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LECTURAS DEL DOMINGO 1 DE SEPTIEMBRE DE 2019

(22 ª Semana. Tiempo Ordinario)


+ Lucas 14, 1. 7-14
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo
los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
«Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra
persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: «Déjale el sitio», y así, lleno de
vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga:
«Amigo, acércate más», y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que
se humilla será ensalzado.»
Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a
tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!»
Reflexión
La primera Lectura de la misa de hoy, en el libro del Eclesiástico, dice que debemos realizar las obras con modestia. Cuanto
más grande es la realización que hace el hombre, mayor debe ser su humildad. No sirven las mejores acciones si van a producir
orgullos vanos o pedantería, en relación a los demás.
Y en el Evangelio, Jesús quiere transmitirnos a cada uno de nosotros, las actitudes interiores de vida que deben tener los
cristianos. En este pasaje se nos muestra que el cristiano debe ser humilde.
Humilde es quien se mantiene a nivel de humus, es decir de la tierra.
Por eso la persona humilde sale al encuentro de los demás, de igual a igual. Es capaz de aceptar de otro una ayuda con toda
sencillez, y de brindarla con naturalidad.
Es la humildad la que hace posible el amor a en la familia. Entre los esposos, es la humildad la que nos lleva a buscar el
gusto del otro y a promover su crecimiento.
En la Iglesia, es la humildad de sus miembros, la que edifica. Cristo se humilló a sí mismo hasta la muerte de cruz. Y el
cristiano, lleno de los sentimientos de Cristo, es capaz de reconocer en todos los hombres algún grado de presencia de Dios.
La humildad es necesaria para la construcción de la sociedad. Cuando cada uno reconoce sus propios errores y limitaciones,
entonces no se vuelve prepotente y orgulloso. Y cuando no nos sintamos superiores a los demás, entonces seremos capaces de
construir una sociedad más justa y fraterna.
No se trata de nivelar todo. En una sociedad debe haber múltiples funciones: debe haber dirigentes y empleados, arquitectos
y albañiles, gobernantes y gobernados. Pero no porque uno ocupe un cargo más alto en la sociedad, tiene también mayor
dignidad como persona. Todos tenemos la misma dignidad.
En el pasaje del Evangelio se cuenta que Jesús entró a cenar en casa de uno de los principales fariseos. Jesús denunció
muchas veces la arrogancia y la hipocresía de muchos miembros de este grupo religioso. Pero la crítica de Jesús no caía de
ninguna manera sobre todos los fariseos. Más aún, muchos fariseos atacaban a los fariseos hipócritas con la misma severidad
con que lo hacía Jesús.
La parábola presenta dos actitudes posibles entre los que aceptan la invitación a participar en la fiesta del Reino de Dios.
En primer lugar Jesús se refiere a los que se consideran a sí mismos como los más importantes y sin esperar ninguna
indicación van a ocupar el primer lugar. Jesús aclara: no es a nosotros a quienes nos toca decidir cuál es el lugar que cada uno
debe ocupar. Y recomienda otra actitud: ir a ocupar espontáneamente el último lugar.
En el Reino de Dios las cosas suceden así: quien pretenda ser más, quedará humillado. Y el que se hace humilde servidor,
será engrandecido.
Cuando Jesús cuenta la parábola de los primeros lugares en el banquete, apunta de manera especial al tema de la humildad y
la sencillez.
Nuestra vida nos presenta numerosas oportunidades de ser sencillos y humildes. Oportunidades que muchas veces dejamos
pasar, porque la cultura actual parece enseñarnos que los que triunfan son los prepotentes, los orgullosos y los que saben
imponerse a los demás.
La humildad, sin embargo, no deja de lado una sana y equilibrada autoestima.
La humildad no es humillación. La sencillez no es despreciarse, es avanzar por el camino de una verdad que nos hace
felices.
Tratar de vivir humildemente, es aprender a valorar a los demás en la medida justa, sin sobrevaloraciones.
En la última parte del pasaje del Evangelio, Jesús nos muestra además otra de las actitudes de vida que tenemos que tener los
cristianos. El Señor nos pide generosidad. Nos pide que no obremos esperando retribuciones humanas.
Para crecer en las virtudes que el Señor hoy nos propone como modelo cristiano, primero, tenemos que reconocer nuestra
nada, tenemos que saber mirar y admirar los dones que el Señor nos regala. Los talentos de los que espera el fruto.
A pesar de nuestras propias miserias personales, somos portadores de esencias divinas de un valor inestimable: somos
instrumentos de Dios. Y queremos ser buenos instrumentos, cuanto más pequeños y miserables nos sintamos, cuánto más
humildes seamos, más vendrá el Señor en nuestro auxilio, y pondrá Él todo lo que a nosotros nos falte.
Existe una falsa humildad que nos mueve a decir que no somos nada. Damos a entender que preferimos ser los últimos y
situarnos a los pies de la mesa, parra que nos reconozcan humildes. La verdadera humildad procura no dar aparentes muestras
de serlo. La verdadera humildad está llena de sencillez, y sale de lo más profundo de nuestro corazón, porque es ante todo, una
actitud ante Dios.
De la humildad se derivan muchos bienes.
En primer lugar, la persona humilde es fiel al Señor, porque la soberbia es el mayor obstáculo que se interpone entre Dios y
nosotros.
El hombre humilde descubre con más facilidad la voluntad de Dios y conoce lo que Dios le va pidiendo en cada
circunstancia.
Hoy vamos a pedirle a María, a nuestra madre que por su humildad posibilitó que el Señor hiciera grandes cosas en ella, que
aprendamos a tratar y a servir como ella lo hizo, a Dios y a nuestros hermanos.

LECTURAS DEL LUNES 2 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(22ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 4, 16-30
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la
lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia los
pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de
gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a
decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.»
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y
decían: «¿No es este el hijo de José?»
Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria,
todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm.»
Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en
Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin
embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos
en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.»
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad,
hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en
medio de ellos, continuó su camino.
Reflexión
En el pasaje del Antiguo Testamento que Jesús lee en la sinagoga, el profeta Isaías anunciaba la llegada del Mesías que
libraría de sus penas a los pobres, a los cautivos y a los ciegos. Terminada la lectura, Jesús dice que en El se cumplía la profecía
de Isaías.
Jesús, durante su vida en la tierra hizo presente la misericordia divina entre los hombres. Y estos hombres fueron
primeramente los pobres, los presos, los ciegos.
Cuando los discípulos de Juan el Bautista le preguntan a Jesús si él es el Cristo, o deben esperar a otro, el Señor les responde
que comuniquen a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen,
los muertos resucitan, los pobres son evangelizados.
El amor de Jesús se manifestó particularmente en el encuentro con el sufrimiento. La misericordia fue el núcleo fundamental
de su predicación y la razón principal de sus milagros. La Iglesia, abraza también a todos los afligidos y se esfuerza por
remediar sus necesidades.
¿Y qué otra cosa debemos hacer nosotros los cristianos, si no es imitar a Jesús?... ¿Qué otra cosa haremos si no es seguir sus
caminos?
Frente al dolor y la necesidad de los que nos rodean, todos los días se nos presentan incontables ocasiones de poner en
práctica las enseñanzas de Jesús.
Y no es solo materialmente como ayudamos a los que nos rodean. Imitar a Jesús nos llevará a dar consuelo y compañía a
quienes lo necesitan. A los que están solos o enfermos.
Cuánto bien se puede hacer muchas veces con un rato de compañía. Con una conversación que tenga un sentido
sobrenatural, que abra una luz de esperanza e infunda un sentido de optimismo.
La misericordia no se limita a socorrer al necesitado de bienes económicos. Consiste más bien a comprender a cada persona
tal cual es, a respetarla y auxiliarla en sus necesidades espirituales.
Vamos a pedir hoy al Señor que nos dé un corazón generoso para que siguiendo las enseñanzas de Jesús, estemos siempre
dispuestos a auxiliar a nuestro prójimo en sus necesidades materiales y espirituales.
Hagámoslo con las palabras de la Madre Teresa de Calcuta, ella que consagró su vida en favor de los más necesitados.

LECTURAS DEL MARTES 3 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(22ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 4, 31-37
Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque
hablaba con autoridad.
En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza;
«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios.»
Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre.» El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de
todos, sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con
autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!»
Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.
Reflexión
Estamos en los primeros días de la predicación pública de Jesús. Todos los evangelistas han subrayado la autoridad
extraordinaria, el prestigio que emanaba des u persona y de su palabra.
El ambiente judío de aquel tiempo, estaba marcado por una gran influencia de las ¨escuelas¨, de los grupos de escribas y
letrados, que se dedicaban a comentar la Escritura a fuerza de referencias bíblicas.
Ahora bien, Jesús expone unos comentarios nuevos, que no se refieren a ninguna escuela de pensamiento: del fondo de sí
mismo, surge un pensamiento revestido de autoridad... y que, más que apoyarse en tradiciones de escuela, apela directamente a
la conciencia de sus interlocutores.
Y en la sinagoga, había un hombre que tenía un demonio.
Ese demonio, quitaba al hombre su libertad, y es el que también hoy nos quita a nosotros nuestra libertad, es el que nos
encadena.
¿A qué? Nos encadena a nuestras costumbres poco cristianas, a nuestros pecados, a esas aficiones que no nos ayudan a ser
mejores.
Y Jesús destruye al mal, la Santidad de Dios, la perfección de su amor, batalla contra el demonio y lo vence, y libera al
hombre.
Es hoy también Jesús quien puede liberarnos a nosotros de todo lo que nos ata, si se lo pedimos.
Este primer milagro que relatan los evangelios es una liberación.
El hombre encadenado por el demonio, vuelve a ser normal, vuelve a ser un hombre.
Jesús se manifiesta ya en este milagro como el Salvador.
Y este Jesús que la gente había conocido como uno más de los suyos, se manifiesta con autoridad y poder, y a la gente la
asombra.
También a nosotros muchas veces, nos sucede que conocemos a las personas, y que con el tiempo nos vemos obligados a
cambiar de opinión sobre ellas. Descubrimos en ellas otro aspecto de su personalidad, que nos lleva a revalorizarlas.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que sepamos descubrirlo, que nos cure de todo lo que nos encadena, y que sepamos
escucharlo cuando nos habla con la misma autoridad que en Cafarnaún, a través de su Evangelio.
En cada personaje del Evangelio, estamos nosotros, y en cada escena tenemos que aprender a descubrir con la ayuda del
Espíritu Santo, qué es lo que Jesús quiere decirnos a cada uno de nosotros hoy.
Propongámonos hoy leer diariamente un trozo del Evangelio, permitamos que el Señor nos hable a cada uno, dejémoslo que
nos acompaña y nos aconseje en nuestro camino hacia Él.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(22ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 4, 38-44
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por
ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre
cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero él los increpaba y no los
dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían
retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del
Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.»
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Reflexión
En la primera lectura de la misa de hoy se lee un pasaje del Cap. 1 de la primera carta a los cristianos de Corintio, en la que
el apóstol San Pablo nos enseña que dentro de la Iglesia hay muchos trabajadores, pero la construcción es una sola.
En la Iglesia fundada por Jesucristo hay lugar para todas las vocaciones y para las distintas tareas.
Dentro de la Iglesia existen muchos movimientos que orientados hacia un mismo fin, ponen su acento en uno u otro aspecto.
Que tienen uno u otro carisma.
Como en los primeros tiempos de la Iglesia Católica, los cristianos de hoy tenemos la posibilidad de elegir en servir a la
Iglesia en distintas actividades, y en participar en distintos grupos.
Pero, como dice San Pablo, este pluralismo no debe llevar a envidias ni rivalidades, porque el que planta y el que riega están
en la misma situación.
El evangelio de hoy, de nuevo Jesús insiste en uno de los motivos de su venida al mundo: He venido a anunciar la Buena
Nueva del Reino de Dios. Santo Tomás de Aquino, el gran doctor de la Iglesia, cuando enseña sobre el fin de la Encarnación de
Jesucristo explica que El vino a mundo en primer lugar a manifestar la verdad. Jesús mismo dice: para esto he nacido y para
esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Por esto el Señor no paso su vida ocultándose ni llevando una vida
solitaria, sino que se manifestó en público y predicó públicamente. Y esto es lo que les contesta a la gente que pretendía
retenerlo: «Es necesario que yo anuncie también a otras ciudades el Evangelio del Reino de Dios, porque para eso he sido
enviado».
Aunque permaneciendo en el mismo lugar, podía el Señor, que era Dios, haber atraído a Él a todos, para que oyesen su
predicación. No lo hizo para darnos el ejemplo a nosotros de que debemos ir en busca de las ovejas perdidas, como el pastor que
busca la oveja perdida, o el médico que va en busca del enfermo.
Y esta es una misión que tenemos todos los cristianos, independientemente del carisma que tengamos o de la forma que lo
hagamos. Alguno podrá hacerlo a través de la oración, otro mediante la catequesis, y otros mediante las tareas de ayuda en un
hospital, o en una escuela.
Pero como dice San Pablo en su carta a los Corintios: «El que planta y el que riega están en la misma situación. Nosotros
trabajamos con Dios y para él, y ustedes son el campo de Dios y la construcción de Dios».
Vamos a pedir hoy a María, madre de la Iglesia, por la unidad de sus hijos que constituyen esa Iglesia. Para que todos sus
miembros aprendamos a aceptar y a amar a todos los cristianos que trabajan por ella, sin que existan rivalidades ni envidias
entre nosotros.

LECTURAS DEL JUEVES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(22ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 5, 1-11
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la
orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban
limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se
sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las
redes.»
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las
redes.» Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los
compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador.» El temor se
había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a
Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.»
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Reflexión
Simón y sus compañeros habían pescado toda la noche sin sacar nada. Ya estaban limpiando las redes en la costa, cansados y
defraudados, cuando Jesús les manda ir mar adentro y echar las redes al agua nuevamente. Seguramente no eran muchas las
ganas que tenía Pedro de cumplir con el pedido del Señor.
Pero la mirada de Jesús, el modo imperativo pero amable de sus palabras, llevaron a Pedro a embarcarse de nuevo.
Frecuentemente, Jesús nos pide hacer cosas sorprendentes, irracionales. Duc in altum, le dice a Pedro y a nosotros. Navega
mar adentro. Arriésgate, esfuérzate un poco más. Entrega lo que tengas, sin medida ni especulaciones. Salir de nuevo a pescar
cuando nada se ha logrado en toda una noche de esfuerzo.
En muchos momentos, cuando aparece el agotamiento por no ver frutos en nuestra vida a pesar de nuestros esfuerzos,
cuando encontramos que todo ha sido un fracaso y encontramos motivos humanos para abandonar la tarea, debemos escuchar la
voz de Jesús que nos dice: recomienza de nuevo, vuelve a empezar.
El secreto de todos los avances de nuestro camino hacia Jesús está en saber volver a empezar., en sacar enseñanzas de cada
fracaso y después intentar una vez más.
La fe es algo semejante. Confiar en Jesús. No fiarnos de nuestros propios razonamientos. Partir mar adentro. Partir hacia los
misterios: La Eucaristía... La Trinidad... La Encarnación... La Resurrección... La Iglesia. Lo creo porque lo dice Jesús, le creo a
Jesús y echo las redes.
Pedro entró en el lago y se dio cuenta de que las redes se llenaban de peces.
Por la noche, en ausencia del Señor, todo el trabajo había sido estéril. También a nosotros, si confiamos solo en nuestras
fuerzas y en nuestro juicio nos pasa lo mismo.
Pedro mostró humildad al obedecer a Jesús, quién, por no ser hombre de mar, bien se podía pensar que no sabía nada de
pesca. Sin embargo, confía en el Señor y le obedece.
La obediencia nos lleva a querer identificar en todo nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Si permanecemos con Jesús,
El llena siempre nuestras redes.
Pedro, al ver el milagro de la pesca, dice a Jesús: Aléjate de mí Señor, porque soy un pecador, el espanto lo embargó.
En el lenguaje bíblico ese miedo, ese espanto es señal que Dios se ha acercado a nosotros.
Cuando tenemos cerca a Dios, cuando percibimos su Santidad, nos sentimos como Pedro, indignos. Ese es el miedo del que
nos habla el Evangelio.
Y el Señor le dice a Pedro: No temas y lo hace pescador de hombres.
Jesús comenzó pidiendo prestada a Pedro la barca, y se quedó con su vida. Y Pedro jamás se arrepintió de su haber seguido
en aquella oportunidad al Señor. El, que había sido hasta ese momento en un pobre pescador de Galilea, fue convertido en la
roca fundamental de la Iglesia.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a ser generosos con el Señor, tanto cuando nos pida que le prestemos nuestra barca ,
como cuando quiera que le demos la vida entera.

LECTURAS DEL VIERNES 6 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(22ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 5, 33-39
En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración,
lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben.»
Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento
en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar.»
Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se
romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos,
porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. ¡A vino nuevo, odres nuevos!
Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor.»
Reflexión
En el evangelio de hoy, al responder una pregunta sobre el ayuno, el Señor nos muestra su amistad y amor por sus
discípulos, por los que los rodeaban, y la importancia que tiene esa amistad por sobre el ayuno.
El esposo, entre los hebreos, iba acompañado por otros jóvenes de su edad, sus compañeros más íntimos, que eran como una
escolta de amor. Se los llamaba los amigos del esposo, y su misión era honrar al novio que iba a casarse y participar de un modo
muy especial en los festejos de la boda.
La imagen de la boda aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura para expresar la relación de Dios con su pueblo.
También la Nueva Alianza del Mesías con su pueblo, (la Iglesia) se describe con la imagen de la boda.
Jesús, en este evangelio al responder a la pregunta sobre el ayuno, nos llama a los que lo seguimos, amigos íntimos, amigos
del esposo. Hemos sido invitados como los amigos íntimos, al banquete de bodas, y a participar especialmente de los festejos,
que son una figura del Reino de los Cielos.
Durante su paso por la tierra, el Señor distinguió en numerosas ocasiones a los suyos con el honroso título de amigos. En la
Última Cena les dijo: «los he llamado amigos porque les he dado a conocer todas las cosas que he oído de mi Padre»
El Evangelio nos narra que Jesús tuvo amigos de todas las condiciones sociales, de todas las edades y de todas las
profesiones. Desde personas de gran prestigio como Nicodemo o José de Arimatea, hasta mendigos como Bartimeo. En todas
las ciudades y aldeas que Jesús recorría encontraba gente que le quería y que se sentían correspondidos por el Maestro. En
Betania, las hermanas de Lázaro dejan ver en claro los profundos lazos de amistad que existían entre esa familia y Jesús.
Nunca nos debemos olvidar nosotros que Jesús nos quiere a cada uno en forma personal. Jesús es nuestro amigo, que nos
quiere con un corazón humano como el nuestro. Y nos quiere tanto como lo quiso a Lázaro cuando lloró frente a su cuerpo
muerto, antes de resucitarlo.
Y esa amistad del Señor la debemos corresponder en nuestra vida y fortalecer a través de la oración y de los sacramentos.
Pero además, la debemos imitar. Aprendamos a tener, como el Señor, muchos amigos entre los que nos rodean.
Aprovechemos las relaciones de vecindad, de trabajo. Los encuentros casuales y otros que buscamos especialmente. Un
cristiano está siempre abierto a los demás. Con el amigo se comparte lo mejor que se posee, y nosotros no tenemos nada que
valga tanto como la amistad de Jesús. Nuestra amistad con los que nos rodean debe ser un medio para dar a conocer a nuestro
mejor amigo, que es el Señor.
Vamos a pedir hoy a María, que siempre tengamos presente el amor y la amistad que Jesús tiene por cada uno de nosotros, y
que en nuestra vida y con nuestras obras, seamos siempre fieles a esa amistad.

LECTURAS DEL SÁBADO 7 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(22ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 1-5
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las
comían.
Algunos fariseos les dijeron: «¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?»
Jesús les respondió: «¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en
la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus
compañeros?»
Después les dijo: «El Hijo del hombre es dueño del sábado.»
Reflexión
Jesús se siente también hombre libre ante la ley judía. Para él la ley no era el punto central, alrededor del cual giraba la vida
entera.
Para Jesús, lo importante era buscar la voluntad del Padre y la ley tenía sentido en cuanto reflejaba esa voluntad y estaba al
servicio de los hombres.
En el centro del mensaje de Jesús está el hombre, que es a quién el Señor viene a salvar: la salvación se fundamenta en las
relaciones personales del hombre con el Padre celestial, basadas principalmente en el amor.
Jesús se atreve a modificar la ley y a completarla, en función del hombre.
Para los maestros judíos, guardar el sábado era equivalente a guardar toda la ley. El descanso del sábado, pesaba igual que el
resto de la ley. Y Jesús, defiende a sus discípulos.
Jesús, dueño de toda la ley antigua, era también dueño de cada parte de ella.
Repetidas veces y de un modo consciente, Jesús quebrantó la ley del sábado y siempre que lo hizo, dio las razones que tuvo
de ello y ahora advierte que el Hijo del hombre también es Señor del Sábado.
Jesús nunca faltó a la santidad del sábado, sino que con autoridad, da la interpretación auténtica de esta ley: El sábado ha
sido instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado. Con compasión, Cristo proclama que es lícito en sábado hacer el
bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla. El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor a Dios.
Al defender a sus discípulos, que tenían hambre y comían espigas en sábado, el Señor nos muestra lo que quiere de nosotros.
El Señor no quiere una observancia rigurosa de la ley, sino que pone la misericordia, por encima del culto y de la misma ley.
Y nos enseña a cada uno de nosotros, a hacer lo mismo, a plantearnos ¿cómo es nuestra vida cristiana?.
Porque puede ser que también nosotros muchas veces pasamos de largo ante las necesidades de los que nos rodean con el
pretexto de rendir culto a Dios.
También nosotros, podemos hacer como los fariseos de la época de Jesús y observar sólo una parte de lo que Dios nos pide.
Vamos a pedir hoy especialmente al Señor, que siempre en nuestras vidas sepamos compadecernos de quien necesita; que
podamos encontrar también al Señor en cada persona que necesita de nosotros, para que nuestro culto a Dios sea como el que
Jesús nos pide hoy en este evangelio.

LECTURAS DEL DOMINGO 8 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 14, 25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su
padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El
que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué
terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: «Este
comenzó a edificar y no pudo terminar.»
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al
que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la
paz.
De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.»
Reflexión
Nos puede parecer que ser discípulo de Jesús no es algo difícil de ser deseado. La figura de Jesús se nos presenta atrayente
por su santidad, su bondad. Tan humana y tan divina que no puede menos que impulsar el deseo de seguirlo.
Vemos hoy como incluso los jóvenes no cristianos se muestran seducidos por la personalidad de Jesús y la han propuesto
como ideal.
Pero al verdadero discípulo de Jesús, tal como Él nos lo exige en el Evangelio, se le pide mucho más que una simple
admiración o un reconocimiento de sus cualidades y de sus virtudes.
Seguir a Jesús de veras y de cerca, supone mucho. Por encima de todo debe estar el amor a Dios. En el Evangelio nos dice
que debe superar el amor a nuestra familia e incluso a nosotros mismos. Jesús no rechaza el amor y las obligaciones con los
padres, esposa e hijos, pero quien quiera seguirlo, debe subordinar todo y todos, a su seguimiento.
El Señor nos pide como requisito para seguirlo, que sepamos cargar la Cruz. Que aceptemos, por amor a Dios, llevar la Cruz
de las contrariedades y las penas de todos los días. Que lo sigamos, no importa con los obstáculos con que nos encontremos, no
importan los sufrimientos. E incluso no importa, si así nos los pide, dar nuestra vida como Jesús la dio por nosotros.
Con cada sufrimiento, con cada obstáculo, con cada dificultad, aceptados y ofrecidos con amor, nos unimos a Jesús y
estamos colaborando con Él en la redención del mundo.
A esto se refiere el Señor, cuando nos habla de tomar nuestra cruz y seguirlo
Ser discípulo de Jesús, no es seguirlo un instante por entusiasmo. Decidirse a seguirlo necesita de reflexión y oración, y de
nuestra disposición de renunciar a todo por Jesús y su Evangelio.
Jesús nos dice a cada uno: Quien quiera ser mi discípulo que cargue con su cruz y me siga.
Sabemos que no es fácil seguirlo, pero tampoco es imposible. Jesús va delante y nos guía y nos ayuda a llevar nuestra cruz.
San Juan de la Cruz decía que el conocimiento de uno mismo es el primer paso que tiene que dar el alma para llegar al
conocimiento de Dios. Hoy, el Señor nos invita a revisar nuestra vida para ver cómo estamos siguiendo a Jesús. Nos invita a
mirar si acaso no estamos viviendo una religión cómoda.
En este caso, es el momento de decidirse a vivir el Evangelio, de volver a poner en el centro de nuestro cristianismo la Cruz
de Cristo. Sin temor.
No nos desanimemos por el peso de la cruz, porque el Señor no nos va a dar una cruz que no podamos soportar. Antes, nos
va a dar las fuerzas para llevarla. Junto al Señor, todo lo podemos. Con Él, podremos sobrellevar con alegría, incluso con buen
humor, todas las dificultades.
Pidamos a María que nos enseñe a sacar fruto de todas las dificultades que nos toque padecer o que estamos hoy padeciendo
en nuestra vida. Que sepamos llevarlas con sentido cristiano para crecer y progresar en el amor a nuestro Señor Jesucristo, y a
su Cruz.

LECTURAS DEL LUNES 9 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 6-11
Un sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los
escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué
acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y quédate de pie
delante de todos.» Él se levantó y permaneció de pie.
Luego les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» Y
dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» El la extendió y su mano quedó curada.
Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.
Reflexión
Jesús entró «otro sábado» en la sinagoga.
¡Sí!, «otro» sábado.
Este evangelio señala la costumbre de Jesús. Su fidelidad cada sábado, en asistir al oficio religioso.
El Señor nos enseña a cada uno de nosotros, la necesidad de ser fieles a la oración, de ser fieles en la concurrencia a misa.
Jesús, fue respetuoso de las tradiciones religiosas, de la necesidad de reunirse para alabar a Dios.
Y en la sinagoga había un hombre con un brazo paralizado. Y Jesús, sin que el hombre se lo pida, «lo cura».
Lo cura un sábado.
Jesús descubre «la necesidad» del hombre.
Y los fariseos se pusieron furiosos. Para ellos el descanso obligatorio del sábado para dar Gloria a Dios, era lo más
importante.
Y Jesús, no viene a discutir ese sentido de la Gloria de Dios; pero, en lugar de considerarla como una mera observancia
legalista, va hasta el fondo de la razón que justifica el sábado; entiende que la Gloria de Dios es exaltada en primer lugar por el
«bien» que se hace al prójimo, por la «vida salvada» a alguien.
Si Jesús contraviene a una tradición, no es para destruir el sábado, sino para honrarlo en profundidad.
Liberar a un hombre enfermo de su mal, es, para Jesús, un modo más verdadero de santificar el «día del Señor», que dejar a
un hombre en el sufrimiento, por el pretendido honor de Dios.
Y Jesús dice al hombre: «Extiende tu mano». Lo hizo y quedó curado.
Este hombre sanó, ante todo gracias a la fuerza divina de las palabras de Cristo, pero también por su docilidad en llevar a
cabo el esfuerzo que se le pedía.
Así son los milagros de la gracia: ante los defectos que nos parecen insuperables, frente a metas apostólicas que se ven
excesivamente altas o difíciles, el Señor pide esta misma actitud: confianza en Él, y poner por obra aquello que está a nuestro
alcance.
Jesús nos dice también hoy a nosotros: «Extiende tu mano...», «esfuérzate».
Muchas metas nos quedan sin alcanzar porque no estamos firmemente convencidos que con la ayuda de la gracia, nuestros
pequeños esfuerzos, se convierten en eficaces.
El Señor nos pide que extendamos nuestra mano..., que luchemos por mejorar..., no importa si antes fracasamos..., hoy Él
nos pide un nuevo esfuerzo.
Vamos a pedirle al Señor, que nos ayude a superar las sumisiones y las obediencias formales: que nos haga comprender
desde el interior lo que Dios nos pide, cuando nos pide algo..., que haga que experimentemos que Dios es un Padre que ha dado
unas leyes para el bien de sus hijos, un Salvador, que desea «hacer el bien... salvar vidas», y que siempre extendamos nuestra
mano si nos lo ordena.

LECTURAS DEL MARTES 10 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 12-19
Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus
discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés,
su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de
Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había
llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus
enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque
salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Reflexión
En el evangelio de hoy se nos narra la ocasión en que el Señor elige a sus apóstoles, lo que en forma solemne conoce la
Iglesia como la institución del Colegio Apostólico.
Empieza San Lucas este pasaje diciendo que: En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar; y pasó toda la noche en
oración
Con frecuencia hemos reflexionado sobre los numerosos textos del evangelio que nos dice que Jesús se retira a orar. Lo hace
siempre, y especialmente antes de los grandes acontecimientos.
Es continua la prédica de Jesús que nos enseña que debemos rezar siempre, y que en los momentos importantes de nuestra
vida debemos de rezar con especial intensidad: «pasó toda la noche en oración» nos dice San Lucas del Señor. La oración es
necesaria para querer cada vez más a Jesús, para no separarnos nunca de Él.
Sin oración se pierde la alegría y las fuerzas para seguirlo.
El Papa Juan Pablo II dice que «La oración es un diálogo misterioso, pero real, con Dios, un diálogo de confianza y amor.»
Continúa el Evangelio con el relato de la elección que hace el Señor de los apóstoles. Dice el Concilio Vaticano sobre este
texto que: «Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a Sí a los que El quiso, eligió a doce para que estuvieran
con Él y para enviarlos a predicar el Reino de Dios; a estos Apóstoles los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable,
al frente del cual puso a Pedro, elegido de entre ellos mismos.
Esta divina misión, confiada por Cristo a los Apóstoles, ha de durar hasta el fin del mundo, puesto que el Evangelio que ellos
deben propagar es en todo tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esto los Apóstoles establecieron sucesores. El
Papa y los Obispos que suceden a los Apóstoles.
El Señor llamó a los que Él quiso. La vocación es siempre, y en primer lugar, una elección divina. «No me han elegido
ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes», les dice Jesús a sus Apóstoles en otra parte del Evangelio. Ellos no se habían
distinguido por ser sabios, poderosos o importantes. Fueron hombres normales y corrientes que respondieron con generosidad la
llamada del Señor, y a quienes Dios les dio las fuerzas y las ayudas necesarias para cumplir su misión.
Para los apóstoles, comenzó aquel día una vida nueva junto al Señor. Al pasar los años recordarían aquel momento de su
elección como el más trascendental de sus vidas.
Jesús también llama hoy a sus apóstoles para que estén con El. Nos invita a recibir los sacramentos, a hacer oración
frecuente. Nos invita al apostolado. Y este llamado es para todos los cristianos.
Pidamos a María, nuestra Madre, que sepamos decirle muchas veces a Jesús que cuenta con nuestra buena voluntad de
seguirle, allí donde nos encontremos, sin límites ni condiciones.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 11 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 20-26
Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa
del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los
padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque
conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»
Reflexión
San Lucas invita a todos los hombres, ricos o pobres, a transformar las estructuras de la sociedad, para que haya menos gente
desfavorecida.
Dice San Lucas, Felices ustedes que ahora pasan hambre, lloran, son despreciados. Se refiere a una situación concreta. Se
refiere a hoy, ahora.
Jesús nos invita a: mirar nuestras propias miserias, nuestras pobrezas reales, nuestra hambre, nuestros llantos, los desprecios
que sufro o he sufrido y también nos invita a mirar a nuestro alrededor a quienes también sufren pobreza, llorar, sufren, son
despreciados.
Y después nos muestra la antítesis entre el presente y el futuro. Nos dice a cada uno.
Ustedes que ahora tienen hambre, serán saciados... Ustedes que llorar,... reirán.
Y el Señor nos llama felices, y nos pide gozo. Gozo en medio de la pobreza, de las necesidades cotidianas, en medio de los
sufrimientos.
Y después San Lucas nos relata cuatro maldiciones. Aquellos que el mundo estima, Jesús los llama pobres. La tierra no es el
todo del hombre. El ¨tiempo¨ no es el todo... El Señor quiere que nunca nos olvidemos que HAY ETERNIDAD, y que el camino
para conseguirlo son las bienaventuranzas, ser interiormente pobres, desprendidos.
El pensamiento fundamental que Jesús nos quiere transmitir es este: Sólo el servir a Dios hace al hombre feliz. En medio de
la pobreza, del dolor, del abandono, se puede ser feliz. Y, por el contrario, el hombre puede ser infinitamente desgraciado
aunque nade en la abundancia y tenga todos los bienes de la tierra.
En este pasaje Jesús no nos dice que no debemos poner los medios para evitar la enfermedad, el dolor, la pobreza, la
injusticia. Él nos enseña que para alcanzar la felicidad debemos amar y cumplir la voluntad de Dios sobre nosotros. El error está
en intentar a toda costa, como si se tratara de un mal absoluto, evitar el dolor o el sufrimiento y buscar el éxito humano como un
fin en sí mismo.
El mayor sufrimiento que causa el dolor se origina en no encontrarle un sentido. No saber porque se sufre, ni para qué. El
mundo no ha encontrado un sentido al dolor.
Las bienaventuranzas que Jesús nos propone en el Evangelio no están reservadas para los sacerdotes o los religiosos, el
espíritu de las bienaventuranzas es propio de todo cristiano, que quiere vivir en profundidad su fe.
Jesús nos promete felicidad, si somos fieles al Espíritu cristiano. Pidámosle hoy a María que vivamos las bienaventuranzas.

LECTURAS DEL JUEVES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 27-38
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los
maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto,
no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito
tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué
mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen?
También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y
serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada,
sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.»
Reflexión
¡Cuán difícil nos resulta vivir el Evangelio!
Jesús no se contenta con inculcar el amor al prójimo, como lo hacía el judaísmo; entendiendo por prójimo a otro judío
¨piadoso y honrado¨.
¡No!, el Señor nos inculca el amor al prójimo, pero a ese prójimo pecador, a ese prójimo que me odia, que me injuria, que
me desprecia, que me roba.
Y nos pide, no sólo que los perdonemos, sino que además oremos por ellos, que los amemos.
Sólo así podremos ser verdaderos hijos de Dios.
Ese amor que nos pide Jesús nace del amor que Dios nos tiene a nosotros.
Si somos conscientes de que Dios nos ama y nos perdona, ahora y siempre, entonces nosotros tenemos que amar a los demás
–incluso a nuestros enemigos-, ahora y siempre.
En este difícil camino que el Señor nos pide hoy, viene bien recordar una anécdota en la vida de San Francisco de Sales.
Se cuenta que cuando él era obispo de Ginebra, los calvinistas intentaron varias veces matarlo.
Francisco, por toda venganza –como indica Jesús en el Evangelio-, oró por sus enemigos. Y no tuvo más que palabras de
bondad y perdón.
Al ver la nobleza de su proceder, más de sesenta mil personas se convirtieron al catolicismo.
Su heroísmo llegó al punto que al cruzarse en la calle con un abogado le dijo el obispo: Señor, sé que intenta perder mi
reputación. No se excuse, porque tengo pruebas de eso, pero quiero que sepa que si me abofetea una mejilla, gustoso le pondré
la otra, y aunque me arrancara un ojo, lo miraría con el otro con bondad y afecto entrañables.
Ese mismo hombre, atentó contra el Vicario de Francisco de Sales y le echó la culpa a nuestro santo.
Pero le salió el tiro por la culata y lo descubrieron y lo condenaron a muerte...
Pero..., el salvador llegó a tiempo.
San Francisco de Sales luchó incansablemente y ¡consiguió el indulto para su enemigo!
Vamos a pedirle hoy al Señor, poder hacer vida el Evangelio. Vemos que a pesar de que parece muy exigente, es posible
vivirlo, como lo hizo San Francisco de Sales.

LECTURAS DEL VIERNES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 39-42
Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu
hermano: Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la
viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.»
Reflexión
Las palabras que Jesús dice en el Evangelio de hoy están dirigidas a cada uno de nosotros. Jesús nos dice que somos
hipócritas cada vez que criticamos a los demás.
Nuestra vida sería mucho más agradable si fuésemos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos a
nosotros, todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros
mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás.
Cuando algo va mal, siempre echamos la culpa a los otros... Si mi esposo fuera... si mis vecinos no..., si el sacerdote
hiciera...
Y Jesús hoy nos invita a rever nuestra vida, a mirarnos a nosotros mismos, a pensar en nuestros compromisos.
Nos invita a mirarnos..., no a mirar y criticar a los demás.
Sólo cuando nosotros somos capaces de mirarnos, podremos mirar a los demás y ayudarlos también a ellos a ver claro. Se
cuenta que había una vez una señora que tenía muy mal humor, casi siempre estaba nerviosa, y hablaba a los gritos. Como tenía
varios hijos, se pasaba el día, corriendo de un lado al otro, llevando a uno, buscando al otro, haciendo las compras.
Todas sus tareas le aumentaban los nervios, el cansancio y el mal humor. Cualquier cosa era motivo para que protestara.
Levantaba la voz para indicarle algo a su marido y a sus hijos y para buscar polémica.
Una vez, su amiga, le dijo que ella le cuidaba los chicos, y que por favor fuera al médico.
El doctor le recetó unos tranquilizantes, ciertos ejercicios de respiración y meditación y le pidió que volviera en quince días.
Pasó el tiempo, y la señora volvió al consultorio, y el médico le preguntó cómo estaba y cómo se sentía.
Y ella le respondió con absoluta inocencia:
-No sé si sus remedios han servido para calmarme; lo que sí noto es que mi marido y mis hijos están más tranquilos que de
costumbre.
Cuántas veces nos pasa a nosotros lo mismo.
No nos damos cuenta, que somos nosotros el motivo de discordia, de pelea y de intranquilidad para los otros.
Que injustamente le echamos la culpa a los demás de nuestros problemas, y no hacemos nada por cambiar nosotros.
El Señor hoy nos llama a que empecemos por nosotros, que tratemos nosotros de mejorar, eso sólo basta muchas veces para
que mejore también nuestro ambiente.
Vamos a pedirle hoy al Señor ser verdaderos discípulos suyos. Mirar siempre con misericordia a los que nos rodean.
Y a todos los maestros les deseamos un feliz día, y les pedimos que nos ayuden a los padres a cuidar esas plantitas que son
nuestros hijos, podándolas con cariño, para que crezcan mejor.

LECTURAS DEL SÁBADO 14 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(23ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 6, 43-49
Jesús decía a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se
recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la
abundancia del corazón habla la boca.
¿Por qué ustedes me llaman: Señor, Señor, y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a
mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso
los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron
derribarla, porque estaba bien construida.
En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin
cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue
grande.»
Reflexión
Jesús en este Evangelio, quiere recordarnos que es el ¨fondo¨ del hombre lo que permite juzgar sus actos.
La calidad del fruto depende de la calidad del árbol.
El ¨corazón¨, es decir, ¨el interior profundo¨ del hombre, es lo esencial.
El Señor nos muestra que es necesario que los gestos exteriores correspondan a una calidad del fondo. Que nuestros gestos
religiosos provengan de una ¨fe interior¨.
Por eso tenemos que pedirle al Señor que nos transforme, que transforme nuestro corazón, que lo haga bueno.
Pidámosle que nuestra vida, sea verdaderamente un ¨buen fruto¨, del que los demás puedan alimentarse.
El Señor dice que ¨el hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene adentro¨. Hoy..., ¿qué podría sacar de mi
corazón?
Pensemos que de la abundancia del corazón habla la boca, por eso pidamos al Señor que transforme nuestro corazón, para
que pongamos a Dios en él. Sólo si Dios está en nuestro corazón entonces podremos hablar de Dios y esparcir buena semilla
que permita en el mundo que germine el Reino de Dios
El Señor no quiere palabras solamente, el Señor quiere que nuestro obrar, sea fruto de lo que tenemos dentro. Cuando sólo
hablamos de Dios, cuando sólo decimos cosas buenas, pero no hacemos obras buenas, entonces no estamos teniendo a Dios
dentro.
Hoy Jesús nos pide, que nos acerquemos a Él, que escuchemos su palabra y que la pongamos por obra. El Señor quiere que
seamos capaces de edificar nuestra vida, sobre una roca sólida. Y para eso tenemos que acercarnos a Jesús y practicar lo que nos
dice. Es Jesús la roca sobre la que podremos construir seguros nuestras vidas, con la certeza que no habrá fuerza que pueda
derribarla.
Pidamos hoy al Señor que seamos capaces de hacer vida su Palabra.

LECTURAS DEL DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 15, 1-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo:
«Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el
campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de
alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me
había perdido.»
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y
nueve justos que no necesitan convertirse.»
Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con
cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: «Alégrense conmigo, porque
encontré la dracma que se me había perdido.»
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte.»
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde.» Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida
licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al
servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su
hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi
padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.» Entonces partió y
volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo.»
Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias
en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y fue encontrado.»
Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y
llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
Él le respondió: «Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y
salvo.»
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: «Hace tantos años que te sirvo,
sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y
ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!.»
Pero el padre le dijo: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque
tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.»»
Reflexión
En este domingo de la vigésimo cuarta semana del tiempo ordinario, Dios nos habla de su amor gratuito, abierto a los
pecadores.
Nos enseña la incansable paciencia con que el amor de Dios busca a cada uno de aquellos a quienes se digna hacer hijos
suyos.
La primera de las parábolas de hoy, nos habla de la alegría del Buen Pastor que encuentra a la oveja perdida, y tal vez nos
recuerda a algunos, un período de nuestras vidas en que éramos indiferentes, teníamos lejos a Dios, y nuestro Señor, vino a
rescatarnos y a reconciliarnos con Él, y volvimos a su lado, volvimos a la Iglesia.
Y ahora, estamos de regreso al redil, y tal vez pensamos cuando escuchamos la lectura de hoy, en esa gente que ¨pobrecita¨,
todavía está lejos de Dios.
Pero la Iglesia no nos haría leer estas dos parábolas a nosotros, que tal vez asistimos a Misa, que tal vez comulgamos
frecuentemente, si esas parábolas no tuvieran para nosotros ninguna lección, para nuestra vida de hoy.
Las dos parábolas de hoy tienen una ambientación y un contenido muy diferentes.
La oveja número cien, se extravió lejos del rebaño, en una región desierta, corría el peligro de despeñarse por un precipicio o
de ser devorada por los lobos.
La situación de esa oveja es trágica y el Buen Pastor sale a buscarla y la salva de una muerte segura.
La segunda parábola nos lleva a una casa. El perjuicio es menos grave. Una mujer se da cuenta que ha perdido una de sus
diez monedas. La dracma es una moneda de no mucho valor.
Pero la había perdido en su casa, probablemente, hubiera rodado y estaría debajo de un mueble.
Tarde o temprano iba a aparecer.
Sin embargo, la mujer la quiere encontrar inmediatamente.
Y nuestro Señor, anda sin descanso tras la huella de aquella persona que está lejos del redil, que está fuera de su Iglesia, y
cuando la encuentra, la carga sobre sí, y la regresa al redil.
Pero no es menor su inquietud por los que sin haber abandonado su Iglesia, en cierto modo se le han escapado de las manos.
La parábola de la dracma perdida, es para cada uno de los que practicamos la religión, que tal vez recurrimos frecuentemente
a los sacramentos y que sin embargo, en vez de servir a Dios, nos preocupamos por satisfacer nuestros deseos o nuestros
intereses.
El Señor nos quiere santos. El Señor quiere nuestra entrega. Nos necesita para salvar al mundo, y no nos puede utilizar
porque nos hemos escapado de sus manos.
Se cuenta que en un encuentro de catequesis, una niña estaba explicando el texto del Evangelio de la parábola de la oveja
perdida que termina con la frase ¨hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos
que no necesitan perdón.
Entonces, uno de los chicos preguntó acerca de esa preferencia de Dios por los pecadores y recibió la siguiente explicación:
Imagínate que todos los hombres estamos ligados a Dios por una cuerda que representa el amor que nos une. Cuando alguien
peca, rompe ese amor, lo corta, y cuando se arrepiente y se reconcilia es como si hiciera un nudito a esa cuerda.
¿Qué ocurre en una soga cuando la cortas y le haces un nudo?
La distancia entre una punta y la otra se acorta.
Bueno, eso mismo ocurre con los pecadores.
Es cierto que rompen la cuerda, pero, al reconciliarse quedan más cerca de Dios que antes.
Aquellos que tienen capacidad de pedir perdón manifiestan un amor enorme, para recomponer lo que por debilidad habían
roto
Cuando el evangelio nos habla de los pecadores, no pensemos de inmediato, que los pecadores son los demás. Si no somos
la oveja perdida -tal vez hoy no lo seamos-, tal vez sí somos la dracma perdida.
Y somos esas monedas del Señor, que formamos parte de su tesoro y que Él quiere tener cerca. Él nos echa de menos,
necesita encontrarnos
Las últimas palabras de esta parábola de la dracma perdida son ¨Hay más alegría entre los ángeles por un sólo pecador que
se convierte¨, nos las dice el Señor a nosotros.
Démosle al Señor nuestro corazón, escuchemos su voz cuando nos llama, cuando nos busca. Dejemos de lado nuestros
egoísmos y volvamos a su mano.
Que María nuestra Madre mueva nuestros corazones para que acudamos al sacramento de la reconciliación, no importa si
estamos muy lejos, como la oveja perdida, o cerca pero perdidos, como la dracma. Dios nos espera con su amor gratuito para
que hagamos un nudo en nuestra soga y nos acerquemos más a Él.

LECTURAS DEL LUNES 16 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 7, 1-10
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un
sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos
para rogarle que viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama
a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te
molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que
digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis
órdenes- cuando digo a uno: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «¡Tienes que hacer esto!», él lo
hace.» Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni
siquiera en Israel he encontrado tanta fe.»
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Reflexión
Este relato de la curación del siervo del centurión, nos muestra que la fe en Jesús no está destinada sólo a los judíos. El
centurión era un soldado romano, que nos muestra aquí una sólida fe en Jesús.
En este caso, no llevan al enfermo ante Jesús y ni siquiera el centurión va a pedirle en forma personal a Jesús que cure a su
siervo.
Es más, cuando le piden a Jesús por el enfermo, el Señor, para dar satisfacción al pedido, se dirige a casa del centurión. Pero
antes de llegar, este soldado le hace decir: ¨Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso, ni
siquiera me consideraré digno de salir a tu encuentro. ¡Mándalo con tu palabra y que quede sano mi criado!¨.
Éstas palabras del centurión, fueron rescatadas por la liturgia, que nos invita a repetirlas antes de la comunión cuando
decimos: ¨Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme¨.
Cada vez que nos acercamos a comulgar, y nos presentan al ¨cordero de Dios que quita los pecados del mundo¨, repetimos la
confesión de fe de aquel centurión anónimo que pasó a la historia porque percibió en Jesús un poder superior,... el poder de
Dios. Fue capaz de reconocer ese poder divino, por encima del poder humano que ese centurión representaba.
Y ese hombre no se sintió digno, ni tan siquiera de pedirle a Jesús el favor en forma personal. Se lo hizo pedir a aquellos que
le eran más cercanos naturalmente al Señor; los ancianos-judíos- de Cafarnaúm.
El centurión se nos muestra humilde... y es precisamente esa humildad la que le permite tener fe.
Y es por esa fe, que reconoce el poder de Jesús.
Ese centurión percibe que Jesús tiene un poder superior y que no necesita tan siquiera acercarse al enfermo para curarlo.
Sólo tenía que decirlo y así sería.
Y Jesús quedó admirado de la fe de este hombre y produjo el milagro.
Jesús puede hoy también sanar nuestras dolencias físicas y morales; sanar a quienes nos rodean. Tal vez si no hace el milagro
se debe a que no tenemos esa ¨fe¨ y esa humildad que mostró el centurión.
Pidámosle hoy con confianza a nuestro Señor que nos regale una fe en su poder, como la del centurión.

LECTURAS DEL MARTES 17 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 7, 11-17
Se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la
población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran
muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo
llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: «Joven, yo te lo mando: Levántate». Inmediatamente el que había muerto se
levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a
Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». La noticia de este hecho se divulgó
por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Reflexión
El evangelio de hoy narra el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naím. El evangelista quiere mostrar cómo
Jesús va abriendo camino, revelando la novedad de Dios que avanza por medio del anuncio de la Buena Nueva. Se van dando la
transformación y la apertura: Jesús acoge la petición de un extranjero no judío y resucita al hijo de una viuda. La manera como
Jesús revela el Reino sorprende a los hermanos que no estaban acostumbrados a tan gran apertura. Hasta Juan el Bautista se
quedó como perdido y mandó preguntar: «¿Eres tú el señor o debemos esperar a otro?»
A continuación se fue a una ciudad llamada Naín. Iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a
la puerta de la ciudad sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; la acompañaba mucha gente de la
ciudad.» Lucas es como un pintor. Con pocas palabras consigue pintar el cuadro tan bonito del encuentro de las dos procesiones:
la procesión de la muerte que sale de la ciudad y acompaña a la viuda que lleva a su único hijo hacia el cementerio; la procesión
de la vida que entra en la ciudad y acompaña a Jesús. Las dos se encuentran en la pequeña ciudad, junto a la puerta de la ciudad
de Naín.
La compasión entra en acción. «Al verla el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: ¡No llores! Es la compasión que lleva a
Jesús a hablar y a actuar. Compasión significa literalmente: «sufrir con», asumir el dolor de la otra persona, identificarse con
ella, sentir con ella el dolor. Es la compasión que acciona en Jesús el poder, el poder de la vida sobre la muerte, poder creador.
Jesús se aproxima, toca el féretro y dice: «¡Joven, a ti te digo, levántate!» El muerto se incorporó y se puso a hablar. Y Jesús
se lo dio a su madre».
A veces en momentos de gran sufrimiento provocado por el fallecimiento de una persona querida, las personas dicen: «En
aquel tiempo, cuando Jesús andaba por la tierra había esperanza de no perder a una persona querida, pues Jesús podría
resucitarla». Ellas miraban el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naín como un evento del pasado que apenas
suscita añoranza y una cierta envidia. La intención del evangelio, sin embargo, no es suscitar añoranza ni envidia, sino ayudar a
experimentar mejor la presencia viva en media de nosotros. Él está hoy con nosotros, y ante los problemas y el sufrimiento que
nos azotan, nos dice: «¡Te lo ordeno: levántate!»
Todos se quedaron con mucho miedo y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y Dios
vino a visitar a su pueblo» Y lo que se decía de él se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina» Es el profeta que
fue anunciado por Moisés. El Dios que nos vino a visitar es el «Padre de los huérfanos y de las viudas».
Fue la compasión lo que llevó a Jesús a resucitar el hijo de la viuda. El sufrimiento de los demás ¿Produce en nosotros la
misma compasión? ¿Qué hago para ayudar al otro a vencer el dolor y crear vida nueva?
Dios visitó a su pueblo. ¿Percibo las muchas visitas de Dios en mi vida y en la vida de la gente?

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 18 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 7, 31-35
Jesús dijo: «¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños que se
sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros: ‘Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no
han llorado’. Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y ustedes dijeron: ‘Ése está endemoniado’. Y viene
el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores’. Pero
solo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen».
Reflexión
En el evangelio de hoy vemos como la novedad de la Buena Nueva fue avanzando de tal modo que las personas agarradas a
las formas antiguas de la fe quedaban como perdidas sin entender nada de la acción de Dios. Para esconder su falta de apertura y
de comprensión ellas se defendían y buscaban pretextos infantiles para justificar su actitud de no aceptación. Jesús reacciona
con una parábola para denunciar la incoherencia de sus adversarios: «¡Se parecen a niños que no saben lo que quieren!»
¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? A Jesús le parece extraña la reacción de la gente y dice: «¿Con
quién, compararé, pues, a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen?» Cuando una cosa es evidente y las personas,
o por su ignorancia o por mala voluntad no quieren darse cuenta o no se dan cuenta, es bueno encontrar comparaciones que
hablan por sí solas.
Ustedes se parecen a «los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: «En el mundo entero
hay niños mimados y que tienen la misma reacción. Reclaman cuando los otros no hacen y actúan como ellos quieren. El
motivo de la queja de Jesús es la manera arbitraria con que, en el pasado, reaccionaron ante Juan el Bautista y, ahora en el
presente, ante el mismo Jesús.
Su opinión sobre Juan y Jesús. «Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: `Demonio
tiene.’ Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: `Ahí tienen un comilón y un borracho, amigo de publicanos y
pecadores.» Jesús fue discípulo de Juan Bautista, creían él y se hizo bautizar por él. Fue cuando el bautismo que él tuvo la
revelación del Padre respecto de su misión como Mesías Siervo. Al mismo tiempo, Jesús resalta la diferencia entre él mismo y
Juan. Juan era más severo, más ascético, ni comía, ni bebía. Quedaba en el desierto y amenazaba a la gente con los castigos del
Juicio Final. Por esto decían que tenía un demonio, que estaba poseído. Jesús era más acogedor, comía y bebía como todo el
mundo. Andaba por los poblados y entraba en la casa de la gente, acogía a las prostitutas y a los recaudadores de impuestos. Por
eso decían que era comilón y que se emborrachaba. A pesar de generalizar al hablar de «los hombres de esta generación»,
probablemente, Jesús tiene en mente la opinión de las autoridades religiosas que no creían en Jesús.
Jesús termina sacando la conclusión: «Y la sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos». La falta de seriedad y de
coherencia aparece claramente en la opinión que emiten sobre Jesús y Juan. La mala voluntad es tan evidente que no necesitaba
de prueba.
Como reflexión personal nos preguntamos: Cuando emito una opinión sobre los otros, ¿soy como los fariseos y los escribas
que opinaban sobre Juan y Jesús? Ellos apenas expresaban sus ideas preconcebidas y nada informaban sobre las personas que
eran juzgados por ellos.
¿Conocemos a grupos en la Iglesia de hoy que merecerían la parábola de Jesús?

LECTURAS DEL JUEVES 19 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 7, 36-50
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en
aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume,
fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas le bañaba los pies, los enjugó con su cabellera, los besó y
los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: «Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la
que lo está tocando; sabría que es una pecadora».
Entonces Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». El fariseo contestó: «Dímelo, Maestro». Él le dijo: «Dos hombres le
debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les
perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?». Simón le respondió: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Entonces Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa
y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus
cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con
aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: Sus pecados, que son muchos, le
han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama». Luego le dijo a la mujer:
«Tus pecados te han quedado perdonados».
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: «¿Quién es este que hasta los pecados perdona?». Jesús le dijo a la
mujer: «Tu fe te ha salvado; vete en paz».
Reflexión
Los fariseos eran cumplidores de la ley, les gustaba hacer las cosas enfrente de todos, para que los vieran y se expresaran
bien de ellos. Ese entrar es la expresión de un Dios cercano, que ha entrado a la humanidad para quedarse en medio de nosotros.
El judío solamente comparte la mesa con su familia y con los amigos.
En aquellos tiempos, las mujeres estaban muy marginadas, sin embargo, en este relato ella pasa a ser una importante
protagonista, la mujer de la que decían que era pecadora se acerca a Jesús, le besa y unge los pies con perfume. El Señor, no se
aparta, ni aleja a esta pecadora, al contrario, la acoge y acepta su gesto. Al ponerse a los pies de Jesús es para reconocer la
grandeza de Dios ante el pecado, el experimentar su misericordia y su amor; el gesto de esta mujer al enjugar y ungir con
perfume es entregar a Dios el pecado, puesto que, el perfume es conseguido con el fruto del pecado, es una entrega total.
Lo que Jesús hace, según las prácticas de la época, era muy mal visto, pues era pecadora, por eso el fariseo critica a Jesús y
tacha a la mujer.
Jesús le narra una parábola para responder a los pensamientos del fariseo, para luego hacerle una pregunta frente al perdón.
En este caso, tanto el fariseo que había invitado a Jesús, como la pecadora, recibieron algo de Jesús, el primero, a Jesús en su
casa, la mujer a Jesús en su alma, el fariseo le honró con la comida, la pecadora le bañó con sus lágrimas y los secó con sus
cabellos. El recado de Jesús para este fariseo es: Pero aquel a quien se le perdona poco demuestra poco amor. Los fariseos
pensaban que no eran pecadores, porque observaban la ley rigurosamente. La pecadora, desde que se acercó a Jesús, no cesó de
besar sus pies, ungir su cabeza, derramar perfume sobre sus pies y sus numerosos pecados, le fueron perdonados. Por eso
demuestra mucho amor, y Simón a pesar de todo lo que le ofreció a Jesús, mostró su poco amor.
Aquí surge la novedad de la condición de Jesús, que es, él no condena, sino acoge y lo hace con mucho amor. El relato
enseña que la fe es lo que auxilia a los pecadores, a renovarse y a encontrarse consigo mismo, pero en forma muy especial con
Dios. También enseña este relato, cómo el encuentro con Jesús, otorga una fuerza nueva y ante el pecado él hace nacer de
nuevo. Jesús, quiere hacer comprender que es la fe lo que salva, fe en él, que se hizo verdadero hombre, para vivir como
verdadero amigo de los hombres, y con especial afecto por los pecadores, así fue como se hizo amigo de los publicanos, de los
pecadores. Él es capaz de perdonar todos nuestros pecados, y junto con ello, nos regala su Palabra consoladora y vigorosa: «Tu
fe te ha salvado; vete en paz». El Señor es capaz de mirar en la profundidad de nuestro corazón y de nuestra alma. No hay nada
que podamos ocultarle, él lo sabe todo. ¿Por qué siempre estamos fijándonos con envidia en los demás? Que si les es más fácil,
que si recibieron más, que si tienen menos penas, menos dolor, menos sufrimiento. Qué sabemos nosotros de lo que anida en los
corazones de nuestros hermanos.
Pidámosle hoy a la Santísima Virgen que nos ayude a no juzgar, a dar siempre lo mejor de lo que podemos, lo mejor de
nosotros, lo mejor que tenemos, sin mirar a quien, sin detenernos a ver si lo merece o no, ya no somos quién para juzgar y
decidir lo que cada quien merece, sin esperar recompensa, ni compensación, que Dios que lo ve y sabe todo, sabrá apreciarlo.

LECTURAS DEL VIERNES 20 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 8, 1-3
Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los
Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la
que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con
sus bienes.
Reflexión
Las palabras que Jesús dice en el Evangelio de hoy están dirigidas a cada uno de nosotros. Jesús nos dice que somos
hipócritas cada vez que criticamos a los demás.
Nuestra vida sería mucho más agradable si fuésemos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos a
nosotros, todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros
mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás.
Cuando algo va mal, siempre echamos la culpa a los otros... Si mi esposo fuera... si mis vecinos no..., si el sacerdote
hiciera...
Y Jesús hoy nos invita a rever nuestra vida, a mirarnos a nosotros mismos, a pensar en nuestros compromisos.
Nos invita a mirarnos..., no a mirar y criticar a los demás.
Sólo cuando nosotros somos capaces de mirarnos, podremos mirar a los demás y ayudarlos también a ellos a ver claro.
Se cuenta que había una vez una señora que tenía muy mal humor, casi siempre estaba nerviosa, y hablaba a los gritos.
Como tenía varios hijos, se pasaba el día, corriendo de un lado al otro, llevando a uno, buscando al otro, haciendo las
compras.
Todas sus tareas le aumentaban los nervios, el cansancio y el mal humor.
Cualquier cosa era motivo para que protestara. Levantaba la voz para indicarle algo a su marido y a sus hijos y para buscar
polémica.
Una vez, su amiga, le dijo que ella le cuidaba los chicos, y que por favor fuera al médico.
El doctor le recetó unos tranquilizantes, ciertos ejercicios de respiración y meditación y le pidió que volviera en quince días.
Pasó el tiempo, y la señora volvió al consultorio, y el médico le preguntó cómo estaba y cómo se sentía.
Y ella le respondió con absoluta inocencia:
-No sé si sus remedios han servido para calmarme; lo que sí noto es que mi marido y mis hijos están más tranquilos que de
costumbre.
Cuántas veces nos pasa a nosotros lo mismo.
No nos damos cuenta, que somos nosotros el motivo de discordia, de pelea y de intranquilidad para los otros.
Que injustamente le echamos la culpa a los demás de nuestros problemas, y no hacemos nada por cambiar nosotros.
El Señor hoy nos llama a que empecemos por nosotros, que tratemos nosotros de mejorar, eso sólo basta muchas veces para
que mejore también nuestro ambiente.
Vamos a pedirle hoy al Señor ser verdaderos discípulos suyos. Mirar siempre con misericordia a los que nos rodean.
Y a todos los maestros les deseamos un feliz día, y les pedimos que nos ayuden a los padres a cuidar esas plantitas que son
nuestros hijos, podándolas con cariño, para que crezcan mejor.

LECTURAS DEL SÁBADO 21 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(24ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 9, 9-13
Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Él
se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus
discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y
aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores.»
Reflexión
Jesús sigue eligiendo seguidores.
A los pescadores ya llamados en la orilla del lago, Jesús, añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza, un
hombre que el pueblo detesta. Mateo es recaudador de impuestos.
Estos hombres, trabajaban para los romanos, y en general se enriquecían a cuenta de los pobres y eran mal vistos por los
judíos. Y Jesús, lo elige. Parece extraño el equipo que Jesús está constituyendo.
Y dice el Evangelio, que cuando el Señor le dice a Mateo: Sígueme.
Mateo, instantáneamente lo siguió. Mateo, deja todo y lo sigue.
¡Qué lección, para nosotros!
Mateo, siendo rico, sin dudar, dejó todo y lo siguió a Jesús. Nosotros, deberíamos hoy mirar, qué cosas nos atan, qué cosas
nos impiden a nosotros, poder responder hoy, generosamente al llamado que Jesús, nos hace hoy también a nosotros: Sígueme.
Y después, Mateo, ofrece al Señor una comida. E invita a sus amigos,... esos amigos son sus colegas, publicanos como él.
Y los fariseos, se escandalizan que Jesús coma con ellos.
Entonces el Señor les cita un proverbio:
No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.
En esta frase se revela el corazón de Jesús.
Todos somos pecadores. Y Jesús, dice que ha venido para nosotros. Al Señor, no lo espantamos con nuestros pecados. Nos
ama, y el ser pecadores, hace que se dedique con amor a nosotros, para tratar de sanarnos.
Dios vino a salvar y a curar. El en su infinita misericordia, quiere acercarse a nosotros, comer con nosotros, y ayudarnos a
desprendernos de nuestros males.
Y Jesús come con Mateo y sus amigos, pecadores para los fariseos.
Esta cena, prefigura la Eucaristía. El Señor se queda en la Eucaristía como alimento, para reunirnos también a nosotros,...
pecadores, a su mesa.
La Eucaristía, es una recompensa para las almas puras, ... pero también es una comida de Jesús con los pecadores.
No somos dignos de recibir a Jesús. Y sin rebajar el valor penitencial profundo del sacramento de la reconciliación, no se es
nunca digno de recibir a Jesús.
Somos tan poca cosa!..., y sin embargo, el Señor nos invita a su mesa.
Vamos a pedirle hoy al Él, que nos purifique, que sane el corazón del hombre de Hoy.

LECTURAS DEL DOMINGO 22 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 16, 1-13
Jesús decía a los discípulos:
«Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo
que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto.»
El administrador pensó entonces: «¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas.
¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!»
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» «Veinte barriles de
aceite», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez.»
Después preguntó a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» «Cuatrocientos quintales de trigo», le respondió. El administrador le dijo:
«Toma tu recibo y anota trescientos.»
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más
astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las
moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es
deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son
fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y
menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.»
Reflexión
La liturgia de este domingo nos habla de los peligros morales que trae el desmedido apego al dinero
La primera lectura, en la profecía de Amos, el pasaje del Antiguo Testamento condena la avaricia, la explotación y la
injusticia. Es una denuncia contra todos los abusos que el poder económico puede cometer con los pobres y desvalidos.
¡Cuidado! El Señor ha jurado: ¡Jamás olvidaré ninguna de sus acciones!
El Salmo también reafirma el amor de Dios por el débil cuando nos dice: El levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de
su miseria
Y en el Evangelio el Señor nos habla mediante esta parábola de la habilidad de un administrador que es llamado a rendir
cuentas por su amo, acusado de haber despilfarrado sus bienes
El dueño de las riquezas se enteró de lo que había hecho su administrador infiel y lo alabó por su sagacidad. Y Jesús,
seguramente con tristeza añadió: porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. No alaba el
Señor la inmoralidad de este administrador que se hace de unos amigos para que luego lo reciban y le ayuden. Pero si, pone
como ejemplo la inteligencia puesta al servicio de una acción deshonesta, para indicarnos que debemos imitarla para hacer
cosas buenas.
San Agustín se hace la pregunta de por qué Jesús puso esta parábola. No porque el siervo aquel fuera un modelo de
comportamiento para imitar, sino porque fue previsor para el futuro. Nos enseña el Señor a tener empeño y determinación. Jesús
nos muestra que ante una situación difícil debemos tener la capacidad de sobreponernos y actuar con inteligencia y con empeño,
en vez de caer en el desánimo.
Este hombre supo descubrir a tiempo que los amigos duran más que el dinero. Nosotros también debemos convencernos de
que el dinero no es un bien supremo. Pues muchas veces nos parece que el dinero, puesto en un lugar seguro, es el medio para
asegurar nuestra existencia y nuestro porvenir.
Por el contrario, Jesús nos pide que pongamos el dinero en su justa ubicación. Que lo tomemos como un medio que nos sirve
para bienes mayores y que lo cambiemos, sin vacilar, por algo más precioso, como son, por ejemplo, los lazos de mutuo
agradecimiento.
No somos propietarios, sino administradores de nuestros bienes, y los debemos utilizar para bien de todos. El dinero no es
algo malo, siempre que lo usemos como un medio que facilita los intercambios. Sin embargo, Jesús lo llama sucio, porque el
dinero no es el bien verdadero, el que nos hace justos, o sea, tales como Dios nos quiere; y porque no se puede vivir para
acumular dinero sin faltar a la confianza en el Padre y hacer daño al prójimo.
El dinero es algo que el hombre hoy adquiere y mañana pierde, y no puede integrarse a su persona. Por lo tanto, no forma
parte de los bienes que son realmente nuestros.
Una antigua fábula de la india dice que un anciano rey hizo llamar a uno de sus súbditos, que tenía fama de ser muy sabio y
bueno, y le dijo:
Mi buen amigo, quiero que tomes esta caña de bambú y recorras todo mi reino. Habrás de entregársela a la persona que
consideres la más tonta de todas ellas.
El sabio se puso en camino. Recorrió campos, ciudades y pueblos, pero no halló una persona a la que pudiera considerar la
más tonta. Entonces regreso junto al monarca. El rey había enfermado de gravedad. Sus días estaban contados. Lloroso, se
quejaba de esta forma:
¡Qué desafortunado soy! Toda mi vida acumulando riquezas y ahora ¿cómo haré para llevármelas? No quiero dejarlas, no
quiero dejarlas. ¡Tantos esfuerzos para reunir grandes tesoros!
El sabio le entregó la caña de bambú al rey.
Lucas hace resaltar, más que los otros evangelistas, la incompatibilidad entre la religión verdadera y el apego al dinero. Los
fariseos pretendían justificar su amor al dinero con la misma Biblia, pues en los primeros tiempos los judíos veían en las
riquezas una bendición de Dios. Consideraban las riquezas como la recompensa que Dios da a los que le son fieles y que
conocen, al mismo tiempo, la manera de actuar en este mundo. Pero con el correr del tiempo, reconocieron que el dinero era
más bien un peligro y que, a menudo, era el privilegio de los incrédulos y de los deshonestos
Los cristianos no tenemos más que un solo Señor, que es Cristo. No podemos servirlo a Él y al dinero. En vez abandonarnos
a la Providencia de Dios, no podemos depositar nuestra confianza en el dinero..., pensar que por tener una cuenta bancaria o un
seguro de vida ya no corre ningún riesgo nuestro futuro
Y a Cristo lo debemos servir con los talentos que el mismo nos ha dado, empleando todos los medios lícitos, toda nuestra
inteligencia y nuestras capacidades. Y a Dios debemos encaminar nuestro trabajo, nuestros negocios y nuestro descanso.
No podemos considerar que tenemos un tiempo para Dios y otro para el dinero o para los negocios. Todas nuestras
actividades deben convertirse en servicio a Dios, a nuestro prójimo y a nuestras familias.
Para ser buenos administradores de los talentos que hemos recibido del Señor, tenemos que dirigir todas nuestras acciones a
promover el bien común, buscando con ingenio e interés el bien común y las soluciones más convenientes.
No podemos permitir que el dinero se convierta poco a poco en nuestro señor, ni en el objetivo de la vida puede ser acumular
la mayor cantidad de bienes posibles. Tener cada vez más confort o comodidad. El Señor nos llama a otra cosa. Con todos los
medios a nuestro alcance, debemos trabajar para rehacer lo que ha sido destruido por una cultura materialista. Tenemos que
realizar una nueva evangelización.

LECTURAS DEL LUNES 23 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 8, 16-18
Jesús dijo a la gente: «No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que
se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni
nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener.»
Reflexión
Quién sigue a Jesús no solo debe trabajar para su propia conversión, sino también por la de los demás. El Señor lo expresa
con la imagen de la lámpara que resulta muy fácil de comprender por quienes lo escuchaban. La lámpara está para iluminar y
había que colocarla bien alto. A nadie se le ocurriría esconderla de tal manera que su luz quedase oculta. ¿Para qué iba a servir
entonces?
En otra oportunidad, Jesús también les dijo a sus discípulos: «Ustedes son la luz del mundo».
La luz de los discípulos es la misma que la de su Maestro Jesús. Sin la luz de Cristo, el mundo queda en tinieblas. Y cuando
se camina en la oscuridad, se tropieza y se cae.
Los cristianos debemos iluminar el ambiente en que vivimos y trabajamos. No se comprende un discípulo del Señor sin luz.
El Concilio Vaticano II lo puso de relieve al decir: «Porque todos los cristianos, donde quiera que vivan, por el ejemplo de su
vida y el testimonio de su palabra, están obligados a manifestar el hombre nuevo de que se han revestido de tal forma que los
demás, al ver sus obras, glorifiquen al Padre y descubran el genuino sentido de la vida y el vínculo universal de todos los
hombres. Pensemos si los que trabajan codo a codo con nosotros..., si quienes viven en nuestro mismo hogar, reciben de
nosotros esa luz que señala el camino que conduce a Jesús.
El trabajo, nuestras obligaciones cotidianas y nuestro comportamiento, es la lámpara que debe iluminar con la luz de Cristo.
¿Qué apostolado podría llevar a cabo una madre de familia que no cuidara a conciencia su hogar?. ¿Cómo podría hablar de Dios
a sus amigos un estudiante que no estudiara, o un empresario que no viviera los principios de la justicia social de la Iglesia, con
su empleados?
Desde el comienzo de su vida pública se conoce al Señor como el artesano, el hijo de María. Y cuando comienzan los
milagros, la multitud dice: Todo lo ha hecho bien. Absolutamente todo, los grandes prodigios y las cosas pequeñas y cotidianas.
Es evidente que la doctrina de Jesús no se ha difundido a fuerza de medios humanos, sino a impulsos de la gracia. Pero
también es cierto que la acción apostólica edificada sobre una vida sin virtudes humanas, sin responsabilidad en las propias
obligaciones, sería hipócrita e ineficaz. El Concilio también decía: «El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a
sus deberes con el prójimo; falta sobre todo, a sus obligaciones para con Dios».
Sea cual sea el trabajo u ocupación que tengamos, al hacerlo con responsabilidad y a conciencia, ganamos autoridad moral
ante nuestro prójimo para poder realizar mejor nuestras tareas de apostolado.
San Pablo, en sus cartas a los primeros cristianos de Filipo, los exhorta a vivir en medio de aquella gente apartada de Dios,
de manera que brillen como luceros en medio del mundo. Y su ejemplo arrastraba tanto que en verdad se pudo decir de ellos:
«lo que es el alma para el cuerpo, esto son los cristianos en medio del mundo»
Pidamos nosotros también a María que iluminemos siempre el medio en que vivimos, para que podamos ser más eficaces y
fecundos en nuestra tarea de llevar a los que nos rodean a Jesús.

LECTURAS DEL MARTES 24 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 8, 19-21
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús:
«Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte.»
Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.»
Reflexión
Este pasaje del Evangelio, a veces se interpreta erróneamente, para decir que María tuvo más hijos además de Jesús. Esto
contradice lo que era la costumbre del pueblo judío en la época de Jesús de llamar hermanos a parientes de distintos grados.
Los cristianos solemos usar la palabra hermano para dirigirnos a nuestro prójimo y no tenemos con ellos ningún parentesco
carnal. Por tanto, no podemos confundir esta terminología que aparece en el Evangelio cuando se habla de hermanos de Jesús.
Lo realmente importante de este Evangelio es que cuando hacemos la voluntad de Dios cuando escuchamos su Palabra y la
ponemos en práctica, entonces nos convertimos en familia de Jesús. El parentesco con Jesús no radica en la sangre.
María se hace acreedora al título de Madre de Jesús, no sólo porque engendró a nuestro Señor, sino por el Sí total y absoluto
dado a la Palabra de Dios.
Este texto, que podría entenderse como un rechazo de Jesús a María, en realidad es una alabanza.
Jesucristo aprovecha esta oportunidad, para comparar el simple afecto familiar humano, con otro afecto de la gran familia
cristiana, basada en lo ¨sobrenatural¨
María nos brinda el ejemplo a imitar. Ella es quien con mayor fidelidad sirvió a Jesús:
Debemos escuchar como María la Palabra de Dios, prestarle atención, leerla detenidamente, escucharla atentamente en
aquellos momentos que el Señor disponga para que podamos hacerlo.
Debemos meditar como María, la Palabra de Dios. Debemos profundizar el sentido de la Palabra de Dios e irla aplicando a
las diversas circunstancias de nuestra vida.
Y luego debemos cumplir la Palabra de Dios. Sólo así, en nuestra vida puede haber verdadera conversión..
El Señor promete felicidad a los que ponen en práctica la Palabra de Dios.
Nosotros queremos practicar en nuestra vida la escena de la Anunciación, deseamos repetirla en las más pequeñas cosas de
la vida diaria. En el momento de la Anunciación María escucha al Ángel, medita, pregunta y pronuncia su Sí y actúa.
Cada acontecimiento,... cada persona,... lo que nos sucede,... pueden ser para nosotros semejante a un Ángel del Señor.
Nuestra tarea consiste en tener siempre delicadeza de oído, meditar ¨lo que es este saludo¨ y responder.
Si nosotros tomamos en serio el ¨Sí¨, entonces lo realizamos cada día, y vamos por el camino que Dios preparó para
nosotros.
Escribe la Madre Teresa de Calcuta que Nuestra Señora nos ofrece las mejores lecciones de humildad y de servicio a la
voluntad de Dios. Aunque estaba llena de gracia, se proclamó esclava del Señor.
Aun siendo Madre de Dios, fue a visitar a su prima Isabel para hacer las tareas del hogar.
Aunque concebida sin mancha, se encuentra con Jesús humillado con la cruz a cuestas camino al Calvario y permanece al
pie de la cruz como una pecadora que necesita redención.
El bien supremo en nuestras vidas, debe ser cumplir la voluntad y los deseos de Dios. Es esto lo que nos hace familia de
Jesús. Desde el día que nos comprometemos con la obra de Dios, nos toca descubrir hermanos y hermanas, y a una madre,
María. Pidamos a ella, Reina de la familia, que siempre seamos acreedores a la gran familia de Jesús por ser fieles a la voluntad
del Padre.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 25 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 9, 1-6
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni
alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.
Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos.»
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.
Reflexión
San Lucas relata dos veces unas consignas de ¨misión¨, casi equivalentes: -aquí van dirigidas a los ¨doce¨
y después va a dirigirlas a los ¨setenta y dos¨ Todos, el Papa, obispos, sacerdotes, laicos... son «enviados» a la misión. Todos
reciben las mismas consignas de ¨pobreza¨ No lleven bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero...
Jesús prohibe llevar toda clase de recursos. La fuerza del predicador no depende de los recursos. Es Dios quien pone la
semilla, nosotros sólo somos instrumentos. Y el Señor quiere que los suyos estén totalmente desprendidos de las cosas de la
tierra, que no se dejen atrapar por los bienes terrenos.
El Señor resume la ¨misión¨ de sus discípulos, para la que les dio el ¨Poder y ¨la Autoridad en expulsar todos los demonios y
curar las enfermedades y Proclamar el reino de Dios...
Y los discípulos se pusieron en camino anunciando la ¨buena noticia¨... y ¨curando en todas partes¨
La misión, se resume en dos puntos precisos: uno es una palabra, una proclamación... otro es un acto propiamente dicho, una
curación.
Esos dos aspectos de la evangelización se hacen a la vez. No hay uno primero que el otro.
El misionero no debe contentarse sólo con palabras, son necesarios actos, que muestren a los hombres que con el poder de
Jesús son capaces de liberar al hombre de sus males.
Pero tampoco debe caerse en pensar que no es necesaria la predicación.
Un cristiano, debe revelar a Cristo con su testimonio de vida pero también manifestando públicamente y explícitamente su fe
en Jesucristo.
Hoy Jesús, por medio de la Iglesia, sigue enviando apóstoles al mundo.
Todo cristiano, por los sacramentos del Bautismo y la confirmación, es llamado y enviado a proclamar la Buena Noticia del
reino, pero siempre dentro del pueblo de Dios que es la Iglesia.
Y cada uno de nosotros, enviados por Cristo a evangelizar, tenemos hoy que preguntarnos, si en realidad estamos
cumpliendo con la ¨misión que Cristo nos encomendó.
Pensemos que los discípulos de Jesús, son prolongaciones de Él mismo en el tiempo y en el espacio. Y entonces debemos
pensar, cada uno, que nos somos otra cosa, que Cristo en el ahora y en el aquí.
Este Cristo que tiene que proclamar el Reino de Dios.
Y entonces, debemos preguntarnos, cada uno, cómo proclamamos, ese Reino de Dios, con nuestra palabra, y con nuestra
vida. Jesucristo, predicó lo que hizo e hizo lo que predicó. A eso mismo estamos llamados nosotros.
Vamos a pedirle hoy a María, a ella que como nadie, respondió al Señor siendo su mejor discípulo, que nos enseñe a no
dejarnos atrapar por las cosas de la tierra, y que siempre sepamos dar testimonio valiente de nuestra fe en Jesucristo y en el
anuncio del Reino de Dios.

LECTURAS DEL JUEVES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 9, 7-9
El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: «Es Juan, que ha
resucitado.» Otros decían: «Es Elías, que se ha aparecido», y otros: «Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
Pero Herodes decía: «A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?» Y trataba de
verlo.
Reflexión
La fama de Jesús crece y se extiende. Y Herodes está perplejo.
Jesús aparece ante sus contemporáneos, primero como profeta... un portavoz de Dios,... alguien que comenta los
acontecimientos para sacar de ellos el sentido divino que contienen.
Herodes representa aquí el poder político, mientras que Jesús es la humildad.
Herodes tenía curiosidad por Jesús, por verlo actuar, por presenciar quizás algunos de los signos que le habían dado fama.
Y ese pensamiento de Herodes respecto a que quien pasaba, no podía ser Juan el Bautista, porque a él le había hecho cortar
la cabeza; estaba quizás inspirado por Dios mismo. Una de las maneras de hablar de Dios, es a través de la «voz de nuestra
conciencia»
Por eso la primera de las enseñanzas que nos deja este pasaje, es que no debemos desoír nuestra conciencia. Es la conciencia
quizá el camino de salvación para mucha gente que está alejada de Dios.
Cuando tenemos cuidado de seguir nuestra conciencia, es probable que ella nos conduzca a Jesús.
Herodes tuvo en su conciencia el arrepentimiento, y «tenía ganas de ver a Jesús», según dice el evangelio, sin embargo,
cuando Pilato se lo envía ya como condenado, deja pasar la ocasión de ver a Jesús.
En este pasaje también vemos el enfrentamiento entre Herodes que representaba el poder político y Jesús «el profeta».
Herodes pregunta ¿quién es este del que oigo tales cosas? El profeta, ¡siempre se enfrenta con el poder!.
Por eso este pasaje del evangelio, nos deja una advertencia. El cristiano, como profeta, debe permanentemente discernir
entre lo que es de Dios y lo que no lo es.
Como profetas debemos siempre proyectar la luz de la Palabra de Dios y, ... la palabra de Dios siempre impulsa al bien, a la
justicia y al amor.
Todo lo que no va en ese camino ¡no es de Dios!, y el cristiano debe valientemente denunciar y aún enfrentarse con los
poderes constituidos, si éstos contradicen la Palabra de Dios.
No podemos asombrarnos que el que realmente actúa como profeta esté expuesto a ser juzgado e incluso se sospechen en él
intenciones no rectas. A veces se lo hará aparecer incluso como seguidor y propulsor de doctrinas erróneas, para anular su
acción profética.
Hoy en día anunciar la salvación, anunciar mensajes de justicia, de libertad, de amor y de paz, es como oponerse a los
poderes del mundo, a las ambiciones del mundo, y entonces puede ser que se nos critique, se nos juzgue y se nos condene.
Sin embargo, debemos vivir construyendo el Reino de Dios y siendo fieles a los valores del Reino
Cuando nos encontremos en el mundo con las dificultades, con las persecuciones, no nos extrañemos, no es a nosotros a
quien se persigue sino al Reino que está en nosotros.

LECTURAS DEL VIERNES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 9, 18-22
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha
resucitado.»
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?»
Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios.»
Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
«El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Reflexión
Las primeras actuaciones de Jesús significaron un cierto éxito. Y Jesús mismo temió que sus discípulos –quienes estaban a
su lado-, se dejaran arrastrar por ese entusiasmo ficticio de la gente.
El Señor no se deja aturdir por la admiración general de la que es objeto; considera humildemente el sencillo papel que su
Padre le ha encomendado representar.
Y entonces les dice a los discípulos: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Y ellos no
alcanzaban a comprender qué podía significar esa expresión. Ese ser entregado a los hombres era sinónimo de ser entregado a la
muerte y «esto» no lo podía entender la mente de esos hombres para los cuales el Mesías debía mostrarse siempre y en toda
ocasión glorioso y victorioso.
La pasión en el Mesías era como una paradoja; y si bien Jesús se expresó claramente, ellos no veían claro al Rey como
Mesías sufriente.
Jesús anunciaba así su Pasión. Esa Pasión, en la que Él estaba pensando desde hacía tiempo. El Señor se preparó
detenidamente para eso y trató en vano de preparar a sus apóstoles.
Pero ellos tenían miedo de preguntarle sobre eso; no quieren abordar el tema con Jesús, porque interiormente rehúsan la
muerte de Jesús. Ellos no comprendieron que esa Pasión a la que el Señor se ofreció en cumplimiento de la voluntad del Padre,
era su «mayor» acto de amor.
Y en nuestro mundo de hoy, tampoco hemos entendido claramente el mensaje de Jesús. También hoy hay muchos –incluso
discípulos de Jesús-, que no entienden que Dios permita el sufrimiento. Hoy también hay quiénes se preguntan por qué, si Dios,
es Dios y es Padre, permite que sus hijos sufran.
Cuando en algunas ocasiones, nos toque a nosotros la hora de la desolación espiritual, de la aridez, o del sufrimiento y la
angustia, no lleguemos nunca a dudar de la infinita bondad y Providencia de nuestro Padre. Ése sería el pecado más grave que
podamos cometer porque ofenderíamos el Corazón infinitamente bondadoso del Señor.
En esos momentos recordemos a san Pablo cuando dice «todo coopera al bien de los que aman a Dios». Esa convicción es
signo de una fe fuerte. ¡Dios es Padre! y no quiere nada malo para nosotros.
«Eso» que a veces nos preocupa..., tengamos la certeza de que nos conviene. Nos conviene aunque no seamos capaces de
verlo así.
En esas circunstancias tengamos una visión más cristiana del sufrimiento y del dolor. En lugar de pensar que no hay «rosas
sin espinas», pensemos que no hay «espinas sin rosa». Cuando sintamos el pinchazo de las espinas, pensemos en esa rosa que va
a aparecer ante nuestros ojos.
Pidamos hoy a María, a ella que supo también del dolor y del sufrimiento, que nos ayude a descubrir en los acontecimientos
de nuestra vida –también en el dolor-, el Amor de nuestro Padre.

LECTURAS DEL SÁBADO 28 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(25ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 9, 43-45
Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían
interrogar a Jesús acerca de esto.
Reflexión
Las primeras actuaciones de la vida pública de Jesús tuvieron entre quienes lo escuchaban, un cierto éxito. Y Jesús mismo
temió que sus discípulos –quienes estaban a su lado-, se dejaran arrastrar por ese entusiasmo ficticio de la gente.
El Señor no se deja aturdir por la admiración general de la que es objeto; considera humildemente la misión que su Padre le
ha encomendado para la salvación.
Y entonces les dice a los discípulos: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Y ellos, no alcanzaban
a comprender qué podía significar esa expresión. Ese ser entregado a los hombres era sinónimo de ser entregado a la muerte y
esto no lo podía entender la mente de esos hombres para los cuales el Mesías debía mostrarse siempre y en toda ocasión
glorioso y victorioso.
La pasión en el Mesías era como una paradoja; y si bien Jesús se expresó claramente, a ellos no les cabía la idea de ver al
Rey como Mesías sufriente.
Jesús anunciaba aquí su Pasión. Esa Pasión, en la que Él estaba pensando desde hacía tiempo. El Señor se preparó
profundamente para eso y trató en vano de preparar a sus apóstoles.
Ellos tenían miedo de preguntarle a Jesús sobre eso; no quieren abordar el tema con Jesús, porque interiormente rehúsan
aceptar la muerte de su Maestro. Ellos no comprendieron que esa Pasión a la que el Señor se ofreció en cumplimiento de la
voluntad del Padre, era su mayor acto de amor.
Y en nuestro mundo de hoy, tampoco hemos entendido claramente el mensaje de Jesús. También hoy hay muchos –incluso
discípulos de Jesús-, que no entienden que Dios permita el sufrimiento. Hoy también hay quiénes se preguntan por qué, si Dios,
es Todopoderoso y es Padre, permite que sus hijos sufran.
Cuando en algunas ocasiones, nos toque a nosotros la hora de la desolación espiritual, de la aridez, o del sufrimiento y la
angustia, no permitamos que esto nos lleve a dudar de la infinita bondad y Providencia del Señor. Esto sería desconocer a Dios
como Padre providente y significaría ofender el Corazón infinitamente bondadoso de Jesús.
En esos momentos recordemos a san Pablo cuando dice todo coopera al bien de los que aman a Dios. Esa convicción es
signo de una fe fuerte. ¡Dios es Padre! y no quiere nada malo para nosotros.
Eso que a veces nos preocupa..., tengamos la certeza de que nos conviene. Nos conviene aunque no seamos capaces de verlo
así. En esas circunstancias tengamos una visión más cristiana del sufrimiento y del dolor. En lugar de pensar que no hay rosas
sin espinas, pensemos que no hay espinas sin rosas. Cuando sintamos el pinchazo de las espinas, pensemos en esa rosa que va a
aparecer ante nuestros ojos.
Pidamos hoy a María, a ella que supo también del dolor y del sufrimiento, que nos ayude a descubrir en los acontecimientos
de nuestra vida –también en el dolor-, el Amor de nuestro Padre.

LECTURAS DEL DOMINGO 29 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(26ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 16, 19-31
Jesús dijo a los fariseos:
Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado
Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico...pero hasta los
perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Murió
también el rico y fue sepultado.
Estando en el lugar de tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: 'Padre
Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy
atormentado en esta llama.' Pero Abrahán le dijo: 'Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario,
sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo,
de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan hacerlo; ni de ahí puedan pasar hacia nosotros.'

Replicó: 'Pues entonces, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les
advierta y no vengan también ellos a este lugar de tormento.' Abrahán le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.'
Él dijo: 'No, padre Abrahán, que si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán.' Le contestó: ' Si no oyen a Moisés y a
los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite.'

Reflexión

Cada vez que Jesús tiene una cosa importante que comunicar, el crea una historia y cuenta una parábola. Así, a través de la
reflexión sobre una realidad visible, lleva a los oyentes a descubrir los llamados invisibles de Dios, presentes en la vida. Una
parábola está hecha para pensar y reflexionar. Por esto, es importante prestar atención a sus mínimos detalles. En la parábola del
evangelio de hoy, aparecen tres personas: el pobre Lázaro, el rico sin nombre y el Padre Abrahán. Dentro de la parábola,
Abrahán representa el pensamiento de Dios. El rico sin nombre representa la ideología dominante de la época. Lázaro
representa el grito callado de los pobres del tiempo de Jesús y de todos los tiempos.

La situación del rico y del pobre. Los dos extremos de la sociedad. Por un lado, la riqueza agresiva. Por el otro, el pobre sin
recursos, sin derechos, cubierto de úlceras, impuro, sin nadie que lo acoge, a no ser los cachorros que lamen sus heridas. Lo que
separa a los dos es la puerta cerrada de la casa del rico. De parte del rico no hay acogida ni piedad hacia los problemas del pobre
que está a su puerta. Pero el pobre tiene nombre y el rico no lo tiene. Es decir, que el pobre tiene su nombre inscrito en el libro
de la vida, el rico no. El pobre se llama Lázaro. Significa Dios ayuda. A través del pobre Dios ayuda al rico y el rico podrá tener
su nombre en el libro de la vida. Pero el rico no acepta ser ayudado por el pobre, pues guarda cerrada su puerta. Este inicio de la
parábola que describe la situación es un espejo fiel de lo que estaba ocurriendo en el tiempo de Jesús y en el tiempo de Lucas.
¡Es el espejo de lo que acontece hoy en el mundo!

La mudanza que revela la verdad escondida. El pobre murió y fue llevado por los ángeles en el seno de Abrahán. Muere
también el rico y es enterrado. En la parábola, el pobre muere antes del rico. Esto es un aviso para los ricos. Hasta que el pobre
está a la puerta, todavía hay salvación para los ricos. Pero después de que el pobre muere, muere también el único instrumento
de salvación para los ricos. Ahora, el pobre está en el seno de Abrahán. El seno de Abrahán es la fuente de vida, de donde nació
el pueblo de Dios. Lázaro, el pobre, forma parte del pueblo de Abrahán, del cual era excluido cuando estaba ante la puerta del
rico. El rico que piensa ser hijo de Abrahán no va a estar en el seno de Abrahán. Aquí termina la introducción de la parábola.
Ahora comienza la revelación de su sentido, a través de la conversación entre el rico y el padre Abrahán.

La primera conversación. En la parábola, Jesús abre una ventana sobre el otro lado de la vida, el lado de Dios. No se trata del
cielo. Se trata del lado verdadero de la vida que sólo la fe abre y que el rico sin fe no percibe. Y sólo bajo la luz de la muerte la
ideología del imperio se desintegra en la cabeza del rico y aparece para él lo que es el valor real en la vida. Al lado de Dios, sin
la propaganda, sin la propaganda engañadora, los papeles se cambian. El rico ve a Lázaro en el seno de Abrahán, y le pide que
sea aliviado de sus sufrimientos. El rico descubre que Lázaro ¡es su único posible bienhechor! ¡Pero ahora es demasiado tarde!
El rico sin nombre es pío, ya que reconoce a Abrahán y le llama Padre. Abrahán responde y le llama hijo. Esta palabra de
Abrahán, en realidad, está siendo dirigida a todos los ricos vivos. En cuanto vivos, ellos tienen aún la posibilidad de volverse
hijos, hijas de Abrahán, si supieran abrir la puerta a Lázaro, el pobre, el único que en nombre de Dios puede ayudarlos. La
salvación para el rico no es que Lázaro le traiga una gota para refrescar su lengua, sino que él, el rico, abra al pobre la puerta
cerrada y así llene el gran abismo.

La segunda conversación. El rico insiste: "Padre, te suplico: manda Lázaro para la casa de mi padre. ¡Tengo cinco
hermanos!” El rico no quiere que sus hermanos lleguen al mismo lugar de tormento. Lázaro, el pobre, es el único verdadero
intermediario entre Dios y los ricos. Es el único, porque sólo a los pobres los ricos pueden devolver aquello que les han y, así,
restablecer la justicia perjudicada. El rico está preocupado con los hermanos. Nunca estuvo preocupado con los pobres. La
respuesta de Abrahán es clara: "Tiene a Moisés y a los Profetas: ¡que los escuchen!" ¡Tienen la Biblia! El rico tenía la Biblia, la
conocía de memoria. Pero nunca se dio cuenta de que la Biblia tenía algo que ver con los pobres. La llave para que el rico
pudiera entender la Biblia es el pobre sentado a su puerta.

La tercera conversación "No, padre, si alguien entre los muertos les avisa de algo, ellos se van a arrepentir." El rico reconoce
que esté equivocado, pues habla de arrepentimiento, cosa que durante la vida no sintió nunca. Él quiere un milagro, ¡una
resurrección! Pero este tipo de resurrección no existe. La única resurrección es la de Jesús. Jesús resucitado viene hasta nosotros
en la persona del pobre, de los que no tienen derechos, de los sin tierra, de los hambrientos, de los sin techo, de los que no
tienen salud. En su respuesta final, Abrahán es breve y contundente: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se
convencerán aunque un muerto resucite.” Fin de la conversación. ¡Final de la parábola!

• La llave para entender el sentido de la Biblia es el pobre Lázaro, sentado a la puerta. Dios viene a nosotros en la persona
del pobre, sentado a nuestra puerta, para ayudarnos a llenar el abismo insondable que los ricos crearon. Lázaro es también Jesús,
el Mesías pobre y siervo, que no fue aceptado, pero cuya muerte cambió radicalmente todas las cosas. Es la luz de la muerte del
pobre que lo cambia todo. El lugar del tormento es la situación de la persona sin Dios. Por más que el rico piense tener la
religión y la fe, no hay forma de que pueda estar con Dios, pues no ha abierto la puerta al pobre, como hizo Zaqueo.

LECTURAS DEL LUNES 30 DE SEPTIEMBRE DE 2019


(26ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 9, 46-50
A los discípulos de Jesús se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande.
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: «El que recibe a este niño en mi Nombre,
me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande.»
Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de
impedírselo, porque no es de los nuestros.»
Pero Jesús le dijo: «No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes.»
Reflexión
Jesús acababa de anunciar su Pasión y sus discípulos, iban pensando quien sería el más grande.
La idea excesivamente terrena que los apóstoles tenían del Mesías, les hacía desear los primeros puestos de mayor honor y
provecho en su Reino.
Va a tener que pasar mucho tiempo antes que ellos lleguen a entender a Jesús. Todavía permanecen apegados a los proyectos
de gloria.
El deseo de dominar..., de ser más que los demás..., es natural en el hombre.
Por eso en lugar de pensar hoy nosotros, en juzgar a esos discípulos de Jesús, deberíamos pensar cada uno..., si no tenemos
en el fondo de nuestra vida, las huellas de ese mismo deseo de los discípulos.
Muchas veces, -aunque parezca escondido-, está en nosotros ese deseo de dominar..., de ser más grandes...
Pero Jesús, adivinando lo que pensaban sus discípulos, tomó de la mano un niño, lo puso a su lado y les dijo «El que toma a
un niño en mi nombre, me acepta a mí, y el que me acepta, acepta también al que me ha enviado.»
El sitio de honor a su lado, Jesús lo reserva para el más pequeño. El que quiere ser el mayor..., que se ponga al servicio de
los más pequeños.
Lo importante en el Reino de Dios, no es reinar, sino servir.
Lo que hace Jesús con los más pequeño de la humanidad, eso es lo que los discípulos suyos deben hacer los unos con los
otros.
El segundo de los problemas que plantea este evangelio, es lo que Jesús responde cuando Juan le dice que han encontrado a
quienes estaban echando demonios en nombre de Jesús y ellos se lo prohibieron. Y Jesús simplemente les responde que los
dejen hacerlo, porque, les dice el Señor: «el que no está contra ustedes, está con ustedes»
¡Qué difícil resulta aceptar esto no!
El Señor nos quiere hacer entender que quienes trabajan por el Reino de Dios, tienen que tener de nuestra parte apoyo y
comprensión. No importa mucho en qué grupo estén..., lo que realmente importa es que estén unidos a Cristo.
Este Evangelio, quiere llevarnos a ser capaces de terminar con las rivalidades entre los seguidores de Jesús.
Jesús nos quiere decir hoy a cada uno, que ¡no quiere rivalidades entre nosotros, discípulos de Jesús!, y que ¡no quiere
tampoco rivalidades con quienes sin ser discípulos de Jesús -en apariencia-, trabajan por la justicia, por la verdad, por el amor,
por la paz, que son las características fundamentales del Reino de Dios.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que seamos capaces de entender a Jesús, y no buscar en su Reino privilegios, sino
simplemente servir, con la seguridad de que Servir es Reinar.

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