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TRATADO SAPOR – JOVIANO (363 dC)

Amiano Marcelino, Historia, traducción de Mª Luisa Harto Trujillo, Ediciones Akal (Akal
Clásica 66), Madrid, 2002, pp. 609-613 (sin notas).

Amm.Marc. 25, 7.1-14


25.7. El Augusto Joviano, llevado por el hambre y la necesidad de los suyos, firma con
Sapor una paz necesaria pero vergonzante, de acuerdo con la cual entregamos cinco
regiones así como Nisibis y Singara
25.7.1. Mientras se realizan estos intentos en vano, el rey Sapor, tanto durante su ausencia como
tras su llegada, iba siendo informado por las noticias veraces de sus exploradores y de los
desertores del bravo comportamiento de los nuestros, de la vergonzosa huida de los suyos, y de
la muerte de los elefantes, hechos nunca vistos durante su reinado.
Así se enteró también de que el ejército romano, endurecido por sus continuos esfuerzos,
después de la muerte de su glorioso emperador, no buscaba su propia salvación, como decían,
sino la venganza, y que estaban dispuestos a terminar con esa situación de extremo peligro, ya
fuera con la victoria total o con una muerte gloriosa.
25.7.2. Por ello se le venían a la cabeza numerosas y terribles ideas. Y es que, por experiencia
propia, sabía que todos los soldados que estaban diseminados por las provincias podían reunirse
con una simple orden. Además, era consciente de que su pueblo, después de perder a mucha
gente, estaba ya aterrorizado hasta el extremo. Y, por otra parte, sabía que en Mesopotamia
quedaba un ejército romano no mucho menor.
25.7.3. Aparte de todo esto, se angustió aún más al saber que quinientos hombres habían
conseguido atravesar nadando juntos un río crecido sin sufrir daño alguno y que, tras matar a los
centinelas, habían animado a sus camaradas para que se lanzaran a realizar la misma empresa.
25.7.4. Mientras tanto, como la fuerza de las aguas no permitía ni siquiera formar puentes, una
vez consumido todo lo que podía comerse, sin nada aprovechable después de unos días terribles,
los soldados estaban muy alterados por el hambre y la ira, y preferían morir en la lucha antes
que a causa del hambre, que es la más vergonzosa de las muertes.
25.7.5. Sin embargo, como contábamos con el favor eterno de la divinidad celestial, los persas,
frente a lo que esperábamos, se adelantan y envían como mensajeros para firmar la paz al
Surena y a otro noble, abatidos también ellos porque en casi todos los combates los romanos
habían sido superiores y les habían dominado.
25.7.6. Pero las condiciones que proponían eran duras y muy difíciles de aceptar, ya que decían
que, por humanidad, su magnánimo rey permitiría que lo que quedaba de nuestro ejército
volviera a casa, siempre que el César y los generales cumplieran sus órdenes.
25.7.7. Nosotros, por nuestra parte, les enviamos a Arinteo y al prefecto Salutio. Pero mientras
se deliberaba con gran cautela la decisión a tomar, pasaron cuatro días terribles por el hambre y
peores que cualquier otro suplicio.
25.7.8. Si el príncipe hubiera aprovechado el tiempo hasta que fueron enviados estos
mensajeros, y hubiéramos salido poco a poco de las tierras enemigas, habríamos llegado en
seguida a la fortaleza de Corduena, una región fértil, que se hallaba bajo nuestro dominio y que
distaba sólo cien millas del lugar en que se produjeron estos hechos.
25.7.9. En principio, el rey reclamaba con gran insistencia lo que él consideraba que, siendo
suyo, les había sido arrebatado tiempo atrás por Maximiano. Pero, como demostraron los
hechos, a cambio de dejarnos salir, exigía cinco regiones nuestras situadas al otro lado del
Tigris: Arzanena, Moxoena, Zabdicena e igualmente Rehimena y Corduena, con quince
fortalezas. Y también Nisibis, Singara y Castra Maurorum, un emplazamiento defensivo
estratégico.
25.7.10. Entonces, aunque hubiera sido mejor combatir diez veces con tal de no perder ninguna
de estas tierras, un grupo de aduladores presionaba al débil príncipe, mencionándole el nombre
temible de Procopio, y afirmando que si éste volvía y se enteraba de la muerte de Juliano,
teniendo a punto, como lo tenía, al ejército bajo su mando, intentaría hacerse con el poder sin
que nadie pudiera oponerse fácilmente.
25.7.11. Joviano, llevado por la insistencia de estos malos consejos, sin más dilación, entregó
todo lo que se pedía, logrando tan sólo, y después de grandes esfuerzos, que Nisibis y Singara
pasaran a manos de los persas pero sin habitantes y que, de todas las fortalezas que teníamos
que entregar, se permitiera a los romanos volver a nuestras guarniciones.
25.7.12. A estas condiciones se añadió otra ya excesivamente cruel y es que, por este tratado, se
impedía que cuando nos lo solicitara, prestáramos ayuda a Arsaces para luchar contra los persas,
a pesar de que siempre había sido un fiel aliado nuestro.
El objetivo de este plan era doble, castigar al hombre que había devastado Chiliocomo por orden
del príncipe y tener una oportunidad de invadir libremente Armenia en el futuro. Y lo que
ocurrió realmente con esto fue que el propio Arsaces fue capturado vivo y que un trozo enorme
de Armenia, limítrofe con los persas y Artaxata, fue asolado por los persas en medio de disputas
y revueltas.
25.7.13. Una vez firmado este vergonzoso tratado, para que no se produjera durante la tregua
ningún hecho contrario a los pactos, ambos bandos entregaron a hombres célebres en calidad de
rehenes: de los nuestros a Nemota, Víctor y Bellovedio, tribunos de tropas famosas. Y del otro
bando uno de sus nobles, Bineses, y otros tres sátrapas nada mediocres.
25.7.14. Y así, una vez firmado el tratado de paz para treinta años y ratificado con las fórmulas
sagradas del juramento, volvimos por un camino distinto, evitando los lugares cercanos al río
por ser ásperos y difíciles, aunque nos sentíamos angustiados por la escasez de comida y de
bebida.

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