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Documentos de Formación Política No.

TRABAJO, RIQUEZA Y EXPLOTACIÓN

César Gualdrón
(compilador)

Bogotá, Nuestra América, 2018.

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Contenido:

Notas sobre la actualidad de El Capital


y los conceptos del materialismo dialéctico-histórico
César Gualdrón
p. 3

La relación Trabajo-Capital en el capitalismo histórico y en El Capital:


breves notas en torno a la diversidad de sus manifestaciones
y su concepto (estructuralmente invariante)
César Gualdrón
p. 17

El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre


Friedrich Engels -1876
p. 32

[El trabajo enajenado]


Karl Marx: manuscritos – primer manuscrito - 1844
p. 43

El carácter fetichista de la mercancía y su secreto


Karl Marx - El Capital, cap I - 1867
p. 54

La centralidad de la relación Trabajo-Capital


y de su regulación en los modos de producción
César Gualdrón
p. 65

Las aventuras del Capital y la tragicomedia del Estado contemporáneo


César Gualdrón – 2004 – capítulos II, III y IV
p.79

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NOTAS SOBRE LA ACTUALIDAD DE EL CAPITAL
Y LOS CONCEPTOS DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO-HISTÓRICO

César Gualdrón
Economista Universidad Nacional de Colombia

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica,


Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana:
el simple hecho hasta entonces oculto por el excesivo desarrollo de la ideología,
de que la humanidad debe antes que nada comer, beber, tener un techo y poseer vestido
antes de poder dedicarse a la política, la ciencia, el arte, la religión, etc.
Friedrich Engels: Discurso ante la tumba de Marx, 1883.

Friedrich Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas


desde la publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas
(en los Anales Franco-Alemanes), había llegado por distinto camino
(véase su libro “La situación de la clase obrera en Inglaterra”) al mismo resultado que yo.
Karl Marx: Contribución a la crítica de la economía política, Prólogo, 1859.

La conmemoración de los 150 años de la publicación del primer tomo de El Capital coincide
con la del cuarto de siglo de enseñoreamiento de las políticas neoliberales en el planeta, a
partir de la demolición del muro de Berlín y el desmantelamiento definitivo de la primera
experiencia de construcción del socialismo, encarnada en la Unión Soviética. En ese sentido, y
teniendo en cuenta las nefastas consecuencias del neoliberalismo sobre la población mundial,
esta es una oportunidad para plantear la pregunta sobre la vigencia comprehensiva y
transformativa de los conceptos centrales del libro escrito, en su etapa de madurez
intelectual, filosófico-política, entre Marx y Engels 1. Lo cual remite, a su vez, a la pregunta
respecto de la vigencia de la aproximación materialista histórica-dialéctica a la realidad y, en
último término, a la pregunta en torno a la necesidad y al proceso mismo de transición a un
Otro Mundo Posible: el Socialismo.

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Al contrario de la manera tradicional de interpretar y representar el proceso de construcción del materialismo
histórico-dialéctico, aquí se insiste en que la fundación de esta aproximación a la realidad es producto de la
combinación de los esfuerzos intelectuales de Marx y Engels, tal y como sucede tanto con el texto no publicado
en el momento de su redacción “La Ideología Alemana” [1845-1846] como con el más importante de sus
documentos: el “Manifiesto del Partido Comunista”. Además, como consta por la voluminosa correspondencia
entre ambos, más allá de la titánica labor de ensamblaje de los tomos II y III por parte de Engels, “El Capital”
es su construcción compartida desde el mismo tomo I. Igualmente sucede con el resto de los textos que figuran
con la autoría individual de uno u otro, puesto que son permanentes las consultas, los encargos, las discusiones
de la mejor manera de expresión en ellos, etc. Sin embargo, el asunto es todavía mayor, en la medida en que
ambos conciben y llevan a cabo, junto con muchos otros trabajadores, la edificación de la Asociación
Internacional de los Trabajadores. Al respecto, ver: MEHRING, Franz [1918]: Carlos Marx. Historia de su vida;
Ediciones Grijalbo, México, 1968; MAYER, Gustav [1919]: Friedrich Engels: una biografía; Fondo de Cultura
Económica, México, 1978; Riazanov [1922]: Marx y Engels (conferencia del curso de marxismo en la academia
comunista de Moscú); Ediciones PEPE, Medellín, 1973.

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escenario ideológico del actual momento del capitalismo

El contexto intelectual y político contemporáneo ha estado permeado, en mayor o menor


medida, por cierta actitud postmodernista, caracterizada por la banalidad nihilista, consistente
en negar la posibilidad del conocimiento teórico e, incluso, la necesidad del mismo. Esta
negación se hace a partir de la caracterización de la realidad como compleja y diversa,
conformada por fenómenos individuales e inconexos tanto en el espacio como en el tiempo y,
por tanto, inasible a través de la generalización propia de la elaboración conceptual. Como
consecuencia, tampoco es válida la crítica global de la realidad social existente y mucho
menos la acción política colectiva destinada al cambio estructural; acaso tiene legitimidad la
acción puntual o coyuntural, sobre lo cotidiano.

De ese modo, se refuerza la racionalidad instrumental, en desmedro de la razón crítica,


puesto que las distintas aplicaciones del conocimiento técnico permiten el éxito de la
actividad individual inmediata en los ámbitos específicos de la vida social, procurando
comodidades tecnológicas, a la vez que evitando las complicaciones asociadas a la reflexión
crítica sobre la realidad y el consiguiente planteamiento de un orden social diferente al
establecido. Esta es la manera en que se ha venido exacerbando el individualismo y la
consiguiente competencia entre los seres humanos pertenecientes a los sectores sociales
multidimensionalmente desposeídos, explotados, discriminados, etc., desembocando en un
cada vez mayor deterioro de sus condiciones de vida.

Mientras tanto, la burguesía y demás sectores dominantes del Sistema-Mundo capitalista


llevan a cabo las reformas institucionales tendientes al mejoramiento de su posición a nivel
global y en cada una de las regiones del planeta, consistentes en la privatización-
mercantilización de todo lo existente, la liberalización de los mercados, la flexibilización
laboral, las medidas de protección y promoción a las inversiones de las grandes empresas y
de rescate a las entidades del sector financiero cuando se encuentran en dificultades, entre
otras formas de intervención estatal destinadas a garantizar un incremento cada vez mayor
de sus ganancias y, lo que es más grave aún, la consolidación de semejante ordenamiento
institucional, de su agenda y su lenguaje, en el mediano y el largo plazo.

Por supuesto, todo esto se da mediante el desprestigio, bloqueo y desorientación de todo tipo
de discurso crítico, tal y como ha venido sucediendo desde que se decretó el “fin de la
historia” y la “crisis de los metarrelatos” a finales de la década de 1980 e inicios de la de
1990, el ascenso de la modelación cuantitativa y la hiper-especialización temática en las
ciencias sociales, el auge de la intervención de las denominadas organizaciones no
gubernamentales, la funcionalización neoliberal de las reivindicaciones con respecto a la
democracia participativa, el envilecimiento programado de las condiciones materiales para la
educación básica y superior, la promoción de los discursos identitarios étnicos o territoriales,
del espejismo discursivo del “emprenderismo” y el “empoderamiento”, de la “sociedad de la
información y del conocimiento” y de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, entre otros.

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Además del sabotaje, tanto el abierto como el soterrado, de todo tipo de experiencia
alternativa, incluso aquellas que son parciales y moderadas, constituyendo uno de los más
claros ejemplos la manipulación mediática, el desabastecimiento, la desestabilización política
y las intentonas golpistas de la derecha que se han venido sucediendo en la República
Bolivariana de Venezuela desde el mismo inicio del gobierno del comandante eterno Hugo
Chávez. De la misma manera, los ataques de distinto estilo y en diferentes momentos en
contra de los gobiernos de Rafael Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia, de Cristina
Fernández en Argentina y los golpes institucionales de Estado en Honduras y Paraguay.
También podría mencionarse, pero sólo de pasada, la falsificada catalogación mediática en
cuanto “socialistas”, “alternativos”, “progresistas” o “de izquierda” de una buena cantidad de
figuras oportunistas que han llegado a posiciones de gobierno para servir
enmascaradamente, o incluso abiertamente, los intereses del capital.

orientación y punto de partida


de la crítica de la economía política de Marx y Engels

En este escenario se hace pertinente, o para ser más claros, nunca ha perdido pertinencia la
lectura de El Capital, así como de la obra toda de Marx y Engels, puesto que ésta constituye
un esfuerzo por brindar una explicación sobre el funcionamiento de la sociedad, en concreto
la comprensión de la naturaleza, la lógica y la dinámica de la sociedad capitalista, en sus
diversos momentos y manifestaciones, teniendo especial cuidado en la detección de sus
contradicciones. Así es, en la medida en que el objetivo de su obra es el de construir la teoría
o núcleo conceptual básico destinado a orientar la acción política del proletariado en el
proceso revolucionario de construcción del socialismo, a través de la toma del aparato estatal
y la derrota definitiva del capital y sus agentes en la totalidad del Sistema-Mundo.

Es decir, la concepción que guía su esfuerzo es la de que la Teoría es un Arma de la


Revolución en el contexto de la multidimensional lucha de clases. Igualmente lo comprenden
Lenin, Stalin, Trotsky y Mao, entre los muchos militantes del Socialismo. Es por tal motivo
que se han puesto a la tarea (unos con mayor tino que otros) de explicar las realidades
específicas en las cuales pretenden actuar y sus correspondientes conexiones históricas y
geográficas con la globalidad del capitalismo. De estas explicaciones derivan los programas
de transición, la táctica concreta de cada momento específico, la actitud con respecto a los
diferentes sectores sociales y sus correspondientes organizaciones, hacia las políticas
estatales e inter-estatales, etc.

Pero el asunto es más complicado de lo que parece, pues no se trata sólo de un movimiento
positivo del pensamiento, auxiliado por pertrechos técnicos neutrales e incuestionables. Por el
contrario, en la medida en que las explicaciones sobre la realidad también se encuentran en
ese terreno de combate que es la lucha de clases, en primer lugar es fundamental
desenmascarar la ideología burguesa en sus distintas manifestaciones. Así, Marx y Engels
escogen elaborar la crítica de la Economía Política Clásica, en tanto que ésta constituye la
representación más sofisticada de la ideología burguesa; de hecho, en el subtítulo de El
Capital, así como se había planteado en el mismo título de la Contribución de 1859, se

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incorpora la mención a que se trata de una Crítica del conocimiento propio de este campo
disciplinar.

De ese modo, en el inicio de El Capital se establece la base del planteamiento crítico sobre la
teoría del valor-trabajo enunciada por Adam Smith y refinada por David Ricardo, a partir de la
cual Engels los califica como economistas clásicos, en contraposición de los que cataloga
como economistas vulgares, quienes asumían la teoría subjetiva del valor o del valor
determinado por la utilidad de las cosas y la consiguiente disposición a pagar determinado
precio por tales cosas, componente clave de la actualmente dominante teoría neoclásica del
pensamiento económico. La crítica detecta que una de las pretensiones centrales de la
Economía Política consiste en el encubrimiento de la asimetría propia de las relaciones
sociales del capitalismo, mediante el argumento de que los precios de las mercancías,
expresados en una proporción específica de intercambio, son una manifestación de la relación
natural de intercambio entre las mismas.

Este argumento, el de la Economía Política, asume de entrada la existencia de las mercancías


y, consiguientemente, la lógica de funcionamiento de la economía de mercado y, por lo tanto,
considera a la propiedad privada como una característica natural de los seres humanos, en
consonancia con las formulaciones del discurso ius-naturalista del liberalismo clásico. De esta
manera, se soslaya la historia precedente, en la cual son inexistentes o no predominantes los
ordenamientos privatizados-mercantilizados, así como también se ignora u oculta la transición
desde esas formas de economía al capitalismo; o sea que se omite cualquier referencia a la
manera en como se da el ascenso del capitalismo, a través del ejercicio sistemático de la
violencia en contra de la población trabajadora en Europa entre los siglos XV y XVIII y en
medio de su expansión colonial alrededor del planeta, fenómeno que se denomina en el
capítulo XXIV como la Acumulación Originaria de Capital.

Por su parte, la ideología burguesa entiende esta génesis como si se tratara de la


consecuencia inevitable del hecho de que grupos de individuos tienden a asumir los
comportamientos descritos en la conocida fábula de “La hormiga y la cigarra”.

En el fragmento final del capítulo I de El Capital se denomina Fetichismo de la Mercancía a la


noción que fundamenta esta manera de elaborar las explicaciones relacionadas con la
dinámica y la problemática del capitalismo por parte de la Economía Política; a su insistencia
en que el mercado constituye el mejor mecanismo de asignación de recursos en la sociedad,
de asignación de premios y castigos de acuerdo con los respectivos esfuerzos y méritos
individuales, puesto que se trata de un mecanismo autorregulado y, por ende, se asume que
el desempleo, la pobreza y la misma crisis son la consecuencia de comportamientos, bien sea
individuales o de grupo, transgresores de sus pretendidamente neutrales leyes de
funcionamiento.

Ahora bien, la crítica a la Economía Política Clásica, puede hacerse extensiva e incluso más
drástica frente a la economía vulgar, la antedicha teoría neoclásica, la cual niega la presencia
de conflictos estructurales por la distribución de la riqueza producida en cuanto que

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determinantes normales de la dinámica de la economía capitalista, mediante su negativa a
plantearse como objeto de estudio a este tipo específico de ordenamiento socio-económico,
diluyéndolo en el estudio de un mercado falsamente caracterizado por la simetría entre unos
agentes individuales, cuya racionalidad es homogénea, en términos del seguimiento ciego al
comportamiento de los precios de las mercancías para la toma de sus decisiones de consumo
e inversión, etc.

estabilidad y cambio: dialéctica de la Totalidad Social

Bien sabido es, pero no está de más insistir aquí al respecto, que el núcleo de la
aproximación teórica iniciada por Marx y Engels está constituido por la concepción dialéctica
sobre la realidad, en la cual se ubica como central el concepto de TOTALIDAD que, a su vez,
puede definirse como un conjunto conformado por una diversidad de componentes y de unas
relaciones específicas establecidas entre sí, a partir del cumplimiento de funciones
particulares por parte de cada uno de tales componentes, en una dinámica de reproducción,
de estabilidad y de perdurabilidad en el tiempo y en el espacio. Así se expone, a propósito de
la crítica de las categorías elementales de la Economía Política Clásica, en la Introducción
General a la Crítica de la Economía Política.

Pero, a pesar de las mencionadas reproducción, estabilidad y perdurabilidad, cada totalidad


se caracteriza también por la presencia de una serie de contradicciones, las cuales presionan
hacia el cambio del mismo, tanto en términos parciales como estructurales. Los cambios
estructurales son aquellos que traducen acumulaciones cuantitativas en saltos cualitativos; es
decir, que no sólo se trata de modificaciones expansivas o contractivas de ciertos
componentes en los marcos normales del sistema en cuestión, sino de transformaciones
profundas en las mismas relaciones constitutivas del sistema, las cuales llegan a ocasionar su
destrucción o su transición hacia otro.

Con respecto a la realidad social, esta totalidad se conceptualiza como MODO DE


PRODUCCIÓN - FORMACIÓN SOCIAL, definido como el sistema de relaciones establecidas en
el seno de muy amplios conglomerados de seres humanos en el contexto de la producción-
reproducción de todo aquello necesario para garantizar su existencia colectiva, con
independencia de las eventuales divergencias en las condiciones de vida consideradas
individualmente o por grupos, durante un período más o menos prolongado de la historia,
localizado en una región más o menos extensa del planeta. En el seno de cada uno de estos
sistemas se combinan estrechamente los aspectos económicos, jurídico-políticos e ideológicos
de manera tal que le dan coherencia interna y, por lo tanto, su correspondiente identidad, a
la vez que lo diferencian ante los demás sistemas existentes en las diferentes dimensiones del
espacio-tiempo.

En concordancia con lo antedicho, toda totalidad social posee un conjunto de contradicciones,


de conflictos, las cuales son consecuencia de su normal funcionamiento y, por tanto, hacen
parte fundamental del mismo, siendo también los responsables de la generación del cambio
histórico, es decir, de las variantes espacio-temporales de cada uno de los modos de

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producción y de la transición entre un modo de producción y otro. En ese sentido, toda
totalidad social tiene un carácter transitorio y, consiguientemente, la historia está configurada
por un conjunto de modos de producción articulados de una manera determinada en el
tiempo, a partir de una serie de líneas tendenciales que los vinculan a unos y otros en la
larga duración.

Marx y Engels, desde el Manifiesto del Partido Comunista, plantean que el devenir histórico se
corresponde con el desenvolvimiento de la lucha de clases; o sea, la contradicción
fundamental de cada modo de producción es el conflicto que se da entre sus características
clases sociales, a propósito de la manera en la cual se reparte tanto la riqueza producida por
dicha totalidad social como las funciones y las atribuciones específicas de cada ser humano o
grupo social en su contexto, cuestiones íntimamente relacionadas por demás. Entonces, es
posible catalogar a las clases en disputa con la denominación de explotados y explotadores,
teniendo en cuenta que se está haciendo referencia a formas de organización social en las
que impera la desigualdad estructural en la distribución de los recursos, esto es, las
sociedades de clases.

Ahora bien, es preciso indicar que estas clases sociales son el producto, a la vez que la base,
de las relaciones mutuas que se establecen en el proceso de producción-reproducción de la
riqueza de la totalidad social y, por lo tanto, se definen en cuanto a la posición funcional que
cada una de ellas ocupa en dicho proceso. Con mayor precisión, se puede afirmar que los
explotadores lo son en virtud de la propiedad que ostentan sobre los recursos socialmente
estratégicos, situación que los ubica en una posición de control directo e indirecto respecto
de los explotados, quienes están excluidos de tal propiedad y, por ende, están sometidos a la
subordinación de su fuerza de trabajo en favor de aquellos.

Así mismo, en términos generales, la forma de asumir los distintos aspectos de la vida por
parte de los seres humanos se corresponde con la respectiva posición funcional de la clase
social en la que cada cual se encuentra inscrito, garantizando la existencia normal de cada
modo de producción, incluida la manifestación de sus contradicciones inherentes. Es decir:
por una parte, los explotadores llevan a cabo las acciones que van dirigidas a ejercer el
control de la fuerza de trabajo de los explotados, pero también frente a sus pares, con el
propósito de tener una mejor posición y obtener las ventajas económico-políticas
consiguientes; por otra parte, los explotados desempeñan la amplia gama de actividades
productivas y reproductivas, bajo la subordinación que les es propia en este tipo de
sociedades, pero igualmente combaten las condiciones de su explotación, unas veces de
manera indirecta, parcial e inconsciente y otras abiertamente.

Por supuesto, no se plantea aquí que los seres humanos actúan de manera uniforme, a la
manera de los autómatas, sin pizca alguna de reflexión sobre sí mismos y su entorno. Sin
embargo, sí se afirma que sus actuaciones no dependen principalmente de su voluntad,
puesto que el modo de producción concreto exige que el mayor número de miembros de
cada clase, o mejor todos, cumpla con su función social de clase para garantizar el propio
sostenimiento de la totalidad, pues sería un contrasentido que el conjunto de los explotadores

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renunciase por voluntad propia a su posición privilegiada. Igualmente absurdo es considerar,
desde la perspectiva del sistema, el que los explotados en bloque abandonen sus labores;
pues, de suceder esto último, tal modo de producción colapsaría inevitablemente.

En esto radica la importancia decisiva que tienen las instancias jurídico-política y,


especialmente, de la ideológica en cada una de las formas históricas de organización social.
Primeramente, otorgan legitimidad al régimen de explotación existente, previniendo o
desactivando cualquier acción política anti-sistémica de los explotados, a través de la
elaboración de metarrelatos que dan cuenta de la pretendida naturalidad, perennidad o
simple inevitabilidad de dicho régimen. Además, constituyen el vehículo mediante el cual se
pretende tramitar los conflictos: tanto entre los explotadores, en la búsqueda de aminorar los
efectos de sus fricciones, adversos para el sistema como conjunto; como entre las clases,
procurando impedir su escalamiento y desborde y la consiguiente bancarrota del régimen de
explotación.

caracteres fundamentales del modo de producción capitalista,


siempre presentes en cualquier manifestación del capitalismo histórico

En ese contexto, de la lucha de clases, aparecen y se reproducen las dos clases antagónicas
de la sociedad burguesa: por un lado los trabajadores asalariados, el proletariado, víctimas de
la explotación y, por otro, sus beneficiarios, los empresarios capitalistas. Siendo seres
humanos libres e iguales jurídicamente, o sea, individuos que no tienen entre sí tipo alguno
de relaciones de dependencia personal; por una parte, los empresarios o patronos, los
dueños de los medios de producción, desempeñan la función de la inversión de los recursos
dirigida a la maximización de ganancias y la consiguiente acumulación de capital; por otra, y
desprovistos de propiedad sobre dichos medios de producción, los trabajadores asalariados o
proletarios son quienes ejercen las actividades de producción-reproducción, de manera
subordinada con respecto a los capitalistas, a partir de la venta de su fuerza de trabajo, con
el objeto de percibir un ingreso salarial y, así, quedar habilitados monetariamente para
acceder a las mercancías asociadas con la satisfacción de sus necesidades.

Como es de esperarse, el conflicto entre ambas clases se presenta en relación con la fijación
de las condiciones de la compra-venta de la fuerza de trabajo; es decir, con respecto al
salario y a la jornada laboral: para los empresarios es conveniente que el salario sea lo más
bajo posible a la vez que la jornada sea lo más extensa posible, dado que los salarios les
significan costos, los cuales deben minimizar en la búsqueda de la maximización de sus
ganancias, toda vez que durante la jornada llevan a cabo el uso o explotación de la fuerza de
trabajo en los procesos de producción-reproducción bajo su mando; en contraposición, los
trabajadores pretenden que sea incrementado el salario y reducida la jornada, en la medida
en que durante la jornada se da un desgaste de sus capacidades físicas y mentales, mientras
que el salario representa el ingreso que permite hacer las compras de las mercancías, tal y
como se ha mencionado.

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Este es el asunto al que se dedican las Secciones Tercera a la Sexta de la obra, en el centro
de los cuales se lleva a cabo la exposición de los diferentes mecanismos de extracción de
PLUSVALÍA a los trabajadores por parte de la burguesía, insistiendo en que ésta es la base de
la ganancia y demás ingresos de los que se apropia el conjunto de explotadores de la
sociedad capitalista: plusvalía absoluta, como producto de la extensión de la jornada de
trabajo, y plusvalía relativa, asociada con la reducción del salario pagado, teniendo como
referencia la dinámica sostenida de incremento de la productividad de los trabajadores, en la
medida en que se hace un uso cada vez más intenso de unas fuerzas productivas en
exponencial desarrollo, en el cual cobra una creciente importancia la combinación más y más
estrecha de las diferentes capacidades de la fuerza de trabajo en los diversos procesos de
producción-reproducción.

Pero, en este conflicto distributivo, el EJÉRCITO DE RESERVA DE FUERZA DE TRABAJO, el


cual se encuentra conformado por la masa de trabajadores en situación de desempleo,
constituye un dispositivo del que disponen los capitalistas, en la medida en que permite el
mantenimiento de los salarios hacia su reducción, en ciertos casos incluso por debajo de los
niveles de subsistencia. Esto es consecuencia de que los trabajadores se encuentran
permanentemente abocados a la competencia por el acceso a los relativamente escasos
empleos ofrecidos por el empresariado de manera fluctuante. Y esta competencia de los
trabajadores se explica porque están sujetos estructuralmente a la vulnerabilidad asociada al
hecho de no ser propietarios de los medios de producción y, por tanto, sus ingresos
dependen de la venta de su fuerza de trabajo.

En ese sentido, este ejército de reserva no puede ser catalogado como una anomalía o
expresión de un desajuste en el funcionamiento del modo de producción capitalista; más
bien, se trata de una condición normal de su existencia, siendo el fundamento del mercado
laboral, característico de esta sociedad. Ahora bien, en este punto es preciso reiterar que el
capitalismo es el único modo de producción que no recurre a las relaciones de sujeción o
dependencia personal de la mano de obra, debido a que logra generar un escenario de
superpoblación relativa con respecto a los requerimientos técnicos de los variados procesos
de producción-reproducción, en la medida de la antedicha introducción de unas fuerzas
productivas en desarrollo: por lo tanto, es posible y más conveniente para el empresariado,
en términos de costos de producción específicamente adscritos al mantenimiento de la mano
de obra, la configuración del mercado laboral.

La anteriormente mencionada acumulación originaria del capital consiste en dicha


configuración del mercado laboral, con su correspondiente ejército de reserva. Pero, la forma
de su existencia está en el centro de la lucha de clases entre el Trabajo y el Capital, siendo
cambiantes sus rasgos concretos en las diferentes épocas de la historia de este sistema
social, expresando la situación específica de la correlación de fuerzas entre ambas clases:
cuando ésta es favorable al Capital, la contratación de la mano de obra tiende a flexibilizarse;
mientras que se ponen restricciones protectoras de la fuerza de trabajo ante el mercado
laboral cuando el Trabajo se encuentra en una mejor posición en esa correlación de fuerzas.

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Así, el único momento en que ha habido esta correlación favorable al Trabajo en el
capitalismo configura un único paréntesis histórico, entre 1917 y 1989, en el cual mejoraron
ostensiblemente las condiciones de vida de la población mundial, región por región, por la vía
del mejoramiento significativo de los ingresos salariales, de la extensión de la estabilidad
laboral, de la estructuración de sistemas estatales de seguridad social y de educación
masificada en distintos niveles, la construcción de infraestructura básica y el acceso masivo a
la vivienda de amplias capas de población en las ciudades. Esta anomalía en la historia del
capitalismo se encuentra asociada innegablemente con la existencia de la Unión Soviética y
sus experiencia hermanas, experiencias que obligan al establecimiento de los Estados del
Bienestar europeo-occidentales y los Estados Patrimonialistas del Bienestar latinoamericanos
y demás proyectos nacionalistas-populistas de otras regiones del planeta.

Por el contrario, una vez restablecida la correlación de fuerzas en favor del Capital, las
reformas neoliberales vienen a corregir semejante situación de protección a los trabajadores,
recurriendo a las viejas tácticas violentas del capitalismo, las prácticas propias de la
acumulación originaria (ahora denominada “acumulación por desposesión”) en todas las
regiones del planeta, desde el inicio de la dictadura chilena hasta la actualidad; evidenciando
que para los agentes del Capital es posible y necesario recurrir a todo tipo de mecanismos,
incluyendo la violencia, con el objetivo de actualizar permanentemente la disciplina del
mercado, en el contexto de la lucha de clases: de este modo, puede caracterizarse al
capitalismo como un régimen de violencia estructural, por supuesto, con diversas
manifestaciones, de acuerdo con los distintos momentos de la correlación de fuerzas entre las
clases constitutivas.

Sin embargo, y a pesar del control que pueda ejercer sobre la población, por demás
transitorio e inestable, como cualquier totalidad social, el modo de producción capitalista se
halla expuesto inexorablemente a la CRISIS, la cual tiene una doble manifestación, de
acuerdo con el énfasis en el comportamiento económico-político colectivo del empresariado
en los distintos momentos de la lucha de clases: por una parte, la descrita en el Manifiesto y
el apartado final del capítulo XXIV, conocida como CRISIS DE SOBREPRODUCCIÓN, siendo en
la que más se insiste en el conjunto de sus obras; por otra parte, la que se expone en
capítulo XIII del Tomo III, con el nombre de CRISIS POR LA CAÍDA TENDENCIAL DE LA TASA
DE GANANCIA.

La primera, la crisis de sobreproducción, tiene como causa la desproporción existente entre la


creciente capacidad del aparato productor de mercancías en comparación con los bajos
niveles salariales pagados a una parte importante de la población, además del hecho de que
otra parte también numerosa carece de ingresos, o son inestables, puesto que se encuentra
desempleada. En este punto, Marx y Engels retoman el planteamiento de Adam Smith,
concerniente a la posibilidad de que los mercados puedan llegar a una situación de saturación
y, por lo tanto, a una reducción de las ventas, ocasionando pérdidas generalizadas para el
sector empresarial. Pero difieren en su interpretación, porque Marx y Engels no atribuyen la
crisis a una demasiada producción de cosas con respecto a unas necesidades de la población
pretendidamente saciadas.

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Por el contrario, esta crisis es evidencia del carácter anti-humano de este modo de
producción, puesto que la producción de mercancías no contempla las necesidades de los
seres humanos, toda vez que buena parte de la población queda excluida del disfrute de las
cosas que componen la riqueza, aun cuando ya han sido producidas, simplemente por
carecer del volumen suficiente de ingresos para hacerse compradores en el mercado. De esa
manera, Marx y Engels anticipan el concepto de “crisis por insuficiencia de la demanda
efectiva” de Keynes.

No obstante, el núcleo de esta crisis puede detectarse en la forma básica de esta sociedad,
cual es la forma-mercancía, en la medida en que en ella el valor de cambio es predominante
respecto del valor de uso; es decir, son predominantes los aspectos cuantitativos sobre los
cualitativos, el dinero y las ganancias sobre los seres humanos y sus necesidades. Por esta
causa, la manera de aplazar, mas no resolver, esta crisis es mediante la promoción del
crecimiento desmesurado de las transacciones financieras, hasta convertirse en transacciones
sin sustento alguno en lo material, auto-referenciadas, las cuales conducen a la generación
de burbujas especulativas. Y éstas, a pesar de reportarse gigantescas ganancias para los
empresarios involucrados en los negocios que contribuyen a su agrandamiento, más
temprano que tarde también entran en crisis, desnudando el carácter ficticio de la pretendida
prosperidad para todos que ofrece el capitalismo.

La salida de esta crisis, desde la perspectiva de la conservación del capitalismo, consiste en el


acrecentamiento de los ingresos de amplias capas de la población, con el objetivo de hacer
que una gran masa de consumidores solventes compre la gran masa de mercancías
producidas por el aparato empresarial. Puede lograrse mediante el mejoramiento de las
condiciones laborales, con especial énfasis en la remuneración y la estabilidad del empleo.
También puede contribuir a la salida de la crisis la realización de guerras, puesto que éstas
ofrecen una oportunidad de ventas de mercancías destinadas a la destrucción, a la vez que la
reconstrucción posterior ofrece posibilidades de ganancias para un buen número de
empresarios.

La segunda, la crisis por la caída tendencial de la tasa de ganancia, es consecuencia del


aumento creciente de los costos de producción, tanto de los correspondientes a los medios
de producción como los de la fuerza de trabajo: en la situación normal del capitalismo, la
competencia entre los distintos empresarios los conduce a hacer mayores inversiones en pos
de la cada vez más intensiva tecnificación de los procesos de producción-reproducción,
haciendo que la proporción entre las ganancias y las inversiones se detenga e incluso
disminuya; esto mismo ocurre en la situación ocasionada por la implementación de tácticas
para salir de la crisis de sobreproducción, pero debido al incremento de los costos asociados
con el salario directo e indirecto.

Por consiguiente, la salida de esta crisis se lleva a cabo mediante la movilización de lo que se
describe en el capítulo XIV del tomo III como contra-tendencias o acciones que contrarrestan
la caída tendencial de la tasa de ganancia. Entre otras, hacen parte: la generación de

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herramientas financieras que permiten a las empresas la captación de recursos monetarios de
diverso origen, particularmente del ahorro de los trabajadores; el desmejoramiento de las
condiciones laborales, en términos de la reducción del salario directo e indirecto y arrojando
al ejército de reserva de fuerza de trabajo a una inmensa cantidad de trabajadores; el acceso
masivo a materias primas más baratas, generalmente deteriorando eco-sistemas, apelando a
la violencia extrema, etc. Y, como es de esperarse, la movilización de estas contra-tendencias
ante este tipo de crisis allana el camino, en el mediano plazo, para la gestación de las
condiciones que tienden a conducir a una nueva crisis de sobreproducción.

Pero, por sí misma, la crisis del capitalismo no es un mecanismo automático de destrucción


de este modo de producción ni, por tanto, de transición hacia uno diferente. De hecho,
durante su desenvolvimiento se efectúa una depuración de los agentes individuales que no
cumplen con las expectativas en torno a la rentabilidad de sus correspondientes actividades
económicas y, como consecuencia, el sistema tiende a su fortalecimiento temporal, hasta que
llega un nuevo y más intenso momento de crisis. Allí radica la verdadera amenaza que
representa el capitalismo para la sociedad y la vida misma en el planeta, puesto que en su
incesante producción de mercancías, orientada a la obtención ilimitada de ganancias, y entre
una crisis y otra, se da una depredación multidimensional sobre innumerables vidas humanas
y eco-sistemas.

trabajo asalariado: la subordinación del Trabajo al Capital


y la lucha por su Emancipación

Entonces, argumentan Marx y Engels, la transición histórica que está por venir y que inicia
con la destrucción del capitalismo es responsabilidad de la clase explotada que es producto
de este modo de producción, a saber, el proletariado; es decir, el conjunto de los
trabajadores, en el pleno sentido de la palabra, la gente-que-vive-de-su-trabajo, constituye el
SUJETO HISTÓRICO de la transformación social; en cuanto que son quienes producen y, al
mismo tiempo, tienen una apropiación precaria respecto de la comida, la vestimenta, los
equipamientos habitacionales, los medios de transporte y comunicación, del conocimiento, de
la recreación, etc., o sea, todas las cosas que son el contenido de la riqueza.

Debe tenerse en cuenta su insistencia en que el trabajo es la actividad característica de los


seres humanos, pues esta actividad consiste en la intervención sobre las diferentes
dimensiones de la realidad destinada a modificar conscientemente el entorno físico o
simbólico, en función de las necesidades sociales específicas de cada momento histórico, de
cada totalidad social; dicho de otro modo: es la concreción de un proyecto de acción
transformadora de un sujeto, individual o colectivo, sobre y con conjuntos de objetos, siendo
este proyecto comandado o no por el mismo ejecutor. En este proceso, o METABOLISMO
SOCIAL, se da un paulatino aprendizaje, el cual redunda en la posibilidad de modificación de
las propias relaciones de los seres humanos a través de las generaciones, a través de su
historia. Incluso, la anatomía humana es transformada por el trabajo, tanto así que Engels,
en El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre, afirma que: “es la
condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto

13
punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”. Mucho antes, en los
Manuscritos parisinos, todavía con un arraigo hegeliano, Marx califica al trabajo como la
esencia humana.

Por otra parte, en el capítulo V de El Capital, se expone la subordinación del proceso de


trabajo respecto de la valorización de las mercancías, apareciendo allí la plusvalía. Esta
subordinación implica que la capacidad humana para trabajar se convierte en una mercancía
que los capitalistas utilizan, de acuerdo con sus cálculos de rentabilidad, una vez la han
comprado en el mercado laboral, lo cual no significa otra cosa sino la COSIFICACIÓN de la
fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, este planteamiento significa que esa esencia de los seres
humanos ya sólo pertenece a dichos empresarios o, lo que es lo mismo, los trabajadores
quedan desprovistos de ella; o sea que, en el capitalismo, retomando el argumento de los ya
mencionados Manuscritos de 1844, de manera simultánea en que se da esta ENAJENACIÓN
del trabajo en favor de los dueños del capital, se ocasiona la negación de la esencia humana
del proletariado.

En esa medida, en que padece la multidimensional violencia capitalista, llegando hasta la


misma enajenación-negación de su humanidad, el mejoramiento radical de la situación del
proletariado sólo se puede conseguir mediante la destrucción de este modo de producción; es
decir, operando prácticamente la negación de su propia negación establecida por la
explotación capitalista, a partir de su acción política revolucionaria, destinada a la
construcción de un ordenamiento social sobre nuevas bases económico-políticas, sobre
criterios de desmercantilización-desprivatización, teniendo como objetivo principal la más
amplia satisfacción del cada vez más complejo conjunto de la necesidades de los seres
humanos, en condiciones multidimensionales de igualdad y, con ello, superando la dicotomía
individuo-colectividad y, así, posibilitando la auto-afirmación de su propia humanidad, en
cuanto trabajadores a la vez libres y asociados.

Para llevar a cabo este propósito, es preciso que el proletariado forme su CONCIENCIA DE
CLASE, cual es el amplio entendimiento de su condición de explotación, en tanto que
condición básica del funcionamiento del modo de producción capitalista: el entendimiento de
que las experiencias individuales y comunitarias de los trabajadores están vinculadas en
cuanto momentos diversos de una misma Totalidad Social; es decir, que las diferencias
ocupacionales, sectoriales, regionales, étnicas, de género, etc. son diferencias propias de las
sociedades de clases, exacerbadas a la vez que funcionalizadas por el capitalismo, en su
reiterado proceso de cambio histórico, con el objetivo de la obtención ampliada de ganancias
para los empresarios. El entendimiento de que la explotación capitalista y su depredación
multidimensional, aunque fenoménicamente presente diferencias, sojuzga en común a todos
los trabajadores.

Ahora bien, puesto que no es suficiente lo numerosos que sean los explotados en
comparación con los explotadores, para que puedan llegar a ser contundentes las acciones
anti-sistémicas, consideradas una a una y también en su conjunto, derrotando al enemigo
común -el capitalismo y sus agentes-, es necesaria su cada vez mayor coordinación, para lo

14
cual es fundamental la estructuración de una organización política del proletariado. Esta es
fundamental en tanto que instrumento político que pueda contraponerse a las potentes
fuerzas del Capital, en las variadas facetas de lucha por la dominación de clase. De este
modo se explica el esfuerzo dedicado por Marx y Engels a la creación y sostenimiento de la
Asociación Internacional de los Trabajadores y todas las discusiones posteriores en torno a
las formas de organización del proletariado.

En ese sentido, la función de este instrumento político no se reduce a la mera congregación


de los trabajadores y a la muy importante coordinación de sus luchas; de hecho, su tarea
inicial y permanente consiste en la antedicha formación de la conciencia de clase del
proletariado, en medio de la lucha contra la influencia que ejercen los APARATOS
IDEOLÓGICOS del capitalismo. Por este motivo, como se ha enunciado anteriormente, Marx y
Engels dedican buena parte de su vida al trabajo teórico, brindando al proletariado los
primeros pertrechos conceptuales para la orientación de su acción política revolucionaria. Así
pues, su pretensión es la de que en el seno del movimiento de los trabajadores puedan ser
superadas las nociones del sentido común, manifestación popular de la ideología burguesa,
así como las nociones pseudo-científicas propias del idealismo, el pragmatismo, el empirismo,
el realismo, el positivismo, el historicismo, etc.

Es decir, en contra del idealismo, en tanto que el capitalismo, su correspondiente


problemática y su superación son asuntos de orden material y no se trata de simples o
complejas ideas que se puedan respectivamente olvidar o implantar de acuerdo con la
voluntad de los individuos; en contra del pragmatismo, en la medida en que la
transformación socialista exige la comprensión teórica de la dinámica y las contradicciones del
capitalismo y, por lo tanto, su estudio sistemático y profundo; en contra del empirismo, del
positivismo y del realismo, puesto que el conocimiento de la realidad material no se reduce a
la recopilación y el procesamiento de datos, por muy amplios y meticulosamente técnicos que
sean tales procedimientos, así como también trasciende la mera descripción de la multitud de
sus fenómenos y manifestaciones diversas; en contra del historicismo, porque la realidad
social no es un simple conglomerado o sucesión de facticidades y singularidades sino que
constituye un sistema de relaciones susceptibles de conceptualizar, destacando
comparativamente sus regularidades y tendencias estructurales, su continuidad histórica y
sus caracteres generales-esenciales, en el seno de los cuales cobran sentido las múltiples
variantes regionales e institucionales y las dinámicas del cambio de corto y largo plazo.

Este propósito se expone en el Prólogo de la edición francesa del primer tomo:

Apruebo su idea de editar por entregas la traducción de El Capital. En esta forma, la


obra será más asequible a la clase obrera, razón más que importa para mí que
cualquiera otra.
Tal es el lado bueno de la idea; he aquí el reverso de la medalla: el método de análisis
empleado por mí y que nadie hasta ahora había aplicado a los problemas económicos,
hace que la lectura de los primeros capítulos resulte bastante penosa, y cabe el peligro
de que el público francés, impaciente siempre por llegar a los resultados, ansioso por

15
encontrar la relación entre los principios generales y los problemas que a él
directamente le preocupan, tome miedo a la obra y la deje a un lado, por no tenerlo
todo a mano desde el primer momento.
Yo no puedo hacer otra cosa que señalar de antemano este peligro y prevenir contra él
a los lectores que buscan la verdad. En la ciencia no hay calzadas reales, y quien
aspire a remontar sus luminosas cumbres tiene que estar dispuesto a escalar la
montaña por senderos escabrosos.

Complementariamente, en el Prólogo a la primera edición, se afirma:

Aquello de que los primeros pasos son siempre difíciles, vale para todas las ciencias.
Por eso el capítulo primero, sobre todo en la parte que trata del análisis de la
mercancía, será para el lector el de más difícil comprensión... Al profano le parece que
su análisis se pierde en un laberinto de sutilezas. Y son sutilezas; las mismas que nos
depara, por ejemplo, la anatomía micrológica.
Prescindiendo del capítulo sobre la forma del valor, no se podrá decir, por tanto, que
este libro resulte difícil de entender. Me refiero, naturalmente, a lectores deseosos de
aprender algo nuevo y, por consiguiente, de pensar por su cuenta.
[...] Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto
de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la
producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias,
que actúan y se imponen con férrea necesidad.
[...] Un par de palabras para evitar posibles equívocos. En esta obra, las figuras del
capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa.
Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación
de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y
relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de
la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede hacer al individuo
responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque
subjetivamente se considere muy por encima de ellas.

16
LA RELACIÓN TRABAJO-CAPITAL
EN EL CAPITALISMO HISTÓRICO Y EN EL CAPITAL
Breves notas en torno a la diversidad de sus manifestaciones
y su concepto (estructuralmente invariante)

César Gualdrón

El modo como los hombres producen sus medios de vida


depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de
vida con que se encuentran y que se trata de reproducir. Este
modo de producción no debe considerarse solamente en
cuanto es la reproducción de la existencia física de los
individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de actividad
de estos individuos, un determinado modo de manifestar su
vida, un determinado m odo de vida de los mismos... Lo que
son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con
lo que producen como con el modo cóm o lo producen.
Friedrich Engels - Karl Marx: La ideología alemana [1845-1846]

La implementación del conjunto de políticas neoliberales, dentro de las cuales la flexibilización


laboral constituye uno de sus pilares, ha estado caracterizada por la reproducción de una
matriz discursiva que niega la centralidad de la relación trabajo-capital en la época
contemporánea, a partir de la continuada magnificación de los cambios socio-económicos,
tanto aquellos reales como los potenciales y los imaginarios, asociados con la aparición y el
avance de las tecnologías de la información y de la comunicación. En este sentido, resulta
sintomática una de las múltiples denominaciones acuñadas para las postrimerías del siglo XX
y los albores del XXI: “La era de la información”, correspondiente al título de una de las obras
en las que se hace una exposición bastante amplia de este punto de vista, particularmente en
el primero de sus tres tomos. En dicha obra, se insiste en el inevitable advenimiento de una
presuntamente novedosa economía globalizada, conectada en redes de procesamiento y
transmisión de la información, la cual se asume como fuente de riqueza en semejante
realidad social [Castells 1996].

A pesar de sus posibles aciertos analíticos sobre aspectos particulares, es de destacar el


hecho de que en esa y otras obras que estudian la situación global actual desde tal
perspectiva, se hace caso omiso, se ignora o se pretende ocultar la existencia de ciertos
rasgos estructurales-esenciales y, por tanto, invariantes del capitalismo. Más precisamente,
se anuncia la pérdida de importancia o incluso la total disolución de la contradicción
antagónica de intereses objetivos que se presenta entre los trabajadores y los capitalistas
respecto de los diferentes momentos constitutivos del proceso social de producción. Y este
anuncio se hace a partir de la constatación estadística de que una creciente mayoría de los
seres humanos se encuentran ocupados, desde hace más de un cuarto de siglo, bien sea en
actividades propias del sector de servicios o bien con formas flexibilizadas de contratación o
carentes de contrato, en contraste con la ínfima proporción que representan aquellos que se

17
catalogan como “trabajadores asalariados típicos”, supuestamente predominantes en algún
período de la historia.

Así, desde esas posturas discursivas, en la medida en que se asume que la importancia de la
contradicción trabajo-capital es una consecuencia mecánica de las magnitudes relativas de
los distintos tipos de trabajadores, se llega inevitablemente a la conclusión de que es poco o
nada relevante la mencionada contradicción y, por consiguiente, se asume que las
reivindicaciones, las organizaciones y las formas de lucha de los trabajadores se tornan hoy
ilegítimas o, cuando menos, su legitimidad se halla muy fuertemente cuestionada. Por
extensión, se emite idéntica sentencia sobre el proyecto de transformación socialista, pues se
insiste en que se trata de un proyecto reduccionista, economicista, el cual se concentra o
tiende a concentrarse solamente en uno, que no el más importante ni el más extendido, de
los múltiples problemas humanos. O sea, para esta matriz discursiva, el socialismo es un
proyecto carente de legitimidad mientras no abandone la idea de que “la historia es la
historia de la lucha de clases” [Marx-Engels 1848], que la relación trabajo-capital
constituye la relación social fundamental del modo de producción capitalista, su contradicción
antagónica.

Ahora bien, observando con mayor atención y profundidad, es posible afirmar que todo esto
no es más sino una tremenda e infortunada confusión, la cual tiene su raíz en una engañosa
meticulosidad categorial, propia de una estrecha elaboración conceptual, la cual no transita
por una juiciosa reflexión histórica en torno a la realidad que se designa con el término
TRABAJO. Esta confusión no es más sino el resultado de manifestaciones pseudo-científicas
propias de la ideología burguesa, contrarias al entendimiento crítico de la realidad y, por
tanto, contrarias a la formación de la Conciencia de Clase, la organización de la clase
trabajadora, su lucha y la consiguiente Emancipación del Trabajo [Gualdrón 2014a, 2014b].

No obstante, desde la perspectiva del Trabajo, lo verdaderamente preocupante es que no


están exentas de ser víctimas de semejante confusión varias tendencias del muy amplio
espectro de las fuerzas políticas que gravitan en torno suyo, denominadas a sí mismas como
de izquierda. Y es preocupante porque de esta manera, que es característica de tendencias
postmodernistas de [des]entendimiento de la realidad y que se vierte en los así llamados
“nuevos movimientos sociales”, se promueve la dispersión de las luchas y, en no pocas
ocasiones, la contraposición entre las distintas reivindicaciones particulares-coyunturales,
dando como resultado, que la estructura básica del modo de producción capitalista quede
intacta. De esta manera entonces, no se contribuye con la articulación de esfuerzos en contra
de la explotación-enajenación del Trabajo y en pos de la construcción del Socialismo, única
garantía de la eliminación de las sociedades de clase, la cual ha sido el eje del proyecto
iniciado por Marx y Engels.

En ese sentido, es bastante pertinente volver hoy a la obra de estos maestros, entre otros a
El Capital en la conmemoración del sesquicentenario de la publicación de su primer tomo, con
el objetivo de encontrar argumentos necesarios para superar el mencionado estado de
confusión. Entonces, en primer lugar es preciso tener en cuenta el concepto elaborado en su

18
obra sobre el proceso de trabajo, lo cual permite llevar a cabo una exploración en torno a la
caracterización de la clase trabajadora y su rol en tanto sujeto histórico de transformación
social, considerando la diversidad de manifestaciones de la explotación capitalista del trabajo,
tanto en el espacio como en el tiempo y en diferentes actividades económicas, a la luz de los
conceptos básicos del materialismo dialéctico-histórico.

Es de advertir, sin embargo, que la crítica aquí planteada en torno a la atención que se
dedica a la diversidad de las manifestaciones particulares de la relación trabajo-capital, no
tiene como propósito la absoluta negación de la pertinencia de los estudios formulados en
esos términos, sino la prevención sobre los desaciertos prácticos a los que conlleva la
confusión del todo con la parte, de la esencia de las cosas, su concepto, con los fenómenos
particulares.

trabajo, producción y riqueza

En el capítulo V del primer tomo de El Capital, aquel sobre el “proceso de trabajo y el proceso
de valorización”, se plantea que el trabajo está constituido por una serie de acciones que
llevan a cabo los seres humanos sobre el entorno físico y el simbólico, modificándolo
conscientemente, con el propósito de obtener cosas relacionadas, directa e indirectamente,
con la satisfacción de alguna necesidad específica, históricamente determinada, en el seno de
una forma concreta de organización social. Esta intervención sobre el entorno requiere del
concurso de las capacidades físicas y mentales de sus ejecutantes, quienes la realizan
mediante la manipulación de una más o menos amplia diversidad de dispositivos auxiliares,
más o menos rudimentarios o sofisticados en diferentes períodos de la cambiante existencia
de la especie humana. Para el conjunto de los componentes del entorno sobre los cuales se
actúa y los antedichos dispositivos se adopta la categoría m edios de producción , mientras
que la categoría fuerza de trabajo designa la serie de capacidades físicas y mentales de los
seres humanos involucrados en el proceso.

Queda claro que la ejecución de cualquier trabajo tiene como resultado la producción de
cosas y, por tanto, todo proceso de trabajo es, al mismo tiempo, un proceso de producción,
para el cual siempre han de combinarse los medios de producción con la fuerza de trabajo,
puesto que las capacidades humanas se tornan impotentes cuando no se aplican sobre un
cierto objeto, a la vez que tampoco ocurre que los medios de producción lleguen a
transformarse a sí mismos en satisfactores de necesidades o siquiera en algún otro medio de
producción. Por este motivo, Marx se refiere a este proceso como un intercam bio orgánico
o m etabolism o entre estas dos fuerzas productivas :

El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre,


proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su
intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el hombre se
enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza. Pone en acción
las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la
cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su

19
propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo
actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia
naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego
de sus fuerzas a su propia disciplina [Marx 1867: 130].

Aquí es preciso destacar el hecho de que se han venido dando unas progresivas
humanización de la naturaleza y expansión de la naturaleza humana en el transcurso de la
historia, dinámica que muestra su potencial desde el surgimiento de la agricultura, hace
aproximadamente 15.000 o 10.000 años, y acelera su ritmo a partir de la conexión mundial
iniciada con el Descubrimiento de América y con la capacidad de producción masificada
generada por la Revolución Industrial y sus ecos más recientes [Marx-Engels 1845-1846;
Gualdrón 2004]. Por supuesto, se trata de un camino con esporádicos estancamientos,
alternado con períodos de avances continuados y de retrocesos, además de saltos atrás y
adelante. Así pues, la naturaleza ha sido objeto de una intervención de los seres humanos
hasta el punto de que lo que suele considerarse como la dimensión natural-originaria de la
realidad, aparentemente externa a la sociedad, va cediendo paso al mundo natural-social
cada vez en mayor medida; de igual manera, las creaciones que afectan inmediatamente las
formas de la sociabilidad de los seres humanos, aparentemente artificiales, se incorporan a su
naturaleza, transformándola y signándola radicalmente [Marx-Engels 1845-1846; Marx 1857-
1858].

Este es el significado que tiene la indicación de que el trabajo implica la modificación del
entorno físico y simbólico, pues éste se encuentra constituido por el conjunto entero de
objetos, tanto los tangibles como los intangibles, y de las relaciones entre tales objetos, las
cuales a su vez configuran la sociedad. Dicho en otros términos, la intervención sobre el
entorno que se realiza con el trabajo es, al mismo tiempo, intervención sobre la sociedad
misma. Y, por consiguiente, los productos del trabajo son objetos tanto físicos como
simbólicos, los cuales pueden tener existencia como satisfactores directos de las necesidades
o como objetos que desempeñan la función de medios de producción, o sea, materias
primas, herramientas simples o complejas y demás materiales auxiliares; y, a su vez, pueden
ser productos terminados completamente o piezas o fragmentos de las mismas, que
solamente tienen un uso satisfactorio en su articulación dentro de dispositivos más
complejos.

Habiendo sido enunciado parcialmente por parte de los autores de la Economía Política
Clásica [Smith 1776; Ricardo 1817] y complementado críticamente por la concepción del
materialismo dialéctico-histórico, el núcleo de la Teoría del Valor-Trabajo afirma que el
conjunto conformado por los objetos que permiten la satisfacción del conjunto de
necesidades social e históricamente determinadas, constituye el contenido de la riqueza de
esa formación social concreta. Y, en la medida en que dichos objetos son productos del
trabajo, entonces la riqueza proviene de él, considerando la integralidad de sus condiciones.
Como consecuencia, el control global sobre las condiciones estructurales del proceso de
trabajo implica el control global sobre la forma en cómo se reparte la riqueza de la sociedad
[Marx 1867; Gualdrón 2004, 2014b].

20
Sin embargo, en este punto es importante advertir, de acuerdo con lo arriba expuesto, que
no cabe una diferenciación taxonómica de las necesidades, careciendo de sentido oposiciones
tales como: “necesidades básicas” frente a “necesidades creadas”, “necesidades verdaderas”
frente a lujos, “necesidades genuinas” frente a “caprichos” o “adicciones” o “vicios”, etc. Y,
esta catalogación carece de sentido explicativo, dado que su objetivo es, abierta o
veladamente, el enjuiciamiento de los comportamientos humanos desde una perspectiva
moralista y, por ende, ahistórica [Gualdrón 2014a]. Por el contrario, en El Capital, así como
en la obra entera de Marx y Engels, se insiste en que todo aspecto de la realidad social es
cambiante históricamente, y las necesidades y su satisfacción no son su excepción:

El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la


fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos. Ni interesa tampoco,
desde este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas,
si directamente, como medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o
indirectamente, como medio de producción [Marx 1867: 3].

Específicamente, en el conocido fragmento de los borradores de El Capital, cuyo título es el


de I ntroducción General a la Crítica de la Econom ía P olítica , a partir de la exposición
de la íntima relación entre producción y consumo, también reflexiona sobre la continua
creación histórica de las necesidades:

El hambre es hambre, pero el hambre que se satisface con carne cocida, que se
come mediante cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta de la que devora
carne cruda con ayuda de manos, uñas y dientes. La producción no produce,
pues, únicamente el objeto del consumo, o sea que produce objetiva y
subjetivamente.
[...] La necesidad del objeto que experimenta el consumo ha sido creada por la
percepción del objeto. El objeto de arte, y análogamente cualquier otro
producto, crea un público sensible al arte y apto para gozar de la belleza. De
modo que la producción no solamente produce un objeto para el sujeto, sino
también un sujeto para el objeto [Marx 1857-1858: 12-13].

Por otra parte, puesto que el trabajo es más que un mero movimiento mecánico, también
está mediado por la conciencia y, con ella, implica ejercicios de reflexión-proyección,
comunicación y aprendizaje-creatividad. Entonces, este proceso es cambiante en el mediano
y largo plazo, lo cual marca una tendencia de modificación de las demás relaciones que
vinculan entre sí a los seres humanos a través de las generaciones, a través de su historia:

Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y
la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su
perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor
maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que,
antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso

21
de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la
m ente del obrero ; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal . El
obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la
naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin , fin que él sabe
que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene
necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un
acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos
que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que
llamamos atención , atención que deberá ser tanto más reconcentrada cuanto
menos atractivo sea el trabajo, por su carácter o por su ejecución, para quien lo
realiza, es decir, cuanto menos disfrute de él el obrero como de un juego de sus
fuerzas físicas y espirituales [Marx 1867: 130-131].

Incluso, la anatomía humana es transformada por el trabajo, primeramente en el proceso


evolutivo, al decir de Engels [1876: 371]: “es la condición básica y fundam ental de
toda la vida hum ana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir
que el trabajo ha creado al propio hom bre” . Y mucho antes, aunque todavía con arraigo
hegeliano, Marx [1844] califica al trabajo como la esencia humana, planteando también su
concepto de Trabajo Enajenado. Simultáneamente, en La situación de la clase obrera en
I nglaterra [1845], Engels indica que el trabajo también genera afectaciones adversas sobre
cuerpos y mentes de los seres humanos con una violencia extrema durante el apogeo del
modo de producción capitalista. Por su parte, en las secciones Tercera, Cuarta y Sexta de El
Capital, correspondientes a la exposición sobre la plusvalía absoluta, la plusvalía relativa y el
salario, se profundiza en semejante faceta de la actividad productiva en este tipo de
sociedad.

trabajo asalariado: forma capitalista de explotación

El trabajo asalariado es la forma histórica correspondiente de la explotación del Trabajo en el


modo de producción capitalista, siendo éste la forma más plena de la sociedad de clases. Se
caracteriza por el hecho de vincular a dos clases sociales: los trabajadores y los capitalistas.
Ambos tipos de seres humanos se encuentran en una situación de libertad y de igualdad
jurídica entre unos y otros, rasgos propios de la geo-cultura asentada con las Revoluciones
Burguesas de finales del siglo XVIII y principios del XIX [Wallerstein 2004; Hobsbawm 1962].
Sin embargo, mientras que los capitalistas disfrutan de la propiedad privada sobre los medios
de producción, que a su vez significa la posesión de una cantidad suficiente de recursos para
garantizar sus considerables niveles de consumo por generaciones, los trabajadores cuentan
solamente con su fuerza de trabajo individual, recursos más o menos exiguos y, a lo más,
con redes familiares o comunitarias de protección social, similares en su pobreza.

Por lo tanto, la relación establecida entre ambas clases es estructuralmente asimétrica,


puesto que los trabajadores se encuentran obligados a vender su fuerza de trabajo a los
capitalistas, con el fin de obtener el correspondiente ingreso salarial, posibilitándoles la
compra del conjunto de mercancías asociadas con la satisfacción de sus necesidades. Como

22
es de esperarse, los intereses objetivos de estas clases son contradictorios en lo que respecta
a las condiciones de la compra-venta de la fuerza de trabajo; es decir, con respecto al salario
y a la jornada laboral: para los capitalistas es conveniente que el salario sea lo más bajo
posible a la vez que la jornada sea lo más extensa posible, en la medida en que los salarios
les significan costos que deben minimizar en la búsqueda de la maximización de sus
ganancias, toda vez que durante la jornada llevan a cabo el uso o explotación de la fuerza de
trabajo en los procesos de producción bajo su mando; en contraposición, los trabajadores
pretenden que sea incrementado el salario y reducida la jornada, dado que durante la
jornada se da un desgaste de sus capacidades físicas y mentales, mientras que el salario
representa el ingreso que permite hacer las compras de las mercancías, tal y como se ha
mencionado.

No obstante, el mercado laboral, que es el escenario en que se llevan a cabo estos actos de
compra-venta de la fuerza de trabajo, tiene como requisito de existencia del ejército de
reserva de fuerza de trabajo , el cual contribuye con el mantenimiento de los salarios
hacia la baja, como consecuencia de que los trabajadores se encuentran permanentemente
abocados a la competencia con una multitud de otros trabajadores por el acceso a los
relativamente escasos empleos ofrecidos por los capitalistas, de acuerdo con el
comportamiento cíclico del conjunto de la economía y atendiendo a su antedicha búsqueda
de maximización de ganancias.

Siendo así, los trabajadores se involucran en los procesos de producción bajo el control
ejercido por los capitalistas, directa e indirectamente, sobre las condiciones globales de
ejecución de los mismos, situación que les brinda la posibilidad de llevar a cabo la explotación
de la fuerza de trabajo y la consiguiente extracción de plusvalía, en función de la acumulación
de capital [Marx 1867]: la propiedad sobre los medios de producción se concreta en el control
capitalista sobre las empresas; es decir, sobre la toma de decisiones de inversión, sobre los
ritmos de las distintas actividades que componen los procesos productivos y su permanente
reorganización técnica, sobre la forma misma de la estructura empresarial, entre otras; toda
vez que también ejerce el control sobre las políticas estatales que afectan directa e
indirectamente los diferentes procesos productivos [Marx-Engels 1848], por supuesto, en el
contexto de las contradicciones entre sus diferentes facciones, resultantes de la cada vez más
feroz competencia mercantil.

clase trabajadora: clase-que-vive-de-su-trabajo

Teniendo en cuenta lo anterior, las clases sociales de un modo de producción se caracterizan


a partir de su materialidad social; es decir, la posición ocupada por cada conjunto humano
con respecto al proceso de producción o, lo que es lo mismo, de acuerdo con su función y el
grado de control que tiene sobre tal. Así, las clases no se definen a sí mismas, en una
hermética e ilusoria mismidad, sino que cobran existencia en el entramado de relaciones
mutuas, unas con otras en permanente contradicción, expresando la naturaleza dialéctica de
la sociedad. Desde el mismo M anifiesto se hace esta referencia con total claridad, asimismo
indicando la dinámica

23
explotado-explotador, dominado-dominante, como la relación definitoria y definitiva existente
entre esclavos y amos, siervos y señores, en modos de producción pre-capitalistas, y entre el
proletariado y la burguesía en el capitalismo [Marx-Engels 1848]: en todos los casos, la clase
de los explotados está sometida a la clase de los explotadores, en virtud del control directo e
indirecto que ejercen los últimos sobre las condiciones globales de la diversidad de los
procesos de trabajo, a partir de su propiedad sobre los medios de producción.

En ese sentido, a pesar de que sean empleados como criterios de buena parte de los análisis
provenientes de las diferentes versiones del pensamiento burgués, tanto los diferenciales de
ingresos, como los medios de producción disponibles en las distintas épocas y regiones o la
actividad específica a la que se dedica cada cual, en términos económico-sectoriales, incluso,
la presencia de formas específicas de organización; estos criterios, en lo que a la perspectiva
del materialismo dialéctico-histórico se refiere, carecen de importancia para el entendimiento
del carácter de cada clase, su posición relativa, sus intereses y sus formas de
comportamiento en el contexto de la lucha de clases [Dobb 1946]. En este asunto, como en
muchos otros, es preciso reiterar que:

Marx y Engels dedican buena parte de su vida al trabajo teórico, brindando al


proletariado los primeros pertrechos conceptuales para la orientación de su
acción política revolucionaria. Así pues, su pretensión es la de que en el seno del
movimiento de los trabajadores puedan ser superadas las nociones del sentido
común, manifestación popular de la ideología burguesa, así como las nociones
pseudo-científicas propias del idealismo, el pragmatismo, el empirismo, el
realismo, el positivismo, el historicismo, etc.
Es decir, en contra del idealismo, en tanto que el capitalismo, su correspondiente
problemática y su superación son asuntos de orden material y no se trata de
simples o complejas ideas que se puedan respectivamente olvidar o implantar de
acuerdo con la voluntad de los individuos; en contra del pragmatismo, en la
medida en que la transformación socialista exige la comprensión teórica de la
dinámica y las contradicciones del capitalismo y, por lo tanto, su estudio
sistemático y profundo; en contra del empirismo, del positivismo y del realismo,
puesto que el conocimiento de la realidad material no se reduce a la recopilación
y el procesamiento de datos, por muy amplios y meticulosamente técnicos que
sean tales procedimientos, así como también trasciende la mera descripción de
la multitud de sus fenómenos y manifestaciones diversas; en contra del
historicismo, porque la realidad social no es un simple conglomerado o sucesión
de facticidades y singularidades sino que constituye un sistema de relaciones
susceptibles de conceptualizar, destacando comparativamente sus regularidades
y tendencias estructurales, su continuidad histórica y sus caracteres generales-
esenciales, en el seno de los cuales cobran sentido las múltiples variantes
regionales e institucionales y las dinámicas del cambio de corto y largo plazo
[Gualdrón 2014b].

24
Ahora bien, a propósito de la caracterización de la clase trabajadora, en primer lugar y
aunque parezca trivial, puede afirmarse que está constituida por aquellos seres humanos
para quienes, con el objetivo de garantizar o mejorar su estándar de vida, es
estructuralmente ineludible intervenir en procesos de producción cuyas condiciones globales
son controladas, directa e indirectamente, por la clase de los capitalistas. Consiguientemente,
este concepto da cuenta de la existencia histórica de la clase trabajadora en cuanto realidad
colectiva que se constituye en contradicción con la clase de los capitalistas; concepto que
tiende a la superación de aquellas “robinsonadas dieciochescas” [Marx 1857-1858] del así
llamado “individualismo metodológico”, las cuales operan una mera agregación de individuos,
a quienes se los pretende catalogar como anteriores y exteriores a tales clases, incluso a la
misma sociedad.

Están incluidos en el concepto de clase trabajadora, además, aquellos seres humanos que,
sin ser propietarios de los medios de producción, tampoco se encuentran ejerciendo un
proceso de trabajo, sea debido a situaciones transitorias o más o menos permanentes: por un
lado, el desempleo o, también, el descanso voluntario asociado con las vacaciones o el
obligatorio por los cuidados relacionados con su salud o la de otros seres humanos a su
cargo; por otro, la infancia y adolescencia en aquellos hijos de la clase trabajadora que tienen
la posibilidad de no ser empleados desde edad temprana o la jubilación de aquellos
trabajadores que han logrado obtener un ingreso pensional o quienes no pueden trabajar
debido a padecimientos físicos o mentales, muchas veces provocados por el ejercicio mismo
del trabajo.

También se incluyen los hombres y las mujeres que se desempeñan en actividades del
cuidado en los hogares de las familias de la clase trabajadora, actividades que no son
remuneradas, en la medida de que las ejecutan miembros del mismo entorno familiar. Tal y
como se plantea desde la perspectiva crítica de la economía del cuidado, estos procesos de
trabajo garantizan la reproducción de las condiciones de vida de los seres humanos, a pesar
de que los discursos patriarcales, durante toda la historia de la sociedad de clases, han
venido ocultando-negando sistemáticamente su importancia. En el caso de la ideología
burguesa, también patriarcal y además signada por su obsesión mercadocéntrica, se lleva a
cabo el ocultamiento-negación de que la realización de los múltiples procesos del trabajo de
cuidado no remunerados, los cuales reproducen a la clase trabajadora disponible para ser
explotada, sin costo alguno para el capital, contribuyen con el incremento de la extracción
capitalista de la plusvalía.

Por otra parte, es importante despejar la confusión proveniente de ciertas tradiciones


sectarias, las cuales se expresan mediante prácticas abierta o encubiertamente moralistas y
moralizantes, en la que suele definirse a la clase trabajadora como aquella conformada
exclusivamente por los seres humanos que se dedican a trabajos llamados productivos,
diferenciándolos de los catalogados como improductivos. Esta confusión parte de la
consideración según la cual los trabajos productivos serían los correspondientes a la
agricultura, la minería, la construcción y la industria y, dentro de las empresas de estos
sectores, el énfasis se ubica sobre los operarios denominados manuales, cuya actividad tiene

25
como resultado objetos tangibles, mientras que los improductivos serían los del sector de
servicios y toda actividad catalogada como intelectual o no-manual, en tanto que sus
resultados son intangibles.

Esta confusión hace caso omiso de que en cualquier proceso de trabajo se ponen en acción
las capacidades físicas y mentales de los seres humanos involucrados en su realización, a la
vez que todos los procesos productivos implican la conjunción de actividades de concepción y
ejecución; además de que se presenta un entrelazamiento cada vez más estrecho entre las
empresas y entre los sectores económicos, en la medida en que se intensifica la división
social del trabajo promovida por el capitalismo. Como consecuencia, el incremento
exponencial del volumen total de producción de la riqueza se da mediante la simplificación y
la combinación de una multitud de procesos de trabajo individuales, tornando los diferentes
trabajos concretos en trabajos abstractos, cuya contribución cobra sentido solamente en
virtud de su articulación con las actividades de un conjunto cada vez más amplio y complejo
de trabajadores. En ese sentido, la extracción de plusvalía, o sea, la explotación capitalista
sobre la clase trabajadora, se practica en actividades cuyos productos individuales son tanto
tangibles como intangibles:

El individuo no puede actuar sobre la naturaleza sin poner en acción sus


músculos bajo la vigilancia de su propio cerebro. Y, así como en el sistema
fisiológico colaboran y se complementan la cabeza y el brazo, en el proceso de
trabajo se aúnan el trabajo mental y el trabajo manual... El producto deja de ser
fruto directo del productor individual para convertirse en un producto social, en
el producto común de un obrero colectivo; es decir, de un personal obrero
combinado, cuyos miembros tienen una intervención más o menos directa en el
manejo del objeto sobre que recae el trabajo. Con el carácter cooperativo del
propio proceso de trabajo se dilata también, forzosamente, el concepto del
trabajo productivo y de su agente, el obrero que produce . Ahora, para
trabajar productivamente ya no es necesario tener una intervención manual
directa en el trabajo; basta con ser órgano del obrero colectivo, con ejecutar una
cualquiera de sus funciones desdobladas. La definición que dábamos del trabajo
productivo, definición derivada del carácter de la propia producción material,
sigue siendo aplicable al obrero colectivo, considerado como colectividad, pero
ya no rige para cada uno de sus miembros, individualmente considerado.
De otra parte, el concepto del trabajo productivo se restringe. La producción
capitalista no es ya producción de m ercancías , sino que es, sustancialmente
producción de plusvalía. El obrero no produce para sí mismo, sino para el capital.
Por eso, ahora, no basta con que produzca en términos generales, sino que ha
de producir concretamente plusvalía. Dentro del capitalismo, sólo es
productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que
trabaja por hacer rentable el capital . Si se nos permite poner un ejemplo
ajeno a la órbita de la producción material, diremos que un maestro de escuela
es obrero productivo si, además de moldear las cabezas de los niños, moldea su
propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que éste invierta su

26
capital en una fábrica de enseñanza en vez de invertirlo en una fábrica de
salchichas, no altera en lo más mínimo los términos del problema. Por tanto, el
concepto de trabajo productivo no entraña simplemente una relación entre la
actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo, sino
que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente
dada de producción, que convierte al obrero en instrumento directo de
valorización del capital [Marx 1867: 425].

Sentado esto, y aún cuando el capitalismo se caracteriza por la introducción del cambio
técnico en los procesos productivos, este modo de producción o cualquier otro no se definen
por el nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas, sino mediante las relaciones sociales
establecidas entre sus clases antagónicas. Entonces, como arriba se ha enunciado, la clase
trabajadora es definida por la explotación a la cual es sometida, con independencia de las
técnicas específicas empleadas en los procesos de trabajo particulares: ese es el meollo del
asunto desde el sistema de trabajo a domicilio del capitalismo pre-industrial, pasando por el
trabajo manufacturero que emplea herramientas de uso manual, el trabajo fabril maquinizado
de los primeros momentos de la Revolución Industrial, de la banda de montaje fordista, o
automatizado e informatizado, y deslocalizado-relocalizado en redes, teniendo presente que
la aparición y extensión sectorial y geográfica de cada nueva tecnología no elimina sino que,
por el contrario, se combina con el uso de las tecnologías precedentes, en diferentes grados y
modalidades [Antunes 1995, 2005].

Así también sucede con respecto a las formas jurídicas cambiantes que ha adoptado la
relación trabajo-capital, las cuales constituyen la formas de la regulación estatal del mercado
laboral y de existencia concreta del mencionado ejército de reserva de fuerza de
trabajo , puesto que:

... este ejército de reserva no puede ser catalogado como una anomalía o
expresión de un desajuste en el funcionamiento del modo de producción
capitalista; más bien, se trata de una condición normal de su existencia, siendo
el fundamento del mercado laboral, característico de esta sociedad. Ahora bien,
en este punto es preciso reiterar que el capitalismo es el único modo de
producción que no recurre a las relaciones de sujeción o dependencia personal
de la mano de obra, debido a que logra generar un escenario de superpoblación
relativa con respecto a los requerimientos técnicos de los variados procesos de
producción-reproducción, en la medida de la antedicha introducción de unas
fuerzas productivas en desarrollo: por lo tanto, es posible y más conveniente
para el empresariado, en términos de costos de producción específicamente
adscritos al mantenimiento de la mano de obra, la configuración del mercado
laboral.
[...] Pero, la forma de su existencia está en el centro de la lucha de clases entre
el Trabajo y el Capital, siendo cambiantes sus rasgos concretos en las diferentes
épocas de la historia de este sistema social, expresando la situación específica de
la correlación de fuerzas entre ambas clases: cuando ésta es favorable al Capital,

27
la contratación de la mano de obra tiende a flexibilizarse; mientras que se ponen
restricciones protectoras de la fuerza de trabajo ante el mercado laboral cuando
el Trabajo se encuentra en una mejor posición en esa correlación de fuerzas.
Así, el único momento en que ha habido esta correlación favorable al Trabajo en
el capitalismo configura un único paréntesis histórico, entre 1917 y 1989, en el
cual mejoraron ostensiblemente las condiciones de vida de la población mundial,
región por región, por la vía del mejoramiento significativo de los ingresos
salariales, de la extensión de la estabilidad laboral, de la estructuración de
sistemas estatales de seguridad social y de educación masificada en distintos
niveles, la construcción de infraestructura básica y el acceso masivo a la vivienda
de amplias capas de población en las ciudades. Esta anomalía en la historia del
capitalismo se encuentra asociada innegablemente con la existencia de la Unión
Soviética y sus experiencia hermanas, experiencias que obligan al
establecimiento de los Estados del Bienestar europeo-occidentales y los Estados
Patrimonialistas del Bienestar latinoamericanos y demás proyectos nacionalistas-
populistas de otras regiones del planeta.
Por el contrario, una vez restablecida la correlación de fuerzas en favor del
Capital, las reformas neoliberales vienen a corregir semejante situación de
protección a los trabajadores, recurriendo a las viejas tácticas violentas del
capitalismo, las prácticas propias de la acumulación originaria (ahora
denominada “acumulación por desposesión”) en todas las regiones del planeta,
desde el inicio de la dictadura chilena hasta la actualidad; evidenciando que para
los agentes del Capital es posible y necesario recurrir a todo tipo de mecanismos,
incluyendo la violencia, con el objetivo de actualizar permanentemente la
disciplina del mercado, en el contexto de la lucha de clases... [Gualdrón 2014b].

Finalmente, es preciso insistir en que la explotación es una cuestión objetiva, material, en


tanto que implica el desgaste de las capacidades físicas y mentales de los trabajadores,
mientras que participan en un proceso de producción que se lleva a cabo en función de la
rentabilidad de los capitalistas. O sea, la explotación es una realidad que se da
independientemente de que sea o no captada por la conciencia, tanto de los trabajadores
como de los capitalistas [Lukács 1922]. De hecho, los aparatos ideológicos del capitalismo
[Althusser 1969] desempeñan la función del ocultamiento de la explotación, impidiendo o
desacreditando toda acción encaminada a la denuncia de las cotidianas atrocidades de este
modo de producción, la organización y lucha de la clase trabajadora en pos del mejoramiento
de sus condiciones de vida y, todavía más, a la Emancipación del Trabajo.

En otros términos, el hecho de que un segmento más o menos amplio de la clase trabajadora
no se reconozca en cuanto tal, sino que se destaque, con actitudes arribistas, su pretendida
independencia o su carácter de propietario, más precisamente de pequeño propietario, o la
diferenciación jerárquica asociada con el ejercicio de las tareas de coordinación en los
procesos productivos, sobre otros trabajadores, o el hecho de que sus actividades laborales
contribuyan con el mantenimiento del orden existente y en contradicción con los intereses
objetivos de la clase trabajadora, etc., no lo sustrae de la clase; más bien, indica el nivel del

28
éxito de la ideología burguesa, es decir, el grado de alienación de los trabajadores, el cual se
expresa en la identificación de los explotados con los intereses de los explotadores.

vigencia de la clase trabajadora como Sujeto Histórico

De acuerdo con la perspectiva del materialismo dialéctico-histórico, la clase trabajadora, que


se puede también denominar después de las reflexiones anteriormente planteadas, y
tomando prestada la expresión, como la clase-que-vive-de-su-trabajo [Antunes 1995,
2005], constituye el Sujeto Histórico de la transformación socialista, en tanto que sujeto –por
supuesto colectivo- cuyo interés objetivo es la superación del modo de producción capitalista
y la construcción de un modo de producción fundamentado en la propiedad colectiva de los
medios de producción, puesto que el mejoramiento estructural de sus condiciones de vida
tiene como requisito la eliminación de la totalidad de las condiciones de explotación de su
fuerza de trabajo. A su vez, este sujeto es caracterizado como el único poseedor de la
capacidad de llevar a cabo tal proceso revolucionario, en tanto que no sólo es mayoritario
socialmente sino, lo que es más importante, en virtud de la combinación de la diversidad de
los individuos que lo componen, es el productor de la riqueza [Marx-Engels 1848]:

... ya que el obrero combinado o el obrero colectivo tiene ojos y manos por
delante y por detrás y posee, hasta cierto punto, el don de la ubicuidad, hace
que el producto colectivo avance más rápidamente...
Esta fuerza productiva brota de la misma cooperación. Al coordinarse de un
modo sistemático con otros, el obrero se sobrepone a sus limitaciones
individuales y desarrolla su capacidad de creación [Marx 1867: 263-265].

No obstante, tal y como se ha expuesto más arriba, no se trata de una cuestión mecánica,
puesto que, por una parte, el padecer la explotación no conduce espontáneamente a la lucha
revolucionaria, en la medida en que el “instinto de clase” de la clase trabajadora se encuentra
domesticado, adormecido, mediante el uso que lleva a cabo la clase de los capitalistas de los
mencionados aparatos ideológicos. Entonces, es necesario poner en marcha un proceso de
formación de la conciencia de clase del proletariado [Lenin 1902; Lukács 1922], la cual
permita el entendimiento de la naturaleza de la explotación capitalista, de que las vivencias
de los trabajadores individuales no son sino formas particulares de manifestarse la
contradicción antagónica fundamental entre el Trabajo y el Capital y que el conjunto entero
de los problemas del mundo moderno tienen como eje de desenvolvimiento la existencia del
modo de producción capitalista; es decir, que la solución de los problemas de la humanidad
sólo es posible mediante la superación de este modo de producción [Marx 1867; Gualdrón
2013, 2014a, 2014b].

Tampoco el solo hecho de ser mayoría convierte a la clase trabajadora en fuerza contundente
de la transformación social, puesto que la clase de los capitalistas tiene a su disposición unas
muy potentes herramientas para la defensa de su régimen de explotación, siendo el Estado la
más importante. Por lo tanto, con el objetivo de la Emancipación del Trabajo, es preciso

29
contar con la organización de la clase; pero una organización que se proponga como punto
de partida el autorreconocimiento y la promoción de la unidad de clase de la clase
trabajadora, mediante la articulación de las reivindicaciones y de las luchas particulares,
campesinas, estudiantiles, juveniles, de género, étnicas, ambientales, urbanas, de liberación
nacional, por la defensa de los derechos humanos, etc., a partir de la perspectiva de clase del
proletariado, del modo en como lo hiciera el Partido Bolchevique hace ya 100 años y fuera el
espíritu encarnado por el Partido Socialista Revolucionario de María Cano, Ignacio Torres
Giraldo, Tomás Uribe Márquez, Raúl Eduardo Mahecha y tantos otros trabajadores
colombianos en la segunda mitad de la década de 1920.

BIBLIOGRAFÍA

ALTHUSSER, Louis [1969]: Ideología y aparatos ideológicos del Estado; Ediciones Tupac
Amaru, Bogotá, 1974.
ANTUNES, Ricardo [1995]: ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre las metamorfosis y el rol central
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DOBB, Maurice [1946]: Estudios sobre el desarrollo del capitalismo; Siglo Veintiuno Editores,
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ENGELS, Friedich [1845]: La situación de la clase obrera en Inglaterra; en: Federico Engels.
Escritos de juventud; Fondo de Cultura Económica, México, 1981.
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marco para la venidera Emancipación del Trabajo; trabajo de grado, Escuela de Economía,
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
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propuesta alternativa de gobierno. Hacia la edificación del socialismo En el siglo XXI; en:
Seminario Internacional Marx Vive VII: América Latina en disputa. Proyectos políticos y
reconfiguraciones del poder; Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá.
[2014a]: Construir el Socialismo En el siglo XXI... superando los laberintos del socialismo del
siglo XXI; en Seminario Internacional Marx Vive VIII: Proceso constituyente y
contrarrevolución en Nuestra América; Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
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dialéctico; en: Primer Seminario Internacional El Capital 150 aniversario (1867-2017). El
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HOBSBAWM, Eric [1962]: La era de la revolución 1789-1848; Editorial Crítica, Madrid, 1997.
LENIN, Vladimir [1902]: ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento; en: Obras
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MARX, Karl [1844]: Manuscritos: economía y filosofía; Alianza Editorial, Madrid, 1993.

30
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MARX, Karl; ENGELS, Friedrich [1845-1846]: La ideología alemana; en: Obras escogidas;
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[1848]: Manifiesto del Partido Comunista; en: Obras escogidas; Editorial Progreso, Moscú.
WALLERSTEIN, Immanuel [2004]: Análisis de sistemas-mundo: una introducción; Siglo
Veintiuno Editores, México, 2005.

31
EL PAPEL DEL TRABAJO EN LA TRANSFORMACIÓN
DEL MONO EN HOMBRE
Friedrich Engels -1876

El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es,
en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en
riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de
toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el
trabajo ha creado al propio hombre.

Hace muchos centenares de miles de años, en una época, aún no establecida


definitivamente, de aquel período del desarrollo de la Tierra que los geólogos denominan
terciario, probablemente a fines de este período, vivía en algún lugar de la zona tropical -
quizás en un extenso continente hoy desaparecido en las profundidades del Océano Indico-
una raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha dado una
descripción aproximada de estos antepasados nuestros. Estaban totalmente cubiertos de
pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, vivían en los árboles y formaban manadas[2].

Es de suponer que como consecuencia directa de su género de vida, por el que las manos, al
trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron
acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y
más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito del mono al hombre.

Todos los monos antropomorfos que existen hoy día pueden permanecer en posición erecta y
caminar apoyándose únicamente en sus pies; pero lo hacen sólo en caso de extrema
necesidad y, además, con suma torpeza. Caminan habitualmente en actitud semierecta, y su
marcha incluye el uso de las manos. La mayoría de estos monos apoyan en el suelo los
nudillos y, encogiendo las piernas, hacen avanzar el cuerpo por entre sus largos brazos, como
un cojo que camina con muletas. En general, aún hoy podemos observar entre los monos
todas las formas de transición entre la marcha a cuatro patas y la marcha en posición erecta.
Pero para ninguno de ellos ésta última ha pasado de ser un recurso circunstancial.

Y puesto que la posición erecta había de ser para nuestros peludos antepasados primero una
norma, y luego, una necesidad, de aquí se desprende que por aquel entonces las manos
tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. Incluso entre los monos existe ya cierta
división de funciones entre los pies y las manos. Como hemos señalado más arriba, durante
la trepa las manos son utilizadas de distinta manera que los pies. Las manos sirven
fundamentalmente para recoger y sostener los alimentos, como lo hacen ya algunos
mamíferos inferiores con sus patas delanteras. Ciertos monos se ayudan de las manos para
construir nidos en los árboles; y algunos, como el chimpancé, llegan a construir tejadillos
entre las ramas, para defenderse de las inclemencias del tiempo. La mano les sirve para
empuñar garrotes, con los que se defienden de sus enemigos, o para bombardear a éstos
con frutos y piedras. Cuando se encuentran en la cautividad, realizan con las manos varias

32
operaciones sencillas que copian de los hombres. Pero aquí es precisamente donde se ve
cuán grande es la distancia que separa la mano primitiva de los monos, incluso la de los
antropoides superiores, de la mano del hombre, perfeccionada por el trabajo durante
centenares de miles de años. El número y la disposición general de los huesos y de los
músculos son los mismos en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo
es capaz de ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano de
ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco
que fuese.

Por eso, las funciones, para las que nuestros antepasados fueron adaptando poco a poco sus
manos durante los muchos miles de años que dura el período de transición del mono al
hombre, sólo pudieron ser, en un principio, funciones sumamente sencillas. Los salvajes más
primitivos, incluso aquellos en los que puede presumirse el retorno a un estado más próximo
a la animalidad, con una degeneración física simultánea, son muy superiores a aquellos seres
del período de transición. Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en
cuchillo por la mano del hombre, debió haber pasado un período de tiempo tan largo que, en
comparación con él, el período histórico conocido por nosotros resulta insignificante. Pero se
había dado ya el paso decisivo: la mano era libre y podía adquirir ahora cada vez más
destreza y habilidad; y ésta mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se
acrecía de generación en generación.

Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él.
Unicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas funciones, por la transmisión
hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos, los ligamentos y,
en un período más largo, también por los huesos, y por la aplicación siempre renovada de
estas habilidades heredadas a funciones nuevas y cada vez más complejas, ha sido como la
mano del hombre ha alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida,
como por arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música
de Paganini.

Pero la mano no era algo con existencia propia e independiente. Era únicamente un miembro
de un organismo entero y sumamente complejo. Y lo que beneficiaba a la mano beneficiaba
también a todo el cuerpo servido por ella; y lo beneficiaba en dos aspectos.

Primeramente, en virtud de la ley que Darwin llamó de la correlación del crecimiento. Según
ésta ley, ciertas formas de las distintas partes de los seres orgánicos siempre están ligadas a
determinadas formas de otras partes, que aparentemente no tienen ninguna relación con las
primeras. Así, todos los animales que poseen glóbulos rojos sin núcleo y cuyo occipital está
articulado con la primera vértebra por medio de dos cóndilos, poseen, sin excepción,
glándulas mamarias para la alimentación de sus crías. Así también, la pezuña hendida de
ciertos mamíferos va ligada por regla general a la presencia de un estómago multilocular
adaptado a la rumia. Las modificaciones experimentadas por ciertas formas provocan
cambios en la forma de otras partes del organismo, sin que estemos en condiciones de
explicar tal conexión. Los gatos totalmente blancos y de ojos azules son siempre o casi
siempre sordos. El perfeccionamiento gradual de la mano del hombre y la adaptación
33
concomitante de los pies a la marcha en posición erecta repercutieron indudablemente, en
virtud de dicha correlación, sobre otras partes del organismo.

Sin embargo, ésta acción aún está tan poco estudiada que aquí no podemos más que
señalarla en términos generales. Mucho más importante es la reacción directa -posible de
demostrar- del desarrollo de la mano sobre el resto del organismo. Como ya hemos dicho,
nuestros antepasados simiescos eran animales que vivían en manadas; evidentemente, no es
posible buscar el origen del hombre, el más social de los animales, en unos antepasados
inmediatos que no viviesen congregados. Con cada nuevo progreso, el dominio sobre la
naturaleza, que comenzara por el desarrollo de la mano, con el trabajo, iba ampliando los
horizontes del hombre, haciéndole descubrir constantemente en los objetos nuevas
propiedades hasta entonces desconocidas. Por otra parte, el desarrollo del trabajo, al
multiplicar los casos de ayuda mutua y de actividad conjunta, y al mostrar así las ventajas de
ésta actividad conjunta para cada individuo, tenía que contribuir forzosamente a agrupar aún
más a los miembros de la sociedad. En resumen, los hombres en formación llegaron a un
punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros. La necesidad creó el
órgano: la laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero firmemente,
mediante modulaciones que producían a su vez modulaciones más perfectas, mientras los
órganos de la boca aprendían poco a poco a pronunciar un sonido articulado tras otro.

La comparación con los animales nos muestra que ésta explicación del origen del lenguaje a
partir del trabajo y con el trabajo es la única acertada. Lo poco que los animales, incluso los
más desarrollados, tienen que comunicarse los unos a los otros puede ser transmitido sin el
concurso de la palabra articulada. Ningún animal en estado salvaje se siente perjudicado por
su incapacidad de hablar o de comprender el lenguaje humano. Pero la situación cambia por
completo cuando el animal ha sido domesticado por el hombre. El contacto con el hombre ha
desarrollado en el perro y en el caballo un oído tan sensible al lenguaje articulado, que estos
animales pueden, dentro del marco de sus representaciones, llegar a comprender cualquier
idioma. Además, pueden llegar a adquirir sentimientos desconocidos antes por ellos, como
son el apego al hombre, el sentimiento de gratitud, etc. Quien conozca bien a estos animales,
difícilmente podrá escapar a la convicción de que, en muchos casos, ésta incapacidad de
hablar es experimentada ahora por ellos como un defecto. Desgraciadamente, este defecto
no tiene remedio, pues sus órganos vocales se hallan demasiado especializados en
determinada dirección. Sin embargo, cuando existe un órgano apropiado, ésta incapacidad
puede ser superada dentro de ciertos límites. Los órganos bucales de las aves se distinguen
en forma radical de los del hombre, y, sin embargo, las aves son los únicos animales que
pueden aprender a hablar; y el ave de voz más repulsiva, el loro, es la que mejor habla. Y no
importa que se nos objete diciéndonos que el loro no entiende lo que dice. Claro está que por
el solo gusto de hablar y por sociabilidad con los hombres el loro puede estar repitiendo
horas y horas todo su vocabulario. Pero, dentro del marco de sus representaciones, puede
también llegar a comprender lo que dice. Enseñad a un loro a decir palabrotas, de modo que
llegue a tener una idea de su significación (una de las distracciones favoritas de los marineros
que regresan de las zonas cálidas), y veréis muy pronto que en cuanto lo irritáis hace uso de

34
esas palabrotas con la misma corrección que cualquier verdulera de Berlín. Y lo mismo ocurre
con la petición de golosinas.

Primero el trabajo, luego y con él la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales
bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro
humano, que, a pesar de toda su similitud, lo supera considerablemente en tamaño y en
perfección. Y a medida que se desarrollaba el cerebro, desarrollábanse también sus
instrumentos más inmediatos: los órganos de los sentidos. De la misma manera que el
desarrollo gradual del lenguaje va necesariamente acompañado del correspondiente
perfeccionamiento del órgano del oído, así también el desarrollo general del cerebro va ligado
al perfeccionamiento de todos los órganos de los sentidos. La vista del águila tiene mucho
más alcance que la del hombre, pero el ojo humano percibe en las cosas muchos más
detalles que el ojo del águila. El perro tiene un olfato mucho más fino que el hombre, pero no
puede captar ni la centésima parte de los olores que sirven a éste de signos para diferenciar
cosas distintas. Y el sentido del tacto, que el mono posee a duras penas en la forma más
tosca y primitiva, se ha ido desarrollando únicamente con el desarrollo de la propia mano del
hombre, a través del trabajo. El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la
creciente claridad de conciencia, la capacidad de abstracción y de discernimiento cada vez
mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo y la palabra, estimulando más y más su
desarrollo. Cuando el hombre se separa definitivamente del mono, este desarrollo no cesa ni
mucho menos, sino que continúa, en distinto grado y en distintas direcciones entre los
distintos pueblos y en las diferentes épocas, interrumpido incluso a veces por regresiones de
carácter local o temporal, pero avanzando en su conjunto a grandes pasos,
considerablemente impulsado y, a la vez, orientado en un sentido más preciso por un nuevo
elemento que surge con la aparición del hombre acabado: la sociedad. Seguramente
hubieron de pasar centenares de miles de años -que en la historia de la Tierra tienen menos
importancia que un segundo en la vida de un hombre[*]- antes de que la sociedad humana
surgiese de aquellas manadas de monos que trepaban por los árboles. Pero, al fin y al cabo,
surgió.

¿Y qué es lo que volvemos a encontrar como signo distintivo entre la manada de monos y la
sociedad humana? Otra vez el trabajo. La manada de monos se contentaba con devorar los
alimentos de un área que determinaban las condiciones geográficas o la resistencia de las
manadas vecinas. Trasladábase de un lugar a otro y entablaba luchas con otras manadas
para conquistar nuevas zonas de alimentación: pero era incapaz de extraer de estas zonas
más de lo que la naturaleza buenamente le ofrecía, si exceptuamos la acción inconsciente de
la manada, al abonar el suelo con sus excrementos. Cuando fueron ocupadas todas las zonas
capaces de proporcionar alimento, el crecimiento de la población simiesca fue ya imposible;
en el mejor de los casos el número de sus animales podía mantenerse al mismo nivel. Pero
todos los animales son unos grandes despilfarradores de alimentos; además, con frecuencia
destruyen en germen la nueva generación de reservas alimenticias. A diferencia del cazador,
el lobo no respeta la cabra montés que habría de proporcionarle cabritos al año siguiente; las
cabras de Grecia, que devoran los jóvenes arbustos antes de que puedan desarrollarse, han
dejado desnudas todas las montañas del país. Esta «explotación rapaz» llevada a cabo por

35
los animales desempeña un gran papel en la transformación gradual de las especies, al
obligarlas a adaptarse a unos alimentos que no son los habituales para ellas, con lo que
cambia la composición química de su sangre y se modifica poco a poco toda la constitución
física del animal; las especies ya plasmadas desaparecen. No cabe duda de que ésta
explotación rapaz contribuyó en alto grado a la humanización de nuestros antepasados, pues
amplió el número de plantas y las partes de éstas utilizadas en la alimentación por aquella
raza de monos que superaba con ventaja a todas las demás en inteligencia y en capacidad de
adaptación. En una palabra, la alimentación, cada vez más variada, aportaba al organismo
nuevas y nuevas substancias, con lo que fueron creadas las condiciones químicas para la
transformación de estos monos en seres humanos. Pero todo esto no era trabajo en el
verdadero sentido de la palabra. El trabajo comienza con la elaboración de instrumentos. ¿Y
qué son los instrumentos más antiguos, si juzgamos por los restos que nos han llegado del
hombre prehistórico, por el género de vida de los pueblos más antiguos que registra la
historia, así como por el de los salvajes actuales más primitivos? Son instrumentos de caza y
de pesca; los primeros utilizados también como armas. Pero la caza y la pesca suponen el
tránsito de la alimentación exclusivamente vegetal a la alimentación mixta, lo que significa un
nuevo paso de suma importancia en la transformación del mono en hombre. El consumo de
carne ofreció al organismo, en forma casi acabada, los ingredientes más esenciales para su
metabolismo. Con ello acortó el proceso de la digestión y otros procesos de la vida vegetativa
del organismo (es decir, los procesos análogos a los de la vida de los vegetales), ahorrando
así tiempo, materiales y estímulos para que pudiera manifestarse activamente la vida
propiamente animal. Y cuanto más se alejaba el hombre en formación del reino vegetal, más
se elevaba sobre los animales. De la misma manera que el hábito a la alimentación mixta
convirtió al gato y al perro salvajes en servidores del hombre, así también el hábito a
combinar la carne con la dieta vegetal contribuyó poderosamente a dar fuerza física e
independencia al hombre en formación. Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta
cárnea fue en el cerebro, que recibió así en mucha mayor cantidad que antes las substancias
necesarias para su alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento fue haciéndose
mayor y más rápido de generación en generación. Debemos reconocer -y perdonen los
señores vegetarianos- que no ha sido sin el consumo de la carne como el hombre ha llegado
a ser hombre; y el hecho de que, en una u otra época de la historia de todos los pueblos
conocidos, el empleo de la carne en la alimentación haya llevado al canibalismo (aún en el
siglo X, los antepasados de los berlineses, los veletabos o vilzes, solían devorar a sus
progenitores) es una cuestión que no tiene hoy para nosotros la menor importancia.

El consumo de carne en la alimentación significó dos nuevos avances de importancia decisiva:


el uso del fuego y la domesticación de animales. El primero redujo aún más el proceso de la
digestión, ya que permitía llevar a la boca comida, como si dijéramos, medio digerida; el
segundo multiplicó las reservas de carne, pues ahora, a la par con la caza, proporcionaba una
nueva fuente para obtenerla en forma más regular. La domesticación de animales también
proporcionó, con la leche y sus derivados, un nuevo alimento, que en cuanto a composición
era por lo menos del mismo valor que la carne. Así, pues, estos dos adelantos se convirtieron
directamente para el hombre en nuevos medios de emancipación. No podemos detenernos
aquí a examinar en detalle sus consecuencias indirectas, a pesar de toda la importancia que

36
hayan podido tener para el desarrollo del hombre y de la sociedad, pues tal examen nos
apartaría demasiado de nuestro tema.

El hombre, que había aprendido a comer todo lo comestible, aprendió también, de la misma
manera, a vivir en cualquier clima. Se extendió por toda la superficie habitable de la Tierra
siendo el único animal capaz de hacerlo por propia iniciativa. Los demás animales que se han
adaptado a todos los climas -los animales domésticos y los insectos parásitos- no lo lograron
por sí solos, sino únicamente siguiendo al hombre. Y el paso del clima uniformemente cálido
de la patria original, a zonas más frías donde el año se dividía en verano e invierno, creó
nuevas necesidades, al obligar al hombre a buscar habitación y a cubrir su cuerpo para
protegerse del frío y de la humedad. Así surgieron nuevas esferas de trabajo y, con ellas,
nuevas actividades que fueron apartando más y más al hombre de los animales.

Gracias a la cooperación de la mano, de los órganos del lenguaje y del cerebro, no sólo en
cada individuo, sino también en la sociedad, los hombres fueron aprendiendo a ejecutar
operaciones cada vez más complicadas, a plantearse y a alcanzar objetivos cada vez más
elevados. El trabajo mismo se diversificaba y perfeccionaba de generación en generación
extendiéndose cada vez a nuevas actividades. A la caza y a la ganadería vino a sumarse la
agricultura, y más tarde el hilado y el tejido, el trabajo de los metales, la alfarería y la
navegación. Al lado del comercio y de los oficios aparecieron, finalmente, las artes y las
ciencias; de las tribus salieron las naciones y los Estados. Se desarrollaron el Derecho y la
Política, y con ellos el reflejo fantástico de las cosas humanas en la mente del hombre: la
religión. Frente a todas estas creaciones, que se manifestaban en primer término como
productos del cerebro y parecían dominar las sociedades humanas, las producciones más
modestas, fruto del trabajo de la mano, quedaron relegadas a segundo plano, tanto más
cuanto que en una fase muy temprana del desarrollo de la sociedad (por ejemplo, ya en la
familia primitiva), la cabeza que planeaba el trabajo era ya capaz de obligar a manos ajenas a
realizar el trabajo proyectado por ella. El rápido progreso de la civilización fue atribuido
exclusivamente a la cabeza, al desarrollo y a la actividad del cerebro. Los hombres se
acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar de buscar ésta
explicación en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la cabeza del hombre, que así
cobra conciencia de ellas). Así fue cómo, con el transcurso del tiempo, surgió esa concepción
idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los hombres, sobre todo desde la
desaparición del mundo antiguo, y que todavía lo sigue dominando hasta el punto de que
incluso los naturalistas de la escuela darviniana más allegados al materialismo son aún
incapaces de formarse una idea clara acerca del origen del hombre, pues esa misma
influencia idealista les impide ver el papel desempeñado aquí por el trabajo. Los animales,
como ya hemos indicado de pasada, también modifican con su actividad la naturaleza
exterior, aunque no en el mismo grado que el hombre; y estas modificaciones provocadas por
ellos en el medio ambiente repercuten, como hemos visto, en sus originadores,
modificándolos a su vez. En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno
afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este
movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con
claridad las cosas más simples. Ya hemos visto cómo las cabras han impedido la repoblación

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de los bosques en Grecia; en Santa Elena, las cabras y los cerdos desembarcados por los
primeros navegantes llegados a la isla exterminaron casi por completo la vegetación allí
existente, con lo que prepararon el suelo para que pudieran multiplicarse las plantas llevadas
más tarde por otros navegantes y colonizadores. Pero la influencia duradera de los animales
sobre la naturaleza que los rodea es completamente involuntaria y constituye, por lo que a
los animales se refiere, un hecho accidental. Pero cuanto más se alejan los hombres de los
animales, más adquiere su influencia sobre la naturaleza el carácter de una acción intencional
y planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de antemano. Los animales destrozan la
vegetación del lugar sin darse cuenta de lo que hacen. Los hombres, en cambio, cuando
destruyen la vegetación lo hacen con el fin de utilizar la superficie que queda libre para
sembrar cereales, plantar árboles o cultivar la vid, conscientes de que la cosecha que
obtengan superará varias veces lo sembrado por ellos. El hombre traslada de un país a otro
plantas útiles y animales domésticos modificando así la flora y la fauna de continentes
enteros. Más aún; las plantas y los animales, cultivadas aquéllas y criados éstos en
condiciones artificiales, sufren tales modificaciones bajo la influencia de la mano del hombre
que se vuelven irreconocibles. Hasta hoy día no han sido hallados aún los antepasados
silvestres de nuestros cultivos cerealistas. Aún no ha sido resuelta la cuestión de saber cuál
es el animal que ha dado origen a nuestros perros actuales, tan distintos unos de otros, o a
las actuales razas de caballos, también tan numerosas.

Por lo demás, de suyo se comprende que no tenemos la intención de negar a los animales la
facultad de actuar en forma planificada, de un modo premeditado. Por el contrario, la acción
planificada existe en germen dondequiera que el protoplasma -la albúmina viva- exista y
reaccione, es decir, realice determinados movimientos, aunque sean los más simples, en
respuesta a determinados estímulos del exterior. Esta reacción se produce, no digamos ya en
la célula nerviosa, sino incluso cuando aún no hay célula de ninguna clase. El acto mediante
el cual las plantas insectívoras se apoderan de su presa, aparece también, hasta cierto punto,
como un acto planeado, aunque se realice de un modo totalmente inconsciente. La facultad
de realizar actos conscientes y premeditados se desarrolla en los animales en
correspondencia con el desarrollo del sistema nervioso, y adquiere ya en los mamíferos un
nivel bastante elevado. Durante la caza inglesa de la zorra puede observarse siempre la
infalibilidad con que la zorra utiliza su perfecto conocimiento del lugar para ocultarse a sus
perseguidores, y lo bien que conoce y sabe aprovechar todas las ventajas del terreno para
despistarlos. Entre nuestros animales domésticos, que han llegado a un grado más alto de
desarrollo gracias a su convivencia con el hombre, pueden observarse a diario actos de
astucia, equiparables a los de los niños, pues lo mismo que el desarrollo del embrión humano
en el claustro materno es una repetición abreviada de toda la historia del desarrollo físico
seguido a través de millones de años por nuestros antepasados del reino animal, a partir del
gusano, así también el desarrollo mental del niño representa una repetición, aún más
abreviada, del desarrollo intelectual de esos mismos antepasados, en todo caso de los menos
remotos. Pero ni un solo acto planificado de ningún animal ha podido imprimir en la
naturaleza el sello de su voluntad. Sólo el hombre ha podido hacerlo. Resumiendo: lo único
que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero
hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a

38
servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el
hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del
trabajo[**].

Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la
naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es
verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero
en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente
imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que en Mesopotamia, Grecia,
Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera
podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de
humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los
Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto
celo en las laderas septentrionales, no tenía idea de que con ello destruían las raíces de la
industria lechera en su región; y mucho menos podían prever que, al proceder así, dejaban la
mayor parte del año sin agua sus fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el
período de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie. Los que
difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían que con este tubérculo farináceo
difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro
dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el
pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que
nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza,
nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia
de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.

En efecto, cada día aprendemos a comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer
tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra intromisión en el
curso natural de su desarrollo. Sobre todo después de los grandes progresos logrados en este
siglo por las Ciencias Naturales, nos hallamos en condiciones de prever, y, por tanto, de
controlar cada vez mejor las remotas consecuencias naturales de nuestros actos en la
producción, por lo menos de los más corrientes. Y cuanto más sea esto una realidad, más
sentirán y comprenderán los hombres su unidad con la naturaleza, y más inconcebible será
esa idea absurda y antinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la
naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la
decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento en el
cristianismo.

Mas, si han sido precisos miles de años para que el hombre aprendiera en cierto grado a
prever las remotas consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho
más le costó aprender a calcular las remotas consecuencias sociales de esos mismos actos.
Ya hemos hablado más arriba de la patata y de sus consecuencias en cuanto a la difusión de
la escrofulosis: Pero, ¿qué importancia puede tener la escrofulosis comparada con los efectos
que sobre las condiciones de vida de las masas del pueblo de países enteros ha tenido la
reducción de la dieta de los trabajadores a simples patatas, con el hambre que se extendió

39
en 1847 por Irlanda a consecuencia de una enfermedad de este tubérculo, y que llevó a la
tumba a un millón de irlandeses que se alimentaban exclusivamente o casi exclusivamente de
patatas y obligó a emigrar allende el océano a otros dos millones? Cuando los árabes
aprendieron a destilar el alcohol, ni siquiera se les ocurrió pensar que habían creado una de
las armas principales con que habría de ser exterminada la población indígena del continente
americano, aún desconocido, en aquel entonces. Y cuando Colón descubrió más tarde
América, no sabía que a la vez daba nueva vida a la esclavitud, desaparecida desde hacía
mucho tiempo en Europa, y sentaba las bases de la trata de negros. Los hombres que en los
siglos XVII y XVIII trabajaron para crear la máquina de vapor, no sospechaban que estaban
creando un instrumento que habría de subvertir, más que ningún otro, las condiciones
sociales en todo el mundo, y que, sobre todo en Europa, al concentrar la riqueza en manos
de una minoría y al privar de toda propiedad a la inmensa mayoría de la población, habría de
proporcionar primero el dominio social y político a la burguesía y provocar después la lucha
de clases entre la burguesía y el proletariado, lucha que sólo puede terminar con el
derrocamiento de la burguesía y la abolición de todos los antagonismos de clase. Pero
también aquí, aprovechando una experiencia larga, y a veces cruel, confrontando y
analizando los materiales proporcionados por la historia, vamos aprendiendo poco a poco a
conocer las consecuencias sociales indirectas y más remotas de nuestros actos en la
producción, lo que nos permite extender también a estas consecuencias nuestro dominio y
nuestro control.

Sin embargo, para llevar a cabo este control se requiere algo más que el simple
conocimiento. Hace falta una revolución que transforme por completo el modo de producción
existente hasta hoy día y, con él, el orden social vigente. Todos los modos de producción que
han existido hasta el presente sólo buscaban el efecto útil del trabajo en su forma más
directa e inmediata. No hacían el menor caso de las consecuencias remotas, que sólo
aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta únicamente gracias a un proceso de
repetición y acumulación gradual. La primitiva propiedad comunal de la tierra correspondía,
por un lado, a un estado de desarrollo de los hombres en el que el horizonte de éstos
quedaba limitado, por lo general, a las cosas más inmediatas, y presuponía, por otro lado,
cierto excedente de tierras libres, que ofrecía cierto margen para neutralizar los posibles
resultados adversos de ésta economía positiva. Al agotarse el excedente de tierras libres,
comenzó la decadencia de la propiedad comunal. Todas las formas más elevadas de
producción que vinieron después condujeron a la división de la población en clases diferentes
y, por tanto, al antagonismo entre las clases dominantes y las clases oprimidas. En
consecuencia, los intereses de las clases dominantes se convirtieron en el elemento propulsor
de la producción, en cuanto ésta no se limitaba a mantener bien que mal la mísera existencia
de los oprimidos. Donde esto halla su expresión más acabada es en el modo de producción
capitalista que prevalece hoy en la Europa Occidental. Los capitalistas individuales, que
dominan la producción y el cambio, sólo pueden ocuparse de la utilidad más inmediata de sus
actos. Más aún; incluso ésta misma utilidad -por cuanto se trata de la utilidad de la mercancía
producida o cambiada- pasa por completo a segundo plano, apareciendo como único
incentivo la ganancia obtenida en la venta.

40
* * *

La ciencia social de la burguesía, la Economía Política clásica, sólo se ocupa preferentemente


de aquellas consecuencias sociales que constituyen el objetivo inmediato de los actos
realizados por los hombres en la producción y el cambio. Esto corresponde plenamente al
régimen social cuya expresión teórica es esa ciencia. Por cuanto los capitalistas aislados
producen o cambian con el único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo pueden ser
tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un
industrial o un comerciante vende la mercancía producida o comprada por él y obtiene la
ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir
después con esa mercancía y su comprador. Igual ocurre con las consecuencias naturales de
esas mismas acciones. Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban los bosques en
las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que sólo les alcanzaba para
fertilizar una generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que las lluvias
torrenciales de los trópicos barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la protección de los
árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas! Con el actual modo de producción, y
por lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales de
los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son sólo los primeros
resultados, los más palpables. Y luego hasta se manifiesta extrañeza de que las
consecuencias remotas de las acciones que perseguían esos fines resulten ser muy distintas
y, en la mayoría de los casos, hasta diametralmente opuestas; de que la armonía entre la
oferta y la demanda se convierta en su antípoda, como nos lo demuestra el curso de cada
uno de esos ciclos industriales de diez años, y como han podido convencerse de ello los que
con el «crac»[3]han vivido en Alemania un pequeño preludio; de que la propiedad privada
basada en el trabajo de uno mismo se convierta necesariamente, al desarrollarse, en la
desposesión de los trabajadores de toda propiedad, mientras toda la riqueza se concentra
más y más en manos de los que no trabajan; de que [...][***].

Traducido del alemán.

NOTAS

* Sir William Thomson, autoridad de primer orden en la materia calculó que ha debido
transcurrir poco más de cien millones de años desde el momento en que la Tierra se enfrió lo
suficiente para que en ella pudieran vivir las plantas y los animales.

** Acotación al margen: «Ennoblecimiento».

*** Aquí se interrumpe el manuscrito. (N. de la Edit.)

1. El presente artículo fue ideado inicialmente como introducción a un trabajo más extenso
denominado Tres formas fundamentales de esclavización. Pero, visto que el propósito no se

41
cumplía, Engels acabó por dar a la introducción el título El papel del trabajo en el proceso de
transformación del mono en hombre. Engels explica en ella el papel decisivo del trabajo, de la
producción de instrumentos, en la formación del tipo físico del hombre y la formación de la
sociedad humana, mostrando que, a partir de un antepasado parecido al mono, como
resultado de un largo proceso histórico, se desarrolló un ser cualitativamente distinto, el
hombre. Lo más probable es que el artículo haya sido escrito en junio de 1876.

2. Véase el libro de C. Darwin The Descent of Man and Selection in Relation to Sex («El
origen del hombre y la selección sexual»), publicado en Londres en 1871.

3. Trátase de la crisis económica mundial de 1873. En Alemania, la crisis comenzó con una
«grandiosa bancarrota» en mayo de 1873, preludio de la crisis que duró hasta fines de los
años 70.

42
[EL TRABAJO ENAJENADO]
Karl Marx: Manuscritos – primer manuscrito - 1844

(XXII) Hemos partido de los presupuestos de la Economía Política. Hemos aceptado su


terminología y sus leyes. Damos por supuestas la propiedad privada, la separación del
trabajo, capital y tierra, y la de salario, beneficio del capital y renta de la tierra; admitamos la
división del trabajo, la competencia, el concepto de valor de cambio, etc. Con la misma
Economía Política, con sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador queda
rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías; que la miseria del obrero
está en razón inversa de la potencia y magnitud de su producción; que el resultado necesario
de la competencia es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más terrible
reconstitución de los monopolios; que, por último; desaparece la diferencia entre capitalistas
y terratenientes, entre campesino y obrero fabril, y la sociedad toda ha de quedar dividida en
las dos clases de propietarios y obreros desposeídos.

La Economía Política parte del hecho de la propiedad privada, pero no lo explica. Capta el
proceso material de la propiedad privada, que esta recorre en la realidad, con fórmulas
abstractas y generales a las que luego presta valor de ley. No comprende estas leyes, es
decir, no prueba cómo proceden de la esencia de la propiedad privada. La Economía Política
no nos proporciona ninguna explicación sobre el fundamento de la división de trabajo y
capital, de capital y tierra. Cuando determina, por ejemplo, la relación entre beneficio del
capital y salario, acepta como fundamento último el interés del capitalista, en otras palabras,
parte de aquello que debería explicar. Otro tanto ocurre con la competencia, explicada
siempre por circunstancias externas. En qué medida estas circunstancias externas y
aparentemente casuales son sólo expresión de un desarrollo necesario, es algo sobre lo que
la Economía Política nada nos dice. Hemos visto cómo para ella hasta el intercambio mismo
aparece como un hecho ocasional. Las únicas ruedas que la Economía Política pone en
movimiento son la codicia y la guerra entre los codiciosos, la competencia.

Justamente porque la Economía Política no comprende la coherencia del movimiento pudo,


por ejemplo, oponer la teoría de la competencia a la del monopolio, la de la libre empresa a
la de la corporación, la de la división de la tierra a la del gran latifundio, pues competencia,
libertad de empresa y división de la tierra fueron comprendidas y estudiadas sólo como
consecuencias casuales, deliberadas e impuestas por la fuerza del monopolio, la corporación
y la propiedad feudal, y no como sus resultados necesarios, inevitables y naturales.

Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la conexión esencial entre la propiedad
privada, la codicia, la separación de trabajo, capital y tierra, la de intercambio y competencia,
valor y desvalorización del hombre; monopolio y competencia; tenemos que comprender la
conexión de toda esta enajenación con el sistema monetario.

43
No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria
situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a
uña lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento lo que debería
deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas, Por ejemplo, entre división del trabajo
e intercambio. Así es también como la teología explica el origen del mal por el pecado original
dando por supuesto como hecho, como historia, aquello que debe explicar.

Nosotros partimos de un hecho económico, actual.

El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en
potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata
cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón
directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se
produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en
que produce mercancías en general.

Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su
producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor.
El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el
producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación. Esta
realización del trabajo aparece en el estadio de la Economía Política como desrealización del
trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación
como extrañamiento, como enajenación.

Hasta tal punto aparece la realización del trabajo como desrealización del trabajador, que
éste es desrealizado hasta llegar a la muerte por inanición. La objetivación aparece hasta tal
punto como perdida del objeto que el trabajador se ve privado de los objetos más necesarios
no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo. Es más, el trabajo mismo se convierte en un
objeto del que el trabajador sólo puede apoderarse con el mayor esfuerzo y las más
extraordinarias interrupciones. La apropiación del objeto aparece en tal medida como
extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a
poseer y tanto mas sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital.

Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona
con el producto de su trabajo como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto, es
evidente que cuánto mas se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el
mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto mas pobres son él mismo y su mundo
interior, tanto menos dueño de si mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más
pone el hombre en Dios, tanto memos guarda en si mismo. El trabajador pone su vida en el
objeto pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la
actividad, tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no
lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante es el trabajador.
La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se
convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente,

44
extraño, que se convierte en un poder independiente frente a é; que la vida que ha prestado
al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil.

(XXIII) Consideraremos ahora mas de cerca la objetivación, la producción del trabajador, y


en ella el extrañamiento, la pérdida del objeto, de su producto.

El trabajador no puede crear nada sin la naturaleza, sin el mundo exterior sensible. Esta es la
materia en que su trabajo se realiza, en la que obra, en la que y con la que produce.

Pero así como la naturaleza ofrece al trabajo medios de vida, en el sentido de que el trabajo
no puede vivir sin objetos sobre los que ejercerse, así, de otro lado, ofrece
también víveres en sentido estricto, es decir, medios para la subsistencia
del trabajador mismo.

En consecuencia, cuanto más se apropia el trabajador el mundo exterior, la naturaleza


sensible, por medio de su trabajo, tanto más se priva de víveres en este doble sentido; en
primer lugar, porque el mundo exterior sensible cesa de ser, en creciente medida, un objeto
perteneciente a su trabajo, un medio de vida de su trabajo; en segundo término, porque este
mismo mundo deja de representar, cada vez más pronunciadamente, víveres en sentido
inmediato, medios para la subsistencia física del trabajador.

El trabajador se convierte en siervo de su objeto en un doble sentido: primeramente porque


recibe un objeto de trabajo, es decir, porque recibe trabajo; en segundo lugar porque
recibe medios de subsistencia. Es decir, en primer termino porque puede existir
como trabajador, en segundo término porque puede existir como sujeto físico. El colmo de
esta servidumbre es que ya sólo en cuanto trabajador puede mantenerse como sujeto físico y
que sólo como sujeto físico es ya trabajador.

(La enajenación del trabajador en su objeto se expresa, según las leyes económicas, de la
siguiente forma: cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto más
valores crea, tanto más sin valor, tanto más indigno es él; cuanto más elaborado su
producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más
bárbaro el trabajador; cuanto mis rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más
desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador.)

La Economía Política oculta la enajenación esencial del trabajo porque no considera la


relación inmediata entre el trabajador (el trabajo) y la producción.

Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el
trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza, pero
deformidades para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de
los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a la otra parte. Produce
espíritu, pero origina estupidez y cretinismo para el trabajador.

45
La relación inmediata del trabajo y su producto es la relación del trabajador y el objeto de su
producción. La relación del acaudalado con el objeto de la producción y con la producción
misma es sólo una consecuencia de esta primera relación y la confirma. Consideraremos más
tarde este otro aspecto.

Cuando preguntamos, por tanto, cuál es la relación esencial del trabajo, preguntamos por la
relación entre el trabajador y la producción.

Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación del trabajador, sólo en un


aspecto, concretamente en su relación con el producto de su trabajo. Pero el extrañamiento
no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la actividad
productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador enfrentarse con el producto de su actividad
como con algo extraño si en el acto mismo de la producción no se hiciese ya ajeno a sí
mismo? El producto no es más que el resumen de la actividad, de la producción. Por tanto, si
el producto del trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser la enajenación
activa, la enajenación de la actividad; la actividad de la enajenación. En el extrañamiento del
producto del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento, la enajenación en la
actividad del trabajo mismo.

¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?

Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en


que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino
desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y
arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo
fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su
trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de
una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su
carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una
coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo
externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de
ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que
éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece
a si mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de
la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él, es
decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador
no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.

De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales,
en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío,
y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo
humano y lo humano en lo animal.

46
Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también auténticas funciones humanas. Pero
en la abstracción que las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte
en un único y último son animales.

Hemos considerado el acto de la enajenación de la actividad humana práctica, del trabajo, en


dos aspectos: 1) la relación del trabajador con el producto del trabajo como con un objeto
ajeno y que lo domina. Esta relación es, al mismo tiempo, la relación con el mundo exterior
sensible, con los objetos naturales, como con un mundo extraño para él y que se le enfrenta
con hostilidad; 2) la relación del trabajo con el acto de la producción dentro del trabajo. Esta
relación es la relación del trabajador con su propia actividad, como con una actividad extraña,
que no le pertenece, la acción como pasión, la fuerza como impotencia, la generación como
castración, la propia energía física y espiritual del trabajador, su vida personal (pues qué es la
vida sino actividad) como una actividad que no le pertenece, independiente de él, dirigida
contra él. La enajenación respecto de si mismo como, en el primer caso, la enajenación
respecto de la cosa.

(XXIV) Aún hemos de extraer de las dos anteriores una tercera determinación del trabajo
enajenado.

El hombre es un ser genérico no sólo porque en la teoría y en la practica toma como objeto
suyo el género, tanto el suyo propio como el de las demás cosas, sino también, y esto no es
más que otra expresión para lo mismo, porque se relaciona consigo mismo como el género
actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo como un ser universal y por eso libre.

La vida genérica, tanto en el hombre como en el animal, consiste físicamente, en primer


lugar, en que el hombre (como el animal) vive de la naturaleza inorgánica, y cuanto más
universal es el hombre que el animal, tanto más universal es el ámbito de la naturaleza
inorgánica de la que vive. Así como las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etc.,
constituyen teóricamente una parte de la conciencia humana, en parte como objetos de la
ciencia natural, en parte como objetos del arte (su naturaleza inorgánica espiritual, los
medios de subsistencia espiritual que él ha de preparar para el goce y asimilación), así
también constituyen prácticamente una parte de la vida y de la actividad humano.
Físicamente el hombre vive sólo de estos productos naturales, aparezcan en forma de
alimentación, calefacción, vestido, vivienda, etc. La universalidad del hombre aparece en la
práctica justamente en la universalidad que hace de la naturaleza toda su cuerpo inorgánico,
tanto por ser (l) un medio de subsistencia inmediato, romo por ser (2) la materia, el objeto y
el instrumento de su actividad vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; la
naturaleza, en cuanto ella misma, no es cuerpo humano. Que el hombre vive de la naturaleza
quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en proceso
continuo para no morir. Que la vida física y espiritual del hombre esta ligada con la
naturaleza no tiene otro sentido que el de que la naturaleza está ligada consigo misma, pues
el hombre es una parte de la naturaleza.

Como quiera que el trabajo enajenado (1) convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre,
(2) lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital, también hace

47
del género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio de
la vida individual. En primer lugar hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual,
en segundo termino convierte a la primera, en abstracta, en fin de la última, igualmente en
su forma extrañada y abstracta.

Pues, en primer termino, el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante
el hombre sólo como un medio para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad de
mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida
que crea vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su
carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre. La vida
misma aparece sólo como medio de vida.

El animal es inmediatamente uno con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El


hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene
actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda
inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la
actividad vital animal. Justamente, y sólo por ello, es él un ser genérico. O, dicho de otra
forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es un
ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de
manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de
su esencia, un simple medio para su existencia.

La producción práctica de un mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la


afirmación del hombre como un ser genérico consciente, es decir, la afirmación de un ser que
se relaciona con el género como con su propia esencia o que se relaciona consigo mismo
como ser genérico. Es cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas,
como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita
inmediatamente para sí o para su prole; produce unilateralmente, mientras que el hombre
produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad física inmediata,
mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente
liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la
naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico,
mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto. El animal forma únicamente
según la necesidad y la medida de la especie a la que pertenece, mientras que el hombre
sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la
medida que le es inherente; por ello el hombre crea también según las leyes de la belleza.

Por eso precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se
afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante
ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la
objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente,
como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a si mismo en un mundo
creado Por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su
producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica y transforma su ventaja
respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la
48
naturaleza. Del mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición
de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio para su
existencia física.

Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se


transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio.

El trabajo enajenado, por tanto:

3) Hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como de sus facultades
espirituales genéricas, un ser ajeno para él, un medio de existencia individual. Hace extraños
al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia
humana.

4) Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre del producto de su
trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto del
hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro. Lo que es
válido respecto de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su trabajo y
consigo mismo, vale también para la relación del hombre con el otro y con trabajo y el
producto del trabajo del otro.

En general, la afirmación de que el hombre está enajenado de su ser genérico quiere decir
que un hombre esta enajenado del otro, como cada uno de ellos está enajenado de la
esencia humana.

La enajenación del hombre y, en general, toda relación del hombre consigo mismo, sólo
encuentra realización y expresión verdaderas en la relación en que el hombre está con el
otro.

En la relación del trabajo enajenado, cada hombre considera, pues, a los demás según la
medida y la relación en la que él se encuentra consigo mismo en cuanto trabajador.

(XXV) Hemos partido de un hecho económico, el extrañamiento entre el trabajador y su


producción. Hemos expuesto el concepto de este hecho: el trabajo enajenado, extrañado.
Hemos analizado este concepto, es decir, hemos analizado simplemente un hecho económico.

Veamos ahora cómo ha de exponerse y representarse en la realidad el concepto del trabajo


enajenado, extrañado.

Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a


quién pertenece?

Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada, ¿a quién


pertenece entonces?

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A un ser otro que yo.

¿Quién es ese ser?

¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos la producción principal, por ejemplo, la
construcción de templos, etc., en Egipto, India, Méjico, aparece al servicio de los dioses,
como también a los dioses pertenece el producto Pero los dioses por si solos no fueron nunca
los dueños del trabajo. Aún menos de la naturaleza. Qué contradictorio sería que cuando más
subyuga el hombre a la naturaleza mediante su trabajo, cuando más superfluos vienen a
resultar los milagros de los dioses en razón de los milagros de la industria, tuviese que
renunciar el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la producción y al goce del
producto.

El ser extraño al que pertenecen a trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está
aquél y para cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo

Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente él un poder extraño, esto


sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad es
para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo el
hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los hombres.

Recuérdese la afirmación antes hecha de que la relación del hombre consigo mismo
únicamente es para él objetiva y real a través de su relación con los otros hombres. Si él,
pues, se relaciona con el producto de su trabajo, con su trabajo objetivado, como con un
objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se esta relacionando con él de forma
que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil, extraño a él, es el dueño de este
objeto; Si él se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se está
relacionando con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las órdenes, la
compulsión y el yugo de otro.

Toda enajenación del hombre respecto de sí mismo y de la naturaleza aparece en la relación


que él presume entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de él, Por eso la
autoenajenación religiosa aparece necesariamente en la relación del laico con el sacerdote, o
también, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con un mediador, etc. En el mundo
práctico, real, el extrañamiento de si sólo puede manifestarse mediante la relación práctica,
real, con los otros hombres. El medio mismo por el que el extrañamiento se opera es un
medio práctico. En consecuencia mediante el trabajo enajenado no sólo produce el hombre
su relación con el objeto y con el acto de la propia producción como con poderes que le son
extraños y hostiles, sino también la relación en la que los otros hombres se encuentran con
su producto y la relación en la que él está con estos otros hombres. De la misma manera que
hace de su propia producción su desrealización, su castigo; de su propio producto su pérdida,
un producto que no le pertenece, y así también crea el dominio de quien no produce sobre la
producción y el producto. Al enajenarse de su propia actividad posesiona al extraño de la
actividad que no le es propia.

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Hasta ahora hemos considerado la relación sólo desde el lado del trabajador; la
consideraremos más tarde también desde el lado del no trabajador.

Así, pues, mediante el trabajo enajenado crea el trabajador la relación de este trabajo con un
hombre que está fuera del trabajo y le es extraño. La relación del trabajador con el trabajo
engendra la relación de éste con el del capitalista o como quiera llamarse al patrono del
trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria
del trabajo enajenado, de la relación externa del trabajador con la naturaleza y consigo
mismo.

Partiendo de la Economía Política hemos llegado, ciertamente, al concepto del trabajo


enajenado (de la vida enajenada) como resultado del movimiento de la propiedad
privada. Pero el análisis de este concepto muestra que aunque la propiedad privada aparece
como fundamento, como causa del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia del
mismo, del mismo modo que los dioses no son originariamente la causa, sino el efecto de la
confusión del entendimiento humano. Esta relación se transforma después en una interacción
recíproca.

Sólo en el último punto culminante de su desarrollo descubre la propiedad privada de nuevo


su secreto, es decir, en primer lugar que es el producto del trabajo enajenado, y en segundo
término que es el medio por el cual el trabajo se enajena, la realización de esta enajenación.

Este desarrollo ilumina al mismo tiempo diversas colisiones no resueltas hasta ahora.

1) La Economía Política parte del trabajo como del alma verdadera de la producción y, sin
embargo, no le da nada al trabajo y todo a la propiedad privada. Partiendo de esta
contradicción ha fallado Proudhon en favor del trabajo y contra la Propiedad privaba.
Nosotros, sin embargo, comprendemos, que esta aparente contradicción es la contradicción
del trabajo enajenado consigo mismo y que la Economía Política simplemente ha expresado
las leyes de este trabajo enajenado.

Comprendemos también por esto que salario y propiedad privada son idénticos, pues el
salario que paga el producto, el objeto del trabajo, el trabajo mismo, es sólo una
consecuencia necesaria de la enajenación del trabajo; en el salario el trabajo no aparece
como un fin en si, sino como un servidor del salario. Detallaremos esto más tarde.
Limitándonos a extraer ahora algunas consecuencias (XXVI).

Un alza forzada de los salarios, prescindiendo de todas las demás dificultades (prescindiendo
de que, por tratarse de una anomalía, sólo mediante la fuerza podría ser mantenida), no
sería, por tanto, más que una mejor remuneración de los esclavos, y no conquistaría, ni para
el trabajador, ni para el trabajo su vocación y su dignidad humanas.

Incluso la igualdad de salarios, como pide Proudhon no hace más que transformar la relación
del trabajador actual con su trabajo en la relación de todos los hombres con el trabajo. La
sociedad es comprendida entonces como capitalista abstracto.

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El salario es una consecuencia inmediata del trabajo enajenado y el trabajo enajenado es la
causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un termino debe también, por esto,
desaparecer el otro.

2) De la relación del trabajo enajenado con la propiedad privada se sigue, además, que la
emancipación de la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa en
la forma política de la emancipación de los trabajadores, no como si se tratase sólo de la
emancipación de éstos, sino porque su emancipación entraña la emancipación humana
general; y esto es así porque toda la servidumbre humana está encerrada en la relación de
trabajador con la producción, y todas las relaciones serviles son sólo modificaciones y
consecuencias de esta relación.

Así como mediante el análisis hemos encontrado el concepto de propiedad privada partiendo
del concepto de trabajo enajenado, extrañado, así también podrán desarrollarse con ayuda
de estos dos factores todas las categorías económicas y encontraremos en cada una de estas
categorías, por ejemplo, el tráfico, la competencia, el capital, el dinero, solamente
una expresión determinada, desarrollada, de aquellos primeros fundamentos.

Antes de considerar esta estructuración, sin embargo, tratemos de resolver dos cuestiones.

1) Determinar la esencia general de la propiedad privada, evidenciada como resultado del


trabajo enajenado, en su relación con la propiedad verdaderamente humana y social.

2) Hemos aceptado el extrañamiento del trabajo, su enajenación, como un hecho y hemos


realizado este hecho. Ahora nos preguntamos ¿cómo llega el hombre a enajenar, a extrañar
su trabajo? ¿Cómo se fundamenta este extrañamiento en la esencia de la evolución humana?
Tenemos ya mucho ganado para la solución de este problema al haber transformado la
cuestión del origen de la propiedad privada en la cuestión de la relación del trabajo
enajenado con el proceso evolutivo de la humanidad. Pues cuando se habla de propiedad
privada se cree tener que habérselas con una cosa fuera del hombre. Cuando se habla de
trabajo nos las tenemos que haber inmediatamente con el hombre mismo. Esta nueva
formulación de la pregunta es ya incluso su solución.

ad. 1) Esencia general de la propiedad privada y su relación con la propiedad


verdaderamente humana.

El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos componentes que se condicionan


recíprocamente o que son sólo dos expresiones distintas de una misma relación.
La apropiación aparece como extrañamiento, como enajenación y
la enajenación como apropiación, el extrañamiento como la verdadera naturalización.

Hemos considerado un aspecto, el trabajo enajenado en relación al trabajador mismo, es


decir, la relación del trabajo enajenado consigo mismo. Como producto, como resultado
necesario de esta relación hemos encontrado la relación de propiedad del no—trabajador con
el trabajador y con el trabajo. La propiedad privada como expresión resumida, material, del

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trabajo enajenado abarca ambas relaciones, la relación del trabajador con el trabajo, con el
producto de su trabajo y con el no trabajador, y la relación del no trabajador con el
trabajador y con el producto de su trabajo.

Si hemos visto, pues, que respecto del trabajador, que mediante el trabajo se apropia de la
naturaleza, la apropiación aparece como enajenación, la actividad propia como actividad para
otro y de otro, la vitalidad como holocausto de la vida, la producción del objeto como pérdida
del objeto en favor de un poder extraño, consideremos ahora la relación de este
hombre extraño al trabajo y al trabajador con el trabajador, el trabajo y su objeto.

Por de pronto hay que observar que todo lo que en el trabajador aparece como actividad de
la enajenación, aparece en el no trabajador como estado de la enajenación,
del extrañamiento.

En segundo término, que el comportamiento práctico, real, del trabajador en la producción y


respecto del producto (en cuanto estado de ánimo) aparece en el no trabajador a él
enfrentado como comportamiento teórico.

(XXVII) Tercero. El no trabajador hace contra el trabajador todo lo que este hace contra si
mismo, pero no hace contra sí lo que hace contra el trabajador.

Consideremos más detenidamente estas tres relaciones.|XXVII||

53
EL CARÁCTER FETICHISTA DE LA MERCANCÍA Y SU SECRETO
Karl Marx - El Capital, cap I - 1867
La mercancía A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión
inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas
y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la
consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface
necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del
trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las
formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la
madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo
madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se
trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus
patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su
testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se
lanzara a bailar. (25) El carácter místico de la mercancía no deriva, por tanto, de su valor de
uso. Tampoco proviene del contenido de las determinaciones de valor. En primer término,
porque por diferentes que sean los trabajos útiles o actividades productivas, constituye una
verdad, desde el punto de vista fisiológico, que se trata de funciones del organismo humano,
y que todas esas funciones, sean cuales fueren su contenido y su forma, son en esencia
gasto de cerebro, nervio, músculo, órgano sensorio, etc., humanos. En segundo lugar, y en lo
tocante a lo que sirve de fundamento para determinar las magnitudes de valor, esto es, a la
duración de aquel gasto o a la cantidad del trabajo, es posible distinguir hasta sensorialmente
la cantidad del trabajo de su calidad. En todos los tipos de sociedad necesariamente hubo de
interesar al hombre el tiempo de trabajo que insume la producción de los medios de
subsistencia, aunque ese interés no fuera uniforme en los diversos estadios del desarrollo.
(26) Finalmente, tan pronto como los hombres trabajan unos para otros, su trabajo adquiere
también una forma social. ¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al
producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía? Obviamente, de esa forma
misma. La igualdad de los trabajos humanos adopta la forma material de la igual objetividad
de valor de los productos del trabajo; la medida del gasto de fuerza de trabajo humano por
su duración, cobra la forma de la magnitud del valor que alcanzan los productos del trabajo;
por último, las relaciones entre los productores, en las cuales se hacen efectivas las
determinaciones sociales de sus trabajos, revisten la forma de una relación social entre los
productos del trabajo. Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en
que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres
objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de
dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los
productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al
margen de los productores. Es por medio de este quid pro quo [tomar una cosa por otra]
como los productos del trabajo se convierten en mercancías, en cosas sensorialmente
suprasensibles o sociales. De modo análogo, la impresión luminosa de una cosa sobre el
nervio óptico no se presenta como excitación subjetiva de ese nervio, sino como forma
objetiva de una cosa situada fuera del ojo. Pero en el acto de ver se proyecta efectivamente
54
luz desde una cosa, el objeto exterior, en otra, el ojo. Es una relación física entre cosas
físicas. Por el contrario, la forma de mercancía y la relación de valor entre los productos del
trabajo en que dicha forma se representa, no tienen absolutamente nada que ver con la
naturaleza física de los mismos ni con las relaciones, propias de cosas, que se derivan de tal
naturaleza. Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación
entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre aquéllos. De ahí que para
hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del
mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas,
dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el
mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo
que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es
inseparable de la producción mercantil. Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías
se origina, como el análisis precedente lo ha demostrado, en la peculiar índole social del
trabajo que produce mercancías. Si los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello
se debe únicamente a que son productos de trabajos privados ejercidos independientemente
los unos de los otros. El complejo de estos trabajos privados es lo que constituye el trabajo
social global. Como los productores no entran en contacto social hasta que intercambian los
productos de su trabajo, los atributos específicamente sociales de esos trabajos privados no
se manifiestan sino en el marco de dicho intercambio. O en otras palabras: de hecho, los
trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo social en su conjunto, sino por
medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos del trabajo y, a
través de los mismos, entre los productores. A éstos, por ende, las relaciones sociales entre
sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como
relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino
por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales
entre las cosas. Es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una
objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso,
sensorialmente diversa. Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor sólo se
efectiviza, en la práctica, cuando el intercambio ya ha alcanzado la extensión y relevancia
suficientes como para que se produzcan cosas útiles destinadas al intercambio, con lo cual,
pues, ya en su producción misma se tiene en cuenta el carácter de valor de las cosas. A partir
de ese momento los trabajos privados de los productores adoptan de manera efectiva un
doble carácter social. Por una parte, en cuanto trabajos útiles determinados, tienen que
satisfacer una necesidad social determinada y con ello probar su eficacia como partes del
trabajo global, del sistema natural caracterizado por la división social del trabajo. De otra
parte, sólo satisfacen las variadas necesidades de sus propios productores, en la medida en
que todo trabajo privado particular, dotado de utilidad, es pasible de intercambio por otra
clase de trabajo privado útil, y por tanto le es equivalente. La igualdad de trabajos loto coelo
[totalmente] diversos sólo puede consistir en una abstracción de su desigualdad real, en la
reducción al carácter común que poseen en cuanto gasto de fuerza humana de trabajo,
trabajo abstractamente humano. El cerebro de los productores privados refleja ese doble
carácter social de sus trabajos privados solamente en las formas que se manifiestan en el
movimiento práctico, en el intercambio de productos: el carácter socialmente útil de sus
trabajos privados, pues, sólo lo refleja bajo la forma de que el producto del trabajo tiene que

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ser útil, y precisamente serlo para otros; el carácter social de la igualdad entre los diversos
trabajos, sólo bajo la forma del carácter de valor que es común a esas cosas materialmente
diferentes, los productos del trabajo. Por consiguiente, el que los hombres relacionen entre sí
como valores los productos de su trabajo no se debe al hecho de que tales cosas cuenten
para ellos como meras envolturas materiales de trabajo homogéneamente humano. A la
inversa. Al equiparar entre sí en el cambio como valores sus productos heterogéneos,
equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo
hacen. (27) El valor, en consecuencia, no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario,
transforma a todo producto del trabajo en un jeroglífico social. Más adelante los hombres
procuran descifrar el sentido del jeroglífico, desentrañar el misterio de su propio producto
social, ya que la determinación de los objetos para el uso como valores es producto social
suyo a igual título que el lenguaje. El descubrimiento científico ulterior de que los productos
del trabajo, en la medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter
de cosas, del trabajo humano empleado en su producción, inaugura una época en la historia
de la evolución humana, pero en modo alguno desvanece la apariencia de objetividad que
envuelve a los atributos sociales del trabajo. Un hecho que sólo tiene vigencia para esa forma
particular de producción, para la producción de mercancías —a saber, que el carácter
específicamente social de los trabajos privados independientes consiste en su igualdad en
cuanto trabajo humano y asume la forma del carácter de valor de los productos del trabajo—,
tanto antes como después de aquel descubrimiento se presenta como igualmente definitivo
ante quienes están inmersos en las relaciones de la producción de mercancías, así como la
descomposición del aire en sus elementos, por parte de la ciencia, deja incambiada la forma
del aire en cuanto forma de un cuerpo físico. Lo que interesa ante todo, en la práctica, a
quienes intercambian mercancías es saber cuánto producto ajeno obtendrán por el producto
propio; en qué proporciones, pues, se intercambiarán los productos. No bien esas
proporciones, al madurar, llegan a adquirir cierta fijeza consagrada por el uso, parecen deber
su origen a la naturaleza de los productos del trabajo, de manera que por ejemplo una
tonelada de hierro y dos onzas de oro valen lo mismo, tal como una libra de oro y una libra
de hierro pesan igual por más que difieran sus propiedades físicas y químicas. En realidad, el
carácter de valor que presentan los productos del trabajo, no se consolida sino por hacerse
efectivos en la práctica como magnitudes de valor. Estas magnitudes cambian de manera
constante, independientemente de la voluntad, las previsiones o los actos de los sujetos del
intercambio. Su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de
cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas. Se requiere una producción
de mercancías desarrollada de manera plena antes que brote, a partir de la experiencia
misma, la comprensión científica de que los trabajos privados —ejercidos
independientemente los unos de los otros pero sujetos a una interdependencia multilateral en
cuanto ramas de la división social del trabajo que se originan naturalmente— son reducidos
en todo momento a su medida de proporción social porque en las relaciones de intercambio
entre sus productos, fortuitas y siempre fluctuantes, el tiempo de trabajo socialmente
necesario para la producción de los mismos se impone de modo irresistible como ley natural
reguladora, tal como por ejemplo se impone la ley de la gravedad cuando a uno se le cae la
casa encima. (28) La determinación de las magnitudes de valor por cl tiempo de trabajo,
pues, es un misterio oculto bajo los movimientos manifiestos que afectan a los valores

56
relativos de las mercancías.’ Su desciframiento borra la apariencia de que la determinación de
las magnitudes de valor alcanzadas por los productos del trabajo es meramente fortuita, pero
en modo alguno elimina su forma de cosa. La reflexión en torno a las formas de la vida
humana, y por consiguiente el análisis científico de las mismas, toma un camino opuesto al
seguido por el desarrollo real. Comienza post festum [después de los acontecimientos] y. por
ende, disponiendo ya de los resultados últimos del proceso de desarrollo. Las formas que
ponen la impronta de mercancías a los productos del trabajo y por tanto están presupuestas
a la circulación de mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas naturales de la vida
social, antes de que los hombres procuren dilucidar no el carácter histórico de esas formas —
que, más bien, ya cuentan para ellos como algo inmutable— sino su contenido. De esta
suerte, fue sólo el análisis de los precios de las mercancías lo que llevó a la determinación de
las magnitudes del valor; sólo la expresión colectiva de las mercancías en dinero, lo que
indujo a fijar su carácter de valor. Pero es precisamente esa forma acabada del mundo de las
mercancías —la forma de dinero— la que vela de hecho, en vez de revelar, el carácter social
de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores
individuales. Si digo que la chaqueta, los botines, etc., se vinculan con el lienzo como con la
encarnación general de trabajo humano abstracto, salta a la vista la insensatez de tal modo
de expresarse. Pero cuando los productores de chaquetas, botines, etc., refieren esas
mercancías al lienzo —o al oro y la plata, lo que en nada modifica la cosa— como equivalente
general, la relación entre sus trabajos privados y el trabajo social en su conjunto se les
presenta exactamente bajo esa forma insensata. Formas semejantes constituyen
precisamente las categorías de la economía burguesa. Se trata de formas del pensar
socialmente válidas, y por tanto objetivas, para las relaciones de producción que caracterizan
ese modo de producción social históricamente determinado: la producción de mercancías.
Todo el misticismo del mundo de las mercancías, toda la magia y la fantasmagoría que
nimban los productos del trabajo fundados en la producción de mercancías, se esfuma de
inmediato cuando emprendemos camino hacia otras formas de producción. Como la
economía política es afecta a las robinsonadas, (29) hagamos primeramente que Robinsón
comparezca en su isla. Frugal, como lo es ya de condición, tiene sin embargo que satisfacer
diversas necesidades y, por tanto, ejecutar trabajos útiles de variada índole: fabricar
herramientas, hacer muebles, domesticar llamas, pescar, cazar, etcétera. De rezos y otras
cosas por el estilo no hablemos aquí, porque a nuestro Robinsón esas actividades le causan
placer y las incluye en sus esparcimientos. Pese a la diversidad de sus funciones productivas
sabe que no son más que distintas formas de actuación del mismo Robinsón, es decir, nada
más que diferentes modos del trabajo humano. La necesidad misma lo fuerza a distribuir
concienzudamente su tiempo entre sus diversas funciones. Que una ocupe más espacio de su
actividad global y la otra menos, depende de la mayor o menor dificultad que haya que
superar para obtener el efecto útil propuesto. La experiencia se lo inculca, y nuestro
Robinsón, que del naufragio ha salvado el reloj, libro mayor, tinta y pluma, se pone, como
buen inglés, a llevar la contabilidad de sí mismo. Su inventario incluye una nómina de los
objetos útiles que él posee, de las diversas operaciones requeridas para su producción y por
último del tiempo de trabajo que, término medio, le insume elaborar determinadas
cantidades de esos diversos productos. Todas las relaciones entre Robinsón y las cosas que
configuran su riqueza, creada por él, son tan sencillas y transparentes que hasta el mismo

57
señor Max Wirth, sin esforzar mucho el magín, podría comprenderlas. Y, sin embargo,
quedan contenidas en ellas todas las determinaciones esenciales del valor. Trasladémonos
ahora de la radiante ínsula de Robinsón a la tenebrosa Edad Media europea. En lugar del
hombre independiente nos encontramos con que aquí todos están ligados por lazos de
dependencia: siervos de la gleba y terratenientes, vasallos y grandes señores, seglares y
clérigos. La dependencia personal caracteriza tanto las relaciones sociales en que tiene lugar
la producción material como las otras esferas de la vida estructuradas sobre dicha
producción. Pero precisamente porque las relaciones personales de dependencia constituyen
la base social dada, los trabajos y productos no tienen por qué asumir una forma fantástica
diferente de su realidad. Ingresan al mecanismo social en calidad de servicios directos y
prestaciones en especie. La forma natural del trabajo, su particularidad, y no, como sobre la
base de la producción de mercancías, su generalidad, es lo que aquí constituye la forma
directamente social de aquél. La prestación personal servil se mide por el tiempo, tal cual se
hace con el trabajo que produce mercancías, pero ningún siervo ignora que se trata de
determinada cantidad de su fuerza de trabajo personal, gastada por él al servicio de su señor.
El diezmo que le entrega al cura es más diáfano que la bendición del clérigo. Sea cual fuere el
juicio que nos merezcan las máscaras que aquí se ponen los hombres al desempeñar sus
respectivos papeles, el caso es que las relaciones sociales existentes entre las personas en
sus trabajos se ponen de manifiesto como sus propias relaciones personales y no aparecen
disfrazadas de relaciones sociales entre las cosas, entre los productos del trabajo. Para
investigar el trabajo colectivo, vale decir, directamente socializado, no es necesario que nos
remontemos a esa forma natural y originaria del mismo que se encuentra en los umbrales
históricos de todos los pueblos civilizados. (30) Un ejemplo más accesible nos lo ofrece la
industria patriarcal, rural, de una familia campesina que para su propia subsistencia produce
cereales, ganado, hilo, lienzo, prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas se hacen presentes
enfrentándose a la familia en cuanto productos varios de su trabajo familiar, pero no
enfrentándose recíprocamente como mercancías. Los diversos trabajos en que son generados
esos productos —cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas— en su
forma natural son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y ésta practica su
propia división natural del trabajo, al igual que se hace en la producción de mercancías. Las
diferencias de sexo y edad, así como las condiciones naturales del trabajo, cambiante con la
sucesión de las estaciones, regulan la distribución de éste dentro de la familia y el tiempo de
trabajo de los diversos miembros de la misma. Pero aquí el gasto de fuerzas individuales de
trabajo, medido por la duración, se pone de manifiesto desde un primer momento como
determinación social de los trabajos mismos, puesto que las fuerzas individuales de trabajo
sólo actúan, desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectiva de la familia.
Imaginémonos finalmente, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con
medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo
individuales como una fuerza de trabajo social. Todas las determinaciones del trabajo de
Robinsón se reiteran aquí, sólo que de manera social, en vez de individual. Todos los
productos de Robinsón constituían su producto exclusivamente personal y, por tanto,
directamente objetos de uso para sí mismo. El producto todo de la asociación es un producto
social. Una parte de éste presta servicios de nuevo como medios de producción. No deja de
ser social. Pero los miembros de la asociación consumen otra parte en calidad de medios de

58
subsistencia. Es necesario, pues, distribuirla entre los mismos. El tipo de esa distribución
variará con el tipo particular del propio organismo social de producción y según el
correspondiente nivel histórico de desarrollo de los productores. A los meros efectos de
mantener el paralelo con la producción de mercancías, supongamos que la participación de
cada productor en los medios de subsistencia esté determinada por su tiempo de trabajo. Por
consiguiente, el tiempo de trabajo desempeñaría un papel doble. Su distribución, socialmente
planificada, regulará la proporción adecuada entre las varias funciones laborales y las
diversas necesidades. Por otra parte, el tiempo de trabajo servirá a la vez como medida de la
participación individual del productor en el trabajo común, y también, por ende, de la parte
individualmente consumible del producto común. Las relaciones sociales de los hombres con
sus trabajos y con los productos de éstos, siguen siendo aquí diáfanamente sencillas, tanto
en lo que respecta a la producción como en lo que atañe a la distribución. Para una sociedad
de productores de mercancías, cuya relación social general de producción consiste en
comportarse frente a sus productos como ante mercancías, o sea valores, y en relacionar
entre sí sus trabajos privados, bajo esta forma de cosas, como trabajo humano
índíferenciado, la forma de religión más adecuada es el cristianismo, con su culto del hombre
abstracto, y sobre todo en su desenvolvimiento burgués, en el protestantismo, deísmo, etc.
En los modos de producción paleoasiático, antiguo, etc. la transformación de los productos en
mercancía y por tanto la existencia de los hombres como productores de mercancías,
desempeña un papel subordinado, que empero se vuelve tanto más relevante cuanto más
entran las entidades comunitarias en la fase de su decadencia. Verdaderos pueblos
mercantiles sólo existían en los intermundos del orbe antiguo, cual los dioses de Epicuro, o
como los judíos en los poros de la sociedad polaca. Esos antiguos organismos sociales de
producción son muchísimo más sencillos y trasparentes que los burgueses, pero o se fundan
en la inmadurez del hombre individual, aún no liberado del cordón umbilical de su conexión
natural con otros integrantes del género, o en relaciones directas de dominación y
servidumbre. Están condicionados por un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas
del trabajo y por las relaciones correspondientemente restringidas de los hombres dentro del
proceso material de producción de su vida, y por tanto entre sí y con la naturaleza. Esta
restricción real se refleja de un modo ideal en el culto a la naturaleza y en las religiones
populares de la Antigüedad. El reflejo religioso del mundo real únicamente podrá
desvanecerse cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana, representen para los
hombres, día a día, relaciones diáfanamente racionales, entre ellos y con la naturaleza. La
figura del proceso social de vida, esto es, del proceso material de producción, sólo perderá su
místico velo neblinoso cuando, como producto de hombres libremente asociados, éstos la
hayan sometido a su control planificado y consciente. Para ello, sin embargo, se requiere una
base material de la sociedad o una serie de condiciones materiales de existencia, que son a
su vez, ellas mismas, el producto natural de una prolongada y penosa historia evolutiva.
Ahora bien, es indudable que la economía política ha analizado, aunque de manera
incompleta (31), el valor y la magnitud de valor y descubierto el contenido oculto en esas
formas. Sólo que nunca llegó siquiera a plantear la pregunta de por qué ese contenido
adopta dicha forma; de por qué, pues, el trabajo se representa en el valor, de a qué se debe
que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en la magnitud del valor
alcanzada por el producto del trabajo (32). A formas que llevan escrita en la frente su

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pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre, en
vez de dominar el hombre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa economía las tiene
por una necesidad natural tan manifiestamente evidente como el trabajo productivo mismo.
De ahí que, poco más o menos, trate a las formas preburguesas del organismo social de
producción como los Padres de la Iglesia a las religiones precristianas. (33) Hasta qué punto
una parte de los economistas se deja encandilar por el fetichismo adherido al mundo de las
mercancías, o por la apariencia objetiva de las determinaciones sociales del trabajo, nos lo
muestra, entre otras cosas, la tediosa e insulsa controversia en torno al papel que
desempeñaría la naturaleza en la formación del valor de cambio. Como el valor de cambio es
determinada manera social de expresar el trabajo empleado en una cosa, no puede contener
más materia natural que, por ejemplo, el curso cambiario. Como la forma de mercancía es la
más general y la menos evolucionada de la producción burguesa —a lo cual se debe que
aparezca tempranamente, aun cuando no de la misma manera dominante y por tanto
característica que adopta en nuestros días— todavía parece relativamente fácil penetrarla
revelando su carácter de fetiche. Pero en las formas más concretas se desvanece hasta esa
apariencia de sencillez. ¿De dónde proceden, entonces, las ilusiones del sistema monetarista?
Este no veía al oro y la plata, en cuanto dinero, como representantes de una relación social
de producción, sino bajo la forma de objetos naturales adornados de insólitos atributos
sociales. Y cuando trata del capital, ¿no se vuelve palpable el fetichismo de la economía
moderna, de esa misma economía que, dándose importancia, mira con engreimiento y
desdén al mercantilismo? ¿Hace acaso mucho tiempo que se disipó la ilusión fisiocrática de
que la renta del suelo surgía de la tierra, no de la sociedad? Sin embargo, para no
anticiparnos, baste aquí con un ejemplo referente a la propia forma de mercancía. Si las
mercancías pudieran hablar, lo harían de esta manera: Puede ser que a los hombres les
interese nuestro valor de uso. No nos incumbe en cuanto cosas. Lo que nos concierne en
cuanto cosas es nuestro valor. Nuestro propio movimiento como cosas mercantiles lo
demuestra. Unicamente nos vinculamos entre nosotras en cuanto valores de cambio.
Oigamos ahora cómo el economista habla desde el alma de la mercancía: “El valor” (valor de
cambio) “es un atributo de las cosas; las riquezas” (valor de uso), “un atributo del hombre. El
valor, en este sentido, implica necesariamente el intercambio; la riqueza no”. (34) “La
riqueza” (valor de uso) “es un atributo del hombre, el valor un atributo de las mercancías. Un
hombre o una comunidad son ricos; una perla o un diamante son valiosos… Una perla o un
diamante son valiosos en cuanto tales perla o diamante”. (35) Hasta el presente, todavía no
hay químico que haya descubierto en la perla o el diamante el valor de cambio. Los
descubridores económicos de esa sustancia química, alardeando ante todo de su profundidad
crítica, llegan a la conclusión de que el valor de uso de las cosas no depende de sus
propiedades como cosas, mientras que por el contrario su valor les es inherente en cuanto
cosas. Lo que los reafirma en esta concepción es la curiosa circunstancia de que el valor de
uso de las cosas se realiza para el hombre sin intercambio, o sea en la relación directa entre
la cosa y el hombre, mientras que su valor, por el contrario, sólo en el intercambio, o sea en
el proceso social. Como para no acordarse aquí del buen Dogberry, cuando ilustra al sereno
Seacoal: “Ser hombre bien parecido es un don de las circunstancias, pero saber leer y escribir
lo es de la naturaleza”. (36)

Notas:

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(25) Recuérdese que China y las mesas comenzaron a danzar cuando todo el resto del
mundo parecía estar sumido en el reposo… pour encourager les autres [para alentar a los
demás]

(26) Nota a la 2ª edición. — Entre los antiguos germanos la extensión de un Morgen de tierra
se calculaba por el trabajo de una jornada, y por eso al Morgen se lo denominaba Tagwerk
[trabajo de un día] (también Tagwanne [aventar un día]) (jurnale o ¡urnalis, terra jurnalis,
jornalis o diurnalis), Mannwerk [trabajo de un hombre], Mannskraít [fuerza de un hombre],
Mannsmaad [siega de un hombre], Mannshauet [tala de un hombre], etc. Véase Georg
Ludwig von Maurer, Einleitung zur Geschichte der Mark-, Hof-, usw. Verfassung, Munich,
1854, p. 129 y s.

(27) Nota a la 2ª edición. — Por eso, cuando Galiani dice: el valor es una relación entre
personas — “la richezza é una ragione tra due persone” — habría debido agregar: una
relación oculta bajo una envoltura de cosa. (Galiani, Della moneta, col. Custodi cit., Milán,
1803, parte moderna, t. III. p. 221.)

(28) “¿Qué pensar de una ley que sólo puede imponerse a través de revoluciones periódicas?
No es sino una ley natural fundada en la inconsciencia de quienes están sujetos a ella.”
(Friedrich Engels, Umrisse zu einer Kritik der Nationalökonomie, en Deutsch-Französische
Jahrbücher, ed. por Arnold Ruge y Karl Marx, París, 1844.)

(29) Nota a la 2ª edición. — Tampoco Ricardo está exento de robinsonadas. “Hace que de
inmediato el pescador y el cazador primitivos cambien la pesca y la caza como si fueran
poseedores de mercancías, en proporción al tiempo de trabajo objetivado en esos valores de
cambio. En esta ocasión incurre en el anacronismo de que el pescador y el cazador primitivos,
para calcular la incidencia de sus instrumentos de trabajo, echen mano a las tablas de
anualidades que solían usarse en la Bolsa de Londres en 1817. Al parecer, la única forma de
sociedad que fuera de la burguesa conoce Ricardo son los «paralelogramos del señor
Owen».” (K. Marx. Zur Kritik..pp. 38. 39.)

(30) Nota a la 2ª edición. — “Es un preconcepto ridículo, de muy reciente difusión, el de que
la forma de la propiedad común naturalmente originada sea específicamente eslava, y hasta
rusa en exclusividad. Es la forma primitiva cuya existencia podemos verificar entre los
romanos, germanos, celtas, y de la cual encontramos aún hoy, entre los indios, un muestrario
completo con los especímenes más variados, aunque parte de ellos en ruinas. Un estudio más
concienzudo de las formas de propiedad común asiáticas, y especialmente de las índicas,
demostraría cómo de las formas diversas de la propiedad común natural resultan diferentes
formas de disolución de ésta. Así, por ejemplo, los diversos tipos originarios de la propiedad
privada romana y germánica pueden ser deducidos de las diversas formas de la propiedad
común en la India.” (Ibídem, p. 10.)

(31) Las insuficiencias en el análisis que de la magnitud del valor efectúa Ricardo —y el suyo
es el mejor— las hemos de ver en los libros tercero y cuarto de esta obra. En lo que se
refiere al valor en general, la economía política clásica en ningún lugar distingue
explícitamente y con clara conciencia entre el trabajo, tal como se representa en el valor, y

61
ese mismo trabajo, tal como se representa en el valor de uso de su producto. En realidad,
utiliza esa distinción de manera natural, ya que en un momento dado considera el trabajo
desde el punto de vista cuantitativo, en otro cualitativamente. Pero no tiene idea de que la
simple diferencía cuantitativa de los trabajos presupone su unidad o igualdad cualitativa, y
por tanto su reducción a trabajo abstractamente humano. Ricardo, por ejemplo, se declara de
acuerdo con Destutt de Tracy cuando éste afirma: “Puesto que es innegable que nuestras
únicas riquezas originarias son nuestras facultades físicas y morales, que el empleo de dichas
facultades, el trabajo de alguna índole, es nuestro tesoro primigenio, y que es siempre a
partir de su empleo como se crean todas esas cosas que denominamos riquezas… Es
indudable, asimismo, que todas esas cosas sólo representan el trabajo que las ha creado, y si
tienen un valor, y hasta dos valores diferentes, sólo pueden deberlos al del’: (al valor del)
“trabajo del que emanan”. (Ricardo, On the Principles of Political Economy, 3ª ed., Londres,
1821, p. 334.) Limitémonos a observar que Ricardo atribuye erróneamente a Destutt su
propia concepción, más profunda. Sin duda, Destutt dice por una parte, en efecto, que todas
las cosas que forman la riqueza “representan el trabajo que las ha creado”, pero por otra
parte asegura que han obtenido del “valor del trabajo” sus “dos valores diferentes” (valor de
uso y valor de cambio). Incurre de este modo en la superficialidad de la economía vulgar,
que presupone el valor de una mercancía (en este caso del trabajo), para determinar por
medio de él, posteriormente, el valor de las demás. Ricardo lo lee como si hubiera dicho que
el trabajo (no el valor del trabajo) está representado tanto en el valor de uso como en el de
cambio. Pero él mismo distingue tan pobremente el carácter bifacético del trabajo,
representado de manera dual, que en todo el capítulo “Value and Riches, Their Distinctive
Properties” (Valor y riqueza, sus propiedades distintivas] se ve reducido a dar vueltas
fatigosamente en torno a las trivialidades de un Jean-Baptiste Say. De ahí que al final se
muestre totalmente perplejo ante la coincidencia de Destutt, por un lado, con la propia
concepción ricardiana acerca del trabajo como fuente del valor, y, por el otro, con Say
respecto al concepto de valor.

(32) Una de las fallas fundamentales de la economía política clásica es que nunca logró
desentrañar, partiendo del análisis de la mercancía y más específicamente del valor de la
misma, la forma del valor, la forma misma que hace de él un valor de cambio. Precisamente
en el caso de sus mejores expositores, como Adam Smith y Ricardo, trata la forma del valor
como cosa completamente indiferente, o incluso exterior a la naturaleza de la mercancía. Ello
no sólo se debe a que el análisis centrado en la magnitud del valor absorba por entero su
atención. Obedece a una razón más profunda. La forma de valor asumida por el producto del
trabajo es la forma más abstracta, pero también la más general, del modo de producción
burgués, que de tal manera queda caracterizado como tipo particular de producción social y
con esto, a la vez, como algo histórico. Si nos confundimos y la tomamos por la forma natural
eterna de la producción social, pasaremos también por alto, necesariamente, lo que hay de
específico en la forma de valor, y por tanto en la forma de la mercancía, desarrollada luego
en la forma de dinero, la de capital, etc. Por eso, en economistas que coinciden por entero en
cuanto a medir la magnitud del valor por el tiempo de trabajo, se encuentran las ideas más
abigarradas y contradictorias acerca del dinero, esto es, de la figura consumada que reviste el
equivalente general. Esto por ejemplo se pone de relieve, de manera contundente, en los
análisis sobre la banca, donde ya no se puede salir del paso con definiciones del dinero

62
compuestas de lugares comunes. A ello se debe que, como antítesis, surgiera un
mercantilismo restaurado (Ganilh, etc.) que no ve en el valor más que la forma social o, más
bien, su mera apariencia, huera de sustancia. Para dejarlo en claro de una vez por todas,
digamos que entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde William
Petty, ha investigado la conexión interna de las relaciones de producción burguesas, por
oposición a la economía vulgar, que no hace más que deambular estérilmente en torno de la
conexión aparente, preocupándose sólo de ofrecer una explicación obvia de los fenómenos
que podríamos llamar más bastos y rumiando una y otra vez, para el uso doméstico de la
burguesía, el material suministrado hace ya tiempo por la economía científica. Pero, por lo
demás, en esa tarea la economía vulgar se limita a sistematizar de manera pedante las ideas
más triviales y fatuas que le forman los miembros de la burguesía acerca de su propio
mundo, el mejor de los posibles, y a proclamarlas como verdades eternas.

(33) “Los economistas tienen una singular manera de proceder. No hay para ellos más que
dos tipos de instituciones: las artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son
instituciones artificiales; las de la burguesía, naturales. Se parecen en esto a los teólogos, que
distinguen también entre dos clases de religiones. Toda religión que no sea la suya es
invención de los hombres, mientras que la suya propia es, en cambio, emanación de Dios …
Henos aquí, entonces, con que hubo historia, pero ahora ya no la hay.” (Karl Marx, Mísére de
la Philosophie. Réponse à la Philosophie de la misére de M. Proudhon, 1847, p. 113.)
Realmente cómico es el señor Bastiat, quien se imagina que los griegos y romanos antiguos
no vivían más que del robo. Pero si durante muchos siglos sólo se vive del robo, es necesario
que constantemente exista algo que robar, o que el objeto del robo se reproduzca de manera
continua. Parece, por consiguiente, que también los griegos y romanos tendrían un proceso
de producción, y por tanto una economía que constituiría la base material de su mundo,
exactamente de la misma manera en que la economía burguesa es el fundamento del mundo
actual. ¿O acaso Bastiat quiere decir que un modo de producción fundado en el trabajo
esclavo constituye un sistema basado en el robo? En tal caso, pisa terreno peligroso. Si un
gigante del pensamiento como Aristóteles se equivocaba en su apreciación del trabajo
esclavo, ¿por qué había de acertar un economista pigmeo como Bastíat al juzgar el trabajo
asalariado? Aprovecho la oportunidad para responder brevemente a una objeción que, al
aparecer mi obra Zur Kritik der politischen Ökonornie (1859), me formuló un periódico
germano-norteamericano. Mi enfoque —sostuvo éste— según el cual el modo de producción
dado y las relaciones de producción correspondientes al mismo, en suma, “la estructura
económica de la sociedad es la base real sobre la que se alza una superestructura jurídica y
política, y a la que corresponden determinadas formas sociales de conciencia”, ese enfoque
para el cual “el modo de producción de la vida material condiciona en general el proceso de
la vida social, política y espiritual”, sería indudablemente verdadero para el mundo actual, en
el que imperan los intereses materiales, pero no para la Edad Media, en la que prevalecía el
catolicismo, ni para Atenas y Roma, donde era la política la que dominaba. En primer
término, es sorprendente que haya quien guste suponer que alguna persona ignora esos
archiconocidos lugares comunes sobre la Edad Media y el mundo antiguo. Lo indiscutible es
que ni la Edad Media pudo vivir de catolicismo ni el mundo antiguo de política. Es, a la
inversa, el modo y manera en que la primera y el segundo se ganaban la vida, lo que explica
por qué en un caso la política y en otro el catolicismo desempeñaron el papel protagónico.

63
Por lo demás, basta con conocer someramente la historia de la república romana, por
ejemplo, para saber que la historia de la propiedad de la tierra constituye su historia secreta.
Ya Don Quijote, por otra parte, hubo de expiar el error de imaginar que la caballería andante
era igualmente compatible con todas las formas económicas de la sociedad.

(34) “Value is a property of things, riches of man. Value in this sense, necessarily implies
exchanges, riches do not.” (Observations on Some Verbal Disputes on Political Econorny,
Particularly Relat¡ng to Value, and to Supply and Demand, Londres, 1821, p. 16.)

(35) “Riches are the attribute of man, value is the attribute of commodities. A man or a
community is rich, a pearl or a diamond is valuable… A pearl or a diamond is valuable as a
pearl or diamond.” (S. Bailey, A Critical Dissertation…, p. 165 y s.) (Volver) (36) El autor de
las Observations y Samuel Baíley inculpan a Ricardo el haber hecho del valor de cambio, que
es algo meramente relativo, algo absoluto. Por el contrario, Ricardo ha reducido la relatividad
aparente que esas cosas —por ejemplo, el diamante, las perlas, etc.— poseen en cuanto
valores de cambio, a la verdadera relación oculta tras la apariencia, a su relatividad como
meras expresiones de trabajo humano. Si las réplicas de los ricardianos a Bailey son groseras
pero no convincentes, ello se debe sólo a que el propio Ricardo no les brinda explicación
alguna acerca de la conexión interna entre el valor y la forma del valor o valor de cambio.

64
La centralidad de la relación Trabajo-Capital
y de su regulación en los modos de producción

César Gualdrón

Tal y como se ha planteado más arriba, desde una perspectiva crítica, es preciso concebir a la
sociedad como un complejo sistema que se constituye a partir de las relaciones establecidas
entre los diferentes seres humanos, diferentes en cuanto a su posición funcional y, por lo
tanto, en cuanto a sus motivaciones y formas de comportamiento, quienes emplean una
multiplicidad de artefactos en su vida cotidiana en tales relaciones, quienes son cambiantes a
través del tiempo (tanto en términos individuales como colectivos) y habitan en diferentes
espacios del planeta, adaptándose a sus características a la vez que introduciendo
modificaciones, conciente e inconcientemente, de corto y de largo plazo, en los más diversos
paisajes.

No obstante, es posible percibir que todo esto no está dado de antemano, sino que existe en
virtud de la intervención de los seres humanos sobre la realidad con la cual se encuentran,
durante generaciones, transformando tanto los entornos físicos como los institucionales –
políticos y jurídicos-, las formas del comportamiento, las maneras de entender y representar
colectivamente el mundo y sus diferentes componentes, lo que ha dado en denominarse
como las cosmovisiones. En ese mismo sentido, en su quehacer cotidiano los seres humanos
de todas las épocas de la historia y las diversas regiones del planeta emplean semejante
conjunto, a la vez que son condicionados por el mismo, para llevar a cabo la producción de la
totalidad de cosas u objetos que satisfacen sus necesidades, de cualquier naturaleza que
estas sean.

Por supuesto, en esta producción de las cosas u objetos, los seres humanos ponen en acción
su fuerza de trabajo o capacidad de trabajar; es decir, sus cualidades físicas y mentales las
cuales les permiten, potencialmente, utilizar los medios de que se dispone para su
intervención sobre algún aspecto específico de la realidad, material o inmaterial. Por lo tanto,
puede detectarse una identidad entre el proceso de producción y el proceso de trabajo,
puesto que la fuerza de trabajo es la fuerza activa y, por consiguiente, única fuerza capaz de
orientar el conjunto concreto de los medios de producción en un sentido específico, directa o
indirectamente, manual e intelectualmente al mismo tiempo, haciendo surgir o creando las
más diversas cosas u objetos que satisfacen necesidades (Marx).

Así pues, puede afirmarse que el mundo, integrado por las antedichas cosas u objetos,
constituye el producto o la creación del trabajo, de acuerdo con sus correspondientes
variaciones históricas, tanto técnicas como sociales. En ese sentido, los seres humanos
también son un producto o creación histórica del trabajo, en cuanto que las formas histórico-
concretas de existencia del mismo determinan la posición funcional de cada quien en el
contexto social en el cual se encuentran y, a su vez, determinan sus motivaciones, sus
comportamientos y sus formas de representarse y entender el mundo. Téngase en cuenta

65
que, cuando aquí se menciona la posición ocupacional de cada quien, se hace referencia a su
posición en un específico proceso inmediato de producción y a la manera en que participa del
excedente o riqueza de la sociedad en cuestión.

Ahora bien, para el contexto social de cada gran época de la historia se puede adoptar la
denominación de modo de producción o, si se quiere, formación socio-económica o forma de
organización socio-histórica, cada uno de los cuales presenta un importante conjunto de
características diferentes entre sí, todas ellas relacionadas, inmediatamente o a través de
múltiples mediaciones, con la forma histórico-concreta del trabajo, o sea, del proceso de
trabajo, del proceso de producción, en términos de lo que se produce, los insumos, las
herramientas y los procedimientos que se utilizan, las habilidades físicas e intelectuales
activadas allí, las formas y los mecanismos de coordinación, jerarquización, subordinación o
cooperación entre los seres humanos presentes en dicho proceso y, también, el destino y los
mecanismos de distribución de los productos.

TRABAJO Y CAZA-RECOLECCIÓN

Desde esta perspectiva, por ejemplo, puede observarse que las primeras comunidades,
aquellas que existen desde hace unos 200.000 años hasta hace aproximadamente 15.000-
10.000 años en diferentes lugares del planeta, son las de cazadores-recolectores, catalogadas
así al tomar en consideración el hecho de que la vida entera de los seres humanos que las
integran está centrada en las actividades orientadas a la obtención del alimento, valga decir,
la caza y la recolección.

Dichas actividades se llevan a cabo con herramientas rudimentarias en extremo, las cuales
caracterizan su situación con una baja productividad y, por tanto, con un bajo nivel de
producción. Ante esta situación, el conjunto entero de los seres humanos integrantes de tales
comunidades, bastante poco numerosas por demás, no tienen alternativa alguna más que
poner en común sus correspondientes esfuerzos en la realización de las diferentes tareas que
conllevan la antedicha obtención del alimento. Tampoco es de extrañar el que la mayor parte
del tiempo se emplee en dichas actividades, tanto en su planeación como en su ejecución,
debido a la mencionada baja productividad del trabajo en cuestión.

Es decir, según sus respectivas capacidades, todas y todos aportan en esa producción de
alimentos, sin la cual es imposible la supervivencia del grupo. Por consiguiente, es preciso
que su distribución se lleve a cabo, más o menos igualitariamente, de acuerdo con criterios
de preservación de la colectividad; puesto que si no logran comer, entonces, no pueden
trabajar en la caza y la recolección, por lo menos no con la plenitud de sus capacidades; a su
vez, si no contribuyen con las tareas respectivas del trabajo involucrado en la caza y la
recolección, la consecuencia sería no obtener lo colectivamente necesario para comer y, por
esa vía, para sobrevivir como comunidad. O sea: el destino de cada quien está
indisolublemente ligado con el destino colectivo así como el destino de la comunidad depende
de cada quien.

66
Igualmente, el nulo o bajo nivel de excedente no permite la apropiación individual de las
cosas u objetos, constituyendo propiedad colectiva tanto la escasa comida, cuyo consumo es
prácticamente inmediato, las rudimentarias herramientas, compuestas por palos, piedras y
huesos de animales. Y, en la medida en que las comunidades se desplazan permanentemente
al ritmo de los cambios climáticos y las migraciones de los animales, tampoco es posible o
necesaria la propiedad privada sobre la tierra. Como consecuencia, en su seno no se
encuentra una diferenciación social y, por ende, en caso de que exista algún tipo de
jerarquía, estará asociada con la edad y en combinación con méritos específicos con respecto
a las actividades productivas.

La tradición es el recurso empleado para la resolución de los conflictos que se puedan


presentar, a propósito de la manera en como se ejecutan las diferentes actividades
productivas o cuando se hace la distribución de lo obtenido. Así, a través de ella, la cual está
estrechamente asociada a una cosmovisión mítica- mágico-religiosa, de generación en
generación se transmiten los precarios conocimientos sobre la naturaleza, los métodos del
trabajo y las normas de la distribución, etc. Esta fortísima presencia de la tradición en todos
los aspectos de la vida comunitaria es, quizás, la explicación al lentísimo ritmo de cambio
técnico que se percibe en esta época de la historia, el cual está relacionado con el antedicho
bajo o nulo nivel de excedente y el consiguiente riesgo de extición en el cual se hallan estos
grupos de cazadores-recolectores.

Ahora bien, el advenimiento de la agricultura, hace 15.000-10.000 años, va a cambiar


drásticamente la situación de los seres humanos, no sólo en términos de permitir y obligar la
paulatina adopción del sedentarismo. La obtención de cada vez mayores niveles de excedente
es consecuencia de este fenómeno, siendo posible sobrepasar los límites de la mera
subsistencia, en virtud de la selección de semillas, las técnicas de preparación de la tierra con
arados y tracción animal, la utilización de abonos y la construcción de sistemas de riego. Del
mismo modo, se sientan las bases de una cada vez más compleja división social del trabajo,
cobrando gran importancia la nueva forma del trabajo: el trabajo agrario. Consiguientemente,
aparecen diversas formas de diferenciación social, es decir, de las sociedades de clases, sobre
la base de la apropiación individual de las cosas u objetos resultantes de los más variados
procesos productivos pero, principalmente, de la tierra.

TRABAJO Y ESCLAVITUD

El modo de producción esclavista tiene su nombre en virtud de la importancia de esta forma


de explotación del trabajo en buena parte de las sociedades de la Antigüedad, las cuales
desembocarán en la conformación de los imperios asirio-babilónicos, los egipcios, el
alejandrino y, finalmente, el romano. A pesar de las diferencias que puedan detectarse entre
esas experiencias históricas, también puede afirmarse que tienen en común la esclavitud,
cual es la relación que vincula a los trabajadores esclavizados y al sector social que explota su
fuerza de trabajo, los amos. No se dice aquí, por supuesto, que sólo existen esclavos y amos
en estas sociedades, sino que esta es la forma protagónica entre la gran diversidad de las
formas de trabajo de la época.

67
Dicha relación surge, principalmente, de la conquista sobre un grupo humano, el cual ha
logrado el desarrollo de la agricultura, por parte de otro que no ha alcanzado este estadio de
avance de las fuerzas productivas, encontrándose todavía en situación de nomadismo, pero
que, en cambio, posee herramientas y técnicas para el ejercicio de la violencia. Esto indica el
hecho de que los grupos humanos productivos sucumben frente a otros no-productivos,
siendo víctimas de la explotación de su fuerza de trabajo de manera tal que sea viable la
reproducción de tal posición ventajosa para los no-productivos. Y, en la medida en que se
desenvuelve la división social del trabajo, por ejemplo entre el campo y la ciudad, también se
emplean los esclavos en nuevas actividades económicas, tales como la manufactura y el
comercio. Más tarde, incluso, en la construcción de caminos, canales, sistemas de riego y
demás obras de infraestructura, la enseñanza y el entretenimiento, entre otras.

En ese sentido, se da un proceso de fijación persistente de la mano de obra en cuanto


propiedad, en algunos casos individual y en otros colectivamente, del sector social no-
productivo: los amos. La forma que asume este fenómeno es mediante el dominio militar
directo, seguido por una normatividad que es elaborada-codificada por un capa más o menos
permanente de funcionarios civiles y religiosos de distinto tipo, de acuerdo con las
particularidades de cada una de las mencionadas sociedades o imperios; normatividad que se
va consolidando y naturalizando en el contexto de las prácticas sociales durante
generaciones. A su vez, este conjunto de normas y prácticas es reforzado a través del uso de
un aparato discursivo en el cual presentan una importancia decisiva tanto los planteamientos
de naturaleza identitaria como las diversas religiones politeistas en las que los dioses están
jerarquizados.

En aquellas actividades en las cuales son empleados, la producción es llevada a cabo en su


totalidad por parte de los esclavos, quienes están bajo el mando directo del amo o de sus
agentes, operando los todavía rudimentarios medios de producción. Y, a pesar de que el
advenimiento de la agricultura constituye la revolución tecnológica de mayor impacto en la
historia y que en los siglos siguientes las castas sacerdotales de esas diferentes sociedades
desarrollan un amplio conjunto de conocimientos sobre la naturaleza y se plantea una gran
variedad de sistemas filosóficos, en este modo de producción no existen estímulos para el
mejoramiento de los métodos y las herramientas mediante la permanente introducción de
conocimientos técnicos en los procesos de producción, puesto que su ampliación se da a
través de la incorporación de fuerza de trabajo de los esclavos.

El énfasis en el empleo de esta forma de trabajo representa una ventaja inicial frente a la
innovación técnica en los procesos productivos, la cual ni siquiera es concebida dentro del
sistema social de valores como algo deseable, puesto que el rapto constante de la mano de
obra representa un recurso más o menos abundante y, por tanto, relativamente barato.
Además, la frecuente realización de expediciones de conquista contribuye con la legitimación
del conjunto de los sectores dominantes ante los sectores sociales plebeyos nativos de la
región central del imperio, a la vez que otorga prestigio y, eventualmente, una mejor posición
política a quienes emprenden las campañas militares frente a los demás miembros de dicho

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sector dominante, lo cual tiende a brindarles mayores garantías de éxito en sus proyectos
individuales o de grupo o facción.

En cuanto que hacen parte de las propiedades de los amos, los esclavos no son titulares de
ningún tipo de derecho o garantía por parte de instancias individuales o colectivas; de hecho,
son considerados como cosas u objetos, animados, parlantes, con voluntad y, por ende,
peligrosos, pero nunca con la misma condición de humanidad que se atribuyen a sí mismos
los seres humanos constitutivos de los sectores sociales dominantes. Así pues, el trato que se
le da a los esclavos depende de los distintos rasgos de personalidad de los amos y de los
momentos coyunturales de la producción, teniendo siempre en cuenta que esclavos y amos
son seres de naturaleza diferente y que, por lo tanto, es inconcebible el trato igualitario entre
unos y otros, preservando la efectividad concreta de la simbólica dicotomía inferior-superior.
No obstante, en algunas situaciones, es posible que los esclavos compren su libertad o que
sean liberados por los amos por específicas circunstancias.

La violencia es una cuestión permanente, no sólo entre los distintos imperios, los cuales la
ejercen en búsqueda de nuevas fuentes de mano de obra esclava, además de otro tipo de
recursos; también, a través de la resistencia, la mayor parte de la veces infructuosa, de los
pueblos amenazados por dichos imperios, para no terminar siendo sometidos a su autoridad;
a su vez, los esclavos, y otros sectores sociales desposeídos o en condición de pobreza,
protagonizan acciones aisladas e incluso llegan a organizar revueltas ante situaciones de
excesivos maltratos propinados por los amos y abusos de las autoridades imperiales; por su
parte, los amos emplean la violencia organizada en torno a los correspondientes aparatos
militares, con el fin de prevenir o reprimir, de manera más o menos ejemplarizante según se
considere cada caso, dichas acciones aisladas y revueltas.

Consecutivamente, unos y otros imperios van desapareciendo bajo el peso de sus


contradicciones, puesto que algunos de ellos terminan enfrentados en guerras con otros
imperios, las cuales desgastan económica y políticamente a los derrotados en beneficio del
victorioso; mientras tanto, en otros casos, llegan a ocupar tan vastas regiones de manera tal
que cada vez se hace más difícil y, por esa vía, costoso el rapto destinado al acceso a la
mano de obra de los esclavos. Además, la prosperidad de los amos se ve amenazada por el
eventual aumento de los costos de mantenimiento de la mano de obra, cuya productividad no
avanza debido a la no incorporación del cambio técnico en la producción, tal y como antes se
ha mencionado. También, la penetración de extranjeros a través de las fronteras y la
imposibilidad del mejoramiento de la condición social de las mayorías plebeyas van
socavando, paulatinamente, la legitimidad de los sectores dominantes de estos regímenes,
tornándolos insostenibles en la larga duración.

TRABAJO Y SERVIDUMBRE

Por su parte, el modo de producción feudal, el cual tiene existencia solamente en la región
del centro y el occidente de Europa, entre los siglos X y XV, se fundamenta en la explotación
del trabajo en la forma de servidumbre, relación que vincula a los siervos -trabajadores del

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campo, familias campesinas- y los señores, integrantes de la nobleza, quienes explotan su
mano de obra. Esta relación se configura, muy lentamente, sobre la bancarrota de la
esclavitud, la cual se traduce en la crisis final del Imperio Romano de occidente en el siglo V,
a la vez que sobre los sedimentos culturales aportados por las sucesivas oleadas de
migraciones de los pueblos germánicos hacia el corazón de Europa. Así, el espacio en el cual
se desenvuelve es el propio de los reinos articulados en torno al proyecto histórico del
denominado Sacro Imperio Romano Germánico, así como los demás reinos europeos
occidentales a partir del siglo X, el cual es antecedente clave en la formación del mundo
moderno.

La servidumbre se diferencia de la esclavitud, en primer lugar, porque no se trata de una


relación en la cual alguno de los seres humanos es una propiedad de otro u otros. Otra
característica definitoria de esta forma de explotación de la fuerza de trabajo es que se
circunscribe a las actividades agrícolas, puesto que los sectores sociales dominantes se
instalan allí, en las zonas rurales, en donde se encuentra asentada una población
relativamente más numerosa que en las ciudades antiguas en crisis y, también, en condición
de indefensión ante comandantes de grupos militares más o menos informalmente
constituidos en sus inicios pero que, con el paso de las generaciones, van estableciendo unas
jerarquías políticas cada vez más complejas: las jerarquías nobiliarias.

Contando con unas técnicas de producción tan rudimentarias como las del modo de
producción anteriormente descrito, la forma servil del trabajo posee un bajo nivel de
productividad y, por lo tanto, también continúa siendo baja la magnitud del excedente
producido. Diferenciándose del anterior, este modo de producción feudal se caracteriza por la
presencia mayoritaria de pequeñas y medianas unidades de explotación agrícola -minifundios-
articuladas con las más amplias extensiones de tierras -latifundios- que se reservan los
distintos señores feudales para su aprovechamiento más directo. En ese sentido, allí
coexisten modalidades de trabajo pseudo-autónomo, parcialmente autónomo y, también, al
servicio directo del señor, o sea, sin ningún tipo de autonomía. En todo caso, el excedente
producido por los campesinos, en cualquiera de estas modalidades, es apropiado de una
manera privilegiada por parte de los señores, a través de lo que ha dado en llamarse como
renta feudal.

La modalidad específica que adopta el trabajo en cada región depende de la proporción entre
el area de tierra dispuesta para ser potencialmente cultivada y la cantidad de fuerza de
trabajo campesina allí disponible. Así, en aquellas regiones en las cuales la mano de obra es
relativamente menos abundante que las tierras para ser cultivadas, el campesinado goza de
un importante grado de autonomía en sus actividades productivas y, como consecuencia, de
ciertos niveles de negociación frente al señor; mientras tanto, allí en donde la mano de obra
es relativamente más abundante que las tierras, el campesinado se encuentra privado de
autonomía en cuanto a sus formas de trabajo, incluso llegando a ejecutar labores bajo el
control directo del noble en cuestión. Ahora bien, estos diversos grados de autonomía de los
que el campesinado goza o no en cada región, se expresan en diferentes tipos de la renta
feudal.

70
Es de aclarar que para esta apropiación del excedente en favor de los señores se establecen
cuotas bien sea en trabajo, bien en especie o bien en dinero, en términos de magnitud y no
de proporción, las cuales tienden a permanecer sin variaciones significativas en el largo plazo.
Se hace de esta manera como un mecanismo para salvaguardar dichos ingresos de los
señores ante los riesgos vinculados con los precarios medios de producción empleados en la
época. Por tanto, en aquellos casos en los cuales las familias campesinas sólo logran producir
volúmenes muy bajos de excedente, se garantiza la no disminución de la renta feudal. Por el
contrario, en los bastante poco frecuentes casos en que los volúmenes de la producción
campesina sean mayores de lo normal, la renta tampoco varía, siendo posible la apropiación
de ese diferencial por parte de la familia campesina en cuestión.

Así, la modalidad de trabajo con un mayor grado de autonomía está asociada con la renta en
dinero, puesto que, para hacer la correspondiente transferencia del excedente en forma
monetaria, la familia campesina toma las decisiones relacionadas con la producción, sin
interferencia o mando directo del señor, siempre y cuando se cumpla con la cuota
establecida. Esto permite a la familia campesina, de acuerdo con su capacidad de producir y
de negociación y con la coyuntura en el mercado, obtener una mayor cantidad de dinero
frente a la que se debe pagar, que puede destinar al mejoramiento de su consumo o de sus
medios de producción, redundando esta última opción en el aumento de su productividad y,
por esa vía, desatándose un círculo virtuoso en el que la familia campesina consigue una
mayor producción de excedente, permitiendo obtener aún más dinero en el mercado y mayor
autonomía en el largo plazo.

Por otra parte, la renta en trabajo está asociada con la práctica inexistencia de autonomía
para las familias campesinas, puesto que en este tipo de pago de renta se lleva a cabo el
trabajo en la porción de la tierra que el señor feudal ha reservado para sí o, también, en su
lugar de residencia, por ejemplo en tareas agrícolas, de cuidado de ganado, de preparación
de alimentos, de limpieza y mantenimiento de las locaciones, etc. Esta situación implica un
control directo ejercido por parte del señor o de sus agentes, a la vez que la imposibilidad de
que las familias campesinas apropien algo de lo producido para ellas mismas, especialmente,
al tratarse de los servicios prestados en la residencia señorial. En caso de quedar tiempo
disponible, en ese momento es cuando las familias campesinas se ocupan de la realización
del trabajo en la porción de tierra que les corresponde. No obstante, en la mayor parte de los
casos ocurre que el tiempo es insuficiente y terminan residenciándose y a plena disposición
de la voluntad del noble regional.

Por último, la renta en especie representa un grado intermedio de autonomía, ofreciendo a la


familia campesina la ventaja de realizar el proceso inmediato de producción en la porción de
tierra que le ha sido asignada, sin interferencia directa del señor sobre las condiciones del
trabajo en cuanto tal; pero, en la medida en que el excedente debe ser transferido al noble,
este tipo de renta no brinda la oportunidad a la familia campesina de vender el producto
excedente en el mercado ni las eventuales ventajas asociadas a dicha venta. También, es de
considerar que este tipo de renta puede combinarse con los otros, tanto en momentos

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específicos como de manera más estable, distribuyendo algunos miembros de la familia
campesina entre los diferentes lugares de trabajo en un caso o pagando la renta en dinero y
en especie en el otro caso.

En la fijación de la mano de obra que se percibe en este modo de producción, con respecto a
un territorio específico y a la nobleza en general, desempeña un importante papel la
cosmovisión promovida por la Iglesia Católica Romana, en la cual se plantea la existencia de
un orden divino jerarquizado, siendo similar a la forma en como pretende organizarse el
conjunto de la nobleza en varias oportunidades mientras es el sector social dominante.
También, se plantea la existencia de una permanente lucha entre las fuerzas del bien y del
mal, entre la virtud y el pecado, tanto en el mundo material como en el espiritual y en la
conciencia de cada quien. Dicha jerarquía eclesiástica y secular es enunciada como garante
incuestionable de la virtud, la verdad, el bien, la paz y la justicia, en contraposición de sus
enemigos externos e internos, o sea, de otros reinos o de otras creencias y prácticas;
enunciación que obliga a la obediencia de la población en su conjunto a las directrices de las
autoridades.

Además, se insiste en el carácter inamovible del orden social, en términos de la posición y la


función de cada quien en cada estamento y de cada estamento en su relación con los demás.
Así, las familias campesinas están destinadas invariablemente en el tiempo a realizar el
trabajo en condición de servidumbre, mientras que la nobleza está destinada a apropiar los
frutos de dicho trabajo, dedicándose exclusivamente a actividades de tipo militar y religioso.
En ese sentido, es de descartar la posibilidad de que alguien nacido en el seno de una familia
campesina pueda llegar a ser miembro de la nobleza o que algún señor feudal padezca la
servidumbre en alguna oportunidad, sin importar el nivel de ingresos de cada quien. Por lo
tanto, para superar la servidumbre, las familias campesinas no tiene más opciones que
desplazarse desde las zonas rurales hacia las ciudades o refugiarse en zonas distantes o con
dificultades para su acceso: en ambos casos, apartadas del dominio de la nobleza.

El fundamento discursivo de esta situación es la concepción aristocrática con respecto al


trabajo, según la cual esta actividad cotidiana es catalogada como mundana, impura, sucia,
por lo tanto, como una actividad carente de dignidad, que debe ser llevada a cabo por gente
simple, vulgar, inferior. De acuerdo con esta concepción, proveniente de la Antigüedad, el
trabajo es una actividad que no implica la pretendida valentía, propia del quehacer militar, y
tampoco las virtudes morales que permiten la cercanía contemplativa al mundo religioso,
ambas actividades reservadas para la nobleza, asociándolas con el honor y la gloria. No
obstante, la base histórico-concreta de esta extrema separación y calificación discriminatoria
de las actividades correspondientes a cada sector social está relacionada con el hecho de que
se trata de un amplio conjunto humano encargado de llevar a cabo la producción, el
campesinado, sometido por un grupo minoritario, la nobleza, que ejerce la violencia física y
simbólica.

Por supuesto, además de tal violencia ejercida por parte de los señores, con el propósito del
mantenimiento de su apropiación privilegiada del excedente, también se presentan violentas

72
contradicciones en el seno de la nobleza, entre diferentes miembros, en torno a sus
respectivas potestades y jurisdicciones territoriales, puesto que el control territorial garantiza
el eventual control sobre la fuerza de trabajo y, consiguientemente, sobre el excedente y la
prosperidad de cada señor. Entonces, cada señor feudal procura mantener y, de ser posible,
ampliar su jurisdicción, sea a través de la asociación con otros señores en condiciones más o
menos simétricas o abiertamente asimétricas, las cuales resultan en la constitución de los
distintos reinos de la época, o bien a través de la guerra en contra de otros señores europeos
o de pueblos no europeos.

De la misma manera, los más diversos planteamientos críticos y acciones que cuestionan
cualquier aspecto de esta forma de ordenamiento social, material e inmaterialmente, son
consideradas como amenazas, más o menos integrales, frente al modo de vida establecido,
las cuales son prevenidas o reprimidas con variados grados y formas de violencia, de acuerdo
con la evaluación realizada por las autoridades feudales. Estos planteamientos y acciones,
individuales o colectivas, van desde simples negativas al pago de la renta o la violencia de
ciertas familias campesinas en contra del señor de su región o de sus agentes, hasta
movimientos heréticos cristianos de diversa resonancia, extensión y duración, así como
revueltas campesinas.

La crisis de este modo de producción se va configurando a medida que se va haciendo cada


vez más difícil mantener los ingresos y el estilo de vida de los señores manteniendo
inalteradas las cargas feudales. Es decir, la crisis se da a partir del momento en que los
señores intentan aumentar dichas cargas a la vez que imponer o reforzar su control directo
sobre la fuerza de trabajo, lo cual significa la inminente pérdida de la autonomía del
campesinado y el aumento de su trabajo a realizar, teniendo en cuenta que no se tienen
grandes avances en lo que se refiere a los medios de producción de la época. Así, por una
parte, se presentan revueltas campesinas en ciertas regiones, cuya represión exige el
aumento de los gastos militares y, por ende, el mayor aumento de las cargas feudales,
ocasionando un mayor descontento; por otra parte, se dan procesos cada vez más amplios
de migraciones campesinas hacia las ciudades, lo cual genera una escasez relativa de mano
de obra en aquellas regiones de origen de estos movimientos poblacionales, provocando el
reforzamiento de dichas cargas en tales regiones.

En cualquier caso, se presenta un paulatino empobrecimiento de la nobleza, ante el cual se


ven abocados a elegir entre dos opciones: o intentan mantener su estilo de vida señorial,
valga decir, sin realizar trabajo alguno, afrontando el riesgo del antedicho empobrecimiento;
o recurren a otras formas de obtención de ingresos, renunciando o alterando sustancialmente
su estilo de vida. Esa es la manera en como se van configurando, por una parte, las cortes
reales en los nacientes Estados-Nación europeos de los siglos XV-XVIII, en las que una buen
grupo de señores regionales se congregan en torno a un monarca y, cediéndole su dominio
sobre la tierra, éste les garantiza un estilo de vida con comodidades y sin trabajo; a la vez
constituyendo el predominio político de dicho monarca con respecto a ellos y en disputa con
potenciales rivales. Otros, por su parte, se convertirán en empresarios capitalistas durante

73
esos siglos de transición, al poner la búsqueda de ganancias por encima del estilo de vida
señorial, aunque sin renunciar por completo al mismo.

TRABAJO ASALARIADO Y CAPITAL

Finalmente, el modo de producción capitalista se caracteriza por la predominancia del trabajo


asalariado, relación que vincula a la clase capitalista, empresarial o burguesa, propietaria de
los medios de producción, con la clase trabajadora, la cual no posee dichos medios de
producción y, por consiguiente, vende su fuerza de trabajo con el fin de obtener la suficiente
cantidad de dinero para la compra de aquellas cosas u objetos con las cuales satisfacer sus
correspondientes necesidades. Esta sociedad tiene sus orígenes desde el siglo XV, en ciertas
regiones europeas, sobre la crisis del feudalismo, su consolidación en el XVIII en Inglaterra y
su expansión al resto del planeta durante los siglos XIX y XX y hasta la actualidad. Por tal
motivo, por su tendencia expansiva hacia magnitudes globales y su consiguiente carácter
histórico-universal, también se ha adoptado la denominación de Sistema-Mundo capitalista.

El proceso de génesis de esta forma de explotación del trabajo comporta la creación de un


mercado laboral, en el seno del cual se presenta un sinnúmero de actos simples y
monetarizados de compra-venta entre los trabajadores y los empresarios en cuanto a la
fuerza de trabajo. Al respecto, es preciso indicar que este mercado laboral se forma
exclusivamente en el capitalismo, siendo una de sus características fundamentales el hecho
de que en este modo de producción la mayor parte de seres humanos participan en él, hasta
el punto de ser prácticamente el único escenario en que se encuentran quienes son
propietarios de los medios de producción y, por ende, explotan la fuerza de trabajo, y
quienes la encarnan, los trabajadores. Además, en estas transacciones de compra-venta de la
fuerza de trabajo no existe ningún tipo de obligación o vínculo personal o colectivo, asociado
con la coerción militar o la tradición, entre unos y otros seres humanos, tal y como sucede
con las formas de explotación del trabajo en la esclavitud o en la servidumbre.

Es decir, en la esclavitud, por una parte, en la medida en que son una propiedad de los
amos, los trabajadores no están socialmente habilitados para la toma de decisiones en torno
a diversos aspectos su vida, sobre los cuales se impone la voluntad de los amos. A su vez, los
amos deben encargarse de las condiciones mínimas de existencia de sus esclavos, tal y como
deben hacerlo con sus otras propiedades, con el fin de garantizar en el tiempo su fuente de
riqueza. En la servidumbre, por otra parte, si bien es cierto que los trabajadores no son
propiedad de la nobleza, tampoco pueden decidir cuál es el lugar de su residencia o su
ocupación específica y, mucho menos, respecto de si o no trabajar para el pago de la renta
feudal. No obstante, los señores están obligados a garantizar la permanencia de las familias
campesinas en las tierras que hacen parte de sus dominios correspondientes, puesto que su
estilo de vida depende directamente del excedente producido por el trabajo de esta
población.

Ambas situaciones son debidas, en buena medida, a la relativa escasez de la mano de obra
presente en dichos modos de producción pre-capitalistas, llevando a los sectores dominantes,

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los amos y la nobleza, a hacer uso de diferentes mecanismos y aparatos, militares y
discursivos, para la fijación y el sometimiento de la población trabajadora, con el propósito de
apropiarse, plena o privilegiadamente, del excedente producido por ella y, por esa vía,
mantener su correspondiente estilo de vida aristocrático, de consumo ocioso, evitando el
pago por el uso de la fuerza de trabajo. En ese contexto, tanto la comunidad como la
tradición desempeñan una función fundamental para la reproducción del correspondiente
orden existente, en términos de promover la aceptación de los antedichos mecanismos y
aparatos de dominación por parte de la población sometida, toda vez que también los
sectores dominantes de cada una de estas sociedades los consideran como normales e,
incluso, como determinantes de la existencia misma de la civilización.

Por el contrario, en la sociedad capitalista, la relación de compra-venta de la fuerza de


trabajo se trata de una relación entre seres humanos que gozan de libertad e igualdad formal
entre sí, los cuales han venido constituyéndose como individuos, a través de la paulatina
disolución de la comunidad, en el tránsito que pasa por el ser súbditos de un reino hasta
llegar a ser ciudadanos de un Estado-Nación. Así pues, en este modo de producción, los
trabajadores están capacitados para la toma de decisiones en torno a los diferentes aspectos
de su propia vida, incluso en lo referente al empresario a quien vender su fuerza de trabajo y
si venderla o no. Mientras tanto, los capitalistas toman sus propias decisiones con respecto
tanto a su vida como a los medios de producción de su propiedad, también a cuáles y
cuántos trabajadores contratar, en función de las inversiones que realiza. Por lo tanto, así
como los trabajadores son indiferentes frente al éxito o el fracaso de los empresarios, los
empresarios son indiferentes frente a las venturas y las desventuras de los trabajadores.

Este escenario tiene como base la dinámica de una cada vez mayor incorporación del cambio
técnico en los procesos de producción. Como es claro, el cambio técnico se manifiesta en
herramientas y métodos que replican algunos de los movimientos de los seres humanos en
los procesos de trabajo, pero implicando mayor fuerza, rapidez o precisión, o todas a la vez y,
como consecuencia, haciendo posible la disminución del esfuerzo físico o innecesarias
destrezas específicas de los trabajadores involucrados en tales procesos de producción. Es
decir, en la medida en que se va incorporando el cambio técnico, aumentan los volúmenes
del producto al mismo tiempo que se reduce el requerimiento de mano de obra en general,
permitiendo la introducción de fuerza de trabajo con bajos niveles de calificación en buena
parte de los proceso productivos, a la vez que la recualificación de ciertos segmentos de la
mano de obra en función del cumplimiento de otras tareas dentro de los procesos de trabajo.

De este modo, la dinámica de incorporación del cambio técnico, permite la superación


histórica de la escasez de la mano de obra, puesto que contribuye con la generación de una
tendencia a la expulsión de trabajadores desde diferentes procesos de producción, quienes,
desempleados, aumentan la cantidad de mano de obra disponible para ser empleada por los
empresarios. A su vez, el sector social dominante va llevando a cabo y actualizando el diseño
normativo-institucional y la generación y promoción de una cosmovisión, en distintos
momentos y adoptando diversas modalidades, los cuales se orientan a la conformación, la
expansión y el fortalecimiento del mencionado mercado laboral, flexibilizando y destruyendo

75
las ataduras u obligaciones y las prohibiciones o restricciones normativo-institucionales e
ideológicas características de los modos de producción pre-capitalistas frente a la realización
de las actividades productivas, en lo referente a las condiciones de empleo de la fuerza de
trabajo en particular.

Es decir, con esta combinación recurrente de la incorporación del cambio técnico en la


producción, las reformas normativo-institucionales y su correspondiente cosmovisión, o sea,
con la acción económico-política e ideológica burguesa, se va estructurando y
reestructurando históricamente lo que se ha denominado como ejército de reserva de fuerza
de trabajo, instancia constituyente del mercado laboral, en tanto que segmento poblacional
sin ocupación remunerada estable en el largo plazo, la cual conforma una reserva de mano
de obra libre y disponible, técnica y socialmente, para su empleo por parte de los
empresarios. Así, esta condición de la fuerza de trabajo, permite a los empresarios hacer las
elecciones respecto de los trabajadores a emplear, de acuerdo con las exigencias y las
oportunidades técnicas y de mercado específicas, con el fin de obtener el aumento de la
productividad a la vez que la reducción de costos, en su búsqueda por el incremento de la
rentabilidad de sus inversiones.

Ahora bien, la libertad de la que disfrutan los trabajadores en la sociedad capitalista es


limitada en la práctica, en cuanto a la decisión de la venta de su fuerza de trabajo; esto es,
participar o no en el mercado laboral, vender su fuerza de trabajo y a quién o no venderla;
en la medida en que esta sociedad puede caracterizarse como una sociedad mercantil, en
cuyo seno todas las cosas u objetos que satisfacen necesidades se van transformando en
mercancías, las cuales solamente pueden obtenerse mediante actos de compra-venta
monetarizados. Como consecuencia, los trabajadores deben vender su fuerza de trabajo a
cambio del salario o pago de determinada cantidad de dinero tal que garantice su acceso
efectivo, en el mercado, a los satisfactores de necesidades. De esta manera, más allá de la
posibilidad formal de elección, los trabajadores están obligados a vender su fuerza de trabajo,
con las condiciones impuestas por el mercado laboral, para cobrar el pago monetario, con el
cual comprar las cosas u objetos de consumo y, con ello, satisfacer sus necesidades.

Tampoco pueden decidir los trabajadores, en sentido pleno, a cuál función, ocupación o
profesión han de dedicarse, permanente o transitoriamente, o a cuál empresario han de
vender su fuerza de trabajo, puesto que existen condicionamientos al respecto: por un lado,
las funciones, ocupaciones y profesiones son más o menos requeridas y, por tanto, mejor o
peor remuneradas, de acuerdo con la dinámica del mercado laboral; por otro lado, son los
empresarios quienes tienen la iniciativa en la toma de decisiones en torno al empleo de los
trabajadores, atendiendo a las específicas coyunturas de la economía, según sus propios
cálculos y criterios. Teniendo esto en cuenta, puede percibirse que los trabajadores se
encuentran con una limitada capacidad de decisión, por los requerimientos del mercado o,
para efectos prácticos, por las decisiones de inversión de los empresarios, lo cual pone a los
trabajadores ante una disyuntiva: o aceptan los condicionamientos que se les impone o
aceptan la disminución de sus ingresos y, por esa vía, el detrimento de sus condiciones de
vida.

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De este modo, a pesar del planteamiento de la libertad y la igualdad formal en su seno, el
capitalismo puede definirse como una sociedad asimétrica, desigual, en que los individuos
integrantes del sector socio-económico empresarial poseen una capacidad plena para la toma
de decisiones, las cuales terminan imponiendo condicionamientos a la capacidad de los
trabajadores para la toma de sus decisiones, en lo que se refiere a su participación en el
mercado laboral y, como se ha enunciado, esta cuestión es determinante en los demás
aspectos de su vida. Esta asimetría está relacionada con la propiedad sobre los medios de
producción de los primeros y la ausencia de propiedad sobre los mismos de los segundos y,
además, tiene como resultado la subordinación, con diferentes grados y formas de
manifestarse, de los trabajadores a la autoridad de los empresarios en los procesos
productivos específicos.

Ahora bien, la relación de compra-venta de la fuerza de trabajo que se establece entre los
empresarios y los trabajadores se da en términos de una negociación en torno a sendos
asuntos, cuales son la jornada de trabajo y la remuneración salarial. Como es de esperar, los
empresarios tienen el interés de la extensión al máximo de la jornada laboral y la reducción al
mínimo del pago salarial; en contraposición, el interés de los trabajadores es la disminución
de la jornada y la ampliación del salario. En ese sentido, en los distintos momentos y regiones
del planeta en que va consolidándose este modo de producción, ambos sectores sociales
utilizan todos los dispositivos y mecanismos a su disposición para alcanzar tales objetivos,
bien sea individual o colectivamente. La situación es fluctuante, dándose alternativamente
coyunturas favorables para los unos y los otros, teniendo en cuenta que esta sociedad tiene
como característica estructural la subordinación de los trabajadores con respecto a los
empresarios.

Es así, porque la riqueza de los empresarios tiene como base el uso o explotación de la mano
de obra de los trabajadores asalariados, siendo que una jornada más amplia permite un uso
más extenso, e incluso intensivo, de la fuerza de trabajo. A su vez, el salario representa un
costo para los empresarios, el cual busca reducir, tal y como es su pretensión con cualquier
otro costo, con el propósito de maximizar la rentabilidad de sus inversiones. Mientras tanto,
el salario constituye el ingreso de los trabajadores, por medio del cual pueden acceder a la
compra de las cosas u objetos asociados con la satisfacción de sus necesidades, cuestión que
implica que un mayor salario redunda en una mayor capacidad de consumo, tendiendo a una
mejoría de su bienestar. Por su parte, la fuerza de trabajo se expone al desgaste en sus
facultades tanto físicas como mentales durante la jornada y, por lo tanto, un menor tiempo
en que esté realizándose la actividad laboral permite una mayor reposición de dichas
facultades, en la medida en que se libera tiempo para el descanso y otro tipo de actividades.

Además de esta contradicción, para cumplir con el objetivo de obtener la rentabilidad de sus
inversiones, cada uno de los capitalistas participa en el escenario mercantil, en el cual
pretende vender lo producido en sus empresas, en competencia con los demás capitalistas,
todos con el mismo propósito; entre ellos se da una disputa por el acceso amplio a los
consumidores, quienes en su mayoría son trabajadores; toda vez que la capacidad de compra

77
de estos últimos está definida por sus ingresos salariales, que al mismo tiempo son costos
para los empresarios, tal y como antes se ha mencionado: entonces, si bien es conveniente
para los empresarios, individualmente considerados, reducir los salarios pagados, por una
parte; por otra parte, se percibe que su aumento es conveniente para la clase capitalista en
su conjunto, en tanto que esto resulta en una mayor capacidad general de compra. Y, en la
medida en que no estén dispuestos a llevar a cabo tales incrementos, en el largo plazo se
exponen a pérdidas, las cuales pueden generalizarse y desembocar en una crisis conocida
como de sobreproducción.

Por supuesto, como se ha dicho, no existen ataduras ni obligaciones entre unos y otros en
esta sociedad, lo cual resulta en el hecho de que las contradicciones con respecto a la
relación de compra-venta de la fuerza de trabajo adoptan la forma de un conflicto con
manifiestaciones más o menos agresivas entre sus participantes, dependiendo de la mayor o
de la menor percepción de desmejoramiento de sus correspondientes niveles de ingreso y,
por consiguiente, menoscabo del próspero estilo de vida de la burguesía, por una parte, o
empeoramiento de las condiciones de vida de la población trabajadora, por otra parte. Ese es
el contenido de la lucha de clases en la sociedad capitalista, que ha signado su
desenvolvimiento histórico, alrededor del cual se van configurando las organizaciones sociales
y políticas del Trabajo y del Capital en permanente disputa sobre aspectos tanto específicos
como generales que afectan dichos salario y jornada.

78
LAS AVENTURAS DEL CAPITAL Y
LA TRAGICOMEDIA DEL ESTADO CONTEMPORÁNEO
César Gualdrón – 2004 – capítulos II, III y IV

ESTADO INSTRUMENTO Y FORMA ESTADO:


idiosincrasia de la enajenación del trabajo y la sociedad de clases

Ha habido sociedades que se le las arreglaron sin él,


que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del desarrollo
económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases,
esta división hizo del Estado una necesidad.
Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase de desarrollo de la producción
en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad,
sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción.
Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día.
Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado.
La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre
de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar
que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.
Friedrich Engels
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado

Se partirá aquí, desde el entendimiento, según el cual, la forma como una sociedad se
produce y reproduce a sí misma como tal, constituye un todo, una TOTALIDAD, una UNIDAD
ORGÁNICA. Así, la manera determinada y concreta en que se organiza la sociedad en su
proceso de producción-reproducción, al presentarse en múltiples facetas, en múltiples
momentos, desenvuelve sus más diversas potencialidades, inherentes a su propia naturaleza:
se trata entonces, de que la realidad social, lejos de ser la sumatoria de elementos dispersos
y tan sólo vinculados entre sí por la casualidad o la mera voluntad de esa misma sociedad,
constituye una ESTRUCTURA ORGÁNICA, en la cual sus diferentes aspectos sólo hallan pleno
sentido por la manera en que participan de su dinámica de génesis-transformación. Y es a
esa totalidad, unidad, estructura orgánica, la que se comprende aquí como FORMACIÓN
SOCIAL.

En este punto, es fundamental precisar que, dado que la vida de la sociedad, la vida de las
mujeres y los hombres, es una realidad histórico-concreta, que se circunscribe en un
determinado y concreto espacio-tiempo, ni más ni menos que en un determinado y concreto
contexto de satisfacción de necesidades -de generación y apropiación de riqueza-, todas las
acciones y situaciones allí convergentes contribuyen, sistemáticamente, con el devenir de la
formación social en cuestión. Sin embargo, no se trata de la quietud, del reposo, del sosiego,
de la sociedad, de su inmutabilidad o su perennidad o su indestructibilidad; todo lo contrario,
de lo que se trata es de que el carácter contradictorio de las relaciones sociales, aquellas que
definen la misma formación social, es el que plantea el carácter histórico de su realidad: o
sea, la misma dinámica de la sociedad incorpora, en su seno, los agentes y las circunstancias
sobre los cuales se erige el cambio y la transformación de la formación social de que se trata
-su dinámica construcción, deconstrucción y reconstrucción.

79
Así mismo, en el proceso de producción-reproducción de la sociedad, de una formación social
dada, se hallan presentes fuerzas tanto materiales como inmateriales, las cuales contribuyen
a forjar sus rasgos característicos: a la combinación de ambas fuerzas se la entiende, por lo
tanto, dentro del concepto de fuerzas productivas; en la medida en que la apropiación-
transformación que la sociedad hace de la naturaleza, con el fin de satisfacer sus
necesidades, se lleva a cabo a través de su conjunción. Pues, tal y como en el proceso de
trabajo -proceso inmediato de producción- se despliegan funciones, procedimientos y
ejercicios que van más allá que los simples movimientos de la materia, de esta suerte ocurre
en el ampliado proceso de producción de la totalidad orgánica; máxime si se tiene en cuenta
que, al tratarse de la interacción de una variedad gigantesca de necesidades a satisfacer -con
sus correspondientes procesos de trabajo- al interior de la sociedad, dichas fuerzas
inmateriales llegan a ser formas mediante las cuales son normalizadas y coordinadas las
contradicciones propias de semejante diversidad.

la violencia organizada:
correlato del trabajo enajenado

Y dichas fuerzas inmateriales, en las sociedades de clases, van asumiendo, paulatinamente,


un mayor grado de sofisticación y una apariencia de autonomía con respecto al proceso de
producción, en el propósito de hacer sostenible la fractura, siempre inestable, entre los
medios de producción y la fuerza de trabajo, cual es la base sobre la que se sustenta su
estructura y régimen de exclusión. Una mayor sofisticación y una apariencia de autonomía
puesto que la exclusión es, al mismo tiempo, violencia ejercida, desde los que no trabajan,
desde los que no transforman la naturaleza, pero sí se apropian de la riqueza, vía la
propiedad que ostentan con respecto a los medios de producción, sobre los que, aunque
constructores del mundo, son enajenados del producto de su actividad: entonces, esa
exclusión, esa violencia, debe ser tanto sistematizada como legitimada, con el fin de que no
se torne en autodestructiva con respecto a sus agentes y el sistema, en el cual encuentran su
sentido y su propio beneficio.

Esta violencia, fundacional y protectora de los distintos tipos de las sociedades de clases, se
manifiesta, permanentemente, en las normas jurídicas, las formas de gobierno y las
representaciones espirituales [dominantes] de la realidad, correspondientes a cada época:
ella es la que da sentido al concepto de lucha de clases, pues es ella la que obliga a los
agredidos, a los excluidos, a los explotados, a resistirse de múltiples maneras, e incluso, en
algunas ocasiones, a hacer uso de la violencia, con el ánimo de protegerse de la agresión y/o
plantear nuevas posibilidades de vida, construir una nueva realidad social. Pero dichas
sistematización y legitimación de la violencia no pueden considerarse como externas a las
relaciones sociales, ya que, al hacer referencia a los aspectos y los condicionamientos
globales en que opera el proceso de producción-reproducción de la totalidad orgánica, ellas
mismas son formas constitutivas de tal complejo de relaciones sociales: conforman los
SISTEMAS DE DOMINACIÓN SOCIAL y DE REPRESENTACIÓN [APROPIACIÓN ESPIRITUAL]

80
SOCIAL DE LA REALIDAD, combinándose con, y siendo a su vez definidos por, y definiendo el
SISTEMA DE DIVISIÓN SOCIAL DEL TRABAJO.

simbiosis Estado-mercado:
paz brutal de la sociedad burguesa

De este modo, a partir de la determinada y concreta correspondencia existente entre los


sistemas mencionados, es posible afirmar que la formación social burguesa, la sociedad
burguesa, se revela como el tipo más excelso de las sociedades de clases; por cuanto en ella
llegan a su plenitud, llegan a ser espléndidamente desarrollados, los rasgos definitorios
básicos de estas: la exclusión a que es sometido el Trabajo con respecto al goce de los frutos
de su propia actividad, a través del desgarramiento que se pretende de la unidad esencial del
proceso de trabajo -la fractura de la unidad entre medios de producción y fuerza de trabajo-,
en gracia del establecimiento de la propiedad privada. Y, en esta sociedad burguesa, se llega
hasta tal grado de perfección de la ya mentada exclusión, que la mercancía subordina,
somete, ante su forma, a todos y cada uno de los objetos, adecuados a la satisfacción de
necesidades; es decir que todo lo existente es susceptible de ser vendido y comprado y,
aquello que no sea vendido y comprado no es digno de ser existente: entonces, todo aquello
que existe debe expresarse, más que como algo útil -que satisface necesidades-, en términos
de las proporciones de intercambio que puede representar frente a otros objetos, en términos
de su valor [de mercado].

Se habla aquí de perfección, de exquisitez, en tanto que la exclusión, propia de la formación


social burguesa, se presenta como el más inocente resultado de la interacción de simples
mercancías, mediada por las «fuerzas ciegas» y las «leyes naturales, eternas e inmutables»
del mercado, de la competencia mercantil; en la medida en que esta rechaza aquellas
mercancías carentes de mínimas condiciones de disponibilidad -en cuanto a sus rasgos
cualitativos y cuantitativos-: así pues, la competencia mercantil, el mercado, se asume como
la mejor y más coherente forma de coordinación de la sociedad, dado que el destino de una
mercancía dada -cualquier cosa existente- depende únicamente de sus propios caracteres, de
sus aptitudes para actuar prósperamente en el mercado, de su capacidad para competir.
Entonces, la mercancía fuerza de trabajo debe aceptar, sumisamente, de acuerdo con este
argumento, su destino de explotación asalariada y subordinación con respecto al Capital, su
destino de exclusión con respecto al propio producto de su actividad, ajustándose al dictamen
del mercado, el cual le asigna una ínfima proporción del excedente, proporcionalmente a su
individual capacidad competitiva.

Pero, para que sea factible tal coordinación de la sociedad a través del mercado, es
imprescindible el establecimiento de un bien dispuesto entramado de arreglos y garantías,
para su misma generación y su cotidiano funcionamiento; en el entendido de que la violencia,
propia de la competencia mercantil, representa una fuerza autodestructiva, que tiende,
permanentemente, hacia la ruina, el aniquilamiento, de la formación social burguesa como un
todo: este es el principio que da cuenta de la posición fundamental ocupada por el Estado,
dentro del complejo de relaciones sociales capitalistas, en el sentido en que es este, en el

81
ejercicio de sus facultades peculiares, sui géneris, la única entidad que se halla en capacidad
para plantear y mantener las bases, los límites y los condicionamientos, sobre los que
funciona la coordinación de la sociedad por la vía del mercado. Ello es de esta y no de otra
manera debido al hecho de que, en la intensidad y las exigencias de la dinámica competitiva,
los agentes individuales, involucrados en ella, al serle imposible perder de vista el curso de
sus transacciones mercantiles particulares, les es imposible atender o, llanamente, pierden la
noción de las cuestiones globales, que definen el funcionamiento de su entorno mercantil.

Y, como de lo que se trata en la sociedad burguesa, en el capitalismo, es de la


VALORIZACIÓN y la ACUMULACIÓN DEL CAPITAL, a través del INTERCAMBIO
GENERALIZADO DE MERCANCÍAS, la actuación del Estado se destinará, vital y
recurrentemente, a su persistente producción-reproducción. Por ello, simultáneamente, se
consagrará a la realización de tantas faenas como facetas, como momentos, pueda asumir el
proceso social capitalista: este, como se ha referenciado, se presenta como un ordenamiento
basado en el intercambio mercantil generalizado y, por tanto, debe comprenderse su génesis
permanente. Tales faenas, hablando muy esquemáticamente, giran en torno de:

La creación de un sistema monetario, catalizador mercantil; pues un requisito


indispensable para el intercambio de mercancías, para su continuidad y velocidad exigidas
para una más amplia circulación y valorización del capital, se precisa de un espacio
homogéneo, en el cual la diversidad de los objetos mercantiles sea abstraída, y ellos sean
conmensurables. Luego, el dinero, la moneda, será el único vínculo capaz de unificar a
cualquier comprador con cualquier vendedor, será la más potente fuerza efectivamente capaz
de hacer abstracto todo lo concreto, será el único lenguaje capaz de unificar los momentos
opuestos de la producción inmediata y el consumo. Pero, el dinero, para ser aceptado por
todos los participantes del mercado debe ser puesto -impuesto y respaldado- por un no-
participante, un ente que no busque para sí beneficio en el intercambio en cuestión, sino que
su única preocupación sea la estabilidad de la totalidad de los intercambios en la sociedad:
ese ente es el Estado, del cual, en el transcurso de la historia del Capital, de acuerdo con el
avance de forma-mercancía, surgirá el Banco Central, como su órgano especial y
especializado en la cuestión.

La conceptualización de la mercancía fuerza de trabajo en el seno del sistema


legal; dado que la forma determinada y concreta de explotación de la fuerza de trabajo en la
sociedad capitalista, la forma más excelsa del trabajo enajenado, se remite al trabajo
asalariado. Sin embargo, esta no llega a ser la forma dominante de explotación a no ser que
sean creados los rasgos de un individuo o sujeto abstracto, paradigma de una igualdad de
derechos formales -una igualdad legal- entre sujetos concretos; los cuales, por mediación de
la así llamada «acumulación originaria», son efectivamente desiguales en derechos frente a la
apropiación del excedente y, por tanto, respecto de la satisfacción de sus necesidades. Y,
complementariamente, la fijación de libertades individuales, en cuanto que desarrollos del
concepto negativo de libertad -libertad burguesa-, da lugar a que los excluidos, los
desposeídos, puedan -porque las circunstancias no permiten otra opción- contratar con el
Capital el intercambio de su capacidad de trabajar -único recurso con que cuentan- por

82
dinero, por un salario, único medio por el que logran incluirse en el mercado y, por esa vía,
en la apropiación del excedente: las circunstancias, pues, los obligan a aceptar la
catalogación de su fuerza de trabajo como mercancía, porque la adquisición de objetos
destinados a la satisfacción de necesidades, en el capitalismo, sólo se consigue a través del
mercado, de los intercambios monetario-mercantiles, y estos sólo se efectúan entre
poseedores de mercancías; entonces, lo único que les queda por vender, es su misma
persona. Entonces, la esclavitud asalariada tiene como soporte el conjunto de derechos y
libertades individuales; los cuales ora favorecen el concepto mercantil de la capacidad
humana de trabajar ora son indiferentes respecto de la esta cualidad inherente del
capitalismo, de la subordinación mercantil de la sociedad.

La permanente elaboración de una legislación que abarque lo referente a la


reproducción de la fuerza de trabajo, en cuanto que las normas jurídicas concernientes a
ciertos aspectos propios de la satisfacción de necesidades de la población trabajadora en
general, dan cuenta del grado de desarrollo de la lucha de clases, representado por la
conciencia, organización y formas de lucha del sector de los trabajadores; cuestión que
puede llegar a poner en peligro la misma existencia del modo de producción capitalista, de no
ser atendida oportuna y eficazmente: de este modo, dicha legislación tiende a la canalización
y apaciguamiento de las luchas, el combate a la organización y el adormecimiento de la
conciencia de los trabajadores; en cuanto que se presta a la pretensión de ocultar,
enmascarar, desfigurar, la contradicción antagónica fundamental de la sociedad burguesa
entre el Trabajo y el Capital, a través de la falsificación de las características del sistema, en
la puesta en escena de su comedia reformista, conciliadora e incluyente. Así, a pesar de que
es fruto del avance reivindicativo de los trabajadores, procesada como política estatal
burguesa es pieza clave en la legitimación del orden existente.

La conformación del mercado nacional en el contexto del proceso de


desenvolvimiento del mercado mundial; puesto que el sistema capitalista es un sistema
globalizante, el Estado plantea las condiciones más generales en que se da la lucha
intercapitalista en el ámbito de la competencia internacional, de acuerdo con la relativa
importancia, la vocación y las capacidad de las fracciones del capital que intervienen en un
territorio determinado, sede correspondiente del Estado. Respondiendo a las aspiraciones de
las fracciones del capital con sede en dicho territorio, en el ámbito interno, el Estado
constituye el Estado-Nación como tal, propiciando la generación de un espacio geo-político-
administrativo adecuado para el establecimiento de un espacio monetario-mercantil -mercado
interno-; en el cual se operará una vigorosa circulación del capital y, con ello, será exitosa, de
acuerdo con las respectivas característica internas del capital participante, su valorización y
acumulación. De igual manera, las fracciones internas del capital buscan, a través de esa
constitución del mercado nacional -Estado-Nación-, una cierta posición favorable, como
interlocutores dentro del Moderno Sistema Mundial, dentro del mercado mundial, referente
competitivo máximo, con miras al aprovechamiento de oportunidades y la defensa frente a
amenazas representadas por la dinámica de acumulación a escala mundial.

83
Los constitución de los denominados «bienes públicos» y los «monopolios
naturales»; asociados tanto a las políticas emanadas de la legislación referente a la
reproducción de la fuerza de trabajo, como a los esfuerzos por la conformación del mercado
nacional -Estado-Nación-: ellos están comprendidos por los sistemas públicos de salud y
educación, de servicios públicos domiciliarios, de transporte público masivo, la construcción
de obras de infraestructura física, el régimen judicial, la garantía de la defensa de los
derechos de propiedad, etc. Y, aunque necesaria para el proceso de producción-reproducción
de las relaciones sociales capitalistas, la realización de estas actividades exhibe una bajísima
o nula rentabilidad; razón por la que o bien el Estado es el que se encarga, directamente, de
su gestión y provisión, o bien los capitales individuales intervienen en los segmentos que
pueden ser rentables o bajo condiciones de rentabilidad garantizadas, protegidas y
patrocinadas, decididamente, por el propio Estado.

Por último, pero abarcando cada una de las anteriores, según corresponda, se
encuentra la movilización de contratendencias que contrarresten la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia; en cuanto a la búsqueda de reducción de costos de
producción, a que son obligados los diferentes capitales individuales, compelidos por la feroz
lucha que se desenvuelve en la competencia intercapitalista, por la apropiación de una
porción cada vez más importante del excedente, producto del trabajo enajenado, de la
explotación asalariada.

Así, estando en el centro mismo del complejo de relaciones sociales de producción-


reproducción capitalistas, en su permanente creación-recreación, siendo condicionado por y
condicionando el desarrollo de la lucha de clases, el Estado, la FORMA ESTADO, junto con las
demás FORMAS DEL FETICHISMO DE LA MERCANCÍA, características de los sistemas
burgueses de dominación social y de representación espiritual de la realidad social, constituye
la realidad fetichizada de la sociedad burguesa, la mascarada que propone el Capital al
Trabajo, en el propósito de su perpetuación, la perpetuación de la exclusión, de la violencia
esencial de la sociedad de clases, el Trabajo Enajenado. Y, aunque siendo el aparato estatal
la materialización operacional de esta forma, ella llega a trascenderlo; en la medida en que
todos los cambios acaecidos, a lo largo de la historia del Capital, con respecto a las funciones
que debe cumplir el aparato estatal, su alejamiento o entrometimiento en la actividad
económica y otros ámbitos de la vida social, dichos cambios no transforman ni en un ápice su
diligencia, su presteza, frente a la producción-reproducción del complejo de relaciones
sociales propias del capitalismo. Pues aunque hoy el aparato estatal deba hacer aquello y
mañana esto otro, siempre, mientras sea Estado burgués, acompañado por el derecho
burgués y la mentalidad burguesa, en sus diferentes manifestaciones, estará vinculado a la
dominación-explotación-subordinación del Trabajo, por parte de aquellos agentes de la
propiedad privada.

84
DE LA ACUMULACIÓN INTENSIVA
A LA [DES]ACUMULACIÓN FLEXIBLE
las postrimeras aventuras del Capital:
acto final de la tragicomedia del Estado

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo.


Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad,
toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto, tan potentes medios de
producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales
que ha desencadenado con sus conjuros.
[...] Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo
se vuelven ahora contra la propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte;
ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
Karl Marx - Friedrich Engels
Manifiesto del Partido Comunista

El capitalismo es un sistema antagónico, en la medida en que, a partir de su lógica de


acumulación del capital, la unidad esencial -conditio sine qua non de su viabilidad histórica-
entre los momentos de la producción y del consumo no está garantizada; dado que el móvil
que orienta la acción de los distintos agentes que participan en el mercado no es el de la
satisfacción de las necesidades del cuerpo social como un todo, sino, más bien, la obtención
de un margen de ganancia cada vez más amplio –MAXIMIZACIÓN DE LA GANANCIA-:
cuestión en torno de la cual se pone en acto la competencia a muerte entre las distintas
fracciones del capital. Así, al sobrevenir una total incertidumbre sobre la plena
correspondencia entre los momentos de la producción y la venta de las mercancías -
correspondencia que garantizaría, cuando menos, la visualización de una cierta perspectiva
de obtención de ganancia y, en esa vía, de su maximización-, tal sistema, la formación social
burguesa, se caracteriza por una TENDENCIA INHERENTE HACIA LA CRISIS, hacia la
inestabilidad, generada por la fractura impuesta, permanentemente, sobre el proceso de
producción-reproducción, por parte del Capital, en su inquebrantable y vital propósito de
subordinación del Trabajo; fractura que está comprendida por la ya enunciada engañosa
dislocación entre los medios de producción y la fuerza de trabajo, llevada a su máxima
expresión en el seno de la sociedad capitalista, cúspide y ocaso de las sociedades de clases.

Por lo tanto, con miras a la superación de dicha tendencia inherente hacia su crisis, la
dinámica capitalista presenta una serie de arreglos, mediante los cuales hace posible la
acumulación del capital y, con ello, la producción-reproducción del complejo de relaciones
sociales que le es propio; arreglos que aspiran a sobrellevar, cuando no a superar, las
contradicciones congénitas de dicho modo de producción: la convergencia de todos aquellos
aspectos, presentes en las diversas tentativas de superación de la crisis de la formación social
burguesa –tentativas de reestructuración capitalista-, configura un determinado MODELO DE
CRECIMIENTO, que no es más sino la manifestación concreta del complejo de relaciones
sociales características del modo de producción capitalista, en determinado espacio-tiempo
concreto.

85
Así, durante el siglo XX, frente a dos grandes crisis de las relaciones sociales burguesas, el
sistema se ha empeñado en su propia reforma, su reestructuración, con el objetivo de
permanecer en el espacio-tiempo: justamente en los momentos en que amplias masas de la
población, a nivel global, convergen en la percepción de la sociedad capitalista como un
sistema insoportable, como un sistema altamente peligroso para la humanidad en su
conjunto; cuando se hacen evidentes múltiples y muy fuertes formas de organización de
importantes sectores de la población, formas de organización de las fuerzas vivas del
Trabajo, las cuales posibilitan la expresión de su sufrimiento, su inconformidad y sus
expectativas de transformación social; en esos momentos, las fuerzas del Capital se ven
obligadas a comprometerse o a aniquilar a los inconformes. Esa es la dinámica del siglo XX:
el establecimiento del compromiso de mediados de la centuria, el COMPROMISO FORDISTA-
KEYNESIANO, que se expresa en los términos de la ACUMULACIÓN INTENSIVA; cuya crisis es
la antesala de la actual ANIQUILACIÓN MONETARISTA-NEOLIBERAL, la ANIQUILACIÓN
TÍPICA DE LA DESACUMULACIÓN FLEXIBLE.

el paradigma tecnológico fordista:


piedra angular del régimen de acumulación intensiva

En la médula del régimen de acumulación intensiva -cuyo período de desenvolvimiento es la


segunda postguerra, aquél que se conoce como «los treinta gloriosos» del capitalismo- se
encuentra, por un lado, la implementación del TAYLORISMO; consistente en la
estandarización cada vez más rigurosa de las prácticas operativas al interior del proceso de
trabajo, así como en la creciente separación entre la concepción y diseño del proceso
productivo y la ejecución del mismo, materializada en la separación del departamento de
organización y métodos con respecto al taller, dentro de las unidades productivas,
características del momento: las FÁBRICAS. Lo que se tiene es, en términos generales, la
propuesta taylorista en cuanto a la manera de hacer más productiva la labor llevada a cabo
en una empresa; a partir de la incorporación aun más intensa de los principios científicos a la
gestión empresarial, en la vía de posibilitar la realización de procesos productivos con
menores costos y, por tanto, mayores beneficios. Entonces, al interior de la fábrica se opera
una división y, con ello, una especialización cada vez más extrema del trabajo, orientada
hacia la segregación, en tareas más simples, del conjunto de la producción, reduciendo o
eliminando movimientos que entorpecen el trabajo. Por otro lado, y complementando dicha
estandarización de tareas, se tiene la BANDA SEMIAUTOMÁTICA DE MONTAJE; la cual
coadyuva en la supresión de los «tiempos muertos», dentro del proceso productivo, a través
de la paulatina eliminación de las discontinuidades que se presentan entre las diferentes
tareas, componentes del proceso.

Se tiene, así, un importante INCREMENTO DE LA PRODUCTIVIDAD en el conjunto de las


empresas, que se acogen crecientemente a la implementación de dicho paradigma
tecnológico; incremento asociado a un aumento de la plusvalía relativa, entendida esta como
la disminución del valor unitario de las mercancías producidas -vía mejoras en las técnicas de
producción-, en particular de aquellas que se destinan al consumo reproductivo de la fuerza
de trabajo -aquellas que integran el consumo sustentado en la masa salarial: entonces, lo

86
que caracteriza dicho paradigma es la PRODUCCIÓN MASIVA; dado que a partir de una
estructura de costos estable, es posible elaborar una importante cantidad de mercancías, sin
que los costos unitarios aumenten, mediante la incorporación intensiva del inusitado avance
de las fuerzas productivas, del PROGRESO TÉCNICO.

conjunción «virtuosa» entre


el modo de regulación del «bienestar»
y el régimen de acumulación intensiva

A partir de dichos aumentos de productividad, permitidos por dicho paradigma tecnológico


fordista, es posible el establecimiento del conjunto de políticas auspiciadas desde el ESTADO
DE BIENESTAR; el cual garantiza convenios colectivos entre los trabajadores y las empresas,
así como formula políticas de salario mínimo, entre otras, comprendidas como aquellas
orientadas a propiciar condiciones favorables para la reproducción, adecuada al fordismo, de
la fuerza de trabajo como conjunto. Este fenómeno respalda, a su vez, la incorporación de
una parte importante de la población, en calidad de trabajadores asalariados -SALARIZACIÓN
DE LA SOCIEDAD-, hacia aquellos sectores de producción fordista, así como el aumento del
poder adquisitivo de tal masa de la población, desembocando en la generación de una
NORMA SOCIAL DE CONSUMO MASIVO y ensanchando, de esta manera, la DEMANDA
AGREGADA. Y esta norma social de consumo masivo se sustenta, asimismo, en el manejo
keynesiano de regulación del crédito; el cual patrocina, de manera muy intensa, el acceso
permanente, de la población asalariada, a los bienes de consumo durable.

Lo que resulta globalmente es, entonces, la complementación entre la producción masiva,


surgida del paradigma tecnológico fordista, y el consumo masivo; complementación
garantizada por dicho Estado de Bienestar, que se apoya en políticas, de redistribución de los
ingresos, de corte keynesiano: expresión de esta compatibilidad es el aumento de las ventas
de las mercancías producidas por esas empresas; lo que redunda en incrementos sostenidos
en los beneficios obtenidos por el ejercicio de su respectiva actividad. Esto último, permite la
renovación de las inversiones; es decir, la ampliación de las plantas existentes, la creación de
nuevas instalaciones, la incorporación de un contingente cada vez más numeroso de
trabajadores asalariados, la extensión del paradigma tecnológico fordista hacia otros
sectores, anteriormente no vinculados con el avance técnico, etc., describiendo, así, un
«círculo virtuoso», en donde la ligazón entre los distintos aspectos de este modelo de
crecimiento capitalista da cuenta de un fortalecimiento, sin precedentes, de su estructura
económica, de su aparato productivo: tal es, la fortaleza y la debilidad del compromiso
fordista-keynesiano.

Este Estado de Bienestar, a su vez, tiene como objetivo y marco de acción al MERCADO
INTERNO -el mismo ESPACIO NACIONAL-, y su función se halla referida a la promoción del
crecimiento y el fortalecimiento de dicho mercado interno; cuestión fundamentalísima, con
respecto a la absorción mercantil de la producción -mediante el ensanchamiento requerido de
la demanda agregada-, y la movilización sistemática de aquellas contratendencias que
contrarrestan la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Ese mismo mercado interno,

87
tal espacio nacional, es, también, el marco principal en que se pone en escena la
competencia intercapitalista, en esta etapa de la historia: COMPETENCIA
CARACTERÍSTICAMENTE MONOPOLISTA; en la medida en que las condiciones generales de
valorización y acumulación -fijadas por la acción estatal- son más convenientemente
aprovechadas por las grandes empresas -los grandes conglomerados empresariales-, en las
cuales, a partir de la previa concentración de recursos financieros y de tecnología, se llega a
una profundización de la tendencia, inherente de este modo de producción, hacia la creciente
CONCENTRACIÓN Y CENTRALIZACIÓN DEL CAPITAL.

el régimen de acumulación intensiva


en el contexto del mercado mundial

Constiyéndose desde 1492, el MODERNO SISTEMA MUNDIAL sigue siendo caracterizado, en


esta etapa de los «treinta gloriosos», como un determinado SISTEMA DE DIVISIÓN
INTERNACIONAL DEL TRABAJO; en el cual se identifica un concreto SISTEMA DE CENTRO-
PERIFERIA, en donde los países y/o áreas componentes del centro del capitalismo llevan a
cabo la producción de las mercancías industriales, con un mayor nivel de elaboración –valga
decir, con un mayor componente de valor agregado-, mientras que los países y/o áreas
componentes de la periferia o periferias del capitalismo ofrecen en el mercado mundial
aquellas mercancías, bien primarias, bien manufacturadas, pero de escaso nivel relativo de
elaboración. Así pues, aun dentro del régimen de acumulación intensiva, se mantiene esa
polaridad en el mercado mundial, característica de etapas precedentes del modo de
producción capitalista: se evidencia, de este modo, esa continuidad en la historia de la
sociedad burguesa, en la historia del mercado mundial; aquella continuidad que da cuenta de
la NATURALEZA CENTRÍPETA del capitalismo, como sistema universal, en la medida en que
los frutos del progreso técnico tienden a concentrarse alrededor de los países y/o áreas
centrales.

CONCENTRACIÓN DE LOS FRUTOS DEL PROGRESO TÉCNICO, que se da a partir de la misma


ESTRUCTURA ASIMÉTRICA, característica del mercado: es decir, a partir de la separación
entre los medios de producción y la fuerza de trabajo, por la vía de la propiedad privada,
serán aquellos agentes, representantes del Capital, los que se apropiarán del excedente, de la
riqueza, del producto del Trabajo. Ahora bien, al interior de la competencia intercapitalista,
aquellas fracciones del capital que sean capaces de obtener un mayor nivel de productividad -
de extraer una mayor cuota de plusvalía, a través de un mayor grado de explotación del
Trabajo-, serán los que se apropien de una mayor porción del excedente de la sociedad;
puesto que, al converger sus distintas tasas de ganancia hacia la tasa de ganancia media,
aquellos capitales más «productivos» tendrán una mayor capacidad de compra con respecto
a los menos «productivos»: de la misma manera, a nivel internacional, dada la divergencia
entre las técnicas y los métodos de producción empleados en el centro y los empleados en la
periferia, la situación resultante es la de un mayor poder de compra de los productos
elaborados en el centro; situación conducente al mantenimiento del rezago de la estructura
productiva de la periferia, el cual alimentará la DEPENDENCIA ESTRUCTURAL del

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CAPITALISMO PERIFÉRICO. Esta es, ni más ni menos, la raíz del fenómeno del DESARROLLO
DEL SUBDESARROLLO.

Así pues, se tiene, en esta época, una dominancia o hegemonía de los sectores fordistas con
respecto a aquellos tradicionales, prefordistas o no-fordistas, en el seno de los distintos
mercados internos del globo; aunque con un acento más marcado en los países del
capitalismo periférico, describiendo la tendencia del DESARROLLO DESIGUAL del capitalismo:
tal tendencia del capitalismo, es manifestación y a la vez principio de la peculiar
HETEROGENEIDAD ESTRUCTURAL de los sistemas productivos periféricos; la cual alude a
una desequilibrada y desequilibrante convivencia entre un minoritario y aislado aparato
productivo «moderno», o de alta productividad, y uno «tradicional», o de baja productividad,
en el seno de un Estado nacional periférico. Convivencia que da cuenta, a su vez, de la
estrechez del mercado interno de los países periféricos en cuestión; dado que los sectores
más dinámicos, que tienen la aptitud de incorporar, con mayor ímpetu, la población al trabajo
asalariado, se hallan aislados y, por consiguiente, no se extiende la capacidad de compra a
importantes sectores de la población de la periferia.

En ese contexto es que los países periféricos, en general, llevan a cabo un destacado
esfuerzo hacia la INDUSTRIALIZACIÓN, con el propósito de abandonar el lugar asignado y
asumido históricamente, como países subordinados, dentro del mercado mundial: este
esfuerzo se materializa, principalmente, en la adopción e implementación de distintas políticas
de SUSTITUCIÓN DE IMPORTACIONES, destinadas a generar una base productiva interna,
capaz de constituir, abastecer, constituirse y abastecerse de su respectivo mercado interno,
con productos de elaboración nacional; para, con ello, poder superar su situación de
dependencia estructural y alcanzar plena autonomía, en el concierto de las naciones, en
cuanto a su libre autodeterminación. Sin embargo, en virtud de la simbiosis dada entre el
comportamiento, en particular, de las empresas transnacionales con filiales radicadas allí, y la
estructura periférica de acceso a la riqueza -más concentrada que en el centro-, que permite
e incita a la imitación de las normas centrales de consumo, por parte de los sectores
dominantes-acaudalados -SOCIEDAD PRIVILEGIADA DE CONSUMO-, a expensas de la
marginalidad de grandes masas de la población, así como desperdiciando el potencial
acumulativo de tales países; en virtud de esa simbiosis, se generan y refuerzan condiciones,
en el transcurso de la Industrialización Sustitutiva, para su gradual, pero muy firme, bloqueo,
estrangulamiento y declive.

Y semejante panorama se halla arbitrado por el conjunto institucional de Bretton Woods; el


cual tiene como objetivos, legitimar, consolidar y estabilizar el estado de cosas imperante en
el mercado mundial: es decir, mediante la búsqueda y el mantenimiento de la estabilidad de
los intercambios internacionales de mercancías, dentro del sistema de división internacional
del trabajo establecido, garantizar la misma existencia del capitalismo como sistema
universal. Así, la base sobre la que se sostiene el SISTEMA BRETTON WOODS es el
reconocimiento de la hegemonía y consecuente liderazgo de los Estados Unidos de América
con respecto al mundo capitalista; aceptando y, con ello, congelando el equilibrio de la
postguerra entre estos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como alternativa

89
sistémica. Es este sistema, fundado en 1944, y compuesto por el Fondo Monetario
Internacional -FMI-, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento -BIRF, más tarde
Banco Mundial- y el posterior -1948- Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio -GATT-, el
que facilita la reconstrucción -en Europa y en Japón- y la reactivación del comercio
internacional de postguerra, así como es el que hace viable la paulatina integración-
cooptación-funcionalización de las aspiraciones y los ensayos industrializantes de la periferia.
Por su parte, es el SISTEMA DE PARIDAD FIJA DÓLAR-ORO, esa forma tardíamente
transicional entre la moneda divisa-clave orgánica [dinero-mercancía internacional] y la divisa
inorgánica [dinero-símbolo internacional], su piedra angular.

crisis del capitalismo como crisis total

En medio de semejante panorama tan «armónico», sostenido por una serie de equilibrios
sociales sin precedentes en la historia del Capital; y después de un «prolongado» período de
expansión de la satisfacción de necesidades -en general-, vuelve a hacerse evidente la
naturaleza antagónica del proceso de producción-reproducción de las relaciones sociales
capitalistas, y la violencia en ellas contenida: de ese modo, se da inicio, hacia finales de la
década de 1960 e inicios de la década de 1970, a la actual dinámica de crisis-reestructuración
de la sociedad burguesa; dinámica que no ha sido superada hasta nuestros días. Así, sobre
las múltiples facetas que comporta el ordenamiento propio de la acumulación intensiva, se
desnudan sus contradicciones; contradicciones que dan cuenta de su inestabilidad: este es el
origen de la caída o, más bien, crisis de rentabilidad, conocida por el modo de producción
capitalista, durante el último cuarto del siglo XX.

Por un lado, entonces, se encuentran distintos desequilibrios en la cadena de producción; en


la medida en que los movimientos, las velocidades y los ritmos de las diferentes tareas y
procedimientos, en los cuales se descompone el proceso de trabajo, son bien distintos, dado
que se trata de cadenas de producción aun no totalmente automáticas. Esto ocasiona un
creciente DESPERDICIO DE INSUMOS dentro del proceso productivo, la aparición de cada vez
más NUMEROSAS IMPERFECCIONES en los productos elaborados, etc. Por otro lado, hacen
arribo, de manera importante, los desequilibrios fisiológicos y psicológicos de los
trabajadores; asociados a las cadencias repetitivas y las operaciones excesivamente rutinarias
al interior del proceso de trabajo. Esto es causa del fenómeno del ABSENTISMO, por parte de
los trabajadores, respecto de sus correspondientes puestos en la cadena de montaje,
mayores costos para las empresas, por concepto de los gastos de seguridad social, etc.

La unidad de ambos aspectos, relacionados con la naturaleza misma del paradigma


tecnológico fordista, desemboca en una impresionante caída del ritmo de la productividad: la
cadena semiautomática de montaje, entonces, revela sus inconsistencias, sus dificultades; y,
así como en un momento determinado de la historia del Capital, se constituye como el motor
de incrementos acentuados del ritmo de la productividad, en este otro momento contribuye a
la obstaculización y el estancamiento de su crecimiento.

90
Asimismo y teniendo en cuenta la intensidad del crecimiento económico de los «treinta
gloriosos», auspiciado por el crecimiento de la demanda agregada y, con ello, del mercado
interno, se presenta, en esta nueva etapa, un debilitamiento de tal tendencia; dando cuenta
de una cierta SATURACIÓN DE LOS MERCADOS NACIONALES, en lo que hace referencia a
aquellas mercancías componentes del consumo final, en particular: es decir, se tiende hacia
el estrechamiento del mercado interno, propiciando una importante reducción, en términos
proporcionales, de las ventas de las empresas. A la vez, el CRECIMIENTO DE LA RELACIÓN
GLOBAL CAPITAL-PRODUCTO coadyuva en el detrimento del margen de beneficios de las
empresas, no compensando el gigantesco volumen de las inversiones, necesarias para la
reposición de la maquinaria y demás equipos empleados en el funcionamiento de dicho
paradigma tecnológico fordista.

la actual reestructuración de
las relaciones sociales capitalistas

La respuesta, ante semejante contexto de crisis, llevada a cabo por las empresas, en los
países centrales del capitalismo, tiene como punto de partida la llamada
«internacionalización» de sus actividades y, junto con ellas, de sus economías; caracterizada
por la dinámica de DESLOCALIZACIÓN-RELOCALIZACIÓN de sus respectivos procesos
productivos, en la búsqueda de un mejor aprovechamiento de las diferentes opciones
existentes, entre distintas regiones, con respecto al aprovisionamiento de recursos –
naturales, en particular- y mano de obra, así como por la inclinación hacia la
SUBCONTRATACIÓN de aquellas operaciones que, aunque vinculadas con el proceso de
trabajo, no hacen parte de lo que se considera como su actividad principal o fundamental: la
punta de lanza de esta estrategia de reestructuración capitalista son las EMPRESAS
TRANSNACIONALES.

Junto con esta respuesta, se plantea la implementación de políticas de expansión de la


demanda agregada; a partir del aumento acelerado del gasto público, financiado con
cuantiosas emisiones monetarias. Esta última, en la medida en que no logra identificar la
naturaleza concreta de la crisis por la que se atraviesa, obviando el hecho de que no se trata
de una crisis como la de la década de 1930, y quedando encerrada en un diagnóstico
desfasado de sus caracteres definitorios, concluye con la aparición del fenómeno de la
ESTANFLACIÓN –alto desempleo con alta inflación. De este modo, la derrota que inflige la
realidad a esa respuesta keynesiana, de salida de la crisis, abre las puertas al entronamiento
de la «alternativa» monetarista, asociada al discurso de la «austeridad» fiscal, y de
liberalización del mercado.

paradigma tecnológico postfordista

Aunado a lo anterior, se lleva a cabo una reestructuración al interior del proceso inmediato de
producción, a partir de la incorporación, al interior de los procesos de trabajo, de una
combinación entre la AUTOMATIZACIÓN -control automático del proceso productivo- y la
FLEXIBILIZACIÓN -recomposición de tareas-: el resultante paradigma tecnológico, entonces,

91
se sustenta en el principio de retroactividad sobre las máquinas-herramienta, a través de un
uso creciente de las nuevas TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN, logradas sobre los
alcances de la microelectrónica. Semejante configuración posibilita un control más abstracto,
a la vez que más estricto, desde el Capital sobre el proceso de trabajo; a través de la
concesión de una cierta autonomía -aparente- a los trabajadores, en el ejercicio de sus
labores -constitución de GRUPOS DE TRABAJO SEMIAUTÓNOMOS-, la cual se halla sujeta al
seguimiento y la supervisión en el cumplimiento de metas impuestas, de nuevo desde los
fortalecidos departamentos de organización y métodos de las distintas empresas. Esta
combinación, en lo que respecta, principalmente, a la rotación de los puestos, conduce a una
descualificación más extrema de la fuerza de trabajo, participante de los procesos manuales,
a la vez que un ahorro en su empleo por parte de las empresas.

Así, la implementación de las tecnologías de la información, al interior del proceso de trabajo,


permite vislumbrar una salida a la crisis del capitalismo, en cuanto que genera la posibilidad
de movilizar contratendencias referidas a la baja tendencial de la tasa de ganancia, vía la
disminución de costos a nivel general; representado en, por un lado, la DISMINUCIÓN DE
LOS COSTOS SALARIALES, debido a la recomposición de sus plantas de personal, orientada
hacia una menor y más selecta utilización de mano de obra y, por otro, una importante
DISMINUCIÓN DE LOS COSTOS DEL CAPITAL CONSTANTE, en la medida en que los procesos
se realizan con un cada vez menor margen de desperdicio de los insumos involucrados en el
proceso, propiciado, a su vez, por equipos tecnológicos que resultan menos costosos en su
empleo.

empresa-red y derivados financieros:


protagonistas de la desacumulación flexible

A partir de este paradigma tecnológico es que la reestructuración encuentra su impulso


fundamental, facilitando la reducción de los costos de la producción; mediante la puesta en
práctica de la llamada RECONVERSIÓN EMPRESARIAL: expresión esta de un «novedoso»
dimensionamiento de la empresa con respecto a sus funciones, en el sentido de encauzarla
hacia el ejercicio de su «función principal»; es decir, en la búsqueda del recorte de los costos
de producción, y echando mano de dicho nuevo paradigma, se constituye un sistema de
descentralización de los procesos productivos, mediante la ya mencionada subcontratación -
con pequeñas y medianas empresas- de aquellas tareas periféricas con respecto al producto
principal. De tal modo, se configura una RED EMPRESARIAL, en torno a las grandes
empresas, las cuales, a su vez, reducen efectivos y adecuan sus plantas a la capacidad multi-
producto -productos diferenciados a partir de una mismo equipo de trabajo-, ofrecida por el
esquema tecnológico, cada vez más flexible.

Ahora bien, la situación sobre la que se alzaba, hasta ese entonces, el sistema Bretton
Woods, referida a la posición hegemónica de los Estados Unidos y la fortaleza de su
economía interna y, por tanto, de su moneda -el dólar-, poco a poco ha ido desvaneciéndose,
a través tanto de la época de «prosperidad» como la de crisis: la reconstrucción de
postguerra ha sido exitosa, hasta tal punto que Europa y Japón se muestran, gradualmente,

92
como economías crecientemente sólidas; cuyos aparatos productivos llegan a ser tanto o más
vigorosos que el de los Estados Unidos. Entonces, la piedra angular de dicho sistema, la
paridad fija dólar-oro, se torna en insostenible; dados los cada vez más importantes déficit
estadounidenses -tanto el déficit comercial como fiscal-, resultantes de la combinación entre
la crisis del fordismo y la tentativa keynesiana de expansión de la demanda agregada: se
inicia la época de los tipos de cambio flexibles -y, por tanto, volátiles.

Sobre esta base, la ruptura de las paridades fijas -pero no del sistema Bretton Woods-, se
estructuran los mercados más «novedosos» del fin del siglo XX: los mercados de DERIVADOS
FINANCIEROS; puesto que la flotación de las divisas -las unas respecto de las otras- hace
muy atractivas las transacciones en las que estén involucradas -dado su elevado nivel de
liquidez relativa-, mientras que los más ágiles medios de procesamiento y comunicación de
datos permitirán una amalgama bien interesante de las más disímiles mercancías, su
disgregación y recomposición. Dichos derivados financieros, al ser las mercancías más
intangibles -a la vez que las más puras mercancías- que el cerebro humano actualmente
pueda imaginarse, ofrecen la posibilidad de realizar una serie de transacciones, tan
gigantesca como inimaginable: fecundan, así, las condiciones para el despliegue, hasta sus
últimas consecuencias, de la ESPECULACIÓN -y no solamente como facultad del intelecto.
Paulatinamente se integrarán, al mercado de derivados, los fondos de pensiones y la deuda
pública.

Esto, junto con la inyección, al sistema financiero internacional, de los llamados petrodólares,
constituye el factor desencadenante del fenómeno de la EXPLOSIÓN DE LIQUIDEZ, vivido por
el capitalismo durante la segunda mitad de la década de 1970; el cual contribuye, muy
fuertemente, con el proceso de SOBREENDEUDAMIENTO de las economías periféricas. De
este modo, a la par que en esas economías se aplaza la crisis o agotamiento latente de la
industrialización por sustitución de importaciones, es promovido -por parte del mismo sistema
financiero internacional- el endeudamiento no destinado a la industrialización, que se destina
a la refinanciación de la deuda: con ello se genera una ESTRUCTURA INESTABLE DE
ENDEUDAMIENTO; en la medida en que al ser más presuroso el crecimiento de la deuda que
el de la capacidad productiva de una cierta economía, esta será incapaz de realizar los pagos
correspondientes ante las obligaciones adquiridas. Sobretodo, si se llega a presentar el caso
de una subida de las tasas de interés; lo cual encarecería el crédito -aun si fuera a un mismo
nivel de endeudamiento.

El redimensionamiento de las empresas líderes del sistema permite alcanzar una diferencia
positiva entre ingresos y gastos; la cual libera recursos que, en lugar de destinarse a un
ensanchamiento de las más diversas capacidades productivas de la sociedad en su conjunto,
vía eslabonamientos entre los distintos sectores de la producción, más bien se destinan al
pago de intereses de las deudas contraídas con el sector financiero. Aquí, entonces, es
preciso tener en cuenta la enunciada implementación de políticas monetaristas, destinadas a
la superación de la espiral inflacionaria, generada por la crisis del régimen anterior: sus
efectos son, ni más ni menos, la subida importante de las tasas de interés; lo cual desemboca
en un enorme crecimiento del peso de la deuda sobre las empresas. No obstante ser

93
generalizada esta situación en la totalidad del conjunto empresarial, las empresas más
afectadas son aquellas que participan del mercado en posiciones menos privilegiadas, es
decir, las medianas y pequeñas; mientras que las grandes empresas, siendo componentes de
los gigantescos conglomerados financieros transnacionales, aunque también llevan a cabo
importantes procesos de reconversión, se mantienen en sus posiciones dominantes de
mercado, subordinando, aun más, la vasta red de pequeñas y medianas empresas que giran
en su entorno.

nuevamente la tan ansiada estabilidad:


la misma violencia que ejerce el Capital sobre los pueblos

En últimas, semejante movimiento empresarial hacia su reconversión, se halla gobernado por


la lógica impuesta por el capital financiero; con el objetivo de la liberación de recursos
líquidos, para así hacer posible el honrar sus respectivas deudas y, con ello, garantizar la
rentabilidad de dicho capital financiero: se está en presencia de una CRECIENTE HEGEMONÍA
DE LOS INTERESES Y DE LA LÓGICA ESPECULATIVA-RENTISTA DE LOS ACREEDORES -
aquellos que encarnan el capital financiero- con respecto a las múltiples dinámicas e intereses
de la sociedad en general; se está, entonces, en presencia del fenómeno de la
FINANCIARIZACIÓN.

De la misma manera, la reestructuración capitalista contemporánea, remite,


irrevocablemente, a la reforma del Estado; dado el impacto causado por la crisis, en cuanto al
deterioro de su capacidad de canalizar recursos, y su consiguiente impedimento de ejercer el
conjunto de sus funciones características como Estado de Bienestar, este recurre al
endeudamiento, con cada vez mayor preponderancia. Así, en medio del contexto esbozado, el
Estado inicia también, su proceso de reforma-reconversión, del mismo modo que el conjunto
empresarial: el Estado -concebido como una empresa más- debe encargarse de su «función
principal» -seguridad, justicia y estabilidad monetaria- y, por un lado, subcontratar con otras
empresas aquellas funciones periféricas, que representan más gastos que ingresos, y, por
otro, entregar en manos de la iniciativa privada y/o la ciudadanía la responsabilidad de su
propios espacios reproductivos. Mientras tanto, afanosa y diligentemente, se plantean una
quimera; pues en últimas, en eso consiste su quehacer: garantizar un ambiente de
estabilidad, el cual sea atractivo para el Capital, cuya naturaleza es la inestabilidad.

En la escena contemporánea, este quehacer es notificada sin ningún escrúpulo por el


CONSENSO DE WASHINGTON; el cual proclama, fervorosamente, la infalibilidad de los
«mercados autorregulados», a la vez que reniega de toda acción universalizante del Estado
sobre la cuestión social. Entonces, el Estado contemporáneo, aun cuando asume,
formalmente, las funciones legadas por su predecesor; a través de la descentralización, la
participación -guiadas autoritariamente- y la focalización, junto con la privatización, en efecto,
se desentiende de los compromisos que caracterizaron su quehacer en la fase anterior del
capitalismo.

94
Ahora bien, teniendo en cuenta semejante contexto, es posible observar cómo, en esta
intentona neoliberal de reestructuración capitalista, no se llega a la generación de un
ambiente de estabilidad generalizada; estabilidad que permita la valorización y acumulación
«pacífica» del Capital. Más bien, lo que se tiene es un ambiente de inestabilidad total,
absolutamente revuelto, resultado de y orientado por dicha lógica especulativa-rentista,
propia del capital financiero -hoy dominante-; lógica característica del capitalismo, en el pleno
sentido de lo que implica su concepto, tal cual como hoy se presenta ante la humanidad: más
que nunca, descarnado y descarado.

EL MARCO PARA LA VENIDERA


EMANCIPACIÓN DEL TRABAJO:
hacia un nuevo entendimiento del desarrollo

... así también el espíritu que se forma va madurando lenta y silenciosamente hacia la nueva figura,
va desprendiéndose de una partícula tras otra de la estructura de su mundo anterior
y los estremecimientos de este mundo se anuncian solamente por medio de síntomas aislados;
la frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago presentimiento de lo desconocido
son los signos premonitorios de que algo otro se avecina.
Estos paulatinos desprendimientos, que no alteran la fisonomía del todo,
se ven bruscamente interrumpidos por la aurora
que de pronto ilumina como un rayo la imagen del mundo nuevo.
Georg Friedrich Wilhelm Hegel
Fenomenología del Espíritu. Prólogo

Sin duda, más que nunca, descarnada y descarada es la presentación contemporánea del
capitalismo; puesto que en el actual proceso de crisis-reestructuración, del complejo de
relaciones sociales propias de la sociedad burguesa, se desenmascaran sus caracteres más
excelsos, los rasgos que más fuertemente hacen parte de su misma naturaleza y, a su vez,
de la naturaleza de las sociedades de clases. Sin embargo, la actual arremetida del Capital,
en contra de la sociedad, en contra del Trabajo, se sustenta en su propia debilidad; en la
medida en que, en su empeño de subordinación de las fuerzas vivas del Trabajo, da a luz
aquellas condiciones que, progresiva y potentemente, exigen su definitiva supresión. Se
asiste, así, a la plenitud de los tiempos, se asiste a un momento sin precedentes en la
Historia Universal, en el cual la Humanidad entera se halla en una encrucijada planetaria, un
espacio-tiempo transformativo; del cual, dependiendo cabalmente del desenvolvimiento de la
lucha de clases, el derrumbe del capitalismo significará el surgimiento de un ORDEN SOCIAL
RACIONAL o, más bien, será la CATÁSTROFE MERCANTIL de la sociedad.

la permanente actualidad capitalista


de la acumulación originaria

El capitalismo desde sus mismos comienzos despliega una dimensión universal, el capitalismo
es un modo de producción con una vocación eminentemente global: entonces, la llamada
«globalización» no puede considerarse de un origen tan reciente, como un fenómeno
novedoso. Y no puede considerarse de esa manera, en la medida en que semejante proceso

95
de «mundialización» se inicia conjuntamente con el capitalismo, desde la misma época del
Descubrimiento de América: por ello, más bien, lo que se presencia en la actualidad es el fin
del encadenamiento de diversas o sucesivas etapas en la expansión del capitalismo como
modo de producción determinado históricamente. Así, en la medida en que se estructura y
reestructura, a partir del Descubrimiento, el Capital -y su Moderno Sistema Mundial-, aunque
exhibe una serie importante de modificaciones, las cuales dan cuenta de su
desenvolvimiento; a lo que llega, al final de sus Aventuras, es a la reafirmación más
contundente de sus rasgos estructurales más crudos. Por lo tanto, no puede concebirse que,
durante el devenir histórico del dominio del Capital, de la formación social burguesa, hubiera
habido transformaciones sociales decisivas.

De tal manera, es preciso advertir, en el desenvolvimiento -de larga duración- de este


proceso, el núcleo histórico constituido por las circunstancias formidables que catapultan este
modo de producción de carácter planetario, así como las dinámicas de transición-maduración
a las cuales están asociadas. Ellas dan forma a sus caracteres esenciales, siendo a su vez
producto de las contradicciones que le dan nacimiento, y reproduciéndose, con toda su
contradictoria naturaleza, durante la historia del Capital: por un lado, se tiene aquella
circunstancia en que se sientan las bases mismas de expansión, hegemonía y búsqueda de
exclusividad de la lógica de acumulación capitalista –las bases para la configuración del
mercado mundial-, cual es aquel ENCUENTRO DE LOS MUNDOS del siglo XV [el
Descubrimiento] y, por otro, se tiene aquella en que se sustentará la constitución del
capitalismo como efectivo sistema hegemónico de organización social, representada en la
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL -de fines del siglo XVIII.

Siendo de ese modo, la significación trascendental de la Revolución Industrial se halla en que


marca el nacimiento de una nueva era en la historia de la humanidad; en la medida en que
libera un inmenso potencial creativo, sentando los cimientos, generando las condiciones para
la EMANCIPACIÓN DEL TRABAJO, mediante la perspectiva de una mayor participación de la
maquinaria y, por consiguiente, una menor incorporación de esfuerzo y sufrimiento humano,
dentro de los más diversos procesos de producción: esta circunstancia histórica, sin embargo,
se verá coronada, a finales del siglo XIX y principios del XX, además de por una cada vez más
intensa explotación-dominación del Trabajo y un mayor potencial de devastación, también,
con el arribo del CAPITALISMO MONOPOLISTA, plataforma sobre la que se sustenta la
dinámica del IMPERIALISMO –actual fase y última del capitalismo. En la misma vía, y en la
medida en que de lo que se trata es de una creciente descualificación de la fuerza de trabajo,
vinculada a procesos de producción cada vez más ajenos respecto de ella -y, por ello, una
creciente precarización de su apropiación del excedente social-; principalmente los ecos de
dicha Revolución Industrial, han contribuido con la profundización de las tendencias
autoritarias, inherentes a la producción-reproducción de las relaciones sociales burguesas; es
decir, han contribuido con la subordinación del Trabajo con respecto al Capital; en cuanto
que pieza clave de la captura del trabajo vivo, y robustecimiento del trabajo muerto, a través
de los cada vez más «novedosos» subterfugios para la gestión de la fuerza de trabajo, al
interior de los procesos productivos concretos: así, se puede reconocer que Taylorismo,
Fordismo, Círculos de Calidad y Calidad Total, entre otras, son todas, formas en que se

96
manifiesta, a la vez que se oculta, la explotación-dominación, la subordinación del Trabajo;
formas contemporáneas de esclavitud y servidumbre.

Mientras tanto, aquel otro momento, caracterizado asimismo por la muy conocida
TRANSICIÓN DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO -en la Europa Occidental-, se halla signado
ni más ni menos que por la configuración del complejo de Estados nacionales, en el seno de
la constitución misma del Moderno Sistema Mundial; y concluyendo, más o menos
definitivamente, a través del desarrollo del ciclo de LUCHAS DE LIBERACIÓN NACIONAL de
mediados del siglo XX y, con ellas, de la irrupción de planteamientos alternativos en los
países de las periferias del capitalismo, frente a la destructiva expansión de tal modo de
producción a escala mundial: así, no obstante hallarse íntimamente vinculados, tanto los
mercados internos-nacionales como el mercado mundial, con el desenvolvimiento del
capitalismo; no obstante ser formas constitutivas del Capital, así como su propio producto;
los Estados nacionales, espacios tradicionales de la valorización-acumulación del capital, a
través del mencionado ciclo de Luchas de Liberación Nacional, son reivindicados,
progresivamente, por los pueblos de las periferias, por el Pueblo Trabajador.

Y, dado que tal reivindicación del Estado-Nación, por parte de los trabajadores del mundo
subdesarrollado, llega incluso al punto de despertar la solidaridad del pueblo trabajador del
mundo entero; ante semejante desafío -SOLIDARIDAD e INTERNACIONALISMO-; ante la
expectativa de perder su espacio vital; el Capital se orienta hacia el empleo de una de sus
más viejas fórmulas: la puesta en marcha de la deslocalización-relocalización de los procesos
productivos. Ahora bien, lo susceptible de ser percibido aquí, es que a lo largo y ancho de la
historia del Capital, para su expansión planetaria, este ha necesitado permanentemente de
unas periferias; en las cuales pertrecharse, tanto de materias primas y mano de obra barata
como de mercados en los cuales llevar a cabo la realización de sus mercancías. Así, la
deslocalización-relocalización de los capitales constituye una de las maneras principales en
que tal sistema se define permanentemente: o sea, dichos procesos de deslocalización-
relocalización participan de la permanente re-constitución del sistema centro-periferia,
característico no solamente del mercado mundial sino hallando expresión, también, en el
ámbito de los distintos espacios nacionales; en la medida en que esta representa la dinámica
centrípeta, de desarrollo desigual, de expansión de los procesos productivos de la sociedad
burguesa.

En ese sentido, a propósito del ansia de los pueblos del mundo de forjar, respecto del Estado-
Nación, un destino de transformación -en algunos casos, del complejo de relaciones sociales,
en otros, de la estructura del mercado mundial-; la propuesta aventurera del Capital, se
configura en torno a la DESNACIONALIZACIÓN de los distintos Estados -particularmente de
los periféricos-: la mal llamada «internacionalización» del capital; la cual, siendo una huida
del Capital, frente al ímpetu organizativo del Trabajo, conduce a un desmonte paulatino -pero
certero- de todo aquello relacionado con el compromiso fordista-keynesiano. Esto supone la
reactualización, a nivel planetario, y con una creciente intensidad, de los patrones asociados
a la aparentemente superada ACUMULACIÓN ORIGINARIA; cuales son aquellos patrones
asociados a la constitución de una serie cada vez más amplia de mercancías -expresada en la

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configuración de «novedosos» mercados-, cuya raíz no es más sino la tendencia hacia una
expropiación cada vez más profunda de los rasgos constitutivos de la humanidad, por parte
del Capital.

Sin más, al llegar a este punto, se podría entonces, simplemente, dejar planteados sendos
interrogantes, un tanto tendenciosos: ¿Cuándo, en la historia de la llamada «globalización»,
esta ha ofrecido equitativas condiciones, posibilidades y ventajas a todos los pueblos de la
tierra? Y, si dicha «mundialización» ha sido, hasta el momento presente, eminentemente
capitalista; entonces ¿acaso los pueblos del mundo subdesarrollado, no tendrán que buscar
nuevas vías para realizar su efectiva transformación social, es decir, su desarrollo?

la lucha contra el capitalismo es


la lucha por la democracia popular

De todas maneras, es preciso recalcar, aquí, que el proceso histórico-universal de la


modernidad ha tendido, con fenomenales avances y retrocesos, hacia una PROGRESIVA
DEMOCRATIZACIÓN; de acuerdo con los niveles de conciencia, organización y lucha, a que
han sido capaces de llegar los Inconformes, al interior de la sociedad burguesa. O sea que el
proceso de democratización, en la construcción del proyecto de la MODERNIDAD, se
encuentra en el corazón mismo de la lucha de clases, en la lucha entre el Trabajo y el Capital,
en la tensión entre la subordinación que pretende imponerle al Trabajo el Capital y la
insubordinación –condición misma de existencia del Trabajo. O sea que el proceso de
democratización de la era moderna, es la misma lucha por la EMANCIPACIÓN DEL TRABAJO,
en contra de la lógica de explotación-dominación, propia de la formación social burguesa, en
contra del TRABAJO ENAJENADO: por tanto, la lucha popular por la democratización de la
sociedad, ha sido una lucha que, en su esencia misma, se halla en contraposición del imperio
del mercado, se halla en contraposición de la mercantilización de la vida social, correlato de la
PRIVATIZACIÓN DE LA SOCIEDAD.

Es por ello que los representantes del Capital, a lo largo y ancho del globo, y de múltiples
maneras, emplean cuanto esté a su alcance, con el propósito de fetichizar, de enmascarar, la
realidad del complejo de relaciones sociales capitalistas y, con ello, ocultar las contradicciones
inherentes a esta, su sociedad burguesa. Así, son cotidianamente empleadas, de acuerdo con
el grado de desarrollo de la lucha de clases y la correlación de fuerzas correspondiente, desde
la represión hasta la integración-cooptación de las luchas y reivindicaciones de los
trabajadores, siempre y cuando cumplan con la misión de mantener la imposible estabilidad
de la sociedad burguesa, de la referida ORGANIZACIÓN DE LA VIOLENCIA MERCANTIL: es a
través de este enfoque que se examinan las modificaciones ocurridas a propósito del Estado,
en la transición actual.

De tal manera, se tiene, en un primer momento un Estado de Bienestar, resultado del


compromiso fordista-keynesiano; expresión misma del reconocimiento de la amenaza que
representa el ascenso de la luchas sociales de principios de siglo -amenaza materializada en
la creación de un ESTADO PROLETARIO-: es decir, ante el fracaso de la tentativa nazi-

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fascista de reestructuración capitalista de la década de 1930; pero justamente a raíz de la
fatiga moral que causa la Gran Depresión, la catástrofe de la segunda guerra inter-
imperialista, y los logros mismos de dicha tentativa, en cuanto al debilitamiento de las formas
organizativas de los trabajadores; vertiginosamente, serán integradas-cooptadas las
reivindicaciones de los trabajadores, de manera funcional a la continuación del régimen
capitalista: entonces, el paulatino surgimiento de los llamados DERECHOS SOCIALES de la
población, encarnados y garantizados por la conformación de su ESTADO SOCIAL DE
DERECHO, son resultado y campo de batalla de las fuerzas del Trabajo y del Capital, durante
la segunda postguerra. Esto, pues, da cuenta del hecho de que es como resultado del nivel
de conciencia, organización y lucha de los trabajadores -de la correlación de fuerzas
correspondiente a dicha etapa de la lucha de clases-, que se intenta –y, en buena medida se
consigue- subordinar el mercado a los intereses sociales como conjunto, no obstante
teniendo en cuenta las contradicciones antagónicas inherentes a la sociedad burguesa.

Por otra parte, en la actual tentativa neoliberal de reestructuración capitalista, la fiereza con
que son atacados los rasgos progresistas de la etapa precedente, da cuenta de la voracidad
del Capital; en tanto en cuanto que, en su pretensión de reestablecer la supremacía del
mercado sobre cualquier otra forma de organización de la sociedad, sobre los intereses de los
sectores mayoritarios de la población, los intereses de los pueblos trabajadores del mundo,
no existen reparos respecto de la viabilidad misma de la vida en el planeta: se desnuda, con
ello, la naturaleza del complejo de relaciones burguesas de producción-reproducción; como
una naturaleza especulativa, como una naturaleza parasitaria, como una naturaleza
depredadora, como una naturaleza violenta, la cual se apropia de aquello que no ha sido
capaz de producir, porque, esencialmente, el Capital es impotente.

Así, a la denominada «coexistencia pacífica», al armamentismo latente –el de la llamada


«guerra fría»-, al discurso de la cooperación internacional, y de la concertación obrero-
patronal, le sucede aquella situación de intolerancia y arrogancia imperialistas, de abierto
armamentismo –el de la «guerra preventiva»-, de competencia en el mercado mundial –y
condicionamientos a los países periféricos-, de autoritarismo abierto –y, algunas veces,
velado- en los lugares y las condiciones de trabajo, por parte de los patronos, a través de la
flexibilización: es la constitución de la SOCIEDAD PATRIMONIAL, el cinismo del Capital; ahora
en su forma más pura y ruda: el dinero. Pues, en la medida en que las funciones del Estado
de Bienestar, ahora hechas rentables, que tenían como propósito la satisfacción de las
necesidades asociadas con los derechos sociales; en esa medida, sólo quien tiene acceso al
dinero puede ejercer efectivamente su ciudadanía, sus derechos humanos: y, como uno de
los rasgos característicos del actual estado de cosas es el desempleo campante, y con él la
informalidad masiva, la exclusión –y la violencia que ella encarna respecto del sujeto
excluido-, y la correlativa indefensión de los pueblos, se hace mucho más evidente, aguda e
insoportable.

moraleja

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Así pues, se hace palpable que el Capital ya no puede ofrecernos más que Aventuras:
cercenamiento de nuestra creatividad –profundización extrema del Trabajo Enajenado-, por la
vía del automatismo, de la «autonomía» [dirigida] en el proceso de trabajo, en suma, del
autoritarismo del Capital; devastación ambiental, por la vía de la mercantilización-
privatización de todo lo existente –saqueo ecológico-; profundización de la posición
subordinada de la mujer en la sociedad, por la vía del cierre de sus posibilidades efectivas de
participación en la toma de decisiones de real trascendencia, así como a través de la conocida
«doble jornada», y de la superexplotación a que es sometida en los puestos de trabajo;
intolerancia étnica, frente a aquellas que no son las hegemónicas, por la vía de la
exacerbación, propiciada por el imperialismo, de las diferencias entre los diversos pueblos -
que son esencialmente no-antagónicas-; etc., etc., etc.

El persistente empeño del Capital, es el de poder sostener y ensanchar la subordinación del


Trabajo; que se manifiesta en la incesante búsqueda de la eliminación o, cuando menos, la
reducción, hasta sus mínimas proporciones, de los «tiempos muertos» al interior del proceso
de trabajo. Estos «tiempos muertos» representan las discontinuidades de los procesos
productivos, que tienen lugar en los esfuerzos de coordinación de los diferentes segmentos
componentes del proceso de trabajo: estos «tiempos muertos» son, pues, resquicios en
donde puede manifestarse la autonomía de los trabajadores frente a los materiales y los
instrumentos que los acompañan; son, así, el último hilo de continuidad existente entre las
formas precapitalistas de organización de los procesos de trabajo y el trabajo asalariado
mismo, el Trabajador Colectivo.

Efectivamente, entonces, el «nuevo» panorama no es más sino la forma contemporánea en


que se manifiesta el viejo capitalismo. Los avances tecnológicos no son neutros; el cambio
técnico se halla instalado en un espacio-tiempo concreto, responde a una lógica determinada,
inherente a un tipo determinado de sociedad: así, las «nuevas» tecnologías de la
información, aun cuando ostentan unas riquísimas potencialidades emancipatorias -como
toda forma tecnológica en la medida en que posibilita el desarrollo más vigoroso de las
relaciones sociales, a partir del acto humano por excelencia, el trabajo- se encuentran
inmersas en el complejo de relaciones de producción-reproducción de la sociedad burguesa;
por lo tanto, la lógica a la que responden es a la permanente valorización del capital.

El Estado, por su parte, la forma del Estado, se corresponde con una forma de manifestarse
concretamente la formación social burguesa; de hecho, hace parte constitutiva de esa
manifestación concreta que, en este caso, es su postrimera Aventura: la naturaleza del
Estado en el capitalismo, no ha sido modificada; no se trata de un Estado radicalmente nuevo
para una realidad social radicalmente nueva; se trata simplemente de una tentativa de
reestructuración, de una respuesta a la crisis del capitalismo, una reestructuración que abarca
todos sus aspectos, entre ellos, el Estado.

Si alguna cosa es interesante en la etapa por la cual atraviesa actualmente la lucha de clases,
la contradictoria unidad de la relación Capital-Trabajo, es justamente en el sentido de que se
exhibe a la manera de un espantoso collage, en donde se da un imbricado proceso de

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convivencia funcional entre los novísimos artilugios -que se hallan en la cumbre tecnológica- y
toda la gama de formas de extorsión del Trabajo, presentes en la historia del Capital.

Sincrónicamente, al renovarse la tendencia de la configuración del orbe en su plenitud, como


“el lugar” donde converge, en su integridad, el proceso de producción-reproducción de las
relaciones sociales [SOCIEDAD FÁBRICA], se consolida la realidad del OBRERO SOCIAL, en
toda su diversidad: el signo de los tiempos es, pues, el colosal potencial del desarrollo de las
capacidades humanas en su totalidad. Nuestra tarea, la tarea del Trabajo, es la puesta en
práctica de la divisa de la Gran Revolución, LIBERTÉ, ÉGALITÉ, FRATERNITÉ OU LA MORT, la
lucha por la EMANCIPACIÓN DEL TRABAJO; ni más ni menos que la anhelada SUPRESIÓN
DEL CAPITAL.

socialismo o barbarie

Entonces, en la encrucijada planetaria en que se halla la humanidad actualmente, la lucha


por la construcción del mentado Orden Social Racional es, más que nunca, una LUCHA
BIOPOLÍTICA; en el sentido en que la configuración productiva orbital contemporánea,
signada por la dualidad de la creciente transnacionalización de la empresas y
desnacionalización de los Estados, y puesta de manifiesto por la deslocalización-
relocalización, esparcimiento y descentralización, de los más diversos procesos productivos a
través de la plenitud del orbe; tal dualidad, conduce a una cada vez más intensa
CONCENTRACIÓN CENTRALIZACIÓN de las decisiones fundamentales con respecto de los
contenidos de la RIQUEZA SOCIAL, que son, ni más ni menos, los contenidos mismos de la
satisfacción de necesidades -los contenidos mismos de la vida social, de la vida de las
mujeres y los hombres.

Y, si de lo que se trata, entonces, en el propósito de la lucha por la Emancipación del


Trabajo, es de recuperar su capacidad creadora; para así liberar su potencial transformador
de la realidad entera, en el incesante proceso de satisfacción de necesidades; entonces, a su
vez, de lo que se trata es de la toma directa, por parte del Trabajo, del control sobre el
proceso de trabajo, sobre el proceso inmediato de producción. Y, teniéndose en cuenta que
se consolidan los caracteres del mundo como una Sociedad Fábrica; al hacerse
progresivamente palpable la realidad de los procesos inmediatos de producción –
manifestaciones concretas de la División Social del Trabajo-, como PROCESOS DE
PRODUCCIÓN INMEDIATAMENTE SOCIALES; es decir, en la consolidación del proceso de
producción-reproducción de las relaciones sociales como un gigantesco y universal -a la vez
único y múltiple- proceso de trabajo inmediatamente social; se revela el hecho de que el
combate contra el Capital es un combate que se realiza alrededor de las disfuncionalidades
presentes al interior de ese gigantesco y universal proceso de trabajo: es decir, la batalla
entre el Trabajo y el Capital se desarrolla, hoy más que nunca, alrededor de las más diversas
formas de entorpecimiento en la continuidad de la dinámica de valorización-acumulación del
capital y, también, en la transformación del sentido con que se pone en marcha cualquiera de
los componentes de dicho mega-proceso de trabajo.

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Sin embargo, no se trata de que la presencia de la disfuncionalidad, por sí misma, signifique
la ruptura con el Capital; sino, más bien se trata, de que para que dicha disfuncionalidad sea
revolucionaria -esto es, proponga y avance en una ruptura con el Capital-, debe ser posible, a
través de su expansión y potenciación cualitativas, la intensificación de la lucha;
precisamente, en la medida en que sea posible, asimismo, la intensificación de los grados de
conciencia y organización de los trabajadores -que se experimenten en torno a ella. En eso
ha de consistir Nuestra permanente tarea de construcción de PODER DEMOCRÁTICO-
POPULAR, de CONTRA-PODER del Trabajo con respecto al Capital, a su sociedad burguesa.
Pero, con la certeza de que semejante propósito, de avanzar en el proceso de negación de
este modo de producción -aquel que encarna la negación de la misma sociedad-, en el
propósito de la DESENAJENACIÓN DEL TRABAJO, se encontrarán múltiples escollos, múltiples
resistencias; en la medida en que tanto el gigantismo de las empresas transnacionales como
el consenso -vital y contradictorio- de los sectores dominantes, en los ámbitos nacional e
internacional, así como una cierta inercia de las formas de vida individual y colectiva -
manifestación de la conocida ALIENACIÓN, INTROYECCIÓN DE LA REPRESIÓN-, conforman
un contexto de una fortísima oposición a las transformaciones sociales trascendentales;
aparece, entonces, la exigencia ineluctable de un cierto catalizador, tal que sea capaz de
garantizar, en gran escala y simultáneamente, las condiciones básicas para el
desencadenamiento de la destrucción -desestructuración- del status quo burgués, a la vez
que de la construcción del insinuado Orden Social Racional.

Así, cobra pleno sentido el respaldar la lucha por la construcción de la democracia, por la
Emancipación del Trabajo; lucha que se da en contraposición de la sociedad burguesa -y su
economía de mercado-; respaldar esa lucha por la DEMOCRATIZACIÓN-DESPRIVATIZACIÓN
de la sociedad, en la toma directa del control del aparato estatal, no obstante el carácter de
transitoriedad de semejante ejercicio -pues, como se ha planteado, el Estado se encuentra
inserto en el proceso de producción-reproducción de la explotación-dominación capitalista-:
por tanto, así como una serie bastante importante de aparatos de la sociedad actual -
empresas, centros educativos, medios masivos de comunicación, entre otros- el aparato
estatal habrá de coadyuvar, a través de un proceso de PLANIFICACIÓN DEMOCRÁTICO-
POPULAR, a la edificación del DESARROLLO -entendido este, a su vez, como una
TRANSFORMACIÓN SOCIAL ESTRUCTURAL GLOBAL.

Y, esta edificación del Desarrollo habrá de conducir, paulatinamente, hacia la satisfacción de


las necesidades de la Totalidad Social; en la medida en que se avance en la constante
reorientación, redefinición, replanteamiento, del sentido de los distintos componentes del
proceso de producción-reproducción de las relaciones sociales, hacia aquellos objetivos que la
misma sociedad, desde una construcción permanente de su AUTODETERMINACIÓN, se
proponga. Ello implica que tales objetivos han de definirse, desde los diversos espacios de
organización de los trabajadores, mediante la participación activa tanto en lo que se refiere a
su formulación como a su consecución: la planificación, aquí, se pone al servicio de la
articulación, en gran escala, entre diversas formas de propiedad no-privada -por tanto de su
promoción-; esto es, formas de propiedad asociativa, cooperativa, etc., en la vía del definitivo
marchitamiento de aquel tipo de sociedades fundadas en la captura de la capacidad creadora

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del trabajo, sociedades excluyentes, sociedades de clases, de las cuales la sociedad burguesa
no es más sino la postrimera, aun cuando más perfecta representante.

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En definitiva, frente a las Aventuras del Capital, nosotros, el Obrero Social, la encarnación
múltiple y diversa del Trabajo, hemos de anteponer NUESTRA ESPERANZA. ¿Nuestra
Esperanza en qué? Pues, nuestra Esperanza en nuestra propia capacidad creadora,
constructora del mundo, constructora de una NUEVA REALIDAD SOCIAL: ha llegado la hora
de iniciar la TRANSICIÓN, DESDE LA PREHISTORIA, HACIA LA VERDADERA HISTORIA DE LA
HUMANIDAD; en la cual sea posible la vivencia de la FELICIDAD como un valor colectivo.

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