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EL HORROR DE LA CRUCIFIXIÓN

Jesús escucha la sentencia aterrado. Sabe lo que es la crucifixión Desde niño ha oído hablar
de ese horrible suplicio. Sabe también que no es posible apelación alguna. Pilato es la
autoridad suprema. Él, un súbdito de una provincia sometida a Roma, privado de los derechos
propios de un ciudadano romano. Todo está decidido. A Jesús le esperan las horas más
amargas de su vida.
La crucifixión era considerada en aquel tiempo como la ejecución más terrible y temida.
Flavio Josefo la considera «la muerte más miserable de todas» y Cicerón la califica como «el
suplicio más cruel y terrible». Tres eran los tipos de ejecución más ignominiosos entre los
romanos: agoniza i en la cruz (crux), ser devorado por las fieras (damnatio ad bestias) o ser
quemado vivo en la hoguera (crematio). Por otra parte, era normal combinar el castigo básico
de la crucifixión con humillaciones y tormentos diversos.
Al describir la caída de Jerusalén, Flavio Josefo cuenta que los derrotados «eran azotados y
sometidos a todo tipo de torturas antes de morir crucificados frente a las murallas. Los
soldados romanos, por ira y por odio, para burlarse de ellos, colgaban de diferentes formas a
los que cogían, y eran tantas sus víctimas que no tenían espacio suficiente para poner sus
cruces, ni cruces para clavar sus cuerpos.
La crueldad de la crucifixión estaba pensada para aterrorizar a la población y servir así de
escarmiento general. Siempre era un acto público. Las victimas permanecían totalmente
desnudas, agonizando en la cruz, en un lugar visible: un cruce concurrido de caminos, una
pequeña altura no lejos de las puertas de un teatro o el lugar mismo donde el crucificado
había cometido su crimen. La crucifixión no se aplicaba a los ciudadanos romanos, excepto
en casos excepcionales y para mantener la disciplina entre los militares. Era demasiado brutal
y vergonzosa: el castigo típico para los esclavos. Se le llamaba servile supplicium.
Quienes pasan cerca del Gólgota este 7 de abril del año 30 no contemplaba plan ningún
espectáculo piadoso. Una vez más están obligados a ver, en plenas fiestas de Pascua, la
ejecución cruel de un grupo de condenados. No lo podrán olvidar fácilmente durante la cena
pascual de esa noche. Saben bien cómo termina de ordinario ese sacrificio humano. El ritual
de la crucifixión exigía que los cadáveres permanecieran desnudos sobre la cruz para servir
de alimento a las aves de rapiña y a los perros salvajes; los restos eran depositados en una
fosa común. Quedaban así borrados para siempre el nombre y la identidad de aquellos
desgraciados. Tal vez se actuará de manera diferente en esta ocasión, pues faltan ya pocas
horas para que dé comienzo el día de Pascua, la fiesta más solemne de Israel, y, entre los
judíos, se acostumbra a enterrar a los ejecutados en el mismo día. Según la tradición judía,
«un hombre colgado de un árbol es una maldición de Dios.
LAS ÚLTIMAS HORAS
¿Qué vivió realmente Jesús durante sus últimas horas? La violencia, golpes y las
humillaciones comienzan la misma noche de su detención. En los relatos de la pasión leemos
dos escenas paralelas de maltrato. Las dos siguen de inmediato a la condena de Jesús por
parle del sumo sacer dolí y por parte del prefecto romano, y las dos están relacionadas con
los temas tratados. En el palacio de Caifás, Jesús recibe golpes y la saliva, le cubren el rostro
y se ríen de él diciéndole: Profetiza, Mesías, ¿quién es el que te ha pegado?; las burlas se
centran en Jesús como " Falso profeta», que es la acusación que está en el trasfondo de la
condena ludía. En el pretorio de Pilato, Jesús recibe de nuevo «golpes» y «salivazos», y es
objeto de una mascarada: le echan encima un manto de púrpura, le encajan en la cabeza una
corona de espinas, ponen en sus manos una caña a modo de cetro real y doblan ante él sus
rodillas diciendo: Salve, rey de los judíos»; aquí todo el escarnio se concentra en Jesús Como
«rey de los judíos», que es la preocupación del prefecto romano.
Los soldados de Pilato comenzaron realmente a intervenir de manera oficial cuando su
prefecto les dio la orden de flagelar a Jesús. La flagelación, en este caso, no es un castigo
independiente ni un juego más de los soldados. Forma parte del ritual de la ejecución, que
comienza por lo general con la flagelación y culmina con la crucifixión propiamente dicha.
Probablemente, después de escuchar la sentencia, Jesús es conducido por los soldados al
patio del palacio, llamado patio del enlosado. Para proceder a su flagelación. El acto es
público. No sabemos si alguno de sus acusadores asiste a aquel triste espectáculo. Para Jesús
comienzan sus horas más terribles. Los soldados lo desnudan totalmente y lo atan a una
columna o un soporte apropiado.
Terminada la flagelación se procede a la crucifixión. No hay que de morarla. La ejecución
de tres crucificados lleva su tiempo, y faltan pocas horas para la caída del sol, que marcará
el comienzo de las fiestas de pascua. Los peregrinos y la población de Jerusalén se apresuran
a realizar los ni timos preparativos: algunos suben al templo a adquirir su cordero y degollarlo
ritualmente; otros marchan a sus casas a preparar la cena. Se respira el ambiente festivo de
la Pascua.
Los tres condenados caminan escoltados por un pequeño pelotón de los soldados. A Pilato le
ha parecido suficiente para garantizar la seguridad y el orden. Los seguidores más cercanos
de Jesús han huido: no teme a grandes altercados por la ejecución de aquellos desgraciados.
Según algunas fuentes, Jesús no pudo arrastrar la cruz hasta el final. En un determinado
momento, los soldados, temiendo que no llegara vivo al lugar de la crucifixión, obligaron a
un hombre que venía del campo a celebrar la Pascua a que trasportara la cruz de Jesús hasta
el Calvario. Se llamaba Simón, era oriundo de Cirene (en la actual Libia) y padre de
Alejandro y Rufo. Enseguida se procede a la ejecución de los tres reos. Con Jesús se hace
Probablemente lo que se hacía con cualquier condenado. Lo desnudan totalmente para
degradar su dignidad, lo tumban en el suelo, extienden! sus brazos sobre el travesaño
horizontal y con clavos largos y sólidos los clavan por las muñecas, que son fáciles de
atravesar y permiten sostener el peso del cuerpo humano. Luego, utilizaban los mismos
elementos apropiados, elevan el travesaño a una con el cuerpo (lo figan al palo vertical antes
de clavar sus dos pies a la parte inferior. De ordinario, la altura de la cruz no superaba mucho
los dos metros, de manera que los pies del crucificado quedaban a treinta o cincuenta
centímetros del suelo.
Terminada la crucifixión, los soldados no se mueven del lugar. Su obligación es vigilar para
que nadie se acerque a bajar los cuerpos de la cruz y esperar hasta que los condenados lancen
su último estertor. Mientras tanto, según los evangelios, se reparten los vestidos de Jesús
echando a suertes qué es lo que se llevará cada uno. Probablemente fue así. Según una
práctica romana habitual, las pertenencias del condenado podían ser tomadas como
«despojos» (spolio). El crucificado debía saber que ya no pertenecía al mundo de los vivos.
Ya solo queda esperar. Jesús ha sido clavado a la cruz entre las nueve de la mañana y las
doce del mediodía. La agonía no se va a prolongar. Son para Jesús los momentos más duros.
Mientras su cuerpo se va deformando, crece la angustia de su asfixia progresiva. Poco a poco
se va quedando sin sangre y sin fuerzas. Sus ojos apenas pueden distinguir algo. Del exterior
solo le llegan algunas burlas y los gritos de desesperación y rabia de quienes agonizan junto
a él. Pronto le sobrevendrán las convulsiones. Luego, el estertor final.

EN MANOS DEL PADRE


¿Cómo vive Jesús este trágico martirio? ¿Qué experimenta al comprobar el fracaso de su
proyecto del reino de Dios, el abandono de sus seguidores más cercanos y el ambiente hostil
de su entorno? ¿Cuál es su reacción ante una muerte tan ignominiosa como cruel? Sería un
error pretender desarrollar una investigación de carácter psicológico que nos adentrara en el
mundo interior de Jesús. Las fuentes no se orientan hacia una descripción psicológica de su
pasión, pero invitan a acercarnos a sus actitudes básicas a la luz del «sufrimiento del justo
inocente», descrito en diferentes salmos bien conocidos en el pueblo judío.
La escena encoge el alma. En medio de las sombras de la noche, Jesús si' adentra en el «huerto
de los Olivos». Poco a poco «comienza a entristecerse y angustiarse». Luego se aparta de sus
discípulos buscando, como es su costumbre, un poco de silencio y paz. Pronto «cae al suelo»
y se queda prosternado tocando con su rostro la tierra. Los textos tratan de sugerir su
abatimiento con diversos términos y expresiones. Marcos habla de «tristeza»; Jesús está
profundamente triste, con una tristeza molla ya; nada puede poner alegría en su corazón; una
queja se le escapa: «Mi «lima está muy triste, hasta la muerte». Se habla también de
«angustia»; Jesús se ve desamparado y abatido; un pensamiento se ha apoderado de el: va a
morir. Juan habla de «turbación»: Jesús está desconcertado, roto interiormente. Lucas
subraya la «ansiedad»: lo que experimenta Jesús no es inquietud ni preocupación; es horror
ante lo que le espera. La carta a los Hebreos dice que Jesús lloraba: al orar le saltaban las
«lágrimas»
¿Qué va a ser del reino de Dios? ¿Quién va a defender a los pobres? ¿Quién va a pensar en
los que sufren? ¿Dónde van a encontrar los pecadores la acogida y el perdón de Dios? La
insensibilidad y el abandono de sus discípulos lo hunden en |a soledad y la tristeza. Su
comportamiento le hace ver la magnitud de su fracaso. Ha reunido en su entorno a un pequeño
grupo de discípulos y discipulas; con ellos ha empezado a formar una «nueva familia» al
servicio del reino de Dios; ha elegido a los «Doce» como número simbólico de la restauración
de Israel; los ha reunido en esa reciente cena para contagiar les su confianza en Dios. Ahora
los ve a punto de huir dejándolo solo lodo se derrumba. La dispersión de los discípulos es el
signo más evidente de su fracaso. ¿Quién los reunirá en adelante? ¿Quién vivirá al servicio
del reino de Dios?
La soledad de Jesús es total. Su sufrimiento y sus gritos no encuentran eco en nadie: Dios no
le responde; sus discípulos «duermen». Apresado las fuerzas de seguridad del templo, Jesús
no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus
discípulos se escapan buscando su propia seguridad. ¡Está solo! Los relatos dejan entrever
esta soledad de Jesús a lo largo de toda la pasión
Probablemente las primeras generaciones cristianas no sabían con exactitud las palabras que
Jesús pudo haber murmurado durante su agonía. Nadie estuvo tan cerca como para recogerla.
Existía el recuerdo de que Jesús había muerto orando a Dios y también de que, al final, había
lanzado un fuerte grito.
Jesús muere en la noche más oscura. No entra en la muerte iluminado por una revelación
sublime. Muere con un « ¿por qué?» en sus labios. Todo queda ahora en manos del Padre.
RESUCITADO POR DIOS
¿Por qué? Esa es también la pregunta que se hacen los seguidores de Jesús. « ¿Por qué ha
abandonado Dios a aquel hombre ejecutado injustamente por defender su causa?». Ellos lo
han visto ir a la muerte eh una actitud de obediencia y fidelidad total. ¿Cómo puede Dios
desentenderse de él? Todavía tienen grabado en su corazón el recuerdo de la última cena.
Han podido intuir en sus palabras y gestos de despedida lo inmenso de su bondad y de su
amor. ¿Cómo puede un hombre así terminal en el sheol?
¿Va Dios a abandonar en el «país de la muerte» al que, lleno de su espíritu, ha infundido
salud y vida a tantos enfermos y desvalidos? ¿Vi yacer Jesús en el polvo para siempre, como
una «sombra» en el «país de las tinieblas», él que había despertado tantas esperanzas en la
gente? ¿No podrá ya vivir en comunión con Dios él que ha confiado totalmente en su bondad
de Padre? ¿Cuándo y cómo se cumplirá aquel anhelo suyo de «beber vino nuevo» juntos en
la fiesta final del reino? ¿Ha sido todo una ilusión ingenua de Jesús?
DIOS HA RESUCITADO!
Nunca podremos precisar el impacto de la ejecución de Jesús sobre sus seguidores. Solo
sabemos que los discípulos huyeron a Galilea. ¿Por qué? Se derrumbó su adhesión a Jesús?
¿Murió su fe cuando murió Jesús en a cruz? ¿O huyeron más bien a Galilea pensando
simplemente en salvar su vida? Nada podemos decir con seguridad. Solo que la rápida
ejecución de Jesús los hunde si no en una desesperanza total, sí en una crisis Radical.
De diversas maneras y con lenguajes diferentes, todos confiesan lo mismo: «La muerte no ha
podido con Jesús; el crucificado está vivo. Dios lo ha resucitado». Los seguidores de Jesús
saben que están hablando algo que supera a todos los humanos. Nadie sabe por experiencia
qué su cede exactamente en la muerte, y menos aún qué le puede suceder a un muerto si es
resucitado por Dios después de su muerte. Sin embargo, muy pronto logran condensar en
fórmulas sencillas lo más esencial de su fe. Son fórmulas breves y muy estables, que circulan
ya hacia los años 35 a 40 entre los cristianos de la primera generación.
Años más tarde, el libro del Apocalipsis pone en boca del resucitado expresiones de fuerte
impacto, muy alejadas de las primeras fórmulas de fe: «Soy yo, el primero y el último, el que
vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte
y del abismo»
¿EN QUÉ CONSISTE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?
¿Qué quieren decir estos cristianos de la primera generación cuando hablan de «Cristo
resucitado»? ¿Qué entienden por «resurrección de Jesús»? ¿En qué están pensando?
La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús. Algo que se ha producido en el
crucificado, no en la imaginación de sus seguidores. Esta es la convicción de todos. La
resurrección de Jesús es un hecho real, no producto de su fantasía ni resultado de su reflexión.
No es tampoco una manera de decir que de nuevo se ha despertado su fe en Jesús. Es cierto
que en el corazón de los discípulos ha brotado una fe nueva en Jesús, pero su resurrección es
un hecho anterior, que precede a todo lo que sus seguidores han podido vivir después. Es,
precisamente, el acontecimiento que los ha arrancado de su desconcierto y frustración,
transformando de raíz su adhesión a Jesús.
El resucitado no es alguien que sobrevive después de la muerte despojado de su corporalidad.
Ellos son hebreos y, según su mentalidad, el «cuerpo» no es simplemente la parte física o
material de una persona, algo que se puede separar de otra parte espiritual. El cuerpo es toda
la persona tal como ella se siente enraizada en el mundo y conviviendo con los demás; cuando
hablan de «cuerpo» están pensando en la persona con todo su mundo de relaciones y
vivencias, con toda su historia de conflictos y heridas, de alegrías y sufrimientos. Para ellos
es impensable imaginar a Jesús resucitado sin cuerpo: sería cualquier cosa menos un ser
humano. Pero, naturalmente, no están pensando en un cuerpo físico, de carne y hueso,
sometido al poder de la muerte, sino en un «cuerpo glorioso» que recoge y da plenitud a su
vida concreta desarrollada en este mundo. Cuando Dios resucita a Jesús, resucita su vida
terrena marcada por su entrega al reino de Dios, sus gestos de bondad hacia los pequeños, su
juventud truncada de manera tan violenta, sus luchas y conflictos, su obediencia hasta la
muerte. Jesús resucita con un «cuerpo» que recoge y da plenitud a la totalidad de su vida
terrena.
La resurrección no pertenece ya a este mundo que nosotros podemos observar. Por eso se
puede decir que no es propiamente un hecho histórico como tantos otros que suceden en el
mundo y que podemos constatar y verificar, pero es un «hecho real» que ha sucedido
realmente. Por eso, «la resurrección de Jesús va más allá de la historia, pero ha dejado su
huella en la historia». Y por eso también «abre la historia más allá de sí misma y crea lo
definitivo»
Resucitando a Jesús, Dios comienza la «nueva creación». Sale do su ocultamiento y revela
su intención última, lo que buscaba desde el comienzo al crear el mundo: compartir su
felicidad infinita con el ser humano.
EL CAMINO A LA NUEVA FE EN CRISTO RESUCITADO
¿Qué ha ocurrido para que los discípulos hayan podido llegar a creer algo tan asombroso de
Jesús? ¿Qué es lo que provoca un vuelco tan i ad b cal en estos discípulos que, poco antes,
huían dando por perdida mi causa? ¿Qué es lo que viven ahora después de su muerte?
¿Podemos aproximarnos a la experiencia primera que desencadena su entusiasmo por Cristo
resucitado? Los discípulos de Jesús, como casi todos los judíos de su época, esperaban para
el final de los tiempos la «resurrección de los justos». Sin este horizonte de esperanza
difícilmente hubieran podido decir algo de la resurrección.
No era una convicción judía arraigada a lo largo de los siglos, sino una fe bastante reciente,
que todavía se formulaba con lenguajes diferentes. El problema se planteó de manera crucial
cuando en los años 108-164 a. C„ un número incontable de fieles judíos fueron martirizados
por Antíoco Epífanes por permanecer fieles a la Ley: ¿puede Dios abandonar definitivamente
en la muerte a los que lo han amado hasta el extremo de morir por él? ¿No devolverá la vida
a los que la han sacrificado por serle fieles? Eran probablemente las preguntas que se hacían
los seguidores de Jesús ante su muerte. El profeta Daniel había respondido proclamando una
fe nueva: al final de los tiempos, los que han permanecido fieles a Dios se salvarán. «Muchos
de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para
el oprobio y el horror eternos. Los sabios brillarán como el esplendor del firmamento; que
guiaron a muchos por el buen camino serán como las estrellas por toda la eternidad»
Sin embargo, la resurrección anticipada de una persona, antes de llegar el fin de los tiempos,
era algo insólito. En general se esperaba de manera generalizada y en plural la «resurrección
de los justos». Seguramente los discípulos habían oído hablar del martirio de siete hermanos
torturados por Antíoco Epífanes juntamente con su madre. El relato era muy popular, pues la
escena en la que van desafiando al rey, confesando su fe en la propia resurrección, es
realmente impresionante. Nada podemos decir con seguridad, pero la evocación de mártires
concretos resucitados por Dios les pudo permitir superar más fácilmente el escándalo de la
cruz: Jesús, asesinado injustamente por su fidelidad a Dios, no ha podido ser aniquilado por
la muerte; en él se ha cumplido de manera eminente el destino del mártir reivindicado por
Dios.
Por él contrario, los seguidores de Jesús terminan hablando de su resurrección como fuente
de salvación para toda la humanidad, «primicia» de una resurrección universal, inauguración
de los últimos tiempos. Los discípulos habían quedado muy «marcados» por Jesús. La
crucifixión no había podido borrar de un golpe lo que habían vivido junto a él. En Jesús
habían experimentado a Dios irrumpiendo en el mundo de manera nueva y definitiva. Su
fuerza curadora destruía el poder de Satán y rescataba del mal a enfermos y poseídos,
apuntando hacia un mundo nuevo de vida plena. Su acogida a los últimos como los
privilegiados del reino de Dios despertaba la esperanza de los pobres en un Dios que
comenzaba a manifestar su fuerza liberadora frente a tanta injusticia y abuso. Sus comidas
con pecadores e indeseables anticipaban el banquete final y la alegría de los últimos tiempos.
Lo habian experimentado en Jesús la irrupción de la fuerza y el amor salvador de Dios, ¿no
estaban experimentando ahora en su resurrección la irrupción liberadora de Dios inaugurando
ya el reino definitivo de la vida?

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