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“Todo es vanidad”
Salomón
Cuando dicha cordura rige nuestra vida, esta última se convierte en un estereotipo
de la mente, en un modelo predeterminado que no admite desordenes u opiniones
diversas. El cuerdo está atado a su personalidad, le resulta impensable actuar de
otras formas: no cambia y rutiniza sus días, sin percatarse de que en su
cotidianidad se agazapa lo siniestro.
Esclavo de su razón, de su concepto del mundo y de cómo, según él, deben ser
las cosas; en su visión únicamente hay espacio para un esquema mental. El loco,
por su parte, no se ata a conceptos preestablecidos y sabe que toda verdad
humana es relativa, pues está atravesada por las subjetividades, los egos y las
vanidades.
En tanto el cuerdo se trastorna con sus planes sobre cómo alcanzar la felicidad y
la gloria; el loco es feliz y glorioso, ya que no lo desvelan los trofeos efímeros, no
teme a la muerte y se burla de las vanidades humanas, aprovecha el presente
para acrecentar su aprendizaje mediante el fomento de las relaciones fraternas, la
solidaridad, el optimismo; sin perder de vista el egoísmo, la injusticia, la
desesperanza.
Ante lo cual, el loco emplea la ironía y comprueba cada día que no existe peor
castigo para el villano que su propio crimen, entonces mediante la ironía, crítica,
satiriza esa situación. Aplica aquello que dijera Leopoldo Panero: “La ironía es
reformista, quiere instaurar un orden mejor”.
Así entonces, el loco enseña que la verdad es objetiva mas nadie accede a ella,
todo lo que habla en su nombre son subjetividades sobre una sensación. Por eso,
para él es exagerado predicar alguna posición y aun a riesgo de ser tildado de
acomodaticio, actúa en consecuencia con la relatividad de lo humano.
De ahí que no se compromete sino con la vida misma, su pasión es una exaltación
de ella y cada día implica ir trazando un destino; así, su cotidianidad adquiere otra
dimensión, edificada por el acto con sentido genuino.
Es normal para el necio que la vida pase volando, que el tiempo no alcance, que el
viejo no sirva, que se deba morir. Todas estas “normalidades” son para el loco, la
necedad de la ceguera; por ello este es incongruente con lo que considera la
norma social encontrándose al margen, mas no ajeno, de las modas, las clases
sociales y la acumulación de dinero; no participa en la carrera despiadada por
llegar a la cima trepando, él llega volando.
En cambio, el iluminado vivencia como todo cambia pese a ser estático. Sabe que
son pocos quienes se atreven a saltar al vacío, a confiar en sí mismos y sobre
todo, a ser de otra manera. Cada día presencia como advirtiera Papini que “la
razón humana se desvanece en la demencia” y sueña con que el preso se atreva
a dar el paso que le lleve de la ilusión a la iluminación.
Es pues vidente en un país de ciegos, se fija en lo que nadie puede o quiere ver,
peregrino que mira hacia las estrellas y comprende la sabiduría. Actúa de modo
distinto a la mayoría e inevitablemente es fuera de lo común por el hecho de ser
libre y limpio de corazón.