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Ensayo
Artiguista
La iniquidad postrera
Pueyrredón había renunciado el 9 de junio de 1819 y lo sustituyó rondeau. Los federales
habían concertado un armisticio en abril con el gobierno unitario; este en realidad sólo
buscaba ganar tiempo esperanzado en el ejército francés que vendría para respaldar a la
coronación del príncipe Carlos Luis I, rey del río de la plata, y acabar con los
anarquistas.
Ante la doblez del gobierno, el endeble armisticio se quebró y, pensando en que sería
bueno llegar hasta Buenos Aires para así lograr el apoyo de su pueblo, artigas delegó a
su lugarteniente de confianza Francisco Ramírez la misión de enfrentarse a los unitarios.
El 1 de febrero lo concretaron en la batalla de Cepeda, en donde el ejército
directorial al mando de Rondeau se desmoronó.
Pero lo imprevisible es un elemento que forma parte de la dinámica histórica. El
exdirector supremo de chile José Miguel carrera, personaje inteligente y maquiavélico
que en su momento le propuso artigas un plan para hacer el señor absoluto de la región
y que éste rechazó, se acercó a Ramirez, susurrándole al oído la posibilidad de que fuera
él quien asumiera nada menos que la jefatura nacional de todas las Provincias Unidas.
Carrera, hombre de modales encantadores y gran don de persuasión se constituyó
en la eminencia gris del comandante entrerriano, el cual, si por algo se caracterizó
siempre fue por su valentía, no por su fina percepción. Sarratea, que había
retornado de Europa, se entendió muy bien con carrera quién lo ayudó con sus
maniobras y apoyado a sí mismo por ciertos integrantes de la Logia, accedió a la
gobernación de Buenos Aires.
El tinglado estaba perfectamente armado. El 23 de febrero se firmó el tratado de
Capilla del Pilar entre las provincias de Buenos Aires representada por Sarratea -
A quién acompañaba el regidor Pedro Capdevila, conspicuo miembro de la Logia -
; Santa Fe, cuyo gobernador era Estanislao López; y Entre Ríos en el que aparecía
Ramirez - por primera vez- como gobernador, cuando en realidad sólo era
comandante de Concepción del Uruguay. Pero el indiscutible Caudillo montonero
contaba ahora con el asesoramiento de un intelectual de la talla de José Miguel
carrera que a ello agregaba, para fortalecer sus contactos e influencias, haber sido
iniciado en las logias de Chile.
Desde su preámbulo, el Tratado de Pilar consignaba que su objeto era “poner
término a la guerra suscitada entre dichas provincias, proveer a la seguirdad
exterior de ellas, y concentrar sus fuerzas y recursos en un gobierno federal”. La
Liga Tripartita sustituyó a los Pueblos Libres y la única mención que se hacía de
Artigas, lo era como capitán general de la Banda Oriental y no como Protector de
los Pueblos Libres. En razón de ello y no para que convalidara lo pactado, se le
mandó el acta “para que siendo de su agrado entable relaciones para incorporar la
provincia a su mando”. Solo un tonto podría no darse cuenta de que con este tratado se
hacia añicos la Liga Federal, a Artigas se lo desconocía como jefe de esta y se lo
confinaba a su provincia, en estos momentos ya casi controlada por los portugueses.
En contraposición con la comprometida situación de Artigas, los caudillos litoraleños
victoriosos quisieron darse el gusto de entrar en Buenos Aires de forma triunfal. Los
temidos montoneros actuaron disciplinadamente y, en forma respetuosa, los jinetes
permanecieron en la ciudad cinco días sin que se produjese el menor atropello” Pág 504
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“Comentando la dramática situación que se había configurado con la firma del Tratado
del Pilar, el historiador argentino José María Rosa escribió:
“El 23 de febrero de 1820 acabó, pues, la confederación de los Pueblos Libres de tan
patriótica historia. En sustitución nacía una hipócrita alianza de Buenos Aires, Santa Fe
y Entre Ríos , que no podía ser durable. Se abandona a la Banda Oriental, para
desprenderse del jefe de la Liga; Carrera imponía a Ramírez el orden nacional y a
Sarratea en el provincial, para servirse de ambos en su plan de expulsar a San Martín y
O’Higgins de Chile; los directoriales (y la logia tras ellos) secundaban sus pasos con
seguridad de desprenderse sucesiva y fácilmente de Artigas, Sarratea, Ramírez y el
mismo Carrera. Ramírez y López, dueños de la fuerza, hacían en la emergencia el papel
de títeres movidos por manos hábiles. Evidentemente faltaba en el campo federal
Artigas, al mismo tiempo hombre de prestigioso popular, político astuto y estadista de
patrióticas miras.” 506 507