces un sugestivo comentario del ministro francés en Río de Janeiro; el 17 de abril
de 1820 el coronel Maler informaba a su gobierno que :. «el general Artigas no aprobó
la convención del 23 de febrero. Lo he considerado siempre como un hombre intratable;
sin embargo pienso que es el único vecino de Buenos Aires que sepa apreciarla en su
justo valor». Renglones antes (refiriéndose a los puntos 1, 3 y 10 del tratado) había
escrito: «Monseñor, son actos de comedia.., »
(Sigue hablando aquí de la guerra ramirez artigas)

Carlos Machado Historia de los Orientales.


Al decidirse Santa Fe por la ruptura del armisticio de San Lorenzo se aceleraron los
preparativos del ejercito federal a efectos de actuar ofensivamente sobre Buenos Aires,
done Rondeau había remplazado a Pueyrredón en junio de 1819. El 30 de octubre, en
oficio al congreso, el nuevo Director daba cuenta de las novedades que conmovían al
litoral ‘’Tengo el disgusto de anunciar (…) el obstinado empeño con que el gobierno de
Santa Fe instigado y protegido por el Jefe de los Orientales, Don José Artigas, nos ha
declarado la guerra, infligiendo los pactos estipulados y principiando sus hostilidades
con la confiscación de las propiedades de Bs. As, intercepción de su comercio terrestre
y marítimo, y aprehensión de todo transeúnte, entre los que enumeran algunas personas
respetables por su carácter y rango’’.
Los rumores de una expedición proveniente de Cádiz y procurando ganar tiempo para
lograr el concurso del ejército de San Martin Rondeau intento abrir negociaciones con
Artigas, la respuesta no se hizo esperar ‘’Cuatro renglones bastan para firmar la unión
deseada (…) Empiece usted por desmentir esas ideas mezquinas de su predecesor y a
inspirar la confianza pública; empiece usted por el rompimiento con los portugueses y
este paso afianzara la seguridad de los otros’’. Enterado Rondeau tomo todas las
medidas para tratar de exterminar el artiguismo ‘’He propuesto de palabra -escribió a
Manuel García en octubre de 1819- por medio del coronel Pintos al Barón de la Laguna,
que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo en común hasta el Entre Ríos y
Paraná en combinación con nosotros’’.
Fue indudablemente el jefe oriental quien inspiro y supervisó la campaña que acabaría
con el Directorio, el Congreso de Tucumán y los planes monárquicos para el Rio de la
Plata, provocando la denominada anarquía del año 20.
EL 1 de febrero de 1820, la batalla de Cepeda, sello con el triunfo federal la caída del
Directorio y del Congreso de Tucumán, que al poco tiempo fueron disueltos.
El 17 de febrero una junta de representantes de Bs. As eligió gobernador a Manuel de
Sarratea, que el día 23 procedió a firmar junto a López y Ramírez, el Tratado del Pilar,
del que mencionaremos dos de sus clausulas mas relevantes: Art 3: Los gobernadores de
Santa Fe y Entre Ríos por si y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica
provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la nación, el estado difícil y peligroso
a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos por la invasión con que los amenaza
un potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la provincia aliada de la
Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la
independencia y felicidad nacional el calcular los sacrificios que costara a los de
aquellas provincias atacadas el resistir un ejército imponente, careciendo de recursos, y
aguardan con su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la
empresa, ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de los posible. Art 10: Aunque
las partes contratantes están convencidas de que todos los artículos arriba expresados
son conformes con los sentimientos y deseos del excelentísimo señor capitán general de
la Banda Oriental, Don Jose Artigas, según lo ha expuesto el Sr. Gobernador de Entre
Ríos, que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho sr. Excelentísimo para este
caso, no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta
nota, para, siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que puedan convenir
a los intereses de la provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federadas se
miraría como un dichoso acontecimiento. Si en muchas de sus estipulaciones el tratado
aparento representar el triunfo del ideal artiguista, en su esencia, como se desprende de
los artículos mencionados, ni garantizo medidas practicas y eficaces para construir la
unidad confederal como forma de organización política, ni, finalmente reconoció el
papel de Artigas como Protector de los Pueblos Libres; desligándose López de su
alianza y Ramírez de su obediencia, olvidando que habían llegado a Buenos Aires al
frente de las fuerzas de una Liga de Provincias a cuyos intereses generales se debían. En
el Pilar hubo estipulaciones secretas ‘’Cuando los tres gobiernos de esta ciudad, Santa
Fe y Entre Ríos firmaron el tratado de paz, se habia acordado secretamente por
separado, para no inspirar alarme al gobierno portugués, que se darían al de Entre Ríos
(…) el número de 500 fusiles, 500 sables, 25 quintales de pólvora, 50 de plomo, y que
se repetiría según las necesidades de aquel ejercito’’. Aunque como se presentía que los
términos del acuerdo resultarían inaceptables para Artigas, y si se recuerda la antigua
enemistad de Sarratea y Carrera -de peso en las decisiones de Ramírez- con el protector,
se concluye fácilmente que las armas que facilitaba Bs. As más que para hacer la guerra
a los lusitanos, serian para enfrentar a Artigas como efectivamente sucedió.
Ahora bien: ¿Por qué? ¿Cuáles fueron las causas de que en el Pilar se acordara el fin del
artiguismo? ¿Por qué Ramirez, hasta allí lugartenitente del Protector, lo desconoció para
luego enfrentarlo? ¿Qué sucedió entre Cepeda y el Pilar?
Hubo un factor decisivo, el desastre militar de Artigas en la resistencia extranjera en la
batalla de Tacuarembó, dejó un saldo de 800 muertos, 490 prisioneros y perdida de
suministros. Pocos días antes de firmar los tratados Ramírez tuvo noticias del desastre
militar de Artigas, agravado por la defección de Rivera, desobedeciendo al jefe vencido,
se pasó a las filas portuguesas. Estas causas principales decidieron a Ramirez dar el
atrevido paso de desligarse de Artigas, aprovechando su debilidad y descredito militar.
Aunque es difícil de medir historiográficamente, podemos agregar como factor la
ambición personal de Ramirez, que estimulada por Sarratea y Carrera, tanto por su
superficial aprehensión del ideario artiguista pudieron influir. Un segundo orden de
explicaciónes al que no se le dedica mucha atención es; la hegemonía de las
aristocracias locales de mercaderes y terratenientes sobre el conjunto del movimiento
socio-político. Esto aplica principalmente en el núcleo de la aristocracia tendero pastoril
bonaerense, corporizada con los nombres de los miembros de la Junta de Representantes
que ratifico con sus firmas el tratado del Pilar: Tomás M. Anchorena, Antonio J.
Escalada, Manuel L. Oliden, Juan C. Anchorena, Vicente López, Victorio García de
Zúñiga, Sebastián Lezica y Manuel Obligado. Acaso Ramírez como lo hizo López se
conformaría con garantizar una supuestamente ventajosa autonomía para la elite de su
provincia. Desde esta óptica, una vez logrados los objetivos básicos del artiguismo se
podría abandonar el programa politico del jefe oriental, dándolo por cumplido allí
cuando éste recién comenzaba a desplegarse, lo que en los hechos lograría que Buenos
Aires mantuviera su calidad de hegemonía y capital virreinal que gozo hasta 1810. Otra
explicación es que Artigas en 1811 fue la expresión y la esperanza de un sector de los
terratenientes de la campaña rebelados contra España, que luego fuera el líder de la
mayoría de sus paisanos en la lucha contra el autoritarismo dictatorial de Buenos Aires
y la invasión portuguesa, acaba su ciclo histórico expresando lo intereses y necesidades
de los pueblos campesinos rioplatenses que solo a través del triunfo artiguista podían
entonces, en alguna medida, acceder a la propiedad de la tierra y trascender la condición
de bestias de trabajo o carne de cañón en disputas ajenas a que los empujaban las
aristocracias feudales. Es decir que en virtud de las contradicciones sociales, se eliminó,
junto con la influencia política de Artigas, la perspectiva de los mas infelices.
Queda analizar la situación a fines de febrero de 1820, en el sentido de si -como se
afirma en la mayoría de autores- se está frente al triunfo del federalismo y del ideal
artiguista, a pesar de su paradojal derrota; o si, como apuntamos aquí, se firmo en el
Pilar el fin de los Pueblos Libres como proyecto de integración democrática y
confederal de las provincias que habían roto con el poder Español en 1810. Artigas
enterado del triunfo en Cepeda creyó llegado por fine el momento de imponer el
programa que había sostenido la liga desde su virtual fundación en 1815. (Que los
pueblos sean armados y garantidos de su seguridad con sus propios esfuerzos).

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