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Teología del ícono cristiano

Virgen del Signo


(también llamada la Orante)

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“Virgen del Signo”

“La Virgen del Signo” (Orante)

En el origen de esta imagen mariana están sin


duda las figuras orantes, conocidas en el mundo
antiguo, representadas también en las catacumbas
romanas. Expresaban toda la tensión relacional del
hombre como ser creado por Dios y, por tanto,
orientado a Él. Por expresaban también toda la
carga de la verdadera piedad, es decir, de la oración.
Podrían ser interpretadas fácilmente como símbolo
de la Iglesia o de María orante. «Cuando te dispones
a rezarle a la Reina Madre de Dios – escribe San Juan
de Kronstadt, un taumaturgo ruso reciente – estate
firmemente convencido de que no te irás sin recibir
la gracia. Pensar así y estar persuadido de esto,
cuando se trata de ella, es algo digno y justo».

Esta imagen de María orante recibió en Rusia


el título de Znamenie, milagro, signo, en referencia
al versículo de Isaías 7,14: «El Señor mismo os dará
un signo: la virgen concebirá y dará a luz un hijo». Es
un icono hecho sobre la imagen de la Santa Sofía, la
sabiduría divina de Kyiv. La actitud y la posición de

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Teología del ícono cristiano

Santa Sofía y de esta Virgen son idénticas. Hay, por


lo tanto, algún nexo profundo entre estas dos
imágenes. La Sofía se entiende como unidad entre lo
divino y lo creado. Y la Virgen es el lugar de este
encuentro. En ella el Verbo se ha hecho hombre. Y la
oración misma se coloca en esta realidad dialógica
divino-humana.

La oración es un hecho universal que, sin


embargo, recibe en el cristianismo un significado
especial: es esencial-mente cristológica, sube al
Padre por medio de Cristo. «Si pedís algo al Padre en
mi nombre, él os lo dará» (Jn. 16,23). En nombre de
Cristo, por medio de Él: no es una invocación
jurídica, puramente exterior. El “nombre” estaba,
para los judíos, íntimamente ligado a la persona.
Hecha en nombre de Jesús, nuestra oración es una
participación en la oración de Cristo; Él mismo reza
dentro de nosotros y de este modo somos atraídos
al diálogo que Él mantiene con el Padre.

En el icono está representado el Verbo de


Dios en María, también Él como figura orante, pero
que al mismo tiempo ya otorga la bendición. Se

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“Virgen del Signo”

subraya de este modo que, desde que la Theotókos


ha acogido al Verbo y lo ha empezado a llevar,
también ella está haciéndose conforme a lo que
lleva en su seno. María ora en Cristo, o sea, participa
en su oración y así se hace parecida a Él. La oración
hace al hombre cristoforme. La actitud de la Virgen
es la misma que la del Hijo: su actitud y su posición
son determinadas por Él.

La oración de María es toda en Cristo, por


Cristo y es, por tanto, indudablemente escuchada.
Por este motivo el pueblo cristiano recurre siempre
a la oración de la Madre de Dios en cualquier
tribulación. Pero toda la oración no se agota con las
peticiones dirigidas a Dios. Su otra definición
tradicional es «elevación de la mente a Dios», es
decir, la contemplación. Se está atento a Dios y Dios
desciende al corazón del hombre.

Se habla de la presencia divina “por medio de


su fuerza”. Esto se corresponde bien con las
revelaciones bíblicas: el lugar de Dios es aquel en el
que se siente operante su fuerza. Con la mentalidad
griega se corresponde mejor lo que se llama la

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“presencia intencional”. Por medio del pensamiento,


del recuerdo, hacemos presente aquello de lo que
estamos separados por el espacio y el tiempo.

En la anámnesis litúrgica estas dos visiones se


unen y el “recuerdo” adquiere una fuerza operante
sacramental. Partiendo el pan, recordamos la
muerte y la gloria de Cristo. Él está presente en
nuestra mesa eucarística como Aquel que es
recordado y se recuerda a sí mismo viviendo entre
nosotros.

Este icono hace ver cómo tiene lugar en


María un proceso similar. Los mariólogos dicen que
la Virgen concibe primero en el corazón, donde ha
puesto toda su atención a la Palabra y después en su
cuerpo. Su “recuerdo” de Dios, con la fuerza del
Espíritu, se ha hecho carne. Ella es, por tanto,
prototipo de los misterios que se celebran en la
Iglesia: Cristo es recordado e inhabita en la Iglesia
hasta el momento en que vendrá como
cumplimiento visible de la esperanza de aquellos
que dirigían su oración a Él a través de los siglos,
hasta que sea todo en todos.

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“Virgen del Signo”

Por eso bajo los pies de la Virgen hay un cojín


rojo. Es el cojín del trono del emperador de
Constantinopla, para indicar la realeza. Los Padres
veían en este cojín el cosmos, el mundo creado:
todo el universo se hace pequeño ante la figura de la
Virgen, que es ya imagen del mundo nuevo, que
lleva en sí al Cristo y que está formado conforme a
Él. Por eso una oración bizantina dice que María es
más grande que los cielos, porque ha llevado en su
seno a Aquel que los cielos no pueden contener.

Cuando Dios se hace huésped del hombre, no


lo destruye, ni lo disminuye o lo aliena, sino que lo
coloca en su verdadero lugar, como dominador del
universo. El hombre es más grande que el cosmos,
no es determinado por éste, sino por el Verbo.
Pertenece a Dios, no a la tierra.

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Teología del ícono cristiano

¡Virgen Madre, Alégrate!


Himno de San Nectario

Señora, oh purísima Doncella, nuestra Reina,


Oh Madre del Altísimo, fragante azucena.
¡Más amplia que las nubes!
¡Más brillante que los astros!
¡Esplendorosa más que el sol!
¡Más alta que los cielos!
Los celestiales Ángeles admiran tu pureza.
Los hombres honran con fervor tu virginal belleza.

Del mundo Reina eres tú, María, Siempre Virgen,


Doncella y Purísima Virgen y santa Madre.
Adorna mi espíritu, oh Novia sin mancilla,
Con tu divino júbilo, santísima doncella.
¡Más elevado tu honor, que el de los querubines!
¡Y tu esplendor es mucho más que el de los
serafines!

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“Virgen del Signo”

¡Alégrate, oh cántico dulcísimo y fino,


¡Veneración querúbica, loor de serafines!
¡Alégrate, profunda paz y puerto apacible!
¡Del Verbo, bello tálamo y flor inmarcesible!
¡Vergel feraz bellísimo de vida perdurable!
¡Árbol de vida, alégrate, oh fuente inagotable!

Te ruego, oh Santísima, suplico me acojas;


Oh Reina, te invoco elevando oraciones.
Doncella, cual santísima, sin mancha Virgen Madre,
A ti suplico con fervor, oh templo venerable:
Ampara y líbrame del mal que cruza mi camino;
Cual heredero, acéptame en el divino Reino.

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