En el último boletín terminamos nuestro análisis de las bienaventuranzas. Pero
antes de continuar con nuestro estudio del Sermón del Monte deseo darle una breve conclusión al tema. Comenzamos nuestro estudio exponiendo los dos enfoques principales que encontramos en las bienaventuranzas. El primero de ellos es que las mismas son una expresión del corazón del cristiano. En ellas se reflejan las características esenciales del nuevo corazón. En segundo lugar, en ellas aprendemos las características de un hombre feliz según Dios, por lo tanto, de un hombre verdaderamente feliz. Continuamos por recorrer cada una de las bienaventuranzas meditando en los tesoros escondidos en una de las enseñanzas más grandiosas que el mundo jamás haya oído. La pregunta que deseo responder en este momento es: ¿Cuál es la reacción humana frente a las mismas? ¿Qué experimenta la mente y el corazón del hombre cuando enfrentado a esta verdad? La primera reacción, y tal vez la más creciente en nuestra sociedad, es la evasión burlona. Como nunca antes, la risa frívola se utiliza como un analgésico para los dolores del alma. Lo que antes llevaba al hombre a lamentarse, hoy le lleva a la sonrisa cínica. Tales personas enfrentarán estas verdades con indiferencia, pero con mucho “sentido del humor”. Hasta que no perciban que tal actitud no es más que un anestésico barato frente al problema patente del hombre, no hay mucho que se pueda hacer. Respecto a esta actitud, podríamos decir que la verdadera sonrisa nace del dolor de enfrentarse con la realidad del pecado, y la aceptación de la gracia. No podemos ir más haya al respecto. La segunda actitud que podemos encontrar frente a las bienaventuranzas, es la de un fuerte antagonismo. Mientras la actitud anterior es característica del hombre postmoderno, esta segunda pertenece a la modernidad. El hombre autónomo no puede aceptar que estas características sean las que traen verdadera felicidad y progreso. ¿Acaso la humildad de espíritu y la mansedumbre podrían compaginar con tal pensamiento? El hombre moderno ve debilidad donde Dios ve la fuerza. El hombre de acero no es capaz de aceptar que de la dulzura del amor nazca la verdadera fortaleza. Entiendo tal incapacidad pues sería inaceptable si Dios no estuviese sentado en su Trono. El hombre moderno verá en estas verdades un contundente peligro para la sociedad de “súper humanos” evolucionados. ¿Qué podemos decir en cuanto a la reacción de los hijos de Dios? Entiendo que son tres los frutos producidos por esta verdad en el corazón del hijo de Dios. El primero de ellos es un profundo quebranto. ¿Quién, en su sano juicio, es capaz de jactarse frente al hombre reflejado en estos versículos? El cristiano es caracterizado por tener cierta luz en cuanto a la verdadera realidad de su corazón. Este no es un asunto solamente intelectual, sino espiritual. El pecado ciega al hombre por lo que sólo el Espíritu de Dios puede demostrarle su real situación, aunque la misma sea tan patente. Por lo que frente a tan gloriosa exposición, el cristiano se postra en quebranto delante del Señor. Pero en segundo lugar, un profundo y verdadero gozo nace de este quebranto. Esto es así porque el cristiano sabe que es esto lo que Dios está haciendo en su corazón, y se goza por eso. Él sabe que Dios está restaurando su imagen en él y esta es la verdadera gloria del hombre. El tercer fruto de esta enseñanza es un anhelo por conocer a nuestro Dios y por servirle de todo corazón. ¿Podemos ver estos frutos en nuestras vidas? C. S Lewis, el ateo convicto transformado por el evangelio, describe a la perfección la enseñanza de las bienaventuranzas, al hablar de la esencia de su propia conversión, como siendo: “El despertar de la alegría”.