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Vida y obras.
Antonio Attolini Lack
Nació en la ciudad de México en 1931 del matrimonio conformado por el argentino Alfredo
Attolini de Lucca y la torreonense María Lack Eppen. Estudió en la Universidad Nacional
dentro de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Academia de San Carlos y se graduó
como Arquitecto el 14 de Diciembre de 1955 con su tesis: Panteón vertical en la Ciudad de
México, que obtuvo mención honorífica. La totalidad de sus proyectos fueron de pequeño y
mediano formato, aunque de un valor incalculable, e incluye obras residenciales,
comerciales y religiosas.
Según sus propias palabras, la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal en la Ciudad de México
fue decisiva en su formación como arquitecto y de hecho la consideró un parteaguas en su
carrera profesional. Su cliente, decía él, fue Dios, como lo fue para Gaudí en el caso de la
Sagrada Familia de Barcelona, España.
Aprovechó la existencia de una estructura de José Villagrán García, otro gran maestro de la
arquitectura mexicana del siglo XX y eligió como color predominante para el interior el
blanco, “la plenitud del color blanco”, solía decir. Además colocó algunas piezas que le hizo
el escultor Hoffmann Hebert, quien estudió en la Bauhaus en Alemania.
Por otro lado, el padre Pedro Arrellano lo asesoró en el diseño de uno de sus vitrales y se
enfrentó al dilema de diseñar una propuesta con arquitectura amorfa o una arquitectura
geométrica. Manejó siempre los dos lenguajes de forma excelente. Diseñó todos los objetos
y accesorios de la liturgia, buscó hacerlos lo más sencillos posibles y de esa forma logró
soluciones de gran calidad. Manuel Larrosa (una de las personas que mejor lo conoció)
describe esta característica de una mejor manera: “Buscaba la sacralización del espacio en
todos los programas arquitectónicos”.
LA BELLEZA DE LA SENCILLEZ
Decía: “Yo no soy conferencista, soy un arquitecto de hacer y no de decir”, una filosofía que
va en contra de los arquitectos de hoy en día, que son producto del marketing, de una
imagen fabricada de rockstar. Pocas palabras, muchos muros... estos personajes están casi
extintos en nuestro país.
“Tengo convencimiento, un amor que se convierte en pasión por la arquitectura y por mi país
que es México”, un conjunto de conceptos e ideas de los que prácticamente nadie habla y
que son tan trascendentes, vale la pena reflexionar al respecto.
Attolini supo enfrentar el siglo XX con su arquitectura, mucho trabajo y nada más. Nunca se
estacionó en un momento o estilo determinado, su carrera ascendente fue una trayectoria
de éxito que lo llevo a ser uno de los más importantes arquitectos mexicanos de la segunda
mitad del siglo XX. Enfrentó la crisis arquitectónica, el posmodernismo y la parranda
arquitectónica con liderazgo y excelentes soluciones que eran sin lugar a dudas obras de
arte total. Diseñaba hasta el último detalle como los grandes arquitectos de todas las épocas.
¿Se hace actualmente? Lo más seguro es que no. A capa y espada defendía el hecho de
que la arquitectura no debe de ser cien por ciento racional, decía Leopardi al respecto: La
razón no mezclada con otra cosa conduce a la locura. Attolini siempre supo aplicar esto en
sus obras ya que agregaba un poco de intuición y de emoción. Su arquitectura era espiritual,
emocional y poética.
Su forma de ser pasaba más del 'pienso y luego existo' al 'siento y luego sirvo'. Además siempre
procedía con integridad, algo muy raro también en nuestros días. Su trabajo entonces
denotaba matices de buen oficio, ética y era pensado para generar beneficios a sus usuarios
y a la sociedad. Sus primeras influencias vinieron del racionalismo internacional, directamente
de Richard Neutra, quien radicaba en Los Ángeles, California. En México, quizá la más
importante fue Francisco Artigas que una vez le enseñó: “Solamente hay una forma de
construir, hacer las cosas bien”, axioma arquitectónico que utilizó durante toda su vida. Por
lo tanto, Artigas enseñó a Attolini a construir y fue el ultimo arquitecto para el que trabajó.
Siempre fue de la idea de que en México existe una gran mano de obra que solamente
necesita gente que los dirija, que les dé diseños, y él fue uno de ellos, sin duda.
Manuel Larrosa comentó que Attolini generaba con su arquitectura una “ecología no verde”,
que no se dejaba influenciar por “seducciones tecnológicas”, como si en el mundo existieran
dos tipos de arquitectura, una de estrellas de cine y otra de poetas, él pertenecía al segundo
grupo, el más romántico.
El arma más poderosa de su arquitectura no eran los renders sino el croquis arquitectónico
que era el alma de sus soluciones. Es considerado un arquitecto de oficio a la vieja usanza;
dibujaba todo, 'bocetaba' todo, y a partir de ahí resolvía, imaginaba, mejoraba y plasmaba,
como decía Larrosa, una “ecología luminosa” en sus obras. Usaba, para referirse a la
aplicación del color, la frase: “La pretensión del color”, como si usado sin responsabilidad
fuera malo o vulgar, y tenía razón.
Otra frase que refleja lo que fue Attolini es: “Si no hubiera sido arquitecto hubiera sido alfarero
porque tengo una atracción compulsiva hacia el barro”, como todo artista el arquitecto
pretende ser un artesano con toda su sencillez. Eso habla de una persona sin pretensiones y
que buscaba solamente el goce estético.
Para él el trabajo del diseño del paisaje debería de ser muy importante para el arquitecto y
dentro de él debería de calcular el verdor y diseñarlo como en un teatro poniendo en punto
para una puesta en escena. Siempre quiso ser el director. Ponía campanas en lugar de
timbres en sus casas, construía desayunadores al aire libre, la televisión y los teléfonos los ponía
en sitios donde no se veían, su método era la única manera de hacer arquitectura y vivir. De
esos arquitectos que quedan muy pocos y fueron considerados arquitectos 'pura sangre'.
Attolini nos legó un conjunto de obras que aunque no monumentales fueron llevadas a un
nivel de calidad muy difícil de lograr y su mérito radica en el sentir más que en el ejecutar.
Casi logro una erótica con su arquitectura, denotaba estabilidad, calidez, belleza,
tranquilidad, espiritualidad, diluía las fachadas para que no figurases y pasaran
desapercibidas. Ejercía una humildad arquitectónica. Reflejó también el increíble choque del
siglo XVI en México y tiene una tremenda influencia de su país en cada una de sus obras, su
arquitectura es adentro. El resultado va de adentro hacia afuera, en las fachadas. No tuvo
en vida la oportunidad de hacer grandes proyectos públicos pero su trayectoria y legado
son dignos de analizar con detenimiento. Una experiencia tan simple como tener contacto
con los artesanos fue lo que le hizo reflexionar y repensar su forma de trabajo y que le cambio
la vida llenándola de alegría. La siguiente frase de Walt Whitman la utilizó en algunas de sus
conferencias y charlas: Aquel que camina una legua sin amor camina amortajado hacia su
propio funeral”.
La Iglesia de la Santa Cruz del Pedregal
Un recinto sagrado que combina lo mejor de la arquitectura mexicana con las tendencias
internacionales.
Habitual Taller de Arquitectura
Esta iglesia
representa una
búsqueda por la
innovación, lo
esencial y las
tradiciones.
Son muchos los mexicanos, que para crear sus ideas integraron las escuelas arquitectónicas
internacionales, con las tendencias nacionales. Dicha unión, se consiguió a través de la
incorporación de arte, materiales y formas que recuerdan la arquitectura prehispánica o
colonial. Uno de los que mejor logró hacer una arquitectura moderna y mexicana al mismo
tiempo fue Antonio Attolini Lack.
A diferencia de
otros arquitectos, la
carrera de Attolini no
muestra una
transición paulatina
de arquitectura
meramente
moderna a su
adaptación
mexicanizada. Sino
que en él, se puede
identificar con
precisión el
momento en el que
cambió de rumbo y
encontró un estilo
propio con su
proyecto más
conocido: la Iglesia
de la Santa Cruz del
Pedregal.
Si bien, su temprana
práctica
independiente tiene
claras referencias a
la arquitectura del
estilo internacional, como la de Francisco Artigas, con quien trabajó; y a la de Richard Neutra,
a quien tuvo la oportunidad de conocer; tras el proyecto de la Iglesia de la Santa Cruz del
Pedregal, Attolini se inclinó por una creación más artesanal, hecha con materiales
tradicionales (que contrarrestaran la homogénea arquitectura moderna) sin sacrificar su
búsqueda por la innovación y esencialidad.
A pesar de ser un proyecto basado en una estructura existente, diseñado por de José
Villagrán, que fue su profesor, la Iglesia de la Santa Cruz del Pedregal muestra características
únicas que están en los otros proyectos de Attolini, como el diseño de mobiliario y paisajismo,
así como sus recurrentes alusiones a la arquitectura colonial y prehispánica.
En esta construcción se puede contemplar, por ejemplo, una plaza de abierta, que remite a
las plazas de conjuntos ceremoniales prehispánicos y permite admirar el edificio con distancia
antes de entrar. Dicho espacio, además aleja al visitante del tráfico vehicular, pues se
encuentra disminuida en relación al nivel de la calle y está rodeada por una barda
compuesta por prismas rectangulares de concreto y vegetación.
Por otro lado, seis puertas que abren
completamente el espacio de la capilla
principal, estas se encuentran bajo un
pesado umbral que sirve como transición
entre exterior e interior y sobre el cual se
erige la estructura del techo característico
de la Iglesia.
Una de las casas diseñadas por él había sido comisionada por José Gálvez, propietario de la
empacadora de alimentación Conservas Gálvez. Construida en 1959, actualmente es
habitada por Maribel Gálvez, hija del dueño. La obra afortunadamente se conserva según el
diseño del arquitecto, a pesar de los cambios que ha experimentado la ciudad desde
entonces, en particular la salida del fraccionamiento hacia Periférico con más movimiento
vehicular que cuando se construyó; en su interior uno no se percata de ello, se convive en
una atmósfera de tranquilidad y silencio.
Esta obra se caracteriza no sólo por ser una de las más representativas del arquitecto Antonio
Attolini en El Pedregal, sino además por ser de las primeras casas construidas en los inicios del
fraccionamiento.
El elemento arquitectónico que consolida la obra es la cubierta con aberturas que enmarcan
los patios y el cielo; como sucede con la alberca, un espacio abierto que se vuelve íntimo
median-te las trabes que abrazan el espacio.
Es grato saber que una casa con tanta historia se ha conservado sin alteraciones por tanto
tiempo, además de que es valorada y apreciada por los dueños, quienes disfrutan habitarla
y compartir con la gente un poco de ella.
Agustín Hernández Navarro
Maestro de la conceptualización y de una capacidad
de síntesis única que le ha permitido crear un legado
arquitectónico fascinante, nos ha hecho ver con sus
ojos lo más valioso de su arquitectura, que es
auténticamente mexicana y universal.
El mundo prehispánico siempre fue su brújula, su faro. Zonas arqueológicas como Monte
Albán, Teotihuacán y muchas otras han orientado su trabajo sin caer en la copia fácil,
“folclorista”. La experimentación con módulos en planta y en elevación siempre han estado
presentes en su obra como en la Casa Silva (1969), la Casa Hernández (1970), la Casa Álvarez
(1976), la Casa Nekelmann (1979), entre otras. La obra de Agustín Hernández que es
considerada “escultórica” por varios especialistas gracias a sus diseños inolvidables y
audaces. Hernández ha puesto frente a nuestros ojos nuevamente el valor plástico de nuestra
arquitectura mexicana, casi perdido por las modas existentes. Son famosas sus
conceptualizaciones (dignas de un profundo y elaborado estudio) que sintetizan la cultura,
la técnica y el espíritu de México de todos los tiempos.
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Entre sus premios y participaciones relevantes destacan el Premio de Laboratorio Clarion
American Richter de México (1965); el Premio de la Asociación de Industriales del Estado de
México (1965); el Premio Nacional del Pabellón de México de la Expo 70 en Osaka, Japón
(1970); quinto lugar en el Premio Internacional Dome, en Colonia, Alemania (1982); Medalla
de Bronce de la tercera Bienal de Arquitectura en Sofía, Bulgaria (1987); Medalla de Bronce
de la tercera Bienal de Arquitectura en Buenos Aires, Argentina (1989); tercer lugar en la
Primera Bienal de México (1990); Medalla de Oro de la segunda Bienal de México (1992); el
Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes en el año del 2003 y la Medalla
de Oro XI Trienal InterArch 2006 en Sofía, Bulgaria.
Su obra arquitectónica y escultórica ha sido expuesta en el Museo de Arte Contemporáneo
(MARCO) de Monterrey, Nuevo León, en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, en el
Palacio de Bellas Artes y en el Instituto Politécnico Nacional de la Ciudad de México. Su obra
y su labor como arquitecto y docente ha sido expuesta, publicada y comentada en
innumerables medios, tanto nacionales como internacionales, exposiciones colectivas,
exposiciones individuales, en conferencias nacionales e internacionales y otros eventos de
relevancia.
Buscador de identidades, Agustín Hernández siempre ha sido un hombre inquieto. Sabe que
la historia en el campo de la arquitectura as muy importante, la toma y estudia arduamente
para todas sus creaciones. La arquitectura prehispánica, la conquista y la colonia son sus
fuentes de inspiración para la nueva arquitectura mexicana que con los años ha venido
creando. De estas tres, definitivamente la más importante fuente de donde abreva es la
arquitectura prehispánica, esa arquitectura de las ruinas que han llegado hasta nosotros y
que está llena de contenidos a veces misteriosos. Él, como Diego Rivera en el campo de la
pintura, toma de las ruinas toda su esencia para plasmarla en cada uno de sus proyectos de
manera magistral. Sabe que el pasado alimenta el presente y que le ayudará a proyectar su
trabajo hacia el futuro. Su arquitectura es de raíces, pero al mismo tiempo es contemporánea
y ha trascendido el paso del tiempo, no es una arquitectura de moda.
Esta búsqueda de la identidad mexicana no ha sido fácil, de hecho, para él ha sido ardua,
complicada y es ahí donde radica el verdadero trabajo de un arquitecto de su categoría,
en sus conceptos. Hernández los tiene de sobra y es uno de esos “garbanzo de a libra” que
se dan de vez en cuando. Hernández crea conceptos arquitectónicos que son el alma del
proyecto, es el código genético de la obra misma. Arquitectura no es mera construcción,
como creen muchos, un diseño atemporal está repleto de mensajes ocultos. Es casi un
códice arquitectónico esperando a que un arqueólogo lo descubra y lo descifre. La
identidad mexicana que nutre el concepto nace de la cultura. La cultura de cualquier país
son sus raíces y en México lo que nos sobra es cultura. Agustín Hernández la ha explorado
durante toda su trayectoria, pero acepta que se ha “enganchado” más con la arquitectura
prehispánica más que con la de cualquier otro período de la historia de México.
Hernández saca de la cultura mexicana aquello que puede usar, rasca constantemente en
todo lo ancestral hasta llegar al tuétano. El trabajo del arquitecto también es como el de un
arqueólogo inquieto, esta búsqueda ha llevado a Agustín Hernández a crear una
arquitectura genuina y representativa de México profundamente personal. En México no hay
solamente un tipo de arquitectura que nos representa, son muchas. Hernández ha creado
una. México es un mosaico de arquitecturas.
A los mexicanos la cultura nos debería de importar mucho más. Agustín Hernández y su
búsqueda de conceptos arquitectónicos son un verdadero ejemplo de esta actitud curiosa
e insaciable de aprender. Dice él que no se pueden importar fórmulas extrañas de hacer
arquitectura a nuestra idiosincrasia y es totalmente cierto. Las costumbres, el clima, los
materiales y todos los ingredientes de una buena arquitectura son diferentes en cada estado,
en cada país y en cada región,por eso es una tontería buscar la estandarización en el campo
de la arquitectura como lo tratan de hacer muchos en pos de “utilidades” y por “pereza
mental”. Hernández nos invita a buscar la aplicación regional de la arquitectura en cada
lugar en donde se realice algún proyecto tomando en cuenta todos los recursos disponibles
para que finalmente sea una arquitectura adecuada a cada medio ambiente, a cada
realidad. La arquitectura siempre ha sido un traje hecho a la medida del cliente.
Desde joven Agustín Hernández fue rebelde, estuvo en contra de todo academicismo,
copias o recetas establecidas en la universidad o incluso en la práctica. Es por eso que con
el paso de los años ha llegado a ser uno de los arquitectos más originales y auténticos en la
historia de México. Durante muchos años, Agustín Hernández tuvo que escarbar, exprimir,
escoger y generar toda una síntesis arquitectónica que partiera de sus antepasados y así
proyectarla hacia el futuro y que también lo hiciera universal. Sin duda, Agustín Hernández lo
ha logrado, el conjunto de sus obras lo han hecho un “inmortal” no sólo en México sino a nivel
mundial. La obra de Agustín Hernández hace que México se manifieste abiertamente y nos
permite conectarnos con el resto del planeta por medio de invisibles vasos comunicantes. Su
obra ha sido reflexionada de acuerdo a nuestra realidad nacional y nuestra tecnología
disponible en cada momento de su creación.
Hernández crítica el hacer “la forma por la forma”, un formalismo que está en boga y que se
vende mucho hasta el día de hoy. Sus diseños tienen una profundidad inusitada y única ya
que solamente usa aquello que es útil y encendido. Por eso su obra habla por sí misma como
es el caso del Heroico Colegio Militar en la Ciudad de México, que es una verdadera obra
maestra por su diseño, detalles y majestuosidad.
La arquitectura prehispánica fue realizada para los dioses y para los astros. Estas
representaciones cósmicas conectaban a la arquitectura con el espacio exterior. Era una
arquitectura amalgamada por la religión y que abarcaba todas las artes posibles, eran obras
integrales y armonizadas totalmente con el ser humano. Con el paso de los siglos, el cambio
de la concepción espacial fue brutal, se pasó de espacios ampliamente abiertos a los
espacios cerrados, de claustro.
FORMAS Y SÍMBOLOS
Una forma superficial de analizar la obra de Hernández es solamente por sus formas, por su
“formalismo”. Él siempre ha buscado ir más allá en este sentido. Por eso en alguna ocasión
comentó: “La forma por la forma es la antítesis de la buena arquitectura”. Por lo tanto para
analizar sus proyectos debemos de hacer una lectura con lupa de cada una de sus
soluciones, de sus detalles y de sus propuestas. La obra de Hernández no solo hay que
disfrutarla de un vistazo sino que hay que reflexionarla.
Óculos (ventanas dirigidas) que vienen de la Colonia, taos (cruces invertidas) que
representan la lluvia, el agua, el sol y el vapor; serpientes, círculos que forman parte de los
mándalas de la India, las grecas que representan el ascenso espiritual, los mascarones de la
arquitectura maya, las palapas que inspiraron su oficina, la naturaleza sigue siendo su gran
maestra. Su vida ha sido observar, meditar y reflexionar como los grandes maestros de la
arquitectura mundial. La arquitectura de Agustín de Hernández se puede presumir en
cualquier latitud.
Un lenguaje rico en recursos, los caracoles (o la espiral logarítmica), las aletas, el cuatro como
número mágico, la lucha de fuerzas contrarias, las pérgolas (que por cierto no le gustan
mucho sus sombras), las celosías, las ventanas cenitales que nos permiten la sincronización
con el tiempo, el uso del ónix para generar efectos, las bóvedas, la poética de muro, el uso
del techo y muro como síntesis constructiva, los arcos, el talud, el azar de la imaginación, la
casa “máquina”, la casa en el “aire”, el uso del círculo, el cuadrado y el triángulo, todo lo
demás son derivaciones. Todo lo anterior ha dado como resultado un conjunto de obras de
absoluta singularidad y originalidad pocas veces vista. Su satisfacción arquitectónica radica
a veces en lo “pequeño” pero también en lo “grande”.
Heroico Colegio Militar
Las instalaciones del Heroico Colegio Militar son sin duda alguna, unas de las edificaciones
más singulares y de carácter más particular en México. Diseñado por el arquitecto Agustín
Hernández Navarro en colaboración con Manuel González Rul en 1976, este conjunto
arquitectónico militar se ubica a las afueras de la Ciudad de México buscando responder a
las necesidades que urgían a la Institución que alberga.
El Heroico Colegio Militar es un referente arquitectónico entre la obra de Agustín Hernández
y de México moderno, este edificio ubicado en la delegación Tlalpan de la Ciudad de
México, da cuenta además de la historia que llevó a consolidar este conjunto como la sede
actual de la institución que le da nombre.
Después de fundar esta institución en México a principios del siglo XIX, cuando se identificaba
como la Academia de Cadetes, los distintos gobernantes del país llevaron por direcciones
varias la trayectoria de la institución, entre cambios de sede y disoluciones, el Colegio Militar
se ubicó en más de quince locaciones antes de asentarse en el edificio actual. Finalmente,
cuando las circunstancias militares y gubernamentales lo permitieron, se abrió a concurso el
desarrollo de las nuevas facilidades para el Heroico Colegio Militar, ya que la sede que le
precede, ubicada en el Edificio de la Escuela Normal para Maestros (Colegio Militar), Popotla,
Tacuba, no respondía a las necesidades castrenses que iban desarrollándose en paralelo con
la Ciudad de México alrededor de los años 70s.
Así fue como en 1976, el proyecto presentado por Hernández Navarro y González Rul fue el
seleccionado para dar lugar a la formación del cuerpo militar del país. El proyecto
presentado por ambos arquitectos rescata una de las dimensiones más constantes en el
trabajo de Agustín Hernández: la valoración de elementos de la cultura local combinados
con elementos acuñados por la modernidad.
En el caso particular del Heroico Colegio Militar, Hernández Navarro señala la relación
estrecha entre el planteamiento de conjunto y la concepción contemporánea de lo que
solían ser las construcciones prehispánicas, desarrollando más interés en los volúmenes y
menos en los espacios interiores de los edificios mesoamericanos. De acuerdo a Agustín
Hernández, la apreciación de expresiones de orden en sitios arqueológicos mexicanos, y su
reinterpretación al momento de encontrar solución para el programa del proyecto, le otorga
un valor agregado a la resolución de conjunto propuesto.
“La obra más grande que he realizado es el Heroico Colegio Militar porque es un conjunto
urbano con una estructura muy organizada. Fue muy difícil conciliar los espacios, la
volumetría, las áreas abiertas y el funcionamiento interno de todos los cadetes en formación,
para que tuviera todo un orden”
El valor simbólico de las partes dio pie a la expresión formal de todas las edificaciones; la
fachada principal del Edificio de Gobierno se presenta casi como un mascarón de
Huitzilopochtli, dios de la guerra entre los mexicas. Amplios ventanales toman el papel de ojos
para la deidad, la que sería una boca estilizada conduce hacia la Sala de Banderas, y a
ambos lados de la estructura principal se erigen seis monumentos en honor a los Niños Héroes
de Chapultepec.
Los dormitorios tienen también una explicación simbólica derivada en expresión formal, estos
espacios a través de ventanales y conductos de ventilación, pretenden recordar seis águilas
protegiendo a sus aguiluchos con las alas plegadas. El picadero y las caballerizas representan
un escudo de guerra mexica. Todas estas representaciones, si bien evocan elementos
prehispánicos claros, se unen con esfuerzos formales de los arquitectos para dar lugar al futuro
desde la comprensión del pasado, más que una réplica de motivos pasados se apuesta por
un edificio contemporáneo habilitado para recibir el porvenir.
El edificio del Heroico Colegio Militar se explica casi por sí mismo; el carácter inconfundible,
los materiales y la disposición de los espacios responden solo a la particularidad del
requerimiento y de los arquitectos que lo diseñaron. A casi 40 años de su edificación, es difícil
fijar la obra en un tiempo, como con otras obras de Agustín Hernández, la propuesta formal
trasciende las expresiones temporales y perdura como una obra detenida en un tiempo
incierto.
Taller de Arquitectura
“Este taller llena todo lo que he buscado en la arquitectura, que estructura, forma y función
sean una unidad. Es algo que nos enseña la naturaleza. Ya desde cuando estamos diseñando
una estructura, esa estructura nos va a dar espacios, espacios diferentes, espacios que
hablan, otros cantan, otros nos invitan a la acción, otros nos invitan al reposo… En fin, el
espacio se apodera de nosotros, nosotros de él; si estamos en un cuarto cúbico, somos cubo,
si estamos en un espacio esférico, nos sentimos esfera… esa simbiosis que existe entre el
espacio y el hombre” (Agustín Hernández).
Para generar esta inusual estructura, este arquitecto se inspiró, durante una estancia en
Acapulco, en las palapas de los lugareños para crear el concepto de tensión-compresión, lo
que resulta en cuatro prismas de hormigón con agregados de mármol -dos a compresión y
dos a presión, dos pulidos y dos martelinados- buscando un equilibrio estructural.
El volumen se genera a partir de la relación entre cuatro elementos en forma de “T” que se
giran 60 grados desde la línea horizontal, y encajados al sólido elemento central. Esta
composición genera tensión al desafiar al gravedad, pero está tan bien calculada y resuelta
que se siente el equilibrio en el que están todas sus piezas. La dualidad entre tensión y
compresión en este impresionante edificio de hormigón, se da en la relación del volumen
que se apoya en el terreno y el invertido que se eleva hacia el cielo.
El acceso al taller es por
su parte superior, a
través de un recorrido-
puente, actuando
como el único
elemento que conecta
físicamente el taller con
la naturaleza
circundante. Una vez
dentro, se presenta un
recorrido vertical que
serpentea a través de
este volumen sin
revestimiento al igual
que en el exterior.
Este inusual proyecto, elevado 40 metros del suelo, es parte de las obras más importantes del
arquitecto, obras que tienen una gran fuerza escultórica, con referencias a la arquitectura
mexicana prehispánica, pero sin repetir las formas, para generar una arquitectura moderna
que perdura en el tiempo.
Arquitecto: Agustín Hernández Ubicación: Bosque de las Lomas, Ciudad de México, México
Año Proyecto: 1975 Referencias: Moleskine Arquitectónico, scribd Fotografías: Usuario de
Flickr: Omar Omar, scribd, Mis Memorias, Moleskine Arquitectónico, skyscrapercity
Alejandro Zohn
En un país tan centralizado como el nuestro, en ocasiones nos olvidamos de los creadores
que dejan huella más allá de la Ciudad de México. Este ha sido el caso de Alejandro Zohn
(1930-2000), un arquitecto que en gran medida definió el rostro moderno de Guadalajara.
Austriaco de nacimiento, pero mexicano por elección, Zohn fue un sobreviviente del
holocausto; tras la invasión nazi, su familia se vio obligada a abandonar Viena y refugiarse en
nuestro país, estableciéndose en Guadalajara, ciudad en la que el futuro arquitecto radicó
toda su vida y en la que se formó primero como ingeniero y después como arquitecto, siendo
alumno de Matías Göeritz, Ignacio Díaz Morales, Bruno Cadore y Horst Hartung Franz, quienes
influyeron en sus propuestas arquitectónicas.
A partir de la década de los 50, la obra de Zohn comenzó a ser un referente obligado de la
arquitectura moderna de Guadalajara. A decir de los críticos: “Sus innovadoras propuestas
espaciales y estructurales permiten ver claramente su formación como arquitecto e
ingeniero. La volumetría de sus edificios se resuelve con un solo material, por lo general en
concreto.” También se ha dicho que “en sus obras habitacionales aparecen con claridad
algunas constantes como la obsesión por la privacidad y el cuidado en los remates superiores
de los edificios, así como el permitir que los elementos estructurales traspasen los límites del
cuerpo construido”.
Entre sus construcciones –que hoy son estructuras icónicas de la cotidianidad tapatía-
destacan: el Mercado Libertad, la Unidad Deportiva López Mateos, el Internado Cervantes,
el Hotel de los Reyes, la Unidad Deportiva y el Parque 14 de Febrero, la remodelación de seis
estaciones subterráneas de la Línea 1 del Tren Ligero y diversos edificios de oficinas, iglesias,
centros comerciales y casas. También participó en el trazo urbano de Puerto Vallarta y realizó
el mejoramiento vial y visual del centro de Tlaquepaque.
Si tienes planeada una visita a Guadalajara, no dejes de conocer algunos de los edificios de
Zohn, un arquitecto que apostó por el futuro.
Mercado Libertad
En el caso del
Mercado Libertad
resulta una obra
significativa, entre
otras razones, por el
uso de paraboloides
hiperbólicos que
muestran amplias
áreas sin apoyos.
Este mercado, nos
informa Louise
Noelle en
Arquitectos
contemporáneos
de México, “fue
remodelado 20 años
después por su autor. Desempeña funciones comerciales tanto populares como turísticas,
con 2,700 puestos, repartidos en tres niveles”. Acerca del proyecto original, en Alejandro
Zohn, entorno e identidad, se lee: “El edificio se proyectó para cerca de dos mil puestos, con
una superficie construida de aproximadamente 31 mil metros cuadrados. Además del área
comercial, tenía estacionamiento en azotea para 240 autos. La estructura se diseñó en
concreto, con modulación de 6 x 6 metros. Las cubiertas planas con grandes capiteles
piramidales, para las fuertes cargas. La sala central se cubrió con cascarones alabeados, en
claros de 18 x 18 metros (su apariencia de mantas tendidas ofrece cierta similitud con las
lonas de los tianguis, aunque esta relación nunca fue intencional). Cabe decir que la
necesidad de requerir de un área mayor fue lo que motivó su remodelación a principios de
los ochentas, mientras que en la década de los noventas también fue objeto de un
remozamiento general.
De este mercado, el propio
Alejandro Zohn escribió: “Si
bien en el Mercado es
probablemente más clara la
percepción de estructura
(tanto en las formas
piramidales como en los
cascarones alabeados de la
sala central), también es
cierto que en muchos
elementos hay un enfoque
escultórico. Por ejemplo, en
la forma de manejar los
bordes de la cubierta
alabeada, con una serie de
picos que apuntan al cielo.
Igual intención se tiene en la
escalinata del patio central,
en los puentes peatonales y
en algunos remates y entronques de muros”.