Amiano Marcelino, Historia, traducción de Mª Luisa Harto Trujillo, Ediciones Akal (Akal Clásica 66), Madrid, 2002, pp. 609-613 (sin notas).
Amm.Marc. 25, 7.1-14
25.7. El Augusto Joviano, llevado por el hambre y la necesidad de los suyos, firma con Sapor una paz necesaria pero vergonzante, de acuerdo con la cual entregamos cinco regiones así como Nisibis y Singara 25.7.1. Mientras se realizan estos intentos en vano, el rey Sapor, tanto durante su ausencia como tras su llegada, iba siendo informado por las noticias veraces de sus exploradores y de los desertores del bravo comportamiento de los nuestros, de la vergonzosa huida de los suyos, y de la muerte de los elefantes, hechos nunca vistos durante su reinado. Así se enteró también de que el ejército romano, endurecido por sus continuos esfuerzos, después de la muerte de su glorioso emperador, no buscaba su propia salvación, como decían, sino la venganza, y que estaban dispuestos a terminar con esa situación de extremo peligro, ya fuera con la victoria total o con una muerte gloriosa. 25.7.2. Por ello se le venían a la cabeza numerosas y terribles ideas. Y es que, por experiencia propia, sabía que todos los soldados que estaban diseminados por las provincias podían reunirse con una simple orden. Además, era consciente de que su pueblo, después de perder a mucha gente, estaba ya aterrorizado hasta el extremo. Y, por otra parte, sabía que en Mesopotamia quedaba un ejército romano no mucho menor. 25.7.3. Aparte de todo esto, se angustió aún más al saber que quinientos hombres habían conseguido atravesar nadando juntos un río crecido sin sufrir daño alguno y que, tras matar a los centinelas, habían animado a sus camaradas para que se lanzaran a realizar la misma empresa. 25.7.4. Mientras tanto, como la fuerza de las aguas no permitía ni siquiera formar puentes, una vez consumido todo lo que podía comerse, sin nada aprovechable después de unos días terribles, los soldados estaban muy alterados por el hambre y la ira, y preferían morir en la lucha antes que a causa del hambre, que es la más vergonzosa de las muertes. 25.7.5. Sin embargo, como contábamos con el favor eterno de la divinidad celestial, los persas, frente a lo que esperábamos, se adelantan y envían como mensajeros para firmar la paz al Surena y a otro noble, abatidos también ellos porque en casi todos los combates los romanos habían sido superiores y les habían dominado. 25.7.6. Pero las condiciones que proponían eran duras y muy difíciles de aceptar, ya que decían que, por humanidad, su magnánimo rey permitiría que lo que quedaba de nuestro ejército volviera a casa, siempre que el César y los generales cumplieran sus órdenes. 25.7.7. Nosotros, por nuestra parte, les enviamos a Arinteo y al prefecto Salutio. Pero mientras se deliberaba con gran cautela la decisión a tomar, pasaron cuatro días terribles por el hambre y peores que cualquier otro suplicio. 25.7.8. Si el príncipe hubiera aprovechado el tiempo hasta que fueron enviados estos mensajeros, y hubiéramos salido poco a poco de las tierras enemigas, habríamos llegado en seguida a la fortaleza de Corduena, una región fértil, que se hallaba bajo nuestro dominio y que distaba sólo cien millas del lugar en que se produjeron estos hechos. 25.7.9. En principio, el rey reclamaba con gran insistencia lo que él consideraba que, siendo suyo, les había sido arrebatado tiempo atrás por Maximiano. Pero, como demostraron los hechos, a cambio de dejarnos salir, exigía cinco regiones nuestras situadas al otro lado del Tigris: Arzanena, Moxoena, Zabdicena e igualmente Rehimena y Corduena, con quince fortalezas. Y también Nisibis, Singara y Castra Maurorum, un emplazamiento defensivo estratégico. 25.7.10. Entonces, aunque hubiera sido mejor combatir diez veces con tal de no perder ninguna de estas tierras, un grupo de aduladores presionaba al débil príncipe, mencionándole el nombre temible de Procopio, y afirmando que si éste volvía y se enteraba de la muerte de Juliano, teniendo a punto, como lo tenía, al ejército bajo su mando, intentaría hacerse con el poder sin que nadie pudiera oponerse fácilmente. 25.7.11. Joviano, llevado por la insistencia de estos malos consejos, sin más dilación, entregó todo lo que se pedía, logrando tan sólo, y después de grandes esfuerzos, que Nisibis y Singara pasaran a manos de los persas pero sin habitantes y que, de todas las fortalezas que teníamos que entregar, se permitiera a los romanos volver a nuestras guarniciones. 25.7.12. A estas condiciones se añadió otra ya excesivamente cruel y es que, por este tratado, se impedía que cuando nos lo solicitara, prestáramos ayuda a Arsaces para luchar contra los persas, a pesar de que siempre había sido un fiel aliado nuestro. El objetivo de este plan era doble, castigar al hombre que había devastado Chiliocomo por orden del príncipe y tener una oportunidad de invadir libremente Armenia en el futuro. Y lo que ocurrió realmente con esto fue que el propio Arsaces fue capturado vivo y que un trozo enorme de Armenia, limítrofe con los persas y Artaxata, fue asolado por los persas en medio de disputas y revueltas. 25.7.13. Una vez firmado este vergonzoso tratado, para que no se produjera durante la tregua ningún hecho contrario a los pactos, ambos bandos entregaron a hombres célebres en calidad de rehenes: de los nuestros a Nemota, Víctor y Bellovedio, tribunos de tropas famosas. Y del otro bando uno de sus nobles, Bineses, y otros tres sátrapas nada mediocres. 25.7.14. Y así, una vez firmado el tratado de paz para treinta años y ratificado con las fórmulas sagradas del juramento, volvimos por un camino distinto, evitando los lugares cercanos al río por ser ásperos y difíciles, aunque nos sentíamos angustiados por la escasez de comida y de bebida.