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DE LA ILUSIÓN A LA ILUMINACIÓN

“Todo es vanidad”
Salomón

La locura, entendida como iluminación, permite vislumbrar posibilidades de


realización de una vida más plena. Si se asocia la cordura con una especie de
demencia por ordenar el mundo racionalmente, se entenderá porqué la locura
puede conducirnos hacia la libertad.

Cuando dicha cordura rige nuestra vida, esta última se convierte en un estereotipo
de la mente, en un modelo predeterminado que no admite desordenes u opiniones
diversas. El cuerdo está atado a su personalidad, le resulta impensable actuar de
otras formas: no cambia y rutiniza sus días, sin percatarse de que en su
cotidianidad se agazapa lo siniestro.

Esclavo de su razón, de su concepto del mundo y de cómo, según él, deben ser
las cosas; en su visión únicamente hay espacio para un esquema mental. El loco,
por su parte, no se ata a conceptos preestablecidos y sabe que toda verdad
humana es relativa, pues está atravesada por las subjetividades, los egos y las
vanidades.

Su manera no unívoca de ver la realidad le permite observar en cada gesto, en


cada actitud, símbolos de esta y su mirada transparente no juzga, no exige la
identificación de su yo con lo externo porque el sujeto para él no existe desligado
del objeto; de ahí que su identidad se funda con la fuerza de verdad que lleva
consigo todo destino; la contemplación desinteresada del mundo le permite una
visión amplia integrada con el influjo material.

Entonces para el loco, trastornado es lo mundano, presencia con estupefacción


como una gran parte de los humanos invierte sus días en angustiosas rutinas, se
desespera ante los aconteceres inevitables del destino y se suicida al no poder
cambiar el mundo.
A diferencia de lo que se ha creído siempre, el loco no es aquel que vive sumido
en la melancolía, que anda desarraigado y maldito o inmerso en la ilusión, no; el
auténtico loco ríe, ríe como actitud de máximo desinterés ante el hombre temporal,
que en su carrera por el dinero, el reconocimiento o el poder, se pierde a sí mismo
en una maraña de falsas personalidades. Sabe con Ferenczi que la risa es el
fracaso de la represión.

En tanto el cuerdo se trastorna con sus planes sobre cómo alcanzar la felicidad y
la gloria; el loco es feliz y glorioso, ya que no lo desvelan los trofeos efímeros, no
teme a la muerte y se burla de las vanidades humanas, aprovecha el presente
para acrecentar su aprendizaje mediante el fomento de las relaciones fraternas, la
solidaridad, el optimismo; sin perder de vista el egoísmo, la injusticia, la
desesperanza.

Ante lo cual, el loco emplea la ironía y comprueba cada día que no existe peor
castigo para el villano que su propio crimen, entonces mediante la ironía, crítica,
satiriza esa situación. Aplica aquello que dijera Leopoldo Panero: “La ironía es
reformista, quiere instaurar un orden mejor”.

Así entonces, el loco enseña que la verdad es objetiva mas nadie accede a ella,
todo lo que habla en su nombre son subjetividades sobre una sensación. Por eso,
para él es exagerado predicar alguna posición y aun a riesgo de ser tildado de
acomodaticio, actúa en consecuencia con la relatividad de lo humano.

De ahí que no se compromete sino con la vida misma, su pasión es una exaltación
de ella y cada día implica ir trazando un destino; así, su cotidianidad adquiere otra
dimensión, edificada por el acto con sentido genuino.

En contraste, el necio actúa reaccionando maquinalmente al estímulo inmediato,


desligado por completo de un propósito para el mañana. Vive sumido en su mundo
inamovible, que le impide explorar el espacio de las posibilidades; a la espera de
una respuesta específica del entorno pues depende íntegramente de lo que dictan
los usos externos; se vuelve pesimista porque no capta la relación entre los
hechos y sus deseos.

Es normal para el necio que la vida pase volando, que el tiempo no alcance, que el
viejo no sirva, que se deba morir. Todas estas “normalidades” son para el loco, la
necedad de la ceguera; por ello este es incongruente con lo que considera la
norma social encontrándose al margen, mas no ajeno, de las modas, las clases
sociales y la acumulación de dinero; no participa en la carrera despiadada por
llegar a la cima trepando, él llega volando.

Por ende, al loco se le rechaza o se le teme, dado que arrastra a confrontaciones


y a duras evidencias que de otra forma tal vez, continuarían latentes, más o
menos escondidas. Con su actitud pone de manifiesto, la estupidez de la mayoría,
la esclavitud en que se encuentra inmersa a causa de sus certezas, prejucios y
pasiones tristes.

Ese estado de adormilamiento de la mayoría apena al loco, a quien le gustaría que


el hombre apresado en sí, experimentara la sensación de estar libre de las rutinas
dementes que plantea el yo que ha sido erigido sobre una identidad ficticia, en
donde se juega a vivir asumiendo un papel en la vida. La realidad que ha
construido es un automatismo que no se permite traicionar.

En cambio, el iluminado vivencia como todo cambia pese a ser estático. Sabe que
son pocos quienes se atreven a saltar al vacío, a confiar en sí mismos y sobre
todo, a ser de otra manera. Cada día presencia como advirtiera Papini que “la
razón humana se desvanece en la demencia” y sueña con que el preso se atreva
a dar el paso que le lleve de la ilusión a la iluminación.

Es pues vidente en un país de ciegos, se fija en lo que nadie puede o quiere ver,
peregrino que mira hacia las estrellas y comprende la sabiduría. Actúa de modo
distinto a la mayoría e inevitablemente es fuera de lo común por el hecho de ser
libre y limpio de corazón.

Locos ha existido siempre, mas en esta época considerada como caótica, en


donde se desconoce el rumbo de la partícula, el iluminado tiene un campo fértil en
donde actuar plenamente; en contraposición al estático modelo de la razón,
plantea una oposición a todo sedentarismo de la conciencia, a todo letargo del
ego.

Tanta cordura demente ha llevado al humano medio a la amargura, la rutina, la


apatía y la decepción. El exceso de razón ha tornado la vida fría, llena de miedos y
vicios; se ha oscurecido el camino. Cuando el intelecto no se acompaña de la
intuición lleva invariablemente hacia la negación de la vida, al pretender explicarlo
todo, termina en una confusión insalvable que choca con las realidades del
mundo. Es así como, “lo que falta al hombre para ser completamente dichoso es,
precisamente, unas cuantas cantáridas más de locura” (César Vallejo).

Paula Andrea Altafulla Dorado.

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