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III
Hablar, decir algo sobre algo que sucede, sobre lo que se ve, se siente, capturar
una experiencia de los cotidiano en lo cotidiano, es lo que hacemos todos, todos los
días. Es la propia experiencia de la humanidad, la «ruptura antropológica»[5], la
necesidad de romper y distanciarse mínimamente de la vivencia inmediata-
instantánea y ligarla con otra, articularla como proceso según sentidos en concreto
que enmarcan la totalidad de una forma de existencia. Ruptura de la especie o
expulsión del Jardín en el Edén, se trata en otras palabras de la aparición en
determinado momento en el devenir de la humanidad de esta naturaleza distanciada
e incompleta que nos exige hacernos de un mundo que habitar, pues el instinto no
nos lo otorga, nuestra biología es incompleta y deja abierta la dimensión de una
búsqueda de sentido que produce la realidad en la que vivimos. Ahora bien, el
conocimiento humano de lo humano constituye un repliegue sobre esta condición
que eleva a la potencia cualidades y efectos de la misma. Decir algo sobre algo
entonces es una experiencia sobre experiencias. El cientista humano jamás
abandona la vida, jamás deja de estar vivo, por el contrario trata de generar un saber
vital factible de ser utilizado en otros contextos, puesto en funcionamiento (y no tan
solo a prueba), realiza por tanto abstracciones que rompen el marco inmanente de
la vivencia cotidiana pero sin dejar de ser sujeto, de estar sujeto en particular a la
necesidad y el deseo de conocer.
Podemos concebir este proceso de múltiples formas y así se lo ha hecho a lo largo
de la filosofía en Occidente. En forma extrema podemos decir que existen dos
formas radicalmente opuestas al respecto: aquella que concibe al conocimiento
antes que al sujeto, y aquella en la cual el sujeto es condición de todo conocimiento.
Desde nuestro punto de vista el sujeto debe ser capaz de distanciarse para conocer,
pero sin salirse de aquello que desea saber tendiendo un flujo dentro del cual se
mueve en distintos grados, cambiando la mirada y por tanto construyendo al objeto
desde distintos puntos de vista arrojados de esa forma.
IV
Pero todo proceso necesita un cierre, una vuelta holística que lo circunde, a la vez
que sabemos que jamás culmina, que podemos seguir investigando sin cesar,
tomando en cuenta nuevos archivos históricos, desarrollando aún más tal o cual
concepto filosófico, encontrando sin cesar nuevas diferencias en el seno de una
misma forma humana de existencia, etcétera. Toda crítica, distanciamiento,
apertura, necesita de un cierre que le permita constituirse como cuerpo de un
conocimiento para poder ponerse en funcionamiento, en uso, trascender el caso y
acceder a planos de generalización. Podemos seguir considerando prácticas y
prácticas en las cuales encontraremos cualidades y particularidades para poder
articularlas con otras, en un objeto de estudio que no cesa de desbordarse y de
rechazarnos, de no dejarse aprehender en su totalidad.
De allí lo transitorio e inestable de toda verdad científica, lo que le confiere su
carácter práctico: trascendencias que vuelven a recaer en inmanencias para volver
a ponerlas en funcionamiento otra vez, romper nuevamente con la obviedad y
buscar el distanciamiento requerido para escapar de la falsa ilusión de la que somos
presas cotidianamente pero de la cual necesitamos por el momento para existir. Ser
conciente por tanto de que componemos algo nuevo nos permite controlar esta
infinita apertura que constituye todo proceso de investigación exitoso,
problematizador. El vigor de una teoría es valorada así según parámetros tanto
internos como externos, en la articulación de esta con aquello de lo cual se
desprende, pues se trata de la práctica de componer con diferentes prácticas,
siguiendo determinadas metas según procedimientos en los cuales se establecen
criterios de regulación. Lo interesante aquí es que lo que se regula es el peligro de
caer en los extremos de la actividad cognoscente, sea la imposibilidad de escapar
de lo obvio, no poder distanciarse, como la imposibilidad de acceder a las vivencias
tomadas de materia prima, no poder saborear la experiencia.
En ambos extremos no es posible construir un objeto en ciencias humanas, sea
porque no logramos articular y argumentar, tener una visión desde Fuera de las
vivencias siendo arrastrados por los procesos, como por no lograr acceder a estas,
ingresar Dentro de lo contingente y empaparse en las experiencias que se pretende
conocer. El efecto de todo buen montaje es la dislocación de lo real, «sacudir las
conexiones de los patrones conocidos y reacomodarlos dentro de patrones nuevos,
logrando... el infinito, repentino y subterráneo contacto de lo distinto, que nos corta
el aliento, por describirlo de alguna manera»[6]. Si componemos de esta forma es
porque buscamos ciertos efectos, existe una finalidad del conocimiento que no es
otra que el acceso a lo distinto, a lo otro, a lo que no conocemos y deseamos
conocer, pues en ello encontramos algo de valor. En ciencias humanas el sujeto de
conocimiento es de la misma naturaleza que los sujetos observados, se encuentra
dentro de los fenómenos objetivados[7]. Todo criterio de validez por tanto refiere a
este hecho y encuentra en la práctica sus razones y no en otro lado. El efecto de
todo buen montaje por tanto, el cierre necesario a tanta apertura caótica e
inabarcable, es la composición de un conocimiento humano de lo humano elaborado
por elementos de naturaleza y estados diferentes, pero todo fruto de una extracción
de y en la experiencia —trabajo de campo, experimentación, práctica docente,
sesión, etcétera—, práctica que nutre a la teoría en tanto práctica entre las prácticas.
El conocimiento no está dado, hay que construirlo, por tanto toda teoría de la ciencia
implica un teoría de la práctica científica. Como se ha visto a lo largo de las
diferentes posturas epistemológicas, los criterios de demarcación que habilitan o no
a un saber en el campo científico están determinados desde el quehacer, desde los
procedimientos, desde la práctica de la creación de lo que todavía no existe pero
puede entreverse, que necesita de nuestra ardua labor para emerger en el campo
de lo real.
La tarea de la investigación puede caer en muchos errores, pero el valor de dichos
errores es sustancial en tanto tengamos en claro que necesitamos aprender de los
mismos sin cesar para lo cual se requiere de formas de captarlo y transformarlo.
Como investigadores de los fenómenos humanos sabemos que como observadores
también participamos, aún más antes que nada somos participantes, desde un
punto de vista en concreto, aquél que hace primar la dinámica del distanciamiento,
la apertura crítica a otras condiciones más allá de lo existente.
Al ser al mismo tiempo instrumento y sujeto de conocimiento, el cientista humano
trabaja sobre sí mismo objetivándose en la medida de lo posible en aquello que está
objetivando, siendo esa medida justamente la singularidad que cada investigación
puede plantear, estableciendo los parámetros y los límites. Si hacer teoría es una
práctica, no por ello reducimos nuestra tarea a un pragmatismo ingenuo. Toda
praxis es tal nos dice Marx, en tanto trascienda las condiciones concretas en busca
de otras condiciones que aún siguen siendo concretas siempre, pero nuevas,
diferentes, más allá del bien y del mal en una expresión nietzscheana, en la totalidad
de una realidad—otra, dentro de la cual nuevamente recomienza la tarea.
V
Pensar entre no diluye la posibilidad de trascender y por ello producir lo nuevo, por
el contrario nos permite aprehender cualidades diferentes y en un acto de creación
de conocimiento tomarlas como materia prima para generar un nuevo producto
humano de existencia, el conocimiento científico y filosófico, el único que
permanece siempre abierto, lidiando entre las certezas y las dudas que no cesan
de reconvertirse una en la otra, no sin dejar a su paso un producto nuevo, sui
generis, puesto en práctica.
Entre una certeza y una duda existen diferencias de grado, entre dichos estados se
puede y debe vehiculizarse la investigación epistemológica. Diferencias de grado
que implican cambios de naturaleza entre estados diversos del conocimiento para
los cuales hay que desarrollar diferentes instrumentos y conceptos, criterios de
valoración diferenciales. Todo esto creemos es sustancial para la producción de un
conocimiento científico de las humanidades que sea fértil, rico en novedades y
utilidad, para que pueda nutrirse de la experiencia humana en sus más diversas
formas y pueda aportar así, dentro de las mismas, aquellas que son necesarias para
la apertura de las condiciones en las que existimos y siempre necesitamos
aprehender para transformar. Experiencias trascendentes en tanto surquen y tracen
transversales entre las experiencias dadas, tomadas así por objeto siempre desde
algún sujeto, que de esta forma se convierte en sujeto de un conocimiento que lo
trasciende. Nada por tanto de cosas en el aire sin el reconocimiento de límites y
alcances concretos ni de práctica sin valor más allá que el regodeo superfluo y
conformista; la particularidad de la creación de conocimiento científico radica en su
apertura fruto del distanciamiento en conjugación con la inmersión en los fenómenos
vitales que analiza, es una cuestión vital como todas las prácticas humanas pero
que nos enfrenta a una nueva visión de lo que es y podría ser lo real. Los supuestos
y certezas no cesan de diluirse y con ello el vértigo de la duda nos moviliza entre
las prácticas. La vigilancia implica un cuidado, el de no caer en la trampa del
inmovilismo por el temor a la falta de unidad y totalidad de una solidez inexistente,
que nos lleva a repetir lo ya dicho, a reproducir lo ya producido, a acatar lo dado,
sea por dogmatismo tanto como por cinismo.
Si se necesitan criterios de demarcación, una actitud de vigilancia, es porque antes
que nada existe un deseo que moviliza todo aparato constituido para ese fin: el
deseo por conocer no puede ser saciado pero sí puede ser inhibido y allí radica el
peligro, la imposibilidad de poder transitar entre las prácticas. Los errores serán fruto
del aprendizaje, se los localizará y se los aprehenderá. Pero la negación del deseo
de conocimiento no tiene más remedio que la reconexión de la teorización con la
praxis. En tanto la capacidad humana de producir conocimiento persista y se rebele,
se podrán inventar conceptos nuevos gracias a la experimentación de vivencias que
un sujeto objetiva en una lucha por distanciarse de lo dado y como decía Sartre, de
su «ilusión de inmanencia».
2.
Las objetivaciones de las ciencias naturales y humanas[8]
II
III
Herman Hesse en su cuento Adentro y afuera, nos narra la historia de dos amigos
científicos, uno de ellos, Frederick es muy dado al pensamiento lógico. La relación
entre ambos viene complicándose desde la última vez que se vieron. Luego, en un
encuentro decisivo, tomarán distancia violentamente. Frederick intuye que Eriwin
viene cambiando sus principios gnoseológicos. La gota que rebasa el vaso es una
inscripción que se encuentra colgada de la pizarra de éste. La misma dice: «Nada
está fuera, nada está dentro».
Pálido, permaneció inmóvil durante un momento. ¡Allí estaba! ¡Eso era lo que temía!
En otra ocasión habría ignorado aquella hoja de papel, la habría tolerado
caritativamente como una genialidad, como una debilidad inocente a la que
cualquiera estaba expuesto, quizá como un frívolo sentimentalismo que pedía
indulgencia. Pero ahora era diferente. Sintió que esas palabras no habían sido
escritas por un fugaz impulso poético; no era por capricho que Erwin hubiera vuelto
después de tantos años a la práctica de su juventud. ¡Aquella frase era una
confesión de misticismo!