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Definición
El respeto comienza en la propia persona y está referido a las leyes naturales. El estado original
del respeto está basado en el reconocimiento del propio ser como una entidad única. Con la
comprensión del propio ser se experimenta el verdadero autorrespeto. Así, las primeras FALTAS DE
RESPETO se dan hacia uno mismo, cuando no se valora la manera como se trata a sí mismo -por
ejemplo abusando del alcohol, comiendo mal por gusto propio, haciendo del sexo una actividad
morbosa donde los abusos y el placer por el placer primen.
Una persona respetuosa sabe valorar y reconocer adecuadamente a qué tiene derecho y a qué
no lo tiene. A partir de ese reconocimiento, acepta las reglas impuestas por el mundo externo y
evita apropiarse o dañar aquello que no le pertenece. Ello no se refiere sólo a los objetos
materiales, sino a todo aquello que es un derecho de los otros: su vida, su integridad física, su
vocación profesional, sus decisiones, su libertad y proyectos más importantes. El respeto evita que
pensemos sólo en nosotros mismos e invadamos el terreno de las personas que nos rodean. Este
valor también se aplica a nosotros mismos: nos invita a reconocer nuestra dignidad humana y a
evitar todo lo que nos daña, como el consumo de drogas o alcohol. Ser respetuoso es
relacionarse de una forma delicada y creativa con los demás y requiere sensibilidad,
imaginación, simpatía y generosidad.
Fuente de conflicto
El conflicto se inicia cuando falta el reconocimiento de la propia naturaleza original y la del otro.
Como resultado, las influencias negativas externas dominan completamente el respeto.
El desafío es desarrollar el valor del respeto en el propio ser y darle una expresión práctica en la
vida diaria. Aparecerán obstáculos para probar la solidez del respeto y, con frecuencia, se
sentirán en los momentos de más vulnerabilidad. Es necesaria la confianza en uno mismo para
tratar con las circunstancias con seguridad, de manera optimista, esperanzadora. En las
situaciones en las que parece que todos los apoyos se han desvanecido, lo que permanece fiel
es el nivel en que se ha podido confiar internamente en el propio ser.
En Takkasila, hace muchos siglos, nació un tierno becerro. Fue adquirido por Amir, un hombre rico, que lo
llamó Hermoso. Lo atendía adecuadamente y lo alimentaba con lo mejor.
Cuando Hermoso se convirtió en un buey grande y potente, pensaba con gratitud: “Mi amo me dio todo.
Me gustaría agradecer su ayuda” Un día le propuso:
- Mi señor. Busque a algún ganadero orgulloso de sus animales. Dígale que puedo tirar de ciencarro
cargados al máximo.
Apostaron mil monedas de oro y fijaron un día para la prueba. El mercader amarró cien carros llenos de
arena para volverlos más pesados. Cuando comenzó la prueba, Amir se subió al primero.
No resistió el deseo de darse importancia ante quienes lo veían. Hizo sonar su látigo y le gritó a Hermoso:
- Avanza, animal tonto.
Hermoso pensó: “Nunca he hecho nada malo y mi amo me insulta”. Permaneció fijo en el tirar.
Dime, ¿en toda mi vida rompí algo, ó te causé algún perjuicio? – preguntó Hermoso.
- No – respondió el amo.
- Entonces ¿Por qué me ofendiste? La culpa no es mía, sino tuya… Pero como me da pena verte así, acude
con el mercader y apuesta de nuevo: que sean dos mil monedas. Eso sí: usa conmigo sólo las palabras que
merezco.
Todo estuvo listo para la nueva prueba. Cuando Hermoso tenía que tirar de los carros, Amir le tocó la
cabeza con una flor de loto y le pidió:
Incrédulo, el mercader pagó las dos mil monedas de oro. Quienes presenciaron la sorprendente mestra de
su fuerza llenaron al buey de mimos y obsequios. Pero más que el dinero, Amir apreció la lección de
humildad y respeto que había recibido.