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Ocurre con el misterio de la vida que uno se pregunte el por qué y para
qué, en distintas etapas del desarrollo humano, aunque unas veces de
manera más radical que en otras; luego de un pequeño paseo en el
silencio de la poesía en algún momento me hice preguntas ineludibles:
¿Por qué la poesía? ¿Qué tiene de exuberante o maldición? En mi
respuesta caí en la cuenta de que la poesía podía ser la voz de mi silencio.
Recuerdo que me era muy difícil y hasta quizá imposible decirle a una
chica de mi inagotable amor por ella; en pocas palabras, tuve un miedo
atroz a hablar. Ahora estoy convencido que esa es la razón de mi escritura
y sobre todo, de mi poesía. Después de leer a García Márquez, siempre
quise decirle a alguna mujer que llegara a ser imprescindible en mi vida,
que quería quedarme en sus sueños hasta la muerte; la persistencia es
un buen antídoto contra la melancolía o el mismo silencio. Ese momento
llegó un día de Julio en pleno invierno oriental porque encontré esa dama
y no dudé en pedirle quedarme en sus sueños; sin duda que la poesía me
ha servido para viajar por la órbita celeste de esa mujer, sin miedo alguno
pues aprendí a hablar con ella.
Los poemas de mi libro Secreto inescrutable los empecé a escribir por esa
necesidad irrenunciable de contarle a una mujer que no pude resistir su
mirada o que la amé desde el primer momento sin que ella lo supiera.
Slovan Zizek, filósofo esloveno, dice que aquello que sucede entre dos
personas que se aman, nadie conoce con exactitud lo que pasa y pasó,
sino solo los amantes. La poesía de amor es un intento por desvelar ese
secreto entre dos; por eso la palabra se eleva por encima de la razón para
divinizar o endiosar las cosas y personas, por tanto, estoy convencido que
la palabra poética siempre diviniza el amor, el único amor, el humano.
Enseño literatura desde hace tres lustros, pero los poetas y la poesía me
han enseñado mucho más de lo que yo puedo dejar en mis clases, y
aunque eso me apena un poco, no tengo duda de que seguiré por los
caminos de la literatura mientras el silencio y la palabra o el silencio de
las palabras broten de mí como el pasto en un extenso campo verde. Leer
y escribir son dos caras de una misma moneda: la imaginación creadora
de los seres humanos. Mientras escribo poesía sigo sin pestañear al pie
de la letra esos memorables versos del poeta romántico italiano, Giacomo
Leopardi: “Así que en esta/ inmensidad se ahoga mi pensamiento/ y
naufragar me es dulce en este mar” (Immensitá s’annega il pensier mio:/
E il naufragar m’é dolce in questo mare).