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Alberdi
Sarmiento
Imagen de la etapa posrosista
Para Sarmiento, esta debe aportar algo más que la institucionalización del orden existente,
capaces de cobijar progresos muy reales pero no tan rápidos como considera necesarios. Lo
más necesario es acelerar ese ritmo de progres. En relación con ello, el legado más
importante del rosismo no le parece la creación de hábitos de obediencia, sino la creación
de una red de intereses consolidados por la moderada prosperidad alcanzada gracias a la
dura paz impuesta por Rosas. El hastío de la guerra civil permitirá a la Argentina posrosista
vivir en paz sin necesidad de contar con un régimen político que conserve celosamente la
concentración de poder de Rosas.
En 1945, la imagen que Sarmiento tiene de Rosas sigue siendo igual pero en un sentido
diferente; de monstruo demoníaco pasa a ser cada vez más un estorbo para el advenimiento
definitivo de la paz y el progreso.
Mientras Alberdi juzga posible recibir una última lección de Francia y veía en el desenlace
autoritario un ejemplo, Sarmiento deducía de ella que lo más urgente era que
Hispanoamérica hallase la manera de no encerrarse en el laberinto del que Francia no había
logrado salir en 1789. Las insuficiencias del modelo francés lo llevaron a buscar un modelo
alternativo, que para entonces creía haberlo encontrado en Estado Unidos.
A diferencia de Tocqueville no le preocupaba primordialmente la conciliación entre
libertad e igualdad, sino rastrear una civilización basada en la plena integración del
mercado nacional.
Sarmiento observa que las herramientas, los equipos de producción, los productos de
consumo, etc., son constantemente renovados y mejorados a diferencia que en Europa. Para
estructurar ese mercado, es fundamental la comunicación escrita para conectar un público
potencial, basto y disperso, justificación adicional a su interés en la educación popular.
Sarmiento creía en la educación popular como un instrumento de conservación social, no
porque ella pudiese disuadir al pobre de cualquier ambición de mejorar su lote, sino porque
debía, al contrario, ser capaz, a la vez que de sugerirle esa ambición, de indicarle los modos
de satisfacerlas en el marco social existente.
Así, si esa nación requiere una masa letrada es porque requiere una vasta masa de
consumidores. Para crearla, no basta con la difusión de la alfabetización, es necesaria
también la del bienestar y de las aspiraciones de mejora económica.
El ejemplo de Estados Unidos persuadió a Sarmiento de que la pobreza del pobre no tenía
nada de necesaria, y que la capacidad de distribuir bienestar a sectores cada vez más
amplios, no era sólo una consecuencia social del orden económico, sino una condición
necesaria para la viabilidad económica de ese orden. La imagen de progreso económico de
Sarmiento implica un cambio de la sociedad en su conjunto, no como resultado final y
justificación última de ese progreso, sino como condición para él.
N.BOTANA
El significado último del conflicto entre BA y el Interior residía en que ninguna lograba
imponerse, de este modo un empate inestable gobernaba las relaciones de los pueblos en
armas mientras no se lograra hacer del monopolio de la violencia (característica más
significativa de una unidad política) una realidad efectiva y tangible.
Botana al proceso que da origen a una unidad política lo denomina reducción a la unidad:
por la vía de la coacción o por el acuerdo, un determinado sector de poder, de los múltiples
que actúan en un hipotético espacio territorial, adquiere control imperativo sobre el resto y
lo reduce a ser parte de una unidad más amplia. Este sector es por definición, supremo; no
reconoce una instancia superior; constituye el centro con respecto al cual se subordina el
resto de los sectores y recibe el nombre de poder político o poder central.
Cuando Justo José de Urquiza derrotó a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros,
culminó una forma de gobierno caracterizada por una descentralización autonomista según
la cual las provincias de la Confederación Argentina, se reservaban el máximo de capacidad
de decisión. El sistema benefició a las provincias más fuertes y no contempló la posibilidad
de transferir mayor capacidad de decisión a un poder político que fuera centro de una
unidad política más amplia. Tal era el objetivo de Urquiza, para ello propuso combinar la
fuerza con un acuerdo pactado por los mismos gobernadores que, mientras apoyaron a
Rosas, fueron los protagonistas de la confederación.
Quebrado ese atisbo de unida política, los presidentes posteriores a Pavón desempeñaron su
papel desde una prov hegemónica en la que se tomaban decisiones con carácter nacional.
Ahora el papel del presidente, definido normativamente por la CN de 1853 y reformada en
1860 tras la batalla de Cepeda, careció de los medios necesarios para hacer efectivo el
poder político debido a la coexistencia obligada con el gobernador de BA en la ciudad
capital de la prov más poderosa. Tres presidencias la de Bartolomé Mitre (1862/68), la de
Sarmiento (1868/1874) y la de Avellaneda (1874/80) protagonizaron este período que
culminó con la elección de Julio A. Roca en 1880.
La crisis del 80
En 1880 se enfrentaron el interior y BA en bandos opuestos para decidir por la fuerza de las
armas la subordinación definitiva de todas las provincias al poder político nacional. Estos
actos dividieron al ejército lo cual terminó trazando el perfil militar y político de Julio A
Roca.
Entre 1862 y 1880 Roca sirvió al ejército nacional participando en todas aquellas acciones
que contribuyeron a consolidar el poder político central: combatió contra Peñaloza;
combatió en la guerra del Paraguay; enfrentó a Felipe Varela; sofocó el levantamiento de
1874 en el interior y dirigió en 1879 la campaña del desierto que culminó con la
incorporación de 15 mil leguas de tierras nuevas.
Esa trayectoria militar permitió a Roca mantener contactos permanentes desde sus
comandancias de fronteras con las clases gobernantes emergentes que reemplazarían a los
gobernadores del pasado régimen; fue moldeando un interés común para el “interior” capaz
de ser asumido como valor propio por los grupos de gobernantes. Las provincias interiores,
de alguna manera integradas en un espacio territorial más amplio y subordinadas de modo
coercitivo al poder central, advirtieron que el camino para adquirir mayor “peso” político
consistía en acelerar el proceso de nacionalización de BA y no en retardarlo. Los ejecutores
de ese interés serían los gobernadores vinculados con Roca organizados en una “Liga”,
cuyo epicentro fue la provincia de Cba, Sta Fe, ER, Tucumán, La Rioja, Sgo del Estero y
Jujuy tejieron una trama electoral que condujo a Roca a la presidencia.
Roca tras su elección como presidente cobijó a su futuro gobierno bajo el lema Paz y
Administración. Unión y gobierno ordenado; he aquí el lenguaje de Avellaneda y Roca. La
unión era sinónimo de intereses, valores y creencias reunidos en torno de un sistema de
poder común. ¿Cómo hacer de la obediencia un hábito?¿cómo consolidar la precaria
integridad territorial recién conquistada, gracias a una aún más frágil identidad
nacional?¿cómo sino a través de un gobierno estable y ordenado? Y gobierno aparecía
como un concepto representativo de una operación más compleja que la consistente en
implantar una unidad política. Implicaba actos y procedimientos capaces de edificar
instituciones que mantuvieran en existencia la unidad política recién fundada. Exigía
seleccionar a quienes gobernarían y en virtud de qué reglas unos, y otros, tendrían el
privilegio de mandar. El país se había dictado una fórmula prescriptiva de carácter federal,
la CN, y sobre esa fórmula había que trazar una fórmula operativa que hiciera factible la
producción de actos de gobierno. De este modo, la construcción del régimen emprendida
por los hombres de los 80, y la fórmula política que la sustentó, contiene en sus cimientos
las respuestas precarias formuladas al drama de la desintegración territorial y de la guerra
interna.
LA REPÚBLICA POSIBLE
Regímenes políticos y legitimidad
Un régimen político puede ser entendido como una estructura institucional de posiciones de
poder, dispuestas en un orden jerárquico, desde donde se formulan decisiones autoritativas
que comprometen a toda la población perteneciente a una unidad política.
Desde este punto de vista hay 2 interrogantes que un régimen político debe responder: a)
que vínculo de subordinación establecerá el poder político con el resto de los sectores de
poder presentes en la sociedad; b) qué reglas garantizarán el acceso y el ejercicio del poder
político de los futuros gobernantes. La 1° cuestión hace hincapié en la organización y en la
distribución del poder; la 2° en el modo de elección de los gobernantes y en los límites que
se trazan entre éstos y los gobernados. Los 4 términos representan un sistema de relaciones
donde el contenido concreto de uno de ellos, o su modificación eventual, influye
necesariamente sobre los otros.
La estructura institucional de un régimen alberga la realidad del poder; y, a su vez, este haz
de relaciones de control se asienta sobre una constelación de intereses materiales y de
valores que justifican la pretensión de algunos miembros de una unidad política de
gobernar al resto.
Juan Bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que gozó del beneficio de
alcanzar una traducción institucional sancionada por el Congreso Constituyente en 1853.
Lo significativo de la misma consistió en su perdurabilidad sobre las vicisitudes de la
guerra entre BA y la Confederación.
Para alcanzar estos fines Alberdi considera necesario un trasplante cultural en tanto y en
cuanto rechaza la cultura tradicional, hispánica, que impide el cambio y la innovación, y
opta por otro modelo: el de los países europeos.
El medio para alcanzar estas metas es el régimen político. La preocupación de Alberdi era
organizar un poder central, fuerte para controlar los poderes locales y flexibles para
incorporar a los antiguos gobernadores de provincia a una unidad política más vasta.
Este gobierno mixto, que expresa el término federación, retoma rasgos esenciales de los
hábitos de obediencia trazados por la costumbre en las culturas de América del Sur. No
hay, pues, ruptura definitiva con un orden tradicional; esa ruptura vendrá después, cuando
la población nueva, la industria y la riqueza, den por tierra con la cultura antigua. Mientras
tanto es preciso reorientar las expectativas de obediencia hacia un nuevo centro de poder.
Allí emergerá un papel político que habrá de integrar lo viejo y lo nuevo: el control racional
de la ley y los símbolos de dominio y soberanía quebrados desde los tiempos de la
independencia.
En este caso, el diputado será elegido por el pueblo, mientras que el senador y el presidente
por una elección de segundo grado realizada en las legislaturas provinciales o en el seno de
un colegio electoral.
Esta oposición entre “pueblo chico” y “pueblo grande” está fundada en argumentos que
asignan a unos pocos la virtud de saber elegir y a la muchedumbre la ignorancia de no saber
elegir. El punto de vista alberdiano es, en este sentido restrictivo.
Pero la república abierta es, en sí, una contradicción pues no controla sus actos de gobierno:
los miembros que la integran no intervienen en la designación de los gobernantes; no son
electores ni representantes; permanecen marginados en una suerte de trasfondo en cuyo
centro se recorta un núcleo político capacitado para hacer gobierno y ejercer control. Esta
es la república restrictiva, construida sobre el ejercicio de la libertad política, ámbito donde
la participación en el gobierno se circunscribe a un pequeño número de ciudadanos; espacio
cuyos miembros se controlan a sí mismos y, a la vez, controlan el contorno que los
circunda.
LA OLIGARQUÍA POLÍTICA
El control de la sucesión
Para Alberdi, la causa de todas las crisis de disolución, con motivo de las elecciones
presidenciales se halla en la Constitución de aquél entonces, la cual instituía y establecía 2
gobiernos nacionales, los únicos dos grandes electores y los únicos dos candidatos serios: el
Gobernador-Presidente (gobernador de la prov de BA); y el otro es el presidente cesante,
que para asegurar su reelección en el período venidero, promueve, para sucederle en el
período intermedio a uno de sus subalternos, bajo un pacto de devolverle la presidencia a su
vez.
Por otro lado, si la república rechaza la herencia o la designación burocrática, como medios
de selección de sus magistrados más importantes y opta por la elección proveniente del
pueblo, una 2° distinción se sumará a la 1°: el soberano, o entidad donde reside el poder de
designar a los gobernantes, es causa y no efecto de la elección de los magistrados. El
elector tiene una naturaleza política diferente de la del representante; este último depende
del elector, el cual, por una delegación que va de abajo hacia arriba, controla al gobernante
que él mismo ha designado.
Empero en la realidad habrá siempre electores, poder electoral, elecciones y control, pero
los electores serán los gobernantes y no los gobernados, el poder electoral residirá en los
recursos coercitivos o económicos de los gobiernos y no en el soberano que lo delega de
abajo hacia arriba, las elecciones consistirán en la designación del sucesor por el
funcionario saliente y el control lo ejercerá el gobernante sobre los gobernados antes que el
ciudadano sobre el magistrado.
La hegemonía gubernamental
Para los historiadores esta última puede ser entendida de varias maneras:
a). puede describir una categoría social dominante en la que no se pondera ningún
componente específico;
b). clase social que subraya la dimensión económica, como ocurre con el concepto de clase
terrateniente empleado por Halperín;
c). patriciado, que puede derivar de la corrupción histórica del término, siendo aquél
sinónimo de un grupo que deja de ser representativo durante la crisis del 90 como sugiere
Grondona;
d). o bien, calificativo del roquismo triunfante en el 80 que, una década después, se entrega
a los intereses de BA.
e). también puede dar cuenta de una clase gobernante, consciente y unida con respecto a un
propósito nacional;
f). o bien, reflejar el carácter de un grupo de notables, en el sentido tradicional del término,
cuyo ambiente natural es el club y su método de acción el acuerdo.
En el caso de Arg, la oligarquía es una clase social determinada por su capacidad de control
económico; es un grupo político; en su origen representativo, que se corrompe por motivos
diversos; es una clase gobernante, con espíritu de cuerpo y con conciencia de pertenecer a
un estrato político superior, integrada por un tipo específico de hombre político: el notable.
Ámbito Provincial
GOBERNADOR------------LEGISLATURA
| |
PUEBLO ELECTOR
Ámbito Nacional
SENADORES---------PRESIDENTE------------DIPUTADOS
| | |
| | |
| | |
| | |
PUEBLO ELECTOR--------------------------|
Mientras la escala de subordinación que propone la fórmula operativa ofrece una imagen de
este tipo:
PRESIDENTE
DIPUTADOS SENADORES
GOBERNADOR
LEGISLATURA PROVINCIAL
Esta manera de aventar conflictos y de tejer alianzas puede hacer de telón de fondo para
entender el modo como los actores se sirvieron de un conjunto de instituciones. La
hipótesis de Botana defiende la coexistencia de dos fórmulas: la prescriptiva y la operativa;
ambas enhebraron un viejo diálogo entre constitución y realidad que permita echar alguna
luz sobre una complicada historia.
La institución de las Juntas Electorales tenía un doble propósito: por un lado “mediatizar”
el ejercicio de la soberanía popular, transfiriendo a un grupo de ciudadanos, escogidos al
efecto, el derecho de elegir al presidente; por el otro mantener un delicado equilibrio entre
nación y provincias, pues si bien los electores serían elegidos del mismo modo que los
diputados, debían, sin embargo, deliberar y elegir aisladamente en pequeñas juntas que se
instalarían en Cap. Federal y en la de cada prov.
Entre 1880 y 1910, el Colegio estuvo compuesto por electores designados mediante el
sistema de lista completa sin representación de las minorías. En cada distrito (provs y cap)
los ciudadanos votaban por una lista de electores, y a la que obtenía el mayor número de
votos -no la mayoría- se le asignaba la totalidad de los electores correspondientes al
distrito.
La federalización del 80 produjo una redistribución en los bloques de electores que trajo
como resultado la composición más equilibrada de las Juntas. A partir de 1898 BA retomó
y acentuó su predominio. La afirmación de que quien controle BA y la Cap en votos y
electores y adquiera peso político en Cba y Sta Fe, tendrá en sus manos la clave de la
victoria presidencial, en realidad no es tan así en tanto y en cuanto el juego de alianzas
introduciría algún matiz interpretativo que contradice dicha afirmación.
La lectura de los resultados registrados en las Juntas entre 1880 y 1910 permite advertir la
ausencia de divisiones dentro de cada uno de los bloques de electores asignados a los
distritos. Si se presentaba la eventualidad de una división esta se daba entre bloques, o sea,
entre distritos que se oponían a otros cuyos electores votaban, por lo gral, sin fisuras
internas. Esta disciplina estuvo reforzada por el sistema de lista completa que regulaba la
elección de 1° grado.
La coalición de prov de apoyo permanente no sumaba la mitad más uno de los electores;
estaba compuesta, en efecto, por distritos medianos y chicos con la excepción de Cba. Se
imponía, pues, la apertura hacia un juego que combinaba la disciplina de la coalición
oficialista con la división en los bloques de electores de los distritos grandes.
El Senado Nacional
a. El sistema federal adoptado por la CN hacía del Senado una suerte de institución bisagra
que, instalada en el lugar de encuentro del poder nacional con el poder prov contara con el
prestigio necesario para salvar contradicciones cuyas soluciones variaban según la óptica
formal o substantiva en la cual se situaban el legislador.
b. Desde una perspectiva formal, el Senado constituía un recinto para conservar la igualdad
de los estados intervinientes en el pacto federal cualquiera fuese su dimensión geográfica o
demográfica.
d. podía ser entendido como un instrumento de control al servicio de una prudente élite,
amparada por la edad y la distancia electoral sobre tumultuosas o esquivas multitudes.
La otra cuestión traducía una dificultad derivada de la naturaleza misma del régimen
presidencial. Una de las diferencias más notables entre este régimen y el parlamentario
consiste en la confusión que existe en uno y en la distinción que se establece en el otro,
entre el Jefe de Estado y el Jefe de Gobierno.
Cuando el predomino presidencial era fuerte y robusto como en el caso arg, ¿podía ser
prenda de mayor seguridad y de menor riesgo la soledad de un presidente que carecía de
primer ministro y de gabinete responsable? La fórmula alberdiana salvaba la dificultad: el
presidente era un notable designado merced a una severa jerarquía electoral; los senadores
también y el origen de ambos, edad y elección indirecta, los hacía naturalmente aptos para
integrar una colegialidad conservadora.
Desde esta perspectiva el Senado era un Consejo Ejecutivo dotado de las atribuciones para
ejercer control sobre el poder judicial, el religioso y los niveles más altos del embrionario
sistema burocrático según la CN, el Presidente necesitaba el acuerdo del Senado para
nombrar los magistrados de la Corte Suprema y de los tribunales inferiores; para designar y
remover los ministros plenipotenciarios y los encargados de negocios; para proveer los
empleos militares superiores del ejército y la armada; para presentar o proponer los obispos
correspondientes a las iglesias catedrales y para declarar el Estado de Sitio.
Los caminos para alcanzar este propósito seguían el trazado de los poderes nacionales que
prescribía la CN: la presidencia, el gabinete nacional y ambas cámaras legislativas.
El Senado fue pensado como una institución conservadora: su composición, entre 1880 y
1916, confirmó este propósito. En 1° lugar, porque el Senado acogía un conjunto no
desdeñable de ex presidentes.
Otros transitaban caminos más originales, de ida y vuelta de un cargo a otro, que revelaban
un minucioso resguardo, no menos eficaz, del papel que se abandonaba y que pronto habrá
de recuperarse: ER representa este tipo.
Visto desde esta perspectiva, el Senado puede presentar la imagen, quizá ilusoria, de un
viviente pacto federal que defendía con celo las autonomías provinciales consagradas por la
CN. Sin embargo, este cuadro de estabilidad se yuxtapuso sobre una serie de conflictos que
tuvieron lugar entre el poder político nacional y las provincias. Regresó entonces un
instrumento de control, cuya persistencia le concede el raro privilegio de conservar una
robusta salud institucional: la intervención federal.
EL SISTEMA FEDERAL
La fórmula alberdiana proponía una solución federativa para resolver la inserción de las
provincias en un sistema nacional de decisiones políticas.
Desde una 1° precisión el federalismo expresaba los vínculos más o menos estables que
existían entre unidades políticas independientes o bien, traducía una organización interna
que se desarrollaba dentro de las fronteras de un Estado.
El contraste entre Confederación y Estado Federal ponía sobre el tapete una 2° precisión: el
límite entre Confederación y el Estado Federal provenía de un principio de legitimidad más
profundo que el que portaban cada una de las unidades federadas: sobre ellas debía
preexistir, o emerger, un vínculo nacional que religara las partes mediante la presencia de
un pueblo y de un territorio común que fuera objeto inmediato de todas las decisiones.
La intervención federal
¿Qué camino recorrieron los argentinos para fracturar el dualismo federal, sobre todo
después de 1880?
La nueva redacción dejaba a salvo el peligro que atormentaba a Sarmiento: sólo debía
intervenirse en las provincias previa requisición de sus autoridades constituidas. Pero no es
menos cierto que la sentencia introductiva dejaba abierto un ancho margen para la
interpretación y para la acción futura del poder político nacional. ¿Quién decide en qué
circunstancias corresponde garantir?, por otra parte ¿quién es el sujeto que hace de
garante?: se afirmaba que era el Gob Federal. Bajo este término subyacían 2 poderes
nacionales: el ejecutivo y el legislativo, ambos tenían competencia para producir decisiones
autoritativas por vía del decreto o de la ley.
Se podría observar entonces que la Capital que en el 80 aparecía como prenda de conquista
para el interior, revertía su control sobre el resto del país. Así, para muchos el centro
dominaba irresistiblemente a la periferia.
La práctica de la Intervención
Entre 1854 y 1880 la aplicación de una medida excepcional como la intervención federal
resultaba paralela al carácter de los conflictos armados. Esta medida cubría con un manto
jurídico la marcha de los ejércitos que buscaban imponer su concepción del orden y de la
integridad territorial. La intervención federal sirvió, en la mayoría de los casos, como uno
de los tantos instrumentos que justificaron la voluntad de constituir una unidad política.
A partir de 1880, la intervención federal representará un papel diferente. Persistirá como
instrumento de control pero cambiará la naturaleza de su objeto; antes se engarzaba en los
conflictos territoriales, ahora seguirá los dictados de gobiernos que buscaban controlar las
oposiciones emergentes dentro y fuera del régimen institucional. Por un lado la lucha para
fundar una unidad política; por el otro, conservar un régimen.
Entre 1880 y 1916 la aplicación menos intensa de la intervención federal corrió paralela
con la importancia creciente del Congreso Nac como fuente legislativa que la sancionó.
Desde Roca hasta V de la Plaza, todos los presidentes hicieron uso de este instrumento. Sin
embargo la intensidad de su uso fue variando de presidente en presidente. Durante los 10 1°
años (Roca y Juarez Celman) la intensidad fue baja, pero subió en el curso de la presidencia
de C Pellegrini y alcanzó el pico más alto cuando Luis Sáenz Peña ejerció la 1°
magistratura. Ambos mandatos cubrieron el ciclo revolucionario que se inició en 1890 y
finalizó en torno de los años 1894/95.
Las más protegidas fueron Salta, Cba, Jujuy y Sn Juan. Salta fue la única prov no
intervenida y las otras lo fueron sólo una vez.
Fueron intervenidas en 2 y 3 oportunidades: ER, Mendoza, Sta Fe, La Rioja y
Tucumán.
Provs intervenidas entre 4 y 6 veces: BA, Sgo del Estero, Corrientes, Catamarca y
San Luis.
En las provs castigadas quedan incluidas 2 provs llamadas de oposición repetida a
propósito de su comportamiento en las Juntas de Electores: BA y Corrientes; y otras 2 que
integraron la coalición de provs de apoyo permanente cuyos electores votaron siempre al
candidato oficial: Catamarca y San Luis.
Por otra parte, se puede observar que cuando hubo requerimiento, la mayoría de las
intervenciones apoyaron a las autoridades constituidas; en cambio, cuando el gobierno
federal intervino de oficio se invirtió la relación con una diferencia mucho más acentuada.
Y es también en estas intervenciones donde se localizó la acción predominante del gobierno
nac representando el 57,5% del total.
Las provs encerraban dentro de sus fronteras un régimen local cristalizado en la figura
hegemónica del gobernador.
BA en el Gabinete Nacional
Por ciudad hegemónica se entiende a la sede del Poder Ejecutivo Nac.: BA, la capital de la
República desde 1880. Región hegemónica, en cambio, será la capital y la prov donde
aquélla está instalada. La prov de BA se constituye así en una unidad directamente
vinculada con la capital en términos políticos, económicos y sociales. Esta hipótesis
subrayaría una progresiva fusión histórica entre la ciudad-capital y la prov de BA que
desmentiría el proyecto del 80, consistente en separar una de la otra.
De los 9 presidentes que se sucedieron entre 1880 y 1916, 4 tuvieron origen bonaerense y 5
provinieron del interior. Los 12 años que sumaron las dos presidencias de Roca junto con
las otras acentuaron el predominio del interior. ¿Cuál es el real significado del lugar de
origen?
Los ministros de origen bonaerense sumaron 52 y los pertenecientes al resto del país, 50;
en términos porcentuales 51% contra 49%. A 1° vista, una relación de equilibrio que
demanda, por lo menos, 3 precisiones complementarias.
Junto con esta prov, hicieron punta Santa Fe, Cba, Mendoza y Tucumán. Las dos 1° junto a
Salta formaron parte de la coalición oficialista; las 2 restantes integraron el núcleo de las
provs de oposición repetida (Tucumán) y de oposición circunstancial (Mendoza).
Los ministros provincianos para la política interior; los bonaerenses para el espacio
exterior.
Desde el juicio que propone una escala de valores federalista, no es muy confortable la
posición de los ministros provincianos en tanto y en cuanto, se debe tener en cuenta que el
Ministerio del Interior fue la rama del Poder Ejecutivo que tuvo injerencia directa en los
proyectos de ley y en los decretos que dieron lugar a las intervenciones federales. Esto
significaba ¿control del interior sobre sus provincias desde donde vinieron los gobernantes
desdoblados, esta vez, en celosos agentes del poder nac? ¿O, quizá, revancha de los
antiguos dominados sobre BA en cuyo ámbito prov también se manifestaron los procesos
intervencionistas?
Por otro lado, se observa que a mayor participación bonaerense en los gabinetes nacionales,
más alta intensidad intervencionista por presidencias en las provincias.
Las guerras civiles enfrentaron a BA con el Interior. Al fin, luego de las batallas del 80, la
paz fue pactada por una fracción de la clase gobernante de BA, y las clases gobernantes de
la mayoría de las provs del Interior.
Este acuerdo traducía la concepción alberdiana del orden político: la incorporación de los
sistemas de autoridad establecidos en espacios regionales (las provs) a un régimen político
inclusivo organizado en torno de la magistratura presidencial.
El espacio de origen no era la ciudad ni la comuna. Era, más bien, la prov: una región, con
una ciudad por cabecera, que representaba un espacio y una población mayor.
Este fundamento regional de la clase gobernante fue defendido a medida que crecía el
poder presidencial. El régimen del 80 ejerció controles efectivos sobre otros sistemas de
autoridad tradicional de carácter funcional. La Iglesia Católica, por ejemplo, perdió dos
atributos: la educación y la competencia civil del matrimonio religioso.
Las sucesivas leyes electorales sancionadas desde los orígenes de la organización nacional,
nunca establecieron un tipo de sufragio, que calificara al elector según su capacidad
económica o cultural, hecho que resulta curioso, si se piensa en lo que se daba en la
realidad. Alberdi había reconocido las virtudes del sufragio censitaire que practicaba la
mayoría de las naciones europeas.
Hay 3 características del régimen electoral previo a 1912 que es preciso tener en cuenta: el
carácter voluntario del voto, la ausencia del secreto en la expresión del mismo y la
aplicación del principio plurinominal o sufragio de lista. Votaban, entonces, quienes
querían mediante procedimientos que bloqueaban la competencia entre listas cerradas de
candidatos, sin prestar atención a las garantías de intimidad exigibles en esa manifestación
de voluntad.
Como para votar era necesario empadronarse e integrar un registro electoral, allí
comenzaban las escaramuzas. Pellegrini decía: “...los registros electorales, en el 90% de los
casos, se hacen antes del día de la elección, en que los círculos o sus agentes asignan el n°
de votos, designan los elegidos...”. En rigor, las leyes electorales autorizaban a las
Comisiones Empadronadoras para levantar el Registro Electoral. Frente a esto Rivarola
señalaba que: “como la ley deja a las comisiones empadronadoras la facultad de juzgar
quiénes reúnen o no las condiciones requeridas para ser inscriptos, el fraude empieza
ordinariamente por la inscripción indebida y por la omisión de nombres en el registro.”
ciertamente, la designación de los miembros de la comisión era una decisión crucial, en
tanto el control del Registro se constituía en la llave del control del comicio.
Otra decisión crucial era la designación de los escrutadores que presidían las mesas
receptoras de votos.
Durante el comicio podían pasar muchas cosas desde la tradicional violencia hasta los
métodos más pacíficos de la manipulación del voto. Los comités electorales concentraban
en lugares estratégicos a sus adherentes o, en el campo, los paisanos concurrían hacia el
lugar del comicio donde votaban al mismo tiempo lo cual transmutaba la expresión teórica
del voto (la acción singular de un ciudadano). Por otra parte, las boletas, si existían, o las
listas de candidatos se entregaban pocas horas antes o en el momento de votar.
Era posible también que la oposición se disperse, desertando del lugar indicado para votar,
anticipándose a la coacción presumible; la consecuencia de esta diversidad de comicios es
que resultan sufragando un n° de inscriptos mayor al del contenido del padrón porque en el
deseo de superar en n° al adversario, cada partido echaba mano de hombres ausentes,
muertos y vivos. Ante esta pluralidad de comicios, correspondía al juez de la elección
establecer cual ofrece mayores apariencias de legalidad, y esa decisión depende, no de las
cualidades intrínsecas o extrínsecas de las actas, sino del criterio de conveniencia política
que domine en la mayoría de los sentimientos amistosos que dentro de un mismo partido
favorezcan esta o aquella tendencia de este o aquel personaje. Se trataba de los comicios
dobles, que evocaban una situación de competencia electoral no regulada.
Significativos como éstos eran los momentos en que las Juntas escrutadoras volcaban
padrones o los electores repetían su voto. Volcar un padrón o vaciar un registro implicaba
asignar un voto a un ciudadano ausente, o presente si se rompían boletas, de acuerdo con
una decisión previa adoptada por la Junta Escrutadora. El sistema podía reforzarse con la
repetición del voto realizada por electores votantes o golondrinas que sufragaban varias
veces en una misma mesa o, en su defecto, en diferentes mesas de un mismo distrito.
En las postrimerías del régimen, los procedimientos tradicionales fueron reemplazados por
el comercio de libretas de inscripción y la compra directa de votos. Con el voto comprado
se cerró el círculo del fraude electoral.
Pero es menester una instancia que se hallaba en un escalón más alto: el balurdo electoral.
El balurdo electoral eran las actas con las que se clausuraba el comicio. Así existieran actas
de votantes o urnas para depositar la papeleta del sufragio, terminada la elección las
autoridades que presidían las mesas escrutadoras hacían el “recuento de votos y votantes,
certificaban la cantidad al pie del acta y por último proclamaban en forma pública a los
candidatos triunfantes”. Estos documentos se enviaban a las Legislaturas o Juntas
Escrutadoras Provinciales que hacían el escrutinio definitivo, consignaban las denuncias y
protestas acerca de irregularidades y elevaban los resultados a la Cámara de Diputados o al
Congreso Nac si el comicio tenía por objeto designar electores para Presidente y Vice.
Entonces concluía la operación, porque los jueces inapelables de las elecciones eran los
cuerpos legislativos.
Este procedimiento traía como resultado que los cuerpos legislativos producían, en los
hechos, a los representantes cuando verificaban los escrutinios. No existía representante
presumible antes que la elección fuera aprobada, ni tampoco se garantizaba al electo su
derecho para ejercer la defensa en juicio si su elección hubiese sido discutida o impugnada.
Pero la acción de control electoral en las legislaturas podía hacer uso de métodos más
prácticos. En las provs norteñas cuando ganaba la oposición funcionarios oficiaban de
raspadores, suplantando el nombre del electo por el favorecido. A estos legisladores,
Pelagio Luna los llamaba diputados por raspadura.
Por otra parte, la Justicia Federal podía intervenir sólo en casos de fraude vinculados con
las elecciones de diputados nacionales y de electores para presidente y vice. En las
irregularidades en las elecciones municipales, de legisladores y gobernadores provinciales,
actuaban los tribunales de provincia.
Todo lo dicho sobre el fraude y el control del sufragio representa un sistema de gradación o
una escala de gobiernos electores. El gobierno elector controlaba el sufragio: hacía
elecciones y garantizaba la victoria de los candidatos. A este sistema se le atribuyó el
calificativo de fraude burocrático: una red de control electoral descendente que arrancaba
de los cargos de presidente y gobernador hasta llegar, más abajo, a los intendentes y
comisionados municipales, los concejales, los jueces de paz, los comisarios de policía, los
jefes de registro civil o los receptores de rentas. Esta madeja de cargos ejecutivos tenía que
ver con las recompensas y gratificaciones derivadas de la distribución de puestos públicos,
y con la relación de dependencia que se trazó entre el sistema burocrático y el sistema
político.
Los gobernantes electores no actuaron solos. Entre el hipotético pueblo elector y los cargos
institucionales que producían el voto, se localizaba, en una franja intermedia, un actor
político, respetado con esmero por los que ocupaban posiciones de poder y acerbadamente
criticado por quienes emprendían el camino d ella oposición o de la crítica moral: el
caudillo electoral.
La presencia del caudillo fue un hech0o innegable y todos los gobernantes dependieron, en
cierta medida, de estos mediadores.
La participación electoral
Como los inmigrantes no se nacionalizaban se podría decir que mientras la soc civil se
transformaba, el mercado electoral no sufría cambios análogos. Para Germani la situación
era paradojal: las personas nacidas en el extranjero eran mucho más numerosas que las
nacidas en el país y si se tiene en cuenta la concentración geográfica y por edades, la
proporción de extranjeros en esas categorías que más significado tienen para la vida política
y en las zonas “centrales” alcanzaba entre el 50% y el 70%.
EL ANARQUISMO
Los círculos anarquistas comenzaron su actividad hacia fines de 1880 y hacia fines de siglo
el movimiento alcanzaba su maduración política y los círculos se convirtieron en centros
políticos y culturales con una propuesta integral que abarcaba todos los aspectos de la vida
social y pretendía ser un modelo cultural alternativo. Entonces, desde el círculo intentaban
generar (y practicar) una cultura y una sociabilidad política alternativas, aun cuando
muchas de sus propuestas eran compartidas por otras corrientes políticas e ideológicas de la
sociedad arg finisecular.
Entre 1898 y fines de 1902, momento en que se sancionó la Ley de Residencia y se aplicó
el estado de sitio, se produjo en forma simultánea el desarrollo del conflicto social un
significativo crecimiento y auge de las actividades de los grupos y círculos. Una vez
atenuada la oleada represiva de fines de 1902, las actividades de los grupos y círculos se
expandieron ingresando el movimiento a su etapa de madurez.
A pesar del crecimiento de la actividad anarquista, sus miembros más lúcidos percibieron la
dificultad para acumular fuerzas en el caos organizativo en que estaban sumergidos. Fue la
fuerte tendencia individualista presente en la mayoría de los anarquistas la que impidió
cualquier posibilidad de federación o unión.
A pesar de los fracasos, la actividad de los círculos siguió en aumento hasta que el gobierno
nacional implementó la dura represión de 1910. La nueva Ley de Defensa Social y la
aplicación del estado de sitio brindaron el marco legal para amordazar a la prensa, cerrar
locales, así como encarcelar y deportar activistas. En este contexto, la actividad de los
círculos cesó casi por completo durante un par de años y cuando comenzó a normalizarse, a
comienzos de 1912, su dinamismo estaba muy lejos de ser exhibido antes del Centenario.
1. la protoorganización sindical
Al despuntar los años 80, los 1° pasos organizativos de los anarquistas entre los
trabajadores se limitaron a la acción de pequeños grupos que se nucleaban por afinidades
nacionales y doctrinarias. La mayoría de esos grupos se limitó al estudio y a la discusión,
sin preocuparse por la organización de los trabajadores en tanto casi todos eran
individualistas antiorganizadores.
Los 2 o 3 últimos años del siglo, coincidentemente con el crecimiento del conflicto social,
fueron testigos de cierto predominio de los anarquistas entre albañiles, cigarreros,
panaderos, etc. este predominio se hizo más evidente después de la aplicación de la Ley de
Conversión, que repercutió negativamente en los salarios obreros debido al encarecimiento
de los artículos de 1° necesidad. Los libertarios, junto con los socialistas, impulsaron e
implementaron huelgas y movilizaciones obreras contra la política monetaria oficial.
2. el anarquismo maduro
Al despuntar el s. XX se hizo evidente la cuestión social obrera para buena parte de la
sociedad local; la acción y la constante denuncia de los anarquistas (y socialistas)
desempeñaron un papel central y sentaron las bases de la lucha por los derechos civiles y
sociales de los trabajadores arg.
Para este momento, sin perder la impronta individualistas, la mayoría del movimiento
libertario aceptaba la organización gremial e impulsaba la huelga como principal
herramienta de lucha de los trabajadores. Además de su influencia sobre gremios
relativamente pequeños y de carácter artesanal, comenzaron a predominar entre importantes
sociedades obreras como los portuarios, marineros, conductores de carros y peones del
Mercado de Frutos.
Pero el hecho más relevante fue la activa participación en 1901 (junto a los socialistas) en
la creación de la Federación Obrera Arg (FOA), que en un comienzo nucleó alrededor de
30 organizaciones obreras de diversas regiones del país. La FOA estableció que la huelga
gral sería la ppal arma de lucha contra la patronal y entre sus ppales reivindicaciones
figuraba la lucha contra las agencias de colocación y el establecimiento de bolsas de
trabajo, la abolición del trabajo nocturno, del trabajo a destajo, el antimilitarismo y la
educación obrera.
Sin embargo, la unidad del movimiento duraría poco, en 1902 los socialistas, que eran
minoría y mantenían fuertes diferencias con los libertarios, abandonaron la federación y
organizaron otra bajo su influencia. De aquí a 1910 los anarquistas hegemonizarían la FOA.
En noviembre de 1902 la FOA declaró la huelga gral en solidaridad con los obreros
portuarios. El conflicto se agravó porque el conflicto se trasladó a los barrios de mayor
concentración obrera.
A pesar de la represión, durante estos años la influencia libertaria entre los trabajadores
aumentó, gozando de mayor predicamento que el socialismo. Sin embargo, de esta fortaleza
y de la propia concepción doctrinaria se derivó una actitud sectaria y aislacionista que sería,
unos años más tarde, contraproducente para el anarquismo.
A partir de 1910 ese predominio se derrumbó. La fuerte represión desatada por el gobierno
para prevenir incidentes durante las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo
golpeó duramente al anarquismo en su conjunto y a su acción gremial en particular.
Días después gremios liderados por el anarquismo resolvió desconocer dicha declaración, y
a partir de allí el movimiento obrero quedó dividido en la FORA del V Congreso, de
orientación libertaria, y la FORA del IX Congreso, con hegemonía sindicalista. Desde ese
momento se profundizó el declive del movimiento libertario iniciado en el Centenario.
Uno de los pocos puntos en donde todos los grupos libertarios estaban de acuerdo era la
defensa de la idea de vivir en anarquía y sin gobierno. Además combatieron a ciertos
elementos básicos del Estado como la ley, la patria y el Ejército.
También criticaban la idea de patria porque con ella el Estado se autootorgaba sentido e
identidad y construía fronteras nacionales que desviaban los intereses de las masas de
oprimidos hacia sus iguales de otras naciones.
Por otra parte, tenían como ppal punto de ataque al socialismo debido a que interpelaba al
mismo tipo de público; aunque la participación electoral obrera era escasa. Los anarquistas
temían la propaganda electoral socialista y no la aceptaban pasivamente. Por ello en
numerosas ocasiones irrumpían en los actos proselitistas socialistas y provocaban disturbios
con objeto de dispersarlos.
Si hasta 1904 prestaron escasa atención a las elecciones, en 1906 revirtieron esa actitud y
comenzaron a llamar a los trabajadores a la abstención. Este súbito interés se debió
seguramente a la elección socialista de Alfredo Palacios y al incremento del 50% de
electores en 1904 con respecto a los comicios de 1902. De todas formas a los anarquistas
no les preocupaba tanto la cantidad de votos como la actitud de los sectores populares que
lo hacían, a quienes veían arrastrados al acto electoral por el clientelismo y los favores
otorgados a los electores.
Fue con la ampliación del régimen electoral mediante la Ley Sáenz Peña en 1912 que se
produjeron los cambios que el movimiento libertario no pudo superar. La ampliación del
sistema electoral convertiría en ciudadanos en buena parte de los trabajadores y empezó a
cambiar el tipo de demanda de éstos, así como los propios estilos de interpelación de los
partidos políticos. A pesar de esto el anarquismo local no modificó su postura ante el
régimen electoral y el sistema representativo, y años después de la elección de Yrigoyen
seguía descartando las formas de hacer política electoral con los mismos argumentos
utilizados durante la 1° década del siglo. Seguramente esta inflexibilidad política haya sido
uno de los motivos principales de la decadencia anarquista.
R.FALCÓN
CAPÍTULO 1
Por su parte, los trabajadores rurales del interior del país no tendrán tampoco expresiones
organizativas propias. Su incorporación al movimiento obrero se comenzará a producir
recién a fines de siglo y como una extensión de la actividad y la propaganda de las
organizaciones sindicales y políticas obreras generadas en el medio inmigrante y urbano.
La inmigración
Los inmigrantes presentaron una preferencia por instalarse en el Litoral (revelado por las
cifras censales), y en lo que concierne a la nacionalidad de origen, entre 1857/79, los
italianos configuran una amplia mayoría, seguidos por los españoles y los franceses.
Las estadísticas revelan una mayoría de hombres y el predominio de los adultos sobre los
menores de 14 años en el conjunto de la inmigración. Hasta cierto punto, la mayor
presencia de inmigrantes de sexo femenino, tanto adultos como niñas, puede relacionarse
con la colonización agrícola.
Durante los años 60 y comienzos de los 70, gran parte de los esfuerzos gubernamentales,
gran parte de los esfuerzos gubernamentales respecto a la inmigración se dirigían hacia el
fomento de la colonización agrícola. No obstante, la supervivencia de la estructura
latifundista vedará el acceso a la propiedad de la tierra de la mayoría de los inmigrantes
agrícolas. Por su parte Bs. As. quedará prácticamente excluida del proceso de colonización
agrícola, debido al predominio de la ganadería.
Los trabajadores
Los principales rubros que ocupaban un porcentaje importante de ese total eran los de
“Alimentación”, “Vestido y Tocador”, “Construcción”.
Dentro del sector 3°, nos encontramos con 3139 establecimientos comerciales de los cuales
más de la mitad entraban en el rubro “Alimentación y alojamiento”.
Por otra parte, una proporción importante del conjunto de la mano de obra existente antes
de 1880, está sujeta aún a condiciones de explotación pre-capitalistas. Dorfman señala que
en 1853 en casi todos los salarios se incluye la manutención del obrero. En muchos casos
los salarios eran sólo nominales.
Además, tanto en el interior como entre los artesanos de la ciudad de BA, era necesario
poseer un juego de herramientas para ejercer la mayoría de los oficios que requerían un
mínimo de calificación.
Pero en el caso de los artesanos y asalariados de la ciudad de BA, en los años 60 y 70,
poseer herramientas propias era una posibilidad de ascenso social. La inexistencia de una
estructura industrial facilitaba que muchos de esos trabajadores se convirtieran en pequeños
propietarios.
En esos años, todavía la preocupación gubernamental y de las élites dirigentes del país, se
centraba en atraer mano de obra calificada tanto para la agricultura como para las
actividades artesanales. En ese sentido, se fomentaba la inmigración de las regiones más
industrializadas. Posteriormente, esta preocupación desaparecerá, dejándose librado el
curso de la inmigración al flujo espontáneo, cuando sólo interesará tener mano de obra
barata.
Mutuales y socialismo
En cambio, en las asociaciones mutuales por oficio, los inmigrantes se agrupan como
obreros, rompiendo la influencia de su condición extranjera. El papel desempeñado por
estas asociaciones no fue solamente el de contribuir a una conciencia de clase sino también
en alguna medida a la “integración” del inmigrante a la sociedad.
Tipógrafos
Los tipógrafos ejercieron un papel de vanguardia en todo este período, lo cual se explica
por diversas circunstancias.
1. Por las características mismas del oficio que supone un cierto grado de instrucción;
2. Era un gremio relativamente numeroso;
3. Su oficio los familiarizaba en el arte de editar una prensa obrera;
4. Su condición de argentinos facilitaba su organización corporativa, en la medida en
que no estaban sujetos a las presiones que las comunidades por nacionalidades y la
condición de extranjeros ejercían sobre los otros inmigrantes.
De todas maneras, el papel de vanguardia de los tipógrafos tiene características casi
universales. También en América del Sur, este gremio desempeñó papeles importantes en la
constitución del movimiento obrero de algunos países.
CAPÍTULO 3
En todo este período hay una importante evolución del comercio exterior. El incremento de
las exportaciones agrícolas implicó una serie de transformaciones fundamentales: el área
sembrada con trigo crece, la actividad ganadera progresa pero más lentamente. Los
productos tradicionales (lana, tasajo, cuero) siguen ocupando un lugar importante en las
exportaciones. Paralelamente se desarrolla una industria subsidiaria. Uno de los sectores
claves de esa expansión fue el de transporte y comunicaciones en gral: ferrocarriles,
transporte fluvial. A su vez, en poco tiempo, se crea una importante red bancaria y
financiera y afluyen los capitales extranjeros, particularmente ingleses.
El limitado, pero efectivo, desarrollo de la industria, las obras que se desprenden del
acelerado proceso de urbanización en el Litoral y el conjunto de transformaciones en las
comunicaciones, absorberán una cuota importante de la mano de obra extranjera. Si los
extranjeros serán mayoritarios en los sectores de la producción más vinculados con el
proceso de modernización, los trabajadores nativos ocuparán un lugar importante en el
interior.
La inmigración masiva
Mayor que su peso demográfico era el peso social y económico que detentaban. En 1895,
constituían el 90% de los propietarios de bienes raíces, el 84,2% de los propietarios de
industrias, el 74% de los comercios, el 64% del personal empleado en industrias y el 42,6%
del personal de comercio. Las diferencias entre propietarios y empleados se explica
parcialmente por el hecho de que muchos pequeños comercios en manos de inmigrantes
empleaban a sus hijos que detentaban nacionalidad argentina. Además las proporciones
eran más elevadas en favor de los extranjeros en la Capital y en el Litoral.
Los trabajadores
El censo de 1895, registra sobre un total de población activa de 2.451.761, 67,13% como
ejerciendo una profesión y 32,87% sin profesión. Este último integrado principalmente por
mujeres.
Dicha mano de obra asalariada, desde la 2° mitad de los 80 y durante los 90, se concentra
encontraba en 4 o 5 sectores:
Por otra parte, no es imposible que una parte de los jornaleros establecidos
permanentemente en el país también emigrara periódicamente al campo.
Los trabajadores en BA
BA se trata del mayor punto de concentración de la mano de obra de todo el país. Allí
aparecen con mayor presencia los ramos de actividad más vinculados al proceso de
modernización capitalista. Será allí donde nacerá virtualmente el movimiento obrero
argentino.
La vida obrera
Las condiciones de explotación de la mano de obra y del conjunto de la vida del trabajador
varían según los ramos de producción, zonas geográficas y grado de calificación.
Dicha situación era incluso favorable para los obreros menos calificados que aunque con
menos ventajas encontraban también trabajo rápidamente. A su vez, los salarios
aumentaron incesantemente hasta 1886. Es menester aclarar que los períodos de
mantenimiento de los niveles del salario real coinciden con los picos más altos de
desocupación. Por el contrario, las etapas de descenso del salario, coinciden con los años de
mayor desarrollo del movimiento huelguístico.
En lo que respecta a la movilidad espacial y por sectores de este tipo de mano de obra
menos calificada era mayor. Los peones y jornaleros iban muchas veces desde su llegada al
campo, para regresar luego a las ciudades. Otras veces se empleaban en las grandes obras
de construcción, para emigrar hacia otros trabajos cuando éstas terminaban.
No será sino hasta a fines del s. XIX y 1° décadas del siguiente que las 1° formas de
organización sindical comenzarán a modificar relativamente las condiciones de trabajo en
algunos sectores del interior. Un papel importante en esta tarea lo desempeñaran las giras
que harán, particularmente en el Norte, los agitadores socialistas y anarquistas enviados
desde las ciudades.
CAPÍTULO 4
Pero en 1892, la Federación será disuelta por el Comité Federal, decisión inspirada en la
semi parálisis por la que atravesaba la Federación y por la decisión de algunos socialistas
de lanzarse a una acción política más definida, construyendo un partido no identificado
directamente con la acción sindical.
En 1894, los socialistas realizan un 2° intento de constituir una federación obrera. Aunque
la organización no llegará a tener una vida regular y efectiva. Los socialistas enfrentaban
ahora una competencia que no existía anteriormente. Desde 1894 se hace visible una
evolución en las relaciones entre los anarquistas “organizadores” y “anti-organizadores”.
Además la multiplicación de las sociedades obreras hará surgir una corriente de
sindicalistas que se manifestaban inorgánicamente pero que se mantenían independientes de
socialistas y anarquistas.
Los anarquistas opuestos a la participación en las sociedades obreras y a las huelgas, habían
hecho una intensa propaganda contra la 1° federación obrera. Sin embargo desde 1894
comienza a desarrollarse la corriente anarquista que acepta la formación de sociedades de
resistencia y la organización de huelgas.
El cambio en la orientación, tendrá como base el auge del movimiento huelguístico que se
intensifica en 1895/96. Los industriales alarmados por la envergadura del movimiento
endurecen sus posiciones y realizan reuniones tratando de cerrar filas. Además, la represión
policial se hace más intensa, especialmente las vinculadas a la exportación o los servicios
públicos.
Por otra parte, en lo que respecta a los aluviones inmigratorios, el movimiento obrero,
rápidamente, lo percibirá como un factor de desequilibrio de sus luchas.
UNIDAD 3
L.ROMERO
Yrigoyen fue presidente entre 1916 y 1922. Fue sucedido por Alvear. En 1928 fue
reelegido. En 1930 fue depuesto por un alzamiento militar.
Yrigoyen y Alvear era radicales, pero diferentes entre sí y en la imagen que se creó de cada
uno de ellos.
Yrigoyen: para unos era quien venía a develar el ignominioso régimen y a iniciar la
regeneración; para otros era el caudillo ignorante y demagogo, expresión de los peores
vicios de la democracia.
Alvear: identificado con los grandes presidentes del viejo régimen y su política se asimiló
Cuando Alemania inició el ataque a buques comerciales neutrales con sus submarinos,
USA entró a la guerra. La opinión pública se movilizó por la ruptura de las relaciones con
Alemania, lo cual era impulsado por USA. Pero Yrigoyen estaba contra el
panamericanismo, que suponía identidad de intereses entre USA y Latinoamérica.
Socialistas: rupturistas, hasta que en 1917 una parte adhirió a la URSS y por ende al
neutralismo.
Radicales: divididos. Alvear a favor de GB y Francia. Yrigoyen defendiendo la
neutralidad.
El antiamericanismo de Yrigoyen venía creciendo desde 1898 con la guerra de Cuba. El
presidente encontraba una identidad común en la raíz hispánica. Otros hechos que
manifiesta esta oposición son:
No ingreso a SdN.
12 de octubre como día de la Raza, excluyendo a los anglosajones.
La guerra agravó las condiciones sociales y económicas del país, ya que causó dificultades
en el comercio y retracción de capitales. Se perjudican las exportaciones de cereales,
deteriorando la situación de los chacareros y jornaleros.
Las huelgas comenzaron a multiplicarse, impulsadas sobre todo por los grandes gremios de
transporte (FOM y FOF), que lograban obstaculizar o paralizar el embarque de las cosechas
y por la FORA del IX Congreso (diferente a la FORA del V Congreso, anarquista).
Los éxitos obtenidos fueron causa de: la actitud sindical de confrontación combinada con
negociación; y del cambio de política del gobierno que abandonó la represión y obligó a la
aceptación del arbitraje.
Los movimientos de 1919 coincidieron con un nuevo pico de movilizaciones rurales. Los
chacareros, dirigidos por la Federación Agraria, mantenían desde 1912 sus
reivindicaciones. Su movilización convergió con la de los jornaleros, generalmente
movilizados por los anarquistas. Los chacareros buscaron diferenciarse de ellos. El
gobierno fue poco sensible a sus reclamos y encaró una fuerte represión.
Los sectores propietarios también cambiaron luego de 1919. Frente a un proceso político
y social que les desagradaba y sin el poder institucional del que gozaban antes (Yrigoyen
les fue minando ese poder paulatinamente), reaccionaron con la Liga Patriótica. En ella
confluyeron la Asociación del Trabajo (institución patronal), los clubes de elite (Jockey),
los círculos militares, las empresas extranjeras y los sectores medios. El Estado prestó su
apoyo a través de la policía. Defendía el orden y la propiedad por medio de brigadas.
Una serie de tendencias ideológicas y políticas como La Liga, los católicos y algunos
jóvenes intelectuales rechazaban la movilización social y criticaban la democracia liberal.
¿Hasta qué punto eran justificados los terrores de la derecha? La ola de huelgas no estaba
guiada por un propósito explícito de subversión del orden, sino que expresaba, de manera
ciertamente violenta, la magnitud de los reclamos acumulados durante un largo período de
dificultades. Los que proporcionaban la subversión (anarquistas y comunistas) sólo tenían
influencia marginal. Las direcciones y orientaciones más fuertes correspondían a la
corriente de los sindicalistas y los socialistas, y ambos bregaban por reformas limitadas en
un orden social.
La expansión de la cultura letrada forma parte del proceso de movilidad social. Fruto de
ella eran esos vastos sectores medios: los chacareros establecidos (pequeños empresarios
rurales), pequeños comerciantes o industriales urbanos, empleados, profesionales, maestros,
doctores.
La novedad fue la fuerte presencia de USA que ocupó los espacios dejados libres por los
países europeos. Para asegurar su presencia en un mercado tentador y saltar por sobre
eventuales barreras arancelarias, las grandes empresas industriales (General Motors,
General Electric, Colgate) realizaron inversiones significativas, que al principio se
destinaron sólo al montaje. También avanzaron sobre servicios públicos, particularmente
los ferrocarriles del Estado. Las inversiones norteamericanas no contribuían a generar
exportaciones y con ella divisas. Las posibilidades de colocar nuestros productos en USA
eran remotas, por eso la balanza comercial estaba fuertemente desequilibrada.
La vieja relación especial con GB, se sostenía sobre bases mínimas y el capital británico
era incapaz de promover las transformaciones que impulsaba el de USA. Pero a la vez, la
Argentina carecía de compradores alternativos.
Las pérdidas se descargaban en los actores más débiles: los productores locales. A fines de
1920, los gobiernos europeos que habían estado haciendo stock, cortaron sus comprar. Las
mayores pérdidas fueron para los ganaderos. La crisis desató conflictos a los que Yrigoyen
reaccionó tarde y mal. En 1923, el Congreso con presión de Alvear y los criadores,
sancionó leyes que los protegían en desmedro de los consumidores locales y de los
frigoríficos. La resistencia de los frigoríficos (no compra) resultó demoledora y obligó al
gobierno a suspender las leyes sancionadas.
El peligro de fiebre aftosa hizo que USA prohibiera la importación de carne argentina. GB
hizo una amenaza similar. La Sociedad Rural, entonces, lanzó la consigna de comprar a
quien nos compra, para restringir la presencia de USA.
El frustrado debate fiscal ejemplifica las dificultades para construir un sistema democrático
eficiente. La reforma electoral de 1912 amplía la ciudadanía, garantiza su expresión y
asegura el respeto de las minorías y el control de la gestión. En ninguno de estos aspectos el
resultado fue automático o satisfactorio: la masa de inmigrantes siguió sin nacionalizarse.
Esta cuestión sólo se resolvió de manera natural con el tiempo y el fin de la inmigración.
Funciones similares cumplieron los comités o centros creados por los partidos políticos.
En buena medida funcionaban al viejo estilo: un caudillo repartía favores. Los radicales
pudieron expandir, gracias al apoyo oficial, esta red clientelar. El gobierno utilizó los
comités para desarrollar políticas sociales masivas que apuntaban a una nueva concepción
de derechos ciudadanos: carne barata, pan, alquileres, educación integración del ciudadano
y su familia en una red de sociabilidad integral.
La UCR fue el único que alcanzó la dimensión del moderno partido nacional y de masas:
extensa red de comités locales; carta orgánica que fundamentaba su organización;
preocupación por adecuar sus ofertas a las cambiantes demandas de la gente; capacidad
para suministrar una identidad política nacional, la primera y más arraigada en un país
cuyos signos identificadores común aún eran muy escasos. Luego empezó a estimular una
suerte de culto a la persona: el país se llenó de los retratos de Yrigoyen, de medallones, de
mates con su imagen, en los que la gente identificó al presidente con un Mesías.
El PDP, arraigó entre los chacareros del sur de Santa Fe y Córdoba, así como en la ciudad
de Rosario. Junto con los temas agrarios desarrolló los de la limpieza electoral.
Yrigoyen y la oposición
Las relaciones del gobierno con los sectores tradicionales no fueron malas al principio, las
que mantuvo con la oposición política fueron desde el principio difíciles: Parlamento hostil,
al igual que la mayoría de los gobiernos provinciales.
Para ganar las elecciones, usó ampliamente el presupuesto del Estado, repartiendo empleos
públicos entre sus “punteros”. En 1918 logró obtener la mayoría en Diputados, pero la
clave seguía pasando por el control de los gobiernos provinciales. No vaciló en intervenir
las provincias y así su poder aumentó considerablemente, aunque nunca logró afirmarse en
el Senado.
Yrigoyen planteó un conflicto con el Congreso desde el primer día de su mandato, cuando
no leyó el mensaje presidencial, sino que envió a un secretario a leer una breve
comunicación. Simbólicamente desvalorizaba al Congreso y desconocía su autoridad.
Ignorándolo, sancionó intervenciones federales. La justificación para este comportamiento
era que el presidente debía cumplir una misión de reparación, y eso lo colocaba por encima
de los mecanismos institucionales.
Presidencia de Alvear
Alvear se benefició de la máquina montada que en 1922 lo eligió con escasa oposición.
Limito la creación de nuevos empleos públicos y aceptó las funciones de control que
institucionalmente le correspondían al Parlamento. No dispuso intervenciones federales por
decreto.
Desde entonces Alvear quedó en el medio del fuego cruzado entre antipersonalistas e
yrigoyenistas, que hicieron unas elecciones muy buena en 1926 y ganaron posiciones en un
congreso convertido en ámbito de combate de las dos facciones.
No había una crisis social que justificara la revisión de los principios institucionales en los
que habían sido sólidamente educados. Si las FFAA experimentaron malestares varios
durante el gobierno de Yrigoyen, todo se solucionó en el período siguiente: se habían
reequipado adecuadamente, tenían nuevos edificios, el presidente Alvear se mostraba
sensible a los planteos del grupo de los ingenieros militares (preocupados desde la 1GM por
la dependencia crítica), se creó la Fábrica Militar de Aviones, el General Moscón presidía
YPF (creado por Yrigoyen) que pobló el país con sus surtidores, crecieron las empresas
privadas como Shell y Standard Oil.
Las FFAA, particularmente el Ejército, estaban ocupando un lugar cada vez más importante
en el Estado y se convertían en un actor político de consideración. La vuelta al gobierno de
Yrigoyen reactualizó viejos resquemores y sin duda polarizó a los oficiales.
La vuelta de Yrigoyen
Desde 1926 la opinión se polarizó en torno de la vuelta de Yrigoyen en todos los ámbitos
de la sociedad. El yrigoyenismo desarrolló ampliamente su red de comités y fortaleció la
imagen mítica del caudillo.
Es difícil saber cuánto influyó la nacionalización en la campaña y cuánto una adhesión más
personal a Yrigoyen, lo cierto es que su victoria de 1982 fue triplemente notable: por la
cantidad de gente que participó, por los votos que recibió (60%), y por haber sido obtenida
sin la bendición presidencial.
En este nuevo período, las relaciones con GB tuvieron también su lugar. Invitada por el
presidente, vino al país una misión comercial encabezada por D’Abernon. El acuerdo
firmado estableció fuertes concesiones comerciales a los británicos, asegurándoles el
suministro de materiales a los ferrocarriles del estado, así como un arancel preferencial a la
seda artificial, a cambio de la garantía de que seguirían comprando la carne argentina. Este
tratado, que suponía importantes concesiones sin un beneficio claro, muestra a yrigoyen
solidarizado con la corriente, fuerte entre la elite, de robustecer las relaciones bilaterales
conn GB, en desmedro de las nuevas con USA.
La caída de las exportaciones y el retiro de los fondos de USA en 1929 afectaron a las
empresas ferroviarias y marítimas, vinculadas con el comercio exterior, y también al
gobierno. La fuerte inflación, las reducciones de sueldos y los despidos se reflejaron
inmediatamente en los resultados electorales: en marzo de 1930, y con el apoyo de toda la
oposición, los socialistas independientes derrotaron en la Capital a los radicales. A esa
altura todas las voces de la oposición clamaban por la caída del gobierno.
Podría decirse que el radicalismo no logró desprenderse de las prácticas a las exigencias de
la antigua costumbre. Una oposición, a menudo facciosa, hizo poco por hacer semejar la
enconada lucha política a un diálogo constructivo entre gobierno y oposición.
Capítulo 1
La nuevo producción era un acicate para iniciar la conversión del gaucho -pastor
seminómade a caballo- en obrero agrícola; el alambrado de los campos; el comienzo de
ciertas formas de agricultura complementarias de la cría de ovejas; el nacimiento trabajoso
de una industria subsidiaria de la actividad agropecuaria y el inicio de una inmigración
masiva de trabajadores europeos para atender las nuevas necesidades en el dominio de la
agricultura y del artesanado.
No obstante, habrá que esperar aún cuarenta años para que se produzcan, en torno a la
producción y a la exportación cerealera y de carnes, las grandes transformaciones que
convertirían definitivamente a la Argentina en un país capitalista de base
predominantemente agraria. Sin embargo, los cambios introducido por esa diversificación
productiva serán suficientes para favorecer e surgimiento de una capa de trabajadores
manuales concentrados principalmente en la ciudad de Bs. As.
Los obreros y artesanos de proveniencia europea, no fueron, sin embargo, el único tipo de
trabajadores en esa época. Econtraos además trabajadores manuales negros en Bs. As. y en
el interior del país, trabajadores agrícolas o de las industrias artesanales precapitalistas,
generalmente mestizos o indios. Sin embargo en ninguno de estos dos sectores tendrán las
condiciones necesarias para producir formas autónomas de organización, aunque por
razones diferentes.
La inmigración
El recurso a la inmigración era una respuesta a las necesidades de mano de mano de obra
tanto para la agricultura como para la industria, como al proyecto más global sintetizado
por la frase “gobernar es poblar”.
El fomento de la inmigración fue una preocupación común desde 1853 tanto del gobierno
de la Confederación como el de Bs. As. En esta provincia para el periodo se dictó una ley
que autorizó al gobierno a formar una comisión propulsora de la inmigración. Sin embargo,
la ausencia de una infraestructura real de acogida de los inmigrantes hacía que este tipo de
medidas tuvieran poca efectividad. Un paso adelante se dio luego con la instalación de un
edificio para alojar a los inmigrantes sin recursos.
Durante los años 60’ se adoptaron diversas medidas. Una ley autorizaba al Poder Ejecutivo
a hacer contratos para la venida de inmigrantes a los cuales se concederían por familia un
lote de tierra de cuarenta hectáreas; se creó una comisión central de inmigración que
impulsaría la creación de organismos encargados de centralizar las ofertas y demandas de
mano de obra y obtiene pasajes gratis de las compañías ferroviarias para trasladar a los
inmigrantes colocados a sus trabajos en el interior del país.
En lo que concierne a la nacionalidad de origen, entre 1857 y 1879, los italianos configuran
una amplia mayoría, seguidos por los españoles y los franceses. El ritmo del resto de las
nacionalidades es mas regular. Solamente los austríacos registran un brusco aumento
episódico en 1879. Por otra parte la proporción de suizos en el total del inmigrantes es más
alta en este período que lo que lo será en los posteriores. Este fenómenos se explica por el
hecho de que es todavía la etapa de los ensayos de colonización agrícola con agricultores
suizos.
Las estadísticas revelan una mayoría de hombres y el predominio de los adultos sobre los
menores de catorce años. Hasta cierto punto la presencia de inmigrantes de sexo femenino,
tanto adultos como niñas, puede relacionarse con la colonización agrícola.
Durante los años 60’ y comienzos de la década siguiente, gran parte de los esfuerzos
gubernamentales respecto a la inmigración se dirigían hacia el fomento de la colonización
agrícola. No obstante, la supervivencia de la estructura latifundista vedará el acceso a la
propiedad de la tierra a la mayoría de los inmigrantes agrícolas. Este fenómeno se consolida
definitivamente a mediados de la década del 80’ y es ya perceptible en los últimos años
precedentes. La provincia de Bs. As. quedará prácticamente excluida del proceso de
colonización agrícola con extranjeros, debido al predominio de la ganadería. Por el
contrario la provincia de Santa Fe, detentará el mayor número de colonias, seguida mas
lejos por Entre Ríos y el sur de Córdoba.
En 1869, todavía la población rural evidenciaba una taza superior a la urbana. Pero los
extranjeros constituían aún una minoría de esa población rural, auque su presencia fuera
mayor en las provincias del litoral.
Los trabajadores.
Una lisa de profesiones del Censo Nacional de 1869 señala la existencia de casi 116.000
agricultores, 14.000 pastores, 46.000 estancieros y hacendados (denominación que incluye
tanto a propietarios como a trabajadores) y 164.000 jornaleros, de los cuales cabe suponer a
una parte como trabajando en el campo.
En el Interior había 94.000 tejedores y 1.200 mineros. La confirmación de que los tejedores
pertenecen a las industrias artesanales precapitalista del Interior la da el hacho de que
disminuyen a 39.000 en 1895. Se trata de talleres que se arruinan ante la competencia de las
manufacturas británicas. Otra profesión es la de arrieros y troperos, disminuidos.
De los oficios manuales no agrícolas, los más numerosos son los correspondientes a la
construcción. Una tercera parte de los que ejercían estas profesiones estaba radicada en la
ciudad de Bs. As.
En el año del primer censo nacional el 84,5% declaraba poseer una profesión, de los cuales
alrededor de 800.000 ejercían profesiones susceptibles de ser consideradas como manuales.
Del total con profesión casi el 36% aparecía como afectado a “producciones industriales”;
el 24% a producción de la materia prima; el 22% eran los sin trabajo fijo; el 15% el
personal de servicio y casi el 4% los que trabajaban en transportes. Además, en los 40.000
que se dedicaban al comercio, puede suponerse la presencia de algunos trabajadores
manuales.
Había de más casi 16.000 personas que trabajaban en actividades artesanales para el
consumo local, fundamentalmente costureras, zapateros, cigarreros, sastres, etc.
En los alrededores de la ciudad de Bs. As., se fue formando también un cordón de talleres
que trabajaban para el consumo y para las incipientes industrias subsidiarias de la actividad
agropecuaria. El Censo provincial de 1881 refleja la existencia de: 12 saladeros que
empleaban 1.700 personas, 57 molinos salineros co 500 hombres; 400 talleres de
carpinterías, herrerías y hojalatería que empleaban 1.800 trabajadores, etc. Estos son
reveladores del crecimiento experimentado, pero también de la debilidad y del carácter aún
artesanal de esa naciente industria. La concentración de la mano de obra por
establecimiento es baja. Si se exceptúan los doce saladores, que tienen un promedio de 145
obreros, en el resto la media es de 6,3 trabajadores por establecimiento.
Una proporción importante del conjunto de la mano de obra en el país con anterioridad a
1880, está sujeta aún a condiciones de explotación precapitalista como lo señal Dorffman
en 1853 en casi todo los salarios se incluye la manutención del obrero. Esta practica se
mantendrá aún por bastante tiempo en los años siguientes, particularmente e el interior del
país. En muchos casos los salarios serán solo nominales. Esto era común en el pago de los
peones de las estancias, de los trabajadores de las industrias de transformación de materia
primera del Noreste y Noroeste, e incluso en la mayoría de los saladeros de la provincia de
Bs. As.
Además, tanto en el interior como entre los artesanos de la ciudad de Bs. As, era necesario
poseer un luego e herramientas para ejercer la mayoría de los oficios que requerían un
mínimo de calificación.
En los casos de los artesanos y asalariados de la ciudad de Bs. As., en los años 60’ y 70’,
poseer herramientas propias era una posibilidad de ascenso social. La inexistencia de una
estructura industrial facilitaba que muchos de esos trabajadores se convirtieran e pequeños
propietarios.
El término artesano debe ser adoptado con cierta precaución. En algunos casos a los
inmigrantes que poseían sus propios útiles y un pequeño capital lograban instalar pequeños
talleres produciendo para el consumo local. Sin embargo, en muchos otros, se trataba de
trabajadores independientes que recibían un pago en efectivo a cambio de ciertos trabajos.
Estos trabajadores urbanos, con cierto de grado calificación se correspondían con el tipo de
inmigrante que llegaba en las primeras épocas. En esos años, todavía la preocupación
gubernamental y de las elites dirigentes del país, se centraban en atraer mano de obra
calificada. En ese período la propaganda Argentina, se orientaba aún a traer inmigrantes de
las regiones mas industrializadas. Posteriormente esta preocupación desaparecerá,
dejándose librado el curso de la inmigración al flujo espontáneo, cuando solo interesará
traer mano de obra barata.
Mutuales y socialismo
En cambio, en las asociaciones mutuales por oficio, los inmigrantes se agrupan como
obreros, rompiendo relativamente la influencia de su condición extranjera. El papel
desempeñado por estas asociaciones mutuales corporativas no fue solamente el de
contribuir a una conciencia de clase, sino también en alguna medida a la “integración” del
inmigrante a la Argentina, como lo será mas adelante también el de los sindicatos.
A pesar de las numerosas ambigüedades que estas asociaciones presentaban y que eran en
alguna medida una consecuencia de las ambigüedades propias de su base social,
constituyeron un primer elemento de diferenciación e clase respecto a la masa de
inmigrantes que se definía objetivamente como extranjeros. Es cierto, de todas maneras,
que dualidad obreros/extranjeros persistiría durante muco tiempo, reflejando en realidad las
peculiaridades y complejidades que tendría en Argentina el casi paralelo proceso de
constitución de la clase obrero y de la identidad nacional.
E muchos casos, estas asociaciones mutuales irán modificando su carácter al calor de los
cambios que se irán produciendo en la estructura de la capa de trabajadores manuales que
constituía su base social. Frecuentemente estas se convertirán en “Sociedades de
Resistencia”, en otros conservará, incluso a veces hasta la década del 90’, un carácter
ambiguo entre mutualistas y sindicalista. En el caso de los tipógrafs de la primitiva
sociedad mutual saldrán los elementos fundadores de una asociación con rasgos sindicales
más específicos.
El Artesano afirmaba dirigirse en particular a tres clases: los obreros, los “artesanos” y los
“industriales”. Esa ambigüedad aparecería constantemente en la prédica del periódico como
un reflejo del escaso grado de diferenciación social interna en el seno de la masa de
trabajadores manuales en los primeros años de la década de los 60’. No obstante los
redactores se autodefinían como “obreros”.
Si bien una parte de esos artesanos de los años 60’ pasarán a formar parte de la burguesía
industrial, para el resto la única perspectiva será su proletarización a medida que el
desarrollo capitalista se irá afianzando. Además, su marginación política se acentuará e irán
radicalizando sus concepciones ideológicas. La ausencia de una política industrialista por
parte de la mayoría de las clases dominantes y dirigentes de la época y la concurrencia de
las manufacturas británicas contribuirán a este proceso.
Los tipógrafos
Este papel de vanguardia de los tipógrafos se explica por diversas circunstancias: 1) Por las
características del oficio, que supone un cierto grado de instrucción en una época en la cual
leer y escribir no era usual entre los trabajadores manuales; 2) Era un gremio relativamente
numeroso. Incluso, su oficio lo familiarizaba en el arte de editar una prensa obrera; 3) Su
condición de argentinos facilitaba su organización corporativa, en la medida en que no
estaban sujetos a las presiones que las comunidades por nacionalidades y la condición de
extranjeros ejercían sobre los otros inmigrantes.
En los dos documentos oficiales de los tipógrafos se comprueba una evolución respecto a
los textos de El Artesano. Pero siguen caracterizándose todavía por un socialismo
reformista no influido en el fondo, todavía, por el marxismo o el anarquismo. En el primer
documento la “asociación” es la idea central, es decir el agrupamiento de los trabajadores
como ejes de la acción social. La “asociación” es la base elemental de todo lo que existe no
solo en el mundo social sino también en la naturaleza. Hay aquí algunos elementos de
evolucionismo organicista característico de muchos militantes de la época.
Para Victory y Suárez, había que buscar una organización social con la cual el asociado
pueda contar con el producto íntegro de su labor. Para lograr ese objetivo, debía partirse de
la asociación, desde el principio de la cooperación recíproca, de “la doctrina de todos para
cada uno, y cada uno para todos”. Sin embargo la aplicación inmediata de este principio se
encuentra demorada por el hecho de que el privilegio y el individualismo se han encarnado
en la condición social de los pueblos. Por lo tanto era necesario implementar una
graduación orgánica.
En consecuencia el trabajador no debe participar en política mas que para exigir de sus
representantes que le garantan el libre ejercicio de sus facultades. Suponía que a través de
este camino y utilizando la libertad solo como medio, todos los productores se asociarían y
llegaría el día que el trabajo sería tan poderoso como el capital.
Capítulo IV
Los cambios que se producen en la estructura del país repercuten en la organización obrera
y en sus manifestaciones políticas.
Entre 1878 y 1887 se desarrolla un período de acumulación del movimiento obrero, cuyas
fuerzas explotarán en 1888 cuando la confluencia de la crisis coyuntural con la nueva
situación de los trabajadores, hagan permanentes en Argentina las expresiones de la lucha
de clases.
En esos años surgen las primeras Sociedades de Resistencia, en las cuales las
reivindicaciones corporativas van reemplazado al mutualismo. Se desencadenan también,
aunque todavía episódicamente, las primeras huelgas y conflictos obrero-patronales.
Paralelamente se va multiplicando la actividad de los grupos socialistas y anarquistas.
En 1879 se produjo otra huelga, esta vez de obreros cigarreros que habían contado con la
participación de militantes anarquistas. A partir de 1881 se multiplican las huelgas y
conflictos, aunque todavía con ritmo lento.
La consideración de los conflictos y huelgas desarrollados entre 1877 y 1887 revela que las
reivindicaciones más frecuentes fueron los aumentos salariales, el atraso de los pagos, la
reglamentación de la jornada de trabajo y diversas cuestiones vinculadas con las
condiciones de trabajo. Además los conflictos se reparten en diversos sectores del
proletariado. Las reivindicaciones salariales y referidas a la modalidad de pago son más
recuentes en los sectores menos calificados y las vinculadas con horarios y condiciones de
trabajo en los más calificados.
En un 60% de los casos, los obreros obtienen la satisfacción total o parcial de sus
demandas. Todavía hasta 1888 en casi todos los conflictos es notoria la prescindibilidad del
Estado.
La gran mayoría de las huelgas tienen por objetivos aún los aumentos salariales.
En esta época surge la Unión Industrial (UI). En la década del noventa tendrá una actitud de
no reconocer, al menos oficialmente, a las organizaciones obreras.
Cuando el movimieto obrero evidencie una mayor consistencia a mediados de los noventa,
la actitud de los industriales se endurecerá crecientemente.
Aparte de los enfrentamientos directos que provenían de la posición de cada uno de ellos en
la producción, otro antagonismo opondrá a los propietarios industriales con los obreros.
Los idustriales reclamaban medidas proteccionistas paa la industria, lo que no era
compartido por los socialistas e incluso por los anarquistas y las rgaizaciones sindicales
independientes. La libre entrada de productos extranjeros sin impuestos de importación
abarataría el consumo de los obreros y obligaría a los industriales a perfeccionar sus
técnicas de producción.
En 1888 y 1889 socialistas y anarquisas participan con la misma intensidad en las luchas
obreras y en la sociedades de resistencia. Pero, a partir de 1890, las principales iniciaivas e
el terreno sindical corresponden a los socialistas. Los anarquistas habían aceptado
limitadamente participar en acciones conjuntas con los socialistas. Pero durante los años de
reflujo, la variante anarquista que cobrará fuerza será la llamada “individualista” o anti-
organizadora opuesta a la lucha de clases y la intervención en las organizaciones obreras.
La lista de las organizaciones que convocaron el acto del 1º de mayo de 1890, revela la
presencia de tres Sociedades de Resistencia, de una agrupación socialista -el Vorwärts- y el
resto estaba formado por asociaciones de colectividades extranjeras, muchas de ellas de
carácter político, la mayoría italianas. El cosmopolitismo del naciente movimiento obrero
argentino se verifica también por el hecho de que los oradores del 1º de mayo se expresaran
en castellano, italiano, francés y alemán. Junto a los oradores socialistas participaron
algunos anarquistas, aunque críticamente.
Sin embargo, los anarquistas ya no seguirían a los socialistas en en los otros propósitos que
se había fijado el COI (formación de la federación obrera y el periódico a publicar).
Estos eran los objetivos del “programa máximo”. En lo inmediato contemplaba una parte
política y una económica. Las propuestas políticas apuntaban a una democracia radical.
Entre ellas: derecho de asociación, libertad de prensa, naturalización amplia de los
extranjeros, justicia gratuita y por jurados, supresión del ejército permanente y armamento
general del pueblo, separación de la Iglesia y Estado, sufragio universal simple y “self
governement” de las comunas.
Las propuestas económicas insisten también en los mismos temas comunes a todo el
movimiento obrero sindical del período: salarios, jornada de ocho horas. Reglamentación
del trabajo de mujeres y niños, higiene y condiciones de trabajo, inspección regular de los
talleres.
Poco después de su segundo congreso, la Federación será disuelta por el Comité Federal en
1892. la decisión parece inspirada por la semiparálisis que atravesaba la Federación y por la
decisión de algunos socialistas de cambiar de táctica lanzándose a una acción política más
definida, construyendo un partido no identificado directamente con la acción sindical.
En 1894 los socialistas intentan por segunda vez construir una federación obrera. Pero la
organización no llegará a tener una vida regular y efectiva, disolviéndose en 1895.
Los socialistas enfrentaban ahora una competencia que no existía anteriormente. Desde
1894 se hace visible una evolución en las relaciones de fuerza entre los anarquistas
“organizadores” y los “anti-organizadores”, a favor de los primeros, que acepta la
formación de sociedades de resistencia y la organización de huelgas. El cambio de
orientación de los anarquistas tendrá como base el auge del movimiento huelguístico que se
intensifica en 1895 y 1896.
La mayoría de las huelgas tiene por reivindicación central aumentos salariales, pero
aparecen también otras, como la disminución de la jornada de trabajo. Por su amplitud, la
holeada huelguística de 1895 y 1896 es la más importante que haya conocido Argentina
hasta entonces y además no se repetirá un fenómenos similar hasta ya entrado el siglo XX.
En 1895 más del 70% de las huelgas logran la satisfacción de sus exigencias, pero en 1896
este porcentaje disminuye bastante. Los industriales endurecen sus posiciones. Además, la
represión policial se hace más intensa, fundamentalmente, las vinculadas a la exportación y
a los servicios públicos.
La Unión Gremial no estará ausente de los primeros debates que se realizarán en el país
sobre la posibilidad de organizar una huelga general. En medio de este clima surgen
iniciativas para concretar una Convención Obrera y preparar la huelga general.
A partir de 1897 las tendencias se invierten pasando a ser la desocupación el eje central de
la agitación obrera. En 1897 desocupados organizados por anarquistas y socialistas
realizaron una asamblea. Desde ese año se observa un acercamiento en la realización de
acciones comunes entre las dos tendencias mayoritarias del movimiento obrero.
Entre 1896 y 1897 fracasa la tercera tentativa socialista de organizar una Federación Obrera
que no había contado con el apoyo anarquista. La corriente organizadora aceptaba la
necesidad de la lucha por mejoras parciales a través de los sindicatos, pero rechazaban que
las peticiones fuera dirigidas al Estado, con lo cual consideraban que se traicionaba la
consigna de la AIT de que la emancipación sería obra de los trabajadores mismos.
El siglo XIX se termina en un clima de quietud del movimiento obrero, e incluso de relativa
desorganización gremial, debido a la desocupación y al endurecimiento de la política estatal
y patronal, que no será, sin embargo, más que transitoria.
En 1897 se presenta en las Cámaras un anteproyecto de ley que fue el antecedente directo
de la Ley de Residencia y que a partir de 1902 permitirá la pulsión de centenas de
militantes e inmigrantes extranjeros. Pero a partir de 1900, aún con un ritmo lento, el
movimiento obrero va mostrando algunos síntomas de recuperación, que se acelerará al año
siguiente hasta llegar en 1902 a la gran huelga general que marca el inicio de una nueva
época.
- Nicolás Babini encuentra tres causas a la Semana Trágica: 1) que la policía no hubiera
sido reestructurada por el gobierno radical en 1916 y por lo tanto se mantenía su tradición
de intervenir violentamente frente a los movimientos obreros como lo hacía en el período
oligárquico; 2) la escasa “sensibilidad social” de la clase dirigente y de lo patrones del
comercio y la industria; 3) la violencia preconizada por el sector más radicalizado del
movimiento obrero: los anarquistas.
Todos estos factores habrían generado un fuerte clima de revanchismo y desahogo en las
filas policiales que explicaría el grado de violencia. Que la situación no hubiera dado lugar
a un desborde mayor se debió a la fuerza de Yrigoyen y a la cordura del general
Dellepieane, que negocia con los dirigentes obreros y frena tentativas golpistas de algunos
sectores militares.
- Julio Godio ubica en primer lugar la situación económica como un factor de gran
importancia para la comprensión de los condicionantes de la Semana Trágica. Para él, el
radicalismo, como los socialistas y los sectores “más blandos” de los conservadores
concurrían en un cierto consenso para la “legalización del movimiento obrero”, lo que
suponía la sanción de alguna legislación protectora del trabajo. Pero este consenso se
contraponía con la resistencia de las empresas a reconocer “definitivamente” a las
organizaciones sindicales.
Godio es uno más de los que acertadamente niegan la idea de la existencia de un complot
“maximalista”; para él no hay dudas de que el movimiento fue espontáneo, cuya causa
directa fue un acontecimiento que “sobredeterminó una situación explosiva que sólo
necesitaba una chispa y esa chispa, fue la matanza de obreros del día 7”, siendo para él el
mayor enfrentamiento social pese a la gravedad de los ocurridos en 1904 y 1909.
La evolución en la relación entre Estado y sindicatos es otra variable explicativa. Para él,
1916, con la asunción de la UCR, fue una especie de “parteaguas”. En el “antes”, lo
dominante es el enfrentamiento abierto del Estado los sindicatos. El “después” se
caracterizaba por una mayor libertad de movimiento a los sindicatos y en algunos casos por
laudos gubernamentales que favorecían a los huelguistas.
Esta doble estrategia buscaba tanto conseguir el apoyo de una parte de los obreros, como
establecer mecanismos de subordinación de los sindicatos al Estado. Esto lo obligaba e
ciertas circunstancias a enfrentar a un sector de los empresarios industriales que creían que
la represión era el único medio apto para resolver las cuestiones sociales.
Para Godio, esta actitud del gobierno respondía a que “se colocaba en el eje capitalista
desde una concepción modernizadora de la sociedad argentina”. Por eso, acompañaba
negociaciones con la FORA sindicalista, con enfrenamientos con los sectores más
derechistas de la oligarquía. “si no, quedaría aprisionado entre unos y otros”.
Estos razonamientos del gobierno radical derivaban de una concepción más de fondo:
“movía a los radicales yrigoyenistas la idea utópica de poder suprimir los conflictos
sociales reformando el capitalismo. Pensaba que un régimen avanzado podía lograrlo. Pero
al mismo tiempo reafirmaban que el Estado no permanecería al margen de los conflictos
sociales si estos amenazaban al sistema social”. Este comportamiento coyuntural del
gobierno radical lleva a Godio a caracterizarlo como “liberal-populista”.
Por otra parte, Godio ve a la aparición de la Liga Patriótica como “uno de los hechos más
originales de los sucesos de enero”, recalcando su heterogeneidad de orígenes ideológicos y
sociales; una mezcla de factores políticos y corporativos, con el apoyo de la Iglesia, al
menos de la fracción más reaccionaria representada por monseñor Miguel de Andrea.
En el análisis de las fuerzas políticas intervinientes en el conflicto, destaca el rol de los
conservadores, cuyo objetivo era resolver la “cuestión obrera”, pero en forma subordinada a
la intención de preservar “la esencia del Estado”.
En lo que concierne a los participante, los divide en “violentos” (los sitiadores de los
talleres Vasena del día 9 de enero; la vanguardia de la columna fúnebre de La Chacarita y
los promotores de los incendios y hecho de violencia de los días 9 y 10. son jóvenes, hijos
de migrantes, en su mayoría, que sobrellevan un notorio problema de marginamiento
cultural. Dos grupos específicos entre los “violentos” so los tranviarios, que protagonizan
un conflicto co las empresas y los obreros de Vasena) y “no violentos” (la mayoría de los
trabajadores que adhirieron pasivamente a la huelga en repudio de la violencia policial).
Los grados de violencia y participación, están determinados, en cierta medida, por la mayor
o menor proximidad geográfica con el epicentro de los acontecimientos: los talleres Vasena
y el barrio de Nueva Pompeya.
Otra versión no contrapuesta, sino relativamente diferente porque pondera otros elementos,
la da Rock en su libro sobre la historia del radicalismo.
Por último, hay que señalar que Rock consideraba que “el gobierno radical estuvo casi al
borde de ser derrocado por un golpe de Estado militar”. Esta situación crítica habría sido el
resultado de una tendencia general a una alianza entre intereses económicos nacionales y
extranjeros, como reacción a las políticas laborales de Yrigoyen.
- Edgardo Bilsky, aunque sigue ciertos análisis de Rock, difiere con él al considerar que
minimiza los alcances de la huelga general.
Si bien casi todo los autores refieren a la influencia de la Revolución Rusa, ésta es
particularmente enfatizada por este autor.
Desde otro punto de vista, para Bilsky, la Semana Trágica es un resultado del hecho que la
pujaza del movimiento obrero, respondiendo a una situación crítica, haya desbardado los
marcos de contención que suponía la hegemonía de la FORA de IX. Coincidiendo con la
mayoría de los autores, destaca un resurgir transitorio del anarquismo favorecido por el
impacto de la Revolución Risa y por el agravamiento de las condiciones económicas
durante ya guerra y la posguerra, que llevó a los trabajadores porteños a adherir al
movimiento huelguístico y a no acatar el levantamiento de la medida de fuerza dispuesto
por la FORA sindicalista.
Aunque con una ´ptica parcialmente diferente a las de los otros autores, Bilsky sostiene
también que la política guberamental en la coyuntura está guiada por una doble pretensión:
preservar el orden y la propiedad privada, y salvar las políticas sociales ya alianzas que
venía manteniendo desde 1916.
Para este autor, en la medida que el gobierno logra preservar los lazos con la FORA del XI
congreso, obtiene un saldo a su favor, en tanto, en la coyuntura, logra escindir al
movimiento obrero. En ese mismo sentido se inscribirían ciertas medidas gubernamentales
en las postrimerías de la huelga, como el arresto del comité de redacción de La Protesta,
que tendería y dificultar las negociaciones que el general Dellepiane estaba estableciendo
con la FORA del V, la anarquista.
Después de los acontecimientos de enero de 1919, según Bilsky, se abre un debate sobre
cómo solucionar la cuestión obrera, en la cual aparecen tres propuestas principales: a) la del
PS, que plantea mejora para la clase obrera que permitan superar la tentación de las
propuestas insurreccionales del anarquismo; b) la de la UCR, que propone mejoras
similares pero con una clara intervención del Estado que permita generar un sindicalismo
controlado por él; c) la del sector más conservador, que propone que el sindicalismo de
“nuevo tipo” antes que se produzca la legislación el trabajo.
Bilsky se inscribe en el mismo marco de las conclusiones de Godio y Rock; afirma que la
Semana Trágica es la expresión de “tendencias preexistentes”. A su vez señala que marcó
el fin del “período insurreccional” del movimiento obrero, comenzando a delinearse nuevas
formas en el accionar de las organizaciones obreras.
El carácter de la huelga
- Carácter global de la movilización. Una derivación de este marco general, es una notoria
tendencia al aumento de la afiliación sindical. Además, es perceptible una especial
sensibilidad y un clima particular de agitación entre los metalúrgicos porteños. La Semana
Trágica se presenta, en consecuencia, como una serie de acontecimientos desencadenados a
partir de la indignación popular frente a la violencia policial y parapolicial, a lo que se
suman otros ingredientes como la existencia de una serie de conflictos laborales y en un
marco general de mayor ocupación y descenso de los salarios reales, que favorecían la
agitación sindical de posguerra y a lo que se pueden añadir las expectativas generadas en
algunos sectores informados y politizados de la población por la Revolución Rusa. Todos
los testimonios descartan la fabulación derechista del “complot”. Los anarquistas serán los
primeros en reaccionar e intentar dotar al movimiento de una dirección insurreccional, al
afirmar que “el pueblo está para la revolución”, pero en ninguno de sus textos llegan a
arrogarse su paternidad. En este sentido coincidimos con Rock que el conjunto de los
acontecimientos de la semana Trágica eran poco predecibles.
Por nuestra parte los análisis de diarios como La Nación y La Prensa, nos llevan a
conclusiones más o menos similares. En primer lugar, es evidente que el centro original de
la violencia arada fueron los ataques con disparos que desde los huelguistas se efectuaron a
los “convoys” de carros con productos Vasena, custodiados por guardias privados armados
contratados por la empresa. Este episodio, no era inédito en la historia social argentina. Si,
quizás, un poco más novedosa era la participación de mujeres y niños, seguramente gente
del lugar o parientes de huelguistas.
El movimiento obrero
Otra cuestión importante, es la del rol desempeñado por las organizaciones obreras y sus
dirigencias. La actitud de los socialistas fue coherente con la que venían manteniendo desde
sus orígenes. Ya en la huelga general de 1902, la primera de alcance nacional, los localistas
se habían opuesto a generar cualquier tipo de expectativas insurreccionales. Sostenían la
legitimidad de las huelgas sectoriales como parte del proceso de constitución de la “clase
obrera”, que se vería fortalecido por la obtención de mejoras parciales.
Los Sindicalistas, han logrado ya dirigir la federación gremial más importante, la llamada
FORA IX congreso y desde 1916 había llevado a cabo una política de aproximación al
gobierno radical, al menos en el plano de lo laboral, que los había beneficiado permitiendo
su crecimiento en algunos sectores de la actividad sindical.
Auque sus planteos teóricos más generales eran muy diferentes de los de los socialistas,
coincidían, sin amargo, co estos en oposición a las estrategias insurreccionalistas de los
anarquistas. Siguiendo las enseñanzas de Sorel, la huelga general era sobre todo un
elemento de auto-educación obrera, un instrumento para la emancipación intelectual del
proletariado, pero no cifraban expectativas concretas en su transformación en una
insurrección generalizada. Además, en 1919 ya es claro que han corregido, su antiestatismo
original, lo que se expresaba, como dijimos, en sus entendimientos tácticos con la política
gubernamental radical de laudar en los conflictos entre capital y trabajo.
El debate general sobre la cuestión social en esos años, estaba centrado en la posibilidad de
un “movimiento obrero legalizado”, lo que suponía la sanción de una legislación tanto en el
terreno de las asociaciones profesionales como en del derecho laboral. De hecho, en este
punto lo sindicalistas coincidían con la estrategia socialista, aunque su tradicional
antipoliticismo, antiparlamentarismo y su ante-legalismo, los llevará a buscarla por vías
extras-políticas, es decir, corporativas, de enfrentamiento-negociación con el Estado. Como
esta estrategia parecía avalada por la eventual disposición de los radicales e incluso de los
sectores menos derechistas de los parlamentarios conservadores, a otorgar ciertas
concesiones en el plano de la legislación del trabajo.
Sus diferencias con los anarquistas en cuanto al tratamiento que debía darse al movimiento,
fueron evidentes. Estos, intentaron ampliarlo, extenderlo, incorporando reivindicaciones de
carácter político, que profundizaron el foso entre los sectores populares, el gobierno y las
clases dirigente, en la perspectiva de fomentar iniciativas insurreccionales. Los
sindicalistas, por el contrario, a través de la resolución del Conejo Federal de la FORA del
IX congreso, limitaron los objetivos de la huelga general a dos puntos muy precisos: la
satisfacción plena de las reivindicaciones de los huelguistas de la metalurgia Vasena y la
libertad a todos los detenidos durante los acontecimientos. Estos eran, obviamente,
objetivos conseguibles, a través de la negociación con el gobierno, como un producto de la
presión que significaba la declaración de la huelga general.
Los resultados de la huelga favorecieron a los Sindicalistas. Sin embargo, el éxito no dio
todos los réditos que ellos esperaban por la aparición de un fenómeno no totalmente
previsto y que finalmente fue el elemento fundamental de los acontecimientos, la
organización corporativa y política de las derechas en la Liga Patriótica.
El gobierno
El radicalismo inaugura una forma de la cuestión obrera, que lo diferencia del período
oligárquico. Yrigoyen interviene en los conflictos entre capital y trabajo pero con una
amplitud y una tendencia a favorecer a los obreros en muchas ocasiones, que no era
conocida hasta entonces. La actitud del gobierno favoreció el desarrollo de la organización
sindical.
Esta actitud mereció dos visiones diferentes. Desde el ángulo de ciertos sectores sindicales,
especialmente desde la FORA del IX congreso, fue vista como favorable a los trabajadores.
En cambio, desde el ángulo e los empresarios más vinculados al capital extranjero y de la
extrema derecha conservadora, fue calificada como una actitud demagógica que propiciaba
el “peligro rojo”.
Frente al estallido de la primera semana de enero de 1919, el gobierno mantuvo, en un
principio, la actitud que tenía en 1916: propició negociaciones con los huelguistas, al
mismo tiempo que intentaba disuadir a los patrones de su actitud aparente de
inflexibilidad.
No es casual, entonces, que Yrigoyen negociara desde un principio con la FORA del IX.
Más aun, ya finalizada la huelga el gobierno tratará de retomar los contactos con los
sindicalistas con el propósito de llegar a acuerdos sobre un posible programa e reformas
globales en el terreno social-laboral.
Un factor disruptor en todas las estrategias fue la aparición de la Liga Patriótica. Nacida,
primeramente, como una emergencia de las derechas frente a la necesidad de restaurar el
orden, coyunturalmente adquirirá una identidad mucho más duradera en los días
subsiguientes. Será una mezcla de voluntades políticas y corporativas y evidenciará,
claramente, que las derechas habían dejado de confiar en el gobierno radical y que se había
decidido a actuar por cuenta propia.
Justificaban su nacimiento frente a ala ausencia del necesario rol estatal en la defensa de la
sociedad civil. “Grupo de vecinos” con la participación de militares conformaran las
“guardias cívicas”, que ofrecerán su colaboración a las autoridades para el restablecimiento
del orden. No hay indicios de que el gobierno hubiera aceptado la intervención de estos
grupos de civiles, aunque como Rock señala, sus relaciones con la Liga Patriótica fueron
ambiguas desde el comienzo.
Los ataques perpetrados por las “guardias cívicas” estaban dirigidos hacia las
organizaciones obreras, pero pronto se fue gestado un clima xenófobo y antisemita y las
agresiones se dirigieron, sobre todo, a los “extranjeros”, a quienes culpaban de los
disturbios. Agitaban el fantasma del “complot maximalista” y se arrogaban la defensa de
los intereses nacionales frente al “terror rojo” importado por los inmigrantes. El accionar de
esos grupos civiles desató durante la Semana Trágica la llamada “caza del ruso”. Estas
guardias cívicas se constituyeron en grupos paraestatales en enero de 1919 hostigando a
populosos barrios obreros e introduciendo un ingrediente más al agudo conflicto social.
Creemos que la consecuencia más importante de esto fue la creación de la Liga Patriótica.
De todas maneras no hay dudas que Dellepiane intentó desempeñar un papel autónomo en
los acontecimientos. El gobierno había llevado adelante una línea de solución del conflicto
a través de la negociación con la FORA del IX congreso. Por eso no dejará de sorprender
que Dellepiane incluya en sus tratativas a la FORA anarquista. Y cuando esto estaba
ocurriendo, la policía allanamiento el local de La Protesta. Estas desinteligencias se
producen además en el marco de una discusión sobre la aplicación del Estado de Sitio, que
reveló diferencias entre la oposición y el gobierno.
Reflexiones finales
SI bien existen diferencias de matices, las fuentes de la época analizadas nos reafirman el
convencimiento que aunque favorecidos por algunas circunstancias generales, los sucesos
de enero de 1919 constituyeron una respuesta a la violencia policial y parapolicial.
Incluso en el curso del mismo año intentará retomar sus contactos con la FORA
sindicalista, mantiene sus vinculaciones con la FOM y la Federación Obrera Ferrocarrilera,
prepara una serie de proyectos legislativos que tenían por objetivo dar algunas concesiones
importantes en materia laboral y establecía reglas de juego que suponían una legalización
del movimiento sindical que otorgaba derechos pero también una cierta regimentación de
sus actividades.
Parece demasiado arriesgado afirmar que se produjo un corte total en las políticas sociales
del gobierno y que hubiera habido una ruptura definitiva con las organizaciones sindicales
más proclives a la negociación.
Existe un cierto consenso, que compartimos, sobre el hecho que el “movimiento patriótico”
fue uno de los elementos más importantes de los sucesos de enero de 1919. La aparición de
elementos paraestatales de represión persigue un doble fin: por un lado frenar la acción de
los anarquistas y poner límites al conjunto el movimiento obrero y por otro, presionar al
gobierno para que sea más inflexible. De alguna manera, la Liga Patriótica anticipa el golpe
de Estado de 1930, porque evidencia que sectores de la élite están dispuestos a romper la
legalidad democrática en pos de la preservación de sus intereses. Y logra permear a la
sociedad civil consiguiendo la adhesión de sectores de las clases medias urbanas.
En las dos primeras décadas del siglo XX, se producen dos tentativas importantes por
establecer una ley global reguladora del mundo laboral. El primero, el “Código González”,
impulsado en 1904 por el ministro del Interior de Roca, y el segundo es el “código de
1921” y que en realidad, reconocía como antecedente importante, una serie de proyectos
sobre temas laborales, enviados por el PEN al Congreso de 1919.
Ambas tentativas, pese a elementos comunes tienen diferencias que ayudan a comprender
qué es lo que tiene de innovadora y qué de continuadora la política laboral del primer
gobierno radical, en la medida en que marca diferencias en el tipo de aproximación del
Estado a la cuestión social.
El proyecto de González
Esta doble enseñanza de la huelga generará o acelerará al menos por parte del Estado una
suerte de “movimiento de pinzas”. Por un lado se intensificará el juego represivo que ya
dejará de ser selectivo y puntual contra ciertas huelgas y contra el accionar anarquista, para
dar lugar a una represión más sistemática e incluso legislativa, como lo expresa la sanción
de la Ley de Residencia.
Sin embargo, sería un error suponer que el Estado Oligárquico, tendía antes de 1902, a
tratar a la cuestión social únicamente como a una cuestión policial. Ya desde el siglo XIX s
expresan en Argentina tendencias “bismarckianas” de un tratamiento político a la cuestión
proveyendo iniciativas existenciales que tendieran a prevenir los riesgos de explosiones
sociales.
Una de las cuestiones significativas del proyecto es que dedica un capítulo a los
inmigrantes. Las intenciones de este tratado son restrictivas del ingreso de extranjeros al
país.
La mayoría de estos preceptos era susceptible de encuadrar a buena parte de las acciones
que podía desarrollar una organización sindical dadas las condiciones de la época. Pero
además un artículo autorizaba a la policía a disolver reuniones, por la fuerza si era
necesario, en caso de “gritos injuriosos” o amenazas por vías de hecho contra otras
personas, sociedad o empresarios.
El proyecto de 1921
Tiene sus antecedentes en los proyectos enviados por el PEN al Congreso en 1919, que,
como explícitamente lo admite el mensaje de 1921, se ha inspirado en los mismos
principios de políticas solidarias. Estos textos son inmediatamente posteriores a los
acontecimientos de enero de 1919. Esto nos suscita a ciertas reflexiones. En primer lugar
los intentos de sancionar una legislación laboral con pretensiones globalizantes, son
sucedáneos de acontecimientos socialmente conmocionantes, tal como había ocurrido,
después de 1902.
Es cierto que entre ambos proyectos legislativos hay algunas motivaciones basadas en
situaciones parecidas, o que tienen, desde el punto de vista de su contenido, puntos en
común. Sin embargo, al mismo tiempo, sobresalen algunas diferencias.
Por otra parte, se impone otra hipótesis: en 1916 y 1919, predominó en el gobierno radical
un estilo de acercamiento visible sobretodo en los arbitrajes presidenciales que favorecían
en algunos casos a las sociedades obreras.
Después de enero de 1919 parece inaugurarse otra línea: la que tiende a desplazar a un
segundo lugar los éxitos conciliatorios con el movimiento obrero, por una actitud más
institucional. Esta segunda línea era la de promover una legislación.
Otro artículo establecía las causas por las cuales la autoridad administrativa podría declara
disuelta una asociación profesional: cuando se comprobara la violación de las disposiciones
legales; cuando el número de socios, fijado de antemano en un mínimo de diez fuera
menor; cuando se negara a acatar el fallo de un tribunal de arbitraje o no le dieran
cumplimiento en debida forma y cuando sus actos constituyan una perturbación violenta
del orden público o impidan el ejercicio de la libertad de trabajo.
Todo lo mencionado ratifica el carácter puramente técnico que el PEN y una mayoría de
legisladores le otorgaban. Ninguna función arbitral le era concedida .Además quedaba claro
que carecía de funciones de contralor sobre el cumplimiento efectivo de la escasa
legislación vigente.
Ya era evidente que la concepción sobre sus funciones tenía además roles de contralor e
incluso regulación del mercado de trabajo. Un artículo del decreto reglamentario de la Ley
Orgánica le otorgaba la facultad a su presidente de convocar y dirigir los Consejos de
conciliación.
Si bien las iniciativas de 1912 y 1913 crean un puente respecto a 1907, será recién en los
proyectos de 1919 y en el Código de 1921, cuando el DNT aparezca con funciones
arbitrales y conciliatorias más netas.
Como se ve, ahora la institución tenía plena funciones de policía respecto al cumplimiento
de la legislación, al mismo tiempo que se le otorgaban funciones asistenciales de mayor
amplitud que las contempladas en los proyectos, decretos y leyes anteriores
Algunas conclusiones
Según la explicación mayoritaria, las razones más profundas por la cual el Código de 1921
no fue sancionado se encuentran en que los radicales no disponían de mayoría legislativas.
Sin embargo, el tema merece una consideración más cuidadosa.
D.ROCK
El radicalismo argentino
1) los orígenes del radicalismo (1891/96): hasta 1896 el partido fue conducido por
Leandro N. Alem. Los orígenes se encuentran en la depresión económica y la
oposición política a Juárez Celman, en BA, con el nombre de Unión Cívica de la
Juventud. Asimismo, el origen de la UC no debe buscarse en la movilización de
sectores populares cuanto en los sectores de la élite, cuyo papel puede rastrarse en el
resentimiento, que alentaban contra Celman debido a su exclusión de los cargos
públicos y del acceso al patronazgo estatal.
La UC era expresión de la imposibilidad de Juárez Celman de instituir una relación
estable entre los sectores politizados de la élite. Algunos de estos se habían opuesto
también a Roca en su 1° gobierno.
En cuanto a su composición:
Siendo tan débil el desafío planteado por la UC, la revuelta de 1890 fracasó, y en
vez de producirse grandes cambios quedó abierto el camino para que la solución
viniera por vía de un simple ajuste de la distribución del poder dentro de la élite.
Fue en este momento en que aparece la UCR; Alem y sus partidarios se vieron
excluidos del plan de Pellegrini y por consiguiente forzados a continuar buscando
sustento popular y una base de masas. Alem se retiró de la UC y se proclamó
defensor de la democracia “radical”.
Este nuevo partido estaba integrado por grupos escindidos del patriciado, que
estaban descalificados, a causa de sus vínculos anteriores, para unirse a Mitre,
Pellegrini o Roca. En términos regionales o de posición social, poco había en ellos
que los diferenciase de sus rivales. A lo sumo, daban la impresión de ser “nuevos
ricos” y de tener sus posesiones a mayor distancia del puerto de BA.
Alem se afanó en vano por conquistar apoyo popular y obtener los medios de
organizar una rebelión que pudiera triunfar; pero la oligarquía se las ingenió para
permanecer unida. En 1891/93 los radicales organizaron revueltas en las provs, pero
todas ellas sucumbieron prontamente; solo en Sta Fe obtuvieron, en 1893 un apoyo
notorio de los grupos de clase media. Y para 1896 no eran más que un grupo
minúsculo. Las falencias fueron varias:
o Los grupos de clase media solo eran motivados políticamente durante crisis
económicas extremas como la de 1890. La recuperación disipó la inquietud
popular y permitió que la oligarquía se restaurase sobre la base de acuerdos
entre las facciones “personalistas”. El apoyo urbano obtenido por Alem
provino de los antiguos grupos criollos más que de la nueva clase media
formada por los inmigrantes y sus descendientes.
o La imagen nacional y revolucionaria que trataron de presentar se vio
afectada por su participación en disputas menudas entre las distintas
facciones terratenientes provinciales. Esto originó una división entre los
grupos que deseaban honestamente superar la tradición del “personalismo” y
del favoritismo oficial, y aquellos que habían hecho de este sistema una
cuestión de vida o muerte. La ruptura más significativa tuvo lugar con la
fundación del PS por Juan B Justo en 1894. El radicalismo siguió siendo un
partido tradicional que procuraba apoderarse del Estado para recompensar a
sus adictos.
o La pérdida de apoyo entre los grupos terratenientes no terminó con la
división de la UC; algunos sectores del propio partido radical fueron
ganados por los gobiernos nacionales mediante limosnas dentro de su
sistema de patronazgo. La oligarquía gobernante incrementó su estabilidad
eliminando a sus oponentes radicales por medio del ofrecimiento de puestos
públicos. La misma técnica fue empleada con los grupos universitarios.
2) 1896/05: el radicalismo perdió posiciones. Hasta 1900, los sucesos más destacados
fueron el surgimiento de Yrigoyen como sucesor de Alem y el hecho de que el eje
central del partido volviera a situarse en la prov de BA.
En 1901, al abandonar Pellegrini la cartera del Interior, la oligarquía sufrió una
nueva escisión a partir de ese momento hubo indicios de la creciente politización de
la clase media urbana, y en tal coyuntura el radicalismo emergió otra vez a la
superficie.
Yrigoyen comenzó en 1903 a planear otra revuelta. Revitalizó sus contactos con las
provs y retomó la fundación de clubes partidarios. Sin embargo, el disconformismo
se limitaba a ciertos grupos; amén de los estudiantes, antes de 1905 los jóvenes
oficiales del ejército, quienes también estaban empeñados en una lucha contra la
élite criolla para acceder a posiciones de mayor rango.
Pero si bien el golpe falló, sirvió para recordarle a la oligarquía que el radicalismo
no estaba muerto. El otro efecto positivo es que permitió que se diera a conocer una
nueva generación.
La diferencia entre Yrigoyen y Alem era que Alem había actuado antes de que esta
tensa situación alcanzara un punto crítico, y su pedido de apoyo estuvo dirigido a
los grupos criollos de BA, mientras Yrigoyen se dirigió a los argentinos hijos de
inmigrantes, empleados en su mayoría en el sector 3°. El gobierno representativo
cobró atractivo para estos grupos, que acusaban a la élite criolla de sus dificultades
para ascender en la escala social.
Uno de los rasgos más destacados del radicalismo fue su evitación de todo
programa político explícito, las razones eran que como el partido constituía una
coalición, sus líderes no se mostraban dispuestos a perder la oportunidad de
granjearse adherentes atándose a intereses sectoriales. El objetivo era evitar las
diferencias sectoriales y poner el relieve el carácter coaligante y agregativo del
partido. Solo se afirmaba que la corrupción de la oligarquía había limitado el
desarrollo del país. La libertad y expansión de las fuerzas productivas únicamente se
alcanzarían mediante la “democracia”. Su interpretación del papel del Estado era en
gran medida negativa; veían en él a un mero agente destinado a apartar los
obstáculos que se oponían al destino de “autorrealización” de la nación.
Los radicales tenían poco interés en el tipo de sistema multipartidario que introdujo
la Ley Sáenz Peña; su propósito era crear un nuevo Estado unipartidario.
Una de las cosas de las que se jactaban los radicales será que sus representantes
oficiales habían sido elegidos mediante el libre sufragio de los afiliados. Sin
embargo, al menos hasta 1916, la pauta más corriente era que el comité nacional y
los provinciales estuviesen dominados por los terratenientes y los comités locales,
por la clase media en los 1°, el reclutamiento se hacía por cooptación, pero en los
locales se celebraban elecciones todos los años, de las cuales surgían el presidente.
Pero lo cierto es que estaba en gran parte dominado por los propietarios de tierras,
conservando su carácter inicial de la década del 90: era un movimiento de masas
manejado por grupos de alta posición social más que un movimiento de origen
popular que operaba impulsado por las presiones de las bases.
Todo ello exigía una diferente estructura institucional, la canalización de los favores
oficiales a las clases medias urbanas, mayor sensibilidad por los consumidores, pero
preservando el sistema social que había surgido de la economía primario-
exportadora. Así, aunque proclamaban el precepto liberal de la competencia
individual, había en sus posiciones algo de las tradicionales actitudes conservadoras
de jerarquía y armonía social.
Los radicales se apoyaban mucho en medidas paternalistas cuya ventaja era que
podían atomizar al electorado e individualizar al votante. A su vez, permitía
maximizar los contactos entre el partido y los electores, favoreciendo un reparto de
los beneficios, a la vez que minimizaba el contenido real de las concesiones.
El problema principal era la rivalidad entre las distintas facciones que procuraban alcanzar
cargos gracias al radicalismo.
La presión por participar en las elecciones provino de los grupos urbanos de clase media.
Esto planteó la cuestión de si la autoridad dentro del partido le correspondía a los “viejos”
radicales o a los nuevos, y también el interrogante de si Yrigoyen se alineaba con los
estancieros que habían apoyado al partido en los 80 o con los dirigentes medios
“advenedizos”. Por el momento, los miembros de clase media estaban controlados por los
grupos del patriciado que emergieron a través de la UC, pero nadie podía asegurar que este
arreglo fuera permanente. Cuanto más crecía la clase media, más previsible era que
desarrollaría intereses propios y estaría menos dispuesta a aceptar posiciones secundarias.
Este problema cobró relevancia en 1916, durante la convención realizada para designar su
candidato presidencial. A la candidatura de Yrigoyen se opusieron antiguos adeptos de
Alem, pero finalmente logró el triunfo explotando la popularidad q gozaba en la clase
media. Esto puso de relieve las fricciones existentes entre las 2 alas del partido, y dejó
entrever que Yrigoyen ya había comenzado a apuntalar su posición apelando a los grupos
de clase media.
Existían además signos de conflicto de tipo regional dentro del partido: controlar las filiales
provinciales planteaba pocas dificultades en el interior del país, donde las elecciones eran
decididas agenciándose el favor del hacendado del lugar, quien intimidaría a sus peones
para que votasen como él quisiera; pero no ocurría lo mismo en las provincias pampeanas,
en las que las filiales contaban con fuertes núcleos propios e independientes. Allí, la
rivalidad con BA tenía antiguas raíces históricas, de modo tal que Yrigoyen era visto como
una fuerza extraña, que procuraba minar la autonomía de los intereses locales.
Pese a los indicios de conflictos regionales, y aunque sólo consiguió granjearse las
simpatías de una minoría de terratenientes, la UCR se aproximaba bastante a la alianza que
los conservadores habían estado buscando entre los magnates de la élite y los profesionales
de clase media, provenientes en gran medida de familias urbanas de inmigrantes. Estos 2
sectores eran coaligados por un tácito acuerdo quid pro quo: los terratenientes querían
medidas conservadoras y estabilidad política, a cambio de lo cual se mostraban dispuestos a
ampliar el acceso de la clase media a las profesiones liberales y a la burocracia.
Los radicales habían establecido vínculos con la clase media “dependiente”, compuesta en
su mayoría de hijos de inmigrantes, pero no con los inmigrantes mismos. Esto era reflejo
del hecho de que los viejos radicales compartían los prejuicios culturales de la élite contra
los inmigrantes y su temor y desconfianza hacia los obreros.
La pauta gral del período posterior a 1900 sugería que los grupos de clase media estaban
relativamente contentos con el papel 2° que les había tocado en la vida empresarial. Los
problemas se planteaban con los grupos de más alto status, y fue sobre estos que se
lanzaron los radicales. Por último, la posibilidad de establecer lazos efectivos con los
inmigrantes estaba desalentada por la Ley Sáenz Peña, que había excluido a estos del
derecho al sufragio, dejándolos fuera del sistema político.
Antes de 1916 los ingleses no consideraban que los radicales pudiesen constituir una
amenaza frontal a sus intereses. Si el radicalismo era visto como una innovación, no era
porque pusiera en peligro el orden establecido, sino porque sus características organizativas
y su estilo político estaban en contraste con todo lo que se conocía hasta ese entonces.
Aunque fracasó el objetivo de crear un partido conservador acorde con los lineamientos
fijados por Pellegrini y Sáenz Peña, y el control directo del gobierno pasó a nuevas manos,
no había motivos para creer que el poder real de la élite hubiera desaparecido o disminuido,
el Ejército y la marina tenían los mismos comandantes; los grupos de presión, como la
Sociedad Rural, seguían intactos, y miembros poderosos de la élite conservaban posiciones
vinculadas a las empresas foráneas.
En muchos aspectos, se diría que, la oligarquía simplemente había cambiado de ropaje. Los
grupos influyentes de la élite, que se habían resignado la cambio de gobierno, se vieron
alentados a pensar que no habían hecho sino delegar en la nueva administración el poder
directo que antes tenían.
La ineptitud de los radicales para comprometerse con cambio más sustanciales derivaba de
que, por ser una coalición de terratenientes y de grupos de clase media no vinculados a la
industria, ellos mismos eran beneficiarios inmediatos de la economía primario-exportadora
como productores y consumidores. Apuntaban a fines redistributivos más que estructurales,
siendo su objetivo primordial democratizar la sociedad de los estancieros racionalizando y
mejorando el sistema de relaciones políticas y sociales. Lo máximo que se atrevieron a
hacer fue introducir cambios secundarios en la pauta de distribución del ingreso y una
nueva relación entre el Estado y los sectores urbanos.
Los radicales apuntaban a lograr una integración política y una situación de armonía de
clases, manteniendo la estructura económica existente, pero promoviendo la participación
política institucionalizada. Estos objetivos comprometieron al gobierno con 2 grupos
claves: la clase media de profesionales “dependientes” y la clase obrera urbana. Los
contactos con estos grupos modelaron su relación con la élite y con el capital extranjero.
El problema central derivó de la tendencia del gobierno a alinearse en demasía con los
grupos urbanos; cuando esto comenzó a poner en peligro la relación de la élite con el
capital extranjero y los mercados de ultramar, desencadenó ominosas expresiones de
conflicto político. Las dos crisis que sufrió el gobierno radical, en 1919 y 1930, se vinculan
directamente a un proceso de esta índole. Al tiempo, dicha inclinación motivó la
supervivencia del conservadurismo y fue la causa de que el intento de la élite para delegar
en aquellos la supervisión de sus intereses terminara finalmente en el fracaso.
Este nuevo estilo de política popular iba acompañado de una participación mayor de los
grupos urbanos, que antes habían sido relegados a un papel indirecto o sólo ocasional. Los
radicales veían en ello un síntoma de un nuevo espíritu democrático; la oposición, en
cambio, incluidos los socialistas, solían describirlo como “el gobierno de la plebe”.
a. de 1913 hasta 1917 fue un período en que se inició una seria depresión económica,
causada por la interrupción de las inversiones extranjeras, la cual se vinculaba a la crisis
financiera que atravesaba Europa. Las consecuencias: baja el valor de las tierras, escasea la
capacidad de embarque, se reducen las importaciones.
b. entre 1918 a 1921, período de auge, originado por la creciente demanda externa de
exportaciones argentinas.
La inflación fue uno de los factores que rigieron la relación entre la elite terrateniente y los
sectores urbanos. Su efecto fue redistribuir el ingreso de los sectores urbanos hacia los
grupos rurales y exportadores. Mientras que los terratenientes y los exportadores se
benefician con la inflación a causa de los mayores precios que percibían por sus productos,
el costo de vida urbano aumentó.
Los efectos de la inflación sobre los consumidores urbanos llevaron al gobierno radical a
una posición bastante difícil. El gobierno no podía evitar que los terratenientes sacaran
provecho del auge generado por la 1GM. Pero sino intentaba al menos mitigar los efectos
de la inflación, corría el riesgo de perder los vínculos que había establecido con los grupos
urbanos.
La única forma factible de apaciguar a los sectores urbanos era aumentar la cantidad de
cargos burocráticos y profesionales, una readopción de los mecanismos tradicionales de
patronazgo político. Los cargos eran usados fundamentalmente para establecer o mantener
los nexos entre el gobierno y los comités.
Sin embargo, cualquier aumento del gasto público para expandir la burocracia hubiera
exigido un aumento de los impuestos. Dicho aumento repercutiría en los propios sectores
urbanos. Con anterioridad a 1916 los radicales habían afirmado que una vez en el poder
acabarían con el sistema de favoritismos oficiales, como parte del programa de
reorganización moral. En consecuencia, el sistema de patronazgo tardó en desarrollarse.
En los dos primeros años del gobierno, trataron de promover en el Congreso una serie de
reformas moderadas tendientes a favorecer a los arrendatarios rurales. Estas medidas deben
interpretarse como una tentativa de consolidar el control sobre los sectores rurales de la
región pampeana y adquirirlo en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Entre Ríos.
Los grupos opositores del Congreso rechazaron las modificaciones, debido a su temor de
que el dinero que le fuera quitado se empleara con fines partidistas.
Otra de las propuestas del gobierno fue pedir que lo se lo autorizara a negociar con ciertos
bancos neoyorquinos un préstamo. Esto vuelve a ilustrar su ortodoxia financiera en esa
época, su falta de disposición para incrementar el gasto público y su búsqueda inicial de
alguna alternativa frente a un sistema de patronazgo.
Entre 1919 y 1922 el uso de los cargos públicos con fines políticos se convirtió en el nexo
principal entre el gobierno y la clase media.
Los principales beneficiarios eran los hijos de inmigrantes pertenecientes a la clase media
dependiente de Buenos Aires y de las demás ciudades importantes (núcleos de los comités
de la UCR). No beneficiaba, en cambio, a los inmigrantes, ni tampoco a la clase obrera o a
los empresarios ya que por distintas causas ambos grupos estaban más allá de los posibles
atractivos de un cargo público.
La consecuencia más notoria del desarrollo del sistema de patronazgo fue que extendió los
vínculos entre el propio Yrigoyen y los caudillos de barrio de clase media. Estos empezaron
a figurar en los puestos más altos de la burocracia y a competir para los cargos electivos
con los líderes tradicionales del partido.
El gobierno de Yrigoyen buscaba el control partidario entre los grupos de clase media y los
grupos de la elite que había apoyado al radicalismo desde los `90. La oposición del ala
aristocrática cristalizó en la forma de un ataque a su personalismo y la exigencia de que no
se confundiera al Estado con el partido.
La UCR estuvo a punto de dividirse por esta cuestión, pero a pesar de las presiones, las
tentativas de controlar la tendencia de Yrigoyen a comprometerse cada vez más con la clase
media y los caudillos de barrio fueron infructuosas. El grupo de la elite que estaba fuera del
acceso a las fuentes de patronazgo y a los medios para hacerse de una masa partidaria,
estaban obligados a aceptar el liderazgo del presidente o a aislarse irremediablemente.
Cuando en 1919 el movimiento opositor terminó en el fracaso, la relación entre Yrigoyen y
los comités del partido, pasó a ser predominante.
Problemas regionales
El conflicto con el ala derecha se debió a la distribución regional del poder dentro del
partido y al vínculo del gobierno con distintos grupos regionales.
Luego de1916, la Capital, las provincias de Buenos Aires y Córdoba fueron los baluartes de
Yrigoyen. Las tensiones interregionales, en particular con Santa Fe y Entre Ríos, se
intensificaron en torno al personalismo. Y con posterioridad a 1919 el conflicto se
profundizó, a medida que la clase media dependiente porteña cerraba el cerco en torno del
gasto público nacional.
Cinco fueron las expresiones principales del nexo entre gobierno radical y grupos de clase
media urbanos:
5) Incremento de los tributos correspondientes a las provincias del interior con respecto a
los de la provincia de Buenos Aires.
Así, en 1922 estos grupos ocuparon una posición política diferente de la que tenían en el
período oligárquico ahora la clase media estaba plena y directamente envuelta en las
actividades del Estado y se había transformado en uno de sus principales beneficiarios. Este
cambio tuvo lugar en forma gradual, sin serios choques que pusieran en peligro la
estabilidad del nuevo sistema político. Los que estaba ocurriendo era un efecto previsible
de la ampliación del sufragio de 1912.
La principal fuente de fricciones entre la elite y el gobierno radical antes de 1922 tuvo su
origen en la innovación radical de establecer una nueva relación entre el Estado y la clase
obrera urbana.
Antes de 1916 los radicales presentaron escasa atención al problema obrero, no había en su
posición muchos elementos que permitieran hablar de una orientación reformista. Sí es
cierto que condenaban las leyes represivas utilizadas por la oligarquía contra los
anarquistas, no porque fueran instrumento de opresión, sino porque violaba las nociones
liberales acerca del debido proceso. Otro rasgo de este período fue la actitud reaccionaria
contra todo lo que tuviera apariencia de socialismo.
Pese al carácter pluriclasista y coalicional del Partido Radical, no había motivos para que el
gobierno se preocupara por la clase obrera. El móvil fueron consideraciones electoralistas y
la lucha que emprendió a partir de 1916 para lograr la supremacía en el Congreso. Aun
cuando los obreros nativos representaban una pequeña porción de la clase obrera, su voto
era una de las llaves maestras para el control político de la ciudad de BA.
Yrigoyen quería eliminar la amenaza del anarquismo estrechando lazos con la clase obrera.
Así, en Santa Fe, inicio un resuelto intento de explotar el control del gobierno para ganarse
el apoyo de los obreros, interviniendo en las huelgas en favor de los obreros.
En BA la búsqueda del apoyo obrero era asimismo un medio de poner coto al crecimiento
del PS. En 1915 los socialistas perdieron a uno de sus líderes más influyentes, Palacios,
quien se separó del PS y durante algunos años se presentó a elecciones con un nuevo
partido creado por él, el PSA.
Los radicales, pese a todos los esfuerzos no consiguieron abrir un camino decisivo para
captar los votos obreros. Estaban muy a la saga del socialismo. Lo que les dio la victoria en
1916 fue la desaparición de sus rivales conservadores (la UC de los mitristas, que dejo sitio
al PDP) y la división de los socialistas.
Las elecciones de 1916 sugirieron que el electorado de clase obrera era impermeable al
estilo de la beneficencia de comité; dicho estilo se amoldaba mejor a los grupos de clase
media, entre los cuales había mayor atomización social, un grado más bajo de identidad de
clase y aspiraciones individuales de movilidad social.
Por todo ello, el gobierno se embarcó en un proyecto tendiente a establecer vínculos con el
movimiento sindical. Los sindicatos eran el único baluarte que quedaba contra el influjo del
PS entre los obreros, como institución de clase gozaban ante los propios obreros de cierta
jerarquía y legitimidad por lo cual los beneficios procedentes de ellos tenían mayores
posibilidades de ser aceptados. Hay que sumar que el movimiento sindical estaba
experimentando grandes cambios: los anarquistas ya no tenían primacía y eran
reemplazados por los sindicalistas.
A los sindicalistas les interesaban los buenos salarios y no se iban a dejar engañar por
meros gestos simbólicos. Ni los radicales ni los sindicalistas tenían especial interés en la
sanción de leyes y ambos estaban comprometidos con la preservación del libre mercado de
trabajo. En virtud de la adhesión de los radicalistas al laissez-faire, presentaban para los
sindicalistas una posición más cómoda que los socialistas, los cuales estaban interesados en
convencer a los trabajadores para que aceptaran medidas que los sindicalistas no estaban
interesados.
El problema capital que planteaban los beneficios a distribuir entre los sindicatos y los
obreros derivaba de sus efectos potenciales sobre la situación de la elite conservadora. La
huelga ferroviaria de 1912 había demostrado que la élite seguía siendo firmemente adversa
a toda tentativa de robustecer la participación política de la clase obrera mediante
importantes concesiones. Más que cualquier otro factor, este complicado conflicto de
intereses y objetivos entre el gobierno y la élite fijó el carácter y el destino del primer
gobierno radical.
Por otro lado, los “sindicalistas” se sintieron atraídos, no por la posibilidad de realizar
manejos corruptos, sino de explotar todo el apoyo posible que les diera el gobierno para
consolidar su posición. Dentro del marco de su estrategia mantuvieron una posición
pragmática, sin contraer otros compromisos que los derivados de su finalidad de
agremiación masiva y mejoramiento económico.
Hasta 1920, la política seguida estuvo regida por su interés en no enajenarse el apoyo de los
productores de zonas fundamentales, como BA. Esto era reflejo de la estructura del
electorado y de la necesidad de mediar entre los intereses urbanos y los rurales.
Antes de 1920, el gobierno radical se mostró más sensible ante los grupos de productores
que el gobierno conservador:
Conclusión: el azúcar era a la vez un símbolo y un chivo expiatorio del afán de gobierno
por aparentar que hacía algo en favor de los consumidores urbanos, pero evitando al mismo
tiempo tomar cualquier medida que afectara a los productores. Entre estos no se contaban
los sectores del azúcar.
El interior era el único ámbito en el cual los radicales podían actuar sin correr grandes
riesgos políticos.
A partir de 1919 el único contacto genuino con los sindicatos fue el que mantuvo con la
FOM. Durante el auge exportador de 1920 ésta conservó una posición sólida.
Todo esto comenzó a afectar a los estibadores de las zonas portuarias. En años previos no
habían participado mucho en las disputas, pero en 1920 surgieron 2 sindicatos de
estibadores, uno “sindicalista”, ligado a la FOM y otro anarquista. Con la depresión el
conflicto entre ambos sindicatos se agravó. En 1921, los anarquistas obtuvieron la victoria,
y comenzaron a aprovechar esa situación organizando boicots contra las empresas que
daban trabajo a personal no agremiado.
En este punto, entró en escena la Asociación Nacional del Trabajo, con el propósito de
forzar una reducción de los salarios de los estibadores. Se pusieron en marcha planes
tendientes a desafiar a los sindicatos remplazando a los obreros agremiados por inmigrantes
sin empleo. El 9 de mayo el gobierno replicó cerrando el puerto, con el fin de proteger a los
obreros del ataque de la ANT.
La huelga generó una aguda polarización de clases, que a causa de la actitud de la Liga
Patriótica y el ejército se convirtió en una gran crisis política. El gobierno, entonces,
enfrentaba el mismo problema que dos años atrás. Hubo empero, una diferencia
fundamental con 1919: en esta oportunidad los “sindicalistas” no se salvaron. Frente a ello,
un grupo declaró una huelga general.
Era la 1° vez que los “sindicalistas” daban este paso, pero el movimiento de fuerza abortó;
de los sindicatos importantes, sólo la FOM se sumó a la huelga hasta que la policía montó
también contra ella. Tan pronto finalizó la huelga y cesaron las actividades de la Liga
Patriótica, se puso fin a la caza policial de dirigentes, y se permitió a la FOM reabrir su
local sindical. Pero el gobierno ya no podía fingir más que seguía protegiendo a los
sindicatos.
En 1921, ya le era imposible abstenerse de tomar medidas contra la columna vertebral del
movimiento obrero. Hasta entonces sus acciones se habían limitado a grupos periféricos y a
chivos emisarios.
La habilidad del gobierno para escoger los chivos emisarios que cargaban con el fardo de
sus medidas policiales reflejaba el hecho de que en 1919 también la Liga Patriótica se había
concentrado en esos grupos periféricos –los judíos, los anarquistas y los “maximalistas”-;
no obstante, en 1921 la Liga ya se había vuelto más marcada y explícitamente antiobrera.
Los despidos afectaron a la propia FOM, y en un brevísimo lapso se vino a pique la gran
unidad interna que había logrado mantener desde 1916.
Las lealtades de la clase obrera, antes congregadas por las instituciones de clase, se
volvieron ahora fluctuantes y relativamente carentes de vínculos firmes. En la depresión
desapareció la inflación, que antes había servido para que las inquietudes se centraran en el
problema salarial y había contribuido al crecimiento de los sindicatos.
Las nuevas condiciones de fragmentación social eliminaron las barreras que se oponían a la
expansión del aparato de los comités radicales en el seno de la clase obrera. A partir de la
campaña presidencial de 1922 comenzó a florecer un nuevo tipo de comité radical
destinado a captar los votos obreros.
En 1922 había indicios de que el proyecto de integración de clases se llevaría a cabo con
técnicas distintas de las que privaron entre 1917/21. De allí en más la organización en
comités de la UCR, sutilmente estructurada, remplazó lo que antes había hecho Yrigoyen
merced a sus contactos personales con los sindicatos, y pasó a ser el cimiento de la
supremacía política de que la UCR continuó disfrutando la década del 20.
En 1922 los radicales ganaron las elecciones sin mayores dificultades. Ganó en las provs
desarrolladas del litoral así como en las más atrasadas. En muchas de las provs más
turbulentas o rebeldes, donde la oposición era mayoría o los radicales estaban divididos,
Yrigoyen allanó el camino al sufragio mediante intervenciones federales.
Yrigoyen eligió para sucederlo a Marcelo T. de Alvear que pertenecía al patriciado que
fundara el Partido Radical en los 90, esto indicaba que Yrigoyen deseaba conservar el
apoyo de los ppales grupos de la élite. Por otra parte, a causa de la larga ausencia de Alvear
en el país, éste carecía de influencia dentro del partido, Yrigoyen supuso que iba a necesitar
de él, y que podría controlarlo. Para asegurarse esto, gestionó la vicepresidencia para su ex
jefe de policía, Elpidio González, hombre de confianza y ppal aliado político.
Alvear abogaba por un programa del tipo del que defendió Sáenz Peña en 1912: poner fin a
las sucias elecciones fraguadas e iniciar una nueva era de democracia “orgánica”; buscaba
promover una alianza eficaz entre la aristocracia y el pueblo, pero rechazar los aspectos
progresistas que presentaba la política de Yrigoyen.
En 1922 los miembros más conservadores del gobierno de Alvear promovieron reducciones
del gasto público, ya que a su juicio este ponía en peligro la capacidad del Estado para
hacer frente a los servicios de la deuda. Pero desde la depresión de 1921, la declinación de
la actividad económica y el desempleo hicieron que los grupos de clase media presionaran
al gobierno para que intensificara dicho gasto.
Esto demuestra la gravitación que había comenzado a tener el sistema de patronazgo hacia
1922. Yrigoyen, pensando en las elecciones presidenciales, se vio forzado a llevar el gasto
público a alturas aún mayores y a expandir la burocracia durante la depresión. Para cubrir,
su déficit, el gobierno debió recurrir a préstamos de corto plazo de bancos nacionales y
extranjeros. Como resultado se creó una enorme y muy onerosa deuda flotante.
Con todo, la motivación principal era que el fisco obtuviera ingresos inmediatos, amén de
su objetivo de salvaguardar la unidad de la UCR.
Por otro lado, las tentativas de obtener préstamos externos fracasaron, lo cual llevó al
gobierno a adoptar un nuevo plan: propuso un sistema jubilatorio para la clase obrera. La
idea era utilizar los fondos para la consolidación de la deuda.
Los esfuerzos tendientes a llevarla a la práctica originaron la única acción política de
envergadura que efectuaron los obreros durante el período de Alvear.
Finalmente el plan de jubilaciones fue abandonado en 1925, sobre todo porque los
empleadores se opusieron a él, incluso los grupos antes activos en la ANT.
A fines de 1923 el gobierno había perdido el control de la mayoría de los comités y de los
legisladores radicales.
La ruptura final, en 1924, sobrevino luego del intento de Alvear de consolidar su posición
estableciendo lazos más firmes con la élite partidaria que en 1918/19 puso en tela de juicio
el liderazgo de Yrigoyen.
Tras la renuncia de Matienzo, fue designado ministro del Interior Vicente Gallo. En vistas
de la oposición extrema que ofrecían los yrigoyenistas, resultó imposible mantener unido al
partido. En las elecciones internas de 1924, compitieron 2 listas rivales. Por último, Gallo
anunció la creación de un nuevo partido, la UCR antipersonalista.
El fracaso del antipersonalismo debe atribuirse a que Gallo fue incapaz de lograr la
adhesión de los ministros conservadores respecto de sus métodos tendientes a erradicar el
ascendiente de Yrigoyen. El nuevo partido tampoco obtuvo una influencia apreciable a
nivel nacional. Su falta de acceso a los cargos públicos lo privó del medio para crear un
sistema de comités con apoyo de masas y para conquistar las provs. Su único baluarte era
la provincia de Sta. Fe.
El propio Alvear tuvo un papel decisivo en el fracaso del antipersonalismo. Nunca pudo
superar las contradicciones iniciales de su posición. Su fracaso como presidente señala una
de las realidades básicas de la política argentina: la única vía posible de establecer o
mantener la alianza entre el patriciado y las clases medias era adoptar una postura flexible
en cuanto al gasto público y manipular con fines partidarios la expansión burocrática.
Resurgimiento de Yrigoyen
También se realizó un sostenido esfuerzo para ganarse la adhesión de la clase obrera, para
lo cual inició una campaña para la revitalización de la FOM. Sin embargo la práctica más
corriente, que reflejó tanto la debilidad de los gremios como la incapacidad de Yrigoyen
para adoptar otra línea de acción fuera del gobierno, consistió en la creación dentro del
partido de comités gremiales destinados a distintos grupos de trabajadores; habitualmente
dirigidos por empleados administrativos u oficinistas.
Por 1° vez los yrigoyenistas tenían algo práctico y concreto sobre lo cual basar su campaña,
más allá de sus declaraciones abstractas sobre la “democracia” y la “defensa de la
Constitución”.
Otra expresión del cambio era el marcado antinorteamericanismo que fue difundiéndose
entre los yrigoyenistas.
Razones por las cuales el monopolio estatal del petróleo se convirtió en un slogan popular:
Ofrecía una solución de largo plazo al problema de las clases medias dependientes
urbanas.
Medio de justificar el retorno a las políticas de gasto público.
Prometía abrir un nuevo ámbito de puestos gerenciales para las clases medias al par
que se evitaba el derroche de los fondos públicos que la creación de una burocracia
parasitaria hubiera entrañado.
Representaba una oportunidad para trasladar a nuevos campos el proceso de
crecimiento económico interno.
Manera de allanar el camino hacia un proceso de gran desarrollo industrial.
Por otra parte, se inició un movimiento antitrust en 1927, que estuvo dirigido
exclusivamente contra los norteamericanos, y casi no se levantaron voces de protesta contra
los ingleses. Eliminar a los norteamericanos del campo de la energía podía significar un
nuevo medio de proteger los mercados de exportación tradicionales .
Entre 1926/28 esto produjo un vuelco triunfal en favor de Yrigoyen. Logró neutralizar, la
oposición de los terratenientes y exportadores conservadores, y ganarse el apoyo de los
votantes de clase media y de clase obrera.
El resultado fue una victoria aplastante de Yrigoyen. Salió ganador en la Capital y todas las
provincias, salvo San Juan.
El gobierno radical no se puso indiscriminadamente del lado de los obreros sino que tendió
a hacerlo cuando dicha acción prometía acercarle beneficios políticos, por lo general en
términos de votos. Luego de obtener unos pocos éxitos en 1917, el gobierno comprobó que
sus políticas desencadenaban creciente oposición entre los grupos patronales y de presión,
cuyo resultado fue una alianza formal entre los intereses económicos nacionales y
extranjeros, preludio de las grades crisis de 1919.
El contacto con los trabajadores se establecía casi exclusivamente durante las huelgas. La
participación del gobierno derivó de su facultad de recurrir a su poder de policía para
favorecer a uno u otro bando. Este era un cambio importante, que contrastaba con las
prácticas del pasado; los huelguistas estaban ahora en condiciones de manejar con
efectividad su poder de negociación, y la acción estatal no les impedía obtener beneficios
cuando las condiciones prevalecientes lo favorecían.
Yrigoyen pensaba que un sistema abierto de comunicación entre los obreros y el estado
podría llevar a lograr la justicia distributiva y la asimilación e integración política de los
trabajadores.
En la mayoría de los casos, sin embargo, todo lo que los obreros obtenían era el aliento
moral: en muy raras instancias el gobierno superó este estrecho marco.
Los modestos objetivos que perseguía la política obrera radical y las numerosas
limitaciones a las que estuvo sujeto, permitieron que una minúscula proporción de la clase
obrera pudiera mantenerse a tono con la inflación. Después de la 1GM, los salarios reales
comenzaron a crecer, pero ello no fue resultado de ninguna medida oficial sino de la
demanda de mano de obra.
Para este período el centro de autoridad del partido se había desplazado hacia los
profesionales de clase media. Este desplazamiento se puso de manifiesto en la composición
del gabinete en 1928. Esto contrastaba con lo que acontecía en 1916, en que una
abrumadora mayoría de legisladores radicales eran terratenientes.
Esto se reflejó en las medidas del nuevo gobierno en 1928/29, Yrigoyen abandonó la
prudencia con que había actuado al principio en 1916 respecto de los gastos públicos y
pronto reimplantó su manejo del patronazgo oficial.
En 1929 todo el sistema de “gobierno de los comités” introducido por Yrigoyen en 1919 y
mantenido por un pronto aumento del gasto público alcanzó su apogeo.
Con respecto al ejército, hacia 1927, ciertos grupos conducidos por Justo y alentados por
sectores de la élite conservadora comenzaron a mostrar disgusto ante el resurgimiento de
Yrigoyen. Se habló incluso de impedir que reasumiera la presidencia mediante un golpe de
E; pero en 1928 los antiyrigoyenistas extremos tenían escaso respaldo.
Por otra parte, en lo que respecta a la política laboral, la nueva administración en lugar de
ofrecer franco apoyo a los sindicatos, confió a los comités la tarea de mantener el control
sobre los votos de los obreros. La ventaja de utilizar la estructura de los comités eran que:
Justo a eso debe mencionarse el activo y efectivo apoyo dado a los intereses británicos. Las
relaciones con los ingleses fueron en gral mucho mejores que antes.
Pero, cuando las leyes sobre el petróleo llegaron al Senado, este simplemente se negó, por
voto mayoritario a considerarlas.
Esto significaba que la necesidad más apremiante en 1929, era controlar el Senado, vale
decir, controlar las provincias, y el único medio para ello era dislocar a los partidos
opositores, mediante intervenciones federales. Pero esto provocó una intensificación de las
antiguas disputas regionales.
Así, el problema del petróleo, las intervenciones federales y el conflicto entre el Ejecutivo y
el Senado formaban parte de una cuestión más amplia: la de las relaciones entre BA y las
demás provs para apoderarse de los recursos del país.
El petróleo podía ser usado para robustecer la posición de la oligarquía terrateniente del
interior o bien en beneficio de las clases medias dependientes porteñas. Las provs
mediterráneas sabían que si no ponían freno a las intervenciones, los yrigoyenistas de clase
media del litoral controlarían el Senado y tratarían de apropiarse de lo que consideraban sus
recursos privados.
Vinculado con esto, en 1928 San Juan y Mendoza habían elegido senadores de partidos
antiyrigoyenistas: Federico Cantoni y Carlos Lencinas, respectivamente. Ambos, habían
integrado la coalición radical, separándose en 1918, cuando Yrigoyen mediante su control
de las finanzas públicas y las intervenciones federales creó en las provs del interior
regímenes adictos a él, explotados a su vez en provecho de los consumidores urbanos
porteños.
La importancia de los movimientos populistas de estas dos provs en 1929, derivaba de que
los yrigoyenistas necesitaban controlar esas 2 provs para tener el Senado Nacional. Por ello,
resolvieron impedir que Cantoni y los demás ocuparan sus bancas, impugnando la legalidad
de su elección.
Los grupos de derecha, por su parte, replicaron fundando su propia organización, la Liga
Republicana: organización autoritaria, que a diferencia de la Liga Patriótica, no tuvo apoyo
popular.
Empero a pesar de esto, los yrigoyenistas fueron los que se quedaron con la victoria y
Cantoni y sus secuaces no fueron autorizados a ocupar sus bancas.
Depresión y revolución
Dentro de las medidas tomadas por el gobierno para hacer frente a la crisis se encuentra la
supresión de la Caja de Conversión en 1929, con lo cual se abandonaba la convertibilidad
del peso vigente desde el auge exportador en 1927.
Empero, este intento de amortiguar los efectos de la depresión fue en buena media un
fracaso. El colapso del sector exportador desencadenó una desocupación creciente; además,
al contribuir a mantener el nivel de demanda, la eliminación de la convertibilidad no hizo
más que acelerar la presión inflacionaria, con la única consecuencia de desequilibrar aún
más la balanza de pagos.
Uno de los aspectos más críticos era que la merma de las importaciones, sumada a la
inflación, socavaba la situación del fisco; sin embargo, el nivel de gasto público siguió
durante un tiempo en aumento. Esto traducía los esfuerzos del gobierno por mantener su
flujo de patronazgo y por ende, su apoyo popular. Pero el hecho de que no se redujera el
gasto público provocó un marcado incremento del déficit en los ingresos fiscales
ordinarios, y por consiguiente de la deuda flotante.
Para aliviar la presión sobre el crédito interno se trató de obtener préstamos externos, pero,
al depreciarse el peso aumentaba el endeudamiento neto del país. A medida que transcurría
el tiempo parecía más cercana la posibilidad de que, a menos que se tomaran medidas para
reducir drásticamente el gasto público, al gobierno le resultaría imposible cumplir con sus
compromisos externos.
Todo esto provocó que uno tras otro, los grupos que habían apoyado al gobierno en 1929 se
volvieran rápidamente contra él.
En lo que a las elecciones respecta, lo interesante es que los yrigoyenistas perdieron menos
votos en las provs del interior, donde había menos vínculos con el gran sector exportador y,
por lo tanto, los efectos de la depresión no eran tan marcados.
La depresión no sólo acabó con el sistema de patronazgo creado por Yrigoyen, sino
también con su prestigio personal y al imagen de Mesías que había cultivado a lo largo de
toda la década.
Aunque entre 1890/30 la élite siguió siendo el factor de poder dominante, dejó de actuar en
un vacío político, se vio forzada a buscar un marco de consenso y aliados políticos para
consolidar su posición y ser capaz de proteger y promover sus intereses esenciales.
El golpe militar de 1930 fue una restauración conservadora, pero la política argentina
retuvo con posterioridad muchos rasgos pluralistas; más que una ruptura completa con el
pasado, implicó un ajuste retrospectivo en la estructura política. Logró que las clases
medias retrocedieran y ocuparan el papel subordinado que la generación de Sáenz Peña
había previsto para ellas, eliminando su carácter de eje del sistema electoral que ellas
mismas se habían adjudicado.
La diferencia entre Sáenz Peña y Justo era que en 1912 la élite podía contemplar la
posibilidad de delegar el control del Estado en sus rivales políticos, mientras que en la
década del 30 se vio obligada a excluirlos. 2 condiciones explican esto:
Tanto Yrigoyen como Perón procuraron controlar a la clase obrera conquistando el apoyo
de los sindicatos. La diferencia entre ellos radica en la magnitud de los beneficios que cada
uno pudo ofrecer. Yrigoyen no tuvo para dar otra cosa que aliento moral, y en consecuencia
su vínculo con los “sindicalistas” nunca se formalizó o institucionalizó. Perón no enfrentó,
por lo demás, una alianza como la Liga Patriótica.
La historia de los sindicatos entre 1890/30 puede dividirse en varios períodos, que
corresponden a las condiciones prevalecientes en el mercado de trabajo y a los ciclos del
sector exportador:
I. Hasta 1900, en consonancia con la fase depresiva, los sindicatos fueron muy débiles
II. Entre 1900/10 se vieron fortalecidos por el auge del sector 1°,
III. Hacia 1910, evidenciaban nuevamente signos de debilidad, en tanto y en cuanto una
cantidad cada vez mayor de inmigrantes saturaba el mercado de trabajo urbano.
IV. El nuevo impacto depresivo de 1913/17 volvió a debilitarlos.
V. La depresión de posguerra de 1921 trajo consigo un colapso súbito.
Suele considerarse que este período de la historia de la clase obrera fue homogéneo y que
en él privó el movimiento “anarcosindicalista”. Sin embargo, había entre el anarquismo y el
“sindicalismo” gran diferencia. El 1° era la respuesta a las frustradas aspiraciones a la
movilidad de los inmigrantes europeos y a un grado relativamente escaso de diferenciación
entre los obreros urbanos, en tanto que el “sindicalismo” coincide con las grandes unidades
productivas, mayores exigencias de especialización, salarios diferenciales y la nueva
presencia de trabajadores nativos cuya respuesta de clase era por lo común menos extrema
que la de los inmigrantes. Por su énfasis en la cuestión salarial, el “sindicalismo” cobraba
importancia en períodos de gran inflación.
Capital extranjero
Otro agente cardinal fue el capital extranjero: aun cuando la posición de los ingleses se vio
desafiada por los norteamericanos, mantuvo siempre con la élite una comunidad de
objetivos subyacente. En muchos aspectos, los ingleses fueron los motores ppales de la
reacción contra la política laboral de Yrigoyen.
Clases medias
Luego de su fracaso con los sindicatos, y en un esfuerzo por contener su pérdida de apoyo
popular y el prestigio que ganaban grupos rivales como la Liga Patriótica, el gobierno
radical apeló en 1919 a sus relaciones con la clase media, presagiando el advenimiento de
la política de patronazgo y la creciente importancia de los “aparatos” partidarios en la
década del 20. A partir de entonces creció la influencia de los grupos de clase media, y la
posición de Yrigoyen llegó a depender de conservar la adhesión de las clases medias
dependientes. Este fue el origen del problema político central de esa década: la magnitud y
distribución del presupuesto oficial.
Los estratos superiores de la clase media urbana tendieron a ocupar una posición parasitaria
respecto de la élite, y por su dependencia del gasto público adoptaron algunos rasgos
propios de los rentiers.
UCR
Su raison d’etre giraba en torno de problemas distributivos más que en torno de la reforma
o el cambio social. Pese a que pretendía mejorar la situación de la clase obrera, la UCR no
era un partido que abogase por la reforma social. Sus lazos con los consumidores de clase
media le impidieron promover la industrialización. Sin embargo, la política urbana solo
pudo comenzar a trascender la estrecha estructura de patronazgo estatal cuando creció el
sector industrial.
R.FALCÓN
El arbitraje Estatal
Hasta 1902, el Estado mantenía una actitud de prescindencia frente a los conflictos
en el área de consumo o de la producción para el mercado interno; no obstante,
cuando se daban en sectores vinculados a la economía agroexportadora, intervenía
con una dura represión, al igual que si el conflicto amenazaba con alterar
“gravemente” el orden público.
La Ley Sáenz Peña implicó una ampliación del “mercado político” al incorporar un
sector significativo de los trabajadores. Desde entonces los conservadores
comenzaron a prestar mayor atención a las políticas laborales.
HUELGAS:
Semana Trágica: desde 1918 tenía lugar una huelga en el sector metalúrgico que
para 1919 terminó en un episodio violento cuando una serie de huelguistas
interpelaron a aquellos que seguían trabajando para que cesaran sus tareas y al ser
desoídos apedrearon los carros que los transportaban; la custodia policial respondió
a los tiros.
a. Un replanteo de las políticas del gobierno ante la censura que generó en sus
relaciones con la mayoría del movimiento obrero;
b. Un paradójico fortalecimiento de las corrientes sindicales que tuvieron las
estrategias menos radicalizadas;
c. Mayor presencia autónoma de los grandes capitalistas y de la élite conservadora;
d. Mayor protagonismo militar.
2. El movimiento obrero entre 1919/22: el gobierno retomó la estrategia para
recuperar su influencia entre los trabajadores. Esta prisa estaba alentada por la
necesidad de combatir un crecimiento del socialismo en las elecciones
parlamentarias de 1919. El 1° paso lo dio en ocasión de una huelga de la FOM, en la
que el gobierno hizo esfuerzos inusuales para favorecer el triunfo de los huelguistas
y exhibir al resto de los trabajadores su solidaridad y su puesta de límites a las
pretensiones de las empresas navieras. No obstante, no llegó a contrabalancear el
desgaste de la imagen gubernamental durante los acontecimientos de la ST. Así se
reflejó en las elecciones: en la de senador se impuso el radicalismo por un ajustado
margen, y en la de diputados los socialistas ganaron por una diferencia pequeña.
Se habría dado en esta oportunidad un juego de doble lealtad por parte de la clase
obrera: siguió a los sindicalistas en las luchas gremiales y a los socialistas en las
elecciones. Sin embargo, estos resultados no llevaron a un viraje en la estrategia
radical de seguir buscando apoyo obrero y de prestar especial atención a la FOM.
Los acontecimientos durante la ST no dieron lugar a una retracción de las luchas
sindicales. Dichos movimientos aparecían como el fruto de 2 fenómenos: la
inflación y el incremento de los índices de sindicalización. Los gremios
protagonistas fueron mayoritariamente, los que no tenían experiencia en ese tipo de
hechos.
Las huelgas generaron un clima político que reavivó a los sectores conservadores.
Esto llevó al gobierno a adoptar medidas represivas para evitar ser desbordado por
la Liga Patriótica y autorizó la aplicación de las leyes de Residencia y de Defensa
Social.
En 1920 se consolidó una nueva actitud del gobierno: trataría de recuperar prestigio
y votos acentuando “el personalismo” y fomentando al máximo el patronazgo y las
políticas asistencialistas. Empero, estas iniciativas estaban limitadas por la presencia
tanto parlamentaria como política de la oposición conservadora.
Toda esta situación llevó a la UCR a modificar su estrategia de penetración entre los
trabajadores expandiendo comités radicales en los barrios y en los gremios,
logrando una implantación significativa, que pudo verificarse en la reelección de
Yrigoyen de 1918, a través de la primera determinación clasista del voto en
Argentina.
Sin embargo, por las mismas razones que existieron en 1919, el proyecto de Código
de 1921 nunca vería la luz.
Uno de los embates más severos que recibió fue la decisión de los trabajadores
ferroviarios nucleados en la FOF de no formar parte de esa central obrera1.
1
Las razones de esto, eran que tanto la FOF como La Fraternidad, se habían puesto de acuerdo en la
necesidad de conformar un bloque. Para esto, determinaron los puntos sobre los cuales sólo era posible llegar
a la unidad: la nueva organización debía estar constituida sobre la base de entidades por oficio autónomas
pero coligadas en una instancia federativa; además, esta debía ser ajena a cuestiones políticas o ideológicas y
por lo tanto no debía ser parte de la USA. De este modo en 1920 quedó formalmente creada la Confraternidad
Ferroviaria, que n 1922 pasó a denominarse Unión Ferroviaria (UF).
Así, la década del 20 encontró al Sindicalismo Revolucionario en progresiva
pérdida de su potencial sindical. La contrapartida fue el crecimiento de la influencia
del PS en gremios significativos, en tanto se había puesto como estrategia, ocupar
los espacios que la USA iba perdiendo en el campo obrero.
Sólo la FOM siguió fiel a la USA y a los “sindicalistas”. Pero, los trabajadores
marítimos verán disminuido su poder de lucha y organización a causa de
desgastantes huelgas que entablaron y conflictos al interior del sindicato.
en este marco, se puede encuadrar la decisión de poner en marcha la ley 11.289 que
extendía el beneficio jubilatorio a los sectores más dinámicos del país, empero tanto
los sectores obreros como los patronales plantearon una fuerte oposición, cuya
objeción fundamental estaba dirigida a su forma de financiamiento, que establecía
un descuento sobre el salario del trabajador y una contribución obligatoria del sector
patronal. Es así que se terminó sancionando la suspensión de la misma hasta que el
Congreso la reemplazara o modificara.
Si bien el proyecto del Código no culminó con éxito, es importante el hecho de que
se sostenía la necesidad que en la reglamentación de una ley de asociaciones
profesionales debían abandonarse las tendencias represivas.
Otra de las preocupaciones del gobierno de Alvear fue su intento por continuar
extendiendo la previsión social, especialmente en materia de accidentes de trabajo.
El tema de la seguridad social era un ítem importante del gobierno de Alvear, y que
juntamente con el intento de aplicar la ley de jubilaciones se buscaba ampliar la
intervención del Estado en los problemas sociales.}
Una diferencia significativa entre las motivaciones que animaban al proyecto de Código de
Trabajo de J. V. González de 1904 y a los proyectos radicales de 1919 y 1921, es que en
1904 se mezclaba la tendencia a tratar la cuestión social como un hecho policial con el
asistencialismo, mientras que en 1919 y 1922 desaparece el carácter policiaco y hay una
concepción krausista-radical de la armonía social controlada por el Estado que reemplaza a
los principios semi-asistencialistas y semi-represivos del período oligárquico.
Esto se nota en algunas de las características de los proyectos del ’19 y ’22: no
obligatoriedad de afiliación; reconocimiento del derecho a huelga; no hay capítulo
destinado a los inmigrantes; no se incorporan principios discriminatorios y punitivos de la
Ley de Residencia; no se faculta a la policía a disolver por la fuerza reuniones.
El DNT
Conclusiones
La razón más profunda del motivo por el cual el Código de 1921 no fue sancionado, es
que los radicales no disponían de mayoría legislativa.
Las transformaciones en la política laboral son la expresión de mutaciones en la propia
L.ROMERO
Coincidencias
Los sectores que habían concurrido a derribar a Yrigoyen coincidían en ese primer
objetivo, y se solidarizaban con el gobierno cuando perseguía a los dirigentes radicales,
dejaba cesante a los empleados públicos nombrados por el gobierno derribado o investigaba
fantasiosas corrupciones.
La mayoría también apoyaba la política de mano dura con el movimiento social:
intervención en los puertos para desarmar control sindical, deportaciones de anarquistas y
comunistas. En rigor, la movilización social era escasa, la Depresión paralizaba la
contestación y las direcciones sindícales habían hecho poco para defenderla.
Divergencias
La revolución se había hecho contra los vicios de la democracia, pero una vez depuesto
Yrigoyen, no había acuerdo sobre qué hacer.
Los nacionalistas tomaron rápidamente la iniciativa. Su voz había sido un eficaz ariete
contra el radicalismo por su talento polémico y su capacidad para articular discursos que
apelaban a distintas sensibilidades y expresaban y legitimaban un elitismo autoritario del
que se enorgullecían. Esta propuesta se fortalecía porque en todo el mundo habían surgido
argumentos de este tipo. También contaban con un apoyo limitado pero importante del
poder (algunos ministros y Uriburu, que primero apeló a la sociedad hablando en distintos
foros sobre las desventajas de la democracia y las ventajas del corporativismo, pero fracasó;
entonces apeló al Ejército, pero tampoco logró nada). Poco a poco los nacionalistas se
fueron distanciando del gobierno a medida que Justo (alternativa institucional) ganaba
influencia.
Los oficiales del Ejército eran reclamados por diferentes grupos: 1) Justo y sus adeptos que
le habían ganado la pulseada a Uriburu y controlaba los mandos principales; llevan la
bandera del constitucionalismo y el profesionalismo. 2) Radicales. 3) Nacionalistas. Lo que
predominaba, sin embargo era la desconfianza hacia la política y una postura
profesionalista, que inclinaba la balanza hacia Justo.
Los radicales habían resurgido con el retorno de Alvear que reunificó el partido. Muchos
apostaban a la carta electoral y otros a derribar el gobierno provisional. Los oficiales
radicales conspiraron y el gobierno utilizó esa conspiración para desarmar al opositor. Se
proclamó la candidatura de Alvear, que fue vetada por el gobierno. Se vuelve a la
abstención, dejándole el campo libre a Justo.
Las formas institucionales estaba salvadas y la revolución parecía haber encontrado puerto
seguro. En el Congreso la oposición se desempeñó prolijamente y fue reconocida como tal.
La abstención radical era de momento una ventaja.
Justo procuró equilibrar la participación de las distintas fuerzas. Fue notoria su reticencia
hacia los conservadores, que sin embargo constituían su más sólida base.
La eficacia del gobierno debía demostrarse por su capacidad para enfrentar la difícil
situación económica. La Depresión persistió hasta 1932, golpeando la economía abierta:
cesó el flujo de capitales, los precios internacionales de los productos agrícolas
descendieron fuertemente, debieron reducirse las importaciones y el gasto del Estado cuyo
déficit pasó a ser un problema.
Los países centrales usaron su poder de compra para defender sus mercados, asegurar las
deudas y proteger las inversiones.
La crisis y las respuestas coyunturales habían creado una serie de condiciones nuevas que
hacían muy difícil el retorno a la situación previa.
La presencia británica
Presionada por el avance de USA y la crisis del ’30, decidió reconcentrarse en su Imperio
fortaleciendo el vínculo con sus colonias y dominios.
Pero a su vez, el país contaba con la política arancelaria y el control de cambios que
permitían discriminar las importaciones y regular el monto de las divisas que sería usado
para pagar la deuda, las importaciones y las remesas británicas.
En 1933, Roca (vicepresidente) negoció con Londres las condiciones para mantener la
cuota de carne. El pacto Roca-Runciman logró que se mantuvieran las condiciones de
1932 y se consultara para reducciones posteriores; no logró aumentar la participación de los
productores locales (siguió en el 15%). A cambio de esto, Argentina aseguró a GB: a) que
todas las libras generadas por este comercio se emplearían en GB; b) tratamiento benévolo
para empresas británicas.
De este modo, USA quedó discriminado por los aranceles y el uso de divisas,
retrocediendo en el mercado, aunque luego contraatacaron con inversiones industriales. La
tendencia al bilateralismo con GB, insinuada en el Tratado D’ Abernon de 1929, quedó
ampliamente ratificada.
El tratado fue apoyado por diversos grupos propietarios. La oposición más consistente de la
del PS, preocupados por las repercusiones sobre los consumidores locales. Los conflictos
afloraron de inmediato: por un lado, los beneficiados con el tratado (frigoríficos, ganaderos
invernaderos; por otro lado, el grueso de los criadores que debían optar entre exportación
de carne congelada de menor calidad, venta a invernaderos o consumo interno.
En 1935, De la Torre (senador por Santa Fe) que ya había manifestado reservas ante el
tratado de Londres, solicitó una investigación sobre el comercio de las carnes en el país y
las actividades de los frigoríficos. Oficialismo reconoció la existencia de abusos
importantes por parte de los frigoríficos, de precios excesivamente bajos, prácticas
monopólicas, evasión de impuestos… De la Torre fue más allá y unió el ataque a los
frigoríficos con una embestida muy fuerte contra el gobierno. Fue una intervención
espectacular que duró varios días, atrajo a la opinión pública y suscitó una violenta
respuesta de Duhau (ministro de agricultura) y Pinedo (ministro de economía). En lo más
violento de una de las sesiones cayó asesinado el senador electo Bordabehere, compañero
de De la Torre, a quien iba dirigido el disparo. El debate terminó abruptamente sin
resolución. El gobierno perdió mucho ante la opinión y la oposición reconstituyó sus filas.
Pese a sus éxitos económicos el régimen presidido por Justo fue visto como ilegítimo,
fraudulento, corrupto y ajeno a los intereses nacionales. Desde a935 en adelante se hicieron
evidentes los signos de una creciente movilización social y política.
Las respuestas del gobierno ante estos hechos que esbozaban un frente popular, no se
hicieron esperar:
1) Intervino Santa Fe y avaló el fraude en Buenos Aires, justificado por el fraude patriótico
de Pinedo.
El PC adoptó las orientaciones del Komintern, que había abrazado la propuesta del frente
popular (unidad de los sectores democráticos).
La Guerra Civil Española tuvo fuerte impacto en la Argentina y sirvió para definir los
La actividad sindical resurgió hace 1934 y creció hasta 1937, acompañando al ciclo
económico. Los dirigentes sindicales mantuvieron la tendencia de deslindar sus reclamos
gremiales de los planteos políticos más generales. Gradualmente obtuvieron algunas
mejoras, concedidas de forma parcial y a regañadientes.
El DNT fue extendiendo gradualmente la práctica del convenio colectivo y del arbitraje
estatal.
Entenderse directamente con uno de los actores principales de la sociedad formaba parte de
la estrategia general del Estado intervencionista y dirigista, coincidía con la tendencia de
sus dirigentes a reducir el espacio de la política partidaria y de las instituciones
representativas.
La pieza clave del Frente era la UCR. El levantamiento de la abstención electoral de 1935
fue impulsado por los sectores conciliadores. Con fuerte peso en Diputados, el radicalismo
contribuyó a mejorar la imagen de las instituciones. La vuelta a la lucha política también
aumentó las posibilidades de manifestación de los grupos más avanzados del radicalismo,
nutridos de jóvenes de la militancia universitaria que reivindicaban la tradición
yrigoyenista. Alvear oscilaba entre las corrientes conciliadoras y el discurso progresista y
de izquierda afín al Frente Popular.
Hasta 1936, los socialistas habían tenido una fuerte representación parlamentaria, que se
redujo drásticamente con el retorno electoral de los radicales. Simultáneamente, mejoró su
situación en el campo gremial (dirección de la CGT), pero en 1937 sufrió la escisión de un
grupo de militantes disconformes con la anquilosada elite dirigente. Esto complicó las
alianzas de un Frente Popular cada vez más problemático.
La enfermedad de Ortiz lo obligó a delegar el mando en 1940 a Castillo y éste deshizo todo
lo construido en pro de la democracia. El fracaso tenía que ver con el cambio de la
coyuntura internacional que lo había alimentado: los Frentes Populares habían sido
derrotados en España y Francia, el nazismo triunfaba, la URSS desertaba del campo
antinazi, y la guerra generaba alineamientos diferentes.
Participación ciudadana
Quizá los partidarios no supieron canalizar y dar forma a esa movilización democrática. Las
banderas de la regeneración democrática habían pasado a miembros del mismo régimen.
Desde el Estado se contribuyó en mucho a esa descalificación de los partidos políticos: la
política quedaba asociada al fraude, el estado encaraba la negociación de las cuestiones de
gobierno directamente con los distintos actores de la sociedad ignorando al Congreso y a
los partidos políticos.
Las exportaciones tradicionales parecían tener pocas perspectivas en el largo plazo, pero en
cambio las exportaciones industriales tuvieron perspectivas promisorias. En cualquier caso,
esas alternativas implicaban aumentar la intervención del Estado en la regulación
económica y en un cierre mayor de la economía local.
Compra de las cosechas por parte del Estado para sostener el precio.
Estimular la construcción pública y privada, para movilizar otras actividades.
Estimular la industria natural (elaboraban materia prima local y que se exportaba a países
vecinos y USA).
El plan modificaba los términos de la relación triangular, proponiendo una vinculación
estrecha con USA y apuntando a una inserción distinta de Argentina en la economía
mundial. Requería una firme orientación por parte del Estado (orientar crédito a inversiones
de largo plazo) y de un desarrollo mayor de sus instrumentos de intervención.
El proyecto fue aprobado en el Senado, pero Diputados no lo trató. Los radicales habían
decidido bloquear cualquier proyecto oficial como una forma de repudio a la nueva
orientación fraudulenta de Castillo. Pinedo se entrevistó con Alvear, pero no logró
convencerlo, e incluso debió renunciar al ministerio. El bloque democrático, que reclamaba
un compromiso diplomático más estrecho con USA, no advirtió las ventajas del plan que
suponía la clausura del férreo bilateralismo con GB.
La dimensión diplomática del triángulo marchaba por carriles diferentes. Rooosevelt había
modificado su política exterior: la clásica del garrote fue reemplazada por la de buena
vecindad. USA aspiraba a estrechar las relaciones bilaterales, y en el marco del
panamericanismo, a alinear detrás de sí al hemisferio. Esto era difícil con Argentina: el
comercio bilateral estaba obstaculizado por la oposición de los intereses agrarios
competidores de la Argentina. La subordinación era igualmente difícil de aceptar para un
país que aspiraba a una posición independiente y hegemónica en el Cono Sur.
Las sucesivas conferencias panamericanas hicieron todo lo posible para poner obstáculos
al alineamiento. En 1936, en la celebrada en Buenos Aires, una enmienda de último
momento impuesta por Saavedra Lamas relativizó una declaración sobre consulta entre
gobiernos en caso de agresión extracontinental. En 1938, Cantilo desairó a sus colegas
abandonando sorpresivamente la reunión de Lima antes de la forma de la declaración final.
La neutralidad en caso de guerra europea era una tradición. Su adopción en 1939 (una
medida lógica que permitía seguir comerciando con los clientes tradicionales) no fue
objetada por USA, que propuso esa política en la reunión de Panamá. Por entonces Ortiz
procuraba acercarse a USA, pero progresivamente la guerra se impuso en las discusiones
internas y empezó a revivir los agrupamientos de la opinión que asociaban el apoyo a los
aliados con la reivindicación de la democracia y el ataque al gobierno. En 1940 se
constituyó Acción Argentina, dedicada a denunciar las actividades de los nazis en el país y
la injerencia de la embajada alemana. En ella participaron radicales, socialistas,
intelectuales y oligarquía conservadora.
Justo cultivó a los militares, aumentó los efectivos bajo bandera, construyó notables
edificios, pero a la vez se propuso despolitizar la institución. Logró mantener el control de
los mandos superiores, lo que obligó a sus sucesores a apoyarse en los hombres de Justo.
Un elemento central del nuevo perfil militar fue el desarrollo de una conciencia
nacionalista. Era un nacionalismo tradicional, antiliberal, xenófobo y jerárquico. La guerra
cambió las preocupaciones. Predominaba en el Ejército, tradicionalmente influido por el
germanismo, un neutralismo visceral. El equilibrio regional tradicional se alteraba por el
apoyo de USA a Brasil y la exclusión de Argentina. La solución debía buscarse en el propio
país y así estimuló preocupaciones económicas. Desde mediados de la década el Ejército
había ido montando distintas fábricas de armamentos. A través de la Dirección de
Fabricaciones Militares, se dedicó a promover industrias, como la del acero, que juzgaban
tan natural como la alimentaria, e indispensable para garantizar la autarquía.
Los militares fueron encadenando las preocupaciones estratégicas con las institucionales y
políticas. La guerra demandaba movilización industrial y ésta, un Estado activo y eficiente
capaz de unificar la voluntad nacional. También era importante el papel del Estado en una
sociedad que seguramente sería acosada en la posguerra por agudos conflictos. Se requería
orden y paz social, pero el Estado de Castillo era tambaleante e ilegítimo.
Esta sensibilidad nacional no se limitaba al Ejército, sino que estaba presente en vastos
sectores de la sociedad. Cuando todo parecía conducir al triunfo del Frente Popular, un
frente nacional se comenzó a dibujar como alternativa.
Las raíces de ese sentimiento nacional eran antiguas, pero en tiempo más recientes las
habían abonado las corrientes europeas antiliberales y con ellas empalma la Iglesia. Los
enemigos de la nacionalidad era GB y la oligarquía entreguista. La consigna
antiimperialista empezó a ser frecuente en los discursos de políticos radicales o socialistas y
de dirigentes sindicales e intelectuales.
Las dos alianzas políticas, que se sentían débiles, empezaron a cultivar a los jefes militares,
esperando que las FFAA ayudaran a desequilibrar una situación trabada y a fortalecer un
régimen institucional cada vez más débil. Cultivando a los militares, Castillo contribuyó a
debilitarlo aún más. Los radicales, se sumaron al nuevo juego y especularon con la
candidatura del nuevo Ministro de Guerra, el General Ramírez. Los jefes militares
discutieron casi abiertamente todas las opciones, aparecieron grupos golpistas de diversa
índole y tendencia. Muchos apostaban a la ruptura del orden institucional, sin que perfilara
el sujeto de la acción. Ésta finalmente se desencadenó, cuando castillo podio la renuncia a
Ramírez. En 1943 el Ejército depuso al presidente e interrumpió por segunda vez el orden
constitucional, antes aun de haber definido el programa del golpe, y ni siquiera la figura
misma que lo encabezaría.
UNIDAD 5
D.JAMES
Por su parte, Lonardi, afirmó que no había “vencedores ni vencidos”, aseguró que
respetaría las medidas de justicia social logradas, así como la integridad de la CGT y las
organizaciones que la formaban, de este modo quedó inaugurada la tentativa por un
acercamiento entre el movimiento sindical peronista y el primer gobierno no peronista.
Cerutti Costa respondió con un decreto que regulaba el proceso electoral. Esencialmente, el
decreto despojaba de su autoridad a todos los dirigentes gremiales, designaba a tres
interventores por sindicato mientras se desarrollara el proceso electoral y nombraba un
administrador de todos los bienes de la CGT. Esta contestó declarando una huelga general.
Sin embargo, el ala conciliatoria del gobierno (Lonardi y los nacionalistas católicos)
negoció con la CGT y se logró evitar la huelga.
Esta crisis convenció al ala tradicional y liberal del gobierno de que sólo el alejamiento de
Lonardi, y junto con él de la influencia ejercida por los nacionalistas católicos, aseguraría
una aplicación cabalmente antiperonista de los principios de la revolución realizada contra
Perón.
Desde el punto de vista de los dirigentes sindicales, ellos estaban preparados para hacer
sacrificios con tal de adaptarse a la nueva situación y así evitar cualquier actividad que
pudiera interpretarse como ajena a la esfera de los intereses estrictamente sindicales.
En principio, no parece haber existido razón alguna por la cual no pudiera arribarse a un
modus vivendi practicable entre el gobierno y los sindicatos.
1) La CGT comenzó a dudar cada vez más de la capacidad que Lonardi y su grupo tenían
para cumplir sus intenciones. En la práctica, el sector nacionalista del gobierno carecía de
autoridad suficiente, dentro de las fuerzas armadas o de la policía, para impedir las
ocupaciones sindicales por parte de los comandos civiles. A su vez, el creciente número de
detenciones de dirigentes sindicales de segunda o tercera fila planteaba un problema
similar; los sectores de las fuerzas armadas o de la policía que las efectuaban tenían
autonomía de acción.
Esto puso a la jefatura sindical en una posición muy difícil, pues existían concesiones que
no podían hacer sin debilitar incluso la base mínima de su poder y advertían que la falta de
control, por el gobierno, de esa actividad antiperonista conduciría Inevitablemente a una
creciente anarquía en el movimiento y a una erosión de sus propias posiciones.
Para fines de octubre aparecieron los embriones de lo que llegaría a ser conocido como la
Es así que aparecían formas embrionarias de resistencia organizada, pero en general los
canales más frecuentes de reacción consistieron en iniciativas espontáneas y atomizadas
que con frecuencia asumían la forma de huelgas no oficiales. Pero en ausencia de una
jefatura coherente y nacional esas acciones no podían pasar de la protesta defensiva.
Esta resistencia ofrecida por las bases, agregó una dimensión vital al proceso entero de
negociación y compromiso entre el gobierno y los líderes sindicales. Los dirigentes
gremiales que negociaban en Buenos Aires el futuro del movimiento no tenían de ningún
modo las manos libres para obrar como mejor les pareciera. La oposición creada por los
afiliados de base amenazaba con hacerlos a un lado si concedían demasiado.
El corolario lógico de esta situación era el siguiente: por más que personalmente
favorecieran el compromiso, los jefes sindicales no podían, en la práctica, garantizar su
cumplimiento. Tal como lo demostraban los episodios del 17 de octubre y el 3 de
noviembre, el control que ejercían sobre sus afiliados era limitado. Esto a su vez alarmaba a
los elementos más antiperonistas de las fuerzas armadas y robustecía sus posiciones, lo que
dificultaba más aún a Lonardi efectuar concesiones como las que hubieran aplacado a las
bases peronistas.
Así fue como la interrupción del interregno de Lonardi dejó una clase trabajadora peronista
derrotada, confundida, pero que también había demostrado su disposición a defender
espontáneamente “algo que instintivamente sentían que estaban perdiendo”.
Para los dirigentes sindicales esos dos meses representaron un parte aguas.
La política del gobierno de Aramburu con respecto a la clase trabajadora siguió tres líneas
principales:
Esta actitud de controlar y debilitar las comisiones internas estuvo íntimamente ligada a una
de las principales preocupaciones de la política económica preparada por el nuevo
gobierno: aumentar la productividad de la Industria. El mayor peso social alcanzado por la
clase trabajadora y sus instituciones en la sociedad durante el régimen peronista se reflejó
inevitablemente en el lugar de trabajo. Esto significó una transferencia de poder, dentro del
sitio de trabajo, de la empresa a los empleados. Después de la crisis económica de 1951-52.
toda esa esfera de las relaciones en el sitio de trabajo llegaría a ser el punto donde se
centrarían las preocupaciones de las empresas y el Estado, pues allí se conectaba el tema
del ulterior desarrollo económico argentino con el de la mayor productividad.
Desde el punto de vista del empleador y del Estado el problema no era de naturaleza
primordialmente económica o técnica, sino social. Residía precisamente en el
insatisfactorio equilibrio de fuerzas generado en el plano del taller o la planta por una clase
trabajadora confiada en sí misma y por un poderoso movimiento sindical que contaba con
el apoyo del Estado.
Concretamente, los empleadores elaboraron una estrategia basada en tres puntos con el fin
de contrarrestar los efectos del mayor poder de los obreros en los sitios de trabajo. Primero,
estableciendo tasas de bonificación conducentes a acelerar la producción.
Los empleadores tropezaron con una resistencia obrera considerable cuando intentaron
poner en práctica su estrategia. Dicha resistencia se cumplió en dos niveles. Uno consistió
en la respuesta a los efectos concretos de la ofensiva patronal, oposición que adoptó la
forma de una negativa a cooperar, antes que la de una vierta acción de huelga.
Sin embargo, los proyectos sobre productividad y racionalización chocaron con algunos
supuestos decisivos, de orden cultural y social, nacidos en el seno de la clase trabajadora
por efecto de la experiencia peronista. Esa resistencia era así, expresión concreta de lo que
significaba la justicia social para los obreros: la capacidad para ganar un buen salario sin
estar sometidos a presiones infrahumanas dentro del proceso de producción.
Esa resistencia ideológica generalizada de los obreros a la estrategia de sus empleadores era
de índole a la vez limitada y ambigua. Nunca involucró una crítica de los criterios
subyacentes en las relaciones de producción capitalistas.
Pero no podemos adjudicar las limitaciones del desafío lanzado por los trabajadores a la
autoridad capitalista exclusivamente al peso de la manipulación ideológica practicada por el
Estado peronista. Así como la conveniencia de armonía social general predicada por Perón
encontraba eco importante en la clase trabajadora, así también puede pensarse que el
reconocimiento de los intereses respectivos del capital y el trabajo en colaborar
mutuamente en el proceso de producción formaba parte en aquel momento de la cultura de
la clase obrera. Esto suponía el reconocimiento general del derecho de los empresarios a
ejercer el control y la autoridad, así como la aceptación general de un ideal ético según el
cual la relación entre empleadores y empleados debía ser consensual. Esto parece haber
sido reforzado por una genuina internalización, por parte de los trabajadores, del orgullo en
el desempeño industrial argentino, que simbolizaba la recuperación de la estima propia bajo
Perón.
Las cláusulas vigentes relativas a las condiciones de trabajo y a las clasificaciones de las
tareas serían prolongadas, “con excepción de aquellas condiciones, clasificaciones y
cláusulas que directa o indirectamente atenten contra la necesidad nacional de incrementar
productividad, las que quedan eliminadas”.
Por lo tanto, quedaba claro que nuevos acuerdos sobre salarios estarían sujetos a
circunstancias relacionadas con la productividad.
Resultó claro, en consecuencia, que el drástico cambio operado en el equilibrio del poder en
el plano político nacional no podía dejar de reflejarse en las fábricas. Sin embargo, una vez
más los empleadores fueron decepcionados en lo relativo a resultados de largo término. Los
tribunales de arbitraje y los funcionarios del Ministerio de Trabajo no fueron
uniformemente favorables a los empleadores y parecieron vacilar ante la incorporación en
masa, en los contratos existentes, de nuevas cláusulas sobre acuerdos en materia de
productividad. Esta ambigüedad por parte del gobierno se explica en cierto modo por la
resistencia que provocaba en la clase obrera la ofensiva en favor de la productividad, cuya
eficacia se redujo.
No todas las luchas tuvieron el mismo éxito, pero hacia mayo y junio de 1956 había cada
vez más signos de la creciente confianza obrera y la mayor organización de comités
semiclandestinos.
Esta confirmación del dominio de la clase trabajadora por los peronistas en el nivel de
planta arraigaba en la lucha por defender conquistas inmediatas. La política del nuevo
gobierno y de los empleadores reforzó directamente la identificación de Perón y el
peronismo con esas experiencias concretas y cotidianas de los trabajadores.
La posición de los socialistas era ambigua: por un lado, criticaron abiertamente a los
militares por coligarse con los empleadores en el ataque a las condiciones y derechos
básicos de los trabajadores. Por otro, también condenaban al gobierno cuando reconocía las
comisiones de trabajadores de base, dominadas por los peronistas, que defendían aquellas
condiciones y derechos.
Tanto los socialistas como otros militantes no peronistas no se avenían a aceptar las
implicaciones de una experiencia de diez años de sindicalismo y de mejoramiento de los
salarios y condiciones de trabajo con el respaldo del Estado. Donde las ventajas obtenidas
estaban manchadas en un sentido moral por su nexo con un gobierno paternalista y
democrático. Es así que su política osciló entre refrendar en la práctica las medidas del
gobierno militar y proclamar la necesidad de una regeneración moral y una reeducación de
los trabajadores peronistas.
Por su parte los comunistas, que si bien compartían muchas de las mismas actitudes básicas
frente al peronismo y su influencia sobre los trabajadores, en general adoptaron un enfoque
más realista.
Es así que llevaron adelante en las fábricas una línea de trabajo junto a los obreros
peronistas en defensa de las condiciones laborales y la permanencia de los delegados
gremiales. Esta luche en el mismo terreno que los peronistas les dejaba muy poco que les
permitiera diferenciarse de ellos o que pudieran ofrecerles para atraerlos a sus propias filas.
Hacia fines de 1956 el gobierno había llegado a aceptar, con renuencia, que era imposible
borrar tranquilamente el peronismo de los sindicatos por medio de decretos o simple
represión.
La política que emergió de esta visión consistió, en general, en mantener la línea dura y en
una tentativa por disminuir el continuo dominio absoluto del peronismo en los gremios. Se
adoptaron medidas para debilitar todo futuro movimiento sindical: garantizar la
representación de la minoría, permitir que los trabajadores de cada industria fueran
representados por más de un solo sindicato, otorgar a los organismos locales de la CGT
autonomía respecto de la central obrera. Ante todo el gobierno de Aramburu intentó, en las
elecciones sindicales que empezaron a efectuarse de octubre de 1956 en adelante, poner en
manos de los antiperonistas una porción significativa, aunque minoritaria, del movimiento
gremial. Esa política tuvo escaso éxito. Los resultados de las primeras elecciones realizadas
en octubre no hicieron más que confirmar la tendencia ya expresada en las elecciones de las
comisiones internas y los delegados para las negociaciones salariales.
La ira ante la ferocidad de la represión y el orgullo por la resistencia obrera debían perdurar
como parte decisiva de la cultura militante que nació en ese tiempo.
Los antiguos dirigentes que optaron por seguir influyendo en los gremios en 1956
comenzaron a organizarse entre sí y ya en 1957 existían cuatro grupos principales: CGT
única e Intransigente, Comando Sindical, CGT Negra y CGT. La influencia de estas
centrales cobró real importancia cuando se unieron para formar la CGT Auténtica con
Andrés Framini como Secretario General.
Entre esos grupos y la nueva dirigencia emergente hubo fricciones. Muy pocos de los
líderes nuevos habían tenido experiencia de la jerarquía sindical peronista, y en gral debían
sus posiciones actuales a su actividad en la resistencia diaria, por lo que existía una estrecha
identificación entre los militantes de base y los nuevos líderes, y esto se reflejó en una
mayor democratización de la práctica sindical.
En 1957, algunos de los gremios normalizados crean una Comisión Intersindical para
restablecer a todos los sindicatos mediante elecciones libres, liberar a los encarcelados y
reabrir la CGT. La fuerza propulsora inicial de la Intersindical fueron los comunistas y
después queda en manos peronistas.
En septiembre de 1957 se realiza un congreso para normalizar a la CGT y de allí surgen las
62 Organizaciones. Su nombre remite a las 62 organizaciones peronistas y comunistas que
permanecieron en el mencionado congreso luego de la partida de los antiperonistas que
esperaban ser mayoría en aquel. Los comunistas pronto se alejaron y formaron un cuerpo
de 19 gremios controlados por ellos; los antiperonistas que se marcharon del congreso
confluyeron en las 32 Organizaciones Democráticas. El surgimiento de las 62 fue un hecho
importante porque confirmó la posición dominante de los peronistas en los gremios y
porque proporcionó una entidad peronista para presionar al gobierno. También confirmó
que los sindicatos constituían la principal fuerza organizadora y la expresión institucional
del peronismo en la etapa posterior a 1955.
El repudio popular del gobierno militar y sus políticas recurrió a canales de expresión que
estaban al margen de la esfera específicamente sindical.
Desde 1956 existían gérmenes de una organización basada en grupos locales, formados por
trabajadores de la misma fábrica que se reunían regularmente y planificaban acciones.
También había células clandestinas conformadas por amigos del mismo barrio, cuya
influencia y acción estaban más circunscriptas, por lo que se dedicaban a la pintura de
consignas y a al distribución de volantes. Muchas de esas células no estaban integradas por
trabajadores agremiados, sino que contenían una muestra representativa de clases sociales.
Por último, hacia 1956, también se utilizaron bombas contra objetivos militares y edificios
públicos, lo cual exigió una ejecución planificada y experimentada en el uso de tales
artefactos. La principal motivación de este tipo de acciones era el rechazo al nuevo régimen
político, pero el uso de bombas y el sabotaje expresaban también el sentimiento de
desesperación de los trabajadores. Algunos activistas creían que podían encontrar ciertas
figuras militares que se solidarizarían con la causa, lo cual les hizo obviar la organización
en el largo plazo.
Para Perón la estrategia general del movimiento debía basarse en la “guerra de guerrillas” y
la resistencia civil debía cumplir un rol importante. Era necesario evitar cualquier intento de
hacer frente al régimen militar en su nivel puramente militar. Perón veía más eficaces las
pequeñas acciones que desgataran poco a poco al régimen. En el terreno social, la
resistencia debía impulsar la huelga, el trabajo a desgano y la baja productividad; y en el
plano individual debían realizarse acciones activas y pasivas. La primera podía incluir el
sabotaje y la segunda consistiría en la difusión de rumores, distribución de volantes y
pintada de consignas. Todo esto tornaría ingobernable el país y prepararía el terreno para la
huelga general revolucionaria que daría la señal para la insurrección a escala nacional;
momento en que actuarían los comandos, que junto a los sectores leales de las fuerzas
armadas garantizarían el éxito de la insurrección. La meta era una revolución social. Ahora
bien, en la práctica existieron divergencias entre los comandos de sabotaje y otras
actividades clandestinas y el movimiento de resistencia en los sindicatos; todo lo cual se
reflejó en la tensión que subyacía en los sindicatos recientemente reconquistados. Los
sindicatos eran instituciones sociales arraigadas en la existencia misma de la sociedad
industrial y cumplían un papel funcional en la misma. Los comandos, en cambio, eran
organizaciones políticas cuya existencia dependía de un conjunto de circunstancias
particulares. De todas formas, en la mente de los peronistas el camino de la insurrección
representaba una posibilidad no muy consistente; de hecho las negociaciones secretas con
Frondizi demostraron que la opción revolucionaria estaba lejos de concretarse. El voto por
Frondizi ayudaría a consolidar las posiciones ganadas, además podría reconstituirse la CGT
y esto consolidaría a los gremios. Finalmente, se ordenó dar el voto al candidato radical,
quien gracias a los votos peronistas obtuvo el porcentaje necesario para llegar a la
presidencia.
Los principios tradicionales rara vez fueron abandonados, en cambio perduraron en forma
modificada. La razón de esta ambigüedad reside en el propio contexto político: la división
del país entre peronistas y antiperonistas tuvo por efecto que un intenso conflicto de clases
fuera absorbido por una polarización política, que en definitiva no se basaba en las clases.
Lo que fue acentuado por la concienzuda actitud del gobierno antiperonista.
Aun así no se puede ignorar la presencia de esos factores de clase latentes que en la década
siguiente representarán un obstáculo con el que tropezarán tanto los empleadores como el
Estado.
M.CAVAROZZI
Los líderes del Golpe de Estado de 1955 caracterizaron al régimen peronista como una
dictadura totalitaria, y en consecuencia, levantaron los estandartes de la democracia y la
libertad, proponiéndose como objetivo el restablecimiento del régimen parlamentario y el
sistema de partidos. Este objetivo, sin embargo, se frustró recurrentemente: en 1957, la
asamblea constituyente no pudo acordar una nueva Constitución y se disolvió.
Pero los fracasos en la tarea de lograr estabilidad institucional no impidieron que durante
esos años se configuraran nuevos modos de hacer política que dejaron un legado político-
ideológico con el cual tuvieron que lidiar necesariamente los diferentes actores políticos,
viejos y nuevos, cada vez que se esbozaron fórmulas políticas alternativas a partir de 1966.
Sin embargo cuando el líder de los Intransigentes, Frondizi, fue elegido presidente
en 1958, redefinió radicalmente la orientación económica del partido, articulando
una posición enteramente distinta, la desarrollista, y fue la otra fracción, es decir los
Radicales del Pueblo, quienes mantuvieron su apoyo a los postulados del populismo
reformista.
La lógica de esta compleja interrelación fue gobernada principalmente por las oscilaciones
pendulares de la posición liberal.
Así, entre 1959 y 1961, tendieron a aliarse con el desarrollismo. Pero esa alianza no fue
fácil, si bien coincidieron en la necesidad de aplicar programas de estabilización basados en
fuertes devaluaciones y congelamientos de salarios, no alcanzaron el mismo grado de
acuerdo con respecto a la estrategia económica de largo plazo. Además, debido a que los
desarrollistas nunca abandonaron su postura “integracionista”, los liberales frecuentemente
se sintieron ofendidos. En consecuencia, aquéllos se inclinaron a menudo por resaltar sus
orientaciones antiperonistas –como ocurrió en 1956-1958 y, menos claramente en 1962-
1963-, lo cual los llevó a unirse al populismo reformista. Pero, naturalmente, ésta también
era una alternativa poso satisfactoria puesto que constituía la antípoda del liberalismo en
términos de política económica. Cada vez que el populismo reformista tuvo oportunidad de
aplicar su programa económico –como ocurrió parcialmente en 1956 y de un modo más
claro entre 1963 y 1966- los liberales se sintieron profundamente contrariados por políticas
que no dejaban de asemejarse a las del peronismo.
Los liberales, como cabía esperar, adquirieron una conciencia creciente de la futilidad de
sus pendulaciones. Hacia mediados de la década de 1960 esta progresiva toma de
conciencia fue un factor decisivo que indujo a los liberales a optar por una estrategia
abiertamente antidemocrática. Entre 1964/66, a diferencia del período frondizista, el énfasis
renovado puesto por los liberales en sus objetivos económicos no desembocó en otra
alianza con el ala desarrollista del espectro político. A esa altura los liberales ya estaban
convencidos de que para alcanzar sus objetivos económicos y políticos debían romper sus
vínculos con el establishment partidario no peronista.
Sin embargo, Perón no desapareció de la escena política argentina ni del peronismo luego
de 1955. Su rol, eso sí, sufrió cambios significativos. La imagen del retorno a un pasado
mejor se constituyó en la base más importante del atractivo que el peronismo despertó
permanentemente en las masas y, en particular, en la clase obrera. Otro cambio importante
fue que Perón perdió, en parte, su poder de controlar a los líderes peronistas. Algunos
políticos provinciales y numerosos líderes sindicales generaron bases propias de poder.
Otra circunstancia importante surge porque las connotaciones ideológicas del peronismo se
fueron librando en parte de su influencia. Un peronismo menos subordinado a la autoridad
de Perón se transformó en un peronismo crecientemente proletario. Esta gradual
transformación fue favorecida por un factor adicional: en cada ocasión que la proscripción
electoral del peronismo fue levantada –aunque fuera de manera parcial- la esfera de acción
de los líderes sindicales se vio considerablemente expandida al tener la oportunidad de
incidir en la lucha política en torno a los comicios. El voto de los trabajadores se
transformó así en un instrumento de presión y negociación, comparable a los paros y
huelgas. En consecuencia, los líderes sindicales del peronismo desarrollaron una aptitud de
la que habían carecido hasta 1955, es decir, la capacidad de negociar con actores políticos
no peronistas, tales como los partidos, las asociaciones empresariales y los militares.
¿Cómo empleó el sindicalismo su redefinido poder? Más arriba se sugirió que las acciones
de los líderes fueron gobernadas, a partir de 1955, por una estrategia defensiva y de
oposición. Esto estuvo estrechamente ligado al énfasis puesto por el peronismo en la
imagen del retorno. A partir de 1959 la economía fue gradualmente transformada por la
expansión de los sectores industriales productores de bienes intermedios y de consumo
durable, más intensivos en el uso del capital. Los nuevos sectores desplazaron a los
antiguos sectores industriales desarrollados de su rol de núcleo dinámico del capitalismo
argentino. Empero, el discurso de los sindicalistas peronistas reclamó continuamente la
restauración de los atributos prevalecientes antes de 1955. Estos atributos eran: la alianza
entre la burguesía nacional y la clase obrera bajo el tutelaje protector del Estado; políticas
económicas redistributivas; nacionalismo; la definición de la oligarquía como principal
adversario social de las fuerzas “nacionales y populares” y el poder arbitral de Perón.
Sin embargo, el regreso de Perón, y de la Argentina peronista, dejó de ser objetivo político
fundamental del movimiento sindical peronista. Se transformó, más bien, en una especie de
mito que cumplía dos funciones:
1. Permitió a los líderes sindicales interpelar a los obreros como obreros peronistas;
2. La adhesión a un objetivo político considerado inalcanzable liberó a los sindicalistas
de la responsabilidad de reconocer las consecuencias y corolarios políticos más
concretos.
Las prácticas políticas del movimiento sindical combinaron 2 elementos: a) esporádicas
penetraciones en los mecanismos de representación y b) una acción de desgaste “desde
afuera” que se ejerció contra regímenes políticos que excluyeron al peronismo.
A principios de la década del 60, comenzaron a darse cuenta de que los beneficios
obtenidos mediante la intervención tutelar eran inferiores a los costos; concluyeron que
eran percibidas por la opinión pública como responsables de la distorsión de las prácticas
democráticas, sin siquiera obtener el beneficio compensatorio de que sus objetivos se
cumplieran. Además, el alto grado de compromiso de los militares con el manejo de los
asuntos públicos contribuyó a generar una profunda fragmentación interna. Esta alcanzó su
punto más crítico entre 1959 y 1963, a raíz de confrontaciones entre facciones opuestas. La
victoria de una de estas facciones militares en 1963 –los “azules”, y la emergencia del gral
Onganía- abrió el camino a una profunda revaluación de la estrategia política de los
militares. En consecuencia, las prácticas de intervención tutelar fueron abandonadas, en la
medida que se las percibió como responsables de la pérdida de prestigio y unidad de las
FFAA. A partir de 1963, con el advenimiento de los Radicales del Pueblo al poder, los
militares suspendieron en buena medida su intromisión en los asuntos de gobierno. Empero
el interregno “profesionalista” de 1963 y 1966 –y la paralela reunificación del ejército, y
del conjunto de las FFAA, alrededor de Onganía- precedió e hizo posible la articulación
definitiva de la doctrina de la “seguridad nacional”, cuyo principal corolario se expresó en
que las FFAA deberían asumir la responsabilidad única en el manejo de los asuntos
públicos.
Pero resultó en parte paradójico que las consignas de los militares liderados por Onganía
fueran acogidas también por el actor a quienes éstos querían liquidar: el sindicalismo
peronista y la corriente hegemónica dentro de él, o sea el vandorismo. Esto fue una
consecuencia de la afinidad de los sindicalistas peronistas con las invocaciones al orden; la
unidad, el verticalismo, el anticomunismo y la tutela estatal. Si bien las acciones obreras
durante la 2° mitad de la década del 50 habían resultado en transgresiones muy serias a
aquellas invocaciones, los dirigentes sindicales redescubrieron rápidamente ingredientes de
la ideología peronista que resultaban consonantes con los esquemas militares como
Onganía.
La “intervención de los trabajadores en la orientación del futuro económico del país” que
los sindicalistas peronistas venían demandando desde 1957 parecía poder llegar a
materializarse sólo si se privilegiaban vías de participación alternativas al semibloqueado
carril partidario electoral.
En el período 1955/66 se conformó una manera común de hacer política, al definir una
fórmula que se basó en su propia crisis permanente dentro de los límites puestos por las
pretensiones relativamente modestas de los actores predominantes: los políticos y los
militares. Los 1°, que quisieron consolidar una democracia, pero la negaron
permanentemente al no atreverse a incorporar plenamente al peronismo, o no poder hacerlo.
Los 2°, que pretendieron reservarse poderes de veto y de tutela, pero sin llegar a proponerse
instaurar un régimen autoritario estable dominado por las FFAA.
Desde 1966 no ha habido un amanera común de hacer política como ocurrió en el período
previo.
Los objetivos que se propuso la “Revolución Argentina” fueron congruentes con el aludido
diagnóstico: por un lado, suspender sine die las actividades de los partidos políticos y de las
instituciones parlamentarias, por el otro, consagrar la desvinculación de las FFAA del
gobierno disponiéndose que éstas “…no gobernarán ni cogobernarán.” Es decir, la política
dejaría el lugar a la administración con el resultante predominio de técnicos situados por
encima de los intereses sectoriales.
Aparte de los éxitos alcanzados hasta la 1° mitad de 1969 –una normalización sin costos
sociales demasiado elevados, aumento de la inversión, descenso de la tasa de inflación,
mejora en la situación de la balanza de pagos- el gobierno se anotó una serie de importantes
triunfos políticos: los partidos cayeron en un pozo de irrelevancia e inactividad, los
sindicatos fueron forzados a aceptar sucesivamente la abolición, en la práctica, del derecho
de huelga –a raíz de la sanción de la ley de arbitraje obligatorio de agosto de 1966- y la
intervención gubernamental de los gremios industriales más importantes como resultado del
rotundo fracaso del “Plan de Acción” de comienzos de 1967, y Perón fue convirtiéndose en
una especie de muerto.
Sin embargo durante los años transcurridos entre 1966 y mediados de 1969 hubo 2 espacios
en los cuales fueron dándose fenómenos novedosos cuyas repercusiones sobre la política
nacional sólo se manifestarían a partir de mayo de 1969. El 1° fue la gravitación creciente
que fue adquiriendo el mayor perfilamiento de las corrientes internas dentro de las FFAA –
paternalistas, nacionalistas y liberales-. Las causas subyacentes de las divergencias entre las
corrientes no fueron nuevas; lo que sí cambió radicalmente a partir de 1966 fue el hecho de
que ahora las disensiones internas de las FFAA se dieron dentro de un ordenamiento
institucional en el que quedaba presuntamente excluida la permanente gimnasia
conspirativa. A esto se agregó que a las FFAA se les vedó expresamente la participación
directa en la gestión gubernativa. Como el “Estatuto de la Revolución Argentina” no había
fijado plazos a la gestión del presidente ni había previsto transiciones, el gobierno de
Onganía no tuvo “fusibles”, por lo cual el riesgo de que el juego adquiriera rápidamente un
carácter de todo o nada ante una situación de crisis era enorme.
Las medidas antisindicales tomadas a partir de fines de 1966 no liquidaron los gremios ni a
sus dirigentes –tampoco era esa su intención- sino que los forzaron a aceptar dócilmente las
políticas gubernamentales. El éxito de la estrategia oficial de intransigencia se sumó a otras
causas que venían minando el poder y el grado de control de la dirigencia sobre las bases
obreras desde antes del golpe de junio de 1966. Entre éstas pesaron preponderantemente la
política de las grandes empresas en sectores de punta de promover la creación de sindicatos
por empresa en desmedro de las uniones y federaciones. En 1968 comenzó a insinuarse un
proceso, que se profundizó a partir de 1969, por el cual se resquebrajaron las complejas
ligazones que, desde principios de la década habían mantenido articulado un sindicalismo
relativamente unificado con eje en el poderoso dirigente del gremio metalúrgico, Augusto
Vandor. Entre 1959 y 1966 el poder del vandorismo había resultado de su capacidad de
subordinar a una lógica común a los restantes nucleamientos sindicales peronistas y no
peronistas. Durante 1968/69 el vandorismo comenzó a perder buena parte de esa capacidad
al ser flanqueado por la derecha y desbordado por la izquierda. Los “blandos”, que
inspirándose en la jerga oficial fueron rebautizados como “participacionistas”, se
fortalecieron significativamente en la medida que, favorecidos por el patrocinio estatal,
mantuvieron plenamente el control de la maquinaria y los recursos de los gremios en que
predominaban. Asimismo, la ruptura por parte del gobierno del diálogo con los vandoristas
privó casi totalmente a estos de una de las dos patas en la que se apoyaba su estrategia, es
decir, la negociación con el Estado. Esto último desvalorizó el argumento vandorista de que
una postura menos intransigente (que la de los “duros” o “combativos”) producía mejores
resultados. Y fue, precisamente, la desvalorización de la estrategia vandorista lo que
permitió que en marzo de 1968, en un congreso normalizador de la CGT convocado sin el
reconocimiento gubernamental, una heterogénea combinación que incluía a peronistas
duros, “independientes” progresistas y a marxistas ajenos a la ortodoxia del partido
comunista, se impusiera al vandorismo y designara a Raimundo Ongaro, un obrero gráfico,
secretario general de la CGT. Inmediatamente Vandor desconoció los resultados y convocó
a un nuevo congreso que nombró otra mesa directiva, con lo que, en la práctica, se pasó a la
existencia de dos CGT. En parte debido a la represión oficial y en parte como resultado de
sus tácticas erráticas, la CGT de los Argentinos –tal fue el nombre que adoptó la entidad
dirigida por Ongaro- fue rápidamente perdiendo la adhesión. Sin embargo, su discurso de
oposición frontal al régimen de Onganía y de condena a las tácticas de los “blandos” y los
vandoristas fue acentuando los contenidos anticapitalistas, constituyéndose en un material
ideológico y “práctico” disponible para ser apropiado por otros protagonistas en acciones
colectivas más masivas.
Las insurrecciones populares de 1969: el intento de Onganía de eliminar las trincheras del
juego político, clausurando los múltiples mecanismos institucionales y extrainstitucionales
a través de los cuales el compromiso había predominado y pretendiendo canalizar y
“ordenar” los diversos intereses y orientaciones sociales desde un Estado supuestamente
omnisciente y jerárquico, terminó por producir lo que, de alguna manera, había venido a
erradicar como posibilidad en la Argentina. A la inesperada y espontánea explosión popular
se sumó la renuncia de las FFAA a desencadenar una represión más sistemática.
En ese sentido se puede afirmar que en 1969 se abrió un período inédito en la historia
argentina, durante el cual resultó profundamente cuestionada y corroída la autoridad de
muchos aquellos “que dirigían” las organizaciones de la sociedad civil. Dentro de esta
categoría quedaron incluidos los dirigentes sindicales más propensos a la negociación y
más dependientes de la tutela estatal, los profesores y autoridades de universidades y
escuelas que se habían respaldado en, y habían sido promovidos por las orientaciones
tradicionalistas y jerárquicas del gobierno de Onganía, la jerarquía conservadora de la
Iglesia Católica y los gerentes y empresarios.
Desde el Cordobazo hasta la defenestración del efímero sucesor de Onganía, el gral
Levingston, la agudización de la crisis del régimen militar jugó de modo de acentuar la
seriedad de las amenazas a las bases mismas de la dominación social. El empecinamiento
de Onganía en procurar el imposible salvataje de su esquema, 1°, y el intento de Levingston
de “profundizar” la “Revolución Argentina” dándole un carácter más nacionalista y
movilizacional, después, no sólo terminaron por alinearles definitivamente el apoyo del
grueso de sus camaradas, sino que, además, sirvieron para acentuar la crisis social al
superponer las contestaciones antiautoritarias con las primeras manifestaciones de otros 3
tipos de cuestionamientos: 1) aquellos centrados en las políticas económicas “liberales” y
que comenzaron a exigir cada vez más audazmente la satisfacción de las reivindicaciones
de los sectores más postergados como los empleados públicos y privados de niveles de
calificación más bajos, los pequeños y medianos empresarios y la población de aquellas
regiones, como Tucumán, que resultaron afectadas por programas de racionalización; 2)
aquellos que, en un 1° momento, reclamaron la liberalización política del régimen militar,
para pasar luego a exigir una plena democratización con la celebración de elecciones sin
proscripciones y 3) aquellos que, sobre todo desde el ámbito de la incipiente guerrilla
peronista, plantearon el objetivo de promover la insurrección popular armada.
Sacudidos el miedo y la pasividad política que por 3 años había impuesto la dictadura, los
mecanismos políticos propuestos por ésta perdieron sentido en modo vertiginoso y dejaron
de ser el referente orientador de las acciones de sus anteriores partidarios y de sus
opositores. Al mismo tiempo, sin embargo, los proyectos de Onganía y Levingston de
entrar en el “tiempo social” y de promover la creación de un “movimiento nacional” que
seguiría postergando a los partidos y se basaría en un reacercamiento con los sindicatos,
respectivamente, continuaron ocupando el centro de la escena política. ¿Cuál fue la
consecuencia de la obstinación y ceguera de ambos presidentes?
En definitiva, el acuerdo entre sindicalistas y empresarios, el Pacto Social, fue firmado a los
pocos días de llegado Cámpora a la presidencia, estableciéndose en él un moderado
aumento de salarios y su posterior congelamiento, además de la suspensión de los
mecanismos de negociación colectiva salarial por un plazo de 2 años y su reemplazo por un
compromiso del Ejecutivo de implementar las medidas necesarias para mantener el poder
adquisitivo del salario.
Finalmente, la propuesta de Perón contempló la redefinición del rol de las FFAA, tratando
de quebrar el estilo de acción que había llevado a éstas a intervenir recurrentemente en la
política. Para ello, procuró, por un lado, preservar una esfera de autonomía corporativa, lo
que también introdujo un importante cambio con respecto a las “fuerzas armadas
peronistas” que se había pretendido crear entre 1946/55. Por el otro lado, procuró que los
militares se subordinaran efectivamente a las autoridades constitucionales del Estado.
Perón, a partir de su nuevo retorno al país del 20 de junio, enfatizó la necesidad de
privilegiar la participación organizada y canalizada a través de los cauces “naturales” por
sobre las movilizaciones populares inorgánicas y a reafirmar los preceptos tradicionales de
la doctrina justicialista en detrimento de las temáticas del socialismo nacional y al guerra
revolucionaria impulsadas por la izquierda y a las cuales Perón había prestado eco a
menudo durante los últimos años de su exilio.
Desde el punto de vista político, la consolidación del proyecto de Perón hubiera requerido
una considerable disminución del grado de dramatismo de la política argentina. Para ello
hubiera sido necesario desacelerar el tiempo político induciendo a los actores a privilegiar
la eficacia a largo plazo de la reinstitucionalización de sus acciones en vez del impacto a
corto plazo de triunfos espectaculares que se pudieran obtener sobre contendientes
coyunturales.
Los casi 3 años del gobierno peronista presenciaron una constante aceleración del tiempo
político, resultado de la premura de los actores internos del peronismo por consolidar sus
ganancias inmediatas y desalojar a sus adversarios de todas posición de poder. Así, sobre el
trasfondo de la intensificación del terrorismo guerrillero y paraestatal, se fueron
proyectando episodios que fueron minando la viabilidad del gobierno constitucional y, por
ende, del régimen democrático; la salvaje limpieza de los sectores de izquierda, el
Navarrazo, o sea la destitución del gobernador y vice de Cba por el jefe de la policía
provincial, convalidada por el Ejecutivo Nac ejercido por Perón, la liquidación de Gelbard,
el Rodrigazo, al defenestración de López Rega y su camarilla y la renuncia del ministro de
Economía Cafiero ante el sabotaje sindical de su programa.
Los jefes sindicales, y principalmente los dirigentes que controlaban las 62 Organizaciones,
fueron precisamente uno de los actores que contribuyeron más decisivamente a generar un
patrón político en el que predominaron las consideraciones de corto plazo y la
despreocupación por la consolidación institucional. En ese sentido, y con la excepción
parcial de los meses en que Perón ocupó la presidencia, los dirigentes sindicales no se
apartaron mayormente de las tácticas defensivas y oposicionistas que habían aprendido y
ejercitado desde 1956 frente a gobiernos que proscribieron al peronismo. Ante la amenaza
que las oposiciones sindicales representaron para su predominio, los dirigentes de las 62 y
la CGT reaccionaron no solamente impulsando una mayor centralización del aparato
sindical –lo que les dio mayor poder para controlar tanto a las bases obreras como a los
disidentes- sino también minando esfuerzos, como los de Gelbard y Cafiero, de vincular la
política de ingresos a las otras variables fundamentales de la economía.
Hacia mediados de 1975 ya habían sido excluidos de la lucha por el poder, y pulverizados
políticamente, la izquierda peronista y los sectores empresariales y políticos vinculados a
Gelbard. A esa altura, la camarilla agrupada en torno a López Rega intentó liquidar al único
contendiente de peso que se le oponía dentro del peronismo, o sea la dirigencia sindical.
Por un lado, se procuró contener mediante un retraso salarial la desenfrenada carrera de
precios y salarios. Por el otro, se trató de lograr la involucración de las FFAA con la
pretensión de que los militares se convirtieran en el sostén principal de un régimen político
que tendiera a la liquidación completa de las instituciones parlamentarias y de las libertades
públicas. La operación política concebida en torno al Rodrigazo resultó un descalabro total
que culminó con la defenestración de la figura de Isabel Perón. Sin embargo, ella
constituyó un importante hito de la historia del gobierno peronista, pues marcó el momento
en que las FFAA recuperaron plenamente la iniciativa política, y junto con ellas, los
sectores de la gran burguesía que habían quedado ala defensiva desde 1973. A partir del 3°
trimestre de 1975, los militares, que ya habían ganado un espacio considerable desde
principios de ese año al serles asignada la responsabilidad de la represión de la guerrilla en
la provincia de Tucumán, empezaron a manejar el tiempo de la política en función de un
proyecto de liquidación del régimen democrático.
Durante el lapso que medió entre el Rodrigazo y al caída de Isabel Perón en marzo de 1976
se fue configurando aceleradamente el síndrome de una sociedad desgobernada. Por una
parte, esto consistió en la desarticulación del frente de fuerzas que se había expresado a
través del FREJULI y del arco de partidos parlamentarios que compusieron la oposición
leal a su gobierno, es decir el radicalismo y la Alianza Popular Revolucionaria. El plano
más visible del proceso fue la descomposición misma del gobierno peronista; este perdió
totalmente el contacto con la sociedad. En un nivel más profundo que abarcó el plano de la
política global; ésta se redujo a la salvaje confrontación de FFAA y a la caza de víctimas
indefensas; la violencia se convirtió en el recurso cotidiano, y casi exclusivo, mientras la
abrumadora mayoría de los sectores movilizados a partir de 1969 completaron una parábola
de desactivación y de repliegue al cual contribuyeron, en dosis comparables, la decepción
ante la crisis y el fracaso del peronismo y el miedo. Los comportamientos económicos se
basaron en vivir al día.
Pero, por otra parte, la imagen de caos y de desgobierno no fue simplemente el resultado de
las torpezas y la ineficacia del gobierno y la parálisis de los actores ligados a él. A partir de
1975 dicha imagen fue fomentada deliberadamente por los dos actores que, desde la
política y la economía respectivamente, fueron constituyéndose en los censores severos y
externos no sólo del gobierno sino también de toda una manera de organización de la
sociedad argentina; es decir, las FFAA y la cúpula empresarial liberal que reaparece
espectacular y exitosamente con la creación de la APEGE (Asamblea Permanente de
Entidades Gremiales Empresarias). En principio denunciaron a un gobierno incapaz de
“poner orden”, tanto por su supuesta ineficacia en la represión como por su imposibilidad
de regular los comportamientos de los distintos sectores sociales.
El desafío de la guerrilla y la aguda crisis social fueron interpretados por los militares como
la manifestación de una sociedad enferma –y por lo tanto indefensa frente a la penetración
del virus subversivo-. Desde esta visión el populismo y el desarrollismo modernizante
aparecieron como las dos caras de una misma moneda. Para el diagnóstico de los militares
de 1976, una de las pruebas más contundentes de los límites del desarrollismo, yu en
definitiva de su confluencia con la premisa básica del populismo –es decir, la utilización
del crecimiento industrial como eje dinámico de la economía arg-, fue su política de
propiciar un pacto con el sindicalismo peronista.
Contrariamente a lo que una visión poco informada acerca de la naturaleza del liberalismo
argentino pudiera suponer, el recetario liberal de 1976 enfatizó la idea de un Estado fuerte.
El resultado fue una suerte de “liberalismo desde arriba”. Por un lado, se trataba de
caracterizar a la Argentina como una sociedad en guerra, con lo que se configuraban como
prioritarias las tareas militares de extirpación del cáncer subversivo. Las FFAA, por ende,
fueron presentadas como “responsables principales y últimas del destino nacional”, con una
serie de manifestaciones institucionales y simbólicas: la negación absoluta y a menudo
explícita del Estado de Derecho, la suplantación de los poderes constitucionales por las tres
armas, que se repartieron hasta el último cargo de intendente del pueblo más remoto y sus
prebendas, y el ejercicio del poder supremo del Estado por la Junta de Comandantes en Jefe
y no por un déspota semimonárquico al estilo de Onganía. Por el otro lado, el Estado se
perfiló como el instrumento fundamental en la subversión del “viejo orden” populista,
interviniendo activamente para “destruir el modo de acumulación hacia el cual la economía
se inclinaba naturalmente”.
La revolución en serie que proponían los liberales exigía, en principio, que el Estado se
disciplinase a sí mismo, eliminando las empresas públicas y empleos “superfluos”,
desmantelando sistemas de subsidio y absteniéndose de fijar precios sociales para sus
servicios. Sin embargo, la reforma del Estado avanzó muy lentamente; los mandos militares
permanentemente sabotearon las iniciativas de Martínez de Hoz sometiendo al frustrado
reformador a numerosos vetos a sus propuestas de achicamiento del Estado. En cambio, el
ministro de Economía tuvo más éxito en difundir la consigna acerca de la conveniencia de
destruir los “viejos hábitos” de trabajadores y empresarios. En el caso de los trabajadores,
la apelación a la idea del mercado, es decir de un universo en el cual sus componentes son
átomos, y se conciben como tales, respondió al propósito de destruir los mecanismos
mediadores, principalmente los sindicatos y las estructuras de representación obrera en las
plantas. La disolución de las centrales empresariales y de trabajadores y la intervención de
los gremios fue presentada por el gobierno militar como una depuración de una de las
numerosas ramificaciones del Estado corporativo populista. La disolución simultánea de la
CGT y de la CGE alteró radicalmente el tanteador de la puja social en favor de la burguesía
debido a una razón más gral. Mucho más que en el caso de otras clases sociales, la fuerza
de la clase obrera depende de sus posibilidades de actuar colectivamente.
Los años de Videla marcaron el período más extenso de inactividad sindical desde 1943.
Desde el lado de los empresarios, la estrategia adoptada fue la de la instauración de un
sistema económico de libre mercado a través, principalmente, de la apertura del mercado
interno a la competencia exterior, partiendo de la constatación de que bajo un sistema de
protección, las actividades productivas locales gozan de un margen de protección excedente
que hace del precio de competencia de la oferta externa un límite superior virtual pero no
efectivo.
A su vez, el factor interno más importante tuvo que ver con la acelerada deslegitimación
que sufrió el gobierno militar desde 1981.
A ello se sumó una fuga masiva de capitales que alcanzó una magnitud sin precedentes
gracias a la apertura financiera. Como buena parte de esos capitales eran propiedad de
residentes argentinos, las remesas al exterior destinadas al pago de intereses pasaron a
constituir transferencias de argentinos, induciendo así una drástica reversión del sentido de
los flujos financieros con el exterior. La crisis de la deuda, desatada a partir de agosto de
1982, fue parte de un proceso más general.
Por otro lado, se produjo la licuación de una porción significativa de la deuda privada al ser
transferidas las deudas externas e internas de las empresas al sector público. Estas
operaciones, al permitir que las empresas privadas recuperaran su viabilidad, lo hicieron a
costa de agravar aún más la vulnerabilidad de las finanzas públicas. Esta fue una de las
herencias más pesadas que recibió el nuevo gobierno democrático en 1983.
Sin embargo, desde el punto de vista más limitado del propio gobierno, los beneficios
políticos que le reportó el Juicio a las Juntas Militares, y la exposición pública de la
mayoría de las atrocidades cometidas –a través de la creación de la Comisión Nacional de
Desaparición de Personas (CONADEP)- se esfumaron rápidamente. En 1986 nuevamente
se interpuso en el camino el Consejo Supremo de las FFAA al rehusarse a la
implementación de la disposición de la Cámara Federal de juzgar a los oficiales superiores
y otros encargados operacionales de la represión. El gobierno radical perdió
definitivamente la iniciativa en el frente militar cuando se sancionó la ley Punto Final en
diciembre de 1986. Esta ley tuvo un efecto boomerang, ya que, a raíz de su sanción, se
presentaron 487 demandas contra 300 oficiales superiores de las FFAA, el 30% de los
cuales estaba en actividad. El siguiente episodio fue la rebelión de los oficiales
“carapintadas” en abril de 1987, que tornó patéticamente evidente que los militares no
obedecían a las autoridades constitucionales.
J.C.TORRE
Partiendo de la hipótesis de que “la clase obrera argentina es una clase obrera madura”.
Surgen varios análisis:
Las reiteradas proscripciones, recaídas sobre el partido peronista llevaron a los sindicatos a
desempeñar, junto a su función propia de la defensa profesional de los trabajadores, la
función sui generis de representarlos en sus lealtades políticas mayoritarias.
En el propio diseño de la ley, que favoreció la expansión del poder sindical, estuvo
inscripta la voluntad de controlar el poder sindical. La institución del monopolio sindical,
por la cual el Estado otorga al sindicato la personería gremial reserva a la burocracia
pública el derecho de controlar al sindicato en el desempeño de sus funciones gremiales, su
vida política interna y el uso de sus fondos.
El control sobre la acción sindical que está virtualmente incluido dentro de la legislación
sindical presupone siempre un actor político en el Estado. La crisis política posterior a 1955
se definió por la ausencia de un personaje semejante y, permitieron a los sindicatos
neutralizar los controles legales que regulan su actuación. Solo cuando la instalación de un
régimen autoritario acudió respondiendo al clamor contra el “excesivo poder de los
sindicatos” el peso socio-político de estos últimos fue momentáneamente limitado.
Pero más allá los rasgos de la clase obrera que contribuyen a potenciar la capacidad de
presión económica y política del sindicalismo, este se define también según el campo de
fuerzas dentro del que se ejerce. El poder sindical no es solo función de los atributos de los
trabajadores que organiza, sino que es, a la vez, función de las características de los grupos
sociales y políticos a los que se confronta. El poder de presión que logró movilizar el
sindicalismo fue un poder que supo extraer de la debilidad política y la fragmentación
social de las fuerzas a las que enfrentó en el terreno económico y político: a) gobiernos
constitucionales sin un respaldo social amplio, constantemente amenazados por un golpe
militar, b) dispersión y endeblez de los partidos políticos, c) las divisiones existentes entre
las fuerzas empresariales.
Los sindicatos pesan demasiado sobre la vida del país para despreocuparse de los efectos
económicos y políticos de su intervención. Ciertamente, por mucho tiempo se han sentido
ajenos al orden institucional, pero las vicisitudes de la historia política los llevaron a
participar en el gobierno entre 1973/76.
Si hubo un ideal general que unificó la convulsionada historia del país después de 1955, ese
fue el de disminuir la importancia que habían alcanzado los sindicatos a los efectos de:
Más allá de la común intención de redefinir la relación de fuerzas en perjuicio de las bases
sociales del peronismo, poco era lo que acercaba entre sí a los componentes de dicha
coalición. Una política regresiva de ingresos despertaba los justificados temores de las
clases medias asalariadas; las altas barreras proteccionistas era vista desde ángulos
diferentes por los propietarios rurales, y la creación de un orden político nuevo estimulaba
las ambiciones rivales de los partidos.
De una 1° etapa en la que las bases obreras y los dirigentes sindicales aparecieron unidos en
la resistencia a la ofensiva antilaboral de los años 1956/59 se arribó a una situación, sobre
todo a partir de 1969, marcada por la proliferación de rebeliones intrasindicales. La
culminación de esta trayectoria –con el retorno del peronismo al gobierno en 1973- cerró
todo un ciclo en el que el sindicalismo fue definiendo su fisonomía actual a través de sus
relaciones con Perón, sus propias bases y la constelación de fuerzas sociales y políticas.
Instalados en el poder, les fue fácil hacerse perdonar esa indisciplina inicial. Perón
necesitaba demasiado esas estructuras sindicales para recrear su movimiento político. Por
su parte, los nuevos líderes no podían ignorar que su ascenso se debía a la común
identificación con el peronismo que los unía a sus bases. El ostracismo político en el que se
encontraban los sectores obreros, la súbita debilidad de un movimiento sindical otrora
poderoso tendieron a reforzar el primado de los vínculos ideológicos.
Estos avances del sindicalismo peronista eran limitados frente a la magnitud del retroceso.
En 1957 los líderes sindicales peronistas lograron frustrar la normalización de la CGT
planeada por el gobierno militar. Pero este bloqueo se dio en un contexto en el que las
negociaciones colectivas estaban suspendidas, el estatuto sindical de 1945 anulado y el
partido peronista proscripto.
La salida que tenía por delante el movimiento peronista pasaba por una radicalización de
las luchas e, incluso de sus propias formulaciones ideológicas. En la situación de debilidad
en que se hallaba, los fines negociables que podía obtener eran reducidos.
Para el sindicalismo no quedaba, pues, otro camino que replegarse sobre su aislamiento
político y acentuar el carácter no integrable de sus demandas: la consigna de la
rehabilitación del peronismo y, eventualmente, de su retorno al poder sirvió a ese propósito.
Colocadas en esta perspectiva, las derrotas aparecían como reveses momentáneos, en una
marcha que se presentía larga y llena de escollos.
Por otra parte, la centralidad que recibió ese objetivo político permitió al sindicalismo
capturar el sentimiento de alienación política existente entre las masas trabajadoras. Las
huelgas, con alta participación activa, contribuyeron a fortalecer la solidaridad entre los
cuadros y las bases y rodearon de un valioso prestigio al emergente liderazgo sindical.
Este carácter de las luchas obreras durante “la etapa de la resistencia”, ayuda a explicar su
fuerte conflictualidad y la gravitación, dentro de ellas, de orientaciones ideológicas que, por
su radicalismo, eran nuevas en la tradición del sindicalismo peronista. La común profesión
de fe peronista tendía un puente en el ala radical del peronismo y las posiciones sindicales y
oscurecía el contraste profundo entre quienes colocaban su combate contra el poder militar
bajo los ideales de una revolución más vasta y aquellos otros que encontraban en dichas
consignas una proyección política para el objetivo más modesto de asegurar su
supervivencia como fuerza social organizada.
La política económica del nuevo gobierno, luego de una etapa inicial de aumentos masivos
de salarios, afectó la posición de los trabajadores en la distribución del ingreso. La
estrategia de desarrollo frondizista consistió en un esfuerzo de capitalización tendiente al
logro de una mayor integración industrial, donde era la inversión y no el alta salarial, la que
cumplía la función de generar la demanda. Para lograr esa capitalización, los recursos de
capital provinieron, por un lado, de la entrada de capitales extranjeros y, por otro, de la
compresión del salario real.
Los sindicatos no demoraron su respuesta a este repentino revés de las esperanzas puestas
en el triunfo electoral y lanzaron contra su reciente aliado una ola de movilizaciones de una
envergadura inédita. La ofensiva sindical se estrelló sin embargo contra el bloque unitario
que se formó en defensa del programa de modernización capitalista emprendido por el
desarrollismo: el mundo de los grandes negocios y las jerarquías militares.
Pero fue en ese contexto en el que comenzó una política de cooptación del gobierno, por la
que se aseguraban ventajas oficiales a los dirigentes adictos y la mayor intransigencia a
quienes se negaran a ella. Esto se debió al hecho mismo de que el mundo sindical encerraba
potenciales soportes para un poder político a menudo frágil. Con respecto a esto, el
crecimiento de los sindicatos a partir de 1975 dio origen a vastos aparatos burocráticos que,
además de negociar los contratos de trabajo, proveían a los afiliados los beneficios de una
extensa gama de servicios sociales. Los dirigentes sindicales no eran solo los que discutían
el nivel del salario sino también, los administradores de un enorme patrimonio social. Los
recursos ligados a estos aparatos creaban una red de clientelas y de influencias cuyo
mantenimiento no era independiente del favor de los gobiernos.
Llamando la atención sobre esta dependencia, advirtiendo sobre los riesgos de una excesiva
militancia, Frondizi procuró atraer a los líderes sindicales e integrarlos a su empresa
política. Esta tentativa tuvo un rédito limitado: el éxito de la política de cooptación está en
relación directa con la capacidad de sacar partido de la debilidad de los aparatos sindicales
y con la magnitud y durabilidad de las concesiones que puedan ofrecerse. El precario poder
surgido de las elecciones de 1958 no estaba en condiciones de garantizar ni lo uno ni lo
otro.
La otra táctica que Frondizi siguió frente al sindicalismo peronista, poco después del
colapso de las movilizaciones de 1959, fue la de levantar las restricciones que pesaban
sobre los sindicatos, iniciar negociaciones para la normalización de la CGT y permitir la
semilegalización del peronismo, que accedió a ella creando estructuras partidarias basadas
principalmente en los aparatos sindicales.
Pero esta radicalización política carecía entonces del respaldo de la movilización de masas
de los años 1956/59. El n° de huelgas cayó notablemente en 1961/62 y se amplió, por
consiguiente, la distancia entre el nivel de las expresiones políticas y el de las luchas
sociales. este sindicalismo se encontraba ahora a la defensiva, obligado a asistir
pasivamente al proceso de reorganización capitalista en curso: las nuevas ramas
productoras de bienes durables y de capital se expandían mientras las empresas ligadas al
consumo de los asalariados entraban en una fase de relativo estancamiento; parecía como si
la estructura productiva se moviera hacia un modelo dualista con exclusión de los sectores
obreros y en el que solo una fracción de éstos tendría cabida trabajando para un mercado
compuesto por los grupos sociales de altos ingresos.
El retroceso sindical, tan visible en el terreno económico, era menos rotundo en la escena
política. Esta circunstancia permitió a los sindicatos compensar, en parte, su debilidad en el
mercado de trabajo y recurrir al auxilio de una estrategia de presión política. Por sus
recursos, por sus objetivos, esta estrategia difería sustancialmente de la acción sindical
basada en la movilización de base. El sindicalismo perseguía ahora afectar la estabilidad del
gobierno, utilizando su capacidad de provocar crisis y conmociones en el orden público.
Contaba para ello con una clase obrera disciplinada, que secundaba masivamente sus
llamados a la huelga general. Es así que, a lo largo de 1961 3 paros grales consiguieron
quebrar la rígida política de salarios oficial, llevaron a la renuncia de 3 ministros de
Economía. Estas experiencias llevaron a los dirigentes sindicales la conciencia de que el
camino más corto para consolidarse era explotar el poder de presión que les confería su
ubicación en un sistema político caracterizado por la fragilidad de los gobiernos y la
persistente división de sus adversarios políticos y sociales.
A. El énfasis previo en los fines de largo plazo dejó paso a reivindicaciones sectoriales;
fue desapareciendo del discurso sindical “el retorno del peronismo al poder” y su
lugar fue ocupado por un mayor acento en la participación dentro del sistema
político. Perdió importancia la línea radicalizada bajo la que había librado sus
luchas hasta entonces. La figura dominante de este movimiento obrero pragmático y
dispuesto a la negociación fue Augusto Vandor.
B. Transformación de la acción sindical de una acción asentada en la movilización de
masa a una participación de tipo instrumental, fundada en un cuidadoso cálculo de
pérdidas y ganancias. En este sentido, una organización sindical débil y libre de
compromisos como la existente en los años 1956/59 podía lanzar contra el Estado la
protesta activa de las bases obreras; empero, para esta nueva organización sindical,
que recuperaba la CGT, los costos de una participación semejante serían altos y
prefería descansar sobre dispositivos controlados, como las huelgas grales, en las
que la acción de masas estaba descartada de antemano y lo que importaba era la
eficiencia de los aparatos. Por otra parte, 1962 reveló que el poder de presión
política del movimiento sindical no estaba estrictamente ligado a la coyuntura
económica y si a la trama de los acuerdos que estuviera en condiciones de articular:
1962 se caracterizó por una aguda recesión como resultado de la caída de las
exportaciones y el aumento de las importaciones industriales estimulado por el
programa de desarrollista. Las medidas para conjurarla consistieron en las
tradicionales técnicas de devaluación del peso y el alza de los precios
agropecuarios. La depresión aproximó las quejas comunes de los sindicatos y los
sectores del empresariado mediano, concretándose una 1° edición de la política de
alianzas que vincularía las direcciones de la CGT y la CGE. Este acuerdo,
prolongado luego por un paro gral de 48 hs, recibió la adhesión de los partidos
políticos y confirmó a los líderes sindicales que la hora de su marginamiento había
pasado.
El marco dentro del que desplegaron ese vigor y esa independencia, lo proveyó el gobierno
de Illia instalado en 1963. Fruto de una nueva versión de la política de proscripciones, el
gobierno de los radicales contó, desde un comienzo, con la oposición del movimiento
sindical peronista, sin lograr representar tampoco al poderoso bloque económico
consolidado durante la experiencia frondizista. Antes de caer en 1966, desplazado por un
golpe militar, sirvió al apogeo del sindicalismo liderado por Vandor.
A pesar de que una próspera coyuntura económica caracterizada por buenas cosechas e
incremento de las exportaciones del agro, hizo posible la recuperación y el lanzamiento de
una política de mayores salarios reales y empleo, el movimiento sindical no dio tregua al
gobierno. Se prosiguió el plan de lucha través de una escalada de ocupaciones de fábricas,
escrupulosamente planificadas. Aunque las demandas económicas ocupaban un lugar
prominente en la propaganda sindical el objetivo era, básicamente, de orden político y
apuntaba en varias direcciones:
El proyecto que los opondría a Perón reclamaba para el movimiento peronista una gestión
interna más democrática y dirigentes representativos de las bases locales y tenía la
intención de institucionalizarlo como una fuerza política más. El conflicto estallaría en
1963 con motivo de las elecciones provinciales de Mendoza en las que concurrieron Perón
y Vandor; allí, reafirmando su peso político en un terreno que siempre le fuera propicio
Perón se impuso. Sin embargo, la corriente vandorista retuvo el poder suficiente para
desplazar de los aparatos sindicales a los sectores que optaron por la fidelidad a Perón, los
que, encabezados por el ex-secretario de la CGT, José Alonso, formaron una corriente
aparte dentro de las llamadas “62 Organizaciones”. En parte por su propio enfrentamiento
con el gobierno radical, las energías de los sindicalistas se concentraron en adelante, en la
conspiración militar de junio de 1966.
5. el sindicalismo en crisis
La imagen demasiado optimista que los líderes sindicales tenían de su lugar en la Argentina
postpopulista les impidió ver que el golpe militar en preparación, alteraría posiciones que
creían firmes. En particular, parecían olvidar que su fortuna se debía mucho a la existencia
de un juego político relativamente abierto que obligaba a los gobiernos, y a quienes se
colocaban en la oposición, a solicitar su apoyo o su neutralidad.
En los ámbitos más concentrados de la industria y las finanzas estaba planteado un proyecto
ideal de racionalización de la estructura productiva y de redefinición del Estado: al hacerlo
suyo, los militares de 1966 decidieron anular al mismo tiempo, el complicado sistema de
negociaciones políticas que tantos obstáculos ponía a su realización. Con ello anularon,
igualmente, las bases mismas de la estrategia de presión política del sindicalismo. El
régimen autoritario de Onganía congeló súbitamente el poder de presión de los grupos
sociales y abrió las puertas para que el predominio económico alcanzado desde 1959 por
los sectores oligopólicos del mundo de los negocios se proyectara sobre el orden político.
El artífice del plan económico, Krieger Vasena:
Si bien los ingresos en gral tendieron a crecer, la distancia entre los beneficios captados por
el polo moderno de la economía y el resto no cesaba de ampliarse. La racionalización
productiva impulsada por Vasena había acarreado severos costos para los sectores que no
lograron ajustarse a los patrones de eficiencia reclamados desde el gobierno: la pequeña y
mediana empresa y algunas economías regionales; a los que se agregó el reclamo de los
propietarios rurales y el de los trabajadores que vieron retroceder sus posiciones relativas
en los ingresos, frente al avance de los grandes capitales industriales y financieros. El grado
considerable de articulación de la sociedad argentina transformó esta acumulación de
tensiones en un formidable y explosivo movimiento que, a partir de 1969, fue sacudiendo
los cimientos del régimen militar.
Así, la visualización del gobierno en las diversas decisiones, llevó a que las quejas de los
sectores afectados se politizaran de inmediato y acarrearan un cuestionamiento de la
autoridad estatal. El malestar tendió a expresarse en forma inorgánica, a través de motines y
huelgas ilegales, hasta culminar con la aparición de la guerrilla.
La consecuencia inmediata del estado de rebelión social después del Cordobazo, fue la
renuncia de Krieger Vasena y la fractura de la unidad militar. La situación de desobediencia
generalizada trajo al 1° plano de la atención de los militares los problemas de la seguridad
interna y, luego de defenestrar a Onganía, comenzaron a buscar una salida política que
hiciera posible encapsular institucionalmente la protesta y devolverlos otra vez a los
cuarteles.
Las luchas obreras posteriores a 1969 constituyeron uno de los fenómenos más novedosos
que dejó por herencia el gobierno de la llamada “Revolución Argentina”.
Con todo esto, se puede observar que el optimismo de los medios sindicales se fue
evaporando a medida que el gobierno comenzó a desplegar su programa económico: se
modificaron los regímenes de trabajo en el puerto y los ferrocarriles y se procedió al
redimensionamiento de la industria azucarera mediante el cierre de los ingenios más
deficitarios. Estas medidas, tomadas en nombre de la eficiencia gral de la economía,
provocaron la comprensible resistencia de los trabajadores. La CGT cedió a esas demandas
y ordenó una paralización gral de actividades. Esta reluctante reacción sería también la
última. En marzo de 1967 la central obrera se rindió. Más tarde recibió el golpe de gracia:
el ministro de Economía suspendió por 2 años las convenciones colectivas de trabajo,
reservándose para sí la facultad de fijar las retribuciones salariales durante dicho período.
La experiencia más notoria de este tipo de acción obrera fue la protagonizada por los
sindicatos SITRAC y SITRAM entre 1970/71. La resistencia era posible; sumadas a los
motines regionales, las manifestaciones estudiantiles, las críticas de los proscriptos partidos
políticos, empujaron a un golpe militar, cada vez más aislado, a buscar una salida política.
En esta atmósfera, que habría de ir en aumento hasta las elecciones de 1973, sólo repuntó la
tasa de inflación, poniendo de manifiesto la decisión de los grupos sociales de recuperar las
posiciones perdidas. La generalización de los conflictos laborales y la reanudación de las
pujas por la distribución del ingreso –a las que se agregaba una guerrilla- sirvieron de
marco al fin de la experiencia iniciada en junio de 1966 y habrían de rodear el inesperado
giro que tomaría la historia política con el retorno de Perón al poder.