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Epicuro, o el hedonismo

inteligente
Por
Filosofía&Co
-
25 abril, 2018

Epicuro apuesta por una vida feliz llena de placeres espirituales. Imagen de
Epicuro procedente del libro "Tesoro literario de Ercolano". Stamperia e
cartiere del Fibreno, Nápoles (Italia), 1858.
Epicuro fue uno de los grandes filósofos de la cultura griega de su
época y fundador de la corriente filosófica que lleva su nombre, el
epicureísmo, cuya principal característica fue la identificación de la
felicidad con el placer.

Por Jaime Fdez-Blanco Inclán


Nacido en Samos (Grecia) en 341 a. C., Epicuro fundó, como
también hicieron Platón y Aristóteles, su propia escuela, El
Jardín. Este espacio, dentro de su propio hogar, fue el lugar escogido para
desarrollar su filosofía, en las reuniones y charlas que mantenía con sus
seguidores y amigos. A diferencia de lo que ocurría con otros filósofos y sus
escuelas, estos amigos y seguidores eran de toda condición: hombres,
mujeres, ricos, pobres, esclavos, etc.

Tanto la filosofía de Epicuro como su escuela fueron objeto de


numerosas críticas,principalmente por su defensa del placer como llave
de la felicidad en la vida. Esto no deja de ser curioso, pues algunos de los
mayores enemigos del epicureísmo se encontraban entre los estoicos
(seguidores de la escuela de Zenon de Citio, la Stoa, que defendía una
filosofía basada en el determinismo y una ética estricta en favor de la virtud
y el alejamiento de las pasiones), pese a que ambos, como veremos,
defendían una manera de vivir bastante similar, a pesar de hacerlo
partiendo de ideas muy diferentes. La filosofía de Epicuro, no obstante, ha
sido profundamente malinterpretada y sólo en los últimos años ha
recuperado el esplendor que merece.

Una filosofía para ser feliz

Según los historiadores, Epicuro dejó a su muerte una enorme


producción literaria de más de 300 obras y tratados, pero, tristemente,
apenas ha llegado nada hasta nosotros. Hoy, tres cartas (a Heródoto, sobre
gnoseología –o epistemología, teoría del conocimiento– y física; a Pitocles,
sobre cosmología y astrología; y a Meneceo, la más famosa, sobre ética)
nos permiten conocer sus tesis fundamentales, así como apuntes diversos
sobre él, principalmente del poeta latino Lucrecio y Diógenes Laercio, gran
historiador griego que dedicó a Epicuro en exclusiva el último capítulo de su
imprescindible obra Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más
ilustres.
Cabeza de Epicuro. Copia romana de la era
imperial (siglo II antes de Cristo) de un original griego. Dimensiones: 40.3
cm
Museo de Arte Metropolitano de (Blue pencil.svg wikidata:Q160236),
departamento de arte romano y griego (accession number 11.90).
Crédito:Rogers Fund, 1911/Fotógrafo: Marie-Lan Nguyen (2011).
Pese a que la filosofía de Epicuro engloba las principales ramas de
la filosofía, se centra en la ética, y de esta, en un aspecto concreto: la
felicidad. Cuestión básica según Epicuro, pues es la principal motivación
que persigue todo ser humano en su vida.

Existen dos factores que determinan nuestro grado de felicidad: el


placer y el dolor. El primero nos acerca a ella, mientras que el segundo
nos aleja de la misma. De este modo, Epicuro determina que la clave de
una vida feliz es conseguir acumular la mayor cantidad de placer mientras
reducimos al máximo el dolor. De hecho, esta segunda parte de la fórmula
es más importante que la primera. El requisito indispensable para una
buena vida es la erradicación del dolor.

Epicuro es, por tanto, un hedonista, sí, pero no de la manera de


otros filósofos, como por ejemplo Aristipo (que es lo que se entiende
normalmente por hedonista: un amante de los placeres corporales). El de
Samos apuesta por el placer, pero lo hace desde un punto de vista del todo
racional. Los principales placeres que hemos de perseguir no son los
corporales, pues, pese a su intensidad, son efímeros y desaparecen
enseguida. Hemos de buscar antes los placeres espirituales. Ahora bien,
para escoger y saciar cualquier deseo placentero, es necesario hacer uso de
una virtud, la prudencia, pues sólo con ella podremos disfrutar de un modo
inteligente. Es gracias a la prudencia que somos capaces de rechazar un
placer que más tarde podría provocarnos dolor (como ocurre con las
adicciones).

Epicuro apuesta por la búsqueda de los placeres, pero no los corporales,


que son efímeros, sino los espirituales

Es ahí donde se producen los grandes malentendidos en la filosofía de


Epicuro. No apuesta, en absoluto, por una existencia lasciva y
descontrolada; al contrario, apuesta por una existencia moderada y basada
en el autocontrol, pues considera que, de esa manera, se maximiza el
placer y se evita, en lo posible, el dolor. Es por ello por lo que centra su
búsqueda en los placeres espirituales, pues estos son seguros y a largo
plazo, cosa que no ocurre con los físicos.

¿En qué se traduce entonces su idea de una vida feliz? En una vida
sencilla, con sólidas amistades, pequeños placeres y alejada de tensiones
innecesarias. Una vida tranquila, sin excesos. Independiente. Autónoma.
Autárquica. Una vida basada en el mismo principio de la filosofía estoica: la
ataraxia. La tranquilidad de ánimo. La paz de espíritu. Y toda su filosofía
está enfocada a ello. Para Epicuro, el conocimiento no sirve para nada si no
ayuda al hombre a ser feliz.

Teoría del conocimiento


“Epicuro”, de Carlos García Gual, publicado por
Alianza Editorial.
En cuanto a epistemología, es decir, la teoría de conocimiento,
Epicuro comparte ideas con los ya citados estoicos y con
Aristóteles, entre otros. Determina qué fuente de nuestro conocimiento
son las sensaciones. Ante estas, nos vemos sometidos a diferentes
respuestas emocionales, entre ellas, las que moldean la moral: el placer y
el dolor. Estas sensaciones, repetidas una y otra vez por la experiencia,
acaban formando en nuestra mente lo que Epicuro denomina “ideas
generales”, que serían el principio a partir del cual empezamos a conocer la
realidad que nos rodea.

Esta realidad, dice el filósofo griego, está compuesta por dos


elementos: átomos y vacío, que es el espacio en el que se mueven los
átomos. Estos elementos forman la realidad, el universo en el que vivimos.
Un universo que, dice Epicuro, es eterno, lo que supone un gran golpe de
efecto en cuanto a las opciones metafísicas aportadas antes y después de
él. Olvidémonos de motores inmóviles, de Dioses y de primeros principios.
La existencia, sencillamente, existe. Desde siempre y para siempre. No
tiene principio ni fin. La existencia es infinita.

Para Epicuro, la filosofía no sirve de nada si no hace feliz al ser humano


Como vemos, las ideas de Epicuro beben directamente de la
filosofía atomista de Demócrito (Demócrito de Abdera, “el filósofo que
ríe”, Tracia, 460-370 a.C.), si bien nuestro protagonista opta por no
seguirla al pie de la letra. Niega, por ejemplo, el determinismo de su colega
e introduce el concepto del azar como elemento que afecta a los átomos y
su movimiento en el espacio. Esta teoría permite que existan ciertas
desviaciones en las sucesiones de causas y efectos, y sería una explicación
plausible para fenómenos descubiertos muchos siglos después de Epicuro,
como por ejemplo la evolución.

Un agnóstico deísta

Puede que el lector, tras lo leído anteriormente, considere a Epicuro


un ateo recalcitrante, si bien no es exactamente así. Epicuro no cree
ni deja de creer. Es, por tanto, agnóstico, pero con un fuerte sentido deísta.
Es decir, que cree que podría haber dioses, pero que no interfieren en los
acontecimientos del mundo.

Si hacemos caso a nuestra experiencia, debemos concluir que a los


dioses (si es que existen) no les importa absolutamente nada el
curso del mundo, ni prestan ninguna atención a la vida de los hombres.
Ante esto, Epicuro cree que lo mejor es que nosotros hagamos lo mismo y
vivamos sin preocuparnos de ellos. De hecho, para él los dioses no tienen
más que una función educativa, como ejemplo de la virtud y excelencia a la
que hemos de tender los seres humanos.

Epicuro no cree ni deja de creer. Cree que podría haber dioses, pero que
no interfieren en los acontecimientos del mundo

A este respecto, la existencia y el poder de los dioses, ha pasado a


la historia una reflexión conocida como “la paradoja de Epicuro” en
la que aborda los temas de la naturaleza de los dioses a través de la
certeza de la existencia del mal y el sufrimiento en el mundo. ¿Cómo
conciliar la idea de que existen estos (el bien y el mal) con la existencia de
unos seres omniscientes (todo lo saben), omnipresentes (están en todas
partes), omnipotentes (todo lo pueden) y omnibenevolentes (son todo
bondad)?

Sobre todo ello dice Epicuro:

 ¿Es que los dioses quieren prevenir la maldad, pero no son capaces
de hacerlo? Entonces hemos de concluir que no son omnipotentes.
 ¿Puede ser que sean capaces, pero que no deseen prevenir el mal?
Entonces no son benévolos.
 ¿Son capaces y desean hacerlo? Entonces no tiene sentido que exista
la maldad en el mundo.
 ¿Es que no son capaces ni desean hacerlo? Si este es el caso, ¿por
qué los llamamos dioses?

Es Epicuro, como vemos, un personaje fascinante. Lúcido, simpático,


certero. Una figura cuya persona y filosofía son mucho menos famosas de
lo que deberían ser, si bien el tiempo y el esfuerzo de unos pocos parece
que empieza a colocarlo en el lugar que merece.

Muchos de aquellos que jamás se han preocupado por la filosofía,


para los que Epicuro y muchos otros son perfectos desconocidos,
viven, sin saberlo, según los preceptos de nuestro protagonista, que
nos dio algunas de las claves más naturales y eficaces para lograr una vida
digna de ser vivida. Su pensamiento no deja de ser visible en multitud de
ramas científicas y psicológicas, y no deja de ser curioso que, aún hoy,
acudamos a expertos, leamos libros y paguemos cursos que, en realidad,
dicen poco más que aquello que este griego dejó dicho hace ya más de
2.000 años… y nosotros sin enterarnos. Esfuerzo, gasto y preocupaciones
que, con toda seguridad, quedarían resueltas con una visita a la biblioteca
más cercana. Sólo por eso ya merece la pena investigar el pensamiento de
Epicuro.
Palabra de Epicuro
“Comamos y bebamos, pues mañana moriremos”

“¿Dioses? Puede que los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé y no tengo modo de
saberlo. Pero sí sé, porque me lo enseña la experiencia diaria, que si existen ni se ocupan ni se
preocupan por nosotros”

“El placer es el principio y el fin de la vida feliz”

“La muerte es una quimera, pues, cuando yo estoy, no está ella; y cuando está ella, no estoy yo”

“Nada es suficiente para quien suficiente es poco”

“¿Quieres ser rico? No te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”

“Debemos meditar sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque si disfrutamos de ella, lo
poseemos todo, y si nos falta, hacemos todo lo posible por obtenerla”

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