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© IGNACIO MARTIN JIMÉNEZ, 2001 Temario Específico – Tema 5

TEMA 5: LA ACCIÓN HUMANA SOBRE EL MEDIO. PROBLEMÁTICA


ACTUAL.

1- ECOLOGÍA: EL HOMBRE Y EL MEDIO.


1.1- NOCIÓN DE ECOLOGÍA.
1.2- LA ACCIÓN ANTRÓPICA

2- LA ACCIÓN ANTRÓPICA EN LAS SOCIEDADES RURALES: EL


IMPACTO DE LAS TÉCNICAS AGRÍCOLAS.
2.1- LOS USOS AGRÍCOLAS
2.2- LA PRESIÓN SOBRE LA TIERRA

3- PAÍSES Y SOCIEDADES INDUSTRIALES.


3.1- LA CONTAMINACIÓN ATMOSFÉRICA.
3.2- BIODIVERSIDAD.
3.3- LAS "OTRAS" CONTAMINACIONES.

4- BIBLIOGRAFÍA

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1- ECOLOGÍA: EL HOMBRE Y EL MEDIO.

1.1- NOCIÓN DE ECOLOGÍA.

La Ecología es una ciencia muy vieja y muy nueva al tiempo, presidida por un carácter
interdisciplinar, y con una inequívoca voluntad de síntesis en el estudio de la conservación
del equilibrio natural. Su importancia es reconocida en la actualidad en la misma medida
que se van haciendo patentes las perturbaciones que afectan a la Naturaleza. La definición
original de Ecología fue realizada por Haeckel en 1870: "Es el conjunto de conocimientos
referentes a la economía de la Naturaleza, la investigación de todas la relaciones del
animal tanto con su medio orgánico como inorgánico."

Pero tal vez una de las aportaciones más importantes de la Ecología sea el concepto de
ecosistema: del conjunto de interrelaciones que se establecen entre los animales y el medio.
Es decir, la concepción del entorno como un sistema articulado, tal como lo definía Tansley
en 1936. Y dentro de esta definición general, destacaba dicho autor como una de sus
características que las interacciones entre seres vivos e inertes son fundamentalmente de
tipo energético: en los ecosistemas se establecen relaciones de dependencia funcional, en
un ciclo que relacionaría mutuamente a todos sus componentes entre sí, inscritos en ese
ciclo de consumo energético piramidal, y que tendría como vértice la energía solar. Para la
Ecología, los ecosistemas por una parte no son entes reales; si bien, en contra de la visión
simplista que en muchos ámbitos domina del ecosistema, no se trata de entidades
autosuficientes, ni limitadas en relación a los ecosistemas contiguos. Ni son estáticos: son
una respuesta dinámica a las variaciones ambientales. Pero los ecosistemas también son
entes abstractos, es decir, esquemas conceptuales elaborados a partir del conocimiento del
funcionamiento real de los sistemas, metamodelos. En su expresión conceptual más
abstracta, la Teoría de Gaia (nombre griego de la Tierra) considera al planeta como un ser
vivo, como un conjunto de órganos y funciones mutuamente interdependientes: ante todo
(desde el punto de vista ecológico y geográfico) se trata de remarcar la existencia de formas
de interacción y adaptación entre los distintos componentes planetarios; y de ahí la
pertinencia de la metáfora que considera a Tierra como un ser vivo.

La Geografía se ha visto influida (enriquecedoramente) por las aportaciones de la


Ecología. Hasta cierto punto su objeto de estudio es coincidente, y no pocas de los
postulados en que se basa la Ecología son aplicables al estudio geográfico de las relaciones
entre el hombre y el medio.

De forma más concreta, puede decirse que el hombre y la naturaleza son dos subsistemas
en continua interacción: pues la especie humana es tan numerosa y posee tal capacidad de
control y modificación del medio sobre el que se asienta que no sería posible entender el
funcionamiento de los principales ecosistemas sin atender a dicha capacidad de cambio. El
hombre es el único animal capaz de transformar decisivamente el medio y determinar la
regresión de las reglas del juego por las que se rige el ecosistema.

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1.2- LA ACCIÓN ANTRÓPICA.

La acción del hombre constituye a escala planetaria una modificación sustancial de la


naturaleza: como ejemplo, de los 130 millones de Km2 del conjunto de las tierras
emergidas, entre 13 y 15 millones (según distintas estadísticas; pero en todo caso más del
10% de la superficie total) están dedicados a tierras de cultivo (lo que significa que cada
Km2 alimenta a 250 personas), y por lo tanto se encuentran profundamente modificadas. El
progresivo incremento de la población implica inevitablemente cambios cada vez más
sustanciales sobre el sustrato natural, que en enormes extensiones del planeta aparece como
irreconocible: en la megalópolis de la costa Este y Grandes Lagos de Norteamérica, en la
conurbación costera japonesa, etc. En general puede decirse que si durante el Paleolítico la
acción antrópica apenas es reconocible sobre el espacio (con una densidad de población de
aproximadamente 0,3 a 1 habitante por Km2 ), el posterior nomadismo que supuso la
Revolución Neolítica será el comienzo de un gigantesco proceso erosivo del suelo,
acompañado por la profunda modificación del terreno que el traslado de materiales y
recursos a la ciudad supone, y finalmente por la metabolización parcial de los mismos, que
se traduce en la generación de cuantiosos desechos urbanos: factores todos ellos, como
veremos, determinantes en la modificación del medio natural.

2- LA ACCIÓN ANTRÓPICA EN LAS SOCIEDADES RURALES: EL IMPACTO


DE LAS TÉCNICAS AGRÍCOLAS.

2.1- LOS USOS AGRÍCOLAS

El incremento de población humana se ha visto acompañado por una densificación de las


áreas cultivadas. Bajo la presión de las necesidades del grupo, se ha procedido a un proceso
continuo de roturación de nuevas tierras, que en última instancia puede tener como peligro
la alteración del equilibrio de las masas y áreas vegetales, y por tanto conllevar daños en el
espacio útil en forma de inundaciones, aumento de la capacidad erosiva del agua y del
viento, etc. En definitiva, la parte más perniciosa de esta roturación de masas silvestres ha
sido el carácter escasamente selectivo que ha tenido: buena parte de los sueños habilitados
para uso agrícola son de escasa productividad.

En algunas regiones planetarias el hombre ha conseguido mantener la conservación de la


fertilidad de la tierra; pero en otras esta sobrepresión sobre el terreno (por las altas
densidades humanas que le corresponden, por un uso intensivista que no respeta los ciclos
de regeneración de la endeble capa edafológica) se ha traducido en la destrucción de zonas
antiguamente fértiles. Es el caso de amplias zonas de la India, convertidas en estériles y en
proceso de desertización casi irrevocable: pese a que la caída de los rendimientos debería
haber provocado una migración de la población hacia otros asentamientos, la ausencia de
otros recursos y la disimetría en la distribución de la población ha provocado que una
ingente masa campesina hambrienta explote hasta su esquilmación casi total estas tierras
del centro y norte del país. La consecuencia es que ante la inhabilitación de estas tierras, la
emigración posterior hace que la zona costera y los corredores de los ríos presenten cada
vez una mayor concentración humana, llegando a amenazar en el futuro la viabilidad de la
regeneración de unas tierras cada vez más sobreexplotadas.

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Lo mismo sucede en la selva del Amazonas, otro ejemplo de roturación excesiva, y que
ha supuesto un fracaso. Lejos de sus fines iniciales (dotar a más de medio millón de
colonos de tierras de cultivo) esta explotación de la selva no ha servido para brindar nuevas
superficies agrícolas: el frágil equilibrio de unos suelos ricos en óxidos de hierro y de
aluminio dependía de la existencia de una capa gruesa de humus de forma permanente,
proveniente de la caída y descomposición de ramas y restos de plantas, sin cuya
concurrencia en las zonas colonizadas del espacio selvático brasileño se producen procesos
de formación de costras de óxido que a corto plazo impiden el cultivo agrícola. Sin
embargo, la selva tarda casi 40 años en recuperar su estado de equilibrio natural: y mientras
esto sucede, las precipitaciones convectivas propias del clima ecuatorial son menores, el
suelo se ve amenazado por fenómenos de escorriasis y livifluxión, la tierra se ve amenazada
por el potente proceso de lavado de minerales... poniéndose en peligro la recuperación de
dichas tierras, siquiera como espacio selvático, de forma casi definitiva.

En los dominios tropicales el problema de la formación de costras de óxido o cortezas


lateríticas es aún mayor, debido a una composición del suelo igualmente rica en óxidos de
hierro y aluminio combinada con un clima con una estación seca y calurosa más o menos
acentuada, que favorece el precipitado y solidificación de dicha capa. Generalmente, dicho
proceso es la consecuencia de una agricultura demasiado insistente, fenómeno que es
frecuente en las economías de plantación: su planteamiento de explotación es un uso
intensivo y concentrado en un mismo espacio, que tras una decena de años queda
esquilmado, trasladándose a otros lugares próximos tras dicho empobrecimiento del suelo,
acentuado por la tipología de los productos propios del régimen de la agricultura de
plantación o especulativa: cacao, café, ananas, bananas, etc.

De la misma forma, amplias zonas de los bordes del desierto del Sáhara son producto de
un uso pertinaz del arado, que intentó sustituir una tierras tradicionalmente de pasto seco
por explotaciones agrarias inadecuadas pero incluidas en el circuito de la agricultura
monetarizada.

2.2- LA PRESIÓN SOBRE LA TIERRA

Las consecuencias de esta presión sobre la tierra no sólo son a largo plazo. No faltan
ocasiones en las que estas catástrofes se manifiestan de forma casi inmediata: en Oklahoma
en 1924, debido a la sobreexplotación agrícola del suelo, asociada a una prolongada sequía,
el viento se llevó por los aires el manto de tierra cultivable, quedando amplias zonas
inutilizadas para todo aprovechamiento agrícola. Era la consecuencia de acabar con la
plantas que fijan la tierra al suelo, de una roturación que no tuvo en cuenta, como es
frecuente, factores como la composición del terreno, la incidencia climática, etc. En
cambio, en las mismas zonas devastadas por el viento, las áreas que conservaron su
cobertera de pradera natural por no haber sido puestas en explotación, no sufrieron las
consecuencias catastróficas dichas.

También las zonas explotadas mediante un excesivo regadío son susceptibles de sufrir
problemas. Si dicho regadío es extenso pero descuidado y excesivo en su aplicación, se
provoca que la capa freáticas suba en la tierra así irrigada, lo que supone anegar las raíces y
su destrucción por falta de aireación. Por otra parte, el regadío proveniente de niveles del

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terreno calizos o ricos en sales puede provocar una salinización del suelo. Pero incluso la
aplicación de aguas con composiciones centesimales adecuadas al regadío puede tener
como efecto la disolución de las sales de las rocas del sustrato inmediatamente inferior a la
capa edafológica, formando igualmente costras salinas: así pasó en el Creciente fértil de
Asia Menor, que hoy presenta unos rendimientos sin duda menores a los de hace mil años,
y se encuentra gravemente erosionada, a lo que tampoco son ajenos los imperios históricos
que se fueron asentando entre las cuencas del Tigris y Éufrates.

Por último, debe hacerse mención a la fracasada política de desparasitación de los


campos. El recurso a venenos baratos (ya desde tiempos del altamente nocivo D.D.T.), a la
generalización de prácticas fumigatorias sin estudiar las consecuencias que introducen
sobre los ecosistemas, se ha traducido en una eficacia a corto plazo, pero una irrentabilidad
a plazo medio: matando determinados insectos, se envenena frecuentemente a sus
predadores naturales, que decrecen en número; y cuando los insectos supervivientes (existe
una ley biológico-evolutiva según la cual cuanto mayor es una comunidad de seres vivos
más probabilidad existen de adaptación a las variaciones del medio: los insectos tienen una
enorme capacidad de adaptación a los fungicidas, plaguicidas y cualquier forma de veneno)
van recuperando sus colonias, no se encuentran la oposición natural de sus predadores, lo
que implica que el rebrote de la comunidad de insectos supera en número la cifra de los
existentes antes de la fumigación: es lo que se conoce con la denominación de alteraciones
en las cadenas fitofágicas. Los pesticidas, larvicidas, fungicidas y herbicidas, además de su
efecto indiscriminado sobre especies necesarias para la agricultura (insectos polinizadores,
etc.) aniquilan organismos también necesarios para la conservación del equilibrio biológico,
por su función de desintegración de la materia orgánica prima, por su incidencia sobre los
ciclos vitales de los árboles, por mantener estables a poblaciones de insectos más nocivas,
etc. El hombre, sin embargo, trata a los insectos como conjunto, como un complejo
patológico al que enfrenta pesticidas. Las plagas no cesan, sino aumentan, y en África son
causantes de unas pérdidas del 25% de las cosechas totales. El recurso a compuestos
orgánicos clorados o fosforados, fácilmente producibles y baratos, tiene efectos perniciosos
a largo plazo: quedan fijados en el suelo, como el caso del DDT, producto del que se
emplean 81.000 toneladas en EE.UU. en 1963, antes de comprobar los perjuicios que causa.

Junto con los insectos mueren millones de toneladas de bacterias en todo el mundo cada
año, cuya concurrencia es necesaria para el proceso de nitrificación (fijar el nitrógeno al
suelo). Por último, los venenos estables como los empleados tienen muchas probabilidades
de pasar a la cadena hídrica, y de revertir contra el hombre. Lo mismo puede decirse en los
productos consumidos: la O.N.U. advertía en 1976 que el 3% de las muestras agrícolas
analizadas en campos fumigados contenían niveles de insecticida superiores a los
permitidos.

La consecuencia derivada de los procesos analizados es la necesidad de una agricultura


que analice previamente la incidencia que los usos agrícolas concretos tendrán sobre los
equilibrios naturales. En los casos antedichos no debió prescribirse el uso agrícola, sino
ajustarse a las intensidades y formas de explotación que fuera aptas para dichas
condiciones. La tecnología agrícola está en disposición de encontrar solución a los
problemas señalados, la erosión, salinización, parasitosis, etc. El hombre debe aprender de
sus propios fracasos, racionalizando sus prácticas. Así, por ejemplo, la introducción de

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rotaciones cereales (arroz, mijo, etc.) junto con plantas nitrogenantes en las zonas tropicales
mejora sensiblemente los rendimientos a largo plazo de los productos de plantación: el reto
planteado es conseguir incrementar los rendimientos económicos sin que ello implique
hipotecar el futuro agrícola de la zona. El regadío debe ir precedido del análisis del grado
de salinización del agua y del suelo humedecido al que se destina. Y, por último, el
"combate biológico" (fomentar la proliferación de enemigos naturales a los del insecto que
se quiere eliminar, siempre que se tenga la seguridad de que la misma sea inicua: la avispa
oriental es empleada con éxito contra el escarabajo de Japón en EE.UU. desde los años 80;
existen técnica de esterilización de insectos inocuas, como el suministro de hormonas;
pueden emplearse ramas resistentes de cultivos), es una alternativa al uso de plaguicidas
que dañan al conjunto del ecosistema. Sin embargo, las prácticas que la agronomía propone
chocan con un imponderable: la presión sobre el suelo de las sociedades que llevan a cabo
estos usos, la escasez de sus recursos técnicos y económicos, la existencia de estructuras de
la propiedad y formas de explotación abusivas que benefician a las élites sociales de los
países tercermundistas.

La desecación de zonas húmedas para uso agrícola y para eliminar la proliferación de


insectos es una vieja aspiración del hombre. Marismas, lagunas y tierras encharcadas son
consideradas zonas desaprovechadas, e incluso focos de infección. En el caso de España,
una ley de 1879 obligaba a desecar dichos focos si son declarados insalubres, mientras que
una ley de Cambó en 1918 facilita el aterramiento de numerosas zonas en todo el territorio
natural. Sin embargo, esta concepción carece de una visión a más largo plazo: la riqueza
zoológica de los humedales constituye una fuente generadora de recursos por la incidencia
del turismo, y además constituye un foco necesario como escala en las migraciones,
generador por tanto de una riqueza que no es sólo simbólica, emotiva ("conservar las
especies"): una pequeña ave migratoria, de los millones que se pierden con la desecación y
transformación en zona agrícola, come anualmente un kilogramo de insectos, favoreciendo
dichas áreas (pese a la existencia de insectos en sus aguas) al conjunto de la agricultura.
Esta realidad fue puesta de manifiesto en la Conferencia de sobre Zonas Húmedas de 1962.
En España, excepto los Parques Naturales (como Doñana y Tablas de Daimel) hasta hace
poco no ha existido una legislación restrictiva sobre la caza y desecación en el humedal,
encontrándose amenazadas por la contaminación, la urbanización e incluso las
prospecciones las marismas del río Odiel -Huelva-, el Delta del Ebro, la Albufera de
Valencia (reducida de 30.000 a 2.000 hectáreas), las Lagunas de Gallocanta, etc.

Otro de los grandes problemas del medio agrícola es la erosión del suelo, elemento
básico del equilibrio, y cuya formación y recuperación requiere un proceso
extraordinariamente largo. Algunos suelos especialmente complejos tardan en formarse
miles de años: la reposición de una capa de 20 cm. necesita de 2.000 a 7.000 años.

Entre 1882 y 1952 el planeta ha perdido un 36,8% de sus masas de bosque, mientras que
el desierto ganó un 140,6%. A este proceso se une el de continuas pérdidas de suelo (sólo
en España cada año se desprende un volumen de suelo similar al del Peñón de Gibraltar).
La tierra arrancada va a parar al mar o fondo de los lagos, lo que constituye un problema
añadido. Según la Conferencia Mundial Sobre Desertización celebrada en Nairobi en 1977,
20 millones de hectáreas es el volumen de tierra equivalente a la arrancada de su soporte a
lo ancho del mundo durante el último siglo. Los efectos de la falta de cobertera vegetal son

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la mayor probabilidad de inundaciones. De seguir a este ritmo, España no dispondrá en el


2010 de una hectárea por habitante, por debajo por tanto del mínimo aceptado
internacionalmente.

No es una situación enteramente inevitable: el sudeste español (con Almería y Granada


afectadas en casi el 50% de sus provincias por la desertización), con la participación de la
UNESCO, se ha convertido en vanguardia del campo de la experimentación en la lucha
contra la desertización, haciendo extensiva su experiencia a los países del Tercer Mundo.

En la base de la desertización se encuentra la deforestación, proceso paulatino (que tiene


en el caso de Europa un momento apicular durante la Edad Media) en el que son
determinantes el impacto de la ganadería, la búsqueda de leña y madera de construcción, la
creación de flotas marinas (los quejigales sorianos serán esquilmados para la construcción
de la Armada Invencible de Felipe II), por motivos defensivos y por roturación de tierras.
Los múltiples incendios forestales han esquilmado especialmente las zonas más secas,
como el área mediterránea europea (España sufrió en el peor año de incendios, 1981, más
de 11.000 incendios, lo que supone 300.000 hectáreas de pérdidas). Los incendios provocan
una disminución de las lluvias que caen en la región, una menor absorción de energía solar
(y por tanto aumento de las temperaturas, y consiguientemente mayor evaporación), menos
elementos de freno a la circulación de los vientos, etc.

Los criterios imperantes en la reforestación del suelo quemado han sido productivistas:
plantar especies baratas, xerófilas y de crecimiento rápido, como el pino o el eucalipto, en
lugar de especies autóctonas (en el caso de España, hasta 1980, el 90% de lo reforestado
correspondía a pino, el 8 a eucalipto y el 2% a especies autóctonas). Sin embargo de los
resultados aparentes de esta política de rápida reforestación a partir de pinos o eucaliptos
(que sólo favorece a la industria papelera) son nocivos: siendo especies con una gran
capacidad de absorción de los nutrientes (lo que explica su rápido crecimiento), no dejan
que proliferen otras especies, ni arbustos, con los consiguientes problemas de
aterrazamiento.

3- PAÍSES Y SOCIEDADES INDUSTRIALES.

3.1- LA CONTAMINACIÓN ATMOSFÉRICA.

La contaminación atmosférica constituye la mayor preocupación ecológica. Se trata de


la consecuencia impersonal de la sociedad industrial. Hasta el siglo XIX eran las grandes
aglomeraciones industriales las productoras de los principales focos de contaminación del
aire, fundamentalmente por la emisión de emanaciones químico-metalúrgicas y por la
combustión del carbón.

Un segundo paso, iniciado a partir de la segunda fase de la revolución industrial, lo


constituye la era de los hidrocarburos, con una componente más gaseosa y pulverizada que
la contaminación proveniente del carbón: también millones de toneladas de contaminantes
procedentes de los desechos industriales son vertidos, junto a la acción de las calefacciones,
tubos de escape, etc. (sólo en España en 1994 se vierten 14 millones de toneladas de
productos contaminantes). No se trata sólo de una cuestión estética: la contaminación

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atmosférica es en las áreas más densamente industrializadas la principal causante de las


bajas laborales, con las consiguientes pérdidas económicas que genera.

La acción mecánica del viento como introductora de partículas, el vertido de


contaminantes debidos a una reacción sin combustión (propio de las fábricas) y los
contaminantes por combustión química, forman parte de este cuadro de agentes
contaminantes. Respecto a los hidrocarburos, una de las principales desventajas que
presentan es la poca eficacia en su quema: de cada litro de gasolina empleada se generan
nada menos que 400 gramos de gases contaminantes.

La existencia de anticiclones asociada al momento de uso de las calefacciones provoca


con frecuencia la formación de una cubeta o paraguas, capaz de condensar la
contaminación. En la actualidad se tiene en consideración este aspecto para conceder
permiso de instalación a las industrias.

De esta forma en Donora, Londres, Los Ángeles o México se han producido graves
accidentes industriales a lo largo de nuestro siglo, vertiéndose cantidades inusitadas o
provocándose concentraciones de contaminantes superiores a los tolerables. En 1930 una
niebla mortal provocará más de 100 muertos en Lieja. En Donora (Estado de Pensilvania)
en 1948 morirán más de 600 habitantes por la existencia de dióxido de azufre. Londres
sufrirá en 1952 uno de los momentos más críticos de su existencia: la niebla ácida
provocará entre 3.000 y 4.000 muertos. En Madrid en 1979 se produjo la mayor amenaza
de contaminación urbana de la historia española: una boina química se situará entre los 70 y
400 metros de altura, debida a la acción de la calefacción y coches, registrándose 1.600
microgramos de dióxido de azufre por metro cúbico. En octubre de 1997 en París se tuvo
que tomar la medida de dejar circular únicamente a la mitad de los coches cada día, debido
a la amenaza de contaminación, y pese a la bonanza climática.

La solución pasa (como en parte se está poniendo en práctica) por potenciar el transporte
público (crear aparcamientos vigilados en las estaciones de ferrocarril de cercanías de las
grandes urbes, carriles para coches con dos o más pasajeros, crear buenos enlaces entre
distintos medios de transporte, peatonalizar los centros históricos de las ciudades, etc.)

Los efectos sobre la salud son patentes: aumento de la bronquitis crónica, asma, efisema
y carcinoma pulmonar, etc.; y, si van añadidos a la acción del tabaco, patologías
cardiovasculares, oculares, óseas, fatiga crónica y todo tipo de lesiones a largo plazo. Sobre
los vegetales los efectos son igualmente nocivos, como pone de manifiesto la sintomática
desaparición de los líquenes de las piedras de las ciudades, siendo una planta muy sensible.
También en los edificios se hace notar la erosión destructiva de los acúmulos de puluentes
sulfurados (como sucede en la Acrópolis de Atenas, pese a la campaña de la UNESCO para
preservar esta ciudad declarada patrimonio de la humanidad, en la Catedral de León, Il
Duomo o en las pirámides egipcias), que, a partir de determinadas concentraciones, pueden
dar lugar incluso a la lluvia ácida, como sucede en la Selva Negra.

Las medidas para un control de la contaminación gaseosa pasan por la selección de los
combustibles atendiendo a su nivel de contaminación (sólo la sustitución de la gasolina
por otra sin plomo tiene una incidencia notoria en el descenso de la contaminación), la

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aplicación de las soluciones técnicas que ya existen pero son costosas de generalizar para
el saneamiento de los tubos de escape de los vehículos, el precipitado y eliminación no
gaseosa de los vertidos fabriles, el control de contaminantes como el dióxido de azufre de
las calefacciones, etc. En definitiva, se trata de conjugar la imposición de medidas
racionales destinadas a disminuir la contaminación con la realidad económica, no
proponiendo planes inalcanzables, sino medidas realistas. Por ejemplo, en New York los
autos debe pasar obligatoriamente una revisión anual del sistema de combustión, y si
sobrepasan determinados niveles pierden el permiso de circulación.

Otro aspecto fundamental de la contaminación gaseosa es su incidencias sobre las


variaciones del clima. Es preciso decir en primer lugar que no existe un consenso absoluto
sobre los motivos del calentamiento de la troposfera: algunos climatólogos la atribuyen a
procesos derivados en exclusiva de la acción antrópica, como la quema masiva de
combustibles naturales como rastrojos y bosques, la ascensión de polvo en exceso por las
labranzas excesivas, o la acumulación de gases contaminantes. En el año 2010 la
temperatura podría aumentar 1º C respecto a 1990, lo que implicaría el deshielo de una
quinta parte de los casquetes polares, y tal una subida del nivel del mar de unos 50 cm.,
suficiente como para poner en peligro la endeble costa holandesa y sus diques y pólders, y
amenazar a no pocas ciudades costeras. Sin embargo, otros climatólogos afirman que el
leve incremento de la temperatura terrestre tiene como causa los ciclos de explosiones
solares periódicas, y que el ritmo de incremento de la temperatura no será tan catastrófico
como los cálculos aplicados de prever una supuesta relación entre CO2 e incremento
térmico.

3.2- BIODIVERSIDAD.

Muchos geógrafos (como Pierre George) afirman que la industrialización y el acúmulo


de beneficios que conlleva se ha basado sobre el uso de una energía considerada como
inagotable y a precio barato. La política internacional de algunos países como EE.UU., y
las metrópolis coloniales, se habría basado en lograr mantener baratos los precios
energéticos. Sin embargo, la elección de un combustible accesible y barato, a cuyo uso no
se pusieron en su momento trabas, ha supuesto generar una contaminación mucho mayor
que si se hubiera optado por otras fuentes de energía. En la actualidad, las Conferencias
Internacionales sobre Biodiversidad se encuentran con dos posturas irreconciliables:

- Los países desarrollados exigen a los subdesarrollados la adopción de formas de


energía menos contaminantes pero más caras y complejas, acusándoles de ser los que
mayor parte de la contaminación mundial generan.

- Los países subdesarrollados se defienden recordando que durante 150 años la


contaminación provino del uso indiscriminado de fuentes de energía sucias como los
hidrocarburos, factor que sirvió para el despegue económicos de los países del primer
mundo. Por tanto, si éstos países privilegiados quieren ahora solucionar un problema del
que son causa en primera instancia, deben contribuir a posibilitar el que los países pobres
adopten tecnologías energéticas menos nocivas.

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El concepto de contaminación acústica es relativamente reciente. Sin embargo, existe un


consenso sobre el talante pernicioso sobre la salud y la calidad de vida de la existencia de
ruidos por encima de los niveles aconsejables. Automóviles, aeronavegación, industria y
construcción son los causantes principales de esta proliferación de ruido, cuyos efectos se
dejan notar según detecta la sociología aplicada en la menor propensión a la
comunicatividad interpersonal en las ciudades, o como hacen notar la medicina preventiva,
en un receso de la capacidad auditiva alarmante: 250 millones de personas padecen sordera
leve en todo el mundo. Por otra parte, la fatiga auditiva también inciden en enfermedades y
patologías psicofisiológicas, como el estrés, la ansiedad, los brotes psicóticos, el exceso de
adrenalina, etc. Sin embargo, evitar los ruidos no es tarea técnicamente compleja:
instalación de pantallas silenciadoras, aislamiento acústico en las viviendas, etc.

La contaminación de las aguas adquiere en las sociedades urbanas tintes dramáticos,


debido a la escasez progresiva del agua y al aumento del consumo: en la actualidad existe
un consumo de 40-50 litros por persona y día en el mundo desarrollado, que asciende a 500
si se cuenta el uso agrícola del agua. Por contra, todavía casi una tercera parte de los
habitantes de países del Tercer Mundo apenas tiene acceso al agua. La contaminación
hídrica viene propiciada por usos muy distintos: el empleo de plaguicidas y pesticidas, las
aguas residuales urbanas, los vertidos industriales (desde cianuros hasta fenoles y
alcoholes, lejías, etc.) y otras prácticas que impiden la reoxigenización del agua, e incluso
acaban afectando a la red de aguas subterráneas. En España son ejemplos de acusada
contaminación las rías gallegas, Bilbao, Avilés, el río Llobregat. Pero lo mismo se puede
decir de la zona norteamericana de los Grandes Lagos. Como ejemplo de recuperación de
un espacio fluvial puede citarse el operado sobre el Támesis, y a escala más modesta, el
llevado a cabo con el río Manzanares.

También el mar sufre una contaminación que excede los altos niveles de regeneración
del agua propios de un medio con gran insolación, provisto de agentes salinos,
depredadores de bacterias, etc. (y por tanto poco propicio para el crecimiento de los
organismos patógenos). Pero los residuos depositados interceptan la captación de oxígeno y
provocan una irremediable asfixia al dispersarse los aceites en la superficie del mar. Las
zonas costeras difunden incalculables cantidades de virus y bacilos que ya no pueden ser
neutralizados por las bacterias marinas, en regresión. Por otro lado, el mar sufre
contaminaciones específicas de gran gravedad, como el vertido de residuos petrolíferos (por
no hablar ya de las mareas negras) en las operaciones de limpieza de los mercantes o
buques cisterna, en las pérdidas habituales de los motores de navegación, a causa de los
efluentes de fábricas y refinerías costeras, etc. El Mar del Norte, ambas costas
norteamericanas, el Canal de la Mancha y todo el Mediterráneo ("mar enfermo", según
Cousteau), son algunas de las zonas más afectadas. El Mediterráneo es un mar cerrado con
una anchura máxima de 800 Km., de mareas poco intensas (40 cm. de altura) y débiles
corrientes costeras, por lo que la contaminación de acumula en las líneas litorales, haciendo
de algunas especies marinas animales no comestibles (por el alto contenido de mercurio de
algunos peces migradores), mostrando un continuo retroceso del nivel de plancton. La
firma en 1980 del Plan de Acción sobre el Mediterráneo no ha dado de momento los frutos
esperados.

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Como medidas paliativas deberían unificarse las rutas de navegación, extremar la


vigilancia de las condiciones técnicas de los barcos, unificar las legislaciones marinas,
investigar disolventes de petróleo con menor grado de toxicidad general (como se hace en
EE.UU.), emplear bacterias específicas en la lucha contra la marea negra (como se hace en
la Comunidad Europea), limitar el transporte de cadmio, cobre, plomo, cinc y mercurio
(que, vertido en Minamata, en Japón, provocó una de las mayores catástrofes marinas de la
historia)

3.3.- LAS "OTRAS" CONTAMINACIONES.

Algunas aguas también sufren una contaminación térmica, una elevación excesiva de sus
temperaturas, afectando a determinadas especies de peces. La causa es el aumento de la
producción de energía térmica, especialmente en el caso de las centrales nucleares, que
exigen la disponibilidad de ingentes cantidades de agua para su refrigeración. Según Clark,
en el año 2000 las centrales termonucleares de EE.UU. exigieron casi un tercio del total del
agua superficial del país para su refrigeración, lo que provocará un aumento considerable
de su temperatura, que se revela favorable a la proliferación de organismos patógenos. El
problema se resolvería parcialmente si este calentamiento de las aguas provenientes de las
centrales térmicas fuera aprovechado para un uso positivo (calefacción, etc.), logrando que
las aguas descargasen al menos una parte de ese exceso de calor.

La radiación nuclear no puede incluirse en rigor entre las formas urbanas de


contaminación, pero sí aparece ligada al alto consumo energético que dichas
concentraciones de población demandan. Existe un tipo de radiación natural, que siempre
ha convivido con el hombre: descubierta por Becquerel y luego por los Curie, la radiación
ionizante resulta inicua para nuestro sistema genético (según Beadle). Sin embargo, la
elevación de los niveles de radiación como consecuencia de las explosiones nucleares o de
los usos pacíficos mal controlados de la energía atómica es susceptible de provocar
profundas alteraciones genéticas, traducidas en enfermedades como el cáncer, leucemia,
etc.

La desaparición de la capa de ozono (O 3 ) por culpa de su reacción con compuestos


fluorocarbonados implica un riesgo por la desprotección respecto a la radiación solar
perniciosa. Margalef afirma que la vida no puedo aparecer en la Tierra hasta que la intensa
radiación solar no fuera mitigada por la existencia de una pantalla de ozono, dispuesta en
una capa que protege la Tierra desde una altura de unos 20 a 40 Km. El O3 está dispuesto
en ínfimas proporciones (0,08%: a mayores concentraciones resultaría tóxico), por lo que
una pérdida de pequeñas cantidades es susceptible de convertirse en un grave problema.
Desde 1975 la Conferencia Metereológica Mundial estudiando su destrucción y los efectos
que conlleva sobre el planeta: en 1992 se habla de la extensión del agujero de la capa de
ozono fuera de su inicial órbita polar, afectando a EE.UU. y Europa. El recurso a
propulsores como el freón, el vuelo de los aviones supersónicos, o el uso de abonos
nitrogenados incrementa su desaparición. Las recientes medidas prohibiendo su empleo
(crucial hasta entonces en frigoríficos, sprays de todo tipo, aislantes en las casas, y un alto
número de usos) no implica definitivamente la desaparición del problema, pues se ha
comprobado la lentitud en la regeneración de la capa de ozono.

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Descubierta en 1938, la fisión atómica ha supuesto desde entonces una carga de


contaminación atómica: no sólo por el empleo de la energía atómica en Hirosima y
Nagashaki, sino por los incontables experimentos científico-militares llevados a cabo. Por
otra parte, existen 358 centrales nucleares en funcionamiento en todo el mundo, a las que se
unen 467 proyectadas. Estados Unidos, con 78 centrales, es la mayor potencia atómica del
mundo. En el año 2000 se crearon 0,5 Megawatios provenientes de la energía atómica.

Los efectos de la radioactividad se dejan notar en múltiples facetas, desde los bosques
tropicales al incremento de las enfermedades genéticas. El hombre está expuesto a unos
100-150 milirems (el rems es la unidad de medida de la radioactividad) en condiciones
naturales. Tal vez tolere hasta la exposición puntual a 1.000 milirems sin resultar dañado.
Sin embargo, las áreas cercanas a las centrales nucleares suelen radiar dosis de 400-600
milirems, que si bien a corto plazo no son perjudiciales, a largo plazo son susceptibles de
provocar hemorragias subcutáneas, distintas formas de cáncer, destrucción de leucocitos,
lesiones de médula ósea, daños en el bazo o nódulos linfáticos, mutaciones genéticas
(también provenientes del abuso de los rayos X).

Recientemente también han sido denunciados los efectos perniciosos que el abuso de
otras fuentes de baja radiación suponen para la salud: teléfonos móviles, ordenadores
personales, etc.

El peligro del abuso de la energía atómica tiene también que ver con los desechos
radiactivos, con un período (tiempo necesario para que su actividad se reduzca a la mitad)
superior en ocasiones a los 10.000 años. Las medidas adoptadas consisten en la
concentración de los residuos en el menor espacio posible, almacenándolos allí donde se
estima que no puedan llegar a causar peligro. Hasta el presente ha sido usual la práctica de
su enterramiento en depósitos de acero, arrojados en estructuras del suelo estables como las
minas de sal, a varios centenares de metros bajo la superficie, y recubiertos de hormigón.
Sin embargo, el problema es garantizar la estabilidad del terreno en períodos tan extensos.
Frente a las costas de Finisterre, a 750 Km., en la vertiente oriental de la gran dorsal
noratlántica, y a 40 Km. de profundidad, se encuentra uno de los mayores vertederos de
residuos atómicos del planeta. La corrosión de los contenedores, las corrientes marinas o
los movimientos sísmicos podrían suponer un peligro gravísimo en tales circunstancias.

Algunos autores hablan de otro tipo de "contaminación relacional" que tiene que ver con
las formas de socialización usuales en el medio ambiente urbano: crecimiento de la
población imparable en el Tercer Mundo, retroceso de la calidad de vida especialmente
para la población infantil, aumento de los riesgos de esquizofrenia y brotes psicóticos,
rígida jerarquización social provocada por las diferencias del precio del suelo de las
distintas áreas urbanas, urbanismo tendente a la insolidaridad, soledad, superficialidad de
las relaciones interpersonales, agresión estimulativa generalizada, estrés, etc.

Como conclusión, podría decirse que el crecimiento económico ha estado hasta nuestros
días por encima del respeto al medio natural. La sociedad de consumo, tal como ha sido
planteada, conlleva su propia carga perniciosa. Como denuncia desde 1968 el Club de
Roma, si no se detienen las condiciones y tendencias actuales, la población y el crecimiento
industrial podrían incluso verse amenazadas: porque el respeto al medio ambiente no es una

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cuestión estética, un postulado romántico (último refugio de la protesta), sino básicamente


una cuestión económica, productiva: las distintas formas de contaminación suponen
también una merma a corto plazo de los recursos.

4- BIBLIOGRAFÍA

HARO, J.: Calidad y conservación del medio ambiente. Madrid, 1991.


GEORGE, P.: El medio ambiente. Col. ¿Qué sé?, nº 75.
GONZÁLEZ BERNÁLDEZ, F.: Ecología y paisaje. Madrid, Blume, 1981.
PANAREDA, J. M.: La Geografía y el medio ambiente. Barcelona, Vicens Vives, 1976.
VICENTE BIELZA DE ORY, ed.: Geografía General, II, Taurus, Barcelona, 1987.
VALENZUELA, BARCELÓ et al.: Geografía y Medio Ambiente. MOPU, Madrid,
1984.

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