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Vivimos en un sistema capitalista. El capitalismo es un hecho.

En él se generan
terribles desigualdades tanto sociales como salariales: ricos muy ricos, pobres
muy pobres y todas las consecuencias que esto trae a distintos niveles, como el
social o el familiar.

Pero no podemos entender este sistema solamente como un sistema económico


con todas las catástrofes que trae, sino que va mucho más allá. Es un sistema que
también nos configura, que nos moldea, que nos hace ser como somos y pensar
de la manera en que pensamos. Es decir, nos afecta mucho más allá que a
nuestra cuenta bancaria (y toda la extensión de cuestiones que esto puede
desencadenar).

A nivel individual, yendo más allá cómo nos pueda afectar tener más o menos
dinero, poder acceder más o menos a él -que, insisto, ya es mucho- el sistema
capitalista contiene una serie de doctrinas e ideologías que nos calan a nivel
individual y llegan a formar parte de nosotras mismas. Y como tantas de las ideas
que se nos inculcan desde la infancia, llegamos a interiorizarlas tanto que ni las
cuestionamos. Son ideas que se anclan como única perspectiva posible del
mundo y de nosotras.

Una perspectiva que nos aleja como individuos, nos desune y nos enfrenta.

Competitividad alentada por el capitalismo


Diciendo esto no desvelo ningún misterio. Que el capitalismo es un sistema que
fomenta la competitividad es algo innegable. Esto tiene claras consecuencias a
nivel social, laboral e interpersonal. Porque las relaciones más íntimas, ya de
amistad o de pareja, también pueden verse intoxicadas por la competitividad. Una
competitividad basada en una comparación malsana donde “la que tiene más” o
“la que es más” gana. La necesidad de “ser más” o sentirse superior a alguien
puede dañar seriamente los pilares de cualquier relación. Así no nos podemos
disfrutar ni a nosotras ni a las demás.

Pero es que, además, una de las peores formas de competitividad a la que nos
empuja el sistema capitalista es para con nosotras mismas. El capitalismo nos
confronta con nosotras, no se conforma con quienes somos y no nos deja sentir,
nunca, que somos suficiente. Nos pide que seamos más, que hagamos más, que
produzcamos más. Que seamos, al fin y al cabo, otra cosas que no somos.

Si no fomenta esta competitivdad, ¿a quién le va a vender productos para que se


sea diferente? ¿Cómo va a ganar el bienestar frente al comercio
de cualquiercosa para que te veas y para que seas diferente? No tan gorda, no tan
arrugada, no tan canosa, no tan velluda. ¡Supérate! Ve más allá. Cambia. Y si no
cambias es porque no quieres.Porque esta es otra que nos venden: tú puedes ser
tanto como quieras y quien quieras ser. Si te aceptas y no cambias es porque no
te da la gana, porque lo tienes todo a tu disposición para hacerlo.
Deja de ser tú para ser algo mejor.

Hunde lo que eres y construye algo más bello. Y necesitas nuestros productos
para ello.

El capitalismo te dice que compres para cambiarte, que te analices todo el rato. Y
el patriarcado se encarga de darle forma a estos dictados.

Acumulación de capital: mirar al futuro


Este sistema tampoco es amigo del aquí y el ahora. Uno de sus máximos dictados
es “producir” y acumular. Más, más y más. Y esto es algo que siempre nos
proyecta en el futuro. Si lo que esperamos es tener más, acumular más, la
respuesta no es el momento presente, siempre está en otro lugar que no ha
llegado.

Nos saca del presente porque nos proyecta a un futuro en el que tenemos que
tener más dinero, tenemos que tener más cosas, tenemos que tener una casa
más grande. Para poder ser más felices. Porque tener es felicidad. Tener es ser
completo. Y aunque se sabe que tener más no nos hace más felices, el
capitalismo nos vende una idea de felicidad ligada a las pertenencias y nos dice
que es siempre lineal: cuanto más tienes más feliz serás.

Y no podemos quitarnos esta idea de la cabeza, sacándonos, así, del momento


presente.

Tanto tienes tanto vales


También tiene consecuencias para la autovaloración, porque el capitalismo nos
enseña que, si eres buena en algo, te pagarán con ello. Nos dicen que tu calidad
se va a ver remunerada. Esto se traduce en que si eres lo suficientemente buena
en cualquier campo tu futuro debe estar rodeado de billetes. Te llueve el dinero
nada más abrir la boca, vamos. Pero esto es una falacia. Porque para poder ganar
dinero con algo en lo que eres buena tienen que darse muchos factores que no
necesariamente se van a dar. Y que no ganes dinero con algo no quiere decir que
no seas buena en ello.

Es la idea de tanto tienes tanto vales. Nos puede empujar a una perpetua
insatisfacción vital, ya no sólo en cuanto nos dice que siempre necesitamos más
objetos de los que tenemos, sino en cuestiones de autoestima ya que “si no ganas
dinero con lo tuyo es porque no lo haces lo suficientemente bien”.

Crecer sólo en una misma: del individuo al


aislamiento
El capitalismo es la cultura del individuo como ente aislado. Prima en él esta
individualidad negativa, en la que mirar al del lado resulta mirar al enemigo, mirar
al que nos puede quitar y no a alguien que nos pueda hacer crecer. Nos fomenta
el mirar con desconfianza y convierte al otro en sospechoso, lo que nos lleva a
encerrarnos más en nosotras mismas. Nos aislamos porque tememos al otro. “No
te fíes porque te puede quitar el beneficio propio”.

Nos hace sentirnos separadas y fomenta un individualismo que no tiene en cuenta


que los cuidados entre nosotras son necesarios para el bienestar. Porque lo que
hace en realidad es que confundamos la idea de independencia con el total
aislamiento. Cuando el capitalismo nos dice: “sé independiente” en realidad nos
dice que nos aislemos. Que no nos fiemos del otro. Ya sabes: el otro es el
enemigo.

No fomenta una individualidad sana, una individualidad que sirva para conocerse y
quererse, sino, como decía antes, fomenta una individualidad autocompetitiva en
el que la aceptación el cuidado profundo y propio no se incluyen (esto no vende
productos). Porque fomentar una individualidad sana pasa por fomentar una red
de afectos: todas necesitamos de los demás para sentirnos bien y completas.
Porque, repito, una cosa es ser independiente y otra muy diferente estar aislada, y
esto a nivel de bienestar tiene una relación diametralmente opuesta.

El cuidado es ese algo que no da dinero. Es ese algo feminizado e invisibilizado,


dos características que son más que suficientes para que el capitalismo y el
patriarcado no lo valoren como merece y que nos transmitan esa idea de forma
activa y pasiva.

Y es que un ser social como somos no puede sentirse del todo bien si no tiene a
otres a su alrededor que le proporcione cariño y cuidado. ¿Esta frase te suena
dependiente? ¿Te suena a ser débil o blanda? Felicidades, el capitalismo está en
tu mente reinando. Necesitar afectos no te hace débil ni dependiente. Te hace
humana.

Si el cuidado diera dinero y estuviera asociado a lo masculino sería uno de los


valores predominantes en nuestra sociedad.

¿Individualidad o individualismo?

Publicado el 28 de Junio de 2009 por Viviana Schafer


Todos sabemos que cada individuo es único e irrepetible. Somos seres individuales con
características propias, lo que nos hace diferentes al resto de las personas.

El problema del individuo radica cuando pierde su individualidad para volverse individualista.

Un ser individualista es una persona que practica el individualismo. Esto significa que dicho ser se
aísla de manera egoísta, y obra según le parece, sin importarle los sentimientos de los demás.

El egoísmo no es algo inherente al individuo. No nacemos egoístas, sino que nos hacemos. Los
individuos van adquiriendo ciertas características peculiares según su formación y experiencias. A
medida que crecemos se forma nuestra personalidad.

¿Cuándo dejamos nuestra individualidad para darle lugar al individualismo?

Creo que nuestra individualidad es lo que nos hace seres humanos. Poder mostrar nuestra
personalidad, nuestras cualidades y hacerlas valer pero sin pasar por arriba de los otros. Poder
mostrarnos abiertamente tal cual somos, sin necesidad de aislarnos de la sociedad y querer ser
mejor que el resto.

Pienso que el individualismo aparece cuando sentimos miedo. Cuando queremos defendernos o
resguardarnos de algo. Principalmente del miedo a sufrir o a ser rechazados.

El egoísmo es una barrera protectora que en vez de salvarnos nos destruye. Nos deja encerrados
en nosotros mismos, sin poder ver más allá de nuestras narices. En cambio la individualidad, nos
permite ser individuales, mantenernos y seguir en nuestro camino, pero estar atentos a lo que nos
rodea. Nos permite vivir individualmente, compartiendo con otros.

Hay muy pocos seres que pueden separar su individualidad de su individualismo. Para eso es
necesario despojarse de los miedos. Es la única manera en la cuál podemos vivir libremente y sin
lastimar a otros.

En este sistema social y económico, rigen las leyes de la oferta y la


demanda, y también en el amor, porque cuanto más ofrezcas y pagues,
mejor será el producto o la persona que tengas, e incrementarás tu
abanico de posibilidades donde elegir. La regla fundamental del sistema
es qué ofreces, y en consecuencia qué obtienes. Es un toma y daca. Si no
ofreces nada, casi seguro que terminarás sin nadie a tu lado, y cuanto más
sea lo que ofrezcas, en consecuencia mejor será la contrapartida que
saques. Por lo que no hay más libertad real que la de elegir, y el que más
tiene es el que más elige, por eso los pobres son esclavos de su propia
vida y de la sociedad. Así que no son nuestras habilidades como
demuestran como somos, sino nuestras elecciones, el que no puede elegir
no es nada, no existe para nada ni para nadie.
La vida es un libro abierto, te lo enseña todo, la cuestión es si tú lo ves o
no lo ves. De la gente no puedes esperar nada bueno, más que falsedad,
decepciones, hipocresía, interés, egoísmo y mentiras, por lo que no se
trata de cómo te traten los demás, si no de como te trates tú a ti mismo…
A veces te puedes sorprender si recibes felicidad, amor y buena
compañía, pero tampoco hay que volverse loco por ello, verlo como algo
puntual y circunstancial porque todo bueno acaba… Vivir es un
aprendizaje y muchas veces se aprende más de las cosas malas que te
hacen que de las buenas que te vienen. No hay que dar ningún poder a
los demás sobre ti mismo, tanto que te afecte a tu vida personal y
deteriore tu salud por lo que te puedan hacer. Para mi la existencia me
sirve para escribir no hay mejor manera.
La única libertad existente para la mayoría de la gente que no tiene nada,
está en trabajar en lo que sea y les quieran dar o morirse de hambre. En
consumir, esa es la libertad que nos venden, entre elegir entre una u otra
marca inducidos por los medios y la publicidad. En una cultura en la que
prevalece la orientación mercantil en el amor y en la que el éxito material
constituye el valor predominante en las relaciones sentimentales, no hay
en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas
humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el
mercado de bienes y de trabajo, llamado mercado del sentimiento… Un
mundo de cosas materiales por las que luchan diariamente, que es el
cebo por el que la gente se mueve. Viven para consumir, el deseo
comprar les atemoriza, propagando la cultura de que el que más adquiere
y atesora, vale más, e inculcándoles que la felicidad consiste en hacerse
con todo lo que anuncian. Se crea necesidades a la gente que no tenía
para obligarles a esclavizarse a un trabajo de por vida que les atormenta
como una tortura, y para de esa forma poder obtener y satisfacer sus
impulsos sexuales que van unidos al consumo. Porque el sexo va unido al
consumo casi siempre en este sistema materialista, en el que más
consume más sexo practica y en más variedad…
Pero la única esclavitud que vale la pena vivirse de verdad, es la del amor
y no la del dinero. Es el amor lo que nos puede liberar de todo esta
esclavitud consumista, porque el amor no escucha razones y solo él tiene
su voz y lenguaje propios que es imprescindible saber entender y
escuchar en todo lo que nos pasa para ser libres de verdad, ya que tan
sólo el amor nos permite escapar y transformar la esclavitud del sistema
impuesta en libertad… Sólo somos libres cuando hemos podido suplir
todas nuestras necesidades, lo que nos puede permitir afirmar que el
amor como necesidad no puede tener contenido de libertad.
Existe un mercantilismo en todos los aspectos de la vida, tanto en lo
económico como es lógico, como en lo sentimental, como en lo laboral y
lo social, todo son mercancías que se compran y venden. Es un mundo
muy inestable… nada es seguro, igual hoy tienes y estás, y mañana no
sabes dónde vas a estar y lo que vas a tener…
El desengaño amoroso se produce cuando esperamos que los demás nos
amen de la forma que nosotros queremos y tal y como nosotros amamos,
pero nunca como debería hacerse en realidad, en libertad, sin control, sin
estrategias, sin manipulaciones, guiados por el corazón, sin esperar nada
a cambio, un amor que no nos impida parar, que es necesario aprender.
En definitiva, no existe el amor como palabra en sí, sino solamente las
demostraciones y la pruebas de amor.

Hoy en día ya no importa cuánto vales sino cuánto tienes, no importa cómo eres
sino cómo te ve el resto, nadie se preocupa por el valor interno y todos califican a
las personas en función de la imagen externa, porque la sociedad actual está
basada en la apariencia.
La apariencia económica es esencial para hacerse un hueco entre los elegidos. En
las reuniones de amigos ya no se pregunta en qué trabajas sino cuánto ganas con
tu trabajo, ya nadie debate sobre polémicas socioeconómicas pero sí sobre la
forma más rápida de hacer dinero.
El cómo ha dejado paso al qué, ya sólo importa conseguir lo que se busca, llegar al
final sin importar lo que se deja atrás, olvidándose de amigos, familiares y, por
supuesto, compañeros. Estar en la cresta de la ola, llegar al éxito supone tener más
que los demás, sin importar lo efímero que ésto sea o lo vacío que te encuentre la
cama al llegar a ella.
El mito del éxito ha sustituido al mito del buen salvaje, encontrarse a uno mismo
carece de todo sentido porque todos queremos encontrar nuestro propio El
Dorado, y por ello la crisis nos golpea con toda su crudeza porque lo sentimos en
lo más profundo de nuestros anhelos, ya no podemos consumir tanto como nos
gustaría y sin consumo no nos queda nada.
Porque habíamos organizado nuestra vida alrededor de la posesión, del tener, del
comprar, del superar a nuestros vecinos, de ir a la par con la última tecnología,
pero ahora no nos lo podemos permitir, y ya no recordamos que había otras cosas
en la vida.
Que la austeridad puede ser tan placentera como el derroche, aunque los políticos
se empeñen en echar por tierra esta afirmación, que no importa lo que se tiene
sino con quién se comparte, que el fracaso no es más que una convención social y
que el éxito se puede conseguir de multitud de maneras diversas.
Hace tiempo que me bajé del tren, porque no me gustaba su destino, abandoné el
consumo aparente por el consumo necesario, para mí, para mi propia felicidad sin
importar si se adecuaba a lo políticamente correcto o no, consumir lo que se
necesita, ahorrar el resto, vivir respetando a los demás, respetándose a uno
mismo.

stamos en una sociedad donde en general nos han enseñado que nuestra valía está asociada a lo
que tenemos, bien sea esto títulos, cargos o cosas materiales.

¿Cuánto nos ha afectado esto? Pues la mayoría de nosotros nos sentimos los reyes del mundo
cuando la cosa va bien: cuando nos ascienden, cuando estamos enamorados y nos corresponden o
cuando podemos comprar ese carro, traje o bien que tanto queríamos. Pero ¿qué pasa cuando
estamos atravesando una mala situación? ¿Cómo nos sentimos con esa vivencia? Todos tenemos
un revés en algún momento y seguro tú has vivido una experiencia de despido, te han dicho «ya
no te quiero» o has estado sin dinero en el bolsillo. Tal vez incluso la estés viviendo ahora mismo.

¿Qué hacer en esos casos?

La vez pasada compartí sobre un momento de mi vida donde un grupo de gente que trabajaba
conmigo me manifestó lo terrible jefe que era. Eso fue hace casi 20 años (¡por favor no saquen
cuentas!) y me hubiese encantado en ese entonces saber lo que hoy sé, porque en aquella época
la noticia fue devastadora.

cuanto-tienes-def3Si hay algo valioso que he aprendido en todo este camino del crecimiento
personal ha sido el sentir en mi corazón y saber en mi cabeza que esencialmente soy la misma
persona con mucho dinero en la cuenta o con nada, viviendo el mayor de los éxitos o en medio de
un fracaso. Creo que cuando Dios nos hizo, no regaló nuestro valor, simplemente por existir, por
ser seres humanos, por ser sus hij@s. No tenemos nada que hacer para sentirnos más valiosos, ni
para demostrarle a nadie lo bueno que somos. Sólo que olvidamos eso en el camino y tenemos
que recordarlo.

Entonces, para no dejar la pregunta sin respuesta, te cuento qué hubiese hecho en ese caso con la
experiencia de hoy. Hubiese oído los comentarios (eso lo hice, pero me defendí), hubiese
respirado profundo varias veces, hubiese buscado un espacio para estar conmigo, hubiese llorado
(eso también lo hice) y me hubiese dicho: tranquila Carla, todo está bien, este es sólo un mal
momento que lamento estés pasando, pero va a pasar. Creo en ti, sé que puedes y vamos a
corregir lo que hay que mejorar. Además, me hubiese abrazado más y hubiese sido más compasiva
conmigo y mis errores, en lugar de tan crítica. Incluso me hubiese reído un poco de mi tragedia. Y
hubiese empezado a buscar soluciones dentro de mí (gracias a Dios que eso también lo hice, si no,
no estaría aquí escribiendo este artículo).

Si hoy tu vida no es la que quieres, ojalá encuentres ese espacio dentro de ti donde puedes amarte
a pesar de tus resultados, donde puedes reconocer tu valía y ver tus dones y cualidades. Deseo
que puedas amarte en lugar de juzgarte. La grandeza está dentro de ti y si abordas desde este
punto de vista lo malo que te esté ocurriendo, seguro podrás salir de allí más fácil, con menos
heridas, más rápido y con sabiduría. Vamos que sí puedes, tú vales.

Tanto tienes tanto vales”, este es un dicho que seguro que muchos hemos
escuchado alguna vez. Y seguro que hemos pensado…¡vaya tontería!

Pero, a lo mejor si lo pensamos fríamente veremos que no es tanta tontería, si le


echamos un vistazo al dossier Publicidad y Moda de Y tú ¿Qué piensas? Y lo leemos
con atención se nos pueden abrir los ojos como platos y nos daremos cuenta que
muchas veces no compramos algo por que nos gusta o por que lo necesitemos sino
por lo que nos han dicho que significa.

La publicidad no informa objetivamente sobre lo que vende, sino que actúa sobre
motivaciones que se encuentran relacionadas con nuestros pensamientos y
sentimientos comunes, habituales y de mucha importancia.
Por eso funciona. (pag 10)
Leyendo esto me he preguntado ¿Realmente necesitamos móviles cada vez más y
más nuevos, con más prestaciones y cosas chulas? ¿No puedo vivir sin el “guasa”?
¿tengo que tener supermegahiper píxeles en el movil?

Consumimos, consumimos, consumimos… Si no tienes un movil de última


generación estás atrasado, sino tienes el carnet de conducir a los 18 estás
atrasado… pero ¿soy más feliz cuando tengo todo eso?

Al final va a ser cierto que nos hemos metido en una vorágine consumista, aunque
ahora la cosa está más chunga y se consume menos, eso es cierto. Pero no se
consume porque no queramos consumir, sino porque hay poco dinero.

La publicidad nos ha hecho pensar que necesitamos esas cosas que se publicitan.
Nos hace pensar que tenemos que tener un cuerpo 10, perecer más joven porque
así tendremos más éxito con las mujeres, o las mujeres con los hombres, o las
personas con las personas… Tu compañía amiga te quiere, mira por ti… y te lleva
el movil donde tú quieras para “que no estés solo”, para que pueda seguir
consumiendo. Por que son “personas que miran por las personas”, “por que somos
tu banco amigo”…”porque vuelve por Navidad”…

Al final, todo se concreta en una frase “Si quieres ser feliz CONSUME”

Pero la pregunta que debemos hacernos es ¿de verdad somos más felices cuando
consumimos para intentar ser más felices? ¿O somos más felices cuando
consumimos inteligentemente, es decir, cuando compramos no lo necesitamos?

Para mí, el consumo en sí no es malo, es necesario. Lo que es malo es consumir


sin cabeza.

Hace un tiempo, no demasiado, no hacía falta mucha cosa para ser feliz. Bastaba con tener la
barriga llena, un techo sobre la cabeza y un poco de calor para pasar el invierno. Eso era todo lo
que el humano necesitaba, y todo lo que el humano necesitaba para ser feliz (que no es lo mismo).
Pero las cosas cambiaron. Y cambiaron mucho. Ya no basta con cubrir nuestras necesidades
básicas para estar bien con uno mismo. Siempre hay que tener más, consumir lo último, lo mejor,
lo que está de moda.

¿Cambiamos tanto como sociedad para que una cosa así pudiese ocurrir? Pues sí, como sociedad
cambiamos un montón. Los avances tecnológicos lograron que el precio de las necesidades básicas
bajara. Las naciones ricas se enriquecieron aún más. Y nació una nueva necesidad de los
mercados. Cuando tú tienes la panza llena, difícilmente te intereses en comprar más alimentos.
Una vez que tienes un techo, ¿para que molestarse en conseguir otro? Con un pedazo de madera
o una poca de energía eléctrica puedes tener suficiente calor para soportar el frío. Y ningún
mercado que quiera enriquecerse puede sobrevivir con esas limitantes. Se necesitó, entonces,
encarar el comercio desde otro lugar: si hay un límite de bienes imprescindibles, entonces había
que crear la necesidad de bienes prescindibles. Ergo, el incremento de la oferta generó una
transformación de nuestros hábitos de consumo. Y así nació el consumismo. Mala cosa.
De Consumo, Consumismo y Materialismo

Consumir está bien. Pero, consumir desmedidamente, no tanto. Según Wikipedia, «el consumismo
es un término que se utiliza para describir los efectos de igualar la felicidad personal a la compra
de bienes y servicios o al consumo en general.» El Compro, luego existo, en reemplazo del Pienso,
luego existo. Es esa necesidad que tienen algunos de cambiar constantemente sus teléfonos
móviles, por miedo a perder status social, a ser menos que sus pares. Es lo que obliga a miles de
personas a hacer filas frente a las tiendas para comprar, por ejemplo, un iPhone. Es ese
enceguecimiento, esa compulsión, que nos obliga a comprar algo antes de preguntarnos si
realmente lo necesitamos.

Muchos atribuyen esa necesidad de consumir a la falta de identidad, de propósito, de realización


personal, de la humanidad actual. Al tener la vida más fácil que nuestros antepasados, las
sociedades ricas pierden su propósito. Y aquellos individuos que no encuentran «su misión en la
vida», tratan de comprarla.

El consumismo, comprar por comprar, también es un mandato social, agudizado por lo que las
corporaciones nos han hecho creer. Porque, en definitiva, ¿no son las personas con el último
teléfono móvil, que siguen ciegamente las modas, que tienen el mejor coche del mercado, las que
gozan de mejor status social? Consumir, tener tal o cual cosa, no solo habla de nuestros gustos,
sino deja en claro que tenemos el dinero suficiente como para dárnoslos. Y el dinero, es poder, es
status. Pero el dinero sin bienes que lo acrediten es algo intangible. La demostración de status
pasa entonces por tener cosas que hablen de cuanto dinero tenemos.

Lo peor del caso es que ha quedado demostrado que la felicidad no se puede comprar. Las
sociedades ricas, presas del consumismo, son las que, estadísticamente, registran mayores casos
de depresión, alcoholismo, crimen, ansiedad, obesidad y suicidios. Ya lo dicen en la película El
Club de la Pelea: «La publicidad nos tiene persiguiendo autos y ropas, trabajando en trabajos que
odiamos para comprar cosas que no necesitamos». Y eso las empresas lo saben, razón por la cual
la obsolescencia planeada es regla.

Pero, entonces, ¿cómo es posible que esto suceda? ¿No somos seres pensantes, acaso? Y hay que
decirlo, aunque a muchos les pueda resultar ofensivo, está comprobado que una de las causas
primarias del consumismo es la baja autoestima. Según un estudio de la Universidad de Chicago,
hay evidencia que señala una relación entre la baja autoestima y el materialismo. Pero, lo que es
más importante e interesante, también hay evidencia que el consumismo y el materialismo son
causantes de baja autoestima. Una paradoja perfecta.

Veámoslo así: Tú tienes baja autoestima. Te compras el último y más caro gadget del mercado, y
te sientes bien contigo mismo. Pero, pronto descubres (al menos inconcientemente), que mides tu
valor en relación a las cosas que tienes, y no por lo que eres. Eso te genera más baja autoestima y
compras otra cosa. Y así, en un círculo vicioso. El mismo estudio, asegura que a medida que la
autoestima se incrementa (por la realización personal, y no por consumir), el materialismo (y, por
lo tanto, el consumismo) decrece. Y no es ilógico si lo piensas. ¿O acaso no es el que tiene el
coche más grande el que, se supone, tiene el pene más pequeño?

Seres primitivos
Otra causa primaria del consumismo está totalmente relacionada con nuestros cerebros
primitivos. Y eso es ineludible para cualquier individuo, tenga o no baja autoestima. El mismo
mecanismo que logró nuestra supervivencia a través de las eras más despiadadas, que logró que
sobreviviéramos a periodos glaciares, a pestes y hambrunas, a desastres y guerras, es el que nos
obliga a consumir para sobrevivir. Es que, en nuestros cerebros, tenemos la noción de que más, es
mejor. Para nuestros antepasados esto era una realidad, una verdad absoluta. Mientras más
comida, por ejemplo, mayores oportunidades de supervivencia tenían. El problema ahora es,
como ya dijimos, que estamos más allá de nuestras necesidades básicas, las tenemos saciadas. No
tenemos depredadores que amenacen nuestra existencia. Las hambrunas son cosas de países
menos desarrollados. La sociedad nos brinda todo lo que necesitamos. Aún así, el mecanismo
primitivo sigue activo. La sociedad, nuestra sociedad, evolucionó más que nuestro instinto y no
tenemos la capacidad de decir: «es suficiente». Siempre queremos más, porque estamos
programados para que así sea. Pero, y hete aquí el problema, aunque estamos programados para
querer más, no estamos programados para disfrutar más de lo que tenemos.

Estudios de la Universidad de Emory descubrieron que, ante la anticipación y el deseo de comprar


un producto, somos recompensados por nuestro cerebro con un estallido de dopamina. Solo la
anticipación lanza esta recompensa, no la compra. Pero, al sentirnos bien ante esta sensación, la
mayoría de los individuos (y más los que tienen baja autoestima) compran el producto en
cuestión. El resultante es que la sensación de satisfacción se esfuma en cuestión de minutos luego
de la compra.

Por esto, y así como hay algunos adictos al peligro (por la adrenalina resultante), hay otros que
son adictos a las compras (por los escasos minutos de satisfacción que les brinda la anticipación).
Siguiendo con nuestros cerebros primitivos, investigadores de la Universidad de Bonn,
descubrieron que los humanos no es que desean tener más, realmente, sino que desean tener
más que los demás. La competencia, totalmente necesaria para la evolución de la especie, hoy nos
está jugando una mala pasada.

¿Y por qué la recompensa ante del deseo y insatisfacción ante las compras? Eso es un estado
paradójico de nuestros cerebros. Por un lado, deseamos más, porque así estamos programados.
Pero, por el otro, nuestro cerebro está acostumbrado que a los humanos nos falten cosas.
Requiere, pide, ante la escasez de nuestros antepasados. Pero se confunde ante la
sobreabundancia que nos rodea.

¿El consumismo es malo?

Sí, lo es. Consumir está bien. Así sostenemos la economía del mundo globalizado y nos damos
algún que otro lujo necesario. Pero el consumismo, ese que te obliga a cambiar de móvil cada vez
que sale un nuevo modelo, es depredador para el ambiente y va en detrimento de tu individuo.

¿Y cómo combatimos esas ansías de consumir, las insistentes publicidades con las que nos
bombardean, a aquellos que se jactan de ser mejores personas por tener un mejor coche que el
tuyo? Simple, racionaliza el consumo y recuerda este artículo. Seguir como una oveja las modas
no te hace mejor individuo. Y, aquellos que se crean ser mejor que ti por tener lo último en
tecnología, no son más que seres primitivos que no han podido reponerse al instinto de nuestros
antepasados. Eso, o tienen la autoestima baja y un pene pequeño

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