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Niña de la Calavera, La.

Mito.
Un poderoso cacique tenía una hija muy hermosa. El padre se fue
a una fiesta, se embriagó y contrajo matrimonio con una mujer que
conoció allá. La hija se enteró que era mala, lo que la llenó de
tristeza. Ella estaba de novia con un mocetón de muy buen
aspecto, que la madrastra le quiso arrebatar, pero sin lograrlo.
Le dió rabia que el mocetón no le hiciera caso y le tenía una
terrible envidia a la hijastra.
Fué a ver una machi, quien le proporcionó contra buen pago una
pomada para untar la cara de la joven: iba a quedar como una
calavera, pues estaba confeccionada con la médula de los huesos
de un muerto que ella había desenterrado.
La noche antes que se efectuara el matrimonio de la joven pareja,
penetró sigilosamente donde la muchacha dormía y le untó la cara
con la pomada. Lo hizo con la mano, y sin proteger a ésta contra
los efectos que la pomada pudiera tener.
Al día siguiente, cuando llegaron para realizar el matrimonie, la
joven dormía todavía, y despertó tarde, a los llamados que le
hiciero. Apenas salió de la puerta, todos emprendieron la fuga al
ver que en vez de su hermosa cabeza, llevaba una calavera. El
primero en alejarse fué el novio. También el padre tembló y
retrocedió cuando la vió.
Salió también la madrastra y fingió lamentarse, dando lastimosos
gritos. Pero cuando se llevó la mano a la cara, para cubrir sus ojos
llenos de falsas lágrimas, todos pudieron observar que también su
mano se había transformado en un esqueleto.
El cacique intuyó de inmediato que algo extraordinario había
ocurrido. Se fué a la ruca y la examinó. Pronto descubrió una
concha, que contenía un resto de una pomada. Sospechó de
inmediato que su mujer había empleado ese ungüento para
producir la transmutación en su hija. La increpó duramente y le
pidió que confesara su delito. Pero ella se negó.
Pidió entonces sus servicios a un anciano machi que vivía en la
montaña. Pero por mucho que éste se esforzara por restituir el
rostro de la hija a su forma anterior, no lo logró, pues no conocía
los medios con que se había procedido.
Consultó sobre el particular a una machi, que fué justamente la
misma que había preparado la pomada. Esta le confesó el
ungüento que había preparado, pero le hizo saber también que
para anular su efecto, habría necesidad de juntar otra vez todos los
huesos del fallecido, lo que sería difícil, por cuanto los había
dispersado por los ríos.
Ante tan nefasta noticia, el cacique mató a la mala mujer y tiró su
cuerpo en un barranco.
La hija se fué a vivir a la montaña, donde nadie se espantara de
ella. Vivía de galgales (hongos del roble) y chupones. No mataba
aves ni consumía sus huevos, porque les tenía lástima.
Elegada a la orilla de un río, descansó, cuando observó a una
hormiga que se había caído al agua y se estaba ahogando. La
joven la salvó con la ayuda de una hoja de pasto. Colocada al sol,
se repuso pronto y voló, pero al emprender el vuelo, exclamó:
- ¡Escarba, escarba!
Así lo hizo, y aparecieron en el barro y la arena huesos humanos,
que recogió.
Días más tarde volvió a encontrarse a orillas de un río, cuyas
aguas bebió. Vio a un sapito, cuyas patas se habían enredado en
una planta y que una gran culebra estaba por devorar. Tiró a ésta
una gran piedra, que le aplastó la cabeza. Tomó en seguida al
sapito y libró de su prisión. Este saltó y gritó:
- ¡Escarba, escarba!
Ella obedeció de nuevo la invitación, y encontró más huesos
humanos, que juntó con los que ya tenía.
Llevando a éstos consigo, llegó a una laguna grande, en la que
desembocaban varios ríos. Vió un pequeño venado tendido a
orillas de uno de éstos, con varias flechas en su cuerpo, de que
manaba sangre. Se le acercó, sacó las flechas con gran cuidado y
lavó las heridas del animal. Este se alejó con una mirada
profundamente agradecida, exclamando:
- ¡Escarba, escarba!
Por tercera vez lo hizo, y encontró más huesos: ahora sólo le
faltaba el cráneo para que el esqueleto estuviera completo.
Se puso de nuevo en marcha, llevando consigo los huesos. En el
camino se encontró con un gran puma, que rugía de dolor, pues
estaba cojeando. Sin temor alguno (porque la vida ya no tenía
aliciente para ella) ,se acercó al animal. Esté le levantó la pata
herida y se la mostró. Había en ella una gran espino, y la
muchacha tuvo que usar sus dientes para extraerla.
El puma, agradecido, le lamió la cara y le sonrió. La muchacha
sintió una gran alegría, pues el animal no le había tenido horror. Le
siguió a su cueva, donde se sentó para descansar. El león le dió
entonces de beber agua de una cráneo humano.
Se le ocurrió entonces que ese cráneo era quizás el que faltaba al
esqueleto que llevaba consigo. Lo probó, y calzaba perfectamente.
Al aderezar el esqueleto, se clavó un dedo, y una gota de sangre
caliente cayó sobre el cráneo. Al instante, los huesos se soldaron,
la piel volvió a cubrir el esqueleto, éste se llenó de carne, entró la
vida en él, y resucitó: los huesos habían pertenecido a un joven
cacique muy poderoso.
Se acercó éste a la joven, la abrazó, y ella volvió a tener de
inmediato su antiguo bello rostro.
Los dos contrajeron matrimonio y vivieron felices en companía del
león, que no se separó de ellos.
El mito anterior, relatado por Moñi, de Chiloé, contiene sin duda
una confusión de la machi que proporcionó el ungüento con un
calcu. Según las creencias araucanas, las machis practican la
magia blanca (como lo hace el machi anciano que interviene),
mientras que son los calcus los que preparan brebajes basados en
la magia negra. De acuerdo con ello, el machi anciano indica a la
joven el camino para deshacer el maleficio, es decir, que cabe
reunir los huesos del difunto.
Es general la creencia entre los araucanos de que un muerto no
encuentra la tranquilidad mientras no estén reunidos todos sus
huesos.
El episodio en que el machi anciano consulta a la machi calcu
acerca de la manera de reparar el mal ocasionado, no calza con
las creencias araucanas y debe constituir una interpretación
personal del relator. Los machis no hacen tales consultas,
ni necesitan hacerlas, pues su arte consiste, precisamente, en
descubrir los maleficios de los calcus y destruir sus efectos. El
cuenta gana en fuerza si se hace indicar directamente al machi
anciano lo que la joven debe hacer para recuperar su hermosura.
Perfectamente araucana es la creencia en el poder vivificador de
la sangre: se ofrenda ésta al Nguenechen en los nguillatunes a fin
de que pueda cumplir su misión de dirigir al mundo y a los
hombres.
El cuento se encuentra relatado por S. de Saunière, en sus
"Cuentos Populares Araucanos y Chilenos" (en la Rev. Chil. de
Hist. y Geogr., N° 21, Santiago, 1916).
Una versión muy similar a la precedente ha sido recopilada en San
Martín de Los Andes (Prov. de Neuquán, Argentina), por Bertha
Koessler Ilg y se encuentra reproducida en su libro "Cuentan los
Araucanos" {Buenos Aires, 1954). La diferencia consiste
principalmente en la introducción.
En efecto, el relato argentino se inicia con una invitación que
recibe el célebre cacique Lepal (cuyo nombre significa Bola de
Fuego) para participar en un malón. Expresó en la asamblea
convocada para acordar la acción que él se negaba a hacerlo,
dando como motivo que su hija Shushu (Pupila del Ojo) le había
rogado que no lo hiciera porque ella estuvo envuelta en pañales de
blancos cuando era infante; y que su mujer Piltrau (Flor de la Papa)
le había pedido lo mismo porque vivían felices y no deseaba que
alguna china (mujer capturada) perturbara la tranquilidad de su
hogar.
Debido a esta negativa, el malón no se realizó, a pesar de estar
bien preparado. Pero todos le guardaron rencor, y entre ellos
figuraba también Nguenechen (Dios), quién iba a recibir muchos
sacrificios con motivo de esa guerra.
Tan irritado quedó, que acordó castigar a Lepal, ordenando a un
tigre gigante que despedazara a la linda Piltrau.
Durante un tiempo, el cacique vivió sólo con su hija, pero pronto
contrajo matrimonio con Pülü (mosca), mujer que resultó de mal
genio, pues hostilizaba tanto a las demás mujeres del cacique,
como sobre todo a Shushu. A ésta última la mantenía prisionera,
permitiéndole salir sólo raras veces. Pero Lepal, enamorado de su
nueva mujer, no se enteraba de nada.
El segundo cacique de la reducción, Inalonco, solicitó finalmente la
mano de Shushu para su hijo Trenco-Pire (Alud de Nieve). Lepal
aceptó, y se fijó el día para efectuar la boda.
Se preparó ésta debidamente, y finalmente se llevó a efecto.
Desde aquí en adelante concuerda este relato en sus rasgos
esenciales con el anterior. Pülü se dirige a una calcu y le manda
preparar el ungüento. Para este fin, esta bruja había enterrado
el cadáver de un joven guerrero para usarlo en diversas formulas
de hechicería: de cada hueso y huesecillo tomó una astilla que
redujo a polvo, lo mezcló con el Veneno de las víboras que
ostentan en el dorso dibujos en zig-zag y con el de los hinchados
sapos, como también de varias raices y pastos nocivos. Además,
agregó la grasa de ciertos monstruosos pájaros nocturnos y
ponzoñas de arañas de picadura maligna. Después, arrojó los
huesos restantes del joven guerrero dispersándolos hacia los
cuatro rumbos del cielo, pero con tanta fuerza mágica que ellos
mismos se enterraban". Le advirtió también que después de
colocar la pomada, no se olvidara de frotar su mano en el pasto
bañado de rocío.
Los dos novios se acostaron en el suelo y fueron cubiertos por los
caciques y ancianos por una gran piel de león, que los tapaba
completamente, dejando descubiertos únicamente los pies
desnudos.
Cuando los mismos testigos retiraron al día siguiente la piel, salió
de sus labios un grito de espanto, pues "la cabeza de infeliz
Shushu se había transformado en una desnuda calavera, en que
lo único vivo eran los ojos, que giraban y miraban con inquietud en
todas direcciones". Todos huyeron despavoridos, también el novio.
Pero antes de hacerlo pudieron observar, como en el otro relato,
que la mano de Pülü, con la que se cubrió hipócritamente el rostro,
era también una calavera: se había olvidado de frotarla en el pasto
bañado de rocío.
También en este relato el cacique encuentra el resto del ungüento,
que presenta en consulta "al más grande y verdadero machi de su
raza", quién le manifiesta que para que Shushu volviera a ser lo
que había sido antes, era preciso que reuniera todos los huesos
que la calcu había esparcido a los cuatro vientos.
Como se vé, tal como se objetó al relato anterior, en éste no se
comete el error de confundir las funciones de un calcu y de un
machi, ni se dirige este último a otro para consultarle lo que
correspondía hacer.
Se justifica en éste relato la intervención de los animales, pues el
machi dice a Lepal que Shushu quizás podrá contar con la ayuda
de ellos, porque siempre ha sido buena para con los
mismos. Agrega que otra ayuda le podría llegar de "la soledad del
gran bosque".
Como en el otro mito, Shushu huye al bosque, donde vive de
frutas silvestres, yerbas, raices y hongos, aprendiendo al mismo
tiempo el lenguaje de los animales.
Encuentra debajo de un árbol en que descansaba a una
hormiguita, cuyas patas se encontraban apresadas en la resina de
un árbol. La libera y escucha por primera vez una voz que le dice:
- ¡Escarba aquí, escarba aquí! De este modo encuentra el primer
atado de huesos, pero antes que salieran brotó agua y después
aparecieron huesos que no eran humanos. Estos últimos los ató la
joven con sumo cuidado.
Siguió buscando durante muchos días. Una noche oyó un débil
llanto y encontró a un varoncito recién nacido, al que le habían
cosido las aberturas naturales del cuerpo (como los suelen hacer
los calcus para preparas los invunches). El niño yacía en un
charco, pero al ver a Shushu dejó de llorar. La joven desató las
ligaduras, y al inclinarse sobre la criatura, una voz la invitó por
segunda vez a escarbar. Antes de hacerlo, colocó al niño sobre
hojas secas, pero el mismo se murió. Encontró en ese lugar el
segundo atado de huesos, que eran pequeños.
Más tarde tropezó con un huemul de corta edad y acribillado de
flechas. Lo libró de ellas, lavó las heridas, y las sanó con yerbas
curativas. Por tercera vez fué invitada a escarbar y halló en el barro
todos los huesos que le faltaban, excepto el cráneo.
Pasaron muchos días, durante los cuales cruzó charcos y
mallines, pedregales y espinales, hasta que finalmente se encontró
con un tigre cebado (es decir, que había comido carne humana):
era una fiera gigantesca, pero que profería lastimeros lamentos y le
tendía una de sus terribles garras, muy hinchada y deformada.
Shushu le extrae una espina que se había clavado en ella. El tigre
le lamió las manos y la cara, haciéndole ademanes de seguirlo:
ostensiblemente, quería dar agua a la muchacha, que se
encontraba casi extenuada y que había tratado de conseguirla
escarbando la tierra.
Llegados a la cueva, le suministró agua en un cráneo. Se le
ocurrió que podía ser el que le faltaba. Desató los envoltorios que
contenían los huesos, los ordenó, y para colocar la cabeza lo
salpicó todo con el resto del agua que quedaba en el cráneo: éste
ensamblaba perfectamente. "Fué tal su gozo al notarlo, que,
estremecida, cayó contra la pared de piedra de la caverna, una de
cuyas aristas la hirió, y le salió una gota de sangre que cayó sobre
la frente de la calavera. Entonces vió un prodigio: todos los huesos
se fueron ensamblando muy estrechamente, el cráneo se colocó
con firmeza, y de pronto todo el esqueleto del joven guerrero se
cubrió de un cutis fresco, y la vida volvió a entrar en su cuerpo...
De pié, la figura, que poco antes era meros despojos blancos, se
había convertido en un hermoso joven que la contemplaba.
"Una honda emoción hizo latir el corazón de la muchacha, al
recordar el aspecto que ofrecía su rostro. Lloró amargamente, y se
cubrió la cara con las manos. Pero sintió que esta vez no tocaba
huesos, sino blandas mejillas, suaves carnes: había recobrado su
belleza de antaño, y el joven guerrero la miraba maravillado. La
conocía. Era hijo de un cacique amigo de Lepal".
Regreso en seguida a su hogar, donde la madrastra, al verla,
comenzó a gritar con ira y miedo, maldiciendo a la calcu, que la
habría engañado La llamaba una impostora.
Sólo entonces Lepal se enteró de lo ocurrido, y ordenó de
inmediato que mataran a Pülü. Su cuerpo fue levantado sobre un
gran número de lanzas, cuyas puntas lo destrozaron, entregándose
los restos como alimento a los perros.
Poco después, el joven guerrero solicitó a Shushu como esposa.
Tuvieron una numerosa descendencia, la que se caracteriza por
faltar a todos en el esqueleto las astillas que la calcu había
extraído para preparar su maleficio. Esa falta la consideran los
araucanos como un signo de nobleza, pues revela que son de pura
raza, reeche.
Puede observarse que esta versión del mito es más lógica que la
anterior y que en ella, a pesar de ser mucho más reciente, no se
incurre en los errores de hecho que ya han sido comentados.

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