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Colombia al filo de la oportunidad

Hace ya más de 20 años, Gabo y un grupo de intelectuales le presentaron al país una propuesta
para transformar la educación y así propulsar el desarrollo de Colombia. Pero el informe de la
denominada Misión de Sabios se quedó en el papel. El 21 de julio de 1994, diez de las mentes más
brillantes del país le entregaron al presidente César Gaviria un documento con el que buscaban
hacer historia: el ‘Informe Conjunto’ de la denominada Misión de Sabios, que diez meses atrás el
mismo jefe de Estado había reunido con el fin de revolucionar la educación y así impulsar el
desarrollo del país.

La entrega del documento causó entusiasmo. En la ceremonia abundaron los micrófonos, las
cámaras y los aplausos, y el diario El Tiempo llamó a los diez sabios “la verdadera Selección
Colombia”. Regocijados, el neurocientífico Rodolfo Llinás, el investigador Carlos Eduardo Vasco y el
presidente pronunciaron sus discursos. Y al final, el nobel Gabriel García Márquez leyó su ya
legendaria proclama ‘Por un país al alcance de los niños’. Allí, decía tener la esperanza de que, con
esa “carta de navegación”, Colombia dejara de ser dos naciones a la vez: “una en el papel y otra en
la realidad”.

Casi 25 años después, ese deseo no se ha cumplido. “Si tuviéramos que volver a reunirnos,
presentaríamos el mismo informe”, dice el historiador Marco Palacios, que integró el equipo junto
a Gabo, Llinás y Vasco, así como la microbióloga Ángela Restrepo, el ingeniero Eduardo Aldana, el
experto en ciencias sociales Luis Fernando Chaparro, el economista Rodrigo Gutiérrez, el
investigador Manuel Elkin Patarroyo y el físico Eduardo Posada. Las palabras de Palacios encarnan
un hecho triste de la vida nacional. Mientras el país debate sobre el futuro de la educación, los
expertos esbozan nuevas estrategias y los políticos hacen promesas floridas, muchos tienden a
olvidar que una hoja de ruta para sacar al sector de la crisis ya está escrita. Así, vale la pena
preguntarse por qué ningún presidente, académico, empresario o activista ha podido cumplir esa
misión posible que los sabios le pusieron al país hace ya tanto tiempo. Podemos destacar las cinco
lecciones que deja, 20 años después, el informe de los sabios.

“La educación es tan secundaria que se nos olvidó que podemos cambiarla”, Pues estamos
convencidos de que uno de los males de Colombia es la falta de fe en el país y en su capacidad de
progresar. Y esto, según se refleja en la historia del informe de los sabios. Rodolfo Llinás atribuye
parte del fracaso a “la falta de disciplina como país”. Según él, ya es tradición que abunden los
estudios y que se falle en la ejecución. Y tiene razón. Durante décadas, los colombianos han
debatido sobre los grandes cambios que necesita el país, pero la realidad no los refleja. El
resultado es una sociedad frustrada e insegura, que no se atreve a actuar para romper
paradigmas. Y la educación no es la excepción. Según el filósofo y economista Francisco Cajiao,
profundo conocedor de la misión de 1994, el país no parece querer apostarle a un cambio radical,
lo cual solo afianza “la educación elitista”. Los sabios querían poner la educación a la cabeza de la
agenda del país, pero, según Cajiao, el gobierno y la sociedad civil fallaron “en convertir esa
iniciativa en una bandera de movilización social”. Así, cuando el conflicto armado puso la lupa en
el gasto militar y las negociaciones del Caguán absorbieron la energía social, la misión quedó
sepultada. Y la educación pasó a segundo plano.

Ángela Restrepo, la única mujer de la Misión de Sabios, se muestra algo menos pesimista que sus
colegas de entonces, pues piensa que el trabajo al menos logró poner a pensar a la gente. Su
visión, sin embargo, permanece crítica: “Han pasado más de 20 años, de los cuales se ha perdido
el 85 por ciento del tiempo”. La razón: a pesar de la fanfarria con que se celebró la entrega del
informe hace más de 20 años, el tiempo ha mostrado que el interés de transformar la sociedad a
través de la educación no ha sido tan real como se creía.

Carlos Eduardo Vasco recuerda que César Gaviria solo atendió el tema cuando Llinás lo convenció,
casi al final de su gobierno. Y que más allá de las arandelas que rodearon la misión, esta tuvo que
competir con la Ley General de Educación, que no conectaba con lo que ellos querían. “Nos
sorprendió a todos”, dice vasco. También Francisco Cajiao y Marco Palacios insisten en la falta de
interés. Y señalan a los políticos. Según ellos, después del tambaleante gobierno de Ernesto
Samper, Andrés Pastrana no tuvo la capacidad de recoger los resultados de la misión y se
concentró en racionalizar: en pensar no que faltaban recursos, sino que había que usarlos mejor.
“Uribe heredó esa idea de la educación”, dice Cajiao. Así, el sueño de los sabios se diluyó y las
propuestas no tuvieron impacto.

“Lo que no toma impulso, se acaba pronto”, Un cambio de gobierno en Colombia significa, a veces,
el colapso de las políticas públicas del antecesor. Y esto conlleva un Estado ineficiente, donde el
cambio de personal afecta el vigor de los grandes proyectos de transformación. Vasco añade que
“el presidente que llega quiere distinguirse y distanciarse del anterior, así sea del mismo partido”.
Marco Palacios recuerda que Samper “no estuvo en la capacidad de recoger las recomendaciones”
y que lo visto en las últimas dos décadas ha sido “una institucionalidad pervertida”. Según los
sabios, una parte de la explicación radica en que los gobiernos que siguieron a Gaviria, con el fin
de diferenciarse de sus sucesores, no se pusieron la camiseta de la educación que el informe ya
había confeccionado. Las palabras que Llinás pronunció en la Cumbre de Educación son
contundentes: “Esto se habló hace ya 20 años y aún no pasa. Hay que hacer que pase y si no se
hace la culpa es de ustedes”. En ese entonces.

Notar cambios en la educación tarda años, en algunos casos incluso décadas. Los sabios
consideran que esta es una razón más para sostener la inversión y la atención a programas
costosos. En aquel 1994, no fue así. Según Marco Palacios, el gobierno convocó a la Misión de
Sabios bajo la premisa “de algunos tecnócratas” de que Colombia iba a convertirse en un país
petrolero y de que el dinero para la educación iba a correr a borbotones. “Esas cuentas alegres
fueron el fruto del oportunismo y la liviandad y resultaron completamente equivocadas. Nosotros,
a la vez, pecamos de ingenuos”, dice. El dinero que las recomendaciones que los sabios exigían no
llegó en las cantidades y la intensidad esperadas. Y así, las ambiciones se aplacaron. Con esto
demuestra que el interés debe ser colectivo
“No veo la presión suficiente”, dice Marco Palacios para resaltar que transformar la educación es
responsabilidad de todos. Y aunque él y los demás sabios ya habían dicho lo mismo a los cuatro
vientos hace 25 años, el país sigue actuando con timidez y, sobre todo, sin la necesaria fuerza
colectiva que una revolución educativa requiere. Durante años, los interesados en propulsar la
educación han trabajado de manera descoordinada. Es necesario más compromiso. Palacios, un
historiador que conoce la idiosincrasia nacional como pocos, recuerda que el colombiano siempre
ha sido práctico y capaz de trabajar en medio de la escasez. Lo que falta, según él, es avanzar
unidos.

SULLY MARIETH BELTRAN MARTINEZ

DIDÁCTICA DE LA BIOLOGÍA

2019

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