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Análisis de la obra

teatral “Yerma” de
Federico García Lorca

Roles de género construidos e impuestos por la sociedad tradicional


en Yermade Federico García Lorca
En Yerma de Federico García Lorca, podemos observar cómo se construye a
través de la sociedad tanto un determinado rol masculino como femenino
dentro del sistema de la obra teatral. Aquí es pertinente resaltar la diferencia
entre las categorías “género” y “sexo”[1]. Esta primera es una construcción
social, mientras que la segunda refiere más bien a un hecho biológico. Ambas
categorías son fundamentales en Yerma, ya que el rol femenino en esta
obra se reconstruirá en base a un hecho biológico (no necesario) como la
capacidad de procrear de la mujer. De esta manera, el rol identitario atribuido
y construido por la sociedad patriarcal (“Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi
padre y yo lo acepté”) será la maternidad.
De esta forma, la función de la mujer en la sociedad se sintetiza o reduce a
“ser madre”, pues su cuerpo es visto como un medio para la reproducción
social que gestará a los futuros individuos.

De ahí que a lo largo de toda la obra se manifieste de manera constante (e


incluso posteriormente de manera obsesiva) el deseo de Yerma por ser madre,
desde los cantos, ritos, o rituales. Veamos algunos ejemplos ilustrativos a
partir del elemento dramático del canto:

(cosiendo)

Te diré, niño mío, que sí

Trochada y rota soy para ti.

¡Cómo me duele esta cintura

Donde tendrás primera cuna!

¿Cuándo, mi niño, vas a venir?

[…]

(Yerma queda cantando. Por la puerta entra María, que viene con un lío de
ropa)[2]
Este deseo de ser madre posteriormente, como se ha señalado, llegará a los
límites extremos de la obsesión frenética producto de una espera interna
que consume y carcome a Yerma dentro del matrimonio:

YERMA: Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras
antiguas, del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días,
como yo, es demasiada la espera. Pienso que no es justo que yo me consuma
aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar tierra, no sé por qué. Si
sigo así acabaré volviéndome mala[3].
Yerma cuenta los minutos, los días, los segundos… para ser madre, ya que en
la sociedad en la que se inscribe esto es “lo único” a lo que puede aspirar o
acceder. Esto produce que se recluya a la mujer al espacio doméstico, es decir
al hogar, a la costura y el hilado. Siendo los únicos momentos permitidos para
salir del hogar, la acción de llevar la vianda a su marido.
De esta manera, se configuran dos espacios: el público y el privado. La mujer
debe permanecer encerrada en el espacio privado (de ahí que Yerma afirme
que se volverá mala saliendo al patio a pisar la tierra), y el hombre trabaja en
el espacio público (con el ganado, vendiendo animales, etc.). De lo que se
desprende que no resulte extraño (en este contexto y siguiendo estos
principios) que Juan lleve a Yerma a la fuerza o en contra de su voluntad de
nuevo a casa, una vez este la haya encontrado fuera del hogar: “obligarte,
encerrarte, porque para eso soy tu marido” (p. 23). La mujer solo puede
atravesar este espacio que le es confinado por una obligación de
esposa como llevar alimentos al marido y volver inmediatamente a casa:
“JUAN: ¿Qué haces todavía aquí?/ YERMA: Hablaba./ VICTOR: Salud.
(Sale.)/ JUAN: Debías estar en casa./ YERMA: Me entretuve/ JUAN: No
comprendo en qué te has entretenido” (p. 14) o “YERMA: Déjame andar y
desahogarme en nada te he faltado/ JUAN: No me gusta que la gente me
señale. Por eso quiero ver cerrada esa casa y cada persona en su casa” (p. 23).
En este aspecto, la opinión pública como voz de los valores y principios
reglamentados por la sociedad tradicional cobra relevancia.

En este ambiente, “el ser madre” es consuelo para muchas que quieren salir de
la rutina, además las mujeres que no puedan concebir un hijo son
consideradas “inservibles” en este sistema pues su única finalidad según los
principios de la sociedad se reduce a ello (“Cada mujer tiene sangre para
cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno” p. 6), de ahí
que Yerma se muestre insistente ante su deseo de tener un hijo:

JUAN: Siempre lo mismo. Hace ya más de cinco años. Yo casi lo


estoy olvidando.

YERMA: Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida: los ganados, los
árboles, las conservaciones, y las mujeres no tenemos más esta de la cría y el
cuido de la cría.[4]
El personaje de Yerma ha interiorizado las diferencias y los significados que
la sociedad atribuye al rol del hombre y al rol de la mujer. El hecho de que
“sea mujer”, la aleja del espacio público, no puede conversar libremente con
un compañero de infancia (“Víctor”), aspecto contrario a su esposo que puede
platicar libremente tanto con hombres como con mujeres sin atentar contra su
honra. De ahí que Yerma afirme que los hombres tienen la vida de las
conversaciones.

Además, la honra de la familia al recaer en la “mujer” legitima que el


hombre la someta a cautiverio, aspecto que es validado por el rol atribuido
al varón como la autoridad en la familia dentro de una sociedad patriarcal;
volvemos a un ejemplo ilustrativo: “JUAN: Aunque me miras de un modo
que no debía decirte perdóname, sino obligarte, encerrarte, porque para eso
soy el marido” (p. 23 cursivas nuestras) o “JUAN: Si necesitas algo me lo
dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas/ YERMA: Nunca
salgo/ JUAN: Estás mejor aquí” (p. 3). De esta manera, la mujer está
relegada exclusivamente al espacio doméstico, en oposición a su marido
asociado con el poder y la libertad.
Es decir, todo esto es reglamentado y validado por los valores de la sociedad
tradicional, ella es la que se encarga de la construcción social de los roles de la
mujer y el varón.

1. Sociedad tradicional
La sociedad tradicional es representada en la obra teatral Yerma, a partir de
los múltiples comentarios esbozados por algunos personajes.
Veamos lo que dice la “muchacha 2” en el cuadro segundo del primer acto:

YERMA: ¿Por qué te has casado?

MUCHACHA 2: Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así, no


van a haber solteras más que las niñas. Bueno, y además…, una se casa en
realidad mucho antes de ir a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en
todas estas cosas. […] Tonterías de los viejos.[5]
Percibimos como a partir de la alusión a los lexemas “viejas” y “viejos”, se
construye la isotopía de la sociedad tradicional encarnada en los personajes
mayores o de la tercera edad que regentan y fomentan los valores de la
sociedad patriarcal. Son estos personajes los que encarnan la autoridad e
imponen determinadas normas de conducta a los jóvenes (“me han casado”).
Dentro de estos personajes que simbolizan a la sociedad tradicional resaltan
también los “padres” de las muchachas o jovencitas (“Me lo dio mi padre
[refiriéndose a su marido], y yo lo acepté”, p. 9), progenitores que eligen a los
futuros maridos de sus hijas quienes no pueden negarse ante el respeto a la
autoridad paterna.
A su vez, la sociedad tradicional está relacionada a instituciones como la
“Iglesia” y el “matrimonio”. En el ejemplo anterior vemos como el deber u
obligación de la joven población a “casarse”, está modulada por la sociedad
tradicional que perpetúa los valores de su regenta a través de instituciones
como la Iglesia y de ceremonias que se tornan mecánicas como el
matrimonio[6]. La presión social cumple aquí un papel fundamental, esto se
encuentra relacionado a lo que podemos denominar “opinión pública”. Esta es
construida a través de la constante mención a “lo que dirán las gentes” o
incluso “lo que ya dice o murmura la gente”. En este aspecto resalta el caso de
las lavanderas como representación de la opinión popular o de las “gentes”:
LAVANDERA 1: ¿Quién eres tú para decir esas cosas? Ella no tiene hijos,
pero no es por culpa suya.
LAVANDERA 4: Tiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las
flojas, las endulzadas, no son a propósito para llevar el vientre arrugado.

(Ríen)

LAVANDERA 3: Y se echan polvos de blancura y colorete y se prenden


ramos de adelfa en busca de otro que no es su marido.

LAVANDERA 5: ¡No hay otra verdad!

LAVANDERA 1: Pero ¿Vosotras la habéis visto con otro?

LAVANDERA 4: Nosotras no, pero la gente sí.

LAVANDERA 1: ¡Siempre las gentes!

LAVANDERA 5: Dicen que en dos ocasiones.

LAVANDERA 2: ¿Y qué hacían?

LAVANDERA 4: Hablaban

LAVANDERA 1: Hablar no es pecado.[7]

Imagen extraida de “http://roble.pntic.mec.es/~jtrinida/ambiente.htm”


Vemos como a partir de esta escena y del personaje de la lavandera se
construye una opinión pública respecto al personaje de Yerma y sus pláticas o
conversaciones con su amigo de infancia, Víctor. De esta manera, la opinión
pública encarnada en las lavanderas censura (por lo menos la mayoría de ellas
a excepción de “la lavandera 1”) el comportamiento de Yerma y no solo eso,
sino que incluso ven en el hecho de que esta no pueda procrear o tener hijos
una consecuencia de sus actos “infames” como no permanecer en casa y
platicar con otros hombres además de su marido (“regalonas, no son para
llevar el vientre arrugado” hecho aceptado por medio de las “risas”
legitimadoras de las lavanderas). A su vez este mismo grupo que cumple la
función de la “gente que habla”, o “la gente que censura”, también apela a un
Otro denominado “la gente” (construcción imaginaria de la sociedad
tradicional). Grupo con el que las lavanderas fundamentan su punto de vista.

Esta sociedad tradicional degrada a la mujer que no puede cumplir con el rol
impuesto: “¡Pero ay de la casada seca!/ ¡Ay de la que tiene los pechos de
arena!”. En donde por medio de la isotopía de la aridez se hace alusión de
manera metafórica a la esterilidad de la mujer. Aspecto que como hemos visto
es censurado por las lavanderas que ven en ello chicas “flojas” o
“endulzadas”: “Tienen hijos las que desean tenerlos”.

Esto explica que mujeres como Yerma se obsesionen con la idea de tener un
hijo, e influenciadas por los valores proclamados por la sociedad
tradicional vean a su marido solo como “sujeto metonímico de los futuros
individuos” (recordemos que el matrimonio en este tiempo no se regía por
amor, sino más bien era concebido como un mecanismo para la reproducción
de nuevos ciudadanos).

En otras palabras, “ver al marido como un sujeto metonímico” implica que


durante el encuentro amoroso, el “marido” no vale por sí mismo, sino más
bien este es solo imaginado como un “medio” para alcanzar a los hijos:
“YERMA: […] yo pienso muchas cosas, muchas, y estoy segura que las cosas
que pienso las ha de realizar mi hijo. Yo me entregué a mi marido por él, y me
sigo entregando para ver si llega” (p. 9 cursivas nuestras). De esta manera, el
rol femenino construido por la sociedad patriarcal produce que la mujer
deshumanice y objetivice a su esposo (“¿Es preciso buscar en el hombre el
hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con
los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme?” p. 10).
Además, la sociedad genera que Yerma rompa su vínculo como mujer y se
vea solo como “madre” y a su vez vea al hombre solo como un “medio” para
cumplir el “fin” o la “demanda” que la sociedad le ha impuesto.

“YERMA: […] ¿Qué queréis saber?/No os acerquéis, porque he matado a mi


hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!” (p. 42). Esta frase es bastante
sugestiva, pues ante tanta impotencia ante no poder satisfacer la demanda del
Otro (la sociedad tradicional), Yerma ha optado por matar a su marido incapaz
de proporcionarle lo que desea, incapaz de comprenderla, asesinando
también toda potencialidad o posibilidad de quedar embarazada, y por ende
matando principalmente a su hijo, por quien se lamenta Yerma: “he matado a
mi hijo”, en ningún momento dice “he matado a mi esposo” porque este
personaje (Yerma) ha llegado al límite de cortar todos los lazos individuales
con su esposo como sujeto, e incluso la propia mujer es concebida por esta
sociedad patriarcal como un recipiente de los futuros hijos (de ahí que se
considere en este sistema como un rol principal de la mujer: “el ser
madre”). Esto evidencia como los valores que regenta la sociedad tradicional
han producido una cosificación del individuo: 1) la mujer como recipiente y 2)
el hombre como medio para alcanzar la maternidad.

De esta manera, hemos visto cómo la sociedad tradicional se configura a


través de la alusión a una “generación de viejos” y una “opinión pública”
(encarnada en las lavanderas del pueblo). Cuya relación con la función de la
mujer en dicho sistema es fundamental para comprender el comportamiento
de determinados personajes que no pueden aspirar a nada más allá, o fuera del
ámbito de lo doméstico o de la maternidad.

2. Sistematización del rol de la mujer según la Sociedad tradicional


en Yerma
En Yerma, podemos sistematizar el rol de la mujer en la sociedad bajo el
paradigma de la maternidad, el espacio doméstico y los deberes de esposa. Sin
embargo, también podemos ofrecer una mirada más precisa de los roles de
género construidos en torno a la mujer:
1. La mujer está caracterizada por su referencia a lo bello, en oposición a lo
feo o cualquier tipo de aspecto que escape de este molde, incluido
“aptitudes” o “comportamientos”, por ejemplo: La mujer no puede
maldecir porque esto se ve “feo” en “ella”. La razón proporcionada no se
basa en que todos los individuos en general no puedan o deban maldecir
porque “se ve feo”, sino que solo la mujer no puede hacer eso pues en
ella eso es “feo” (lexema relacionado con lo estético). De esta manera,
todo aquello que se aleja del ámbito de lo bello en el caso de la mujer es
censurado, sea la “fuerza”, la “independencia”, o la “inteligencia”. Se
manifiesta allí un sistema normador de la conducta femenina.
2. La mujer está confinada al espacio doméstico: “JUAN: ¿Es que no
conoces mi modo de ser? Las ovejas en el rendil y las mujeres en su casa.
Tú sales demasiado. ¿No me has oído decir esto siempre?” (p. 22). En
este espacio destaca el cuidado de los hijos y los trabajos domésticos como
hilar, coser, lavar, cocinar, etc.
3. La mujer no tiene voz o autoridad: “YERMA: Mi madre lloró porque no
sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se casó con más alegría. Y
sin embargo…/ JUAN: Calla./ YERMA: Callo y sin embargo…/ JUAN:
Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento…” (p. 2). Aquí el
lexema “oír” no implica “comprender” o “escuchar” al otro (entendido
como tener la voluntad de comprender lo que dice y siente el otro), sino
solo oír ruidos que se pierden en la continuidad del espacio. Asimismo,
se observa claramente como se le niega la voz a Yerma por la constante
repetición del verbo “calla” en función apelativa que refuerza el carácter
autoritario y dominante del marido.
1. La mujer debe casarse y tener hijos: Aquí es fundamental la noción de
mujer esposa como la encargada de llevar y traer el fiambre a los varones:
“VIEJA: ¿Por qué no? También yo vengo de traer la comida a mi esposo.
Es viejo. Todavía trabaja. Tengo nueve hijos como nueve soles, pero,
como ninguno es hembra, aquí me tienes a mí de un lado para otro” (p.
8). La mujer o hembra es la encargada de hacer los mandados, esta
función no es concebida como una posibilidad para los varones. De ahí
que el personaje de la “vieja” no mande a sus hijos a realizar este trabajo.
Conjunto de características que incluso actualmente se siguen manteniendo
(en ciertos aspectos) con respecto a la construcción de los roles y la
concepción de la mujer en la sociedad. Sin embargo, ¿cuál es la posición de
las mujeres en la obra Yerma con respecto a ello? Veámoslo más
detenidamente en la siguiente sección.
3. Posiciones de las mujeres
Desde nuestra lectura el personaje denominado “muchacha 2”, manifiesta
una postura cuestionadora a nivel reflexivo al respecto de
los roles impuestos a la mujer por la sociedad tradicional:

MUCHACHA 2: Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así, no


van a haber solteras más que las niñas. Bueno, y además…, una se casa en
realidad mucho antes de ir a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en
todas estas cosas. Yo tengo diecinueve años y no me gusta guisar, ni lavar.
Bueno, pues todo el día he de estar haciendo lo que no me gusta. ¿Y para qué?
¿Qué necesidad tiene mi marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos
de novios que ahora. Tonterías de los viejos.[8]
Este personaje cuestiona las leyes de los “viejos” que se representan como
ilógicas e innecesarias, pues mediante la pregunta retórica: “¿Qué necesidad
tiene mi marido de ser mi marido?”, se cuestiona no solo el
“matrimonio”, sino también la lógica que generó que se obligue a la mujer a
casarse (“me han casado”). Asimismo, este personaje se rebela contra la
caracterización de la mujer como un ser dedicado a la cocina y a lo doméstico:
“no me gusta guisar, ni lavar”. Sin embargo, se puede inferir que dicha
posición cuestionadora solo se mantiene en el plano reflexivo (“todo el día he
de hacer lo que no me gusta”), pues igualmente esta muchacha lleva el
fiambre (preparado por ella) a su esposo.

Sin embargo por su posición con respecto a los roles y reglas de la sociedad
patriarcal, esta muchacha es considerada como loca: «También tú me dirás
loca. “¡La loca, la loca!”» (p. 11), ya que debido a su posición reflexiva este
personaje resulta discordante, desde dicha perspectiva, para el sistema
normador de los viejos de la época, e incluso para la propia Yerma quien solo
se limita a decir: “Eres una niña” (p. 11) o “Calla, no digas esas cosas” (p. 11).
De esta manera, percibimos que la posición de las mujeres también depende
del factor de la “edad”. De ahí que los personajes que encarnan al sistema
tradicional sean denominados “viejos” en oposición a esta “niña” (jovencita
casada) con ideas más liberadoras a nivel reflexivo, e incluso también, en
cierta manera, a nivel práctico: “MUCHACHA 2: […] toda la gente está
metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta. Cuánto mejor se está
en medio de la calle. Ya voy al arroyo, ya subo a tocar las campanas, ya me
tomo un refresco de anís” (p. 11).

Por otro lado, a diferencia de la “muchacha 2”, las “lavanderas” manifiestan


más bien una posición opuesta, estas han aceptado completamente los roles
impuestos por la sociedad tradicional: son madres, lavan las ropas de sus
hijos, no salen de casa, y no hablan con hombres que no sean sus maridos (o
por lo menos lo censuran). Esta vendría a ser una posición más complaciente,
acatadora e interiorizada de los valores y roles construidos por la sociedad
patriarcal.
El caso de Yerma es un caso especial, pues si bien esta interioriza la función
impuesta por la sociedad, a saber, la de “ser madre”, esta no obstante se
rebela en otros aspectos. Andrea Estling Mendoza resalta dentro de este
intento de subversión contra lo impuesto por la sociedad, el intento de Yerma
por querer concebir un hijo sin la necesidad de un hombre, simplemente
mediante una relación espiritual con la divinidad (a través de los rituales, las
oraciones o el milagro), e incluso también se rebela saliendo del espacio
doméstico a otros confines muy a expensas del marido. Lo cierto es que
Yerma no es un personaje pasivo que lo acepta todo, prueba de ello es la
constante seguridad en sí misma que la lleva al extremo de asesinar a Juan.
En síntesis, observamos que en Yerma, se concibe a la mujer por su relación
con la maternidad, el espacio doméstico, las labores de la casa, y la
persistencia de una voz que busca ser escuchada. Vemos también cómo la
sociedad patriarcal tradicionalista y los valores que la regentan,
producen una deshumanización tanto de la mujer como del hombre, ambos
vistos como “metonimia de los futuros individuos”: la mujer como recipiente
de los futuros hijos y el hombre como “un medio” o “herramienta” para
la procreación y gestación de los futuros infantes. Dentro de cuyo paradigma,
algunos personajes se rebelan sea cuestionando la institución del matrimonio
(“muchacha 2”), sea tratando de concebir un hijo por si solas mediante la
relación divina, o saliendo del ámbito de lo doméstico y conversando con
otros hombres además de sus maridos. De esta manera, la posición de la mujer
ante los roles construidos por la sociedad, no se manifiesta de forma
totalmente pasiva sino que emergen sutilmente posiciones en cierta
medida reveladoras (que muestran el lado oscuro de la sociedad) e incluso
cuestionadoras a nivel reflexivo o práctico.
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía primaria

GARCÍA LORCA, Federico. (1998). Yerma. Madrid: Espasa.


Bibliografía secundaria

BURÍN, Mabel. (1999) «Género y psicoanálisis: subjetividades femeninas


vulnerables». BURIN, M. y DIO BLEICHMAR, E. (comp.). Género,
psicoanálisis, subjetividades. Buenos Aires: Paidós.
ESTLING MENDOZA, Andrea. «Una no nace, sino que se convierte en
mujer». En Letralia. Disponible en:
<http://www.letralia.com/279/ensayo01.htm&gt;. Consulta: 12 de noviembre
del 2014.
[1] BURÍN, Mabel. (1999) «Género y psicoanálisis: subjetividades femeninas
vulnerables». BURIN, M. y DIO BLEICHMAR, E. (comp.). Género,
psicoanálisis, subjetividades. Buenos Aires: Paidós, p. 1-2.
[2] GARCIA LORCA, Federico (1998). Yerma. Madrid: Espasa, p. 4.
[3] Ibídem, p. 6.
[4] Ibídem, p. 22.
[5] Ibídem, p. 11. Cursivas nuestras.
[6] Veremos cómo la “muchacha 2” cuestionará dicho sistema a través de una
crítica al matrimonio.
[7] Op., cit., p. 16.
[8] Ibídem, p. 11.
Como citar este artículo:

HUARCAYA GUTIERREZ, Evelyn. “Roles de género construidos e


impuestos por la sociedad tradicional en Yerma de Federico García
Lorca“. Disponible en:
“https://evelynisamar2014.wordpress.com/2015/01/30/analisis-de-la-obra-
teatral-yerma-de-federico-garcia-lorca/&#8221;. Consulta: día/mes/año.

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