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T.

H Donghi: diferencias entre Alberdi y Sarmiento

Alberdi

Imagen de la etapa posrosista


En 1847, Alberdi publica en Chile un escrito en el que ve como principal mérito de Rosas,
la reconstrucción de la autoridad política. Para él, la estabilidad política alcanzada gracias a
su victoria, no sólo ha hecho posible cierta prosperidad, si no que al enseñar a los
argentinos a obedecer, ha puesto las bases indispensables para la institucionalización del
orden político.
Cuando luego publica las “Bases”, va a reafirmar sus motivos autoritarios, porque la
reciente experiencia europea parece mostrar la ola del futuro, fundamentalmente en la
Francia de Luis Bonaparte.
La solución postulada en las Bases, tiene en común con Luis Bonaparte la combinación de
rigor político y activismo económico, pero se diferencia de él en que n ve en la presión de
las clases desposeídas el estímulo principal para esa modificación del estilo de gobierno. El
rigor político es un instrumento necesario para mantener la disciplina de la elite que con sus
conflictos internos son la mayor fuente de inestabilidad política del país. Por otro lado,
tampoco tendrá en cuenta los motivos nacionales que están presentes en el progresismo
económico de Luis Napoleón.
Concepción económica
Para Alberdi, para llegar a una nación más compleja es necesario primero establecer una
nueva economía que sea dirigida por la elite política y económica consolidada durante la
paz rosista. Esta, contará con la guía de la elite letrada, dispuesta a aceptar un más modesto
papel, para lograr la hegemonía de los dueños reales del poder.
Para Alberdi, crecimiento económico significa crecimiento acelerado de la producción, sin
ningún elemento redistributivo. El mercado para los incrementos de la producción, debe
buscarse en el extranjero. Tiene la concepción de que el avance del capitalismo será
beneficioso en todo sentido y no establece matices en su posición.
Contexto político
Es descripto como República Posible. Retomando a Bolívar, dictamina que Hispanoamérica
necesita “monarquías que parezcan repúblicas”: así, el armazón institucional queu presenta
busca disimilar la concentración de poder en el presidente, pero también impedir que el
régimen autoritario sea también arbitrario. Eliminar la arbitrariedad es fundamental para el
progreso económico, ya que sólo con un marco jurídico definido se atraerán inversionistas
y trabajadores extranjeros. Trabajo y capital extranjero son el mejor instrumento para el
cambio económico acelerado.
Pero para Alberdi, esta etapa de desarrollo económico acelerado no es el punto de llegada
definitivo. La mejor justificación de la República Posible (esa república tan poco
republicana) es que está destinada a dar paso a la República Verdadera.
Educación
Para Alberdi no es necesaria una instrucción formal muy completa para poder participar
como instrumento de trabajo; la mejor instrucción será la destreza y la diligencia de los
inmigrantes. Además, una difusión excesiva de la educación tiene el riesgo de propagar e
los pobres nuevas aspiraciones.

Sarmiento
Imagen de la etapa posrosista
Para Sarmiento, esta debe aportar algo más que la institucionalización del orden existente,
capaces de cobijar progresos muy reales pero no tan rápidos como considera necesarios. Lo
más necesario es acelerar ese ritmo de progres. En relación con ello, el legado más
importante del rosismo no le parece la creación de hábitos de obediencia, sino la creación
de una red de intereses consolidados por la moderada prosperidad alcanzada gracias a la
dura paz impuesta por Rosas. El hastío de la guerra civil permitirá a la Argentina posrosista
vivir en paz sin necesidad de contar con un régimen político que conserve celosamente la
concentración de poder de Rosas.
En 1945, la imagen que Sarmiento tiene de Rosas sigue siendo igual pero en un sentido
diferente; de monstruo demoníaco pasa a ser cada vez más un estorbo para el advenimiento
definitivo de la paz y el progreso.
Mientras Alberdi juzga posible recibir una última lección de Francia y veía en el desenlace
autoritario un ejemplo, Sarmiento deducía de ella que lo más urgente era que
Hispanoamérica hallase la manera de no encerrarse en el laberinto del que Francia no había
logrado salir en 1789. Las insuficiencias del modelo francés lo llevaron a buscar un modelo
alternativo, que para entonces creía haberlo encontrado en Estado Unidos.
A diferencia de Tocqueville no le preocupaba primordialmente la conciliación entre
libertad e igualdad, sino rastrear una civilización basada en la plena integración del
mercado nacional.
Sarmiento observa que las herramientas, los equipos de producción, los productos de
consumo, etc., son constantemente renovados y mejorados a diferencia que en Europa. Para
estructurar ese mercado, es fundamental la comunicación escrita para conectar un público
potencial, basto y disperso, justificación adicional a su interés en la educación popular.
Sarmiento creía en la educación popular como un instrumento de conservación social, no
porque ella pudiese disuadir al pobre de cualquier ambición de mejorar su lote, sino porque
debía, al contrario, ser capaz, a la vez que de sugerirle esa ambición, de indicarle los modos
de satisfacerlas en el marco social existente.
Así, si esa nación requiere una masa letrada es porque requiere una vasta masa de
consumidores. Para crearla, no basta con la difusión de la alfabetización, es necesaria
también la del bienestar y de las aspiraciones de mejora económica.
El ejemplo de Estados Unidos persuadió a Sarmiento de que la pobreza del pobre no tenía
nada de necesaria, y que la capacidad de distribuir bienestar a sectores cada vez más
amplios, no era sólo una consecuencia social del orden económico, sino una condición
necesaria para la viabilidad económica de ese orden. La imagen de progreso económico de
Sarmiento implica un cambio de la sociedad en su conjunto, no como resultado final y
justificación última de ese progreso, sino como condición para él.
N.BOTANA

EL ORDEN CONSERVADOR: la política argentina entre 1880 y 1916

Primera parte: La Fórmula Alberdiana

 LOS ORÍGENES DEL RÉGIMEN DEL 80


En 1880 se planteaba que siete décadas no habían bastado para constituir una unidad
política, ni para legitimar un centro de poder que hiciera efectiva su capacidad de control
sobre todo el territorio nacional.

El 1° término del conflicto entre BA y el Interior tenía una determinación geográfica. En el


caso de BA se trataba de una ciudad puerto abierta al exterior, asiento histórico del
virreinato, con un hinterland que crecía a medida que se ganaba la tierra salvaje. El Interior
cubría una realidad geográfica más extensa, en la cual se erguían sistemas de poder
embrionarios, constituidos sobre la autoridad tradicional de caudillos que se desplazaban
según la coyuntura, desde el Litoral hasta los llanos de La Rioja.

La constitución de una unidad política

El significado último del conflicto entre BA y el Interior residía en que ninguna lograba
imponerse, de este modo un empate inestable gobernaba las relaciones de los pueblos en
armas mientras no se lograra hacer del monopolio de la violencia (característica más
significativa de una unidad política) una realidad efectiva y tangible.

Botana al proceso que da origen a una unidad política lo denomina reducción a la unidad:
por la vía de la coacción o por el acuerdo, un determinado sector de poder, de los múltiples
que actúan en un hipotético espacio territorial, adquiere control imperativo sobre el resto y
lo reduce a ser parte de una unidad más amplia. Este sector es por definición, supremo; no
reconoce una instancia superior; constituye el centro con respecto al cual se subordina el
resto de los sectores y recibe el nombre de poder político o poder central.

Para los contractualistas, la unidad política resulta de un diálogo, o discusión, a cuyo


término se alcanzará un consenso por el cual los participantes se obligan voluntariamente a
transferir parte de su capacidad de decisión a una autoridad común que, de allí en más, será
obedecida. Para otro punto de vista, una unidad política es una empresa de conquista y
coacción. La obediencia no se obtiene por la persuasión, sino por la violencia; no hay
consenso voluntario sino acto de asentimiento ante el peso actual o amenaza inminente de
la fuerza.
Ambos medios de transferencia del poder se manifiestan combinados con grados de
intensidad variables en la realidad histórica. Ejemplos:

Cuando Justo José de Urquiza derrotó a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros,
culminó una forma de gobierno caracterizada por una descentralización autonomista según
la cual las provincias de la Confederación Argentina, se reservaban el máximo de capacidad
de decisión. El sistema benefició a las provincias más fuertes y no contempló la posibilidad
de transferir mayor capacidad de decisión a un poder político que fuera centro de una
unidad política más amplia. Tal era el objetivo de Urquiza, para ello propuso combinar la
fuerza con un acuerdo pactado por los mismos gobernadores que, mientras apoyaron a
Rosas, fueron los protagonistas de la confederación.

Los gobernadores se reunieron en la capilla de San Nicolás de los Arroyos y celebraron un


pacto que los comprometía a celebrar un Congreso Constituyente, cuyas deliberaciones
culminarían con el acto fundante de una unidad política que definiera las relaciones de
subordinación de las provincias con respecto al poder central.

El consenso se quebró en 1852: BA no aceptó transferir el poder que se reservaba, sobre


todo en lo concerniente a la igualdad de representación en el Congreso y a la
nacionalización de la aduana anunciada en el Pacto de San Nicolás. Este rechazo se tradujo
en la coexistencia armada, durante casi una década, de 2 proyectos de unidades políticas: la
Confederación con asiento en Paraná y BA; que culminó con la victoria de esta última en la
batalla de Pavón (1861).

3 problemas básicos: integridad territorial, identidad nacional, organización de un


régimen político

Quebrado ese atisbo de unida política, los presidentes posteriores a Pavón desempeñaron su
papel desde una prov hegemónica en la que se tomaban decisiones con carácter nacional.
Ahora el papel del presidente, definido normativamente por la CN de 1853 y reformada en
1860 tras la batalla de Cepeda, careció de los medios necesarios para hacer efectivo el
poder político debido a la coexistencia obligada con el gobernador de BA en la ciudad
capital de la prov más poderosa. Tres presidencias la de Bartolomé Mitre (1862/68), la de
Sarmiento (1868/1874) y la de Avellaneda (1874/80) protagonizaron este período que
culminó con la elección de Julio A. Roca en 1880.

En el transcurso de estas presidencias se manifestaron 3 problemas básicos de cuya


solución efectiva dependía la persistencia de la unidad política en ciernes:

a. integridad territorial: ámbito espacial donde debería ejercerse el poder político;


relacionada con la fuerza coercitiva de que dispone el poder político para hacer frente a
determinados actores que impugnan su pretensión de monopolizar la violencia.
Para entender este problema es preciso tener en cuenta dos movimientos de impugnación al
poder político embrionario: por una parte en algunas provincias del Interior se produjeron
movimientos de fuerza que fueron controlados por el poder central. Por otra parte la
dominación coercitiva, aplicada en muchas regiones, no se correspondió con la política de
compromisos seguida con BA que, al igual que otras provincias, no estaba dispuesta a
subordinarse al poder político. La reticencia de BA se explica por la división en
“nacionalistas” conducidos por Mitre y “autonomistas” dirigidos por Alsina. Mitre decidió
nacionalizar BA para subordinarla al poder central como al resto de las provincias, se
enfrentó con la exitosa oposición de Alsina quien, para conservar las tradiciones
autonomistas se alió con grupos federales del Interior para imponer las candidaturas de
Sarmiento y Avellaneda.

El papel desempeñado por el autonomismo en BA puede ser asimilado al de un actor con la


suficiente fuerza para impedir la consolidación de su oponente, pero sin el consenso
indispensable para conquistar el poder presidencial. Alsina quebró la continuidad
presidencial del mitrismo cuando se gestó la sucesión de 1868, pero no alcanzó la
candidatura presidencial y fue vicepresidente de Sarmiento que contaba con el apoyo de un
grupo de provs del interior. Posteriormente tampoco obtuvo el apoyo para encabezar la
coalición de gobernadores que consagró presidente a Avellaneda.

b. identidad nacional: los pueblos dispersos abrían el interrogante de saber si estaban


dispuestos a integrar una comunidad más amplia; referida a los mecanismos de
comunicación entre actores localizados en regiones diferentes, por cuya mediación se van
creando vínculos de solidaridad más amplios que los existentes.

c. organización de un régimen político: era necesario un modo de elección estable de


gobernadores capaces de formular decisiones autoritativas que comprometieran a esa
comunidad en su conjunto. Este problema plantea la necesidad de desarrollar sentimientos
de legitimidad compartidos acerca del valor que merece la estructura institucional del poder
político y las reglas de sucesión que regularán la elección de los gobernantes.

La crisis del 80

El crecimiento de un sentido de comunidad no se produjo sin sobresaltos. Los presidentes


posteriores a Pavón terminaron sus períodos gubernamentales combatiendo movimientos de
fuerza.

En 1880 se enfrentaron el interior y BA en bandos opuestos para decidir por la fuerza de las
armas la subordinación definitiva de todas las provincias al poder político nacional. Estos
actos dividieron al ejército lo cual terminó trazando el perfil militar y político de Julio A
Roca.
Entre 1862 y 1880 Roca sirvió al ejército nacional participando en todas aquellas acciones
que contribuyeron a consolidar el poder político central: combatió contra Peñaloza;
combatió en la guerra del Paraguay; enfrentó a Felipe Varela; sofocó el levantamiento de
1874 en el interior y dirigió en 1879 la campaña del desierto que culminó con la
incorporación de 15 mil leguas de tierras nuevas.

Esa trayectoria militar permitió a Roca mantener contactos permanentes desde sus
comandancias de fronteras con las clases gobernantes emergentes que reemplazarían a los
gobernadores del pasado régimen; fue moldeando un interés común para el “interior” capaz
de ser asumido como valor propio por los grupos de gobernantes. Las provincias interiores,
de alguna manera integradas en un espacio territorial más amplio y subordinadas de modo
coercitivo al poder central, advirtieron que el camino para adquirir mayor “peso” político
consistía en acelerar el proceso de nacionalización de BA y no en retardarlo. Los ejecutores
de ese interés serían los gobernadores vinculados con Roca organizados en una “Liga”,
cuyo epicentro fue la provincia de Cba, Sta Fe, ER, Tucumán, La Rioja, Sgo del Estero y
Jujuy tejieron una trama electoral que condujo a Roca a la presidencia.

Cuando el interior consolidaba esta alianza, el poder en BA se fragmentó entre los


partidarios de la candidatura presidencial de Carlos Tejedor y los porteños nacionales,
antiguos partidarios del autonomismo y del Partido Republicano como Carlos Pellegrini y
Aristóbulo del Valle, etc. en ese contexto la Liga de Gobernadores impuso su candidato en
el Colegio Electoral en las elecciones de 1880 mientras BA emprendía el camino de la
resistencia armada. Dos meses después Avellaneda instalaba el gob nac en Belgrano y
convocaba las milicias de BA, ER Sta Fe y Cba. Roca desde Rosario organizaba la marcha
sobre BA. 3 encuentros decidieron la victoria a favor de los nacionales y BA se
subordinaba al poder político central.

El resultado de estos acontecimientos se tradujo en 2 leyes nacionales: una federalizó la


ciudad de BA que, desde diciembre de 1880, quedó sometida a la jurisdicción exclusiva del
gob nac; el otro prohibió a las prov la formación de cuerpos militares bajo cualquier
denominación que fuera.

Roca tras su elección como presidente cobijó a su futuro gobierno bajo el lema Paz y
Administración. Unión y gobierno ordenado; he aquí el lenguaje de Avellaneda y Roca. La
unión era sinónimo de intereses, valores y creencias reunidos en torno de un sistema de
poder común. ¿Cómo hacer de la obediencia un hábito?¿cómo consolidar la precaria
integridad territorial recién conquistada, gracias a una aún más frágil identidad
nacional?¿cómo sino a través de un gobierno estable y ordenado? Y gobierno aparecía
como un concepto representativo de una operación más compleja que la consistente en
implantar una unidad política. Implicaba actos y procedimientos capaces de edificar
instituciones que mantuvieran en existencia la unidad política recién fundada. Exigía
seleccionar a quienes gobernarían y en virtud de qué reglas unos, y otros, tendrían el
privilegio de mandar. El país se había dictado una fórmula prescriptiva de carácter federal,
la CN, y sobre esa fórmula había que trazar una fórmula operativa que hiciera factible la
producción de actos de gobierno. De este modo, la construcción del régimen emprendida
por los hombres de los 80, y la fórmula política que la sustentó, contiene en sus cimientos
las respuestas precarias formuladas al drama de la desintegración territorial y de la guerra
interna.

 LA REPÚBLICA POSIBLE
Regímenes políticos y legitimidad

Un régimen político puede ser entendido como una estructura institucional de posiciones de
poder, dispuestas en un orden jerárquico, desde donde se formulan decisiones autoritativas
que comprometen a toda la población perteneciente a una unidad política.

Desde este punto de vista hay 2 interrogantes que un régimen político debe responder: a)
que vínculo de subordinación establecerá el poder político con el resto de los sectores de
poder presentes en la sociedad; b) qué reglas garantizarán el acceso y el ejercicio del poder
político de los futuros gobernantes. La 1° cuestión hace hincapié en la organización y en la
distribución del poder; la 2° en el modo de elección de los gobernantes y en los límites que
se trazan entre éstos y los gobernados. Los 4 términos representan un sistema de relaciones
donde el contenido concreto de uno de ellos, o su modificación eventual, influye
necesariamente sobre los otros.

La estructura institucional de un régimen alberga la realidad del poder; y, a su vez, este haz
de relaciones de control se asienta sobre una constelación de intereses materiales y de
valores que justifican la pretensión de algunos miembros de una unidad política de
gobernar al resto.

Alberdi y su fórmula prescriptiva

Juan Bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que gozó del beneficio de
alcanzar una traducción institucional sancionada por el Congreso Constituyente en 1853.
Lo significativo de la misma consistió en su perdurabilidad sobre las vicisitudes de la
guerra entre BA y la Confederación.

Esa fórmula prescriptiva tiene la particularidad de justificar un régimen político en cuanto


hace al origen del poder y a su programa futuro. Alberdi sostuvo que los argentinos debían
darse una constitución para realizar un determinado proyecto, “para tener población, para
tener caminos de hierro, para ver navegados nuestros ríos, para ver opulentos y ricos
nuestros Estados”. Este programa constituye un conjunto de metas al que debe dar alcance
una nación abierta al futuro; los campos específicos sobre los cuales se proyecta son: la
inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de
tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la
importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores.

Para alcanzar estos fines Alberdi considera necesario un trasplante cultural en tanto y en
cuanto rechaza la cultura tradicional, hispánica, que impide el cambio y la innovación, y
opta por otro modelo: el de los países europeos.

Pero si bien la población es el agente privilegiado del cambio cultural, no es el único. El


ferrocarril y el vapor, las industrias y los capitales, que se han desarrollado y acumulado en
otras naciones, son los agentes complementarios e imprescindibles.

El medio para alcanzar estas metas es el régimen político. La preocupación de Alberdi era
organizar un poder central, fuerte para controlar los poderes locales y flexibles para
incorporar a los antiguos gobernadores de provincia a una unidad política más vasta.

En este sentido federación evoca un medio adaptado a la circunstancia histórica para


alcanzar una unidad de régimen.

Este gobierno mixto, que expresa el término federación, retoma rasgos esenciales de los
hábitos de obediencia trazados por la costumbre en las culturas de América del Sur. No
hay, pues, ruptura definitiva con un orden tradicional; esa ruptura vendrá después, cuando
la población nueva, la industria y la riqueza, den por tierra con la cultura antigua. Mientras
tanto es preciso reorientar las expectativas de obediencia hacia un nuevo centro de poder.
Allí emergerá un papel político que habrá de integrar lo viejo y lo nuevo: el control racional
de la ley y los símbolos de dominio y soberanía quebrados desde los tiempos de la
independencia.

En la fórmula alberdiana el presidente materializa el poder central, pero no detenta todo el


poder ni tampoco ejerce un dominio irresponsable sobre la sociedad. El gobierno
responsable deriva de la legitimidad del presidente investido por una constitución.
Particularmente, la constitución de la Federación Argentina tiene por objeto establecer una
república no tiránica.

Si el poder y la naturaleza humana que en él subyace -puede degenerar en despotismo, es


preciso prevenir esa tendencia a la corrupción y para prevenir es necesario encuadrar el
ejercicio gubernamental dentro de límites temporales precisos, otorgando a magistraturas
diferentes la tarea de legislar, ejecutar y sancionar. La no reelección del presidente y la
distribución de la actividad legislativa y judicial en cámaras y tribunales donde el poder
central y el de las provincias estén debidamente incorporados, serán dos limitaciones
fundamentales concordantes con el argumento republicano.

Libertad política para pocos y libertad civil para todos


El problema que surge de una fórmula republicana es el de saber quiénes y bajo qué reglas
podrán ejercer el gobierno de la sociedad. La posición democrática hace derivar el título de
legitimidad del gobernante de la elección realizada por el pueblo.

En este caso, el diputado será elegido por el pueblo, mientras que el senador y el presidente
por una elección de segundo grado realizada en las legislaturas provinciales o en el seno de
un colegio electoral.

El gobierno democrático es obra de un grupo reducido de personas y sólo ellas integran el


pueblo donde reside el poder electoral, o bien, ese conjunto es más abundante en términos
cuantitativos de forma que tiende a universalizarse, abarcando un número cada vez mayor
de miembros participantes.

Esta oposición entre “pueblo chico” y “pueblo grande” está fundada en argumentos que
asignan a unos pocos la virtud de saber elegir y a la muchedumbre la ignorancia de no saber
elegir. El punto de vista alberdiano es, en este sentido restrictivo.

La cuestión que preocupaba a Alberdi es cómo hacer de un pueblo sumergido en la miseria


y la ignorancia, una colectividad federativa apta para el ejercicio del gobierno republicano.
Sólo una minoría era la única calificada para ejercer la libertad política. El resto, es decir la
mayoría, que hace mal uso de la libertad política favoreciendo despotismos populares, sólo
tiene derecho al ejercicio de la libertad civil. Siendo ésta última la ruta más eficaz para
implantar la nueva cultura, mejorando la capacidad de discernimiento político de los
pueblos.

La fórmula alberdiana prescribe la coexistencia de dos tipos de república federativa: la


república abierta y la república restrictiva. La república abierta estaría regida por la libertad
civil; en ella tienen cabida todos los ciudadanos, nacionales y extranjeros, que hagan uso de
las garantías consagradas por la CN.

Pero la república abierta es, en sí, una contradicción pues no controla sus actos de gobierno:
los miembros que la integran no intervienen en la designación de los gobernantes; no son
electores ni representantes; permanecen marginados en una suerte de trasfondo en cuyo
centro se recorta un núcleo político capacitado para hacer gobierno y ejercer control. Esta
es la república restrictiva, construida sobre el ejercicio de la libertad política, ámbito donde
la participación en el gobierno se circunscribe a un pequeño número de ciudadanos; espacio
cuyos miembros se controlan a sí mismos y, a la vez, controlan el contorno que los
circunda.

Alberdi y Tocqueville: la libertad frente al riesgo de la igualdad

Tocqueville ve en el doble grado electoral el único medio de poner el uso de la libertad


política al alcance de todas las clases del pueblo. Papel que le será reservado a las leyes
electorales: el de constituirse en los nuevos mediadores de la razón. Para Alberdi en
cambio, los mediadores de la razón en la vida política eran las leyes y los notables, porque,
según su punto de vista, la desigualdad en el sufragio aparecía como la condición necesaria
para que haga efectiva la igualdad en la república. Paradoja derivada de su preocupación
por aventar el peligro de la irresponsabilidad política: Alberdi admitía como premisa que
los papeles de elector y elegido debían ser intercambiables; entonces la ley debía operar una
distinción entre ciudadano y habitante, entre pueblo político y pueblo civil porque unos y
otros eran cualitativamente diferentes para ejercer la máxima obligación republicana que
consiste en elegir y ser elegido.

La fórmula alberdiana culmina consagrando la contradicción entre desigualdad social e


igualdad política, porque quien elige también puede gobernar y quien gobierna debe gozar
de la autoridad de interpretar y de decidir razonablemente. Esta república es un régimen
político de severas exigencias ya que nada asegura la calidad del voto si no es la calidad
moral, intelectual o económica del ciudadano que lo emite.

De todos modos, el acto de representación, al exigir prudencia y sabiduría para su ejercicio,


plantea un serio dilema: o se universaliza la ciencia y el arte de gobierno o, la
responsabilidad de manejar la suerte de todos, de asumir lo público desde la particular
perspectiva de lo privado, debe quedar en manos de un pequeño núcleo de privilegiados.

 LA OLIGARQUÍA POLÍTICA
El control de la sucesión

Para Alberdi, la causa de todas las crisis de disolución, con motivo de las elecciones
presidenciales se halla en la Constitución de aquél entonces, la cual instituía y establecía 2
gobiernos nacionales, los únicos dos grandes electores y los únicos dos candidatos serios: el
Gobernador-Presidente (gobernador de la prov de BA); y el otro es el presidente cesante,
que para asegurar su reelección en el período venidero, promueve, para sucederle en el
período intermedio a uno de sus subalternos, bajo un pacto de devolverle la presidencia a su
vez.

El presidente y el gobernador de BA son por consiguiente, “los dos grandes y únicos


electores y los dos únicos candidatos serios por ser ambos los únicos poseedores de los
medios o razón práctica de hacerse elegir, los cuales no son otros que los elementos
materiales de que se compone el gobierno de todo el país”.

La subordinación de BA al poder político nacional, lejos de atenuar esa tendencia, la


confirma y la unifica en un centro de decisión privilegiado.

Por otro lado, si la república rechaza la herencia o la designación burocrática, como medios
de selección de sus magistrados más importantes y opta por la elección proveniente del
pueblo, una 2° distinción se sumará a la 1°: el soberano, o entidad donde reside el poder de
designar a los gobernantes, es causa y no efecto de la elección de los magistrados. El
elector tiene una naturaleza política diferente de la del representante; este último depende
del elector, el cual, por una delegación que va de abajo hacia arriba, controla al gobernante
que él mismo ha designado.

Empero en la realidad habrá siempre electores, poder electoral, elecciones y control, pero
los electores serán los gobernantes y no los gobernados, el poder electoral residirá en los
recursos coercitivos o económicos de los gobiernos y no en el soberano que lo delega de
abajo hacia arriba, las elecciones consistirán en la designación del sucesor por el
funcionario saliente y el control lo ejercerá el gobernante sobre los gobernados antes que el
ciudadano sobre el magistrado.

Acá se advierte un problema de unificación de poderes y de concentración del control


nacional que, para algunos, es previo a la cuestión de limitar y democratizar el gobierno.
Alberdi establece una escala de prioridades: no le preocupa asegurar, en 1° término, un
régimen normal de delegación del poder, sino alcanzar un gobierno efectivo que centralice
la capacidad electoral en toda la nación. Se trataba de acumular poder.

Si la capacidad electoral está concentrada en los cargos gubernamentales, el acceso a los


mismos permanece clausurado para los otros pretendientes que no sean los designados por
el funcionario saliente.

Por consiguiente la fórmula operativa del régimen inaugurado en el 80 adquiere, según


Alberdi, un significado particular, si se la entiende como un sistema de hegemonía
gubernamental que se mantiene gracias al control de la sucesión. Este control constituye el
punto central del cual depende la persistencia de un sistema hegemónico.

En Arg. Ni el carisma de las tradiciones religiosas, ni la herencia consagrada por las


antiguas casas de gobernantes constituían una regla de sucesión adaptada a las
circunstancias. Sólo restaban la elección y la fuerza: la elección se trastocó en designación
del gobernante por su antecesor y la fuerza se concentró en los titulares de los papeles
dominantes, revestidos con la autoridad de grandes electores.

La hegemonía gubernamental

A partir del 80 el incremento de la riqueza consolidó el poder económico de un grupo social


cuyos miembros fueron “naturalmente” aptos para ser designados gobernantes. El poder
económico se confundía con el poder político: la oligarquía!

Para los historiadores esta última puede ser entendida de varias maneras:

a). puede describir una categoría social dominante en la que no se pondera ningún
componente específico;
b). clase social que subraya la dimensión económica, como ocurre con el concepto de clase
terrateniente empleado por Halperín;

c). patriciado, que puede derivar de la corrupción histórica del término, siendo aquél
sinónimo de un grupo que deja de ser representativo durante la crisis del 90 como sugiere
Grondona;

d). o bien, calificativo del roquismo triunfante en el 80 que, una década después, se entrega
a los intereses de BA.

e). también puede dar cuenta de una clase gobernante, consciente y unida con respecto a un
propósito nacional;

f). o bien, reflejar el carácter de un grupo de notables, en el sentido tradicional del término,
cuyo ambiente natural es el club y su método de acción el acuerdo.

En el caso de Arg, la oligarquía es una clase social determinada por su capacidad de control
económico; es un grupo político; en su origen representativo, que se corrompe por motivos
diversos; es una clase gobernante, con espíritu de cuerpo y con conciencia de pertenecer a
un estrato político superior, integrada por un tipo específico de hombre político: el notable.

El interés sobre el concepto de oligarquía reside en desentrañar la dimensión política del


fenómeno oligárquico en la Arg., admitiendo como supuesto 2 cosas sobre las cuales parece
derivarse un acuerdo: a) hay oligarquía cuando un pequeño número de actores se apropia de
los resortes fundamentales del poder; b) que ese grupo está localizado en una posición
privilegiada en la escala de la estratificación social. Se podría plantear esta alternativa con
respecto al comportamiento político de sus miembros: o bien ese pequeño número de
actores, calificado por su riqueza y prestigio, se pone de acuerdo con respecto a un conjunto
de reglas que garantizan el derecho de la oposición a suceder pacíficamente a los
gobernantes o, de lo contrario, dichas no existen (y si existen, son letra muerta) y en su
reemplazo se instaura la supremacía del grupo gobernante sobre la oposición.

Ambas posibilidades asumen la hegemonía de un grupo reducido de individuos sobre el


resto de la sociedad, pero mientras en el 1° caso la hegemonía no es percibida como tal por
los miembros de la minoría oligárquica, en la 2° el dominio gubernamental se despliega
tanto sobre la gran mayoría de la pob, pasiva y no interviniente, como sobre los miembros
pertenecientes al estrato superior que emprenden una actividad opositora.

Si aceptamos como hipótesis la relación de poder de la 2° posibilidad, la oligarquía puede


ser entendida como un concepto que califica un sistema de hegemonía gubernamental, cuyo
imperio en la Arg observaba Alberdi antes y después de 1880. El sistema hegemónico se
organizaría sobre las bases de una unificación del origen electoral de los cargos
gubernamentales que, según la doctrina deberían tener origen distinto. Este proceso unitario
se manifestaría según modalidades diferentes: 1° por la intervención que le cabría al
gobierno nacional para nombrar sucesores; 2° por el control que aquél ejerce en el
nombramiento de los gobernantes de provincia. La escala de subordinación que imaginaba
Alberdi alcanzaría la cúspide de un papel dominante, el de presidente, para descender en
orden de importancia hacia el gobernador de prov el cual, a su vez, intervendría en la
designación de los diputados y senadores nacionales y en la de los miembros integrantes de
las legislaturas provinciales.

El esquema de diferenciación electoral federativo que propone la fórmula prescriptiva es el


siguiente:

Ámbito Provincial

GOBERNADOR------------LEGISLATURA

| |

PUEBLO ELECTOR

Ámbito Nacional

SENADORES---------PRESIDENTE------------DIPUTADOS

| | |

| | |

LEGISLATURA COLEGIO ELECTORAL |

| | |

| | |

PUEBLO ELECTOR--------------------------|

Mientras la escala de subordinación que propone la fórmula operativa ofrece una imagen de
este tipo:

PRESIDENTE

DIPUTADOS SENADORES

GOBERNADOR
LEGISLATURA PROVINCIAL

Los regímenes políticos oligárquicos despliegan un complejo entrecruzamiento de actores y


tendencias que se enfrentan o se ponen de acuerdo. Los mecanismos de control
intraoligárquicos poco tienen que ver con una imagen de designación burocrática,
trasladada sin sentido crítico desde otros contextos históricos, según la cual el de arriba
nombra al que le sucede y éste a su vez, acata sus mandatos.

Es necesario comprender la acción política de ese entonces como un sistema de


transferencia de poder mediante el cual un reducido número de participantes logró
establecer 2 procesos básicos: excluir a la oposición considerada peligrosa para el
mantenimiento del régimen y “cooptar” por el acuerdo a la oposición moderada, con la que
se podía transar sobre cargos y candidaturas.

Esta manera de aventar conflictos y de tejer alianzas puede hacer de telón de fondo para
entender el modo como los actores se sirvieron de un conjunto de instituciones. La
hipótesis de Botana defiende la coexistencia de dos fórmulas: la prescriptiva y la operativa;
ambas enhebraron un viejo diálogo entre constitución y realidad que permita echar alguna
luz sobre una complicada historia.

Segunda Parte: Rasgos Institucionales de un Régimen

 ELECTORES, GOBERNADORES Y SENADORES


Origen y propósito de las Juntas de Electores

Alberdi y los constituyentes del 53 permanecieron fieles a la fórmula norteamericana en lo


referido a la elección del presidente. La CN señalaba que para elegir Presidente y
Vicepresidente, “la Capital y cada una de las provincias nombrarán por votación directa a
una junta de electores igual al duplo del total de diputados y senadores que envían al
Congreso, con las mismas calidades y con las mismas formas prescriptas para la elección
de diputados. No pueden ser electores los diputados, senadores, ni los empleados a sueldo
del Gob Nac. Reunidos los electores en la Cap de la Nac y en la de sus provincias
respectivas 4 meses antes que concluya el término del Presidente cesante, procederán a
elegir Presidente y Vicepresidente”.

La institución de las Juntas Electorales tenía un doble propósito: por un lado “mediatizar”
el ejercicio de la soberanía popular, transfiriendo a un grupo de ciudadanos, escogidos al
efecto, el derecho de elegir al presidente; por el otro mantener un delicado equilibrio entre
nación y provincias, pues si bien los electores serían elegidos del mismo modo que los
diputados, debían, sin embargo, deliberar y elegir aisladamente en pequeñas juntas que se
instalarían en Cap. Federal y en la de cada prov.

Entre 1880 y 1910, el Colegio estuvo compuesto por electores designados mediante el
sistema de lista completa sin representación de las minorías. En cada distrito (provs y cap)
los ciudadanos votaban por una lista de electores, y a la que obtenía el mayor número de
votos -no la mayoría- se le asignaba la totalidad de los electores correspondientes al
distrito.

La federalización del 80 produjo una redistribución en los bloques de electores que trajo
como resultado la composición más equilibrada de las Juntas. A partir de 1898 BA retomó
y acentuó su predominio. La afirmación de que quien controle BA y la Cap en votos y
electores y adquiera peso político en Cba y Sta Fe, tendrá en sus manos la clave de la
victoria presidencial, en realidad no es tan así en tanto y en cuanto el juego de alianzas
introduciría algún matiz interpretativo que contradice dicha afirmación.

En una república restrictiva cobra importancia el sistema de negociaciones, recompensas y


sanciones que se establece entre un puñado de notables naturalmente habilitados para
ejercer la libertad política, y una institución como las Juntas bien puede ser una de las
instancias que mejor promoverían ese estilo electoral. Pero si bien, las Juntas Electorales
representarán un papel importante lo harán al precio de la pérdida de esa autonomía.

El comportamiento en las Juntas de Electores

La lectura de los resultados registrados en las Juntas entre 1880 y 1910 permite advertir la
ausencia de divisiones dentro de cada uno de los bloques de electores asignados a los
distritos. Si se presentaba la eventualidad de una división esta se daba entre bloques, o sea,
entre distritos que se oponían a otros cuyos electores votaban, por lo gral, sin fisuras
internas. Esta disciplina estuvo reforzada por el sistema de lista completa que regulaba la
elección de 1° grado.

La ausencia evidente de oposiciones efectivas se recorta sobre una coalición de provincias


que, invariablemente, prestaron apoyo a la fórmula victoriosa. La coalición la constituyeron
los bloques de electores de 9 provs: Catamarca, Cba, Jujuy, La Rioja, Salta, San Juan, San
Luis, Sta Fe y Sgo del Estero. Estas prov volcaron la totalidad de sus electores presentes o
una mayoría compuesta por todos los electores menos uno, a favor de los candidatos
ganadores. El comportamiento de la coalición configuró un núcleo oficialista, con la
suficiente fuerza para controlar a las provs díscolas que manifestaron su voluntad opositora,
de modo circunstancial en una sola elección, o bien, de manera repetida en 2 o más
comicios.

En la categoría provincias de oposición circunstancial se inscribieron Mendoza y ER. En la


categoría de provincias de oposición repetida se situaron BA, Tucumán, Cap Federal y
Corrientes. A diferencia de lo ocurrido con las prov de apoyo permanente, las de oposición
circunstancial y repetida no siempre expresaron su voluntad opositora con la totalidad de
los electores que componían cada uno de sus bloques.

La coalición de prov de apoyo permanente no sumaba la mitad más uno de los electores;
estaba compuesta, en efecto, por distritos medianos y chicos con la excepción de Cba. Se
imponía, pues, la apertura hacia un juego que combinaba la disciplina de la coalición
oficialista con la división en los bloques de electores de los distritos grandes.

Las Juntas de Electores tradujeron un propósito de control que se engarzaba con


negociaciones que tenían lugar fuera de su recinto. Pero la peculiaridad del método
electoral adoptado otorgaba a las prov y a los gobernadores un peso político que sería
ilusorio desconocer: a través de los bloques de electores las prov protagonizaban el
momento decisivo en el que se jugaba el destino del poder presidencial.

El Senado Nacional

a. El sistema federal adoptado por la CN hacía del Senado una suerte de institución bisagra
que, instalada en el lugar de encuentro del poder nacional con el poder prov contara con el
prestigio necesario para salvar contradicciones cuyas soluciones variaban según la óptica
formal o substantiva en la cual se situaban el legislador.

b. Desde una perspectiva formal, el Senado constituía un recinto para conservar la igualdad
de los estados intervinientes en el pacto federal cualquiera fuese su dimensión geográfica o
demográfica.

c. El Senado estaba pensado como un eficaz vehículo de comunicación, cuyo propósito


básico consistía en nacionalizar a los gobernantes locales.

d. podía ser entendido como un instrumento de control al servicio de una prudente élite,
amparada por la edad y la distancia electoral sobre tumultuosas o esquivas multitudes.

e. el Senado también daba respuesta a 2 cuestiones decisivas implícitas en un régimen


republicano de rígida separación de poderes. La 1° exigía consagrar en algún cuerpo
institucional el derecho de juzgar a los ciudadanos investidos del gobierno y en concreto al
presidente.

La otra cuestión traducía una dificultad derivada de la naturaleza misma del régimen
presidencial. Una de las diferencias más notables entre este régimen y el parlamentario
consiste en la confusión que existe en uno y en la distinción que se establece en el otro,
entre el Jefe de Estado y el Jefe de Gobierno.

En el sistema presidencial la fragmentación de la soberanía, propuesta por el sistema


federal, se combinaba con una rígida separación de poderes por la cual el Presidente no
podía disolver el Congreso ni éste podía hacer obligatoria la renuncia del primer magistrado
y de su gabinete. A ello se añadía un motivo de confusión: el presidente, era en efecto, era a
la vez Jefe de Estado y de Gobierno y los secretarios o ministros no confirmaban su
responsabilidad ante el Congreso, que no podía destituirlos, sino ante el presidente de quien
dependían de modo exclusivo.

Cuando el predomino presidencial era fuerte y robusto como en el caso arg, ¿podía ser
prenda de mayor seguridad y de menor riesgo la soledad de un presidente que carecía de
primer ministro y de gabinete responsable? La fórmula alberdiana salvaba la dificultad: el
presidente era un notable designado merced a una severa jerarquía electoral; los senadores
también y el origen de ambos, edad y elección indirecta, los hacía naturalmente aptos para
integrar una colegialidad conservadora.

Desde esta perspectiva el Senado era un Consejo Ejecutivo dotado de las atribuciones para
ejercer control sobre el poder judicial, el religioso y los niveles más altos del embrionario
sistema burocrático según la CN, el Presidente necesitaba el acuerdo del Senado para
nombrar los magistrados de la Corte Suprema y de los tribunales inferiores; para designar y
remover los ministros plenipotenciarios y los encargados de negocios; para proveer los
empleos militares superiores del ejército y la armada; para presentar o proponer los obispos
correspondientes a las iglesias catedrales y para declarar el Estado de Sitio.

Las relaciones entre los Gobernadores y el Senado

El gobernador ejercía control electoral sobre el personal político de su prov intervenía en la


designación de los legisladores prov y nac, reservaba para sí una banca en el Senado
Nacional y prestaba particular empeño en la confección de la lista de electores para
Presidente y vice de la Nac. Tanta influencia habría afectado la jerarquía del régimen si no
se hubiese instalado bajo el amparo presidencial. Desde esta perspectiva se explica el
intercambio de protecciones recíprocas entre Nac y Provincias, porque sin el apoyo de los
gobernadores el poder presidencial carecía de sustento, pero sin el resguardo nac los
gobernadores permanecían huérfanos de la autoridad indispensable para mandar en su
ámbito particular.

Durante los 20 años que transcurrieron entre la reforma constitucional de 1860 y la 1°


presidencia de Roca, el gobernador de prov tenía poder de veto en la elección presidencial.
A partir del 80, en cambio, el gobernador perdió estatura política y comenzó a obrar como
“agente del presidente para realizar su concepción positiva del gobierno”.

En cuanto al predominio personal de los gobernadores, si bien es cierto que los


gobernadores cambiaban, pero la cuestión reside en saber si la posibilidad de la reelección
recreaba en ellos una expectativa ante la cual valía la pena jugarse, cuando se vislumbraban
otros cargos más deseables por su cercanía con el centro de decisión del poder político
nacional. Para muchos la gobernación podía ser el mojón institucional que señalaba la
culminación de una carrera acotada por las fronteras de la prov natal y sin más horizonte
que el que podían trazar las alianzas y las querellas locales. Para otros se constituía en el
punto de partida de una carrera nacional que habría de llevar al ex gobernador a intervenir
en el sistema de decisiones nacionales.

Los caminos para alcanzar este propósito seguían el trazado de los poderes nacionales que
prescribía la CN: la presidencia, el gabinete nacional y ambas cámaras legislativas.

Los gobernadores que alcanzaron el poder presidencial no constituyeron el núcleo


mayoritario de ese elenco de notables. Sólo 2 presidentes, ambos ex gobernadores
cordobeses, marcaron la excepción: Miguel Juárez Celman y José Figueroa Alcorta.
Ambos, después de ejercer la gobernación ocuparon una banca en el Senado Nacional.

El Senado fue pensado como una institución conservadora: su composición, entre 1880 y
1916, confirmó este propósito. En 1° lugar, porque el Senado acogía un conjunto no
desdeñable de ex presidentes.

En 2° lugar, el Senado se había transformado en un recinto que acogía al gobernador


saliente quién, de esta suerte, velaba sobre los asuntos de su prov desde ese sitio de
preeminencia.

Los modos de inserción de los ex gobernadores en el Senado Nacional tenían múltiples


expresiones, pero por lo gral obedecían al carácter instrumental de las legislaturas de prov y
al control que sobre éstas ejercía el gobernador. Algunos respondían de manera directa e
inmediata como Mendoza.

Otros transitaban caminos más originales, de ida y vuelta de un cargo a otro, que revelaban
un minucioso resguardo, no menos eficaz, del papel que se abandonaba y que pronto habrá
de recuperarse: ER representa este tipo.

El Senado era en lo substancial, una institución que agrupaba a quienes habiendo


concentrado poder y prestigio en una circunstancia provincial, volcaban esa experiencia y
capacidad de control en el ámbito nacional.

El Senado comunicaba oligarquías, las hacía partícipes en el manejo de los asuntos


nacionales y las cobijaba con la garantía de un mandato extenso y renovable.

Visto desde esta perspectiva, el Senado puede presentar la imagen, quizá ilusoria, de un
viviente pacto federal que defendía con celo las autonomías provinciales consagradas por la
CN. Sin embargo, este cuadro de estabilidad se yuxtapuso sobre una serie de conflictos que
tuvieron lugar entre el poder político nacional y las provincias. Regresó entonces un
instrumento de control, cuya persistencia le concede el raro privilegio de conservar una
robusta salud institucional: la intervención federal.
 EL SISTEMA FEDERAL
La fórmula alberdiana proponía una solución federativa para resolver la inserción de las
provincias en un sistema nacional de decisiones políticas.

Esta intencionalidad presenta al federalismo como un argumento de compromiso entre 2


conjuntos de valores y de intereses que pueden establecer relaciones de conflicto o
cooperación y de autonomía o subordinación. Los federalistas enfrentaban un tema propio
de cualquier unidad política en ciernes: saber qué medida de centralización de las
decisiones residirá en un órgano central que, por definición es supremo.

Desde una 1° precisión el federalismo expresaba los vínculos más o menos estables que
existían entre unidades políticas independientes o bien, traducía una organización interna
que se desarrollaba dentro de las fronteras de un Estado.

La Confederación de Estados merecía, desde esta perspectiva, una atención particular,


puesto que, para muchos, este embrión de federalismo estaba marcado por la precariedad o
la Confederación evolucionaba hacia formas más centralizadas de organización federal
interna, como ocurría en EEUU, Suiza y Alemania o de lo contrario, afrontaba el riesgo de
disolución.

El contraste entre Confederación y Estado Federal ponía sobre el tapete una 2° precisión: el
límite entre Confederación y el Estado Federal provenía de un principio de legitimidad más
profundo que el que portaban cada una de las unidades federadas: sobre ellas debía
preexistir, o emerger, un vínculo nacional que religara las partes mediante la presencia de
un pueblo y de un territorio común que fuera objeto inmediato de todas las decisiones.

Estas situaciones planteaban el viejo interrogante alberdiano: ¿Cómo resolver la


coexistencia efectiva entre 2 poderes: el nacional y el local? Una exploración sobre el
concepto de dualismo federal puede desbrozar el camino para situar la cuestión concreta del
federalismo ante el poder político consolidado en 1880. se ha dicho que el dualismo, es un
medio para crear o conservar un sistema integrado por 2 órdenes de competencia: el orden
global y el orden elemental o particular. En este sentido, el federalismo clásico se
expresaría mediante un equilibrio entre ambas tendencias: la periferia controlaría al centro
y viceversa.

La intervención federal

¿Qué camino recorrieron los argentinos para fracturar el dualismo federal, sobre todo
después de 1880?

Alberdi otorgaba a la Confederación el deber de garantizar a las provincias el sistema


republicano, la integridad de su territorio, su soberanía y su paz interior. A continuación
introducía por 1° vez, el derecho de intervención: la Confederación, decía, “interviene SIN
requisión en su territorio al solo efecto de restablecer el orden perturbado por la sedición”.
El Congreso de 1853 complicó esta redacción y dejó escrito el art. 6 de la CN: “el Gobierno
Federal interviene CON requisión de las Legislaturas o gobernadores provinciales, o SIN
ella, en el territorio de cualquiera de las Provincias, al solo efecto de restablecer el orden
público perturbado por la sedición o de atender a la seguridad nacional amenazada por un
ataque o peligro exterior”.

Sarmiento no entendía el acto de intervención si no mediaba, previamente, el requerimiento


del gobernador o de la legislatura provincial. Alberdi no estaba de acuerdo con esta
interpretación y se mantenía en la tesitura de su proyecto original. La Convención de BA
propuso una redacción equidistante, a la cual no era ajena la perspectiva sustentada por
Mitre. Al fin de cuentas el art. 6 quedó redactado de este modo y fue aceptado por la
Convención Reformadora: “El gob. Federal interviene en el territorio de las provincias para
garantir la forma republicana de gob, o repeler invasiones exteriores, y a requisición de sus
autoridades constituidas para sostenerlas o restablecerlas, si hubieran sido depuestas por la
sedición, o por invasión de otra prov.”

La nueva redacción dejaba a salvo el peligro que atormentaba a Sarmiento: sólo debía
intervenirse en las provincias previa requisición de sus autoridades constituidas. Pero no es
menos cierto que la sentencia introductiva dejaba abierto un ancho margen para la
interpretación y para la acción futura del poder político nacional. ¿Quién decide en qué
circunstancias corresponde garantir?, por otra parte ¿quién es el sujeto que hace de
garante?: se afirmaba que era el Gob Federal. Bajo este término subyacían 2 poderes
nacionales: el ejecutivo y el legislativo, ambos tenían competencia para producir decisiones
autoritativas por vía del decreto o de la ley.

Se podría observar entonces que la Capital que en el 80 aparecía como prenda de conquista
para el interior, revertía su control sobre el resto del país. Así, para muchos el centro
dominaba irresistiblemente a la periferia.

Gobernantes y observadores veían en la intervención federal acciones y decisiones que


desnaturalizaban un régimen sólo obligado, por definición constitucional, a recurrir a ella
en casos excepcionales. La cuestión exige comprobar en qué medida la excepción se
transformó, con el correr del tiempo, en un hábito ordinario al servicio del poder central.

La práctica de la Intervención

Entre 1854 y 1880 la aplicación de una medida excepcional como la intervención federal
resultaba paralela al carácter de los conflictos armados. Esta medida cubría con un manto
jurídico la marcha de los ejércitos que buscaban imponer su concepción del orden y de la
integridad territorial. La intervención federal sirvió, en la mayoría de los casos, como uno
de los tantos instrumentos que justificaron la voluntad de constituir una unidad política.
A partir de 1880, la intervención federal representará un papel diferente. Persistirá como
instrumento de control pero cambiará la naturaleza de su objeto; antes se engarzaba en los
conflictos territoriales, ahora seguirá los dictados de gobiernos que buscaban controlar las
oposiciones emergentes dentro y fuera del régimen institucional. Por un lado la lucha para
fundar una unidad política; por el otro, conservar un régimen.

Entre 1880 y 1916 la aplicación menos intensa de la intervención federal corrió paralela
con la importancia creciente del Congreso Nac como fuente legislativa que la sancionó.

Desde Roca hasta V de la Plaza, todos los presidentes hicieron uso de este instrumento. Sin
embargo la intensidad de su uso fue variando de presidente en presidente. Durante los 10 1°
años (Roca y Juarez Celman) la intensidad fue baja, pero subió en el curso de la presidencia
de C Pellegrini y alcanzó el pico más alto cuando Luis Sáenz Peña ejerció la 1°
magistratura. Ambos mandatos cubrieron el ciclo revolucionario que se inició en 1890 y
finalizó en torno de los años 1894/95.

13 de las 14 provs fueron intervenidas por lo menos en una oportunidad:

 Las más protegidas fueron Salta, Cba, Jujuy y Sn Juan. Salta fue la única prov no
intervenida y las otras lo fueron sólo una vez.
 Fueron intervenidas en 2 y 3 oportunidades: ER, Mendoza, Sta Fe, La Rioja y
Tucumán.
 Provs intervenidas entre 4 y 6 veces: BA, Sgo del Estero, Corrientes, Catamarca y
San Luis.
En las provs castigadas quedan incluidas 2 provs llamadas de oposición repetida a
propósito de su comportamiento en las Juntas de Electores: BA y Corrientes; y otras 2 que
integraron la coalición de provs de apoyo permanente cuyos electores votaron siempre al
candidato oficial: Catamarca y San Luis.

El origen de las intervenciones es claro: sobrevinieron, por lo gral, cuando en determinadas


provs se manifestó una situación de conflicto ante la cual el Gobierno Federal volcó su
poder e influencia para apoyar a las autoridades constituidas, o bien a las oposiciones
emergentes.

El hecho del requerimiento permite rastrear dónde radica la iniciativa de la intervención,


distinguiendo 2 ámbitos precisos:

 la prov que por medio del requerimiento reclama la intervención


 el gobierno federal que interviene de oficio
Dejando de lado la circunstancia de invasión externa o interna, menos significativa en este
período que en el anterior 1854/80, la sedición y la garantía de la forma republicana de
gobierno resultan ser los criterios básicos para orientar una adecuada comprensión de los
procesos intervencionistas. En muchas circunstancias las intervenciones lidiaron con
situaciones provocadas por divergencias entre las autoridades locales, con conflictos de
poderes (entre la legislatura y el gobernador que podían culminar en juicio político) o con
vicios imputados a los actos electorales. En otras, el Gobierno Federal buscó pretextos o
alentó movimientos opositores en las provs que luego protegería mediante la intervención.

A riesgo de generalizar, las intervenciones acaecidas a partir de 1880 tuvieron 3 tipos de


consecuencias: apoyaron a las autoridades constituidas, favorecieron a los grupos
opositores comprometidos en el conflicto e instalaron nuevas autoridades a propósito de un
conflicto en donde la intervención no satisfizo al gobierno prov ni a los adversarios “que
principalmente lo combatían”.

En el 1° caso el Gobierno Federal actúo inspirado por un criterio conservador; en el 2°


tomó parte en un conflicto a favor de los actores que se enfrentaron con las autoridades
provs; en el 3° buscó la distancia de un arbitraje.

Por otra parte, se puede observar que cuando hubo requerimiento, la mayoría de las
intervenciones apoyaron a las autoridades constituidas; en cambio, cuando el gobierno
federal intervino de oficio se invirtió la relación con una diferencia mucho más acentuada.
Y es también en estas intervenciones donde se localizó la acción predominante del gobierno
nac representando el 57,5% del total.

Se observa entonces que el carácter reparador o conservador de la intervención federal


apenas cubrió una parcela limitada. ¿No será posible comprobar, a partir de aquí, un
propósito de control del orden nacional sobre el campo de autonomía reservado a las provs?

Las provs encerraban dentro de sus fronteras un régimen local cristalizado en la figura
hegemónica del gobernador.

Los gobernadores enfrentaron a la oposición. Y estas oposiciones podían alcanzar la


victoria y desplazar a sus ocasionales adversarios gracias a la intervención del Gobierno
Federal. Forma habitual para asegurar la circulación de los notables de provs en el gobierno
local. ¿O acción del poder político nac para conservar su control, sancionar a los díscolos y
promover nuevas alianzas? Si bien los presidentes no podían prescindir de los gobernadores
que implantaban en el territorio las bases de una coalición nacional, éstos, a su vez,
actuaban con la incertidumbre derivada de la crisis interna y de un gobierno central que
tomaba parte en los conflictos. Por un lado, transferencia de poder hacia el sistema nacional
de decisiones desde las posiciones de autoridad afincadas en las provs; por el otro, control
descendente del Gobierno Federal que concentraba y reforzaba aquellos recursos y disponía
de ellos con motivo de la intervención.

Vistas en conjunto las experiencias intervencionistas diseñaban una imagen radial: un


centro emitía decisiones imperativas hacia una pluralidad de puntos localizados en la
periferia. Ese centro tenía un carácter político y espacial; representaba al poder nac y estaba
instalado en la ciudad de BA. Pero los presidentes, pese a su carácter dominante, no
obraron solos. La CN establecía que “5 ministros-secretarios tendrán a su cargo el despacho
de negocios de la Nación”, y una reforma posterior, en 1898, aumentó ese n° a 8. Ministros
que refrendaban y legalizaban los actos del presidente por medio de su firma sin cuyo
requisito carecían de eficacia, ¿cuál fue su origen? ¿de dónde provinieron?

BA en el Gabinete Nacional

Por ciudad hegemónica se entiende a la sede del Poder Ejecutivo Nac.: BA, la capital de la
República desde 1880. Región hegemónica, en cambio, será la capital y la prov donde
aquélla está instalada. La prov de BA se constituye así en una unidad directamente
vinculada con la capital en términos políticos, económicos y sociales. Esta hipótesis
subrayaría una progresiva fusión histórica entre la ciudad-capital y la prov de BA que
desmentiría el proyecto del 80, consistente en separar una de la otra.

De los 9 presidentes que se sucedieron entre 1880 y 1916, 4 tuvieron origen bonaerense y 5
provinieron del interior. Los 12 años que sumaron las dos presidencias de Roca junto con
las otras acentuaron el predominio del interior. ¿Cuál es el real significado del lugar de
origen?

Los ministros de origen bonaerense sumaron 52 y los pertenecientes al resto del país, 50;
en términos porcentuales 51% contra 49%. A 1° vista, una relación de equilibrio que
demanda, por lo menos, 3 precisiones complementarias.

A_ con respecto a la distribución por prov de los 50 ministros de origen no bonaerense:


todas las provs estuvieron representadas a excepción de Jujuy y de Sgo del Estero. La prov
que reunió más ministros fue Salta, esto es importante en tanto que Salta fue una de las
únicas provs no intervenidas. ¿Estabilidad oligárquica del sistema político salteño, un
distrito de apoyo permanente que no sufrió el impacto de la intervención y que acarreó
recursos para el poder nacional en las figuras de 2 presidentes y 11 ministros?

Junto con esta prov, hicieron punta Santa Fe, Cba, Mendoza y Tucumán. Las dos 1° junto a
Salta formaron parte de la coalición oficialista; las 2 restantes integraron el núcleo de las
provs de oposición repetida (Tucumán) y de oposición circunstancial (Mendoza).

B_ considerando la participación porcentual de los ministros, de acuerdo con su diferente


origen, por rama de ministerio: las provs marcaron su porcentaje de participación más alto
en el Ministerio del Interior, Justicia, Culto e Instrucción Pública. En el extremo opuesto,
BA trazó las diferencias más fuertes en Relaciones Exteriores y en Obras Públicas, de
Hacienda, Guerra y Marina y Agricultura.

Los ministros provincianos para la política interior; los bonaerenses para el espacio
exterior.
Desde el juicio que propone una escala de valores federalista, no es muy confortable la
posición de los ministros provincianos en tanto y en cuanto, se debe tener en cuenta que el
Ministerio del Interior fue la rama del Poder Ejecutivo que tuvo injerencia directa en los
proyectos de ley y en los decretos que dieron lugar a las intervenciones federales. Esto
significaba ¿control del interior sobre sus provincias desde donde vinieron los gobernantes
desdoblados, esta vez, en celosos agentes del poder nac? ¿O, quizá, revancha de los
antiguos dominados sobre BA en cuyo ámbito prov también se manifestaron los procesos
intervencionistas?

La región hegemónica en su conjunto fue el suelo de origen de la mayoría de los ministros;


éstos sin embargo, amparados por una legitimidad nacional de la que antes carecían,
revertieron el control sobre la misma prov de BA. La región hegemónica producía la clase
gobernante; la prov sufría los efectos del dominio del capitalismo.

Por otro lado, se observa que a mayor participación bonaerense en los gabinetes nacionales,
más alta intensidad intervencionista por presidencias en las provincias.

 LA CLASE GOBERNANTE FRENTE A LA IMPUGNACIÓN


REVOLUCIONARIA
El régimen del 80 se propuso unificar el ámbito político en un sistema nacional de
decisiones. En ese sentido produjo consecuencias inéditas: reivindicó con éxito la
posibilidad de controlar un espacio concebido como un campo de fuerzas sujeto a una
autoridad común; e hizo partícipes a las clases gobernantes locales en un conjunto de
instituciones estables y hasta de reconocido prestigio como el Senado Nacional.
Nacionalización de los grupos dirigentes y control del espacio nacional: entre estos dos
carriles se desplazó la actividad y se localizó el origen de la clase gobernante que tuvo
acceso al ejercicio de la libertad política.

Orden y espacio: la clase gobernante

Las guerras civiles enfrentaron a BA con el Interior. Al fin, luego de las batallas del 80, la
paz fue pactada por una fracción de la clase gobernante de BA, y las clases gobernantes de
la mayoría de las provs del Interior.

Este acuerdo traducía la concepción alberdiana del orden político: la incorporación de los
sistemas de autoridad establecidos en espacios regionales (las provs) a un régimen político
inclusivo organizado en torno de la magistratura presidencial.

El espacio de origen no era la ciudad ni la comuna. Era, más bien, la prov: una región, con
una ciudad por cabecera, que representaba un espacio y una población mayor.

Este fundamento regional de la clase gobernante fue defendido a medida que crecía el
poder presidencial. El régimen del 80 ejerció controles efectivos sobre otros sistemas de
autoridad tradicional de carácter funcional. La Iglesia Católica, por ejemplo, perdió dos
atributos: la educación y la competencia civil del matrimonio religioso.

El sufragio fraude y control electoral

Las sucesivas leyes electorales sancionadas desde los orígenes de la organización nacional,
nunca establecieron un tipo de sufragio, que calificara al elector según su capacidad
económica o cultural, hecho que resulta curioso, si se piensa en lo que se daba en la
realidad. Alberdi había reconocido las virtudes del sufragio censitaire que practicaba la
mayoría de las naciones europeas.

En la realidad, la transmutación del voto popular en voluntad gobernante resultaba de un


complejo proceso donde se confundían varios umbrales de control. Aun así es factible
distinguir etapas donde predominaba la violencia y períodos cuando el uso de la fuerza fue
reemplazado por procedimientos más sutiles como el engaño electoral hecho con malicia a
través del cual los gobiernos perjudicaban a las oposiciones en ciernes y se beneficiaban a
sí mismos. Pero también hubo etapas en las que la violencia y el fraude coexistieron en
tiempo y lugar.

La cuestión del control electoral puede condenarse en 2 tramos descriptivos: el 1° sería un


punto de arranque de una serie de pasos cuyo propósito consistía en gestar el fraude
electoral. Ello exige el estudio de las comisiones empadronadoras, la formación del
registro, el voto colectivo, el comicio doble, el vuelco de los padrones, la repetición del
voto, y la compra de sufragios; momentos tributarios de un segundo tramo de control donde
permanecían instaladas las instancias que juzgaban el producto, es decir, las Asambleas
Legislativas a quienes les competía decidir acerca del proceso electoral.

Hay 3 características del régimen electoral previo a 1912 que es preciso tener en cuenta: el
carácter voluntario del voto, la ausencia del secreto en la expresión del mismo y la
aplicación del principio plurinominal o sufragio de lista. Votaban, entonces, quienes
querían mediante procedimientos que bloqueaban la competencia entre listas cerradas de
candidatos, sin prestar atención a las garantías de intimidad exigibles en esa manifestación
de voluntad.

Como para votar era necesario empadronarse e integrar un registro electoral, allí
comenzaban las escaramuzas. Pellegrini decía: “...los registros electorales, en el 90% de los
casos, se hacen antes del día de la elección, en que los círculos o sus agentes asignan el n°
de votos, designan los elegidos...”. En rigor, las leyes electorales autorizaban a las
Comisiones Empadronadoras para levantar el Registro Electoral. Frente a esto Rivarola
señalaba que: “como la ley deja a las comisiones empadronadoras la facultad de juzgar
quiénes reúnen o no las condiciones requeridas para ser inscriptos, el fraude empieza
ordinariamente por la inscripción indebida y por la omisión de nombres en el registro.”
ciertamente, la designación de los miembros de la comisión era una decisión crucial, en
tanto el control del Registro se constituía en la llave del control del comicio.

Otra decisión crucial era la designación de los escrutadores que presidían las mesas
receptoras de votos.

Durante el comicio podían pasar muchas cosas desde la tradicional violencia hasta los
métodos más pacíficos de la manipulación del voto. Los comités electorales concentraban
en lugares estratégicos a sus adherentes o, en el campo, los paisanos concurrían hacia el
lugar del comicio donde votaban al mismo tiempo lo cual transmutaba la expresión teórica
del voto (la acción singular de un ciudadano). Por otra parte, las boletas, si existían, o las
listas de candidatos se entregaban pocas horas antes o en el momento de votar.

Era posible también que la oposición se disperse, desertando del lugar indicado para votar,
anticipándose a la coacción presumible; la consecuencia de esta diversidad de comicios es
que resultan sufragando un n° de inscriptos mayor al del contenido del padrón porque en el
deseo de superar en n° al adversario, cada partido echaba mano de hombres ausentes,
muertos y vivos. Ante esta pluralidad de comicios, correspondía al juez de la elección
establecer cual ofrece mayores apariencias de legalidad, y esa decisión depende, no de las
cualidades intrínsecas o extrínsecas de las actas, sino del criterio de conveniencia política
que domine en la mayoría de los sentimientos amistosos que dentro de un mismo partido
favorezcan esta o aquella tendencia de este o aquel personaje. Se trataba de los comicios
dobles, que evocaban una situación de competencia electoral no regulada.

Significativos como éstos eran los momentos en que las Juntas escrutadoras volcaban
padrones o los electores repetían su voto. Volcar un padrón o vaciar un registro implicaba
asignar un voto a un ciudadano ausente, o presente si se rompían boletas, de acuerdo con
una decisión previa adoptada por la Junta Escrutadora. El sistema podía reforzarse con la
repetición del voto realizada por electores votantes o golondrinas que sufragaban varias
veces en una misma mesa o, en su defecto, en diferentes mesas de un mismo distrito.

En las postrimerías del régimen, los procedimientos tradicionales fueron reemplazados por
el comercio de libretas de inscripción y la compra directa de votos. Con el voto comprado
se cerró el círculo del fraude electoral.

Pero es menester una instancia que se hallaba en un escalón más alto: el balurdo electoral.
El balurdo electoral eran las actas con las que se clausuraba el comicio. Así existieran actas
de votantes o urnas para depositar la papeleta del sufragio, terminada la elección las
autoridades que presidían las mesas escrutadoras hacían el “recuento de votos y votantes,
certificaban la cantidad al pie del acta y por último proclamaban en forma pública a los
candidatos triunfantes”. Estos documentos se enviaban a las Legislaturas o Juntas
Escrutadoras Provinciales que hacían el escrutinio definitivo, consignaban las denuncias y
protestas acerca de irregularidades y elevaban los resultados a la Cámara de Diputados o al
Congreso Nac si el comicio tenía por objeto designar electores para Presidente y Vice.

Entonces concluía la operación, porque los jueces inapelables de las elecciones eran los
cuerpos legislativos.

Este procedimiento traía como resultado que los cuerpos legislativos producían, en los
hechos, a los representantes cuando verificaban los escrutinios. No existía representante
presumible antes que la elección fuera aprobada, ni tampoco se garantizaba al electo su
derecho para ejercer la defensa en juicio si su elección hubiese sido discutida o impugnada.

Pero la acción de control electoral en las legislaturas podía hacer uso de métodos más
prácticos. En las provs norteñas cuando ganaba la oposición funcionarios oficiaban de
raspadores, suplantando el nombre del electo por el favorecido. A estos legisladores,
Pelagio Luna los llamaba diputados por raspadura.

Por otra parte, la Justicia Federal podía intervenir sólo en casos de fraude vinculados con
las elecciones de diputados nacionales y de electores para presidente y vice. En las
irregularidades en las elecciones municipales, de legisladores y gobernadores provinciales,
actuaban los tribunales de provincia.

Todo lo dicho sobre el fraude y el control del sufragio representa un sistema de gradación o
una escala de gobiernos electores. El gobierno elector controlaba el sufragio: hacía
elecciones y garantizaba la victoria de los candidatos. A este sistema se le atribuyó el
calificativo de fraude burocrático: una red de control electoral descendente que arrancaba
de los cargos de presidente y gobernador hasta llegar, más abajo, a los intendentes y
comisionados municipales, los concejales, los jueces de paz, los comisarios de policía, los
jefes de registro civil o los receptores de rentas. Esta madeja de cargos ejecutivos tenía que
ver con las recompensas y gratificaciones derivadas de la distribución de puestos públicos,
y con la relación de dependencia que se trazó entre el sistema burocrático y el sistema
político.

Entre gobernadores e intendentes parece haberse planteado un vínculo análogo al que


trazaron presidentes y gobernadores. Tampoco parece desacertado incorporar los Jueces de
Paz y los Jefes de Registro Civil a la escala de gobierno electores, debido a la
responsabilidad que éstos tenían en la elaboración del registro electoral, la integración de
las comisiones empadronadoras y la formación de las mesas escrutadoras.

Los gobernantes electores no actuaron solos. Entre el hipotético pueblo elector y los cargos
institucionales que producían el voto, se localizaba, en una franja intermedia, un actor
político, respetado con esmero por los que ocupaban posiciones de poder y acerbadamente
criticado por quienes emprendían el camino d ella oposición o de la crítica moral: el
caudillo electoral.
La presencia del caudillo fue un hech0o innegable y todos los gobernantes dependieron, en
cierta medida, de estos mediadores.

El caudillo desplegaba su acción ofreciendo servicios, pactando acuerdos cambiantes,


haciendo presente su disconformidad mediante la sustracción de sufragios de una lista
cuando sobre venían arreglos previos no del todo satisfactorios. Formas de intercambio en
el mercado electoral, demostrativas de alguna concentración de recursos en actores que
hacían oferta de su capital de votos a una clase gobernante en procura de su demanda, para
imponer el predominio circunstancial de una facción en competencias de dudosa
legitimidad.

La participación electoral

Como los inmigrantes no se nacionalizaban se podría decir que mientras la soc civil se
transformaba, el mercado electoral no sufría cambios análogos. Para Germani la situación
era paradojal: las personas nacidas en el extranjero eran mucho más numerosas que las
nacidas en el país y si se tiene en cuenta la concentración geográfica y por edades, la
proporción de extranjeros en esas categorías que más significado tienen para la vida política
y en las zonas “centrales” alcanzaba entre el 50% y el 70%.

Entre 1880 y 1906 el n° de ciudadanos, que hipotéticamente se acercaron a los comicios, se


multiplico por 5 y durante los 30 años se advierten ciertas pautas de participación que
traducen para cada década un mercado electoral estable.

La participación electoral en la prov de BA circulaba a través de una doble vía mediante la


coexistencia simultánea de comicios cerrados y abiertos, según fuera el objeto nac o prov
de la elección.

La participación electoral variaba en los distintos departamentos siguiendo una lógica


inversa al tamaño poblacional, es decir que a más población menor participación, y a la
inversa, a menor población mayor participación electoral.

La pregunta es porque la participación era más numerosa en los departamentos poco


poblados y la respuesta se debe encontrar en que el papel de los mediadores, de los
caudillos que volcaban padrones, de los comités que organizaban la repetición del voto, al
fin de cuentas del control que una red caciquil bien instalada podría ejercer con resuelta
efectividad sobre pequeñas poblaciones, quizá dispersas dentro de los límites
departamentales.

Así la clase gobernante practicaba elecciones. Sus miembros se enfrentaban y dividían


entre la recriminación y el conflicto. Pese a ello se aferraban a ciertos ritos formales,
conservaban la fachada y seguían produciendo el sufragio, un sufragio cargado de errores y
de imperfecciones.
J.SURIANO

EL ANARQUISMO

LA ORGANIZACIÓN Y LA DIFUSIÓN DE LAS IDEAS ANARQUISTAS

Para un movimiento como el anarquista de carácter individualista que despreciaba y se


oponía a la organización partidaria, los grupos, círculos culturales y centros de estudio se
convirtieron en las instituciones equivalentes pero diferentes, a la estructura organizativa
del PS.

El círculo era, en 1° lugar, un ámbito solidario en donde se organizaba la ayuda a los


camaradas presos o enfermos y a sus familias, a los deportados, a los trabajadores en
huelga; asimismo era el motor de la ayuda económica a las escuelas libres y a los
periódicos. Actuaba como un espacio de formación de activistas a la vez que concientizador
y adoctrinador de los trabajadores. En conclusión, este espacio pretendía brindar los
elementos de educación, bienestar y esparcimiento sano de los trabajadores.

Los círculos anarquistas comenzaron su actividad hacia fines de 1880 y hacia fines de siglo
el movimiento alcanzaba su maduración política y los círculos se convirtieron en centros
políticos y culturales con una propuesta integral que abarcaba todos los aspectos de la vida
social y pretendía ser un modelo cultural alternativo. Entonces, desde el círculo intentaban
generar (y practicar) una cultura y una sociabilidad política alternativas, aun cuando
muchas de sus propuestas eran compartidas por otras corrientes políticas e ideológicas de la
sociedad arg finisecular.

Entre 1898 y fines de 1902, momento en que se sancionó la Ley de Residencia y se aplicó
el estado de sitio, se produjo en forma simultánea el desarrollo del conflicto social un
significativo crecimiento y auge de las actividades de los grupos y círculos. Una vez
atenuada la oleada represiva de fines de 1902, las actividades de los grupos y círculos se
expandieron ingresando el movimiento a su etapa de madurez.

El ritmo ascendente de la actividad de los círculos alcanzó su punto más importante en


1904. La mayoría se concentraba en zonas habitadas por trabajadores. Pero, si bien, todos
esos círculos desarrollaron una intensa actividad, la misma fue bastante irregular:
funcionaban 2, 3 o 4 meses realizando una febril labor para desaparecer sin dejar rastros,
mientras sus activistas se reagrupaban y encaraban la formación de nuevos grupos o se
sumaban a los ya existentes.

A pesar del crecimiento de la actividad anarquista, sus miembros más lúcidos percibieron la
dificultad para acumular fuerzas en el caos organizativo en que estaban sumergidos. Fue la
fuerte tendencia individualista presente en la mayoría de los anarquistas la que impidió
cualquier posibilidad de federación o unión.

A pesar de los fracasos, la actividad de los círculos siguió en aumento hasta que el gobierno
nacional implementó la dura represión de 1910. La nueva Ley de Defensa Social y la
aplicación del estado de sitio brindaron el marco legal para amordazar a la prensa, cerrar
locales, así como encarcelar y deportar activistas. En este contexto, la actividad de los
círculos cesó casi por completo durante un par de años y cuando comenzó a normalizarse, a
comienzos de 1912, su dinamismo estaba muy lejos de ser exhibido antes del Centenario.

EL ANARQUISMO EN LOS SINDICATOS

Se pueden distinguir dos etapas en la historia de vinculación del anarquismo con el


movimiento obrero:

1. la protoorganización sindical
Al despuntar los años 80, los 1° pasos organizativos de los anarquistas entre los
trabajadores se limitaron a la acción de pequeños grupos que se nucleaban por afinidades
nacionales y doctrinarias. La mayoría de esos grupos se limitó al estudio y a la discusión,
sin preocuparse por la organización de los trabajadores en tanto casi todos eran
individualistas antiorganizadores.

Los individualistas impusieron su voluntad de no trabajar en los gremios e incluso militaron


activamente en sentido contrario a los intentos organizativos de los socialistas. Predominó
así una tendencia a la dispersión y a los agrupamientos sólo por la afinidad ideológica.

No obstante el predominio antiorganizador en las filas libertarias al comienzo de la década


de 1890, algunos gremios se hallaban influenciados por ellos.

La resistencia a la organización comenzó a quebrarse a mediados de la década del 90, tanto


por una tendencia espontánea como por la influencia del Congreso Anarquista de Nantes,
que estableció las bases de una nueva etapa de cooperación con el movimiento obrero. De
este modo apareció en Arg la tendencia organizacionista, cuyo núcleo difusor sería el
periódico La Protesta Humana, editado a partir de 1897.

La pobreza y la explotación no eran elementos suficientes para provocar la rebelión de los


oprimidos, había que organizarlos y ayudarlos a tomar conciencia de esa opresión y
explotación.

Los 2 o 3 últimos años del siglo, coincidentemente con el crecimiento del conflicto social,
fueron testigos de cierto predominio de los anarquistas entre albañiles, cigarreros,
panaderos, etc. este predominio se hizo más evidente después de la aplicación de la Ley de
Conversión, que repercutió negativamente en los salarios obreros debido al encarecimiento
de los artículos de 1° necesidad. Los libertarios, junto con los socialistas, impulsaron e
implementaron huelgas y movilizaciones obreras contra la política monetaria oficial.

En conclusión, fue una fase caracterizada por el predominio de las tendencias


individualistas, contrarias a la organización y el acercamiento al mundo laboral fue
esporádico y desordenado.

2. el anarquismo maduro
Al despuntar el s. XX se hizo evidente la cuestión social obrera para buena parte de la
sociedad local; la acción y la constante denuncia de los anarquistas (y socialistas)
desempeñaron un papel central y sentaron las bases de la lucha por los derechos civiles y
sociales de los trabajadores arg.

Para este momento, sin perder la impronta individualistas, la mayoría del movimiento
libertario aceptaba la organización gremial e impulsaba la huelga como principal
herramienta de lucha de los trabajadores. Además de su influencia sobre gremios
relativamente pequeños y de carácter artesanal, comenzaron a predominar entre importantes
sociedades obreras como los portuarios, marineros, conductores de carros y peones del
Mercado de Frutos.

Pero el hecho más relevante fue la activa participación en 1901 (junto a los socialistas) en
la creación de la Federación Obrera Arg (FOA), que en un comienzo nucleó alrededor de
30 organizaciones obreras de diversas regiones del país. La FOA estableció que la huelga
gral sería la ppal arma de lucha contra la patronal y entre sus ppales reivindicaciones
figuraba la lucha contra las agencias de colocación y el establecimiento de bolsas de
trabajo, la abolición del trabajo nocturno, del trabajo a destajo, el antimilitarismo y la
educación obrera.

Sin embargo, la unidad del movimiento duraría poco, en 1902 los socialistas, que eran
minoría y mantenían fuertes diferencias con los libertarios, abandonaron la federación y
organizaron otra bajo su influencia. De aquí a 1910 los anarquistas hegemonizarían la FOA.

A mediados de 1902 se profundizó la organización gremial al conformarse la Federación


Nacional de Obreros Portuarios bajo el influjo de los militantes portuarios.

En noviembre de 1902 la FOA declaró la huelga gral en solidaridad con los obreros
portuarios. El conflicto se agravó porque el conflicto se trasladó a los barrios de mayor
concentración obrera.

El gobierno, alarmado por el agravamiento del conflicto que repercutía negativamente en la


economía agroexportadora, sancionó en 1902 el estado de sitio y la Ley de Residencia. Si
por la 1° medida el Estado podía encarcelar a los militantes y cerrar locales y diarios
obreros, por la 2° se arrogaba la capacidad de expulsar a todo extranjero sospechoso de
impulsar huelgas y actividades consideradas subversivas. La eficaz represión amparada en
estas medidas ahogó el movimiento huelguístico y debilitó la capacidad movilizadora del
movimiento anarquista.

A pesar de la represión, durante estos años la influencia libertaria entre los trabajadores
aumentó, gozando de mayor predicamento que el socialismo. Sin embargo, de esta fortaleza
y de la propia concepción doctrinaria se derivó una actitud sectaria y aislacionista que sería,
unos años más tarde, contraproducente para el anarquismo.

El paso más importante en la sectarización anarquista se produjo en 1905 en el congreso de


la FORA al dotar a la federación de una clara orientación ideológica. En efecto se aprobó la
“necesidad de propagar el comunismo anárquico como base de la organización obrera”. Si
bien esta actitud apuntaba a superar la mera reivindicación economicista, implicaba la
imposibilidad de lograr la adhesión de gremios independientes o de otra orientación
ideológica y de unirse con otras federaciones como la Unión Gremial de Trabajadores de
orientación socialista.

Más allá de la decisión de marchar solos, de la represión y de la peligrosa competencia de


la tendencia sindicalista, puede afirmarse que el anarquismo fue la corriente ideológica de
mayor predicamento entre los trabajadores, al menos hasta 1910. Este predominio se notaba
menos en la cantidad de sociedades obreras orientadas por ellos, que en la lucha
huelguística y en la movilización callejera.

A partir de 1910 ese predominio se derrumbó. La fuerte represión desatada por el gobierno
para prevenir incidentes durante las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo
golpeó duramente al anarquismo en su conjunto y a su acción gremial en particular.

Durante 2 años debieron funcionar en la clandestinidad y cuando la situación se normalizó,


hacia 1912, el peso del anarquismo en el movimiento obrero ya no era el de antes.

No obstante, la conducción anarquista de la FORA decidió mantener el purismo ideológico


y rechazó una nueva propuesta de fusión hecha por la Confederación Obrera controlada por
el sindicalismo. Aun así, en 1915 la fusión se produjo y en estas circunstancias, los
anarquistas perdieron la mayoría y los sindicalistas lograron derogar la declaración del V
Congreso que imponía la adhesión al comunismo anárquico como condición de pertenencia
a la Federación.

Días después gremios liderados por el anarquismo resolvió desconocer dicha declaración, y
a partir de allí el movimiento obrero quedó dividido en la FORA del V Congreso, de
orientación libertaria, y la FORA del IX Congreso, con hegemonía sindicalista. Desde ese
momento se profundizó el declive del movimiento libertario iniciado en el Centenario.

EL ANARQUISMO Y LA POLÍTICA REPRESENTATIVA


Los anarquistas, a diferencia de los socialistas, se opusieron a nuclearse orgánicamente en
partidos. Pretendían organizar la propaganda, tratando de conciliar dos principios casi
antagónicos como la creación de instrumentos asociativos eficaces en el aspecto político y,
simultáneamente, el respeto por la libertad individual de sus asociados. Encararon la
propaganda doctrinaria con la desventaja que suponía la ausencia de una estructura
directiva partidaria. Esta postura era una consecuencia de la negación de la noción de
Estado, no sólo de su existencia y la de sus manifestaciones como la legislación, la patria,
el Ejército, sino también de las prácticas electorales que lo sustentaban. Desde este punto de
vista se autoexcluyeron voluntariamente de un sistema que, aunque restrictivo y
fraudulento, comenzaba a convertir lentamente a los habitantes en ciudadanos.

El anarquismo presionado por la urgencia revolucionaria postulaba otras formas de hacer


política como la huelga gral y la propaganda por el hecho.

Uno de los pocos puntos en donde todos los grupos libertarios estaban de acuerdo era la
defensa de la idea de vivir en anarquía y sin gobierno. Además combatieron a ciertos
elementos básicos del Estado como la ley, la patria y el Ejército.

Al respecto, durante la 1° década del s. XX los anarquistas se enfrentaron a los 1° pasos de


la acción parlamentaria referida a la cuestión obrera. Y se opusieron tanto a la sanción de
leyes integradoras (leyes de protección laboral) como represoras (Residencia o Defensa
Social). La negación tajante ante la ley (y del Estado) implicaba problemas irresolubles
para sus prácticas políticas. Los anarquistas, que habían luchado por la obtención de la
jornada de 8 horas o el mejoramiento de las condiciones de trabajo, no aceptaban su
cristalización en forma de ley.

También criticaban la idea de patria porque con ella el Estado se autootorgaba sentido e
identidad y construía fronteras nacionales que desviaban los intereses de las masas de
oprimidos hacia sus iguales de otras naciones.

La oposición a la idea de patria se corporizó en su lucha contra el Ejército, especialmente a


partir de la sanción de la Ley de Servicio Militar Obligatorio en 1901. Esta oposición no se
refería solo a una cuestión de defensa de la frontera nacional sino también a la
intencionalidad de convertir al Ejército en una escuela de formación moral y cívica de la
juventud.

El anarquismo se caracterizaba a sí mismo como antipolítico pero no renegaban de la


acción política sino de las prácticas políticas representativas vinculadas con el
parlamentarismo y el electoralismo. Su acción política estaba orientada a destruir el Estado
e imponer un orden diferente, basado en la federación de comunas independientes y
autónomas.
La raíz de esta impugnación radicaba en que la política parlamentaria era un acto de
delegación por el cual los individuos encomendaban sus necesidades y reivindicaciones a
otros. En ese acto de representación política, el representado perdía su libertad política;
pero para los anarquistas la libertad era una condición absolutamente indelegable.

El problema de la representación política se hallaba encadenado al sistema electoral que, a


juicio de los libertarios, atraía a las masas y las alejaba del sendero revolucionario.

Por otra parte, tenían como ppal punto de ataque al socialismo debido a que interpelaba al
mismo tipo de público; aunque la participación electoral obrera era escasa. Los anarquistas
temían la propaganda electoral socialista y no la aceptaban pasivamente. Por ello en
numerosas ocasiones irrumpían en los actos proselitistas socialistas y provocaban disturbios
con objeto de dispersarlos.

Si hasta 1904 prestaron escasa atención a las elecciones, en 1906 revirtieron esa actitud y
comenzaron a llamar a los trabajadores a la abstención. Este súbito interés se debió
seguramente a la elección socialista de Alfredo Palacios y al incremento del 50% de
electores en 1904 con respecto a los comicios de 1902. De todas formas a los anarquistas
no les preocupaba tanto la cantidad de votos como la actitud de los sectores populares que
lo hacían, a quienes veían arrastrados al acto electoral por el clientelismo y los favores
otorgados a los electores.

Fue con la ampliación del régimen electoral mediante la Ley Sáenz Peña en 1912 que se
produjeron los cambios que el movimiento libertario no pudo superar. La ampliación del
sistema electoral convertiría en ciudadanos en buena parte de los trabajadores y empezó a
cambiar el tipo de demanda de éstos, así como los propios estilos de interpelación de los
partidos políticos. A pesar de esto el anarquismo local no modificó su postura ante el
régimen electoral y el sistema representativo, y años después de la elección de Yrigoyen
seguía descartando las formas de hacer política electoral con los mismos argumentos
utilizados durante la 1° década del siglo. Seguramente esta inflexibilidad política haya sido
uno de los motivos principales de la decadencia anarquista.

R.FALCÓN

Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899)

CAPÍTULO 1

Inmigrantes, artesanos, mutuales y socialismo (1857-1879)

A partir de la 2° mitad de la década de 1850 comienza a consolidarse una capa de


trabajadores urbanos de carácter predominantemente artesanal y de origen mayormente
inmigratorio, que se concentra particularmente en la ciudad de Buenos Aires y en el
Litoral. Esta será la base social sobre la que aparecerán las primeras expresiones de
organización autónoma de los trabajadores a través de la formación de asociaciones
mutuales estructuradas por oficios y del surgimiento de la literatura socialista. En estas
manifestaciones se encuentran los más remotos orígenes del moderno movimiento obrero
argentino.

Las transformaciones capitalistas, producto de la apertura al mercado europeo con


productos agropecuarios (proceso en el que la lana juega un papel principal), derivaron en
la conformación de una capa de trabajadores urbanos, como así también en la conversión
del gaucho en obrero agrícola, el alambrado de los campos, la agricultura complementaria a
la cría de ovejas, el nacimiento de industria subsidiaria a la actividad agropecuaria, y el
inicio de una inmigración masiva de trabajadores europeos para atender las nuevas
necesidades en el dominio de la agricultura y del artesanado. Sin embargo, los obreros y
artesanos de proveniencia europea no fueron el único tipo de trabajadores sino que
encontramos además, trabajadores manuales negros en Bs As y en el interior del país
trabajadores agrícolas o de las industrias artesanales precapitalistas, generalmente mestizos
o indios. Sin embargo ninguno de estos dos sectores tendrá las condiciones necesarias para
producir formas autónomas de organización, aunque por razones diferentes.

En los 1° años de los 70, La Juventud, representaba la tendencia más radicalizada de la


comunidad negra, utilizando a veces un lenguaje de inspiración socialista o marxista y
reivindicando los derechos de los trabajadores negros. Sin embargo, el desplazamiento de
los negros de las actividades productivas hacia los sectores de servicios y empleos públicos,
que dará origen también a una clase media negra, impedirá que los trabajadores negros
desempeñen un papel directo en el surgimiento del movimiento obrero.

Por su parte, los trabajadores rurales del interior del país no tendrán tampoco expresiones
organizativas propias. Su incorporación al movimiento obrero se comenzará a producir
recién a fines de siglo y como una extensión de la actividad y la propaganda de las
organizaciones sindicales y políticas obreras generadas en el medio inmigrante y urbano.

Las condiciones semiserviles o de trabajo doméstico en las industrias pre-capitalistas del


noroeste o d elos peones rurales en las estancias pampeanas, que trabajaban muchas veces
por su simple manutención, no permitirán el surgimiento de acciones laborales
reivindicativas colectivas.

La inmigración

El vacío demográfico heredado de la estructura agroganadera del período colonial, obliga a


recurrir a la inmigración para cubrir la necesidad de mano de obra (agricultura e industria)
y para cumplir el proyecto global de “gobernar y poblar”.
Los primeros intentos de fomento de la inmigración se dieron desde 1853, pero la ausencia
de una infraestructura real de acogida de los inmigrantes hacía que las medidas tomadas
por el gobierno tuvieran poca efectividad práctica. Un paso adelante se dio en 1857 cuando
se instaló un edificio para alojar a los inmigrantes sin recursos y se constituyó la
Asociación Filantrópica de Inmigración que celebraba contratos con agentes europeos. En
1862 una ley autorizaba al Poder Ejecutivo a hacer contratos para la venida de inmigrantes
a los cuales se les concederían un lote de tierra por familia.

Finalmente en 1876 es sancionada la posteriormente llamada Ley de Inmigración que


consideraba inmigrante a todo extranjero menor de 60 años que llegara al país para
establecerse en calidad de obrero, artesano, industrial, agricultor o educador. Se establece
que los inmigrantes serían alojados y alimentados durante los primeros cinco días
posteriores a su arribo, su colocación en un trabajo, su transporte gratuito hasta el lugar
definitivo de residencia y se les concedía franquicia para la introducción de objetos
personales y herramientas profesionales. Además la ley establecía la creación de un
Departamento General de Inmigración dependiente del Ministerio del Interior y autorizaba
al gobierno a nombrar agentes en Europa y reglamentaba la colonización y concesión de
tierras en lotes.

El ritmo de la inmigración es en gral ascendente en todo el período hasta 1875. Los


momentos de disminución de las llegadas fueron coyunturales debido a epidemias,
disturbios políticos y las consecuencias locales de la crisis económica mundial.

Los inmigrantes presentaron una preferencia por instalarse en el Litoral (revelado por las
cifras censales), y en lo que concierne a la nacionalidad de origen, entre 1857/79, los
italianos configuran una amplia mayoría, seguidos por los españoles y los franceses.

El gran proceso de emigración europea comienza aproximadamente a partir de 1830.


Durante los 1° 30 años la gran mayoría de los que dejan el continente europeo provienen de
la región Noroeste. En la década del 70 la tendencia comienza a invertirse. Posteriormente
la tendencia se consolidará, siendo la mayoría de los emigrantes europeos originarios del
Sudeste.

Esto es importante en tanto y en cuanto, es posible identificarse la región de proveniencia


con un tipo de inmigrante. Los inmigrantes del Noroeste europeo son obreros con algún
grado de calificación, de instrucción y hasta a veces dotados de un pequeño capital. Se trata
de trabajadores expulsados por el exceso de mano de obra que creaban los procesos de
industrialización y modernización en el Noroeste o campesinos que habían ejercido formas
relativamente avanzadas de agricultura. Por el contrario los que vienen del Sudeste son
gralmente campesinos pobres originarios de las zonas más atrasadas de Europa.

Las estadísticas revelan una mayoría de hombres y el predominio de los adultos sobre los
menores de 14 años en el conjunto de la inmigración. Hasta cierto punto, la mayor
presencia de inmigrantes de sexo femenino, tanto adultos como niñas, puede relacionarse
con la colonización agrícola.

Durante los años 60 y comienzos de los 70, gran parte de los esfuerzos gubernamentales,
gran parte de los esfuerzos gubernamentales respecto a la inmigración se dirigían hacia el
fomento de la colonización agrícola. No obstante, la supervivencia de la estructura
latifundista vedará el acceso a la propiedad de la tierra de la mayoría de los inmigrantes
agrícolas. Por su parte Bs. As. quedará prácticamente excluida del proceso de colonización
agrícola, debido al predominio de la ganadería.

En síntesis, en momentos en que comienza a formarse una capa de trabajadores manuales


de la cual saldrán las 1° manifestaciones del movimiento obrero en ciernes, la inmigración
se componía de campesinos y obreros, con una alta proporción de varones y adultos,
originaria predominantemente de Italia, España y Francia, con una cuota de inmigrantes
provenientes de las regiones más modernizadas.

Los trabajadores

En 1855, en la ciudad de Bs. As. en la época en que el proceso inmigratorio comienza a


hacerse antiguo y también cuando aparecen las 1° organizaciones mutualistas de los
trabajadores, había un total de 1.265 “establecimientos industriales”. Se trataba en
realidad en la mayoría de los casos de talleres artesanales con escaso personal y un bajo
grado de tecnificación.

Los principales rubros que ocupaban un porcentaje importante de ese total eran los de
“Alimentación”, “Vestido y Tocador”, “Construcción”.

Dentro del sector 3°, nos encontramos con 3139 establecimientos comerciales de los cuales
más de la mitad entraban en el rubro “Alimentación y alojamiento”.

En los alrededores de la ciudad de BA, se fue formando un cordón de talleres trabajando


para el consumo y para las incipientes industrias subsidiarias de la actividad agropecuaria.

La concentración de la mano de obra por establecimiento es baja: la media era de 6,3


trabajadores por establecimiento.

Por otra parte, una proporción importante del conjunto de la mano de obra existente antes
de 1880, está sujeta aún a condiciones de explotación pre-capitalistas. Dorfman señala que
en 1853 en casi todos los salarios se incluye la manutención del obrero. En muchos casos
los salarios eran sólo nominales.

Además, tanto en el interior como entre los artesanos de la ciudad de BA, era necesario
poseer un juego de herramientas para ejercer la mayoría de los oficios que requerían un
mínimo de calificación.
Pero en el caso de los artesanos y asalariados de la ciudad de BA, en los años 60 y 70,
poseer herramientas propias era una posibilidad de ascenso social. La inexistencia de una
estructura industrial facilitaba que muchos de esos trabajadores se convirtieran en pequeños
propietarios.

Aun cuando no se transformaran en propietarios, el poseer sus propias herramientas y la


incesante demanda de mano de obra, permitía a los trabajadores obtener importantes
concesiones de sus empleadores.

En esos años, todavía la preocupación gubernamental y de las élites dirigentes del país, se
centraba en atraer mano de obra calificada tanto para la agricultura como para las
actividades artesanales. En ese sentido, se fomentaba la inmigración de las regiones más
industrializadas. Posteriormente, esta preocupación desaparecerá, dejándose librado el
curso de la inmigración al flujo espontáneo, cuando sólo interesará tener mano de obra
barata.

Mutuales y socialismo

De esa capa de artesanos surgen las 1° tentativas de organización autónoma de los


trabajadores. Son las asociaciones mutuales, que se estructuran sobre la base de oficios y
tienen gralmente por objetivos el auxilio recíproco entre sus miembros y la defensa de la
profesión.

La 1° de estas organizaciones fue la Sociedad Tipográfica Bonaerense, fundada en 1857.


No obstante la ´presencia de una acción de reivindicación salarial, todo indica que se
trataba de una entidad con rasgos predominantemente mutualistas. Sin embargo, este
carácter mutualista no obstaculizará que en ciertas ocasiones tuvo planteos reivindicativos
referidos a salarios y condiciones de trabajo y que incluso sus dirigentes formulen algún
tipo de propaganda de corte político.

No obstante su carácter predominantemente mutualista, estas organizaciones constituyeron


un paso adelante en el embrionario proceso de constitución de organizaciones obreras. El
hecho de que se constituyeran sobre una base corporativa, sobre profesiones, las
diferenciaba de las asociaciones constituidas sobre bases de nacionalidad de origen.

Las asociaciones basadas en comunidades extranjeras proclamaban también principios


mutualistas. Éstas constituían un punto de referencia importante para los recién llegados.
Vincularse con sus connacionales significaba para el inmigrado romper con el aislamiento y
la posibilidad de acceder más rápidamente a un alojamiento y la posibilidad de acceder más
rápidamente a un trabajo. La solidaridad entre compatriotas contaba más que la
solidaridad social entre miembros de una misma clase social.

Pero, en gral, directa o indirectamente la acción de estas asociaciones no carecía de


objetivos políticos. Casi siempre los núcleos dirigentes eran sectores liberales burgueses
que se interesaban por vincular a los nuevos arribados a acciones políticas, vinculadas tanto
a sus países de origen como a las luchas internas arg.

En cambio, en las asociaciones mutuales por oficio, los inmigrantes se agrupan como
obreros, rompiendo la influencia de su condición extranjera. El papel desempeñado por
estas asociaciones no fue solamente el de contribuir a una conciencia de clase sino también
en alguna medida a la “integración” del inmigrante a la sociedad.

A pesar de las ambigüedades que estas asociaciones presentaban, constituyeron un 1°


elemento de diferenciación de clase respecto a la masa de inmigrantes que se definía
objetivamente como extranjeros. Es cierto, de todas maneras, que la dualidad obreros-
extranjeros persistiría, reflejando las peculiaridades, complejidades e imbricaciones que
tendría en Arg el casi paralelo proceso de constitución de la clase obrera y de la identidad
nacional.

Frecuentemente estas organizaciones mutualistas se convertirán en “Sociedades de


Resistencia”, en otros conservarán, incluso a veces hasta la década del 90, un carácter
ambiguo entre mutualista y sindicalista.

Tipógrafos

Los tipógrafos ejercieron un papel de vanguardia en todo este período, lo cual se explica
por diversas circunstancias.

1. Por las características mismas del oficio que supone un cierto grado de instrucción;
2. Era un gremio relativamente numeroso;
3. Su oficio los familiarizaba en el arte de editar una prensa obrera;
4. Su condición de argentinos facilitaba su organización corporativa, en la medida en
que no estaban sujetos a las presiones que las comunidades por nacionalidades y la
condición de extranjeros ejercían sobre los otros inmigrantes.
De todas maneras, el papel de vanguardia de los tipógrafos tiene características casi
universales. También en América del Sur, este gremio desempeñó papeles importantes en la
constitución del movimiento obrero de algunos países.

Su pensamiento político se caracterizaba por un socialismo reformista no influido en el


fondo, todavía, por el marxismo o el anarquismo. Documentos de fines de los 60 permiten
observar una temática común: la idea de una revolución pacífica; de una sociedad que
garantice una existencia digna al trabajador, al tiempo que limite los excesos de los ricos y
la necesidad de una acción reformista previa a través de una legislación protectora de los
trabajadores.

CAPÍTULO 3

Formación del proletariado


La formación de la clase obrera está condicionada por la circunstancia que la
transformación capitalista del país se hace en función de los requerimientos del mercado
mundial y de la evolución del capitalismo europeo e internacional.

Así como la producción lanera y su incorporación al volumen total de las exportaciones


argentinas había implicado el nacimiento de una capa de artesanos urbanos, ahora serán
los cereales y las carnes que originarán una evolución que contribuirá a la transformación
de estos artesanos y primeros obreros en una mayoría de asalariados sometida a la
moderna explotación capitalista.

En todo este período hay una importante evolución del comercio exterior. El incremento de
las exportaciones agrícolas implicó una serie de transformaciones fundamentales: el área
sembrada con trigo crece, la actividad ganadera progresa pero más lentamente. Los
productos tradicionales (lana, tasajo, cuero) siguen ocupando un lugar importante en las
exportaciones. Paralelamente se desarrolla una industria subsidiaria. Uno de los sectores
claves de esa expansión fue el de transporte y comunicaciones en gral: ferrocarriles,
transporte fluvial. A su vez, en poco tiempo, se crea una importante red bancaria y
financiera y afluyen los capitales extranjeros, particularmente ingleses.

Indirectamente, estas transformaciones favorecerán un cierto desarrollo de la industria. Por


un lado la expansión del ferrocarril permitirá la evolución de algunas industrias de
transformación de materias primas del interior. Por otro lado, surgirán o se fortalecerán
ciertas industrias subsidiarias de la exportación agropecuaria y se multiplicarán los talleres
que producían para el consumo local. No obstante el crecimiento industrial quedará
subordinado a las características de un capitalismo de base fundamentalmente agraria y
exportadora.

Vinculado a estas transformaciones, aparece el proceso de centralización del Estado y de un


conjunto de reformas políticas. Bajo la hegemonía de la burguesía agraria y comercial de
Buenos Aires se concreta una alianza con algunas de las oligarquías provinciales que
permite constituir un Estado centralizado y centralizador.

La consolidación del Ejército nacional en detrimento de las guardias provinciales, las


llamadas campañas del desierto que permiten incorporar cuantiosas tierras a la producción
y la laicización del Estado, son algunas de las más importantes tareas políticas del período.

El limitado, pero efectivo, desarrollo de la industria, las obras que se desprenden del
acelerado proceso de urbanización en el Litoral y el conjunto de transformaciones en las
comunicaciones, absorberán una cuota importante de la mano de obra extranjera. Si los
extranjeros serán mayoritarios en los sectores de la producción más vinculados con el
proceso de modernización, los trabajadores nativos ocuparán un lugar importante en el
interior.
La inmigración masiva

La subvención estatal de los pasajes de ultramar, la incesante demanda de mano de obra, la


expansión de lka agricultura, la propaganda del gobierno argentino en el exterior y las
condiciones económicas en Europa, explican el salto de fines de la década del 80.

Pero, los acontecimientos políticos de 1890 y la crisis económica frenarán


momentáneamente el ritmo creciente del flujo inmigratorio. En 1891, el saldo será por 1°
vez negativo, fenómeno que no se repetirá hasta 1914 con el estallido de la guerra.

Entre 1880/89 el porcentaje de regresos es el de 17% y entre 1890/99 del 57%. El


importante aumento de los regresos se explica no sólo por las causas ya señaladas, sino
también porque en los años 90 comienza a generalizarse la inmigración golondrina.

A partir de 1895, se dejará la inmigración librada al flujo espontáneo. No habrá más


agentes especiales en Europa, ni se hará tampoco propaganda especial para atraer
inmigrantes.

El importante incremento de la inmigración en los 80 y en los 1° años del 90, desempeñó


un papel de 1° orden en el aumento global de la población. Pero ese crecimiento no fue
uniforme en todo el país, sino que las provincias litorales fueron las más beneficiadas. A su
vez, se acrecienta la tendencia de la población a concentrarse en los centros urbanos.

Mayor que su peso demográfico era el peso social y económico que detentaban. En 1895,
constituían el 90% de los propietarios de bienes raíces, el 84,2% de los propietarios de
industrias, el 74% de los comercios, el 64% del personal empleado en industrias y el 42,6%
del personal de comercio. Las diferencias entre propietarios y empleados se explica
parcialmente por el hecho de que muchos pequeños comercios en manos de inmigrantes
empleaban a sus hijos que detentaban nacionalidad argentina. Además las proporciones
eran más elevadas en favor de los extranjeros en la Capital y en el Litoral.

Los trabajadores

El censo de 1895, registra sobre un total de población activa de 2.451.761, 67,13% como
ejerciendo una profesión y 32,87% sin profesión. Este último integrado principalmente por
mujeres.

Dicha mano de obra asalariada, desde la 2° mitad de los 80 y durante los 90, se concentra
encontraba en 4 o 5 sectores:

 Actividades agrícolas (porcentaje más alto de las profesiones declaradas): la gran


mayoría de los inmigrantes entrados en la última década del s. XIX declaran ser
agricultores, pero parece sumamente probable que esa proporción aparezca
aumentada por el hecho de que muchos inmigrantes falsearan su declaración en
función de las expectativas que existían en torno a las posibilidades de la agricultura
argentina. Además, las dificultades crecientes para acceder a la propiedad de la
tierra, hacía que muchos extranjeros desembocaran finalmente en las ciudades
empleándose como mano de obra urbana.
En este sector, se daba con más frecuencia el fenómeno denominado como
“inmigración golondrina”, numerosos trabajadores europeos venían solo para
trabajar en la cosecha para luego retornar a sus países de origen.

Por otra parte, no es imposible que una parte de los jornaleros establecidos
permanentemente en el país también emigrara periódicamente al campo.

 Industrias de transformación de materias primas agrícolas y extractivas del interior:


en su mayoría presentan características diferentes, a los de la mayoría de los
pequeños talleres artesanales. La concentración de mano de obra promedio es en
gral mayor, así como la proporción de argentinos respecto a la de extranjeros. Hay
una cuota importante, por lo menos en los ingenios y en los viñedos, de mano de
obra temporaria y en algunos casos una notoria presencia de mujeres y niños. Estos
sectores se incorporarán más tardíamente a la vida sindical, hacia fines de siglo y
gralmente en vinculación a la actividad propagandística de enviados de los
sindicatos de BA.
Por otro lado, en lo que respecta a la mano de obra femenina, esta aparece en mayor
vinculación con los sectores ligados al proceso de modernización con los del
interior del país y con los que tienen una mayor cuota de trabajadores de origen
argentino. c

 Industrias semi-artesanales que producirían para el mercado interno: el mayor


número y los más importantes establecimientos estaban radicados en la región del
Litoral. Las mayores cifras en número de establecimientos y personal empleado
correspondían a Vestido y Tocador, Alimentación, Construcción y Metalurgia.
 Establecimientos comerciales;
 Transportes y servicios: sector principal en cuanto fuente de reclutamiento de la
mano de obra no calificada. La evolución más importante corresponde a los
ferrocarriles junto a los servicios públicos.
 La construcción es otro de los sectores que absorbe mano de obra calificada y
también peones. Una proporción no mensurable, pero seguramente importante de
los trabajadores censados como “Jornaleros” o “Sin Trabajo Fijo”, trabajaba
temporariamente en esas actividades. Se trataba de un tipo de mano de obra que se
insertaba fácilmente.
La demanda de los oficios vinculados con la construcción está en directa relación
con el proceso de urbanización que vivía el país, o al menos el Litoral, y con las
grandes obras de infraestructura vinculadas con el transporte y las comunicaciones
en gral.

Los trabajadores en BA
BA se trata del mayor punto de concentración de la mano de obra de todo el país. Allí
aparecen con mayor presencia los ramos de actividad más vinculados al proceso de
modernización capitalista. Será allí donde nacerá virtualmente el movimiento obrero
argentino.

En BA como en todo el país, los italianos son la nacionalidad extranjera mayoritaria. Y


también, como en todo el país, el peso económico y social de los extranjeros es superior a
su peso demográfico. En 1895 representan el 91% de los propietarios de industrias y el 75%
de los propietarios de comercios.

La vida obrera

Las condiciones de explotación de la mano de obra y del conjunto de la vida del trabajador
varían según los ramos de producción, zonas geográficas y grado de calificación.

Hasta 1887, particularmente para los trabajadores inmigrantes, la situación se caracteriza


por una expectativa de gran movilidad social. Esto debido a que, la incesante demanda d
emano de obra, permite la rápida colocación de los recién llegados y los favorece también
en la obtención de salarios ventajosos. Además, la ausencia de una verdadera industria, la
posesión de sus propias herramientas y a veces de un pequeño capital permite a algunos de
los inmigrantes de la 1° época convertirse en propietario. El comercio es también otra
forma de ascenso social.

Dicha situación era incluso favorable para los obreros menos calificados que aunque con
menos ventajas encontraban también trabajo rápidamente. A su vez, los salarios
aumentaron incesantemente hasta 1886. Es menester aclarar que los períodos de
mantenimiento de los niveles del salario real coinciden con los picos más altos de
desocupación. Por el contrario, las etapas de descenso del salario, coinciden con los años de
mayor desarrollo del movimiento huelguístico.

En lo que respecta a la movilidad espacial y por sectores de este tipo de mano de obra
menos calificada era mayor. Los peones y jornaleros iban muchas veces desde su llegada al
campo, para regresar luego a las ciudades. Otras veces se empleaban en las grandes obras
de construcción, para emigrar hacia otros trabajos cuando éstas terminaban.

Las transformaciones de los 80 aceleran la proletarización de la masa de trabajadores. La


llegada de los grandes volúmenes de inmigrantes hacia fines de los 80 va a provocar un
vuelco en la situación, que se verá agravado por la crisis económica. El aumento de la
oferta de mano de obra favorece la situación de los patrones en la imposición de las
condiciones de empleo.

Además, el surgimiento de las 1° grandes fábricas, implicó un comienzo de cambio en las


condiciones de trabajo. La familiaridad característica en un pequeño taller artesanal, en el
cual el patrón era gralmente un trabajador más, desaparece dejando lugar a la disciplina de
la fábrica. El surgimiento del movimiento obrero es a la vez expresión de estas
transformaciones y factor de cambio de las relaciones internas en el taller. La presencia de
activistas sindicales cambia las relaciones tradicionales y en algunos casos casi patriarcales
entre obreros y patrones.

Las preocupaciones del movimiento obrero se centraron en:

 Las condiciones draconianas de disciplina de trabajo impuestas por los reglamentos


internos de las fábricas;
 Las condiciones de trabajo y de seguridad en el área de construcción;
 A partir de los años 90, la preocupación se centra en la duración de la jornada de
trabajo y el descanso dominical;
 Los aumentos del precio del oro más rápidos que los salarios;
 La prohibición del trabajo de niños;
 El trabajo femenino menos pagado que el masculino y a veces en condiciones más
riesgosas o insalubres;
 La situación y los alquileres en los conventillos.
Pero si los trabajadores extranjeros encontraban un relativo auxilio entre sus connacionales,
en BA, la situación no era la misma cuando iban al interior. Las condiciones de trabajo en
las provs eran en gral más duras que las existentes en los centros urbanos del Litoral.

No será sino hasta a fines del s. XIX y 1° décadas del siguiente que las 1° formas de
organización sindical comenzarán a modificar relativamente las condiciones de trabajo en
algunos sectores del interior. Un papel importante en esta tarea lo desempeñaran las giras
que harán, particularmente en el Norte, los agitadores socialistas y anarquistas enviados
desde las ciudades.

CAPÍTULO 4

El movimiento obrero (1878-1899)

Los cambios que se producen en la estructura del país y en la capa de trabajadores


manuales y en sus condiciones de vida, repercuten en la organización obrera y en sus
manifestaciones políticas.

Entre 1878/88 se desarrolla un período de “acumulación del movimiento obrero”:

 En esos años surgen las 1° Sociedades de Resistencia, preferentemente en los


sectores de mayor calificación, en las cuales las reivindicaciones corporativas van
reemplazando al mutualismo. En casi todos los casos se trata de sindicatos de BA o
locales, a excepción de los maquinistas ferroviarios agrupados en “La Fraternidad”,
que por la índole del oficio aparecen como el 1° sindicato de alcance nacional. Son
casi siempre sectores compuestos en su mayoría por trabajadores de origen
inmigrante.
En muchos casos la vida de estas asociaciones fue efímera, surgiendo los sindicatos
en torno a una lucha concreta para desaparecer una vez terminada.

 Se desencadenan las 1° huelgas y conflictos obrero-patronales. Así, en 1878 se


produce la 1° huelga sostenida por una organización sindical, la de los tipógrafos.
La misma, a los pocos días de iniciarse, fue coronada por el éxito, teniendo
importantes concesiones (aumentos de salarios, reglamentación de los horarios de
trabajo, supresión del trabajo de niños). Empero el triunfo fue efímero. La
introducción del trabajo a destajo dará lugar a la competencia entre los obreros y los
horarios serán superados nuevamente.
Desde una visión más global, aproximadamente en un 60% de los casos, los obreros
obtienen la satisfacción de sus demandas. Pero, todavía en 1888 en casi todos los
conflictos es notoria la prescindibilidad del Estado en los enfrentamientos entre
trabajadores y capitalistas.

 Se multiplica la actividad de los grupos socialistas y anarquistas. Las huelgas tienen


ya una gran repercusión social y la prensa no deja de ocuparse de ellas. Además,
aunque todavía el Estado no modifica su conducta de “dejar hacer”, aparece una
represión selectiva más sistemática contra los activistas, particularmente contra los
anarquistas y en algunos casos se verifica una represión abierta contra los
huelguistas.
En 1887 hace su irrupción pública la Unión Industrial, que en la década del 90 tendrá una
clara conducta de no reconocer, al menos oficialmente, a las organizaciones obreras. Pero a
medida que el movimiento obrero evidencie una mayor consistencia, la actitud de los
industriales se endurecerá crecientemente. Pero aparte de los enfrentamientos directos que
provenían de la posición de cada uno de ellos en la producción, otro antagonismo opondrá a
los propietarios industriales con los obreros. Los industriales reclamaban medidas
proteccionistas para la industria, lo que no era compartido por los socialistas e incluso por
los anarquistas y las organizaciones sindicales independientes. Puesto que consideraban que
la libre entrada de productos extranjeros sin impuestos de importación abaratará el consumo
de los obreros y obligará a los industriales a perfeccionar sus técnicas de producción.

El estallido revolucionario de julio de 1890, implicó una detención momentánea del


movimiento obrero. Se trata de un período defensivo para los trabajadores. El aumento de
la desocupación no creaba las mejores condiciones para la realización de las huelgas. La
crisis agravará las condiciones. Aunque los salarios parecen haberse mantenido en algunos
sectores, la desocupación pasa a ser una de las preocupaciones dominantes de los
trabajadores.

También el proceso de constitución de organizaciones sindicales señala un ritmo más lento.

Paradójicamente, en el mismo momento en que desciende el ritmo del movimiento


huelguístico y del proceso de surgimiento de organizaciones sindicales, es cuando entran en
escena las 1° federaciones obreras y el movimiento obrero hace sus primeras armas en el
terreno de la acción política. En realidad, estas iniciativas habían surgido a ppios de 1890
cuando todavía se mantenía el ascenso.

En 1888/89 socialistas y anarquistas participan con la misma intensidad en las luchas


obreras y en las sociedades de resistencia. Pero, a partir de 1890 las ppales iniciativas en el
terreno sindical corresponden a los socialistas. El 1° antecedente fue el Comité Obrero
Internacional (COI), que se fijó como objetivos: crear una federación obrera; publicar un
periódico para la defensa de la clase obrera y enviar una petición al Congreso Nacional.

La fundación efectiva de la Federación data de 1890, cuando menos de una decena de


organizaciones sindicales celebraron reuniones siguiendo una invitación del COI. Sus
propuestas políticas apuntaban a una democracia radical (libertad de prensa, derecho de
asociación, supresión del ejército permanente y armamento gral del pueblo, separación de
la iglesia y del estado, sufragio universal simple, abolición de la deuda pública).

Las reivindicaciones económicas insisten en los temas comunes a todo el movimiento


sindical del período: salarios, jornada de 8 hs, reglamentación del trabajo de mujeres y
niños, higiene y condiciones de trabajo, inspección regular de los talleres.

Pero en 1892, la Federación será disuelta por el Comité Federal, decisión inspirada en la
semi parálisis por la que atravesaba la Federación y por la decisión de algunos socialistas
de lanzarse a una acción política más definida, construyendo un partido no identificado
directamente con la acción sindical.

En 1894, los socialistas realizan un 2° intento de constituir una federación obrera. Aunque
la organización no llegará a tener una vida regular y efectiva. Los socialistas enfrentaban
ahora una competencia que no existía anteriormente. Desde 1894 se hace visible una
evolución en las relaciones entre los anarquistas “organizadores” y “anti-organizadores”.
Además la multiplicación de las sociedades obreras hará surgir una corriente de
sindicalistas que se manifestaban inorgánicamente pero que se mantenían independientes de
socialistas y anarquistas.

Los anarquistas opuestos a la participación en las sociedades obreras y a las huelgas, habían
hecho una intensa propaganda contra la 1° federación obrera. Sin embargo desde 1894
comienza a desarrollarse la corriente anarquista que acepta la formación de sociedades de
resistencia y la organización de huelgas.

El cambio en la orientación, tendrá como base el auge del movimiento huelguístico que se
intensifica en 1895/96. Los industriales alarmados por la envergadura del movimiento
endurecen sus posiciones y realizan reuniones tratando de cerrar filas. Además, la represión
policial se hace más intensa, especialmente las vinculadas a la exportación o los servicios
públicos.
Por otra parte, en lo que respecta a los aluviones inmigratorios, el movimiento obrero,
rápidamente, lo percibirá como un factor de desequilibrio de sus luchas.

A partir de 1897, el eje de la agitación obrera ya no serán las reivindicaciones salariales y


de condiciones de trabajo, sino que la agitación contra la desocupación pasará a ser la
preocupación central.

El s. XIX se termina en un clima de quietud del movimiento obrero e incluso de relativa


desorganización gremial. Pero, a partir de 1900, aunque con ritmo lento, el movimiento
obrero va mostrando algunos síntomas de recuperación, que se acelerarán al año siguiente
hasta llegar en 1902 a la gran huelga general que marca el inicio de una nueva época.

UNIDAD 3

L.ROMERO

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Yrigoyen fue presidente entre 1916 y 1922. Fue sucedido por Alvear. En 1928 fue
reelegido. En 1930 fue depuesto por un alzamiento militar.

Yrigoyen y Alvear era radicales, pero diferentes entre sí y en la imagen que se creó de cada
uno de ellos.

 Yrigoyen: para unos era quien venía a develar el ignominioso régimen y a iniciar la
regeneración; para otros era el caudillo ignorante y demagogo, expresión de los peores
vicios de la democracia.
 Alvear: identificado con los grandes presidentes del viejo régimen y su política se asimiló

con los vicios o virtudes de aquél.


Los desafíos que enfrentaron ambos fueron muy parecidos: poner en pie las flamantes
instituciones democráticas, conducir los nuevos canales de representación y negociación,
demandas de reforma de la sociedad.

Política exterior de Yrigoyen (1GM y oposición a USA)

Mantuvo la política de su antecesor (De la Plaza) de neutralidad benévola, que suponía


continuar con el abastecimiento de los clientes tradicionales y concederles créditos para
financiar sus compras.

Cuando Alemania inició el ataque a buques comerciales neutrales con sus submarinos,
USA entró a la guerra. La opinión pública se movilizó por la ruptura de las relaciones con
Alemania, lo cual era impulsado por USA. Pero Yrigoyen estaba contra el
panamericanismo, que suponía identidad de intereses entre USA y Latinoamérica.

Las opiniones en Argentina se dividieron:

 Ejército: simpatías por Alemania (tenía formación prusiana).


 Marina: se alineaba con GB (tenía formación británica).
 Conservadores: rupturistas.

 Socialistas: rupturistas, hasta que en 1917 una parte adhirió a la URSS y por ende al

neutralismo.
 Radicales: divididos. Alvear a favor de GB y Francia. Yrigoyen defendiendo la
neutralidad.
El antiamericanismo de Yrigoyen venía creciendo desde 1898 con la guerra de Cuba. El
presidente encontraba una identidad común en la raíz hispánica. Otros hechos que
manifiesta esta oposición son:

 No ingreso a SdN.
 12 de octubre como día de la Raza, excluyendo a los anglosajones.

Crisis social y nueva estabilidad

La guerra agravó las condiciones sociales y económicas del país, ya que causó dificultades
en el comercio y retracción de capitales. Se perjudican las exportaciones de cereales,
deteriorando la situación de los chacareros y jornaleros.

El clima de conflictividad empezó a manifestarse plenamente en 1917, cuando se notan en


la economía signos de reactivación. Su momento culminante fue en 1919, pero se prolongó
hasta 1923.

Las huelgas comenzaron a multiplicarse, impulsadas sobre todo por los grandes gremios de
transporte (FOM y FOF), que lograban obstaculizar o paralizar el embarque de las cosechas
y por la FORA del IX Congreso (diferente a la FORA del V Congreso, anarquista).

Los éxitos obtenidos fueron causa de: la actitud sindical de confrontación combinada con
negociación; y del cambio de política del gobierno que abandonó la represión y obligó a la
aceptación del arbitraje.

La predisposición negociadora del gobierno no se manifestó en todos los casos y pareció


dirigirse especialmente a los trabajadores de la capital, potenciales votantes de la UCR,
pero no se extendía ni hacia los sindicatos con mayoría de extranjeros ni a los trabajadores
de la provincia de Buenos Aires. Así, las huelgas de frigoríficos y de ferroviarios de 1918
fueron enfrentadas con la tradicional represión.

En 1919, el movimiento huelguístico llegó a su punto culmine con la Semana Trágica.


Con motivos de una huelga en un establecimiento metalúrgico en el barrio obrero de Nueva
Pompeya, se produjo una serie de incidentes violentos entre los huelguistas y la policía, que
abandonó la pasividad y reprimió con ferocidad. La violencia se generalizó. Una sucesión
de breves revueltas no articuladas, espontáneas y sin objetivos precisos, hicieron que
durante una semana la ciudad fuera tierra de nadie, hasta que el ejército encaró la represión.
Se unieron a él grupos civiles armados, que se dedicaron a perseguir a judíos y catalanes. El
gobierno pudo apelar a sus contactos con sindicalistas y dirigentes de la FORA para acordar
el fin de la huelga inicial. Estos acontecimientos galvanizaron a los trabajadores de todo el
país, aumentando las huelgas a lo largo de ese año.

Los movimientos de 1919 coincidieron con un nuevo pico de movilizaciones rurales. Los
chacareros, dirigidos por la Federación Agraria, mantenían desde 1912 sus
reivindicaciones. Su movilización convergió con la de los jornaleros, generalmente
movilizados por los anarquistas. Los chacareros buscaron diferenciarse de ellos. El
gobierno fue poco sensible a sus reclamos y encaró una fuerte represión.

El año 1919 marca un punto de inflexión en la política gubernamental hacia los


movimientos de protesta. Hasta entonces, una actitud benévola y tolerante, acompañada de
la no utilización de los recursos clásicos, había bastado para ampliar el espacio de
manifestación de la conflictividad acumulada y para equilibrar la balanza, hasta entonces
sistemáticamente a favor de los patrones. Luego de 1919, fuertemente presionado por los
sectores propietarios, el gobierno retoma los mecanismos clásicos de represión, en
colaboración con la Liga Patriótica.

Los sectores propietarios también cambiaron luego de 1919. Frente a un proceso político
y social que les desagradaba y sin el poder institucional del que gozaban antes (Yrigoyen
les fue minando ese poder paulatinamente), reaccionaron con la Liga Patriótica. En ella
confluyeron la Asociación del Trabajo (institución patronal), los clubes de elite (Jockey),
los círculos militares, las empresas extranjeras y los sectores medios. El Estado prestó su
apoyo a través de la policía. Defendía el orden y la propiedad por medio de brigadas.

Una serie de tendencias ideológicas y políticas como La Liga, los católicos y algunos
jóvenes intelectuales rechazaban la movilización social y criticaban la democracia liberal.

La llegada de Alvear al gobierno tranquilizó a los propietarios. La mayoría volvió a


confiar en las bondades de la democracia. La Liga se dedicó al humanitarismo práctico,
organizando escuelas para obreras y movilizando señoritas de la alta sociedad. La Iglesia
organizó la Gran Colecta Nacional, destinada a movilizar a los ricos e impresionar a los
pobres y se unificaron todas las instituciones católicas que actuaban en la sociedad, pero se
cierra la posibilidad de abrir un partido político. El Ejército, organizado desde principio de
siglo sobre bases profesionales, empezó a interesarse por los asuntos políticos, quizá
molesto por la forma en que Yrigoyen lo utilizaba para el control social.

¿Hasta qué punto eran justificados los terrores de la derecha? La ola de huelgas no estaba
guiada por un propósito explícito de subversión del orden, sino que expresaba, de manera
ciertamente violenta, la magnitud de los reclamos acumulados durante un largo período de
dificultades. Los que proporcionaban la subversión (anarquistas y comunistas) sólo tenían
influencia marginal. Las direcciones y orientaciones más fuertes correspondían a la
corriente de los sindicalistas y los socialistas, y ambos bregaban por reformas limitadas en
un orden social.

El fin de la lucha gremial intensa, la reducción de la sindicalización y el debilitamiento de


la Unión Sindical Argentina dan testimonio de la atenuación de los conflictos sociales. La
Unión Ferroviaria, fundada en 1922 y con cabeza indiscutida del sindicalismo, expresó el
nuevo tono de la acción gremial: un sindicato fuertemente integrado, centralizado, con
negociación sistemática y organizada, descarta la huelga como instrumento y obtuvo éxitos
sustanciales.

El Estado manifestó la voluntad de avanzar en una legislación social, sancionada en su


mayoría en la presidencia de Alvear: propuesta de regímenes jubilatorios, regulación del
trabajo de mujeres y niños, establecimiento del 1º de mayo como feriado nacional.

La sociedad luego de la 1GM

La sociedad venía experimentando cambios que maduraron luego de la guerra. La


población ya se había nacionalizado sustancialmente, las asociaciones de base étnica
comenzaron a retroceder frente a otras que agrupaban sin distinción de origen. La acción
sistemática de la escuela pública había generado una sociedad fuertemente alfabetizada, y
con ella un público lector. Crecieron los grandes diarios y nacieron revistas especializadas.

La expansión de la cultura letrada forma parte del proceso de movilidad social. Fruto de
ella eran esos vastos sectores medios: los chacareros establecidos (pequeños empresarios
rurales), pequeños comerciantes o industriales urbanos, empleados, profesionales, maestros,
doctores.

La universidad fue un problema importante para la sociedad en expansión. La Reforma


Universitaria (movimiento que estalló en Córdoba en 1918 y se expandió a toda América
Latina) fue consecuencia de que hasta entonces, la universidad era socialmente elitista y
académicamente escolástica. Muchos jóvenes estudiantes quisieron abrir sus puertas,
participar en su dirección, remover las viejas camarillas, instaurar criterios de excelencia
académica y de actualización científica y vincular a la Universidad con los problemas de la
sociedad. La agitación estudiantil fue intensa y coincidió con lo más duro de la crisis social,
al punto que muchos pensaron que era una expresión más de aquella. Los reformistas
recibieron el importante apoyo de Yrigoyen, lograron en muchos casos que se incorporaran
representantes estudiantiles al gobierno de las universidades, que se desplazaran algunos de
los profesores más tradicionales y que se introdujeran nuevos contenidos y prácticas. El
reformismo universitario fue un sentimiento, expresión de un movimiento de apertura
social e intelectual.
Los cambios en la forma de vida también modelaron nuevas ideas y actitudes. El acceso a
la vivienda propia cambió la idea del hogar y ubicó a la mujer en el centro de la familia,
ahora que estaba liberada de trabajar. Cierta holgura económica y la progresiva reducción
de la jornada de trabajo, (además de domingo y sábado inglés) aumentaron el tiempo libre.
Radio, teatro, cine, grandes actores y cantantes populares. Los nuevos medios de
comunicación multiplicaron su influencia sobre las formas de vida y sobre las actitudes y
valores de esta sociedad expansiva. La tendencia fue hacia la homogenización de la
sociedad, en torno a la cultura compartida por sectores sociales diversos.

La economía en el nuevo mundo triangular

Con la 1GM se termina la etapa de crecimiento fácil. La guerra puso de manifiesto la


vulnerabilidad de la economía, cuyos motores eran: las exportaciones, el ingreso de
capital, de mano de obra, y la expansión de la frontera agraria. La guerra afectó las
cantidades precios de las exportaciones e inició una tendencia a la declinación de los
términos de intercambio. Las exportaciones agrícolas sufrieron la falta de transporte
primero, y luego el exceso de oferta.

La novedad fue la fuerte presencia de USA que ocupó los espacios dejados libres por los
países europeos. Para asegurar su presencia en un mercado tentador y saltar por sobre
eventuales barreras arancelarias, las grandes empresas industriales (General Motors,
General Electric, Colgate) realizaron inversiones significativas, que al principio se
destinaron sólo al montaje. También avanzaron sobre servicios públicos, particularmente
los ferrocarriles del Estado. Las inversiones norteamericanas no contribuían a generar
exportaciones y con ella divisas. Las posibilidades de colocar nuestros productos en USA
eran remotas, por eso la balanza comercial estaba fuertemente desequilibrada.

La vieja relación especial con GB, se sostenía sobre bases mínimas y el capital británico
era incapaz de promover las transformaciones que impulsaba el de USA. Pero a la vez, la
Argentina carecía de compradores alternativos.

En conclusión, la Argentina era parte de un triángulo económico mundial. Manejarse entre


las dos potencias requería un arte que el gobierno de Yrigoyen pareció no tener, mientras
que el de Alvear tampoco encontró la solución a los problemas de fondo, que
probablemente no lo tenían.

Las pérdidas se descargaban en los actores más débiles: los productores locales. A fines de
1920, los gobiernos europeos que habían estado haciendo stock, cortaron sus comprar. Las
mayores pérdidas fueron para los ganaderos. La crisis desató conflictos a los que Yrigoyen
reaccionó tarde y mal. En 1923, el Congreso con presión de Alvear y los criadores,
sancionó leyes que los protegían en desmedro de los consumidores locales y de los
frigoríficos. La resistencia de los frigoríficos (no compra) resultó demoledora y obligó al
gobierno a suspender las leyes sancionadas.
El peligro de fiebre aftosa hizo que USA prohibiera la importación de carne argentina. GB
hizo una amenaza similar. La Sociedad Rural, entonces, lanzó la consigna de comprar a
quien nos compra, para restringir la presencia de USA.

Las cuestiones relacionadas con la agricultura despertaban menos preocupaciones. La


frontera agropecuaria pampeana se estabilizó en 50 millones de hectáreas. Se inició un
período de estabilidad, una meseta en el crecimiento. Entonces la expansión se proyectó
hacia zonas no pampeanas (zona frutícola del valle del río Negro, yerbatera de Misiones, la
algodonera del Chaco). Las inversiones en mecanización de la cosecha solucionaron el
problema de la desaparición progresiva de la migración golondrina.

La guerra también tuvo efectos negativos en la industria fruto de la expansión


agropecuaria. Pero al culminar el conflicto social que la privaba de materia prima y
combustibles de los que era dependiente, comenzó una sostenida expansión caracterizada
por la diversificación de la producción, que se prolongó hasta 1930. Las nuevas industrias
se equiparon con maquinaria de USA. La Unión Industrial se sumó a la consigna de
comprar a quien nos compra.

El centro de la preocupación de los gobernantes era el presupuesto. La guerra puso en


evidencia la precariedad del financiamiento del Estado, apoyado básicamente en los
ingresos de la Aduana, en los impuestos indirectos y en los préstamos externos. Todo eso se
redujo fuertemente en época de crisis. Yrigoyen necesitó recursos para su política social y
luego para la amplia distribución de empleos públicos. Alvear comenzó con una política
fiscal ortodoxa y redujo fuertemente los gastos hasta que debió apelar a la misma
distribución de puestos que Yrigoyen, quien, cuando volvió al poder, hizo uso generoso de
ese recurso. Era claro que el Estado debía buscar otra forma de financiar sus gastos.

Difícil construcción de la democracia

El frustrado debate fiscal ejemplifica las dificultades para construir un sistema democrático
eficiente. La reforma electoral de 1912 amplía la ciudadanía, garantiza su expresión y
asegura el respeto de las minorías y el control de la gestión. En ninguno de estos aspectos el
resultado fue automático o satisfactorio: la masa de inmigrantes siguió sin nacionalizarse.
Esta cuestión sólo se resolvió de manera natural con el tiempo y el fin de la inmigración.

La ciudadanía se construyó lentamente en la sociedad. Las múltiples y diversas


asociaciones de fines específicos que la cubrieron contribuyeron a la gestación de
experiencias primarias de participación directa ya que se encargaban de la gestión ante las
autoridades, la mediación entre las demandas de la sociedad y el poder político.

Funciones similares cumplieron los comités o centros creados por los partidos políticos.
En buena medida funcionaban al viejo estilo: un caudillo repartía favores. Los radicales
pudieron expandir, gracias al apoyo oficial, esta red clientelar. El gobierno utilizó los
comités para desarrollar políticas sociales masivas que apuntaban a una nueva concepción
de derechos ciudadanos: carne barata, pan, alquileres, educación integración del ciudadano
y su familia en una red de sociabilidad integral.

La UCR fue el único que alcanzó la dimensión del moderno partido nacional y de masas:
extensa red de comités locales; carta orgánica que fundamentaba su organización;
preocupación por adecuar sus ofertas a las cambiantes demandas de la gente; capacidad
para suministrar una identidad política nacional, la primera y más arraigada en un país
cuyos signos identificadores común aún eran muy escasos. Luego empezó a estimular una
suerte de culto a la persona: el país se llenó de los retratos de Yrigoyen, de medallones, de
mates con su imagen, en los que la gente identificó al presidente con un Mesías.

El PS también tenía una organización formal y cuerpos orgánicos, y además tenía un


programa, pero carecía de dimensión nacional.

El PDP, arraigó entre los chacareros del sur de Santa Fe y Córdoba, así como en la ciudad
de Rosario. Junto con los temas agrarios desarrolló los de la limpieza electoral.

Los partidos de derecha se constituyeron a nivel provincial. El Partido Conservador de


Buenos Aires ejerció un liderazgo reconocido y pudieron ponerse de acuerdo para las
elecciones presidenciales.

Yrigoyen y la oposición

Las relaciones del gobierno con los sectores tradicionales no fueron malas al principio, las
que mantuvo con la oposición política fueron desde el principio difíciles: Parlamento hostil,
al igual que la mayoría de los gobiernos provinciales.

Para ganar las elecciones, usó ampliamente el presupuesto del Estado, repartiendo empleos
públicos entre sus “punteros”. En 1918 logró obtener la mayoría en Diputados, pero la
clave seguía pasando por el control de los gobiernos provinciales. No vaciló en intervenir
las provincias y así su poder aumentó considerablemente, aunque nunca logró afirmarse en
el Senado.

Yrigoyen planteó un conflicto con el Congreso desde el primer día de su mandato, cuando
no leyó el mensaje presidencial, sino que envió a un secretario a leer una breve
comunicación. Simbólicamente desvalorizaba al Congreso y desconocía su autoridad.
Ignorándolo, sancionó intervenciones federales. La justificación para este comportamiento
era que el presidente debía cumplir una misión de reparación, y eso lo colocaba por encima
de los mecanismos institucionales.

Es curioso que quienes se convirtieran en custodios de la pureza institucional fuera aquellos


que, en otras ocasiones antes y después, manifestaron escaso aprecio por dichos
mecanismos. De ese modo, mientras el radicalismo y su caudillo hacían una contribución
sustancial a la incorporación ciudadana a la vida política, fallaban no sólo en el
afianzamiento sino en la puesta en valor ante la ciudadanía del sistema institucional
democrático.

Presidencia de Alvear

Alvear se benefició de la máquina montada que en 1922 lo eligió con escasa oposición.
Limito la creación de nuevos empleos públicos y aceptó las funciones de control que
institucionalmente le correspondían al Parlamento. No dispuso intervenciones federales por
decreto.

El popular Yrigoyen fue contrapuesto al oligárquico Alvear. Alvear se fue apoyando a


quienes en distintas ocasiones se habían opuesto a Yrigoyen o habían cuestionado sus
métodos, y los seguidores del viejo caudillo pronto formaron una corriente cada vez más
hostil al gobierno.

La división del radicalismo se profundizó: en 1924 presentaron listas separadas y luego


constituyeron partidos diferentes. La disputa verbal fue intensa.

Desde entonces Alvear quedó en el medio del fuego cruzado entre antipersonalistas e
yrigoyenistas, que hicieron unas elecciones muy buena en 1926 y ganaron posiciones en un
congreso convertido en ámbito de combate de las dos facciones.

La derecha conservadora estaba por entonces totalmente volcada a impedir el retorno de


yrigoyen, en quien veía encarnados los peores vicios de la democracia. La derecha política
estaba segura de sus objetivos y del apoyo que tenía entre las clases propietarias, pero
empezaba a manifestarse una ambigüedad acerca de los medios: si la carta electoral fallaba
había que jugar otra que, de una u otra manera terminara con el régimen democrático que
no aseguraba la elección de los mejores. La adhesión manifiesta del General Uriburu, que
acababa de pasar a retiro, permitiría sin duda alentar esperanzas de un golpe militar
regenrador.

No había una crisis social que justificara la revisión de los principios institucionales en los
que habían sido sólidamente educados. Si las FFAA experimentaron malestares varios
durante el gobierno de Yrigoyen, todo se solucionó en el período siguiente: se habían
reequipado adecuadamente, tenían nuevos edificios, el presidente Alvear se mostraba
sensible a los planteos del grupo de los ingenieros militares (preocupados desde la 1GM por
la dependencia crítica), se creó la Fábrica Militar de Aviones, el General Moscón presidía
YPF (creado por Yrigoyen) que pobló el país con sus surtidores, crecieron las empresas
privadas como Shell y Standard Oil.

Las FFAA, particularmente el Ejército, estaban ocupando un lugar cada vez más importante
en el Estado y se convertían en un actor político de consideración. La vuelta al gobierno de
Yrigoyen reactualizó viejos resquemores y sin duda polarizó a los oficiales.
La vuelta de Yrigoyen

Desde 1926 la opinión se polarizó en torno de la vuelta de Yrigoyen en todos los ámbitos
de la sociedad. El yrigoyenismo desarrolló ampliamente su red de comités y fortaleció la
imagen mítica del caudillo.

La bandera de la nacionalización coincidía con la prédica de los sectores militares


preocupados por asegurar la autarquía del país respecto de los recursos estratégicos, se
vinculaba con la nueva y fuerte hostilidad de los sectores terratenientes hacia USA a
partir del conflicto de las carnes, y enraizaba finalmente en un sentimiento
antinorteamericano de más larga data, que asociaba unívocamente USA con el
imperialismo.

Es difícil saber cuánto influyó la nacionalización en la campaña y cuánto una adhesión más
personal a Yrigoyen, lo cierto es que su victoria de 1982 fue triplemente notable: por la
cantidad de gente que participó, por los votos que recibió (60%), y por haber sido obtenida
sin la bendición presidencial.

En este nuevo período, las relaciones con GB tuvieron también su lugar. Invitada por el
presidente, vino al país una misión comercial encabezada por D’Abernon. El acuerdo
firmado estableció fuertes concesiones comerciales a los británicos, asegurándoles el
suministro de materiales a los ferrocarriles del estado, así como un arancel preferencial a la
seda artificial, a cambio de la garantía de que seguirían comprando la carne argentina. Este
tratado, que suponía importantes concesiones sin un beneficio claro, muestra a yrigoyen
solidarizado con la corriente, fuerte entre la elite, de robustecer las relaciones bilaterales
conn GB, en desmedro de las nuevas con USA.

El conflicto político interno continuaba. Lanzado a conquistar el último baluarte


independiente, el Senado el gobierno apeló a los clásicos mecanismos: amplio reparto de
puestos públicos e intervenciones a gobiernos provinciales adversos.

La caída de las exportaciones y el retiro de los fondos de USA en 1929 afectaron a las
empresas ferroviarias y marítimas, vinculadas con el comercio exterior, y también al
gobierno. La fuerte inflación, las reducciones de sueldos y los despidos se reflejaron
inmediatamente en los resultados electorales: en marzo de 1930, y con el apoyo de toda la
oposición, los socialistas independientes derrotaron en la Capital a los radicales. A esa
altura todas las voces de la oposición clamaban por la caída del gobierno.

Las discusiones giraban acerca de si se buscaría una solución institucional o si se apelaría a


una intervención militar. Probablemente la elite oscilara entre ambas soluciones, una
alentada por los dirigentes políticos y el por grupo de militares que seguía al General Justo
y otra por los ideólogos nacionalistas que rodeaban al General Uriburu. Sólo cuando ambos
jefes se pusieron de acuerdo se produjo el golpe de Estado.
La resistencia de las instituciones fue casi nula (el día anterior Yrigoyen había pedido
licencia de su cargo), pero también las fuerzas movilizadas por los sublevados fueron
escasas y su grueso estaba constituido por cadetes del Colegio Militar. Igualmente escasa
fue la movilización a favor del presidente caído, que poco antes casi había sido
plebiscitado. En fin de una experiencia institucional fue acogido con indiferencia.

Podría decirse que el radicalismo no logró desprenderse de las prácticas a las exigencias de
la antigua costumbre. Una oposición, a menudo facciosa, hizo poco por hacer semejar la
enconada lucha política a un diálogo constructivo entre gobierno y oposición.

FALCÓN, RICARDO: “Los orígenes del movimiento obrero”

Capítulo 1

A partir de la segunda miad de la década de 1850 comienza a consolidarse una capa de


trabajadores urbanos de carácter predominantemente artesanal y de origen
mayoritariamente inmigratorio, que se concentra fundamentalmente en la cuidad de Bs. As.
y sus alrededores y también en algunos centros urbanos del Litoral. Ésta será la base social
sobra la cual aparecerán las primeras expresiones de organización autónoma de los
trabajadores a través de la formación de asociaciones mutuales estructuradas por oficios y
del surgimiento de una literatura genéricamente socialista. En estas manifestaciones se
encuentran los remotos orígenes del odernoo movimiento obrero argentino.

Esta capa de trabajadores urbanos son consecuencia de las transformaciones capitalistas


que se comienzan a producir en la estructura del país, como resultado de la apertura para
los productos agropecuarios del mercado europeo. En este proceso tuvo un papel
importante el inicio de la producción y la exportación lanera, que requería transformaciones
cuyas consecuencias fueron de mayor alcance de las que en su momento había implicado el
reemplazo del “ciclo del cuero” por “el ciclo del saladero”.

La nuevo producción era un acicate para iniciar la conversión del gaucho -pastor
seminómade a caballo- en obrero agrícola; el alambrado de los campos; el comienzo de
ciertas formas de agricultura complementarias de la cría de ovejas; el nacimiento trabajoso
de una industria subsidiaria de la actividad agropecuaria y el inicio de una inmigración
masiva de trabajadores europeos para atender las nuevas necesidades en el dominio de la
agricultura y del artesanado.

Una consecuencia importante de la actividad lanera será la creación de una industria de la


grasa, que empleará mano de obra nominalmente asalariada.

No obstante, habrá que esperar aún cuarenta años para que se produzcan, en torno a la
producción y a la exportación cerealera y de carnes, las grandes transformaciones que
convertirían definitivamente a la Argentina en un país capitalista de base
predominantemente agraria. Sin embargo, los cambios introducido por esa diversificación
productiva serán suficientes para favorecer e surgimiento de una capa de trabajadores
manuales concentrados principalmente en la ciudad de Bs. As.

El aumento de la exportación provocará una expansión limitada pero importante del


consumo interno y d las industrias subsidiarias que conducirá el fomento de la inmigración
ara cubrir esas necesidades de mano de obra. La escasez de brazos aptos para ese tipo de
actividades agrícolas y artesanales era uno de los problemas fundamentales que debían
enfrenar los productores.

Los obreros y artesanos de proveniencia europea, no fueron, sin embargo, el único tipo de
trabajadores en esa época. Econtraos además trabajadores manuales negros en Bs. As. y en
el interior del país, trabajadores agrícolas o de las industrias artesanales precapitalistas,
generalmente mestizos o indios. Sin embargo en ninguno de estos dos sectores tendrán las
condiciones necesarias para producir formas autónomas de organización, aunque por
razones diferentes.

La inmigración

El recurso a la inmigración era una respuesta a las necesidades de mano de mano de obra
tanto para la agricultura como para la industria, como al proyecto más global sintetizado
por la frase “gobernar es poblar”.

El fomento de la inmigración fue una preocupación común desde 1853 tanto del gobierno
de la Confederación como el de Bs. As. En esta provincia para el periodo se dictó una ley
que autorizó al gobierno a formar una comisión propulsora de la inmigración. Sin embargo,
la ausencia de una infraestructura real de acogida de los inmigrantes hacía que este tipo de
medidas tuvieran poca efectividad. Un paso adelante se dio luego con la instalación de un
edificio para alojar a los inmigrantes sin recursos.

Durante los años 60’ se adoptaron diversas medidas. Una ley autorizaba al Poder Ejecutivo
a hacer contratos para la venida de inmigrantes a los cuales se concederían por familia un
lote de tierra de cuarenta hectáreas; se creó una comisión central de inmigración que
impulsaría la creación de organismos encargados de centralizar las ofertas y demandas de
mano de obra y obtiene pasajes gratis de las compañías ferroviarias para trasladar a los
inmigrantes colocados a sus trabajos en el interior del país.

Finalmente, en 1876 se sanciona la posteriormente llamada Ley de Inmigración, inspirada


en el Home Stead Act de los EEUU. Su artículo 12 considera inmigrante a todo extranjero
menor de 60 años que llegara al país para establecerse en calidad de obrero, artesano,
industrial, agricultor o educador. Se establecía que los inmigrantes serían alojados y
alimentados durante los primeros 5 días posteriores a su arribo, su colocación en su trabajo,
su transporte gratuito hasta el lugar definitivo de residencia y se les concedía franquicia
para la introducción de objetos personales y herramientas profesionales. Además establecía
la creación de un Departamento General de Inmigración dependiente del Ministerio del
Interior; autorizaba al gobierno a nombrar agentes en Europa; disponía la creación de
oficinas de trabajo y reglamentaba la colonización y la concesión de tierras en lotes de 25 a
50 hectáreas.

El ritmo de la inmigración es en general ascendente en todo el período hasta 1875. Los


momentos de disminución de las llegadas son coyunturales (epidemias). La disminución
registrada en 1875 y años subsiguientes también es coyuntural (provocadas por los
disturbios políticos y las consecuencias locales de la crisis económica mundial) aunque de
mayor profundidad. En 1879 el volumen de llegadas muestra síntomas de recuperación.

La proporción de inmigrantes era mucho mayor en el litoral, la región mas poblada y


económicamente mas importante, con excepción de la de Mendoza. Todavía en este
período los inmigrantes van escasamente al interior del país.

En lo que concierne a la nacionalidad de origen, entre 1857 y 1879, los italianos configuran
una amplia mayoría, seguidos por los españoles y los franceses. El ritmo del resto de las
nacionalidades es mas regular. Solamente los austríacos registran un brusco aumento
episódico en 1879. Por otra parte la proporción de suizos en el total del inmigrantes es más
alta en este período que lo que lo será en los posteriores. Este fenómenos se explica por el
hecho de que es todavía la etapa de los ensayos de colonización agrícola con agricultores
suizos.

El proceso de emigración europea comienza aproximadamente a partir de 1830. Durante los


primero treinta años la gran mayoría de los emigrantes provienen de la región noroeste. La
tendencia comienza a invertirse en la década del 70’ y se modifica totalmente en los años
80’. Posteriormente la nueva tendencia se consolidará, siendo la mayoría de los emigrantes
originarios del Sudeste.

La Argentina comienza relativamente tarde, particularmente respecto de los EEUU, a


recibir volúmenes importantes de la emigración europea. A mediados de la década del 80’,
esta participación se elevará comenzando a tener una participación importante en el total
mundial, justamente en el momento en que la tendencia hasta entonces dominante en la
proporción Noroeste- Sudeste europeo, empieza a cambiar. La Argentina recibió una cuota
no despreciable de inmigrantes procedente del Noroeste europeo en los primeros años, pero
esta proporción será minoritaria en el conjunto del proceso inmigratorio.
Puede identificarse la región de proveniencia con un tipo determinado de inmigrante.
Globalmente los inmigrantes provenientes del Noroeste europeo son obreros con algún
grado de calificación, de instrucción y hasta a veces dotados de un pequeño capital. Se trata
de trabajadores expulsados por el exceso de mano de obra que creaban los procesos de
industrialización y modernización en el Noroeste europeo o campesinos que habían
ejercido formas relativamente avanzadas de agriculturas. Por el contrario los que vienen del
sudeste son generalmente campesinos pobres originarios de la zonas más atrasadas de
Europa.

Las estadísticas revelan una mayoría de hombres y el predominio de los adultos sobre los
menores de catorce años. Hasta cierto punto la presencia de inmigrantes de sexo femenino,
tanto adultos como niñas, puede relacionarse con la colonización agrícola.

Durante los años 60’ y comienzos de la década siguiente, gran parte de los esfuerzos
gubernamentales respecto a la inmigración se dirigían hacia el fomento de la colonización
agrícola. No obstante, la supervivencia de la estructura latifundista vedará el acceso a la
propiedad de la tierra a la mayoría de los inmigrantes agrícolas. Este fenómeno se consolida
definitivamente a mediados de la década del 80’ y es ya perceptible en los últimos años
precedentes. La provincia de Bs. As. quedará prácticamente excluida del proceso de
colonización agrícola con extranjeros, debido al predominio de la ganadería. Por el
contrario la provincia de Santa Fe, detentará el mayor número de colonias, seguida mas
lejos por Entre Ríos y el sur de Córdoba.

En 1869, todavía la población rural evidenciaba una taza superior a la urbana. Pero los
extranjeros constituían aún una minoría de esa población rural, auque su presencia fuera
mayor en las provincias del litoral.

En síntesis, en momentos en que comienza a formarse una capa de trabajadores manuales


de la cual saldrán las primeras manifestaciones del movimiento obrero en ciernes, la
inmigración se componía de campesinos y obreros, con una alta proporción de varones y
adultos, originaria predominante de Italia, España y Francia, con una cuota de inmigrantes
provenientes de las regiones mas modernizadas.

Los trabajadores.

En 1855 en la ciudad de Bs. As. en la época en el que proceso inmigratorio comienza a


hacerse continuo y también cuando aparecen las primeras organizaciones mutualistas de los
trabajadores, había casi 1.300 establecimientos “industriales”. Se trataba en realidad en la
mayoría de los casos de talleres artesanales con escaso personal y un muy bajo grado de
tecnificación. De ese total la mayoría pertenecían al rubro “Alimentación” (panaderías y
confiterías); seguido por “Vestido y Tocador” (sastrerías y zapaterías); “Construcción”
(carpinterías, hornos y fábricas de ladrillos); “Mueblerías y Talabarterías”; “Actividades
Metalúrgicas” (herrerías y hojalaterías); “Joyerías, Tintorerías, Fabricas de Jabón, Velas y
Grases”; “Talleres Gráficos, Barracas, y Fábricas de Ladrillos”.Estas cifras permiten
apreciar el carácter real de esa “industria”.

Además había alrededor de 3.100 establecimientos comerciales, de los cuales más de la


mitad entraban en el rubro, “Alimentación y Alojamiento”.

Una lisa de profesiones del Censo Nacional de 1869 señala la existencia de casi 116.000
agricultores, 14.000 pastores, 46.000 estancieros y hacendados (denominación que incluye
tanto a propietarios como a trabajadores) y 164.000 jornaleros, de los cuales cabe suponer a
una parte como trabajando en el campo.

En el Interior había 94.000 tejedores y 1.200 mineros. La confirmación de que los tejedores
pertenecen a las industrias artesanales precapitalista del Interior la da el hacho de que
disminuyen a 39.000 en 1895. Se trata de talleres que se arruinan ante la competencia de las
manufacturas británicas. Otra profesión es la de arrieros y troperos, disminuidos.

De los oficios manuales no agrícolas, los más numerosos son los correspondientes a la
construcción. Una tercera parte de los que ejercían estas profesiones estaba radicada en la
ciudad de Bs. As.

En el año del primer censo nacional el 84,5% declaraba poseer una profesión, de los cuales
alrededor de 800.000 ejercían profesiones susceptibles de ser consideradas como manuales.
Del total con profesión casi el 36% aparecía como afectado a “producciones industriales”;
el 24% a producción de la materia prima; el 22% eran los sin trabajo fijo; el 15% el
personal de servicio y casi el 4% los que trabajaban en transportes. Además, en los 40.000
que se dedicaban al comercio, puede suponerse la presencia de algunos trabajadores
manuales.

La denominación “producciones industriales”, no debe hacernos olvidar el carácter


artesanal de muchos de esos trabajadores, como lo atestigua la ya señalada presencia entre
ellos de más de 90.000 tejedores del interior.

En la ciudad de Bs. As., mayor punto de concentración de la mano de obra artesanal,


35.000 personas aparecían ejerciendo artes manuales. De ellos casi 10.000 pertenecen a
oficios que pueden agrupar a actividades vinculadas a la construcción y a lo que la época se
denominaba metalurgia y maquinismo.

Había de más casi 16.000 personas que trabajaban en actividades artesanales para el
consumo local, fundamentalmente costureras, zapateros, cigarreros, sastres, etc.

En los alrededores de la ciudad de Bs. As., se fue formando también un cordón de talleres
que trabajaban para el consumo y para las incipientes industrias subsidiarias de la actividad
agropecuaria. El Censo provincial de 1881 refleja la existencia de: 12 saladeros que
empleaban 1.700 personas, 57 molinos salineros co 500 hombres; 400 talleres de
carpinterías, herrerías y hojalatería que empleaban 1.800 trabajadores, etc. Estos son
reveladores del crecimiento experimentado, pero también de la debilidad y del carácter aún
artesanal de esa naciente industria. La concentración de la mano de obra por
establecimiento es baja. Si se exceptúan los doce saladores, que tienen un promedio de 145
obreros, en el resto la media es de 6,3 trabajadores por establecimiento.

Una proporción importante del conjunto de la mano de obra en el país con anterioridad a
1880, está sujeta aún a condiciones de explotación precapitalista como lo señal Dorffman
en 1853 en casi todo los salarios se incluye la manutención del obrero. Esta practica se
mantendrá aún por bastante tiempo en los años siguientes, particularmente e el interior del
país. En muchos casos los salarios serán solo nominales. Esto era común en el pago de los
peones de las estancias, de los trabajadores de las industrias de transformación de materia
primera del Noreste y Noroeste, e incluso en la mayoría de los saladeros de la provincia de
Bs. As.

Además, tanto en el interior como entre los artesanos de la ciudad de Bs. As, era necesario
poseer un luego e herramientas para ejercer la mayoría de los oficios que requerían un
mínimo de calificación.

En los casos de los artesanos y asalariados de la ciudad de Bs. As., en los años 60’ y 70’,
poseer herramientas propias era una posibilidad de ascenso social. La inexistencia de una
estructura industrial facilitaba que muchos de esos trabajadores se convirtieran e pequeños
propietarios.

Aún cuando no se transformaran en propietarios, el poseer sus propias herramientas y la


incesante demanda de mano de obra, permitía a los trabajadores obtener importantes
concesiones de sus empleadores. Los oficios semiartesanales tendrían una cierta jerarquía
hasta mediados de la década del 80’ cuando el abrupto incremento de la inmigración y la
proletarización de los trabajadores cambiarán as condiciones de explotación.

El término artesano debe ser adoptado con cierta precaución. En algunos casos a los
inmigrantes que poseían sus propios útiles y un pequeño capital lograban instalar pequeños
talleres produciendo para el consumo local. Sin embargo, en muchos otros, se trataba de
trabajadores independientes que recibían un pago en efectivo a cambio de ciertos trabajos.

Aunque el salario se generaliza más rápidamente entre lo trabajadores urbanos, en cierta


medidas los primeros talleres empleaban también una cuota de mano de obra no asalariada.
Esto se debía al carácter familiar de muchas de esas pequeñas industrias.

Estos trabajadores urbanos, con cierto de grado calificación se correspondían con el tipo de
inmigrante que llegaba en las primeras épocas. En esos años, todavía la preocupación
gubernamental y de las elites dirigentes del país, se centraban en atraer mano de obra
calificada. En ese período la propaganda Argentina, se orientaba aún a traer inmigrantes de
las regiones mas industrializadas. Posteriormente esta preocupación desaparecerá,
dejándose librado el curso de la inmigración al flujo espontáneo, cuando solo interesará
traer mano de obra barata.

Mutuales y socialismo

De esta capa de artesanos surge principalmente la iniciativa de constitución de las primeras


tentativas de organización autónoma de los trabajadores. Son las asociaciones mutuales que
se estructura sobre la base de oficios y tienen generalmente por objetivo el auxilio recíproco
entre sus miembros y la defensa de la profesión

La primera es la “Sociedad Tipográfica Bonaerense”, fundada el 25 de mayo de 1857. Todo


indica que se trataba de una identidad con rasgos predominantemente mutualistas Sin
embargo, esto no obstaculizará que en ciertas ocasiones tenga planteos reivindicativos
referidos a salarios y condiciones de trabajo y que incluso sus dirigentes formulen algún
tipo de propagandas de corte político.

No obstante su carácter predominantemente mutualista, estas organizaciones constituyeron


un paso adelante en el todavía embrionario proceso de constitución de organizaciones
obreras. El hecho de que se constituyeran sobre qua base corporativa, sobre profesiones, las
diferenciabas de las asociaciones constituidas sobre bases de nacionalidad de origen.

Las asociaciones basadas en comunidades extranjeras proclamaban también principios


mutualistas y constituían un punto de referencia importante para los inmigrantes recién
llegados, permitiéndoles romper el aislamiento y acceder más rápidamente a un alojamiento
conveniente o a un trabajo. En esa época la solidaridad entre compatriotas contaba más que
la solidaridad social entre miembros de una misma clase social. El inmigrado era ante todo
un extranjero.

En el marco de las asociaciones por nacionalidades el trabajador inmigrante sigue


vinculado a la política de su país a través de las oposiciones liberales. Además, estas
oposiciones (muchas veces a través de la Masonería) tenían vínculos con distintas
fracciones de la vida política Argentina. Incluso a veces, ciertas asociaciones mutualistas
eran en realidad organizadas por sectores de las clases dominantes para buscar algún tipo de
apoyo popular.

En cambio, en las asociaciones mutuales por oficio, los inmigrantes se agrupan como
obreros, rompiendo relativamente la influencia de su condición extranjera. El papel
desempeñado por estas asociaciones mutuales corporativas no fue solamente el de
contribuir a una conciencia de clase, sino también en alguna medida a la “integración” del
inmigrante a la Argentina, como lo será mas adelante también el de los sindicatos.

A pesar de las numerosas ambigüedades que estas asociaciones presentaban y que eran en
alguna medida una consecuencia de las ambigüedades propias de su base social,
constituyeron un primer elemento de diferenciación e clase respecto a la masa de
inmigrantes que se definía objetivamente como extranjeros. Es cierto, de todas maneras,
que dualidad obreros/extranjeros persistiría durante muco tiempo, reflejando en realidad las
peculiaridades y complejidades que tendría en Argentina el casi paralelo proceso de
constitución de la clase obrero y de la identidad nacional.

E muchos casos, estas asociaciones mutuales irán modificando su carácter al calor de los
cambios que se irán produciendo en la estructura de la capa de trabajadores manuales que
constituía su base social. Frecuentemente estas se convertirán en “Sociedades de
Resistencia”, en otros conservará, incluso a veces hasta la década del 90’, un carácter
ambiguo entre mutualistas y sindicalista. En el caso de los tipógrafs de la primitiva
sociedad mutual saldrán los elementos fundadores de una asociación con rasgos sindicales
más específicos.

Los primeros periódicos socialistas

Correlativamente a la formación de las primeras asociaciones mutualista surge una


literatura socialista, cuya expresión más importante fue el periódico El Artesano, aparecido
en 1863, bajo el impulso de Bartolomé Victory Suárez, uno de los principales entre los
pioneros del movimiento obrero argentino.

El Artesano afirmaba dirigirse en particular a tres clases: los obreros, los “artesanos” y los
“industriales”. Esa ambigüedad aparecería constantemente en la prédica del periódico como
un reflejo del escaso grado de diferenciación social interna en el seno de la masa de
trabajadores manuales en los primeros años de la década de los 60’. No obstante los
redactores se autodefinían como “obreros”.

El Artesano evidenciaba una ideología genéricamente socialista, reformista, republicano,


combinando las exigencias de mejores condiciones de vida para los trabajadores, con
llamados a un esfuerzo común para construir la “nación”, revelando así expectativas en el
progreso social y en un desarrollo relativamente pacífico del capitalismo argentino. Esto lo
llevaba a proclamar la necesidad de “no inmiscuirse en política” y a la vez afirmar que era
necesario congeniar “los intereses de los inmigrantes con los del país”.

En su conjunto su prédica refleja bastante bien la ambigua situación social de esos


artesanos, aprisionado entra las expectativas de progreso social que parecerían abrirse en el
país y su marginación política. De alguna manera la ausencia d una verdadera burguesía
industrial en esa época, permitía a esos artesanos exhibir una cierta ideología industrialista,
que hacía que estos artesanos aparecieran dotados de una ideología de progreso social.

Si bien una parte de esos artesanos de los años 60’ pasarán a formar parte de la burguesía
industrial, para el resto la única perspectiva será su proletarización a medida que el
desarrollo capitalista se irá afianzando. Además, su marginación política se acentuará e irán
radicalizando sus concepciones ideológicas. La ausencia de una política industrialista por
parte de la mayoría de las clases dominantes y dirigentes de la época y la concurrencia de
las manufacturas británicas contribuirán a este proceso.

Otro hecho significativo que revela El Artesano es la confluencia de algunos intelectuales


liberales o de simpatías socialistas con artesanos y obreros. Parece ser la primera vez que
confluían trabajadores manuales e intelectuales en una tarea de propaganda política en
Argentina. Pero será recién en la década del 90’ que los primeros intelectuales argentinos
irán hacia el movimiento obrero en forma efectiva y permanente.

Los tipógrafos

Paradójicamente, a pesar de la composición predominantemente extranjera de los primeros


militantes obreros, el papel de vanguardia en todo este período corresponde a un gremio
integrado mayoritariamente por trabajadores argentinos de nacimiento. En efecto los
tipógrafos constituirán en 1857 la primera asociación mutual la “Sociedad Tipográfica
Bonaerense”; hacia fines de la década del 60’ establecerán los primeros vínculos con la
Asociación Internacional de Trabajadores (AITE) y casi diez después protagonizarán la
primera huelga sostenida públicamente por una organización sindical.

Este papel de vanguardia de los tipógrafos se explica por diversas circunstancias: 1) Por las
características del oficio, que supone un cierto grado de instrucción en una época en la cual
leer y escribir no era usual entre los trabajadores manuales; 2) Era un gremio relativamente
numeroso. Incluso, su oficio lo familiarizaba en el arte de editar una prensa obrera; 3) Su
condición de argentinos facilitaba su organización corporativa, en la medida en que no
estaban sujetos a las presiones que las comunidades por nacionalidades y la condición de
extranjeros ejercían sobre los otros inmigrantes.

En los dos documentos oficiales de los tipógrafos se comprueba una evolución respecto a
los textos de El Artesano. Pero siguen caracterizándose todavía por un socialismo
reformista no influido en el fondo, todavía, por el marxismo o el anarquismo. En el primer
documento la “asociación” es la idea central, es decir el agrupamiento de los trabajadores
como ejes de la acción social. La “asociación” es la base elemental de todo lo que existe no
solo en el mundo social sino también en la naturaleza. Hay aquí algunos elementos de
evolucionismo organicista característico de muchos militantes de la época.
Para Victory y Suárez, había que buscar una organización social con la cual el asociado
pueda contar con el producto íntegro de su labor. Para lograr ese objetivo, debía partirse de
la asociación, desde el principio de la cooperación recíproca, de “la doctrina de todos para
cada uno, y cada uno para todos”. Sin embargo la aplicación inmediata de este principio se
encuentra demorada por el hecho de que el privilegio y el individualismo se han encarnado
en la condición social de los pueblos. Por lo tanto era necesario implementar una
graduación orgánica.

Esta “graduación orgánica”, este socialismo evolucionista, suponía en un primer momento


fomentar el espíritu de asociación en todo y para todo. Luego debía pasarse a la
organización de los asociados por gremios, profesiones, industrias y otras formas
corporativas y luego organizarlos para el consumo propio. Las etapas finales de este
proceso consistirían en producir por cuenta y provecho exclusivamente propio.

Para Victory y Suárez, la libertad es un elemento importante, pero insuficiente en si misma


como para garantizar la emancipación de los trabajadores.

En consecuencia el trabajador no debe participar en política mas que para exigir de sus
representantes que le garantan el libre ejercicio de sus facultades. Suponía que a través de
este camino y utilizando la libertad solo como medio, todos los productores se asociarían y
llegaría el día que el trabajo sería tan poderoso como el capital.

Capítulo IV

El movimiento obrero (1878-1899)

Los cambios que se producen en la estructura del país repercuten en la organización obrera
y en sus manifestaciones políticas.

Entre 1878 y 1887 se desarrolla un período de acumulación del movimiento obrero, cuyas
fuerzas explotarán en 1888 cuando la confluencia de la crisis coyuntural con la nueva
situación de los trabajadores, hagan permanentes en Argentina las expresiones de la lucha
de clases.

En esos años surgen las primeras Sociedades de Resistencia, en las cuales las
reivindicaciones corporativas van reemplazado al mutualismo. Se desencadenan también,
aunque todavía episódicamente, las primeras huelgas y conflictos obrero-patronales.
Paralelamente se va multiplicando la actividad de los grupos socialistas y anarquistas.

En 1878 se produce la primera huelga sostenida por un organización sindical, la de los


tipógrafos. Sin embargo, no se trata de la primera que registra la crónica. La importancia de
esta huelga es la presencia de la Unión Tipográfica, que aparece como la primera
organización con fines sindicales específicos. Desde fines de 1877 un núcleo de militantes
de la Sociedad Tipográfica Bonaerense se había propuesto crear una nueva asociación que
superara los límites mutualistas que ésta tenía.

Los tipógrafos obtuvieron importantes concesiones: aumentos de salarios, reglamentación


de los horarios de trabajo, supresión del trabajo de los niños, etc. Sin embrago el triunfo fue
efímero. La introducción de trabajo a destajo dará lugar a la competencia entre obreros y
los horarios serán superados nuevamente. La Unión Tipográfica será disuelta en 1879 por
decisión de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, considerando que en la medida que ya
existía una sociedad obrera en el gremio no valía la pena tener dos. Detrás de ese simple
argumento, se escondía el hecho de que las tendencias mutualistas eran aún muy fuertes
entre los trabajadores.

En 1879 se produjo otra huelga, esta vez de obreros cigarreros que habían contado con la
participación de militantes anarquistas. A partir de 1881 se multiplican las huelgas y
conflictos, aunque todavía con ritmo lento.

La consideración de los conflictos y huelgas desarrollados entre 1877 y 1887 revela que las
reivindicaciones más frecuentes fueron los aumentos salariales, el atraso de los pagos, la
reglamentación de la jornada de trabajo y diversas cuestiones vinculadas con las
condiciones de trabajo. Además los conflictos se reparten en diversos sectores del
proletariado. Las reivindicaciones salariales y referidas a la modalidad de pago son más
recuentes en los sectores menos calificados y las vinculadas con horarios y condiciones de
trabajo en los más calificados.

En un 60% de los casos, los obreros obtienen la satisfacción total o parcial de sus
demandas. Todavía hasta 1888 en casi todos los conflictos es notoria la prescindibilidad del
Estado.

Paralelamente se desarrolla un proceso de formación de sociedades de resistencia,


preferentemente en los sectores de mayor calificación. En muchos casos la vida de estas
organizaciones fue efímera. La primera que logró continuar fue la de los Panaderos y la
segunda, “La Fraternidad”, la organización de los ferroviarios. Frecuentemente los
primeros sindicatos surgían en torno a una lucha concreta para desaparecer una vez
terminada. Además, a pear de su intervención en las luchas reivindicativas, mantenían a
veces fuertes tendencias mutualistas.

Las iniciativas de formación de Sociedades de Resistencia corresponden e casi todos los


casos a los oficios más calificados y compuestos mayoritariamente por inmigrantes. Son
gremios de los sectores más importantes de la vida económica los que son más activos
sindicalmente en el periodo: construcción, transportes, algunos sectores del comercio y las
producciones semiartesanales locales. En casi todos los casos se trata de sindicatos de Bs.
As. o locales, a excepción de La Fraternidad, primer sindicato de alcance nacional.
Hasta 1886 los salarios suben y la demanda de mano de obra supera a la oferta en la
mayoría de los sectores del trabajo. Pero en 1887 la situación comienza a cambiar yno
dejan de oirse voces de alarma.

El pronóstico se confirmó. En 1888 y 1889 se desató un reguero de huelgas. Una novedad


es la más abierta participación de militantes anarquistas y socialistas en los conflictos
obrero-patronales. Las huelgas tienen ya una gran repercusión social y la prensa en su
conjunto no deja de ocuparse de ellas. Además, aunque todavía el Estado no modifica su
conducta de “dejar hacer”, aparece una represión selectiva más sistemática contra los
activistas, particularmente contra los anarquistas.

La gran mayoría de las huelgas tienen por objetivos aún los aumentos salariales.

En esta época surge la Unión Industrial (UI). En la década del noventa tendrá una actitud de
no reconocer, al menos oficialmente, a las organizaciones obreras.

Cuando el movimieto obrero evidencie una mayor consistencia a mediados de los noventa,
la actitud de los industriales se endurecerá crecientemente.

Aparte de los enfrentamientos directos que provenían de la posición de cada uno de ellos en
la producción, otro antagonismo opondrá a los propietarios industriales con los obreros.
Los idustriales reclamaban medidas proteccionistas paa la industria, lo que no era
compartido por los socialistas e incluso por los anarquistas y las rgaizaciones sindicales
independientes. La libre entrada de productos extranjeros sin impuestos de importación
abarataría el consumo de los obreros y obligaría a los industriales a perfeccionar sus
técnicas de producción.

El estallido revolucionario de julio de 1890 implicó una detención momentánea del


movimiento obrero. Las consecuencias de la crísis económica marcarán el fin momentáneo
del movimiento ascendente de la lucha obrera. Desde fines de 1890 a 1893, el movimiento
huelgístico inici un curso depresivo.

Además, aunque las reivindicaciones salariales se mantienen, aumentan las uelgas


motivadas por otras cuestiones. Entre ellas, aparecen las prmeras luchas por la disminución
de la jornada de trabajo.

Se traa de un período defensivo para los trabajadores. El aumento de la desocupación no


creaba las mejores condiciones para la realización de las huelgas. Aunque los saldos
inmigratorios disminuyen o incluso son negativos por primera vez en 1891, el abrupto
aumento de los ingresos entre 1887 y 1889 había creado un aumento de la mano e obra
disponible. La crísis agravará las condiciones para los trabajadores.

También el proceso de constitución de organizaciones sindicales tiene un ritmo más lento.


Paradójicamente, en el mismo momento entran en escena las primeras federaciones obreras
y el movimiento obrero hace us primeras armas en el terreno de la acción política. En
realidad, estas iniciativas habían surgido a principios de 1890 cuando todavía se mantenía
el ascenso.

En 1888 y 1889 socialistas y anarquisas participan con la misma intensidad en las luchas
obreras y en la sociedades de resistencia. Pero, a partir de 1890, las principales iniciaivas e
el terreno sindical corresponden a los socialistas. Los anarquistas habían aceptado
limitadamente participar en acciones conjuntas con los socialistas. Pero durante los años de
reflujo, la variante anarquista que cobrará fuerza será la llamada “individualista” o anti-
organizadora opuesta a la lucha de clases y la intervención en las organizaciones obreras.

Esto no dejará de marcar al movimiento sindical de la época, en la medida que los


socialistas tenían entonces una concepción que aproximaba mucho lo sindical a lo político.

El primer antecedente de las organizaciones sindicales de inspiración socialista que se


formarán en los comienzos de la década de noventa fue el Comité Internacional Obrero
(COI), que se fijço como objetivos: crear una federación obrera, publicar un periódico para
la defensa de la clase obrera y enviar una petición al Congreso Nacional.

La lista de las organizaciones que convocaron el acto del 1º de mayo de 1890, revela la
presencia de tres Sociedades de Resistencia, de una agrupación socialista -el Vorwärts- y el
resto estaba formado por asociaciones de colectividades extranjeras, muchas de ellas de
carácter político, la mayoría italianas. El cosmopolitismo del naciente movimiento obrero
argentino se verifica también por el hecho de que los oradores del 1º de mayo se expresaran
en castellano, italiano, francés y alemán. Junto a los oradores socialistas participaron
algunos anarquistas, aunque críticamente.

Sin embargo, los anarquistas ya no seguirían a los socialistas en en los otros propósitos que
se había fijado el COI (formación de la federación obrera y el periódico a publicar).

La Federación se funda en 1890, y su programa se fija como objetivos: 1) la posesión del


poder político por la clase obrera; 2) la socialización de los medios de producción; 3) la
organización de la sociedad sobre la base de una Federación económica, etc.

Estos eran los objetivos del “programa máximo”. En lo inmediato contemplaba una parte
política y una económica. Las propuestas políticas apuntaban a una democracia radical.
Entre ellas: derecho de asociación, libertad de prensa, naturalización amplia de los
extranjeros, justicia gratuita y por jurados, supresión del ejército permanente y armamento
general del pueblo, separación de la Iglesia y Estado, sufragio universal simple y “self
governement” de las comunas.

Las propuestas económicas insisten también en los mismos temas comunes a todo el
movimiento obrero sindical del período: salarios, jornada de ocho horas. Reglamentación
del trabajo de mujeres y niños, higiene y condiciones de trabajo, inspección regular de los
talleres.

Los organismos de la Federación eran los comités locales, el congreso de delegados y el


Comité Federal. Se establecía una estructura abierta pero relativamente centralizada. La
importancia del programa y de los estatutos de la Federación es que posteriormente serán
tomados por otros intentos similares.

Poco después de su segundo congreso, la Federación será disuelta por el Comité Federal en
1892. la decisión parece inspirada por la semiparálisis que atravesaba la Federación y por la
decisión de algunos socialistas de cambiar de táctica lanzándose a una acción política más
definida, construyendo un partido no identificado directamente con la acción sindical.

Lentamente, desde fines de 1893 y durante 1894 la situación general empieza a


modificarse. En esos dos años surgen alrededor de 15 nuevas sociedades de resistencia y
solamente en el segundo de esos dos años se producen trece huelgas.

En 1894 los socialistas intentan por segunda vez construir una federación obrera. Pero la
organización no llegará a tener una vida regular y efectiva, disolviéndose en 1895.

Los socialistas enfrentaban ahora una competencia que no existía anteriormente. Desde
1894 se hace visible una evolución en las relaciones de fuerza entre los anarquistas
“organizadores” y los “anti-organizadores”, a favor de los primeros, que acepta la
formación de sociedades de resistencia y la organización de huelgas. El cambio de
orientación de los anarquistas tendrá como base el auge del movimiento huelguístico que se
intensifica en 1895 y 1896.

Además, la multiplicación de las sociedades obreras hará surgir una corriente de


sindicalistas que se manifestaban inorgánicamente pero que se mantenían independientes de
socialistas y anarquistas.

La mayoría de las huelgas tiene por reivindicación central aumentos salariales, pero
aparecen también otras, como la disminución de la jornada de trabajo. Por su amplitud, la
holeada huelguística de 1895 y 1896 es la más importante que haya conocido Argentina
hasta entonces y además no se repetirá un fenómenos similar hasta ya entrado el siglo XX.

En 1895 más del 70% de las huelgas logran la satisfacción de sus exigencias, pero en 1896
este porcentaje disminuye bastante. Los industriales endurecen sus posiciones. Además, la
represión policial se hace más intensa, fundamentalmente, las vinculadas a la exportación y
a los servicios públicos.

Además, en 1896 se verifica un nuevo aumento de los volúmenes inmigratorios, lo que


explica parcialmente la menor efectividad de las huelgas respecto al año anterior.
Rápidamente el movimiento obrero va a percibir los ritmos incontrolables del proceso
inmigratorio como un factor de desequilibrio de sus luchas. En 1898 el Partido Socialista
(PS) inscribirá en su programa un pronunciamiento contra todo fomento artificial de mano
de la inmigración. Análisis similares pueden encontrarse en la prensa anarquista.

En esa misma época se multiplican también las organizaciones obreras. Un hecho


importante fue la aparición del periódico La Unión Gremial, órgano de varias sociedades de
resistencia. Expresaba de alguna manera una inorgánica corriente sindical, que aparecía
como independiente de anarquistas y socialistas. Su programa proclamaba: no defenderá
ambiciones personales y de ningún partido, porque esá probado que jamás han hecho nada
respecto al mejoramiento de las clases obreras oprimidas. Si esta sposiciones parecían
próximas a las de los anarquistas, La Unión Gremial lo desmentía.

La Unión Gremial no estará ausente de los primeros debates que se realizarán en el país
sobre la posibilidad de organizar una huelga general. En medio de este clima surgen
iniciativas para concretar una Convención Obrera y preparar la huelga general.

La Convención Obrera se efectiviza y las sociedades celebran un Pacto que constituía la


base de la Convención Obrera. En los considerandos de la declaración final se reconocía la
necesidad de una acción general concretada y se afirmaba que las huelgas parciales no dan
sino resultados parciales. La Convención Obrera estaba concebida como una unión
gremial, pero con características bastante diferentes a las Federaciones Obreras más
estructuradas, que preconizaban los socialistas.

No obstante, la declinación que se registró en el movimiento huelguístico desde fines de


1896 y que se acentuará en los tres años siguientes, coartó todas estas iniciativas, y la
Convención Obrera y el proyecto de huelga general de diluirán pronto.

A partir de 1897 las tendencias se invierten pasando a ser la desocupación el eje central de
la agitación obrera. En 1897 desocupados organizados por anarquistas y socialistas
realizaron una asamblea. Desde ese año se observa un acercamiento en la realización de
acciones comunes entre las dos tendencias mayoritarias del movimiento obrero.

Entre 1896 y 1897 fracasa la tercera tentativa socialista de organizar una Federación Obrera
que no había contado con el apoyo anarquista. La corriente organizadora aceptaba la
necesidad de la lucha por mejoras parciales a través de los sindicatos, pero rechazaban que
las peticiones fuera dirigidas al Estado, con lo cual consideraban que se traicionaba la
consigna de la AIT de que la emancipación sería obra de los trabajadores mismos.

El siglo XIX se termina en un clima de quietud del movimiento obrero, e incluso de relativa
desorganización gremial, debido a la desocupación y al endurecimiento de la política estatal
y patronal, que no será, sin embargo, más que transitoria.
En 1897 se presenta en las Cámaras un anteproyecto de ley que fue el antecedente directo
de la Ley de Residencia y que a partir de 1902 permitirá la pulsión de centenas de
militantes e inmigrantes extranjeros. Pero a partir de 1900, aún con un ritmo lento, el
movimiento obrero va mostrando algunos síntomas de recuperación, que se acelerará al año
siguiente hasta llegar en 1902 a la gran huelga general que marca el inicio de una nueva
época.

FALCÓN, RICARDO Y MONSERRAT, ALEJANDRA: “Una vez más la Semana


Trágica: estado de la cuestión y propuestas de discusión”

Pese a la extenso análisis de la Semana Trágica, quedan pendientes en debate la evaluación


de fondo de las rupturas y continuidades que se produjeron en la política radical hacia lo
sectores populares urbanos y sus relaciones con el movimiento obrero después de esta
Semana.

Un análisis historiográfico: los temas en debate

- Nicolás Babini encuentra tres causas a la Semana Trágica: 1) que la policía no hubiera
sido reestructurada por el gobierno radical en 1916 y por lo tanto se mantenía su tradición
de intervenir violentamente frente a los movimientos obreros como lo hacía en el período
oligárquico; 2) la escasa “sensibilidad social” de la clase dirigente y de lo patrones del
comercio y la industria; 3) la violencia preconizada por el sector más radicalizado del
movimiento obrero: los anarquistas.

Todos estos factores habrían generado un fuerte clima de revanchismo y desahogo en las
filas policiales que explicaría el grado de violencia. Que la situación no hubiera dado lugar
a un desborde mayor se debió a la fuerza de Yrigoyen y a la cordura del general
Dellepieane, que negocia con los dirigentes obreros y frena tentativas golpistas de algunos
sectores militares.

- Julio Godio ubica en primer lugar la situación económica como un factor de gran
importancia para la comprensión de los condicionantes de la Semana Trágica. Para él, el
radicalismo, como los socialistas y los sectores “más blandos” de los conservadores
concurrían en un cierto consenso para la “legalización del movimiento obrero”, lo que
suponía la sanción de alguna legislación protectora del trabajo. Pero este consenso se
contraponía con la resistencia de las empresas a reconocer “definitivamente” a las
organizaciones sindicales.

Godio es uno más de los que acertadamente niegan la idea de la existencia de un complot
“maximalista”; para él no hay dudas de que el movimiento fue espontáneo, cuya causa
directa fue un acontecimiento que “sobredeterminó una situación explosiva que sólo
necesitaba una chispa y esa chispa, fue la matanza de obreros del día 7”, siendo para él el
mayor enfrentamiento social pese a la gravedad de los ocurridos en 1904 y 1909.

La evolución en la relación entre Estado y sindicatos es otra variable explicativa. Para él,
1916, con la asunción de la UCR, fue una especie de “parteaguas”. En el “antes”, lo
dominante es el enfrentamiento abierto del Estado los sindicatos. El “después” se
caracterizaba por una mayor libertad de movimiento a los sindicatos y en algunos casos por
laudos gubernamentales que favorecían a los huelguistas.

Para el autor, el gobierno tenía dos prioridades en el tratamiento de la huelga general: a)


resolver globalmente la “cuestión obrera”, a través de una adecuada legislación; b) antes de
lo anterior debía resolverse la coyuntura determinada por una huelga que amenazaba con
adquirir ribetes insurreccionales. Esto lo llevaba a emplear dos estrategias concomitantes:
por un lado, utilizarse si era preciso, toda la fuerza necesaria, y por otro, intentar ganar
aliados en el campo sindical.

Esta doble estrategia buscaba tanto conseguir el apoyo de una parte de los obreros, como
establecer mecanismos de subordinación de los sindicatos al Estado. Esto lo obligaba e
ciertas circunstancias a enfrentar a un sector de los empresarios industriales que creían que
la represión era el único medio apto para resolver las cuestiones sociales.

Para Godio, esta actitud del gobierno respondía a que “se colocaba en el eje capitalista
desde una concepción modernizadora de la sociedad argentina”. Por eso, acompañaba
negociaciones con la FORA sindicalista, con enfrenamientos con los sectores más
derechistas de la oligarquía. “si no, quedaría aprisionado entre unos y otros”.

Estos razonamientos del gobierno radical derivaban de una concepción más de fondo:
“movía a los radicales yrigoyenistas la idea utópica de poder suprimir los conflictos
sociales reformando el capitalismo. Pensaba que un régimen avanzado podía lograrlo. Pero
al mismo tiempo reafirmaban que el Estado no permanecería al margen de los conflictos
sociales si estos amenazaban al sistema social”. Este comportamiento coyuntural del
gobierno radical lleva a Godio a caracterizarlo como “liberal-populista”.

Por otra parte, Godio ve a la aparición de la Liga Patriótica como “uno de los hechos más
originales de los sucesos de enero”, recalcando su heterogeneidad de orígenes ideológicos y
sociales; una mezcla de factores políticos y corporativos, con el apoyo de la Iglesia, al
menos de la fracción más reaccionaria representada por monseñor Miguel de Andrea.
En el análisis de las fuerzas políticas intervinientes en el conflicto, destaca el rol de los
conservadores, cuyo objetivo era resolver la “cuestión obrera”, pero en forma subordinada a
la intención de preservar “la esencia del Estado”.

- David Rock, en su artículo de la Semana Trágica, la analiza desde la teoría de la


“deprivación relativa”, más acertada para él que la proposición analítica marxista de ls
“conciencia de clase”. Sostiene que hay dos hechos fundamentales: la huelga general del 9
y 10 de enero de 1919 y el “movimiento patriótico del l0 al 16 del mismo mes y propone el
análisis de una serie de factores condicionantes: el grado de espontaneidad o predecibilidad;
el tipo de liderazgo y el grado de coordinación del movimiento; la duración de la
movilización; la cantidad y la calidad de los participantes; el grado de coherencia
ideológica de la acción.

Resumidamente, Rock considera que la huelga durante la Semana Trágica fue un


movimiento espontáneo, poco predecible; sobre todo una expresión de protesta contra la
violencia policial y de solidaridad con las víctimas. Los hechos de contraviolencia fueron
desorganizados, alentados por pequeños grupos y la adhesión pasiva de las masas que tuvo
el movimiento en amplios sectores de los trabajadores estuvo motivada, ante todo, por un
sentimiento de indignación. Se trató de una movilización generada más por elementos
“afectivos” que “cognitivos” y en cuanto a su duración fue transitorio. Las demandas
planteadas se caracterizaron por su inmediatez.

En lo que concierne a los participante, los divide en “violentos” (los sitiadores de los
talleres Vasena del día 9 de enero; la vanguardia de la columna fúnebre de La Chacarita y
los promotores de los incendios y hecho de violencia de los días 9 y 10. son jóvenes, hijos
de migrantes, en su mayoría, que sobrellevan un notorio problema de marginamiento
cultural. Dos grupos específicos entre los “violentos” so los tranviarios, que protagonizan
un conflicto co las empresas y los obreros de Vasena) y “no violentos” (la mayoría de los
trabajadores que adhirieron pasivamente a la huelga en repudio de la violencia policial).
Los grados de violencia y participación, están determinados, en cierta medida, por la mayor
o menor proximidad geográfica con el epicentro de los acontecimientos: los talleres Vasena
y el barrio de Nueva Pompeya.

Rock concluye que la huelga no fue el resultado de la acumulación de injusticias en el


período de guerra, sino que el desencadenante fue la indagación popular frente a la
violencia policial. Fue así un movimiento afectivo, una explosión efímera, en el cual no se
habrían revelado indicios de conciencia de clase.

En cambio, es en el “movimiento patriótico” donde aparecen elementos cognitivos y de


conciencia de clase.
Así, la conclusión de Rock se contrapone con la de Godio, que considera a la Semana
Trágica como una “sobredeterminación” de ua coyuntura crítica potencialmente explosiva.
También se contrapone a la de Bilsky.

Otra versión no contrapuesta, sino relativamente diferente porque pondera otros elementos,
la da Rock en su libro sobre la historia del radicalismo.

Precede, al igual que Godio, precede su análisis de la coyuntura co una consideración de la


evolución de la situación económica durante la guerra y su incidencia sobre la vida de los
trabajadores. Una de las consecuencias fueron las huelgas que afectaron sobre todo a los
sectores de la economía controlados por el capital extranjero y una expansión del
movimiento sindical, ejemplificado por el incremento de los índices de afiliación gremial.

Como Godio, advierte la modificación en las relaciones Estado-movimiento obrero con la


asunción del radicalismo. Sin embargo, considera que Yrigoyen “no se puso
indiscriminadamente del lado de los obreros sino que tendió a hacerlo cuando dicha acción
prometía acarrearle beneficios políticos, por lo general en términos de votos”. Sin embargo,
reconoce, en relativa contradicción con lo anterior, que en 1916 el gobierno veía en sus
tratos con la clase obrera una de sus “grandes prioridades”.

Por último, hay que señalar que Rock consideraba que “el gobierno radical estuvo casi al
borde de ser derrocado por un golpe de Estado militar”. Esta situación crítica habría sido el
resultado de una tendencia general a una alianza entre intereses económicos nacionales y
extranjeros, como reacción a las políticas laborales de Yrigoyen.

- Edgardo Bilsky, aunque sigue ciertos análisis de Rock, difiere con él al considerar que
minimiza los alcances de la huelga general.

Si bien casi todo los autores refieren a la influencia de la Revolución Rusa, ésta es
particularmente enfatizada por este autor.

Desde otro punto de vista, para Bilsky, la Semana Trágica es un resultado del hecho que la
pujaza del movimiento obrero, respondiendo a una situación crítica, haya desbardado los
marcos de contención que suponía la hegemonía de la FORA de IX. Coincidiendo con la
mayoría de los autores, destaca un resurgir transitorio del anarquismo favorecido por el
impacto de la Revolución Risa y por el agravamiento de las condiciones económicas
durante ya guerra y la posguerra, que llevó a los trabajadores porteños a adherir al
movimiento huelguístico y a no acatar el levantamiento de la medida de fuerza dispuesto
por la FORA sindicalista.

Aunque con una ´ptica parcialmente diferente a las de los otros autores, Bilsky sostiene
también que la política guberamental en la coyuntura está guiada por una doble pretensión:
preservar el orden y la propiedad privada, y salvar las políticas sociales ya alianzas que
venía manteniendo desde 1916.
Para este autor, en la medida que el gobierno logra preservar los lazos con la FORA del XI
congreso, obtiene un saldo a su favor, en tanto, en la coyuntura, logra escindir al
movimiento obrero. En ese mismo sentido se inscribirían ciertas medidas gubernamentales
en las postrimerías de la huelga, como el arresto del comité de redacción de La Protesta,
que tendería y dificultar las negociaciones que el general Dellepiane estaba estableciendo
con la FORA del V, la anarquista.

Después de los acontecimientos de enero de 1919, según Bilsky, se abre un debate sobre
cómo solucionar la cuestión obrera, en la cual aparecen tres propuestas principales: a) la del
PS, que plantea mejora para la clase obrera que permitan superar la tentación de las
propuestas insurreccionales del anarquismo; b) la de la UCR, que propone mejoras
similares pero con una clara intervención del Estado que permita generar un sindicalismo
controlado por él; c) la del sector más conservador, que propone que el sindicalismo de
“nuevo tipo” antes que se produzca la legislación el trabajo.

Bilsky se inscribe en el mismo marco de las conclusiones de Godio y Rock; afirma que la
Semana Trágica es la expresión de “tendencias preexistentes”. A su vez señala que marcó
el fin del “período insurreccional” del movimiento obrero, comenzando a delinearse nuevas
formas en el accionar de las organizaciones obreras.

De este recorrido historiográfico, se pueden deducir algunos temas centrales de


preocupación y debate entre los historiadores:1)Todos coinciden que o hubo “complot”,
aunque admitiendo diversos grados de espontaneidad en la gestación del movimiento
diverjan en las causales invocadas; 2)Todos confluyen en la idea de que hubo muy
pertinentes y particulares razones económicas de los períodos de guerra y posguerra, que
determinaron la eclosión de enero de 1919;3)Coinciden en señalar un corte en el
tratamiento de la cuestión obrera por parte del Estado. El gobierno de Yrigoyen abría
inaugurado un nuevo tipo de política hacia los sindicatos, sin nada por una apretura formal
en su tratamiento y sobretodo por el acceso al laudo arbitral, especialmente presidencial que
daría lugar a varios fallos favorables a los huelguistas. Esto constituiría, e algunos casos,
como en el muy notorio de la Federación Obrera Marítima (FOM), una forma indirecta,
pero efectiva, de favorecer el desarrollo de ciertos sindicatos.

El carácter de la huelga

Intentaremos fijar nuestras opiniones sobre algunas de las cuestiones preponderantes:

- El carácter global de la huelga general y del conjunto de acontecimientos de la Semana


Trágica. Las categorías analíticas utilizadas para interpretar el fenómeno oscilan entre la
“espontaneidad” de Rock, que ve en el estallido una reacción emocional frente al desborde
de la acción policial, y las explicaciones “semiorgánicas” de Godio y Bilsky. El primero
utiliza el concepto de “sobredeterminación”, para designar que el impacto de los
acontecimientos de la segunda semana de enero de 1919, dimensionó al máximo una
coyuntura crítica, que de todas maneras, ya era “estructural”, es decir que los contenidos
básicos de la situación de posguerra permitían esperar un estallido de ese tipo. Una
interpretación similar, aunque mas fuerte la da Bilsky al afirmar que la semana trágica fue
“la máxima expresión” de la agudización del conflicto social en la Argentina. Finalmente,
Babini, mantiene una cierta ambigüedad en sus análisis que no permiten clasificarlo en una
u otra tendencia.

- El peso de las variables económicas de la guerra y la posguerra. Todos coinciden en


señalar que esta variable había creado un clima especial de sensibilidad en los trabajadores
urbanos de la ciudad de Bs. As., signado por un lado por un descenso de los índices de
desocupación respecto al período de la guerra y que por lo tanto preanunciaban una mayor
predisposición huelguística y por otro, de un descenso del salario real, vinculado al
aumento del costo de vida y a u descenso relativo de la duración de la jornada de trabajo.

- Carácter global de la movilización. Una derivación de este marco general, es una notoria
tendencia al aumento de la afiliación sindical. Además, es perceptible una especial
sensibilidad y un clima particular de agitación entre los metalúrgicos porteños. La Semana
Trágica se presenta, en consecuencia, como una serie de acontecimientos desencadenados a
partir de la indignación popular frente a la violencia policial y parapolicial, a lo que se
suman otros ingredientes como la existencia de una serie de conflictos laborales y en un
marco general de mayor ocupación y descenso de los salarios reales, que favorecían la
agitación sindical de posguerra y a lo que se pueden añadir las expectativas generadas en
algunos sectores informados y politizados de la población por la Revolución Rusa. Todos
los testimonios descartan la fabulación derechista del “complot”. Los anarquistas serán los
primeros en reaccionar e intentar dotar al movimiento de una dirección insurreccional, al
afirmar que “el pueblo está para la revolución”, pero en ninguno de sus textos llegan a
arrogarse su paternidad. En este sentido coincidimos con Rock que el conjunto de los
acontecimientos de la semana Trágica eran poco predecibles.

Otro tema en debate es de el de la masividad del movimiento y la calidad de los


participantes. Bilsky, se limita a señalar que la huelga Genil tuvo el apoyo de casi la
totalidad del movimiento obrero organizado. Rock va un poco más allá, al dividir como
vimos, a los participantes más activos, es decir los que llegaron de violencia, estaban
integrados por algunos grupos sociales bien determinables: los obreros de Vasena, los
tranviarios, los anarquistas y simpatizantes que constituían el “servicio de orden” el cortejo
fúnebre de la Chacarita y por jóvenes proletarios de Nueva Pompeya-

Por nuestra parte los análisis de diarios como La Nación y La Prensa, nos llevan a
conclusiones más o menos similares. En primer lugar, es evidente que el centro original de
la violencia arada fueron los ataques con disparos que desde los huelguistas se efectuaron a
los “convoys” de carros con productos Vasena, custodiados por guardias privados armados
contratados por la empresa. Este episodio, no era inédito en la historia social argentina. Si,
quizás, un poco más novedosa era la participación de mujeres y niños, seguramente gente
del lugar o parientes de huelguistas.

En lo que hace a otras manifestaciones de violencia, dejamos de lado lo que Rock


denomina “movimiento patriótico” fueron obra de grupos minoritarios. En este sentido,
todos los autores analizados y la prensa de la época coinciden en señalar que la masiva
adhesión popular a la protesta fue fundamentalmente pasiva.

El movimiento obrero

Otra cuestión importante, es la del rol desempeñado por las organizaciones obreras y sus
dirigencias. La actitud de los socialistas fue coherente con la que venían manteniendo desde
sus orígenes. Ya en la huelga general de 1902, la primera de alcance nacional, los localistas
se habían opuesto a generar cualquier tipo de expectativas insurreccionales. Sostenían la
legitimidad de las huelgas sectoriales como parte del proceso de constitución de la “clase
obrera”, que se vería fortalecido por la obtención de mejoras parciales.

Los socialistas, que sindicalmente se encontraban en minoría, dentro de la FORA del Ix y


que tenían una cierta presencia parlamentaria -centrarán su prédica en la idea que los
acontecimientos brindaban una inmejorable oportunidad para debatir y sancionar una
amplia legislación protectora del trabajo. Al mismo tiempo intentaban diferenciarse con del
gobierno radical al cual responsabilizaban los hechos sangrientos y del anarquismo al que
le imputaban aventurerismo. De esta manera, mantenían su competencia con sus dos
principales rivales: los radicales en el plano político- electoral y los anarquistas en el
político-sindical.

Los Sindicalistas, han logrado ya dirigir la federación gremial más importante, la llamada
FORA IX congreso y desde 1916 había llevado a cabo una política de aproximación al
gobierno radical, al menos en el plano de lo laboral, que los había beneficiado permitiendo
su crecimiento en algunos sectores de la actividad sindical.

Auque sus planteos teóricos más generales eran muy diferentes de los de los socialistas,
coincidían, sin amargo, co estos en oposición a las estrategias insurreccionalistas de los
anarquistas. Siguiendo las enseñanzas de Sorel, la huelga general era sobre todo un
elemento de auto-educación obrera, un instrumento para la emancipación intelectual del
proletariado, pero no cifraban expectativas concretas en su transformación en una
insurrección generalizada. Además, en 1919 ya es claro que han corregido, su antiestatismo
original, lo que se expresaba, como dijimos, en sus entendimientos tácticos con la política
gubernamental radical de laudar en los conflictos entre capital y trabajo.

El debate general sobre la cuestión social en esos años, estaba centrado en la posibilidad de
un “movimiento obrero legalizado”, lo que suponía la sanción de una legislación tanto en el
terreno de las asociaciones profesionales como en del derecho laboral. De hecho, en este
punto lo sindicalistas coincidían con la estrategia socialista, aunque su tradicional
antipoliticismo, antiparlamentarismo y su ante-legalismo, los llevará a buscarla por vías
extras-políticas, es decir, corporativas, de enfrentamiento-negociación con el Estado. Como
esta estrategia parecía avalada por la eventual disposición de los radicales e incluso de los
sectores menos derechistas de los parlamentarios conservadores, a otorgar ciertas
concesiones en el plano de la legislación del trabajo.

Sus diferencias con los anarquistas en cuanto al tratamiento que debía darse al movimiento,
fueron evidentes. Estos, intentaron ampliarlo, extenderlo, incorporando reivindicaciones de
carácter político, que profundizaron el foso entre los sectores populares, el gobierno y las
clases dirigente, en la perspectiva de fomentar iniciativas insurreccionales. Los
sindicalistas, por el contrario, a través de la resolución del Conejo Federal de la FORA del
IX congreso, limitaron los objetivos de la huelga general a dos puntos muy precisos: la
satisfacción plena de las reivindicaciones de los huelguistas de la metalurgia Vasena y la
libertad a todos los detenidos durante los acontecimientos. Estos eran, obviamente,
objetivos conseguibles, a través de la negociación con el gobierno, como un producto de la
presión que significaba la declaración de la huelga general.

La táctica Sindicalista es un claro ejemplo de la aplicación de lo que suele llamarse


realismo político. Si el gobierno aceptaba negociar esos dos puntos, como era previsible
que lo hiciera, los Sindicalistas quedarían consagrados con los únicos interlocutores del
gobierno y los empresarios, desde el campo de los trabajadores y al mismo, lograrían
mantener el control exclusivo el movimiento obrero.

Los resultados de la huelga favorecieron a los Sindicalistas. Sin embargo, el éxito no dio
todos los réditos que ellos esperaban por la aparición de un fenómeno no totalmente
previsto y que finalmente fue el elemento fundamental de los acontecimientos, la
organización corporativa y política de las derechas en la Liga Patriótica.

El gobierno

El radicalismo inaugura una forma de la cuestión obrera, que lo diferencia del período
oligárquico. Yrigoyen interviene en los conflictos entre capital y trabajo pero con una
amplitud y una tendencia a favorecer a los obreros en muchas ocasiones, que no era
conocida hasta entonces. La actitud del gobierno favoreció el desarrollo de la organización
sindical.

Esta actitud mereció dos visiones diferentes. Desde el ángulo de ciertos sectores sindicales,
especialmente desde la FORA del IX congreso, fue vista como favorable a los trabajadores.
En cambio, desde el ángulo e los empresarios más vinculados al capital extranjero y de la
extrema derecha conservadora, fue calificada como una actitud demagógica que propiciaba
el “peligro rojo”.
Frente al estallido de la primera semana de enero de 1919, el gobierno mantuvo, en un
principio, la actitud que tenía en 1916: propició negociaciones con los huelguistas, al
mismo tiempo que intentaba disuadir a los patrones de su actitud aparente de
inflexibilidad.

A medida que la violencia añada un ingrediente no previsible a los acontecimientos, el


gobierno irá pergeñando una doble estrategia. Por un lado la “pacificación”, en una
situación cuyas aristas no controlaba, aunque para ello debiera recurrir a una fuerte
represión. Por otro lado, intentaba mantener una continuidad con las políticas de alianzas
dentro del movimiento obrero.

No es casual, entonces, que Yrigoyen negociara desde un principio con la FORA del IX.
Más aun, ya finalizada la huelga el gobierno tratará de retomar los contactos con los
sindicalistas con el propósito de llegar a acuerdos sobre un posible programa e reformas
globales en el terreno social-laboral.

Un factor disruptor en todas las estrategias fue la aparición de la Liga Patriótica. Nacida,
primeramente, como una emergencia de las derechas frente a la necesidad de restaurar el
orden, coyunturalmente adquirirá una identidad mucho más duradera en los días
subsiguientes. Será una mezcla de voluntades políticas y corporativas y evidenciará,
claramente, que las derechas habían dejado de confiar en el gobierno radical y que se había
decidido a actuar por cuenta propia.

Justificaban su nacimiento frente a ala ausencia del necesario rol estatal en la defensa de la
sociedad civil. “Grupo de vecinos” con la participación de militares conformaran las
“guardias cívicas”, que ofrecerán su colaboración a las autoridades para el restablecimiento
del orden. No hay indicios de que el gobierno hubiera aceptado la intervención de estos
grupos de civiles, aunque como Rock señala, sus relaciones con la Liga Patriótica fueron
ambiguas desde el comienzo.

Los ataques perpetrados por las “guardias cívicas” estaban dirigidos hacia las
organizaciones obreras, pero pronto se fue gestado un clima xenófobo y antisemita y las
agresiones se dirigieron, sobre todo, a los “extranjeros”, a quienes culpaban de los
disturbios. Agitaban el fantasma del “complot maximalista” y se arrogaban la defensa de
los intereses nacionales frente al “terror rojo” importado por los inmigrantes. El accionar de
esos grupos civiles desató durante la Semana Trágica la llamada “caza del ruso”. Estas
guardias cívicas se constituyeron en grupos paraestatales en enero de 1919 hostigando a
populosos barrios obreros e introduciendo un ingrediente más al agudo conflicto social.
Creemos que la consecuencia más importante de esto fue la creación de la Liga Patriótica.

Al mismo tiempo la Semana Trágica expresa la irreversible declinación del anarquismo y


de la “acción directa”. El tipo violencia popular expresada en esa semana no volvió a
repetirse, con la cual no es antojadizo afirmar que evidencia más el fin de una etapa que el
comienzo de otra. En cambio, la aparición de la Liga Patriótica, si expresa un fenómeno
que tendrá fuertes repercusiones posteriormente. Las derechas, las elites conservadoras, han
elegido no confiar en lo regímenes democráticos, aunque o estén pensando en su
derrocamiento inmediato, sino tener sus propias fuerzas de intervención en el conflicto
social.

Un último problema es el relacionado con la posibilidad de un golpe de Estado durante los


acontecimientos de enero de 1919. Esto nos remite al rol desempeñado por el Gral. Luis
Dellepiane. Primero, su decisión de decender sobre la ciudad con tropas de Campo de
Mayo. Esta acción fue un fuerte movimiento de presión al gobierno incitándolo a endurecer
sus posiciones. Pero, al mismo tiempo Dellepiane se habría negado a protagonizar un golpe
de Estado que reclamaban algunos militares.

De todas maneras no hay dudas que Dellepiane intentó desempeñar un papel autónomo en
los acontecimientos. El gobierno había llevado adelante una línea de solución del conflicto
a través de la negociación con la FORA del IX congreso. Por eso no dejará de sorprender
que Dellepiane incluya en sus tratativas a la FORA anarquista. Y cuando esto estaba
ocurriendo, la policía allanamiento el local de La Protesta. Estas desinteligencias se
producen además en el marco de una discusión sobre la aplicación del Estado de Sitio, que
reveló diferencias entre la oposición y el gobierno.

Reflexiones finales

SI bien existen diferencias de matices, las fuentes de la época analizadas nos reafirman el
convencimiento que aunque favorecidos por algunas circunstancias generales, los sucesos
de enero de 1919 constituyeron una respuesta a la violencia policial y parapolicial.

La reacción de los empresarios, receptores militares y de las fuerzas conservadores, e


incluso de algunos miembros del radicalismo, obligaron a el gobierno a abandonar la
tolerancia inicial. Su objetivo era que el movimiento huelguístico no se descontrolara y
reprimirlo con la fuerza necesaria, pero al mismo tiempo no dejó de negociar con los
sectores del movimiento obrero que estuvieran dispuestos a hacerlo, tratando de preservar
las alianzas que había venido formando.

Incluso en el curso del mismo año intentará retomar sus contactos con la FORA
sindicalista, mantiene sus vinculaciones con la FOM y la Federación Obrera Ferrocarrilera,
prepara una serie de proyectos legislativos que tenían por objetivo dar algunas concesiones
importantes en materia laboral y establecía reglas de juego que suponían una legalización
del movimiento sindical que otorgaba derechos pero también una cierta regimentación de
sus actividades.
Parece demasiado arriesgado afirmar que se produjo un corte total en las políticas sociales
del gobierno y que hubiera habido una ruptura definitiva con las organizaciones sindicales
más proclives a la negociación.

La Semana Trágica no parece inaugurar una nueva etapa de combatividad en el movimiento


obrero. Por el contrario, marca el fin del período de las huelas que se había iniciado en
1902 y que ya había encontrado límites importantes con la derrota de 1910. La resurrección
del anarquismo se revelará como transitoria. Habrá que esperar hasta mediados de la década
del treinta para que se haga visible un cierto resurgir del accionar obrero e incluso hasta
1945.

Existe un cierto consenso, que compartimos, sobre el hecho que el “movimiento patriótico”
fue uno de los elementos más importantes de los sucesos de enero de 1919. La aparición de
elementos paraestatales de represión persigue un doble fin: por un lado frenar la acción de
los anarquistas y poner límites al conjunto el movimiento obrero y por otro, presionar al
gobierno para que sea más inflexible. De alguna manera, la Liga Patriótica anticipa el golpe
de Estado de 1930, porque evidencia que sectores de la élite están dispuestos a romper la
legalidad democrática en pos de la preservación de sus intereses. Y logra permear a la
sociedad civil consiguiendo la adhesión de sectores de las clases medias urbanas.

FALCÓN, RICARDO: “La relación Estado-Sindicatos en la política laboral del


primer gobierno de Hipólito Yrigoyen”

Analizaremos la relación entre Estado y sindicatos y su actitud ante la cuestión social,


fundamentalmente aspectos referidos al rol que el Estado otorgaba al Departamento
Nacional del Trabajo y a los contenidos de los proyectos de ley de asociaciones
profesionales.

En las dos primeras décadas del siglo XX, se producen dos tentativas importantes por
establecer una ley global reguladora del mundo laboral. El primero, el “Código González”,
impulsado en 1904 por el ministro del Interior de Roca, y el segundo es el “código de
1921” y que en realidad, reconocía como antecedente importante, una serie de proyectos
sobre temas laborales, enviados por el PEN al Congreso de 1919.

No es casual que estas dos tentativas se produjeran después de fuertes conmociones


sociales como fueron la huelga general de 1902, y la Semana Trágica.

Ambas tentativas, pese a elementos comunes tienen diferencias que ayudan a comprender
qué es lo que tiene de innovadora y qué de continuadora la política laboral del primer
gobierno radical, en la medida en que marca diferencias en el tipo de aproximación del
Estado a la cuestión social.
El proyecto de González

La iniciativa está inspirada en las repercusiones de la huelga general de 1902, la primera


que tiene alcances nacionales, y que dio lugar a serios enfrentamientos entre los sindicatos
anarquistas y el Estado, poniendo de relieve dos fenómenos: en primer lugar la plena
irrupción del movimiento obrero en la escena política nacional con capacidad de enfrentar
la represión estatal. En segundo lugar permite comprender a la elite dirigente del Estado
que el movimiento obrero no presentaba en el seno de sus filas un muy alto grado de
homogeneidad, existiendo diferencias profundas entre anarquistas y socialistas.

Esta doble enseñanza de la huelga generará o acelerará al menos por parte del Estado una
suerte de “movimiento de pinzas”. Por un lado se intensificará el juego represivo que ya
dejará de ser selectivo y puntual contra ciertas huelgas y contra el accionar anarquista, para
dar lugar a una represión más sistemática e incluso legislativa, como lo expresa la sanción
de la Ley de Residencia.

Sin embargo, sería un error suponer que el Estado Oligárquico, tendía antes de 1902, a
tratar a la cuestión social únicamente como a una cuestión policial. Ya desde el siglo XIX s
expresan en Argentina tendencias “bismarckianas” de un tratamiento político a la cuestión
proveyendo iniciativas existenciales que tendieran a prevenir los riesgos de explosiones
sociales.

Lo que ocurre después de 1902 es una intensificación y una sistematización de ambas


tendencias. Y las dos van a atener su expresión en el proyecto del Código de 1904. La
vertiente asistencialista se expresará en una serie de medidas protectoras del trabajo
(jornada de 8hs, higiene del trabajo, etc.).

Una de las cuestiones significativas del proyecto es que dedica un capítulo a los
inmigrantes. Las intenciones de este tratado son restrictivas del ingreso de extranjeros al
país.

De esta manera, las medidas antianarquistas quedaban incorporadas al proyecto de código


en forma permanente.

Intenciones fuertemente regimentadoras tenía, también, el capitulo dedicado a las


asociaciones profesionales, a las cuales colocaba bajo la vigilancia de una Comisión
Nacional del Trabajo. Las asociaciones profesionales podían ser disueltas tras “juicio
sumario” por la autoridad administrativa en caso de actitudes contrarias a la Constitución
Nacional o a la paz social y de “atentados a la libertad de las personas”.

Estas prescripciones estaban dirigidas contra prácticas por entonces corrientes en el


movimiento obrero argentino, como las huelgas en sectores claves de la actividad
económica.
Las asociaciones profesionales ya constituidas que se adaptaran a los contenidos de la
proyectada ley, gozarían de la personería jurídica; el derecho de recibir subvenciones de los
particulares y del Estado; tendrían acceso a un fuero especial de arbitraje laboral y la
posibilidad de firmar convenios colectivos de trabajo. No serían el mismo caso de las que
vendrían después y que no se ajustarán enteramente a los preceptos legales, a juicio de la
autoridad administrativa.

La mayoría de estos preceptos era susceptible de encuadrar a buena parte de las acciones
que podía desarrollar una organización sindical dadas las condiciones de la época. Pero
además un artículo autorizaba a la policía a disolver reuniones, por la fuerza si era
necesario, en caso de “gritos injuriosos” o amenazas por vías de hecho contra otras
personas, sociedad o empresarios.

Los anarquistas se pronunciaron abiertamente en contra, lo mismo que los miembros de la


fracción disidente del PS, que después constituirían el Sindicalismo Revolucionario. Los
socialistas en cambio, tuvieron una posición mas ambigua. Por un lado, rechazarían con
firmeza los capítulos que ostentaban intenciones regimentadoras del movimiento obrero,
pero por otro, aceptarían, no sin “beneficio de inventario” aquellos apartados que
consagraban puntos que significaban mejoras legislativas en la situación global de los
trabajadoras, aunque no los reputaran totalmente positivos.

La UIA, aunque con argumentos diferentes a los de la sociedades obreras, también, se


pronunció en contra, poco sumisa a aceptar una iniciativa que descargaba en la incipiente
“burguesía industrial” los mayores costos de la tentativa.

El proyecto de 1921

Tiene sus antecedentes en los proyectos enviados por el PEN al Congreso en 1919, que,
como explícitamente lo admite el mensaje de 1921, se ha inspirado en los mismos
principios de políticas solidarias. Estos textos son inmediatamente posteriores a los
acontecimientos de enero de 1919. Esto nos suscita a ciertas reflexiones. En primer lugar
los intentos de sancionar una legislación laboral con pretensiones globalizantes, son
sucedáneos de acontecimientos socialmente conmocionantes, tal como había ocurrido,
después de 1902.

Es cierto que entre ambos proyectos legislativos hay algunas motivaciones basadas en
situaciones parecidas, o que tienen, desde el punto de vista de su contenido, puntos en
común. Sin embargo, al mismo tiempo, sobresalen algunas diferencias.

Por otra parte, se impone otra hipótesis: en 1916 y 1919, predominó en el gobierno radical
un estilo de acercamiento visible sobretodo en los arbitrajes presidenciales que favorecían
en algunos casos a las sociedades obreras.
Después de enero de 1919 parece inaugurarse otra línea: la que tiende a desplazar a un
segundo lugar los éxitos conciliatorios con el movimiento obrero, por una actitud más
institucional. Esta segunda línea era la de promover una legislación.

Debemos recordar que el pensamiento Yrigoyenista en lo concerniente a la cuestión social


tendía a lograr “armonía social” a través de la conciliación de intereses de diferentes
“instancias orgánicas”.

En el proyecto de 1904 se mezclaban la tendencia a tratar la cuestión obrera como un hecho


policial, al mismo tiempo que se abordaba otra que apuntaba a crear leyes asistencialistas.

En el capítulo dedicado a las asociaciones profesionales, tanto obreras como empresarias,


establece: la no obligatoriedad de la afiliación; la prohibición que los industriales se
opongan a la participación de los obreros en los sindicatos; el principio que la
sindicalización no puede señalar diferencias en la contratación de la mano de obra; el
otorgamiento a las asociaciones de personería jurídica; la obligatoriedad de regirse por
estatutos; la facultad de litigar judicialmente; el derecho de celebrar convenios colectivos
de trabajo y a tener representación gremial en las juntas, tribunales o consejos prescriptos
por el proyecto de Código y finalmente, admite la posibilidad de recibir beneficios y
subvenciones. Las asociaciones no constituidas según esas normas serían consideradas
“ilegales” y como “simples sociedades de hecho”.

Otro artículo establecía las causas por las cuales la autoridad administrativa podría declara
disuelta una asociación profesional: cuando se comprobara la violación de las disposiciones
legales; cuando el número de socios, fijado de antemano en un mínimo de diez fuera
menor; cuando se negara a acatar el fallo de un tribunal de arbitraje o no le dieran
cumplimiento en debida forma y cuando sus actos constituyan una perturbación violenta
del orden público o impidan el ejercicio de la libertad de trabajo.

Además determinaba que la legislación pertinente reconocería como base: el derecho de


huela de parte de los obreros y empleados como último medio para mejorar las
condiciones económicas del trabajo.

A diferencia del proyecto anterior no hay un capítulo destinado a los inmigrantes, ni se


incorpora a la legislación del trabajo los principios discriminatorios y punitivos de la Ley
de Residencia, ni se facultaba a la policía a disolver por la fuerza a las organizaciones
profesionales que no se ajustaran a los preceptos legislativos y que incurrieran en una
alteración del orden público o atentaran contra la libertad de trabajo.

De conjunto, puede afirmarse que la legislación de 1921 no tiene el mismo carácter


regimentador que la de 1904. Es cierto, que la existencia de las asociaciones profesionales
sigue atada a la discreción de la autoridad administrativa. Pero sus facultades son mas
restringidas y menos arbitrarias. En todo caso desaparece el carácter fuertemente policíaco
que tenía el proyecto de 1904.

La iniciativa presidencial de 1921, si bien sigue ubicando al Estado en el centro de la


cuestión, parece más corresponderse con la concepción krausista-radical de la armonía
social controlada por el Estado, que a los principios semi-asistenciales, semi-represivos del
período oligárquico.

El departamento nacional del trabajo

Hay notorias diferencias en su concepción y atribuciones entre el período oligárquico y el


período radical.

En 1907, todavía no descartado el proyecto de 1904, tanto el PEN como el congreso


consideraron su creación bajo la dependencia del Ministerio del Interior, que debería tener
principalmente objetivos investigativos e informativos sobre la condición obrera.

Todo lo mencionado ratifica el carácter puramente técnico que el PEN y una mayoría de
legisladores le otorgaban. Ninguna función arbitral le era concedida .Además quedaba claro
que carecía de funciones de contralor sobre el cumplimiento efectivo de la escasa
legislación vigente.

En 1912 se registran algunas modificaciones en su papel, como la Ley Orgánica del


Departamento Nacional del Trabajo que adicionaba a sus funciones la de organizar la
inspección y vigilancia de las disposiciones legales.

Ya era evidente que la concepción sobre sus funciones tenía además roles de contralor e
incluso regulación del mercado de trabajo. Un artículo del decreto reglamentario de la Ley
Orgánica le otorgaba la facultad a su presidente de convocar y dirigir los Consejos de
conciliación.

Si bien las iniciativas de 1912 y 1913 crean un puente respecto a 1907, será recién en los
proyectos de 1919 y en el Código de 1921, cuando el DNT aparezca con funciones
arbitrales y conciliatorias más netas.

El Código de 1921, delegaba en el DNT el cumplimiento de la parte administrativa de sus


prescripciones, a la que se agregaba la tarea de presentar proyectos de leyes sobre
legislación obrera y social al PEN; cumplir y hacer cumplir las disposiciones del Código de
Trabajo y de las restantes leyes social cuyo cumplimiento le sean encomendados y
propender al mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo de los obreros, con facultad
de adoptar iniciativas al respecto.

Se le designaban tres funciones especiales: la organización de un registro nacional de


colocaciones con intenciones reguladoras del mercado de trabajo; dar asistencia jurídica a
los obreros que lo solicitaren y establecer un servicio permanente de dirección de la
mutualidad.

Como se ve, ahora la institución tenía plena funciones de policía respecto al cumplimiento
de la legislación, al mismo tiempo que se le otorgaban funciones asistenciales de mayor
amplitud que las contempladas en los proyectos, decretos y leyes anteriores

Algunas conclusiones

Según la explicación mayoritaria, las razones más profundas por la cual el Código de 1921
no fue sancionado se encuentran en que los radicales no disponían de mayoría legislativas.
Sin embargo, el tema merece una consideración más cuidadosa.

Las transformaciones en la política laboral por el radicalismo son la expresión de


mutaciones en la propia naturaleza del Estado, y en consecuencia, en el tipo de
acercamiento a la cuestión social. Las tibias tentativas de legislación laboral del Estado
Oligárquico, tenían un carácter esencialmente “bismarckiano”, es decir, de orden político,
preventivo, frente a los riesgos de desborde social por parte del movimiento obrero. Y en
consecuencia combina prácticas asistencialistas con otras represivas y regimentadoras del
movimiento sindical.

En la legislación del período radical, si bien ambas intenciones siguen presentes, la


proporción de la presencia de unas y otras es muy grande. Y estas diferencias cuantitativas
se convierten en cualitativas. Aunque el Estado mantiene una presencia importante en la
vida de las organizaciones sindicales, expresadas sobre todo en la capacidad de la autoridad
administrativa para disolver las organizaciones que no se ajustaran a la ley, desaparecen las
atribuciones represivas de 1904.

Como hemos dicho, en ambos casos, en el de 1904 y en de 1919-1921, se trata de


reacciones frente a fuertes conmociones sociales. Pero en el caso del radicalismo la
respuesta parece haber sido, luego de la represión coyuntural en enero 1919, la de intentar
reforzar la integración del movimiento obrero.

D.ROCK

El radicalismo argentino

3. El ascenso del radicalismo, 1891/16

El radicalismo fue uno de los 1° movimientos populistas latinoamericanos. El mismo tuvo


sus orígenes en 1890, en una minoría escindida de la élite; sólo después del nuevo siglo
desarrolló sus rasgos populistas, al convertirse en un movimiento de coalición entre ese
sector de la élite e importantes sectores de las clases medias.
Es posible hablar de 4 etapas en la evolución del partido:

1) los orígenes del radicalismo (1891/96): hasta 1896 el partido fue conducido por
Leandro N. Alem. Los orígenes se encuentran en la depresión económica y la
oposición política a Juárez Celman, en BA, con el nombre de Unión Cívica de la
Juventud. Asimismo, el origen de la UC no debe buscarse en la movilización de
sectores populares cuanto en los sectores de la élite, cuyo papel puede rastrarse en el
resentimiento, que alentaban contra Celman debido a su exclusión de los cargos
públicos y del acceso al patronazgo estatal.
La UC era expresión de la imposibilidad de Juárez Celman de instituir una relación
estable entre los sectores politizados de la élite. Algunos de estos se habían opuesto
también a Roca en su 1° gobierno.

Se ha dicho que la revuelta de la UC de 1890, fue la 1° revolución popular, pero,


aunque los rebeldes estaban organizados en una milicia civil, su fuerza real derivaba
del apoyo del ejército.

En cuanto a su composición:

a. El núcleo principal estaba integrado por jóvenes universitarios, creadores de la


UC de la Juventud de 1889.
b. Facciones dirigidas por caudillos que controlaban la vida política en Cap.
Federal y en gran parte de la prov de BA. Eran <<políticos en disponibilidad>>
unidos por el rasgo común de no tener cargos oficiales. Cabe distinguir 2
subgrupos; uno conducido por Bartolomé Mitre, representaba a los ppales
exportadores y comerciantes; el otro era liderado por Alem, y contaba con el
apoyo de cierto n° de hacendados.
c. Grupos clericales enfrentados con Celman a causa de ciertas disposiciones
anticlericales (la ppal era la Ley de Matrimonio Civil).
d. Adherentes entre los sectores populares de la Capital, sobre todo pequeños
comerciantes y dueños de talleres artesanales.
Este último grupo no impedía que el movimiento estuviese firmemente controlado
por los elementos patricios, a quienes los católicos y los grupos e clase media les
estaban subordinados.

Esto se reflejó en la posición que tenían en materia económica, en tanto y en cuanto


no había traza alguna de nacionalismo económico; la única propuesta concreta de
recuperación financiera era la negociación de una deuda salvadora con la casa
británica Baring Brothers.

Lo novedoso de la UC radicaba en su tentativa de movilizar en su favor a la


población urbana, empero el apoyo popular con el que contaba la UC era incierto y
no logró establecer una base institucional. Esto por cuanto, el ímpetu con que los
patricios procuraron crear una coalición popular se estrelló contra la tibia respuesta
de los habitantes de la urbe.
Alem trató de conquistar apoyo fuera de BA, pero todo lo que pudieron organizar
fueron pequeñas manifestaciones callejeras, quedando limitados a la Capital y sus
inmediaciones.

Siendo tan débil el desafío planteado por la UC, la revuelta de 1890 fracasó, y en
vez de producirse grandes cambios quedó abierto el camino para que la solución
viniera por vía de un simple ajuste de la distribución del poder dentro de la élite.

Luego de la caída de Celman, Pellegrini, se agenció la buena voluntad de los


grupos más influyentes de la UC, mediante una asignación diferente de los cargos
públicos. También adoptó medidas económicas, que eliminaron el descontento
popular. Esos éxitos eran reflejo de la permanencia del estilo elitista y negociador
de la política tradicional.

Fue en este momento en que aparece la UCR; Alem y sus partidarios se vieron
excluidos del plan de Pellegrini y por consiguiente forzados a continuar buscando
sustento popular y una base de masas. Alem se retiró de la UC y se proclamó
defensor de la democracia “radical”.

Este nuevo partido estaba integrado por grupos escindidos del patriciado, que
estaban descalificados, a causa de sus vínculos anteriores, para unirse a Mitre,
Pellegrini o Roca. En términos regionales o de posición social, poco había en ellos
que los diferenciase de sus rivales. A lo sumo, daban la impresión de ser “nuevos
ricos” y de tener sus posesiones a mayor distancia del puerto de BA.

Alem se afanó en vano por conquistar apoyo popular y obtener los medios de
organizar una rebelión que pudiera triunfar; pero la oligarquía se las ingenió para
permanecer unida. En 1891/93 los radicales organizaron revueltas en las provs, pero
todas ellas sucumbieron prontamente; solo en Sta Fe obtuvieron, en 1893 un apoyo
notorio de los grupos de clase media. Y para 1896 no eran más que un grupo
minúsculo. Las falencias fueron varias:

o Los grupos de clase media solo eran motivados políticamente durante crisis
económicas extremas como la de 1890. La recuperación disipó la inquietud
popular y permitió que la oligarquía se restaurase sobre la base de acuerdos
entre las facciones “personalistas”. El apoyo urbano obtenido por Alem
provino de los antiguos grupos criollos más que de la nueva clase media
formada por los inmigrantes y sus descendientes.
o La imagen nacional y revolucionaria que trataron de presentar se vio
afectada por su participación en disputas menudas entre las distintas
facciones terratenientes provinciales. Esto originó una división entre los
grupos que deseaban honestamente superar la tradición del “personalismo” y
del favoritismo oficial, y aquellos que habían hecho de este sistema una
cuestión de vida o muerte. La ruptura más significativa tuvo lugar con la
fundación del PS por Juan B Justo en 1894. El radicalismo siguió siendo un
partido tradicional que procuraba apoderarse del Estado para recompensar a
sus adictos.
o La pérdida de apoyo entre los grupos terratenientes no terminó con la
división de la UC; algunos sectores del propio partido radical fueron
ganados por los gobiernos nacionales mediante limosnas dentro de su
sistema de patronazgo. La oligarquía gobernante incrementó su estabilidad
eliminando a sus oponentes radicales por medio del ofrecimiento de puestos
públicos. La misma técnica fue empleada con los grupos universitarios.
2) 1896/05: el radicalismo perdió posiciones. Hasta 1900, los sucesos más destacados
fueron el surgimiento de Yrigoyen como sucesor de Alem y el hecho de que el eje
central del partido volviera a situarse en la prov de BA.
En 1901, al abandonar Pellegrini la cartera del Interior, la oligarquía sufrió una
nueva escisión a partir de ese momento hubo indicios de la creciente politización de
la clase media urbana, y en tal coyuntura el radicalismo emergió otra vez a la
superficie.

Junto con la inquietud despertada en 1901 por el proyecto de Pellegrini de ofrecer


las recaudaciones aduaneras como garantía subsidiaria a los bancos europeos,
aparecieron signos de turbulencia en las universidades. Las huelgas se declararon
después de que los consejos directivos universitarios, constituidos por criollos,
resolvieron restringir el ingreso de los descendientes de inmigrantes. El resultado
fue una serie de campañas por la democratización de la estructura universitaria y de
los planes de estudio. En los años siguientes los estudiantes pasaron a constituir un
importante grupo de presión en favor de la adopción del sistema de gobierno
representativo, con el fin de provocar cambios en las universidades.

Yrigoyen comenzó en 1903 a planear otra revuelta. Revitalizó sus contactos con las
provs y retomó la fundación de clubes partidarios. Sin embargo, el disconformismo
se limitaba a ciertos grupos; amén de los estudiantes, antes de 1905 los jóvenes
oficiales del ejército, quienes también estaban empeñados en una lucha contra la
élite criolla para acceder a posiciones de mayor rango.

Sin embargo, el intento de coup d’ État, que se concretó en 1905, representó un


fiasco, poniendo de manifiesto que si bien los radicales habían conseguido cierto
apoyo militar, los altos mandos seguían adhiriendo al gobierno conservador.
Tampoco consiguió reacción en la población capitalina.

Pero si bien el golpe falló, sirvió para recordarle a la oligarquía que el radicalismo
no estaba muerto. El otro efecto positivo es que permitió que se diera a conocer una
nueva generación.

3) Desarrollo de la organización y la ideologías partidarias (1905/12): en estos años


quedó constituido un conjunto de dirigentes locales intermedios, en su mayoría
hijos de inmigrantes; el grueso de los líderes de clase media del partido, que
tendrían tanta importancia después de 1916, se afiliaron entre 1906 y 1912. La
mayor parte eran profesionales urbanos con título universitario. A su vez, las
organizaciones provinciales y locales comenzaron a expandirse, las cuales dejaron
de llamarse “clubes” y pasaron a ser “comités”, organismos de conducción de la
movilización popular.
El crecimiento del radicalismo estuvo ligado al proceso de estratificación social que
concentró los grupos dirigentes de alta jerarquía en las clases medias urbanas
dedicadas a las actividades terciarias. Esto estaba vinculado con la creciente
tendencia de la clase media urbana a procurarse a través de la política la riqueza y
posición social que cada vez le era más difícil conseguir por otros medios.

La diferencia entre Yrigoyen y Alem era que Alem había actuado antes de que esta
tensa situación alcanzara un punto crítico, y su pedido de apoyo estuvo dirigido a
los grupos criollos de BA, mientras Yrigoyen se dirigió a los argentinos hijos de
inmigrantes, empleados en su mayoría en el sector 3°. El gobierno representativo
cobró atractivo para estos grupos, que acusaban a la élite criolla de sus dificultades
para ascender en la escala social.

Uno de los rasgos más destacados del radicalismo fue su evitación de todo
programa político explícito, las razones eran que como el partido constituía una
coalición, sus líderes no se mostraban dispuestos a perder la oportunidad de
granjearse adherentes atándose a intereses sectoriales. El objetivo era evitar las
diferencias sectoriales y poner el relieve el carácter coaligante y agregativo del
partido. Solo se afirmaba que la corrupción de la oligarquía había limitado el
desarrollo del país. La libertad y expansión de las fuerzas productivas únicamente se
alcanzarían mediante la “democracia”. Su interpretación del papel del Estado era en
gran medida negativa; veían en él a un mero agente destinado a apartar los
obstáculos que se oponían al destino de “autorrealización” de la nación.

No apuntaban a introducir cambios en la economía, su objetivo era fortalecer la


estructura primario-exportadora promoviendo un espíritu de cooperación entre la
élite y los sectores urbanos que estaban poniendo en tela de juicio su monopolio del
poder político. Este pasó a ser el factor que más alentó a los reformadores de 1912 a
interpretar que la política radical no representaba un peligro fundamental para los
intereses de la élite, y que el peligro podía disiparse haciendo concesiones en lo
referente al gobierno representativo.

Los radicales tenían poco interés en el tipo de sistema multipartidario que introdujo
la Ley Sáenz Peña; su propósito era crear un nuevo Estado unipartidario.

 Yrigoyen ganó prestigio a partir de 1900 como figura misteriosa. Su estilo


político consistía en el contacto personal y la negociación cara a cara, que le
permitieron extender su dominio sobre la organización partidaria y crear una
cadena eficaz de lealtades personales.
Hacia 1912, Yrigoyen obligó a la oligarquía a conceder la reforma mediante
la amenaza de rebelión, al par que ampliaba su control del partido gracias a
su capacidad de persuasión personal y a sus condiciones para organizar a las
masas.

El estilo de Yrigoyen imprimió al radicalismo buena parte de sus


connotaciones morales y éticas que le permitieron ganar adherentes. Fue
asimismo un instrumento para la conciliación de los diversos intereses. De
este modo, el radicalismo se desarrolló menos como un partido que como un
movimiento de masas que fundaba su fuerza en una serie de actitudes
emocionales.

4) Estrategia de la movilización de masas (1912/16): en 1912 los radicales


abandonaron su política de abstención, pero el partido seguía falto de una
coordinación central, tampoco tenía suficientes dirigentes que contaran con
reconocimiento en todo el país. Algunas de las filiales provinciales estaban todavía
bajo control de los rivales de Yrigoyen. De manera que el rasgo principal del
período que va desde 1912/16 fue la intensificación de la organización partidaria.
La ventaja de su vaguedad les permitió presentarse como un partido nacional, por
encima de las distinciones regionales y de clase.

La fuerza del radicalismo estribaba en su organización en el plano local y los


amplios contactos con la jerarquía partidaria que le ofrecía el electorado. En las
grandes ciudades surgió un sistema de “caudillos de barrio”. Si bien la Ley Sáenz
Peña terminó con la compra lisa y llana de los votos, los radicales no tardaron en
establecer un sistema de patronazgo, en el cual, a cambio del voto cada 2 años, los
caudillos cumplían servicios para sus respectivos vecindarios en la ciudad o la
campaña.

Una de las cosas de las que se jactaban los radicales será que sus representantes
oficiales habían sido elegidos mediante el libre sufragio de los afiliados. Sin
embargo, al menos hasta 1916, la pauta más corriente era que el comité nacional y
los provinciales estuviesen dominados por los terratenientes y los comités locales,
por la clase media en los 1°, el reclutamiento se hacía por cooptación, pero en los
locales se celebraban elecciones todos los años, de las cuales surgían el presidente.

En 1916 la organización partidaria se había convertido en un sustituto de un


inexistente programa político definido, y en un dispositivo para superar los
conflictos de intereses entre los terratenientes y los grupos de clase media, y entre
distintos sectores del electorado.

Pero lo cierto es que estaba en gran parte dominado por los propietarios de tierras,
conservando su carácter inicial de la década del 90: era un movimiento de masas
manejado por grupos de alta posición social más que un movimiento de origen
popular que operaba impulsado por las presiones de las bases.

Todo ello exigía una diferente estructura institucional, la canalización de los favores
oficiales a las clases medias urbanas, mayor sensibilidad por los consumidores, pero
preservando el sistema social que había surgido de la economía primario-
exportadora. Así, aunque proclamaban el precepto liberal de la competencia
individual, había en sus posiciones algo de las tradicionales actitudes conservadoras
de jerarquía y armonía social.

Los radicales se apoyaban mucho en medidas paternalistas cuya ventaja era que
podían atomizar al electorado e individualizar al votante. A su vez, permitía
maximizar los contactos entre el partido y los electores, favoreciendo un reparto de
los beneficios, a la vez que minimizaba el contenido real de las concesiones.

Estos principios permitieron el mantenimiento de una estructura jerárquica


autoritaria en el partido, que constituía una réplica del equilibrio preexistente de
poder y de las estructuras de status de la sociedad argentina, posibilitando la
coexistencia de grupos cuyos intereses eran a veces antagónicos. A la par que
ofrecían ciertas oportunidades a las clases medias urbanas, preservaban la
hegemonía de los terratenientes.

Relaciones entre los propietarios de tierras y la clase media

El problema principal era la rivalidad entre las distintas facciones que procuraban alcanzar
cargos gracias al radicalismo.

La presión por participar en las elecciones provino de los grupos urbanos de clase media.
Esto planteó la cuestión de si la autoridad dentro del partido le correspondía a los “viejos”
radicales o a los nuevos, y también el interrogante de si Yrigoyen se alineaba con los
estancieros que habían apoyado al partido en los 80 o con los dirigentes medios
“advenedizos”. Por el momento, los miembros de clase media estaban controlados por los
grupos del patriciado que emergieron a través de la UC, pero nadie podía asegurar que este
arreglo fuera permanente. Cuanto más crecía la clase media, más previsible era que
desarrollaría intereses propios y estaría menos dispuesta a aceptar posiciones secundarias.

Este problema cobró relevancia en 1916, durante la convención realizada para designar su
candidato presidencial. A la candidatura de Yrigoyen se opusieron antiguos adeptos de
Alem, pero finalmente logró el triunfo explotando la popularidad q gozaba en la clase
media. Esto puso de relieve las fricciones existentes entre las 2 alas del partido, y dejó
entrever que Yrigoyen ya había comenzado a apuntalar su posición apelando a los grupos
de clase media.
Existían además signos de conflicto de tipo regional dentro del partido: controlar las filiales
provinciales planteaba pocas dificultades en el interior del país, donde las elecciones eran
decididas agenciándose el favor del hacendado del lugar, quien intimidaría a sus peones
para que votasen como él quisiera; pero no ocurría lo mismo en las provincias pampeanas,
en las que las filiales contaban con fuertes núcleos propios e independientes. Allí, la
rivalidad con BA tenía antiguas raíces históricas, de modo tal que Yrigoyen era visto como
una fuerza extraña, que procuraba minar la autonomía de los intereses locales.

La importancia de est problema se puso de manifiesto en 1916. Al quedar constituido el


colegio electoral, se comprobó que los partidarios de Yrigoyen no alcanzaban la mayoría
necesaria. Fue preciso negociar los votos de disidentes radicales de la prov de Sta. Fe. Si
bien el radicalismo era un partido nacional, aún no había logrado superar por completo los
antagonismos regionales del pasado.

El radicalismo en la sociedad argentina: la inmigración y el capital extranjero

En 1916 el radicalismo era en muchos aspectos un partido democrático conservador, que


combinaba la adhesión a los intereses económicos de la élite con un sentido de
identificación con la comunidad en gral. Esto hizo que en el plano ideológico estuviese
impregnado de ideas paternalistas y comunitarias.

Pese a los indicios de conflictos regionales, y aunque sólo consiguió granjearse las
simpatías de una minoría de terratenientes, la UCR se aproximaba bastante a la alianza que
los conservadores habían estado buscando entre los magnates de la élite y los profesionales
de clase media, provenientes en gran medida de familias urbanas de inmigrantes. Estos 2
sectores eran coaligados por un tácito acuerdo quid pro quo: los terratenientes querían
medidas conservadoras y estabilidad política, a cambio de lo cual se mostraban dispuestos a
ampliar el acceso de la clase media a las profesiones liberales y a la burocracia.

Los radicales habían establecido vínculos con la clase media “dependiente”, compuesta en
su mayoría de hijos de inmigrantes, pero no con los inmigrantes mismos. Esto era reflejo
del hecho de que los viejos radicales compartían los prejuicios culturales de la élite contra
los inmigrantes y su temor y desconfianza hacia los obreros.

La pauta gral del período posterior a 1900 sugería que los grupos de clase media estaban
relativamente contentos con el papel 2° que les había tocado en la vida empresarial. Los
problemas se planteaban con los grupos de más alto status, y fue sobre estos que se
lanzaron los radicales. Por último, la posibilidad de establecer lazos efectivos con los
inmigrantes estaba desalentada por la Ley Sáenz Peña, que había excluido a estos del
derecho al sufragio, dejándolos fuera del sistema político.

El radicalismo surgió como el principal movimiento político en un momento en que la


economía primario-exportadora había alcanzado la madurez. Los lazos institucionales y
políticos entre el capital extranjero y la élite se habían establecido mientras los radicales se
hallaban todavía en la oposición; carecían, por lo tanto, de un contacto organizado con los
representantes del capital extranjero, pero, los radicales no eran nacionalistas en lo
económico; aceptaban y reconocían la dependencia del país de sus conexiones en ultramar
para contar con mercados y fuentes de inversión.

Antes de 1916 los ingleses no consideraban que los radicales pudiesen constituir una
amenaza frontal a sus intereses. Si el radicalismo era visto como una innovación, no era
porque pusiera en peligro el orden establecido, sino porque sus características organizativas
y su estilo político estaban en contraste con todo lo que se conocía hasta ese entonces.

5. El 1° gobierno radical, 1916/22

Aunque fracasó el objetivo de crear un partido conservador acorde con los lineamientos
fijados por Pellegrini y Sáenz Peña, y el control directo del gobierno pasó a nuevas manos,
no había motivos para creer que el poder real de la élite hubiera desaparecido o disminuido,
el Ejército y la marina tenían los mismos comandantes; los grupos de presión, como la
Sociedad Rural, seguían intactos, y miembros poderosos de la élite conservaban posiciones
vinculadas a las empresas foráneas.

El gobierno radical en 1916

En muchos aspectos, se diría que, la oligarquía simplemente había cambiado de ropaje. Los
grupos influyentes de la élite, que se habían resignado la cambio de gobierno, se vieron
alentados a pensar que no habían hecho sino delegar en la nueva administración el poder
directo que antes tenían.

Si Yrigoyen ocupaba la 1° magistratura, se lo debía a Sáenz Peña y a su sucesor, De la


Plaza, tanto o más que a su propio empeño. En 1916 los radicales apenas si obtuvieron algo
más que el cargo de presidente. En casi todas las provincias seguían siendo oposición, y
también estaban en minoría en el Congreso: en la Cámara de Diputados, no consiguieron la
mayoría hasta las elecciones de 1918; por otra parte, hasta 1922, los conservadores
retuvieron el Senado. En síntesis, los conservadores seguían manteniendo su predominio en
materia legislativa.

En 1916 la posición de Yrigoyen era débil y sus medidas de gobierno estaban


condicionadas por su relación con la élite. Tenía 2 objetivos:

 Apuntalar los intereses económicos de los grupos terratenientes;


 Establecer una nueva relación con los sectores urbanos, que habían sido la mayor
fuente de inestabilidad política desde comienzos de siglo.
La razón de que los conservadores hubieran fracasado en organizar un partido de masas era
que habían sido incapaces de ofrecer algo concreto a los grupos urbanos. En apariencia,
solo los radicales eran capaces de superar esta dificultad.
El principio, que llevaba a los radicales a mediar entre los intereses de la élite y los de las
capas medias urbanas, fue el que confirió su carácter a la lucha política luego de 1916. No
es que el nuevo gobierno se lanzara a atacar los intereses económicos de la élite en forma
directa: el gobierno radical evaluó sus propios éxitos en términos de su capacidad para
expandir y consolidar, más bien que para modificar la economía primario-exportadora.

La ineptitud de los radicales para comprometerse con cambio más sustanciales derivaba de
que, por ser una coalición de terratenientes y de grupos de clase media no vinculados a la
industria, ellos mismos eran beneficiarios inmediatos de la economía primario-exportadora
como productores y consumidores. Apuntaban a fines redistributivos más que estructurales,
siendo su objetivo primordial democratizar la sociedad de los estancieros racionalizando y
mejorando el sistema de relaciones políticas y sociales. Lo máximo que se atrevieron a
hacer fue introducir cambios secundarios en la pauta de distribución del ingreso y una
nueva relación entre el Estado y los sectores urbanos.

Los radicales apuntaban a lograr una integración política y una situación de armonía de
clases, manteniendo la estructura económica existente, pero promoviendo la participación
política institucionalizada. Estos objetivos comprometieron al gobierno con 2 grupos
claves: la clase media de profesionales “dependientes” y la clase obrera urbana. Los
contactos con estos grupos modelaron su relación con la élite y con el capital extranjero.

El problema central derivó de la tendencia del gobierno a alinearse en demasía con los
grupos urbanos; cuando esto comenzó a poner en peligro la relación de la élite con el
capital extranjero y los mercados de ultramar, desencadenó ominosas expresiones de
conflicto político. Las dos crisis que sufrió el gobierno radical, en 1919 y 1930, se vinculan
directamente a un proceso de esta índole. Al tiempo, dicha inclinación motivó la
supervivencia del conservadurismo y fue la causa de que el intento de la élite para delegar
en aquellos la supervisión de sus intereses terminara finalmente en el fracaso.

Las técnicas del liderazgo popular

Un aspecto en el cual el advenimiento del gobierno radical marcó un cambio revolucionario


en el estilo político argentino: la atmósfera cerrada y formal de la oligarquía fue barrida por
una oleada de euforia popular.

Este nuevo estilo de política popular iba acompañado de una participación mayor de los
grupos urbanos, que antes habían sido relegados a un papel indirecto o sólo ocasional. Los
radicales veían en ello un síntoma de un nuevo espíritu democrático; la oposición, en
cambio, incluidos los socialistas, solían describirlo como “el gobierno de la plebe”.

La presencia de estos grupos contribuyó a acelerar la transformación que venía


produciéndose en los partidos políticos desde los 90. Introdujo nuevas pautas y estilos de
contacto entre los políticos y ele electorado. La actividad electoral dejó de ser cuestión de
simple soborno y evolucionó hasta convertirse en un problema de organización de masas.
Por último, el proceso de toma de decisiones y la amplitud de las actividades oficiales
comenzaron a adquirir nuevas y más complejas dimensiones.

El radicalismo siguió siendo un conglomerado híbrido, no había logrado cobrar forma


“orgánica”. En muchos aspectos continuó siendo el heredero de los partidos personalistas y
compartiendo muchas de las características autoritarias de los gobiernos oligárquicos.

La economía argentina durante la 1 GM

La época de la guerra y la posguerra se dividió en 2 etapas principales:

a. de 1913 hasta 1917 fue un período en que se inició una seria depresión económica,
causada por la interrupción de las inversiones extranjeras, la cual se vinculaba a la crisis
financiera que atravesaba Europa. Las consecuencias: baja el valor de las tierras, escasea la
capacidad de embarque, se reducen las importaciones.

b. entre 1918 a 1921, período de auge, originado por la creciente demanda externa de
exportaciones argentinas.

La principal consecuencia de la guerra fue la rápida inflación en los artículos importados y


en los nacionales, ya que elevaba los costos de producción de Europa y aumentaba los
costos de la materia prima utilizada para la producción nacional.

La inflación fue uno de los factores que rigieron la relación entre la elite terrateniente y los
sectores urbanos. Su efecto fue redistribuir el ingreso de los sectores urbanos hacia los
grupos rurales y exportadores. Mientras que los terratenientes y los exportadores se
benefician con la inflación a causa de los mayores precios que percibían por sus productos,
el costo de vida urbano aumentó.

La estrategia política del gobierno

Los efectos de la inflación sobre los consumidores urbanos llevaron al gobierno radical a
una posición bastante difícil. El gobierno no podía evitar que los terratenientes sacaran
provecho del auge generado por la 1GM. Pero sino intentaba al menos mitigar los efectos
de la inflación, corría el riesgo de perder los vínculos que había establecido con los grupos
urbanos.

La única forma factible de apaciguar a los sectores urbanos era aumentar la cantidad de
cargos burocráticos y profesionales, una readopción de los mecanismos tradicionales de
patronazgo político. Los cargos eran usados fundamentalmente para establecer o mantener
los nexos entre el gobierno y los comités.

Sin embargo, cualquier aumento del gasto público para expandir la burocracia hubiera
exigido un aumento de los impuestos. Dicho aumento repercutiría en los propios sectores
urbanos. Con anterioridad a 1916 los radicales habían afirmado que una vez en el poder
acabarían con el sistema de favoritismos oficiales, como parte del programa de
reorganización moral. En consecuencia, el sistema de patronazgo tardó en desarrollarse.

En los dos primeros años del gobierno, trataron de promover en el Congreso una serie de
reformas moderadas tendientes a favorecer a los arrendatarios rurales. Estas medidas deben
interpretarse como una tentativa de consolidar el control sobre los sectores rurales de la
región pampeana y adquirirlo en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Entre Ríos.

Los grupos opositores del Congreso rechazaron las modificaciones, debido a su temor de
que el dinero que le fuera quitado se empleara con fines partidistas.

Otra de las propuestas del gobierno fue pedir que lo se lo autorizara a negociar con ciertos
bancos neoyorquinos un préstamo. Esto vuelve a ilustrar su ortodoxia financiera en esa
época, su falta de disposición para incrementar el gasto público y su búsqueda inicial de
alguna alternativa frente a un sistema de patronazgo.

Desarrollo del sistema de patronazgo

La imposibilidad de sancionar estas leyes ilustra la extrema renuencia de la mayoría


conservadora en el Congreso a respaldar con concesiones tangible las reformas que habían
hecho en 1912. En tales circunstancias se hizo notoria la apelación del gobierno a técnicas
más burdas de patronazgo.

Entre 1919 y 1922 el uso de los cargos públicos con fines políticos se convirtió en el nexo
principal entre el gobierno y la clase media.

Los principales beneficiarios eran los hijos de inmigrantes pertenecientes a la clase media
dependiente de Buenos Aires y de las demás ciudades importantes (núcleos de los comités
de la UCR). No beneficiaba, en cambio, a los inmigrantes, ni tampoco a la clase obrera o a
los empresarios ya que por distintas causas ambos grupos estaban más allá de los posibles
atractivos de un cargo público.

La consecuencia más notoria del desarrollo del sistema de patronazgo fue que extendió los
vínculos entre el propio Yrigoyen y los caudillos de barrio de clase media. Estos empezaron
a figurar en los puestos más altos de la burocracia y a competir para los cargos electivos
con los líderes tradicionales del partido.

El gobierno de Yrigoyen buscaba el control partidario entre los grupos de clase media y los
grupos de la elite que había apoyado al radicalismo desde los `90. La oposición del ala
aristocrática cristalizó en la forma de un ataque a su personalismo y la exigencia de que no
se confundiera al Estado con el partido.
La UCR estuvo a punto de dividirse por esta cuestión, pero a pesar de las presiones, las
tentativas de controlar la tendencia de Yrigoyen a comprometerse cada vez más con la clase
media y los caudillos de barrio fueron infructuosas. El grupo de la elite que estaba fuera del
acceso a las fuentes de patronazgo y a los medios para hacerse de una masa partidaria,
estaban obligados a aceptar el liderazgo del presidente o a aislarse irremediablemente.
Cuando en 1919 el movimiento opositor terminó en el fracaso, la relación entre Yrigoyen y
los comités del partido, pasó a ser predominante.

Problemas regionales

El conflicto con el ala derecha se debió a la distribución regional del poder dentro del
partido y al vínculo del gobierno con distintos grupos regionales.

Luego de1916, la Capital, las provincias de Buenos Aires y Córdoba fueron los baluartes de
Yrigoyen. Las tensiones interregionales, en particular con Santa Fe y Entre Ríos, se
intensificaron en torno al personalismo. Y con posterioridad a 1919 el conflicto se
profundizó, a medida que la clase media dependiente porteña cerraba el cerco en torno del
gasto público nacional.

Después de 1919 se recurrió con creciente asiduidad a la intervención federal para


corregir los abusos locales de poder, pero con el propósito inmediato de instaurar regímenes
serviles, en condiciones de asegurar el triunfo en las elecciones de senadores nacionales. El
efecto a largo plazo fue la aceleración del proceso de centralización del poder y la riqueza
en la ciudad de Buenos Aires. En consecuencia, surge en las provincias una fuerte tradición
antiyrigoyenista.

Cinco fueron las expresiones principales del nexo entre gobierno radical y grupos de clase
media urbanos:

1) Sistema de patronazgo para el control del partido.

2) Aumento del gasto público después de 1919.

3) tendencia a perjudicar a los sectores urbanos que no estaba en condiciones de


beneficiarse con el crecimiento de la burocracia.

4) Tensión dentro del sector de elite que pertenecía a la UCR.

5) Incremento de los tributos correspondientes a las provincias del interior con respecto a
los de la provincia de Buenos Aires.

La reforma universitaria de 1918


Sus orígenes fueron los conflictos que tuvieron lugar a comienzos del siglo entre la elite
criolla y los nuevos grupos de clase media en torno al acceso a la universidad y a las
profesiones urbanas liberales.

En 1918, en la Universidad de Córdoba, hubo una sucesión de huelgas estudiantiles.


Algunas de estas alcanzaron violentas proporciones. Su objeto era que se modificaran los
planes de estudio y que se pusiera fin a la influencia escolástica y clerical en la educación
superior. La idea era popularizar la democracia educativa y la participación de los
estudiantes en el gobierno de las universidades.

El gobierno tomó medidas positivas en respuesta a las demandas más concretas: se


simplificaron los criterios d ingreso, se modificaron los planes de estudio, se crearon
nuevas universidades.

Así, en 1922 estos grupos ocuparon una posición política diferente de la que tenían en el
período oligárquico ahora la clase media estaba plena y directamente envuelta en las
actividades del Estado y se había transformado en uno de sus principales beneficiarios. Este
cambio tuvo lugar en forma gradual, sin serios choques que pusieran en peligro la
estabilidad del nuevo sistema político. Los que estaba ocurriendo era un efecto previsible
de la ampliación del sufragio de 1912.

El radicalismo y la clase obrera

La principal fuente de fricciones entre la elite y el gobierno radical antes de 1922 tuvo su
origen en la innovación radical de establecer una nueva relación entre el Estado y la clase
obrera urbana.

Antes de 1916 los radicales presentaron escasa atención al problema obrero, no había en su
posición muchos elementos que permitieran hablar de una orientación reformista. Sí es
cierto que condenaban las leyes represivas utilizadas por la oligarquía contra los
anarquistas, no porque fueran instrumento de opresión, sino porque violaba las nociones
liberales acerca del debido proceso. Otro rasgo de este período fue la actitud reaccionaria
contra todo lo que tuviera apariencia de socialismo.

Pese al carácter pluriclasista y coalicional del Partido Radical, no había motivos para que el
gobierno se preocupara por la clase obrera. El móvil fueron consideraciones electoralistas y
la lucha que emprendió a partir de 1916 para lograr la supremacía en el Congreso. Aun
cuando los obreros nativos representaban una pequeña porción de la clase obrera, su voto
era una de las llaves maestras para el control político de la ciudad de BA.

Yrigoyen quería eliminar la amenaza del anarquismo estrechando lazos con la clase obrera.
Así, en Santa Fe, inicio un resuelto intento de explotar el control del gobierno para ganarse
el apoyo de los obreros, interviniendo en las huelgas en favor de los obreros.
En BA la búsqueda del apoyo obrero era asimismo un medio de poner coto al crecimiento
del PS. En 1915 los socialistas perdieron a uno de sus líderes más influyentes, Palacios,
quien se separó del PS y durante algunos años se presentó a elecciones con un nuevo
partido creado por él, el PSA.

Los radicales, pese a todos los esfuerzos no consiguieron abrir un camino decisivo para
captar los votos obreros. Estaban muy a la saga del socialismo. Lo que les dio la victoria en
1916 fue la desaparición de sus rivales conservadores (la UC de los mitristas, que dejo sitio
al PDP) y la división de los socialistas.

Las elecciones de 1916 sugirieron que el electorado de clase obrera era impermeable al
estilo de la beneficencia de comité; dicho estilo se amoldaba mejor a los grupos de clase
media, entre los cuales había mayor atomización social, un grado más bajo de identidad de
clase y aspiraciones individuales de movilidad social.

Por todo ello, el gobierno se embarcó en un proyecto tendiente a establecer vínculos con el
movimiento sindical. Los sindicatos eran el único baluarte que quedaba contra el influjo del
PS entre los obreros, como institución de clase gozaban ante los propios obreros de cierta
jerarquía y legitimidad por lo cual los beneficios procedentes de ellos tenían mayores
posibilidades de ser aceptados. Hay que sumar que el movimiento sindical estaba
experimentando grandes cambios: los anarquistas ya no tenían primacía y eran
reemplazados por los sindicalistas.

A los sindicalistas les interesaban los buenos salarios y no se iban a dejar engañar por
meros gestos simbólicos. Ni los radicales ni los sindicalistas tenían especial interés en la
sanción de leyes y ambos estaban comprometidos con la preservación del libre mercado de
trabajo. En virtud de la adhesión de los radicalistas al laissez-faire, presentaban para los
sindicalistas una posición más cómoda que los socialistas, los cuales estaban interesados en
convencer a los trabajadores para que aceptaran medidas que los sindicalistas no estaban
interesados.

El problema capital que planteaban los beneficios a distribuir entre los sindicatos y los
obreros derivaba de sus efectos potenciales sobre la situación de la elite conservadora. La
huelga ferroviaria de 1912 había demostrado que la élite seguía siendo firmemente adversa
a toda tentativa de robustecer la participación política de la clase obrera mediante
importantes concesiones. Más que cualquier otro factor, este complicado conflicto de
intereses y objetivos entre el gobierno y la élite fijó el carácter y el destino del primer
gobierno radical.

Por otro lado, los “sindicalistas” se sintieron atraídos, no por la posibilidad de realizar
manejos corruptos, sino de explotar todo el apoyo posible que les diera el gobierno para
consolidar su posición. Dentro del marco de su estrategia mantuvieron una posición
pragmática, sin contraer otros compromisos que los derivados de su finalidad de
agremiación masiva y mejoramiento económico.

9. Epílogo de la primera presidencia, 1920/22

El gobierno radical se convirtió en lo que los conservadores buscaban desde 1912: un


instrumento dócil y estático, cuyo único atributo positivo residía en su capacidad para gozar
de cierto prestigio popular.

En 1920 Yrigoyen inició la etapa de su mayor predominio personal en la política argentina;


pero era un predominio carente de poder real, ya que en definitiva este hallaba en manos de
la coalición conservadora controlada por las grandes empresas y el ejército.

El problema del costo de vida en 1920

Hasta 1920, la política seguida estuvo regida por su interés en no enajenarse el apoyo de los
productores de zonas fundamentales, como BA. Esto era reflejo de la estructura del
electorado y de la necesidad de mediar entre los intereses urbanos y los rurales.

Antes de 1920, el gobierno radical se mostró más sensible ante los grupos de productores
que el gobierno conservador:

 A mediados de 1920 el aumento del boom de posguerra y la fuerte demanda europea


de alimentos dio como resultado precios mayores que nunca, sobre todo en los 2
artículos de mayor consumo popular, el trigo y la carne vacuna. El gobierno
respondió enviando al Congreso un proyecto de implantación de un impuesto
suplementario a las exportaciones de trigo, con cuya recaudación compraría trigo
para el consumo interno a menor precio. Esto no sólo beneficiaba a los obreros sino
también a la clase media, lo que permitió que el Congreso la sancionara
rápidamente pero esto no dio como resultado una apreciable reducción de los
precios internos.
 Con respecto al azúcar, en vez de comprar el producto, pidió autorización al
Congreso para expropiar 200.000 toneladas que, según sostuvo, estaban en poder de
especuladores. La medida fue aprobada por la Cámara de Diputados, pero encontró
férrea oposición en el Senado por parte de los representantes de las provs
azucareras. El argumento de estos últimos era que: ¿por qué se había decidido
actuar de manera drástica con el azúcar y en cambio se había hecho caso omiso de
otros productos como la carne?
El pan y la carne constituían alrededor del 60% de los gastos en alimentos de la clase
obrera, mientras que el azúcar apenas un 3%. Si el gobierno hubiera podido controlar el
precio del azúcar, difícilmente habría conseguido reducir en más de un 1% el costo de vida.

Conclusión: el azúcar era a la vez un símbolo y un chivo expiatorio del afán de gobierno
por aparentar que hacía algo en favor de los consumidores urbanos, pero evitando al mismo
tiempo tomar cualquier medida que afectara a los productores. Entre estos no se contaban
los sectores del azúcar.
El interior era el único ámbito en el cual los radicales podían actuar sin correr grandes
riesgos políticos.

La crisis de mayo/junio de 1921

A partir de 1919 el único contacto genuino con los sindicatos fue el que mantuvo con la
FOM. Durante el auge exportador de 1920 ésta conservó una posición sólida.

No obstante, a comienzos de 1921, se dio una merma de la actividad económica, como


consecuencia de la adopción de medidas antiinflacionarias en Europa: el precio del trigo, de
la carne, el volumen de las exportaciones brutas y de la carne disminuyeron.

Todo esto comenzó a afectar a los estibadores de las zonas portuarias. En años previos no
habían participado mucho en las disputas, pero en 1920 surgieron 2 sindicatos de
estibadores, uno “sindicalista”, ligado a la FOM y otro anarquista. Con la depresión el
conflicto entre ambos sindicatos se agravó. En 1921, los anarquistas obtuvieron la victoria,
y comenzaron a aprovechar esa situación organizando boicots contra las empresas que
daban trabajo a personal no agremiado.

En este punto, entró en escena la Asociación Nacional del Trabajo, con el propósito de
forzar una reducción de los salarios de los estibadores. Se pusieron en marcha planes
tendientes a desafiar a los sindicatos remplazando a los obreros agremiados por inmigrantes
sin empleo. El 9 de mayo el gobierno replicó cerrando el puerto, con el fin de proteger a los
obreros del ataque de la ANT.

Frente a esto las empresas marítimas internacionales, revivieron su antigua amenaza de


imponer un boicot.

El 23 de mayo se emitió un decreto –que técnicamente carecía de validez, porque no


llevaba la firma de Yrigoyen- anunciando la reapertura del puerto; también se sostuvo que
las autoridades aduaneras aceptarían tanto trabajadores agremiados como “libres”. Esto dio
lugar a una serie d enfrentamientos entre distintos grupos e estibadores que llevaron a una
aguda crisis política, similar a la de 1919. En respuesta a los sucesos del puerto, un grupo
de taxistas declararon una huelga. Por su parte, la Liga fue apoyada por parte de la élite y
de la clase media.

La huelga generó una aguda polarización de clases, que a causa de la actitud de la Liga
Patriótica y el ejército se convirtió en una gran crisis política. El gobierno, entonces,
enfrentaba el mismo problema que dos años atrás. Hubo empero, una diferencia
fundamental con 1919: en esta oportunidad los “sindicalistas” no se salvaron. Frente a ello,
un grupo declaró una huelga general.

Era la 1° vez que los “sindicalistas” daban este paso, pero el movimiento de fuerza abortó;
de los sindicatos importantes, sólo la FOM se sumó a la huelga hasta que la policía montó
también contra ella. Tan pronto finalizó la huelga y cesaron las actividades de la Liga
Patriótica, se puso fin a la caza policial de dirigentes, y se permitió a la FOM reabrir su
local sindical. Pero el gobierno ya no podía fingir más que seguía protegiendo a los
sindicatos.

En 1921, ya le era imposible abstenerse de tomar medidas contra la columna vertebral del
movimiento obrero. Hasta entonces sus acciones se habían limitado a grupos periféricos y a
chivos emisarios.

La habilidad del gobierno para escoger los chivos emisarios que cargaban con el fardo de
sus medidas policiales reflejaba el hecho de que en 1919 también la Liga Patriótica se había
concentrado en esos grupos periféricos –los judíos, los anarquistas y los “maximalistas”-;
no obstante, en 1921 la Liga ya se había vuelto más marcada y explícitamente antiobrera.

Decadencia de los sindicatos

Como resultado de la depresión, la cantidad de afiliados a los sindicatos disminuyó.


Además ni los grupos socialistas, ni los anarquistas, ni los comunistas pudieron recuperar la
posición predominante que habían tenido los “sindicalistas” hasta 1921. El movimiento
sindical retornó a un estado similar al que lo caracterizó entre 1910 y 1915,
extremadamente reducido, y su unidad era impedida por las disputas doctrinarias internas.

Los despidos afectaron a la propia FOM, y en un brevísimo lapso se vino a pique la gran
unidad interna que había logrado mantener desde 1916.

Las lealtades de la clase obrera, antes congregadas por las instituciones de clase, se
volvieron ahora fluctuantes y relativamente carentes de vínculos firmes. En la depresión
desapareció la inflación, que antes había servido para que las inquietudes se centraran en el
problema salarial y había contribuido al crecimiento de los sindicatos.

Las nuevas condiciones de fragmentación social eliminaron las barreras que se oponían a la
expansión del aparato de los comités radicales en el seno de la clase obrera. A partir de la
campaña presidencial de 1922 comenzó a florecer un nuevo tipo de comité radical
destinado a captar los votos obreros.

En 1922 había indicios de que el proyecto de integración de clases se llevaría a cabo con
técnicas distintas de las que privaron entre 1917/21. De allí en más la organización en
comités de la UCR, sutilmente estructurada, remplazó lo que antes había hecho Yrigoyen
merced a sus contactos personales con los sindicatos, y pasó a ser el cimiento de la
supremacía política de que la UCR continuó disfrutando la década del 20.

10. El interludio de Alvear, 1922/28

Características de la situación económica:


1. La inflación que privó durante la guerra y posguerra llegó a su fin con la depresión.
2. Las inversiones norteamericanas aumentaron.
3. Empresas norteamericanas se establecieron por 1° vez en el país, orientando sus
actividades hacia el campo de la energía y de los bienes duraderos de consumo.
4. El dominio británico era notorio, pero no se extendía en las áreas de mayor
crecimiento económico (el petróleo, los bs de capital y los bs duraderos de
consumo). Argentina siguió vendiendo a GB sus artículos 1°, pero en materia de
importación tendía a encaminarse hacia EEUU. Esto comenzó a originar divisiones
entre los grupos terratenientes acerca del problema del comercio internacional.
Pero este problema no se agudizó hasta fines de la década. En el ínterin, la
Argentina gozó un nuevo auge exportador y sus sectores urbanos disfrutaron de una
renovada prosperidad.

5. Pese al crecimiento industrial, el sector 1° siguió siendo el elemento rector del


desarrollo social, lo cual implicó un aparente resurgimiento de las condiciones
anteriores a la guerra, un aumento de las inversiones extranjeras, la inmigración y la
urbanización, así como la consolidación de la estructura urbana existente.
6. Los salarios reales aumentaron y hubo grandes fluctuaciones en el costo de vida.
Como consecuencia fue abandonada la política de los grupos de presión propia de la
época de Yrigoyen, con los sindicatos de un lado y los empresarios del otro. Los
gremios se hallaban debilitados y divididos. Hubo pocas huelgas de envergadura, y
el nuevo gobierno no se preocupó por fomentar la influencia de los sindicatos.
La sucesión presidencial de 1922

En 1922 los radicales ganaron las elecciones sin mayores dificultades. Ganó en las provs
desarrolladas del litoral así como en las más atrasadas. En muchas de las provs más
turbulentas o rebeldes, donde la oposición era mayoría o los radicales estaban divididos,
Yrigoyen allanó el camino al sufragio mediante intervenciones federales.

Yrigoyen eligió para sucederlo a Marcelo T. de Alvear que pertenecía al patriciado que
fundara el Partido Radical en los 90, esto indicaba que Yrigoyen deseaba conservar el
apoyo de los ppales grupos de la élite. Por otra parte, a causa de la larga ausencia de Alvear
en el país, éste carecía de influencia dentro del partido, Yrigoyen supuso que iba a necesitar
de él, y que podría controlarlo. Para asegurarse esto, gestionó la vicepresidencia para su ex
jefe de policía, Elpidio González, hombre de confianza y ppal aliado político.

Alvear abogaba por un programa del tipo del que defendió Sáenz Peña en 1912: poner fin a
las sucias elecciones fraguadas e iniciar una nueva era de democracia “orgánica”; buscaba
promover una alianza eficaz entre la aristocracia y el pueblo, pero rechazar los aspectos
progresistas que presentaba la política de Yrigoyen.

El nuevo gobierno enfrentó agudos problemas, derivados directamente de su dificultad para


lograr un equilibrio entre los grupos de la élite y de la clase media dentro del partido. Como
condición para cooperar con Alvear los grupos aristocráticos exigieron que:
1. se retornase a lo que denominaban la legalidad constitucional: debían cesar las
intervenciones federales en las provs por simple decreto del Ejecutivo.
2. La segunda condición era que el gasto público estuviera bajo el control estricto del
Congreso, poniendo fin a la práctica yrigoyenista de 1919.
Estas 2 condiciones no apuntaban meramente a mejorar los procedimientos y las normas
constitucionales; las intervenciones federales y el creciente gasto público se habían
convertido en los 2 pilares básicos del sistema de patronazgo mediante el cual Yrigoyen
manejaba el partido. Cuando se puso en evidencia que Alvear apoyaba estas medidas,
comenzara a rumorearse que surgió en el partido 2 facciones, los “alvearistas” y los
“yrigoyenistas”; los 1° eran los antiguos opositores de Yrigoyen en la élite partidaria, los
2°, sus adictos de los comités, pertenecientes a la clase media.

En 1922 los miembros más conservadores del gobierno de Alvear promovieron reducciones
del gasto público, ya que a su juicio este ponía en peligro la capacidad del Estado para
hacer frente a los servicios de la deuda. Pero desde la depresión de 1921, la declinación de
la actividad económica y el desempleo hicieron que los grupos de clase media presionaran
al gobierno para que intensificara dicho gasto.

Esto demuestra la gravitación que había comenzado a tener el sistema de patronazgo hacia
1922. Yrigoyen, pensando en las elecciones presidenciales, se vio forzado a llevar el gasto
público a alturas aún mayores y a expandir la burocracia durante la depresión. Para cubrir,
su déficit, el gobierno debió recurrir a préstamos de corto plazo de bancos nacionales y
extranjeros. Como resultado se creó una enorme y muy onerosa deuda flotante.

En lugar de reducir bruscamente el gasto público, aislándose de su principal fuente de


apoyo partidario, el gobierno adoptó la vía alternativa de tratar de incrementar sus ingresos
fiscales, dando los 1° pasos a fines de 1923, cuando el Congreso aumentó en un 60% los
aforos aduaneros de los bienes importados.

Esto implicaba la reintroducción de una política proteccionista, contraria a la inclinación de


los terratenientes por el Libre Cambio. Además podía interpretarse que la medida
favorecería a los norteamericanos en desmedro de los ingleses. No obstante, el propósito
era ampliar, en un grado limitado, la industrialización nacional.

Se pensaba que un mayor grado de industrialización permitiría superar este problema.

Con todo, la motivación principal era que el fisco obtuviera ingresos inmediatos, amén de
su objetivo de salvaguardar la unidad de la UCR.

Por otro lado, las tentativas de obtener préstamos externos fracasaron, lo cual llevó al
gobierno a adoptar un nuevo plan: propuso un sistema jubilatorio para la clase obrera. La
idea era utilizar los fondos para la consolidación de la deuda.
Los esfuerzos tendientes a llevarla a la práctica originaron la única acción política de
envergadura que efectuaron los obreros durante el período de Alvear.

Finalmente el plan de jubilaciones fue abandonado en 1925, sobre todo porque los
empleadores se opusieron a él, incluso los grupos antes activos en la ANT.

La división del partido en 1924

Pese a su posición negociadora y a que no restringió el gasto público, el gobierno de


Alvear comenzó a tener cada vez peores relaciones con el Partido Radical. Se vio asediado
por los caudillos de barrio, quienes le reprochaban no concederles suficientes cargos como
para apuntalar sus respectivas posiciones. Por otra parte, las concesiones de Alvear le
enajenaron las simpatías de los ministros conservadores. Los comités se dividieron: por un
lado los que apoyaban al Presidente, por el otro los que estaban con Yrigoyen.

A fines de 1923 el gobierno había perdido el control de la mayoría de los comités y de los
legisladores radicales.

La ruptura final, en 1924, sobrevino luego del intento de Alvear de consolidar su posición
estableciendo lazos más firmes con la élite partidaria que en 1918/19 puso en tela de juicio
el liderazgo de Yrigoyen.

Tras la renuncia de Matienzo, fue designado ministro del Interior Vicente Gallo. En vistas
de la oposición extrema que ofrecían los yrigoyenistas, resultó imposible mantener unido al
partido. En las elecciones internas de 1924, compitieron 2 listas rivales. Por último, Gallo
anunció la creación de un nuevo partido, la UCR antipersonalista.

El fracaso del antipersonalismo debe atribuirse a que Gallo fue incapaz de lograr la
adhesión de los ministros conservadores respecto de sus métodos tendientes a erradicar el
ascendiente de Yrigoyen. El nuevo partido tampoco obtuvo una influencia apreciable a
nivel nacional. Su falta de acceso a los cargos públicos lo privó del medio para crear un
sistema de comités con apoyo de masas y para conquistar las provs. Su único baluarte era
la provincia de Sta. Fe.

El propio Alvear tuvo un papel decisivo en el fracaso del antipersonalismo. Nunca pudo
superar las contradicciones iniciales de su posición. Su fracaso como presidente señala una
de las realidades básicas de la política argentina: la única vía posible de establecer o
mantener la alianza entre el patriciado y las clases medias era adoptar una postura flexible
en cuanto al gasto público y manipular con fines partidarios la expansión burocrática.

Resurgimiento de Yrigoyen

Entre 1922/28 Yrigoyen conservó su preeminencia y popularidad gracias al estricto control


que ejerció sobre los comités partidarios.
Como antes de 1916, Yrigoyen procuró constantemente identificarse con los intereses de
clase media dependiente.

También se realizó un sostenido esfuerzo para ganarse la adhesión de la clase obrera, para
lo cual inició una campaña para la revitalización de la FOM. Sin embargo la práctica más
corriente, que reflejó tanto la debilidad de los gremios como la incapacidad de Yrigoyen
para adoptar otra línea de acción fuera del gobierno, consistió en la creación dentro del
partido de comités gremiales destinados a distintos grupos de trabajadores; habitualmente
dirigidos por empleados administrativos u oficinistas.

Obtuvo también el apoyo de grupos menores, como los tranviarios y taxistas de BA y


Rosario. El éxito logrado por los comités entre los obreros ilustrar hasta qué punto habían
declinado las lealtades de clase desde la guerra con el fin de la inflación y el retorno de la
prosperidad. Todo ello reflejaba el crecimiento de una sociedad más abierta y las mayores
oportunidades de movilidad social en comparación con el período de la guerra.

Nacionalización del petróleo

Como era objetivamente imposible continuar incrementando en forma indefinida el gasto


público y la burocracia oficial, resultaba necesario un cambio en al carácter del radicalismo
y el abandono de su ideología tradicional de densa de los consumidores y del Libre
Cambio, para encaminarse hacia un nacionalismo económico; pero este viraje nunca se
completó ni se tornó definitivo: el nuevo nacionalismo tendió a coexistir con el liberalismo.
Lo que se hizo fue poner nuevo énfasis en un desarrollo industrial limitado.

Esta transición cristalizó en el respaldo dado por los yrigoyenistas a la nacionalización de


los recursos petroleros y el monopolio estatal de su destilación y distribución.

Por 1° vez los yrigoyenistas tenían algo práctico y concreto sobre lo cual basar su campaña,
más allá de sus declaraciones abstractas sobre la “democracia” y la “defensa de la
Constitución”.

Otra expresión del cambio era el marcado antinorteamericanismo que fue difundiéndose
entre los yrigoyenistas.

Razones por las cuales el monopolio estatal del petróleo se convirtió en un slogan popular:

 Ofrecía una solución de largo plazo al problema de las clases medias dependientes
urbanas.
 Medio de justificar el retorno a las políticas de gasto público.
 Prometía abrir un nuevo ámbito de puestos gerenciales para las clases medias al par
que se evitaba el derroche de los fondos públicos que la creación de una burocracia
parasitaria hubiera entrañado.
 Representaba una oportunidad para trasladar a nuevos campos el proceso de
crecimiento económico interno.
 Manera de allanar el camino hacia un proceso de gran desarrollo industrial.
Por otra parte, se inició un movimiento antitrust en 1927, que estuvo dirigido
exclusivamente contra los norteamericanos, y casi no se levantaron voces de protesta contra
los ingleses. Eliminar a los norteamericanos del campo de la energía podía significar un
nuevo medio de proteger los mercados de exportación tradicionales .

Entre 1926/28 esto produjo un vuelco triunfal en favor de Yrigoyen. Logró neutralizar, la
oposición de los terratenientes y exportadores conservadores, y ganarse el apoyo de los
votantes de clase media y de clase obrera.

El resultado fue una victoria aplastante de Yrigoyen. Salió ganador en la Capital y todas las
provincias, salvo San Juan.

Las huelgas 1916-1918

El gobierno radical no se puso indiscriminadamente del lado de los obreros sino que tendió
a hacerlo cuando dicha acción prometía acercarle beneficios políticos, por lo general en
términos de votos. Luego de obtener unos pocos éxitos en 1917, el gobierno comprobó que
sus políticas desencadenaban creciente oposición entre los grupos patronales y de presión,
cuyo resultado fue una alianza formal entre los intereses económicos nacionales y
extranjeros, preludio de las grades crisis de 1919.

El contacto con los trabajadores se establecía casi exclusivamente durante las huelgas. La
participación del gobierno derivó de su facultad de recurrir a su poder de policía para
favorecer a uno u otro bando. Este era un cambio importante, que contrastaba con las
prácticas del pasado; los huelguistas estaban ahora en condiciones de manejar con
efectividad su poder de negociación, y la acción estatal no les impedía obtener beneficios
cuando las condiciones prevalecientes lo favorecían.

Se otorgó a los sindicatos un acceso y comunicación preferenciales con los agentes


decisorios centrales del gobierno, ya sea Yrigoyen o sus ministros, para hacer sus reclamos.

Yrigoyen pensaba que un sistema abierto de comunicación entre los obreros y el estado
podría llevar a lograr la justicia distributiva y la asimilación e integración política de los
trabajadores.

En la mayoría de los casos, sin embargo, todo lo que los obreros obtenían era el aliento
moral: en muy raras instancias el gobierno superó este estrecho marco.

El apoyo dado a los huelguistas estuvo lejos de ser automático; lo condicionaban


estrechamente los cálculos electorales. Sólo benefició a los obreros de la Capital, excepto
en las huelgas ferroviarias, lo que pone de manifiesto que su principal objetivo era combatir
al PS. El gobierno tendía a declararse a favor de los huelguistas solamente cuando el
movimiento afectaba a los sectores dominados por el capital extranjero, en parte porque
esos eran los únicos en que existía una gran concentración de trabajadores, pero también
para evitar enajenarse la simpatía de los empresarios nacionales. No obstante, las huelgas
de los frigoríficos mostraron que incluso esto sólo sucedía cuando el apoyo a los obreros
tenía réditos electorales directos. Los huelguistas no eran apoyados cuando el Estado o una
empresa dependiente de él se veía envuelta en la huelga.

Los modestos objetivos que perseguía la política obrera radical y las numerosas
limitaciones a las que estuvo sujeto, permitieron que una minúscula proporción de la clase
obrera pudiera mantenerse a tono con la inflación. Después de la 1GM, los salarios reales
comenzaron a crecer, pero ello no fue resultado de ninguna medida oficial sino de la
demanda de mano de obra.

11. Segunda presidencia de Yrigoyen, 1928/30

La situación creada en 1930 se asemejaba, en algunos aspectos, a la de 1919. Súbitamente,


el pueblo retiró su apoyo al gobierno y lo canalizó hacia nuevas organizaciones de masas
que, también como en 1919, eran conducidas por el ejército, mientras la élite conservadora
las seguía de cerca. Otro rasgo común fue el carácter temporario del cambio. La diferencia
estribó en que en 1919 Yrigoyen se las ingenió para prevenir el coup d’ Etat, mientras que
en 1930 fracasó totalmente.

Composición y políticas del nuevo gobierno

Para este período el centro de autoridad del partido se había desplazado hacia los
profesionales de clase media. Este desplazamiento se puso de manifiesto en la composición
del gabinete en 1928. Esto contrastaba con lo que acontecía en 1916, en que una
abrumadora mayoría de legisladores radicales eran terratenientes.

Esto se reflejó en las medidas del nuevo gobierno en 1928/29, Yrigoyen abandonó la
prudencia con que había actuado al principio en 1916 respecto de los gastos públicos y
pronto reimplantó su manejo del patronazgo oficial.

En 1929 todo el sistema de “gobierno de los comités” introducido por Yrigoyen en 1919 y
mantenido por un pronto aumento del gasto público alcanzó su apogeo.

Pero paralelamente, Yrigoyen procuró consolidar su posición con respecto a la élite y a 2


grupos de presión que tantos trastornos habían originado en 1919: el ejército y el capital
extranjero.

Con respecto al ejército, hacia 1927, ciertos grupos conducidos por Justo y alentados por
sectores de la élite conservadora comenzaron a mostrar disgusto ante el resurgimiento de
Yrigoyen. Se habló incluso de impedir que reasumiera la presidencia mediante un golpe de
E; pero en 1928 los antiyrigoyenistas extremos tenían escaso respaldo.
Por otra parte, en lo que respecta a la política laboral, la nueva administración en lugar de
ofrecer franco apoyo a los sindicatos, confió a los comités la tarea de mantener el control
sobre los votos de los obreros. La ventaja de utilizar la estructura de los comités eran que:

 El gobierno eludía así el estigma de ser identificado con los “agitadores”;


 Constituían un instrumento demasiado débil como para forzar un aumento de
salarios.
Así el gobierno se evitaba comprometerse de palabra o de hacho a conseguir para los
trabajadores el tipo de beneficios a los que probablemente se opondría el capital extranjero.

Justo a eso debe mencionarse el activo y efectivo apoyo dado a los intereses británicos. Las
relaciones con los ingleses fueron en gral mucho mejores que antes.

Se observa entonces que, en 1929 la posición de Yrigoyen se había vuelto muy


conservadora en aquellas esferas en que antes de 1916 había sido más progresista. Su
estrategia gral consistía ahora en aumentar o conservar su masa partidaria en la mayor
medida posible mediante el patronazgo, y neutralizar a los grupos de presión promoviendo
otras políticas que concordaran con sus intereses. El propósito era impedir que emergiera
una situación como la de 1919, y allanar el camino para el ppal objetivo del gobierno, que
era la legislación en materia petrolera.

Pero, cuando las leyes sobre el petróleo llegaron al Senado, este simplemente se negó, por
voto mayoritario a considerarlas.

Esto significaba que la necesidad más apremiante en 1929, era controlar el Senado, vale
decir, controlar las provincias, y el único medio para ello era dislocar a los partidos
opositores, mediante intervenciones federales. Pero esto provocó una intensificación de las
antiguas disputas regionales.

Así, el problema del petróleo, las intervenciones federales y el conflicto entre el Ejecutivo y
el Senado formaban parte de una cuestión más amplia: la de las relaciones entre BA y las
demás provs para apoderarse de los recursos del país.

El petróleo podía ser usado para robustecer la posición de la oligarquía terrateniente del
interior o bien en beneficio de las clases medias dependientes porteñas. Las provs
mediterráneas sabían que si no ponían freno a las intervenciones, los yrigoyenistas de clase
media del litoral controlarían el Senado y tratarían de apropiarse de lo que consideraban sus
recursos privados.

Vinculado con esto, en 1928 San Juan y Mendoza habían elegido senadores de partidos
antiyrigoyenistas: Federico Cantoni y Carlos Lencinas, respectivamente. Ambos, habían
integrado la coalición radical, separándose en 1918, cuando Yrigoyen mediante su control
de las finanzas públicas y las intervenciones federales creó en las provs del interior
regímenes adictos a él, explotados a su vez en provecho de los consumidores urbanos
porteños.

La importancia de los movimientos populistas de estas dos provs en 1929, derivaba de que
los yrigoyenistas necesitaban controlar esas 2 provs para tener el Senado Nacional. Por ello,
resolvieron impedir que Cantoni y los demás ocuparan sus bancas, impugnando la legalidad
de su elección.

Los debates generaron un creciente clima de violencia en BA en la 2° mitad de 1929. Tanto


así, que en julio surgió una fuerza de choque paramilitar de los yrigoyenistas llamada el
Klan radical, dentro de cuyas hazañas se contó el asesinato de Lencinas.

Los grupos de derecha, por su parte, replicaron fundando su propia organización, la Liga
Republicana: organización autoritaria, que a diferencia de la Liga Patriótica, no tuvo apoyo
popular.

Empero a pesar de esto, los yrigoyenistas fueron los que se quedaron con la victoria y
Cantoni y sus secuaces no fueron autorizados a ocupar sus bancas.

Depresión y revolución

La depresión tuvo un impacto instantáneo en el gobierno; su autoconfianza fue desplazada


por muestras cada vez más notorias de desesperación.

Dentro de las medidas tomadas por el gobierno para hacer frente a la crisis se encuentra la
supresión de la Caja de Conversión en 1929, con lo cual se abandonaba la convertibilidad
del peso vigente desde el auge exportador en 1927.

Empero, este intento de amortiguar los efectos de la depresión fue en buena media un
fracaso. El colapso del sector exportador desencadenó una desocupación creciente; además,
al contribuir a mantener el nivel de demanda, la eliminación de la convertibilidad no hizo
más que acelerar la presión inflacionaria, con la única consecuencia de desequilibrar aún
más la balanza de pagos.

Uno de los aspectos más críticos era que la merma de las importaciones, sumada a la
inflación, socavaba la situación del fisco; sin embargo, el nivel de gasto público siguió
durante un tiempo en aumento. Esto traducía los esfuerzos del gobierno por mantener su
flujo de patronazgo y por ende, su apoyo popular. Pero el hecho de que no se redujera el
gasto público provocó un marcado incremento del déficit en los ingresos fiscales
ordinarios, y por consiguiente de la deuda flotante.

Para aliviar la presión sobre el crédito interno se trató de obtener préstamos externos, pero,
al depreciarse el peso aumentaba el endeudamiento neto del país. A medida que transcurría
el tiempo parecía más cercana la posibilidad de que, a menos que se tomaran medidas para
reducir drásticamente el gasto público, al gobierno le resultaría imposible cumplir con sus
compromisos externos.

Todo esto provocó que uno tras otro, los grupos que habían apoyado al gobierno en 1929 se
volvieran rápidamente contra él.

En estas cuestiones económicas y financieras se halla una de las claves de la revolución de


1930, debido a que el yrigoyenismo se había convertido en una amenaza para los
hacendados y comerciantes. El gobierno no actuaba en cuanto al tipo de cambio, había
pasado a ser un gran competidor en materia de crédito y estaba llevando el endeudamiento
a un punto insostenible. Estas condiciones hicieron que las principales entidades de los
terratenientes y exportadores se coaligaran contra él. Una vez que los grupos descontentos
dentro del ejército contaron con el apoyo de los ppales intereses económicos, tuvieron vía
libre para actuar.

El derrumbe del apoyo de la clase media

En 1929 todo el sistema de control del gobierno dependía de su capacidad de seguir


apelando al gasto público y al patronazgo; pero a comienzos de 1930 alerta ante la amenaza
de los terratenientes y en una tentativa desesperada por reducir la deuda flotante, comenzó a
disminuir poco a poco, no el gasto en cifras absolutas pero sí su ritmo, hasta llegar un
momento en que resultó insuficiente para sostener la estructura de patronazgo creada. Esto
provocó que la estructura comenzara a resquebrajarse; lo más notorio fue la repentina
erosión de los lazos entre el gobierno y los comités partidarios. Y el descalabro del aparato
partidario trajo consigo un esfuerzo concertado de la oposición para atacar al gobierno y
usurpar el apoyo popular.

Al profundizarse la depresión, la inflación erosionó los ingresos y creció la desocupación,


multiplicándose el n° de descontentos en el partido. Es así, que surgieron 2 facciones dentro
del partido: los “reeleccionistas” y los “anti-reeleccionistas”.

Por otro lado, los yrigoyenistas perdieron el apoyo obrero.

En lo que a las elecciones respecta, lo interesante es que los yrigoyenistas perdieron menos
votos en las provs del interior, donde había menos vínculos con el gran sector exportador y,
por lo tanto, los efectos de la depresión no eran tan marcados.

La depresión no sólo acabó con el sistema de patronazgo creado por Yrigoyen, sino
también con su prestigio personal y al imagen de Mesías que había cultivado a lo largo de
toda la década.

Al ahondarse la crisis, el gobierno:


 Respondió con una estridente propaganda, organizando manifestaciones de
empleados públicos,
 Trató de ampliar el Klan radical para convertirlo en fuerza de choque contra los
partidos opositores,
 Trató de ganarse las simpatías de prominentes conservadores ubicándolos en
puestos claves (Figueroa Alcorta fue designado presidente de la Corte Suprema de
Justicia)
 Esfuerzos dirigidos a revitalizar sus antiguos contactos con los sindicatos,
intentando atemorizar a los grupos de oposición levantando el viejo espectro de
1919: una alianza entre el gobierno y los obreros. Empero, cuando sobrevino el
golpe militar no hubo prácticamente reacciones en la clase obrera. Ni los sindicatos
ni los obreros por su cuenta apoyaban tanto al gobierno como para alzarse en su
defensa y tampoco tenían los medios para hacerlo.
El golpe de 1930 comprendió 2 procesos fundamentales: la enajenación de los intereses
conservadores ligados a la exportación y de los grupos de poder pertenecientes a ellos,
como el ejército y la súbita pérdida de apoyo popular.

12. Visión en perspectiva

 Ley Sáenz Peña


La revolución de 1930 demostró que si bien la política argentina había adquirido rasgos
híbridos durante los 40 años anteriores, la supremacía de la élite terrateniente y comercial
de la región pampeana no había disminuido.

Aunque entre 1890/30 la élite siguió siendo el factor de poder dominante, dejó de actuar en
un vacío político, se vio forzada a buscar un marco de consenso y aliados políticos para
consolidar su posición y ser capaz de proteger y promover sus intereses esenciales.

La politización de nuevos grupos económicos condujo a la adopción de la Ley Sáenz Peña


en 1912, concebida para establecer una coalición entre la élite y los grupos de clase media
nativos, que permitiera restaurar la estabilidad política y conceder mayor vigor a la élite
para su manejo de la clase obrera inmigrante. Sin embargo, la reforma tuvo importancia por
las concesiones que hizo a la clase media, más que como un auténtico intento de enfrentar
el problema obrero.

El golpe militar de 1930 fue una restauración conservadora, pero la política argentina
retuvo con posterioridad muchos rasgos pluralistas; más que una ruptura completa con el
pasado, implicó un ajuste retrospectivo en la estructura política. Logró que las clases
medias retrocedieran y ocuparan el papel subordinado que la generación de Sáenz Peña
había previsto para ellas, eliminando su carácter de eje del sistema electoral que ellas
mismas se habían adjudicado.
La diferencia entre Sáenz Peña y Justo era que en 1912 la élite podía contemplar la
posibilidad de delegar el control del Estado en sus rivales políticos, mientras que en la
década del 30 se vio obligada a excluirlos. 2 condiciones explican esto:

1. En 1912 la oposición al radicalismo era muy superficial;


2. En épocas de expansión económica los intereses de la élite y de las clases medias
urbanas eran compatibles como para posibilitar una alianza política y admitir que
estas últimas participaran en cierta medida del poder.
Ninguna de estas 2 prevalecía en 1930.

Es errónea la idea tradicional de que el partido fue desde el comienzo un órgano


representativo de la clase media. Antes de 1924, fue controlado por una élite muy flexible
de terratenientes.

El meollo de la cuestión residía en el triunfo electoral. La batalla continua en este sentido


llevó al rápido aumento de los comités locales y de sus líderes de clase media. Cuanto más
se expandían las atribuciones de los comités, más terreno perdían los antiguos dirigentes
partidarios y más desconfiaba del gobierno la élite conservadora.

 Clase obrera y sindicatos


En la 1° presidencia de Yrigoyen, la más importante esfera de conflictos fueron los manejos
del gobierno con la clase obrera con el fin de ganar sus votos y minar la posición del PS,
para lo cual tendió a favorecer la posición negociadora de los sindicatos durante las
huelgas.

Tanto Yrigoyen como Perón procuraron controlar a la clase obrera conquistando el apoyo
de los sindicatos. La diferencia entre ellos radica en la magnitud de los beneficios que cada
uno pudo ofrecer. Yrigoyen no tuvo para dar otra cosa que aliento moral, y en consecuencia
su vínculo con los “sindicalistas” nunca se formalizó o institucionalizó. Perón no enfrentó,
por lo demás, una alianza como la Liga Patriótica.

La historia de los sindicatos entre 1890/30 puede dividirse en varios períodos, que
corresponden a las condiciones prevalecientes en el mercado de trabajo y a los ciclos del
sector exportador:

I. Hasta 1900, en consonancia con la fase depresiva, los sindicatos fueron muy débiles
II. Entre 1900/10 se vieron fortalecidos por el auge del sector 1°,
III. Hacia 1910, evidenciaban nuevamente signos de debilidad, en tanto y en cuanto una
cantidad cada vez mayor de inmigrantes saturaba el mercado de trabajo urbano.
IV. El nuevo impacto depresivo de 1913/17 volvió a debilitarlos.
V. La depresión de posguerra de 1921 trajo consigo un colapso súbito.
Suele considerarse que este período de la historia de la clase obrera fue homogéneo y que
en él privó el movimiento “anarcosindicalista”. Sin embargo, había entre el anarquismo y el
“sindicalismo” gran diferencia. El 1° era la respuesta a las frustradas aspiraciones a la
movilidad de los inmigrantes europeos y a un grado relativamente escaso de diferenciación
entre los obreros urbanos, en tanto que el “sindicalismo” coincide con las grandes unidades
productivas, mayores exigencias de especialización, salarios diferenciales y la nueva
presencia de trabajadores nativos cuya respuesta de clase era por lo común menos extrema
que la de los inmigrantes. Por su énfasis en la cuestión salarial, el “sindicalismo” cobraba
importancia en períodos de gran inflación.

Durante la guerra los “sindicalistas” medraron gracias a la protección de Yrigoyen.


Distintas fueron las huelgas de mediados de 1919, cuando los “sindicalistas” ya habían
logrado establecer una base más amplia y firme. La gran significación de la Semana
Trágica reside en que ejemplifica los distintos niveles de coherencia ideológica entre los
obreros y los grupos que constituyeron la Liga Patriótica. La huelga gral de 1919 fue más
una sucesión de motines desarticulados que una rebelión obrera; en contraste, la acción de
la Liga reveló una unión y organización más cabales, pese a que los motivos de su acción
eran una visión falsa y exagerada de las causas del malestar obrero.

 Capital extranjero
Otro agente cardinal fue el capital extranjero: aun cuando la posición de los ingleses se vio
desafiada por los norteamericanos, mantuvo siempre con la élite una comunidad de
objetivos subyacente. En muchos aspectos, los ingleses fueron los motores ppales de la
reacción contra la política laboral de Yrigoyen.

 Clases medias
Luego de su fracaso con los sindicatos, y en un esfuerzo por contener su pérdida de apoyo
popular y el prestigio que ganaban grupos rivales como la Liga Patriótica, el gobierno
radical apeló en 1919 a sus relaciones con la clase media, presagiando el advenimiento de
la política de patronazgo y la creciente importancia de los “aparatos” partidarios en la
década del 20. A partir de entonces creció la influencia de los grupos de clase media, y la
posición de Yrigoyen llegó a depender de conservar la adhesión de las clases medias
dependientes. Este fue el origen del problema político central de esa década: la magnitud y
distribución del presupuesto oficial.

Los estratos superiores de la clase media urbana tendieron a ocupar una posición parasitaria
respecto de la élite, y por su dependencia del gasto público adoptaron algunos rasgos
propios de los rentiers.

 UCR
Su raison d’etre giraba en torno de problemas distributivos más que en torno de la reforma
o el cambio social. Pese a que pretendía mejorar la situación de la clase obrera, la UCR no
era un partido que abogase por la reforma social. Sus lazos con los consumidores de clase
media le impidieron promover la industrialización. Sin embargo, la política urbana solo
pudo comenzar a trascender la estrecha estructura de patronazgo estatal cuando creció el
sector industrial.
R.FALCÓN

Relación Estado-sindicatos en la política laboral del primer gobierno de Yrigoyen

Es posible distinguir 4 etapas:

1. El movimiento obrero entre 1916/19: los 3 primeros años del gobierno de


Yrigoyen se caracterizaron por una tentativa de conseguir la adhesión de los
trabajadores a través de arbitrajes en los conflictos entre capital y trabajo, que en
ciertos casos favorecían y generaban un apoyo indirecto a algunos sectores del
movimiento sindical, que aceptaban esa actitud gubernamental.
En 1915, tuvo lugar el 9° congreso de la FORA, dirigida por los anarquistas y que
en su 5° Congreso había adoptado los principios del comunismo anárquico. en el
congreso de 1915, empero, participaron por 1° vez los Sindicalistas
Revolucionarios, que al obtener la mayoría de los congresales declararon la FORA
como una organización apolítica y puramente obrera, sin definición ideológica
expresa. Frente a esto, un sector anarquista no acató las resoluciones y desde
entonces hubo 2 FORA, la del V Congreso (anarquista), y la del IX Congreso (con
mayoría sindicalista).

En 1916, la llegada del radicalismo ofreció puntos de intersección entre los


Sindicalistas de la FORA IX e Hipólito Yrigoyen.

Sus arbitrajes en los conflictos entre el capital y el trabajo en el período 1916/18,


sumado a la predisposición de los sindicalistas a recibir apoyo estatal, fueron
generando una particular relación entre los dos y especialmente entre el gobierno y
la Federación Obrera Marítima (FOM).

Los Sindicalistas Revolucionarios, presentaban una inclinación a negociar y


apoyarse en el Estado que provenía de su inserción en gremios del sector servicios,
estructurados nacionalmente, vinculados a la economía agroexportadora y
enfrentados a compañías extranjeras.

La base de los acuerdos tácitos entre la FORA IX y el gobierno descansaba en un


implícito interés mutuo: los radicales no construían organizaciones gremiales que
compitieran con las de los sindicalistas y éstos no intervenían en los procesos
electorales. En consecuencia ambos tenían en sus respectivos dominios un enemigo
común, el PS.

El arbitraje Estatal

Hasta 1902, el Estado mantenía una actitud de prescindencia frente a los conflictos
en el área de consumo o de la producción para el mercado interno; no obstante,
cuando se daban en sectores vinculados a la economía agroexportadora, intervenía
con una dura represión, al igual que si el conflicto amenazaba con alterar
“gravemente” el orden público.

Después de 1902, con la 1° huelga gral de orden nacional, el Estado comenzó a


desarrollar una suerte de juego de pinzas frente a la cuestión obrera. Por un lado
sistematizó la represión tanto en el plano legislativo (Ley de Residencia) como en el
de la acción directa. Al mismo tiempo, presentó un proyecto de Código de Trabajo,
en 1904, que contenía demandas del movimiento obrero, y por otro, establecía
mecanismos regimentadores de la vida sindical. El proyecto nunca fue sancionado,
tanto por la oposición de los sindicalistas como la de los industriales.

La Ley Sáenz Peña implicó una ampliación del “mercado político” al incorporar un
sector significativo de los trabajadores. Desde entonces los conservadores
comenzaron a prestar mayor atención a las políticas laborales.

Como ha observado David Rock, la disponibilidad a entendimientos con el Estado


en el marco de conflictos laborales, expresada por los anarquistas rosarinos, fue
reproducida después de 1916, en BA, por los Sindicalistas Revolucionarios.

HUELGAS:

 En 1916, trabajadores marítimos desde BA declararon una huelga cuyos


objetivos eran obtener un aumento en sus salarios, la aplicación de las 8 hs
de trabajo y mejoras en la higiene y alimentación. Las nuevas circunstancias
provenientes de la actitud asumida por el radicalismo ante la problemática
laboral menoscababan el poder del sector patronal. Así el gobierno aparecía
como el ppal elemento para hacer efectiva la huelga y colocar a los
trabajadores en igualdad de condiciones con el sector empresarial.
Otra de las características de este conflicto fue el asiduo contacto y diálogo
que los dirigentes de la FOM mantuvieron con el presidente de Yrigoyen
durante la huelga. A esto se sumó la predisposición del gobierno a acceder a
los pedidos de los huelguistas, como el retiro de las fuerzas de seguridad
para que los trabajadores pudieran ejercer libremente su derecho a la
propaganda.

Las consecuencias negativas que el prolongado conflicto marítimo tenía


sobre la economía agroexportadora llevaron a que entidades como la Bolsa
de Comercio y la Sociedad Rural presionaran para que las partes llegaran a
un acuerdo. En 1917 los empresarios navieros y los trabajadores marítimos
firmaron un convenio que posibilitó la normalización de las actividades
portuarias.
Los marítimos no sólo habían conseguido su reivindicación salarial sino que
además habían logrado el reconocimiento de su sindicato por los patrones y
obtener una mayor presencia y decisión en la selección de la mano de obra.

 En 1917, el sector ferroviario se hallaba representado por 2 entidades


gremiales: La Fraternidad y la Federación Obrera Ferroviaria (FOF). En el
1° caso, en 1889 habían obtenido la personería jurídica para su sindicato; era
proclive a la negociación con el Estado y los patrones, y consideraba a la
huelga como una medida que se toma sólo en última instancia.
El descontento se fue extendiendo, y la FOF y La Fraternidad decidieron
hacerse eco de las demandas y unificar las peticiones. En un 1° momento
rechazaron la mediación del Estado.

En vistas de que no se lograba solucionar el conflicto, comenzaron a


manifestarse entidades como la Sociedad Rural Argentina y la Bolsa de
Comercio, solicitando al gobierno endurecer su posición y aplicar en forma
estricta el reglamento para el funcionamiento de los ferrocarriles. El
gobierno comenzó a tomar medidas: la 1° fue la confección de un
reglamento provisional del trabajo; las empresas lo rechazaron.

En octubre la FOM, en solidaridad con los ferroviarios, se declaró en huelga.


Como consecuencia, el Poder Ejecutivo endureció su posición y sancionó
por decreto el mencionado reglamento, que incluía:

 la aplicación de la ley de jubilaciones para los ferroviarios,


 un aumento global de salarios de un 10%,
 prohibición de tomar represalias contra los trabajadores que participaron
en esta huelga.
En relación con las empresas, establecía que podían aumentar sus tarifas
para cubrir los gastos que generarían estas disposiciones.

En el campo obrero la noticia dividió aguas. Por un lado, La Fraternidad


consideraba que la huelga debía ser levantada. Pero por otro, la FOF pensaba
que la huelga debía continuar en función de alcanzar la propuesta de
estatización.

Sin el apoyo de La Fraternidad, la FOF quedó aislada y el movimiento


huelguístico fue perdiendo fuerza, teniendo que dar por terminada la huelga.
La intervención del Estado actuó como garante y canalizador de las
demandas de los ferroviarios y provocó descontentos en los sectores
patronales, quienes comenzaban a inquietarse por el nuevo rumbo que estaba
tomando el tratamiento de la cuestión obrera en el contexto de la política
laboral del yrigoyenismo.
 En 1917, tuvo lugar una huelga de obreros frigoríficos, conflicto en el cual
dos hechos resultaron significativos:
a) La protección de la policía local a los trabajadores en huelga ante los
ataques de los sectores patronales;
b) El gobierno nacional en un 1° momento ofreció solucionar el litigio a
través de su mediación, pero fue rechazado por los trabajadores. Según
Sebastián Marotta, esta actitud se debió a que los militantes anarquistas
eran quienes estaban dirigiendo la medida de fuerza.
Esto generó que por un lado, la protesta sea cada vez más violenta; y por
otro, las presiones de los sectores patronales que amenazaban con cerrar los
frigoríficos y trasladarse a Brasil. La gran represión estatal parece haber sido
la respuesta a una situación en donde quedaban al descubierto los límites de
la política laboral del yrigoyenismo.

Semana Trágica: desde 1918 tenía lugar una huelga en el sector metalúrgico que
para 1919 terminó en un episodio violento cuando una serie de huelguistas
interpelaron a aquellos que seguían trabajando para que cesaran sus tareas y al ser
desoídos apedrearon los carros que los transportaban; la custodia policial respondió
a los tiros.

Frente a esto, los sindicatos anarquistas de la FORA V, declararon una huelga


general para el día 9, pero nuevamente la jornada terminó con una agresión a tiros
de las fuerzas represivas contra el cortejo que acompañaba en el cementerio a las
víctimas del día 7.

La huelga gral decretada por la FORA V se desarrollaba en forma despareja según


los distintos sectores de trabajadores. Después la FORA IX lanzó una huelga gral,
para levantarla más tarde, al entrar en negociaciones con el gobierno en torno a la
satisfacción de las demandas de los obreros de Vasena y la libertad de todos los
detenidos. Mientras tanto las “guardias cívicas” organizadas por la Liga Patriótica
se lanzaban a una feroz persecución de anarquistas y judíos.

Características de la Semana Trágica:

i. Se trata de un fenómeno dotado de espontaneidad; los acontecimientos eran


poco predecibles y originados en un estallido emocional, antes que
manifestación de la conciencia de clase.
ii. Movimiento de carácter masivo. Sin embargo se dieron grados diferentes de
participación: la presencia de masas se reflejó en al acatamiento al paro y en
el acompañamiento del cortejo fúnebre el día 9. En cambio, los
enfrentamientos armados fueron protagonizados por grupos reducidos,
gralmente anarquistas.
iii. El movimiento obrero no tuvo una estrategia en común. (FORA IX
proclamó la huelga gral cuando de hecho ya se había iniciado en algunos
sectores de trabajadores; los Sindicalistas Revolucionarios no intentaron
prolongarla; los socialistas consideraban la situación, un momento ideal para
impulsar desde el Parlamento una legislación laboral; los anarquistas eran
los únicos que intentaban la profundización del movimiento hacia una salida
insurreccional.)
iv. En cuanto al comportamiento del gobierno, Yrigoyen propició negociaciones
con los huelguistas y trató de disuadir a los empresarios de su intransigencia.
A medida que la violencia se incrementaba, adoptó 2 tácticas simultáneas: 1)
intentó “pacificar” la situación a través de la acción policial; 2) se esforzó
por conservar las alianzas que había logrado en el movimiento obrero.
v. Por su parte la Liga Patriótica actuó como un factor disruptor tanto en las
estrategias del gobierno como en las del movimiento obrero. Su aparición
como fuerza de choque y de presión política era la expresión de que las
derechas ya no confiaban en la capacidad del gobierno radical de contener al
movimiento obrero. La aparición del “movimiento patriótico” es uno de los
productos más significativos de la Semana Trágica.
vi. En lo que respecta a la existencia o no de un frustrado golpe militar, la
decisión del Gral. Dellepiane de marchar con sus tropas a BA constituyó, al
menos, una advertencia y una fuerte presión al gobierno para que
endureciera sus posiciones. Es significativo, también, que cuando estaban
negociando con la FORA V el levantamiento del paro, la policía hubiera
allanado la redacción de La Protesta. Esto revela un doble celo de Yrigoyen,
evitando que Dellepiane apareciera como protagonista ppal en su detrimento
y que la FORA V lo fuera en perjuicio de la FORA IX, su aliada.
Las consecuencias mediatas más importantes de la ST fueron:

a. Un replanteo de las políticas del gobierno ante la censura que generó en sus
relaciones con la mayoría del movimiento obrero;
b. Un paradójico fortalecimiento de las corrientes sindicales que tuvieron las
estrategias menos radicalizadas;
c. Mayor presencia autónoma de los grandes capitalistas y de la élite conservadora;
d. Mayor protagonismo militar.
2. El movimiento obrero entre 1919/22: el gobierno retomó la estrategia para
recuperar su influencia entre los trabajadores. Esta prisa estaba alentada por la
necesidad de combatir un crecimiento del socialismo en las elecciones
parlamentarias de 1919. El 1° paso lo dio en ocasión de una huelga de la FOM, en la
que el gobierno hizo esfuerzos inusuales para favorecer el triunfo de los huelguistas
y exhibir al resto de los trabajadores su solidaridad y su puesta de límites a las
pretensiones de las empresas navieras. No obstante, no llegó a contrabalancear el
desgaste de la imagen gubernamental durante los acontecimientos de la ST. Así se
reflejó en las elecciones: en la de senador se impuso el radicalismo por un ajustado
margen, y en la de diputados los socialistas ganaron por una diferencia pequeña.
Se habría dado en esta oportunidad un juego de doble lealtad por parte de la clase
obrera: siguió a los sindicalistas en las luchas gremiales y a los socialistas en las
elecciones. Sin embargo, estos resultados no llevaron a un viraje en la estrategia
radical de seguir buscando apoyo obrero y de prestar especial atención a la FOM.
Los acontecimientos durante la ST no dieron lugar a una retracción de las luchas
sindicales. Dichos movimientos aparecían como el fruto de 2 fenómenos: la
inflación y el incremento de los índices de sindicalización. Los gremios
protagonistas fueron mayoritariamente, los que no tenían experiencia en ese tipo de
hechos.

Las huelgas generaron un clima político que reavivó a los sectores conservadores.
Esto llevó al gobierno a adoptar medidas represivas para evitar ser desbordado por
la Liga Patriótica y autorizó la aplicación de las leyes de Residencia y de Defensa
Social.

En 1920 se consolidó una nueva actitud del gobierno: trataría de recuperar prestigio
y votos acentuando “el personalismo” y fomentando al máximo el patronazgo y las
políticas asistencialistas. Empero, estas iniciativas estaban limitadas por la presencia
tanto parlamentaria como política de la oposición conservadora.

En 1921, la FOM volvió a protagonizar los conflictos laborales, conflictos que se


dieron en un marco social diferente: la depresión. Los hechos violentos provocaron
un clima de fuerte crisis política, similar a la de 1919. La reacción del gobierno,
también fue similar a la de 1919, en tanto ordenó a la policía que actuara contra los
promotores del movimiento huelguístico. Pero esta represión alcanzó incluso a la
FORA IX. Así fue que el radicalismo, esta vez no tenía margen de maniobra para
recomponer como otras veces, por la dureza del golpe dado al sindicalismo y porque
ahora había alcanzado también a la FOM.

Además la depresión había disminuido la capacidad de movilización que el


movimiento obrero tenía desde 1916, esto repercutió en un proceso de
debilitamiento de la FORA IX, que no sólo era cuantitativo, sino cualitativo, puesto
que al fundarse la USA (Unión Sindical Arg, su sucesora), se observó una falta de
cohesión interna y agudización de las divergencias entre las distintas tendencias. La
mayoría Sindicalista tenía abiertos 3 frentes de lucha ideológica y por razones
tácticas: con los socialistas, con los comunistas y con los anarquistas.

Toda esta situación llevó a la UCR a modificar su estrategia de penetración entre los
trabajadores expandiendo comités radicales en los barrios y en los gremios,
logrando una implantación significativa, que pudo verificarse en la reelección de
Yrigoyen de 1918, a través de la primera determinación clasista del voto en
Argentina.

Legislación Laboral: en 1919, el Poder Ejecutivo envió al Congreso 4 proyectos de


legislación laboral: de conciliación y arbitraje, de asociaciones profesionales, de
contratos colectivos de trabajo y sobre prescripciones laborales. Estos no tendían
tanto a satisfacer las demandas obreras como a establecer mecanismos para su
discusión entre las partes, vigilada por el Estado.

En 1921 envió un proyecto de Código de Trabajo, que buscaba un equilibrio de


poder entre las partes. Consagraba el derecho de huelga y legalizaba la
sindicalización, lo que favorecía a los obreros, y vedaba la injerencia sindical en la
contratación de la mano de obra y preveía la represión de las acciones
“antirrompehuelgas”, que satisfacía a los capitalistas. La obligatoriedad del fallo
arbitral para ambas partes y la posibilidad de disolver sindicatos reforzaban el papel
supervisor del Estado.

No obstante, la necesidad de no debilitar totalmente al movimiento obrero, como un


contrapeso de la presión que los empresarios y las derechas ejercían sobre el
gobierno, iba acompañada de medidas de contralor sindical para no asustar
demasiado a aquellos. Finalmente, el radicalismo en el poder estaba interesado en
los trabajadores urbanos tanto por especulaciones electorales como por cumplir con
su creencia en la armonía social.

Sin embargo, por las mismas razones que existieron en 1919, el proyecto de Código
de 1921 nunca vería la luz.

3. El movimiento obrero entre 1922/28: se caracterizó por un progresivo descenso


de los niveles de conflictividad social en un contexto de bonanza económica, donde
descendía el costo de vida mientras se elevaban los índices de los salarios reales.
En este marco, las organizaciones obreras atravesaron por el proceso de
reacomodamientos y realineamientos, que no sólo implicó cambios en las
correlaciones de fuerza existentes entre las distintas tendencias ideológicas de
“izquierda”, sino que también se fueron produciendo cambio en las prácticas de
luchas de los sindicatos.

Si bien con la creación de la USA, los “Sindicalistas” trataban de originar un


espacio de unidad de las organizaciones obreras, la votación de un estatuto
impregnado por los ppios del Sindicalismo Revolucionario resultó intolerable para
las demás corrientes ideológicas.

Uno de los embates más severos que recibió fue la decisión de los trabajadores
ferroviarios nucleados en la FOF de no formar parte de esa central obrera1.

1
Las razones de esto, eran que tanto la FOF como La Fraternidad, se habían puesto de acuerdo en la
necesidad de conformar un bloque. Para esto, determinaron los puntos sobre los cuales sólo era posible llegar
a la unidad: la nueva organización debía estar constituida sobre la base de entidades por oficio autónomas
pero coligadas en una instancia federativa; además, esta debía ser ajena a cuestiones políticas o ideológicas y
por lo tanto no debía ser parte de la USA. De este modo en 1920 quedó formalmente creada la Confraternidad
Ferroviaria, que n 1922 pasó a denominarse Unión Ferroviaria (UF).
Así, la década del 20 encontró al Sindicalismo Revolucionario en progresiva
pérdida de su potencial sindical. La contrapartida fue el crecimiento de la influencia
del PS en gremios significativos, en tanto se había puesto como estrategia, ocupar
los espacios que la USA iba perdiendo en el campo obrero.

Sólo la FOM siguió fiel a la USA y a los “sindicalistas”. Pero, los trabajadores
marítimos verán disminuido su poder de lucha y organización a causa de
desgastantes huelgas que entablaron y conflictos al interior del sindicato.

Con respecto al movimiento anarquista, éste se hallaba inmerso en debates y


disputas internas, vinculadas con la llegada al país de las ideas de la Revolución
Rusa. Se generó así, una corriente pro-bolchevique que va a acrecentar su influencia
en el movimiento a partir d e1920, cuando sus militantes ocupen los puestos de
conducción de la FORA V, luego llamada FORA comunista. Entre 1922 y 1930, el
anarquismo no participó de los intentos de unión del movimiento obrero que se
efectuaron en 1922 y en 1929.

Los comunistas, por su parte, participaron con representaciones primeramente en la


FORA IX “sindicalista” y luego apoyaron la propuesta de unidad pasando a formar
parte de la USA. Al igual que los socialistas, los gremios comunistas abandonarán
la USA en 1926 ya que sus diferencias ideológicas se habían agudizado. Las
diferencias con los socialistas no permitieron que las delegaciones gremiales
comunistas integraran la COA, y progresivamente fueron dejando de lado la idea de
unidad del movimiento obrero hasta que en 1929 crearon su propia central: el
Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC). Hacia finales del ’20 coexistían 4
centrales obreras: la USA, la COA, FORA anarquista y CUSC, que competían por
espacios en el campo sindical.

Políticas Sociales de Alvear: uno de sus objetivos fundamentales era la


consolidación de las transformaciones sociales que el yrigoyenismo había iniciado
en 1916.

en este marco, se puede encuadrar la decisión de poner en marcha la ley 11.289 que
extendía el beneficio jubilatorio a los sectores más dinámicos del país, empero tanto
los sectores obreros como los patronales plantearon una fuerte oposición, cuya
objeción fundamental estaba dirigida a su forma de financiamiento, que establecía
un descuento sobre el salario del trabajador y una contribución obligatoria del sector
patronal. Es así que se terminó sancionando la suspensión de la misma hasta que el
Congreso la reemplazara o modificara.

El 2° conflicto de envergadura fue la huelga de la FOM en 1924. Luego de estos


conflictos, Alvear se abocó a la presentación de proyectos de ley que les dieran un
orden jurídico a las relaciones entre capital y trabajo. El Poder Ejecutivo envió al
Senado para su discusión un estatuto legal para los trabajadores marítimos, que
incluía la reglamentación de sus relaciones con los poderes públicos y el sector
patronal. Este proyecto planteaba la creación de un “organismo paritario”: Junta de
Trabajo, integrada por patrones y trabajadores en igual n° y elegidos por sus
gremios a través del voto secreto. Este proyecto corrió la misma suerte que muchas
de las propuestas laborales del radicalismo.

En los debates parlamentarios se planteaba la inutilidad de sancionar leyes, en tanto


no existiera una ley de asociaciones profesionales que les diera entidad legal a los
gremios. Es así, que en 1925 a través de un decreto, Alvear designó una comisión
para la redacción de un Código de Trabajo.

Si bien el proyecto del Código no culminó con éxito, es importante el hecho de que
se sostenía la necesidad que en la reglamentación de una ley de asociaciones
profesionales debían abandonarse las tendencias represivas.

Otra de las preocupaciones del gobierno de Alvear fue su intento por continuar
extendiendo la previsión social, especialmente en materia de accidentes de trabajo.
El tema de la seguridad social era un ítem importante del gobierno de Alvear, y que
juntamente con el intento de aplicar la ley de jubilaciones se buscaba ampliar la
intervención del Estado en los problemas sociales.}

4. El movimiento obrero desde 1928 a 1930: en esta etapa el yrigoyenismo parece


haber cosechado políticamente los frutos de algunos de los vínculos que estableció
con el movimiento obrero en su 1° presidencia. Los sectores que lo apoyaban eran:
los ferroviarios y los marítimos. Con respecto a este último, en 1928, declararon un
paro en reclamo del reconocimiento de la FOM como única entidad representante de
los intereses de los trabajadores marítimos. A diferencia de lo que sugiere David
Rock, en este conflicto el gobierno, por intermedio del ministro Epidio González,
actuó como árbitro y logró la firma de un acuerdo que puso fin a la huelga. La
intervención del Estado en forma directa en las cuestiones sociales continuaba
siendo uno de los ejes de la política laboral del yrigoyenismo.

Comparación de los proyectos de legislación laboral de 1904 y 1919 y 1922

Una diferencia significativa entre las motivaciones que animaban al proyecto de Código de
Trabajo de J. V. González de 1904 y a los proyectos radicales de 1919 y 1921, es que en
1904 se mezclaba la tendencia a tratar la cuestión social como un hecho policial con el
asistencialismo, mientras que en 1919 y 1922 desaparece el carácter policiaco y hay una
concepción krausista-radical de la armonía social controlada por el Estado que reemplaza a
los principios semi-asistencialistas y semi-represivos del período oligárquico.

Esto se nota en algunas de las características de los proyectos del ’19 y ’22: no
obligatoriedad de afiliación; reconocimiento del derecho a huelga; no hay capítulo
destinado a los inmigrantes; no se incorporan principios discriminatorios y punitivos de la
Ley de Residencia; no se faculta a la policía a disolver por la fuerza reuniones.

Las continuidades de los proyectos se ven en la facultad de la autoridad administrativa de


disolver las organizaciones profesionales que no se ajusten a los principios legislativos.

El DNT

Notorias diferencias en su concepción y atribuciones. Antes, de carácter técnico, con la


llegada del radicalismo se le pretende dar funciones arbitrales y conciliatorias más netas. En
el proyecto de 1921 se le designan las funciones de: organización de registro nacional de
colocaciones; asistencia jurídica a los obreros; establecimiento de servicio permanente de
dirección de la mutualidad; policía para el cumplimiento de la legislación.

Conclusiones

 La razón más profunda del motivo por el cual el Código de 1921 no fue sancionado, es
que los radicales no disponían de mayoría legislativa.
 Las transformaciones en la política laboral son la expresión de mutaciones en la propia

naturaleza del Estado y en consecuencia en el tipo de acercamiento a la cuestión social.

L.ROMERO

Breve historia contemporánea de la Argentina

La restauración conservadora 1930-1943

El 6 de septiembre de 1939, el Gral. Uriburu asumió como presidente provisional. En


febrero de 1932 transfirió el mando al Gral. Justo, que había sido electo, junto con Roca.

Durante el gobierno provisional se realizó una elección de gobernador en Buenos Aires, en


la que triunfó el candidato radical Pueyrredón y fue anulada. Esto demuestra la
incertidumbre en que se debatió el gobierno provisional, vacilante entre la regeneración
nacional o la restauración constitucional.

Regeneración nacional o restauración constitucional

Coincidencias

Los sectores que habían concurrido a derribar a Yrigoyen coincidían en ese primer
objetivo, y se solidarizaban con el gobierno cuando perseguía a los dirigentes radicales,
dejaba cesante a los empleados públicos nombrados por el gobierno derribado o investigaba
fantasiosas corrupciones.
La mayoría también apoyaba la política de mano dura con el movimiento social:
intervención en los puertos para desarmar control sindical, deportaciones de anarquistas y
comunistas. En rigor, la movilización social era escasa, la Depresión paralizaba la
contestación y las direcciones sindícales habían hecho poco para defenderla.

Divergencias

La revolución se había hecho contra los vicios de la democracia, pero una vez depuesto
Yrigoyen, no había acuerdo sobre qué hacer.

Los nacionalistas tomaron rápidamente la iniciativa. Su voz había sido un eficaz ariete
contra el radicalismo por su talento polémico y su capacidad para articular discursos que
apelaban a distintas sensibilidades y expresaban y legitimaban un elitismo autoritario del
que se enorgullecían. Esta propuesta se fortalecía porque en todo el mundo habían surgido
argumentos de este tipo. También contaban con un apoyo limitado pero importante del
poder (algunos ministros y Uriburu, que primero apeló a la sociedad hablando en distintos
foros sobre las desventajas de la democracia y las ventajas del corporativismo, pero fracasó;
entonces apeló al Ejército, pero tampoco logró nada). Poco a poco los nacionalistas se
fueron distanciando del gobierno a medida que Justo (alternativa institucional) ganaba
influencia.

Los temas tradicionales contra la democracia se integraron con un vigoroso anticomunismo


y un ataque al liberalismo, reduciendo a todos sus enemigos a uno: las altas finanzas y la
explotación internacional se fundían con los comunistas y judíos, unidos en una siniestra
confabulación. Reclamaban por la vuelta a una sociedad jerárquica, ni contaminada por el
liberalismo, con un Estado corporativo, cimentada en el catolicismo. Mucho de esto podía
identificarse con el fascismo, pero carecía de la vocación y capacidad plebiscitaria de aquél;
más bien reclamaba la constitución de una nueva minoría dirigente.

El grueso de la clase política opuesta a Yrigoyen optaba por la defensa de las


instituciones constitucionales, pero señalando que éstas no habían estado nunca supeditadas
a las formas más crudas de la democracia. Existía experiencia acerca de cómo resolver la
cuestión electoral y formas de mediatizar la voluntad popular. Esta alternativa, fue
reclamada desde la sociedad y defendida por La Nación y Crítica. Se unieron tras la figura
de Justo: PS, PSI, PDP, UCR antipersonalista.

Los oficiales del Ejército eran reclamados por diferentes grupos: 1) Justo y sus adeptos que
le habían ganado la pulseada a Uriburu y controlaba los mandos principales; llevan la
bandera del constitucionalismo y el profesionalismo. 2) Radicales. 3) Nacionalistas. Lo que
predominaba, sin embargo era la desconfianza hacia la política y una postura
profesionalista, que inclinaba la balanza hacia Justo.
Los radicales habían resurgido con el retorno de Alvear que reunificó el partido. Muchos
apostaban a la carta electoral y otros a derribar el gobierno provisional. Los oficiales
radicales conspiraron y el gobierno utilizó esa conspiración para desarmar al opositor. Se
proclamó la candidatura de Alvear, que fue vetada por el gobierno. Se vuelve a la
abstención, dejándole el campo libre a Justo.

Elecciones presidenciales 1931

Justo sólo se enfrenta al candidato de la coalición PS-PDP que proponían a Lisandro de la


Torre y Nicolás Repetto. Justo obtuvo el triunfo y la oposición gano en la provincia y buena
representación parlamentaria.

Las formas institucionales estaba salvadas y la revolución parecía haber encontrado puerto
seguro. En el Congreso la oposición se desempeñó prolijamente y fue reconocida como tal.
La abstención radical era de momento una ventaja.

Justo procuró equilibrar la participación de las distintas fuerzas. Fue notoria su reticencia
hacia los conservadores, que sin embargo constituían su más sólida base.

Intervención y cierre económico

La eficacia del gobierno debía demostrarse por su capacidad para enfrentar la difícil
situación económica. La Depresión persistió hasta 1932, golpeando la economía abierta:
cesó el flujo de capitales, los precios internacionales de los productos agrícolas
descendieron fuertemente, debieron reducirse las importaciones y el gasto del Estado cuyo
déficit pasó a ser un problema.

Los países centrales usaron su poder de compra para defender sus mercados, asegurar las
deudas y proteger las inversiones.

Uriburu y Justo al principio de su gobierno, se limitaron a medidas reactivas clásicas. El


Estado fue asumiendo funciones mayores en la actividad económica, según el modelo de
Keynes; a la vez, el conjunto de la economía fue cerrándose:

1) Se estableció impuesto a los réditos, sistemáticamente vetado hasta entonces. De esta


manera, las finanzas dejaron de depender exclusivamente de los impuestos a las
importaciones o préstamos externos, sumado a eso, se redujo drásticamente el gasto estatal.

2) Se estableció el control de cambios. El Estado: a) centralizaba la compra y venta de


divisas; y b) establecía prioridades para su uso (deuda, importaciones esenciales, remesas
de las empresas de servicio público). Esto preocupaba a GB y USA. En 1933 hubo una
reforma y se establecieron dos mercado de cambio: a) regulado por el Estado (divisas
provenientes de las exportaciones agropecuarias tradicionales); y b) libre (divisas
originadas en préstamos o exportaciones no tradicionales/industriales).
3) Se crea el Banco Central con función de: a) regular fluctuaciones cíclicas; b) controlar
la actividad de los bancos privados.

4) Se regula la comercialización de la producción agropecuaria. Se buscaba: a) atenuar


efectos de crisis cíclicas; b) defender productores locales. Medio: asegurar precios
mínimos. Ejemplos: Junta Nacional de Granos, Carnes, Vinos, Algodón.

También se estimularon modificaciones como:

5) Industria: la producción comenzó a crecer. Con la prosperidad de las décadas anteriores


se había constituido en el país un mercado consumidor de importancia. El cierre de la
economía, los aranceles y la escasez de divisas creaban condiciones para sustituir los bienes
importados por producción local.

6) Agropecuario: ganadería retrocedió respecto a la agricultura. La situación de los


productores se deterioró, en especial la de los más pequeños, y se fueron delineando las
condiciones del éxodo rural. Crecieron los cultivos industriales fuera del área pampeana
como el algodón, y se ocuparon nuevas tierras al NE. Estado intervino para regular la
comercialización.

La crisis y las respuestas coyunturales habían creado una serie de condiciones nuevas que
hacían muy difícil el retorno a la situación previa.

La presencia británica

Presionada por el avance de USA y la crisis del ’30, decidió reconcentrarse en su Imperio
fortaleciendo el vínculo con sus colonias y dominios.

Conferencia Imperial de Ottawa, 1932: a) miembros del Commonwealth con preferencia


para las importaciones británicas; b) reducción de las compras de carne a Argentina, que
era reemplazada por Australia.

El último punto constituyó un golpe a un sector sensible de Argentina, por la magnitud de


los intereses constituidos en torno de la exportación de carne: productores, frigoríficos,
empresas navieras. Estos eran capaces de presionar fuertemente.

Pero a su vez, el país contaba con la política arancelaria y el control de cambios que
permitían discriminar las importaciones y regular el monto de las divisas que sería usado
para pagar la deuda, las importaciones y las remesas británicas.

En 1933, Roca (vicepresidente) negoció con Londres las condiciones para mantener la
cuota de carne. El pacto Roca-Runciman logró que se mantuvieran las condiciones de
1932 y se consultara para reducciones posteriores; no logró aumentar la participación de los
productores locales (siguió en el 15%). A cambio de esto, Argentina aseguró a GB: a) que
todas las libras generadas por este comercio se emplearían en GB; b) tratamiento benévolo
para empresas británicas.

El tratamiento benévolo apuntaba a reflotar empresas británicas en dificultades:


ferroviarias y transporte urbano. Los ferrocarriles tenían gastos fijos muy altos, reducción
de sus actividades, competencia de transporte automotor (estimulado por la sistemática
construcción de caminos iniciada en 1928; y estimulaba las importaciones de automotores,
repuestos y neumáticos de USA). Los tranvías y subterráneos enfrentaban la competencia
de los taxis-colectivos, más rápidos y eficaces. El trato preferencial consistió en la creación
de la Corporación de Transporte de la Ciudad de Buenos Aires, que despertó la indignación
general sin lograr su objetivo: que los colectiveros se incorporaran a ella y cesaran con su
competencia. Se trataba de empresas que habían dejado de ser rentables y que no habían
hecho las inversiones necesarias para conservar su peso. De modo que sólo se aumentaban
algunas ventajas monopólicas mientras se dilataba el deterioro, para el cual los directivos
empezaron a trazar una solución: venderlas al Estado.

De este modo, USA quedó discriminado por los aranceles y el uso de divisas,
retrocediendo en el mercado, aunque luego contraatacaron con inversiones industriales. La
tendencia al bilateralismo con GB, insinuada en el Tratado D’ Abernon de 1929, quedó
ampliamente ratificada.

El tratado fue apoyado por diversos grupos propietarios. La oposición más consistente de la
del PS, preocupados por las repercusiones sobre los consumidores locales. Los conflictos
afloraron de inmediato: por un lado, los beneficiados con el tratado (frigoríficos, ganaderos
invernaderos; por otro lado, el grueso de los criadores que debían optar entre exportación
de carne congelada de menor calidad, venta a invernaderos o consumo interno.

En 1935, De la Torre (senador por Santa Fe) que ya había manifestado reservas ante el
tratado de Londres, solicitó una investigación sobre el comercio de las carnes en el país y
las actividades de los frigoríficos. Oficialismo reconoció la existencia de abusos
importantes por parte de los frigoríficos, de precios excesivamente bajos, prácticas
monopólicas, evasión de impuestos… De la Torre fue más allá y unió el ataque a los
frigoríficos con una embestida muy fuerte contra el gobierno. Fue una intervención
espectacular que duró varios días, atrajo a la opinión pública y suscitó una violenta
respuesta de Duhau (ministro de agricultura) y Pinedo (ministro de economía). En lo más
violento de una de las sesiones cayó asesinado el senador electo Bordabehere, compañero
de De la Torre, a quien iba dirigido el disparo. El debate terminó abruptamente sin
resolución. El gobierno perdió mucho ante la opinión y la oposición reconstituyó sus filas.

La oposición también reivindicaba la figura de Rosas. Ésta representaba la tradición


hispánica de una sociedad autoritaria, jerárquica y católica que se contraponía a la
contemporánea corrompida por el liberalismo, el protestantismo, el judaísmo y el
marxismo. Servía para identificar a quienes eran movidos por el rechazo de la influencia
británica como a los que veían al liberalismo como el principal enemigo. Allí confluyeron
naturalmente el nacionalismo filofascista y las nuevas corrientes del catolicismo.

Un Frente Popular frustrado

Pese a sus éxitos económicos el régimen presidido por Justo fue visto como ilegítimo,
fraudulento, corrupto y ajeno a los intereses nacionales. Desde a935 en adelante se hicieron
evidentes los signos de una creciente movilización social y política.

1) Un sector de Ejército reclamaba la vigencia de la soberanía popular y las elecciones


libres.

2) La Federación Universitaria apoyaba esta iniciativa.

3) Los trabajadores de la construcción, conducidos por comunistas, iniciaron una huelga


que contó con apoyo social y de a CGT que decretó huelga general por dos días. Los
obreros lograron sus reivindicaciones salariales y se constituyó a Federación Obrera
Nacional de la Construcción.

4) En 1935 la UCR levantó la abstención y obtuvo mayoría en Diputados y la gobernación


de Córdoba en 1936.

Las respuestas del gobierno ante estos hechos que esbozaban un frente popular, no se
hicieron esperar:

1) Intervino Santa Fe y avaló el fraude en Buenos Aires, justificado por el fraude patriótico
de Pinedo.

2) Aplicación de la Ley de Residencia contra los dirigentes de la construcción (comunistas


italianos) y sanción en Senadores de Ley de Represión al Comunismo (vetada en
Diputados)

3) Convocan un Frente Nacional, en oposición al Frente Popular.

Los alineamientos y polarizaciones que se daban en el mundo influían en los conflictos


locales, alertaban fuerzas adormecidas, suministraban consigas, definían a los indecisos y
delineaban potenciales alianzas:

 El PC adoptó las orientaciones del Komintern, que había abrazado la propuesta del frente
popular (unidad de los sectores democráticos).
 La Guerra Civil Española tuvo fuerte impacto en la Argentina y sirvió para definir los

campos. Se dividió la extensa colectividad de españoles y la sociedad argentina. En las


derechas, conservadores autoritarios, nacionalistas, filofascistas y católicos; en el campo
contrario, UCR, PC, PDP, PS, FUA, CGT.
Movimiento obrero
La CGT había nacido en 1930 uniendo grupos sindicalistas y socialistas hasta entonces
separados. Durante sus primeros años sufrió la represión gubernamental a los anarquistas y
comunistas, pero esta se veía disuadida por que la dirigencia era sindicalista. La
desocupación restaba capacidad de movilización, pese a que no faltaban motivos.

Desde 1933, la economía comenzó a recuperarse y se reorientó hacia la industria. La


desocupación fue gradualmente absorbida y empezó lentamente la migración del campo a
la ciudad. Entre las organizaciones gremiales dominaban los grandes sindicatos del
transporte y los servicios, pero poco a poco fueron creciendo los grupos de trabajadores de
las nuevas industrias manufactureras o de la construcción, donde los dirigentes comunistas
tuvieron éxito.

La actividad sindical resurgió hace 1934 y creció hasta 1937, acompañando al ciclo
económico. Los dirigentes sindicales mantuvieron la tendencia de deslindar sus reclamos
gremiales de los planteos políticos más generales. Gradualmente obtuvieron algunas
mejoras, concedidas de forma parcial y a regañadientes.

El DNT fue extendiendo gradualmente la práctica del convenio colectivo y del arbitraje
estatal.

Entenderse directamente con uno de los actores principales de la sociedad formaba parte de
la estrategia general del Estado intervencionista y dirigista, coincidía con la tendencia de
sus dirigentes a reducir el espacio de la política partidaria y de las instituciones
representativas.

Reconocer la importancia del Estado y hacer de él su interlocutor principal constituía una


tendencia muy fuerte entre los dirigentes sindicales. Esta tendencia fue criticada por los
partidos políticos opositores que empezaban a dar prioridad a los reclamos democráticos y
al enfrentamiento político y presionaban para alinear con ellos a las organizaciones
sindicales.

En 1935, por un conflicto en la Unión Ferroviaria, se renovó la conducción de la CGT (de


sindicalistas a socialistas) y se permitió el ingreso progresivo de conducción comunista.
Esta nueva conducción impulsó el acto del 1º de Mayo de 1936, con la participación de los
partidos políticos que debían integrar el Frente Popular, coincidencia que no se repitió más.

Política y Frente Popular

La pieza clave del Frente era la UCR. El levantamiento de la abstención electoral de 1935
fue impulsado por los sectores conciliadores. Con fuerte peso en Diputados, el radicalismo
contribuyó a mejorar la imagen de las instituciones. La vuelta a la lucha política también
aumentó las posibilidades de manifestación de los grupos más avanzados del radicalismo,
nutridos de jóvenes de la militancia universitaria que reivindicaban la tradición
yrigoyenista. Alvear oscilaba entre las corrientes conciliadoras y el discurso progresista y
de izquierda afín al Frente Popular.

Hasta 1936, los socialistas habían tenido una fuerte representación parlamentaria, que se
redujo drásticamente con el retorno electoral de los radicales. Simultáneamente, mejoró su
situación en el campo gremial (dirección de la CGT), pero en 1937 sufrió la escisión de un
grupo de militantes disconformes con la anquilosada elite dirigente. Esto complicó las
alianzas de un Frente Popular cada vez más problemático.

En 1937 se dio la sucesión presidencial. Justo pudo imponer la candidatura de Ortiz


(radical antipersonalista), pero debió aceptar para la vicepresidencia a Castillo (conservador
tradicional). Para enfrentar la candidatura de Alvear, se recurrió a procedimientos
fraudulentos. A Ortiz le resultó más difícil que a Justo mantener el equilibrio con los grupos
conservadores de su partido, y menos aún con los nacionalistas, fuertes en la calle y en el
Ejército. Con el apoyo de Alvear comenzó a depurar los mecanismos electorales y
desplazar a los dirigentes conservadores de sus bastiones.

La enfermedad de Ortiz lo obligó a delegar el mando en 1940 a Castillo y éste deshizo todo
lo construido en pro de la democracia. El fracaso tenía que ver con el cambio de la
coyuntura internacional que lo había alimentado: los Frentes Populares habían sido
derrotados en España y Francia, el nazismo triunfaba, la URSS desertaba del campo
antinazi, y la guerra generaba alineamientos diferentes.

Participación ciudadana

La democracia concedida en 1912, había arraigado lenta y progresivamente en la sociedad.


Una red de asociaciones contribuyó a la vez a la formación de los ciudadanos, al desarrollo
de los hábitos y prácticas de participación, al ejercicio de los derechos. La tarea docente
contribuyó a moldear a los ciudadanos educados. Ciertamente fue un proceso desigual,
mucho más visible en las grandes ciudades que en las zonas rurales, pero no por eso menos
real, y capaz de afirmarse pese a las restricciones que desde el Estado se pusieron a la vida
política partidaria.

Quizá los partidarios no supieron canalizar y dar forma a esa movilización democrática. Las
banderas de la regeneración democrática habían pasado a miembros del mismo régimen.
Desde el Estado se contribuyó en mucho a esa descalificación de los partidos políticos: la
política quedaba asociada al fraude, el estado encaraba la negociación de las cuestiones de
gobierno directamente con los distintos actores de la sociedad ignorando al Congreso y a
los partidos políticos.

La guerra y el “frente nacional”

La 2ºGM cambió gradualmente el panorama político planteando nuevas opciones. Durante


los primeros años los alineamientos fueron confusos.
El progresivo cierre de los mercados europeos, provocado por los triunfos alemanes,
redujo drásticamente las exportaciones agrícolas, pero en cambio Argentina comenzó a
tener con GB saldo a favor (aumentaron las ventas de carne y disminuyeron las
importaciones). Aprovechando las dificultades en todo el comercio internacional, se
empezaron a exportar a países limítrofes productos industriales: las ventas de textiles,
confecciones, alimentos y bebidas, calzado y productos químicos acentuaron el crecimiento
industrial iniciando con la sustitución de importaciones y el país empezó a tener saldos
comerciales favorables, incluso con USA.

Las exportaciones tradicionales parecían tener pocas perspectivas en el largo plazo, pero en
cambio las exportaciones industriales tuvieron perspectivas promisorias. En cualquier caso,
esas alternativas implicaban aumentar la intervención del Estado en la regulación
económica y en un cierre mayor de la economía local.

En 1940, Pinedo propuso su Plan de Reactivación Económica:

 Compra de las cosechas por parte del Estado para sostener el precio.
 Estimular la construcción pública y privada, para movilizar otras actividades.
 Estimular la industria natural (elaboraban materia prima local y que se exportaba a países

vecinos y USA).
El plan modificaba los términos de la relación triangular, proponiendo una vinculación
estrecha con USA y apuntando a una inserción distinta de Argentina en la economía
mundial. Requería una firme orientación por parte del Estado (orientar crédito a inversiones
de largo plazo) y de un desarrollo mayor de sus instrumentos de intervención.

El proyecto fue aprobado en el Senado, pero Diputados no lo trató. Los radicales habían
decidido bloquear cualquier proyecto oficial como una forma de repudio a la nueva
orientación fraudulenta de Castillo. Pinedo se entrevistó con Alvear, pero no logró
convencerlo, e incluso debió renunciar al ministerio. El bloque democrático, que reclamaba
un compromiso diplomático más estrecho con USA, no advirtió las ventajas del plan que
suponía la clausura del férreo bilateralismo con GB.

La dimensión diplomática del triángulo marchaba por carriles diferentes. Rooosevelt había
modificado su política exterior: la clásica del garrote fue reemplazada por la de buena
vecindad. USA aspiraba a estrechar las relaciones bilaterales, y en el marco del
panamericanismo, a alinear detrás de sí al hemisferio. Esto era difícil con Argentina: el
comercio bilateral estaba obstaculizado por la oposición de los intereses agrarios
competidores de la Argentina. La subordinación era igualmente difícil de aceptar para un
país que aspiraba a una posición independiente y hegemónica en el Cono Sur.

Las sucesivas conferencias panamericanas hicieron todo lo posible para poner obstáculos
al alineamiento. En 1936, en la celebrada en Buenos Aires, una enmienda de último
momento impuesta por Saavedra Lamas relativizó una declaración sobre consulta entre
gobiernos en caso de agresión extracontinental. En 1938, Cantilo desairó a sus colegas
abandonando sorpresivamente la reunión de Lima antes de la forma de la declaración final.

La neutralidad en caso de guerra europea era una tradición. Su adopción en 1939 (una
medida lógica que permitía seguir comerciando con los clientes tradicionales) no fue
objetada por USA, que propuso esa política en la reunión de Panamá. Por entonces Ortiz
procuraba acercarse a USA, pero progresivamente la guerra se impuso en las discusiones
internas y empezó a revivir los agrupamientos de la opinión que asociaban el apoyo a los
aliados con la reivindicación de la democracia y el ataque al gobierno. En 1940 se
constituyó Acción Argentina, dedicada a denunciar las actividades de los nazis en el país y
la injerencia de la embajada alemana. En ella participaron radicales, socialistas,
intelectuales y oligarquía conservadora.

El panorama cambió sustancialmente en la segunda mitad de 1941. USA entró en la guerra


y procuró forzar a los americanos a acompañarlo. En 1942 se reunió en Río la Conferencia
Consultiva de Cancilleres y nuevamente la oposición argentina frustró los planes
norteamericanos: la decisión de que todos los países del hemisferio entraran en guerra fue
cambiada por una simple recomendación debido a la oposición del canciller argentino, Ruiz
Guiñazú. Las consecuencias, Argentina fue excluida del programa de rearme de sus aliados
en la guerra y los grupos democráticos empezaron a recibir fuerte apoyo de la embajada.

El Frente que se agrupaba en torno a las consignas democráticas y rupturistas empezó a


crecer, engrosado ahora por los comunistas y algunos conservadores. La Comisión de
Investigación de Actividades Antiargentinas, creada por Diputados, se dedicó a denunciar
la infiltración nazi, y se proclamó simultáneamente la solidaridad con USA y la oposición
al fraude.

Justo cultivó a los militares, aumentó los efectivos bajo bandera, construyó notables
edificios, pero a la vez se propuso despolitizar la institución. Logró mantener el control de
los mandos superiores, lo que obligó a sus sucesores a apoyarse en los hombres de Justo.

Bajo el gobierno de Castillo se crearon la Dirección general de Fabricaciones Militares y el


Instituto Geográfico Militar, impulsando así el avance de las FFAA sobre terrenos más
amplios, constituyéndose en actor político.

Un elemento central del nuevo perfil militar fue el desarrollo de una conciencia
nacionalista. Era un nacionalismo tradicional, antiliberal, xenófobo y jerárquico. La guerra
cambió las preocupaciones. Predominaba en el Ejército, tradicionalmente influido por el
germanismo, un neutralismo visceral. El equilibrio regional tradicional se alteraba por el
apoyo de USA a Brasil y la exclusión de Argentina. La solución debía buscarse en el propio
país y así estimuló preocupaciones económicas. Desde mediados de la década el Ejército
había ido montando distintas fábricas de armamentos. A través de la Dirección de
Fabricaciones Militares, se dedicó a promover industrias, como la del acero, que juzgaban
tan natural como la alimentaria, e indispensable para garantizar la autarquía.

Los militares fueron encadenando las preocupaciones estratégicas con las institucionales y
políticas. La guerra demandaba movilización industrial y ésta, un Estado activo y eficiente
capaz de unificar la voluntad nacional. También era importante el papel del Estado en una
sociedad que seguramente sería acosada en la posguerra por agudos conflictos. Se requería
orden y paz social, pero el Estado de Castillo era tambaleante e ilegítimo.

Esta sensibilidad nacional no se limitaba al Ejército, sino que estaba presente en vastos
sectores de la sociedad. Cuando todo parecía conducir al triunfo del Frente Popular, un
frente nacional se comenzó a dibujar como alternativa.

Las raíces de ese sentimiento nacional eran antiguas, pero en tiempo más recientes las
habían abonado las corrientes europeas antiliberales y con ellas empalma la Iglesia. Los
enemigos de la nacionalidad era GB y la oligarquía entreguista. La consigna
antiimperialista empezó a ser frecuente en los discursos de políticos radicales o socialistas y
de dirigentes sindicales e intelectuales.

El nuevo nacionalismo compartía el terreno ya trabado por el reformismo progresista de


izquierda, y ambos podían coincidir. Con el nacionalismo tradicional de derecha se
encontraba en el revisionismo histórico, donde la condena a GB y sus agentes locales
derivaba en una reivindicación de la figura de Rosas hecha en nombre de valores diversos y
antitéticos. Esta corriente para arraigar en una sociedad cuya preocupación por los temas
nacionales se manifestaban de muchas otras maneras. La preocupación por lo nacional se
manifestó, finalmente, en intelectuales y escritores.

La fuerza de esta corriente nacional, que en el caso de la guerra se inclinaba por el


neutralismo, tardó en manifestarse. El grupo de los partidarios de la ruptura con el Eje iba
ganando nuevos adeptos. Sin embargo, en pocos meses los principales dirigentes del bloque
democrático murieron: Alvear, Ortiz, Roca, Justo… Encontrar candidatos no era fácil y a la
vez la posible victoria electoral parecía más dudosa a medida que el gobierno retornaba sin
empacho a las prácticas fraudulentas (Castillo clausuró el Consejo Deliberante, estableció
estado de sitio, ignoró a Diputados).

Las dos alianzas políticas, que se sentían débiles, empezaron a cultivar a los jefes militares,
esperando que las FFAA ayudaran a desequilibrar una situación trabada y a fortalecer un
régimen institucional cada vez más débil. Cultivando a los militares, Castillo contribuyó a
debilitarlo aún más. Los radicales, se sumaron al nuevo juego y especularon con la
candidatura del nuevo Ministro de Guerra, el General Ramírez. Los jefes militares
discutieron casi abiertamente todas las opciones, aparecieron grupos golpistas de diversa
índole y tendencia. Muchos apostaban a la ruptura del orden institucional, sin que perfilara
el sujeto de la acción. Ésta finalmente se desencadenó, cuando castillo podio la renuncia a
Ramírez. En 1943 el Ejército depuso al presidente e interrumpió por segunda vez el orden
constitucional, antes aun de haber definido el programa del golpe, y ni siquiera la figura
misma que lo encabezaría.

UNIDAD 5

D.JAMES

RESISTENCIA E INTEGRACIÓN: el peronismo y la clase trabajadora argentina


1946/1976

2. Supervivencia del peronismo: la resistencia en las fábricas


En el 1° gobierno de la Revolución Libertadora, la CGT no efectuó en la práctica ninguna
tentativa por movilizar a los trabajadores en apoyo al régimen de Perón. Actitud que
concordó con la del propio Perón ante el golpe.

Por su parte, Lonardi, afirmó que no había “vencedores ni vencidos”, aseguró que
respetaría las medidas de justicia social logradas, así como la integridad de la CGT y las
organizaciones que la formaban, de este modo quedó inaugurada la tentativa por un
acercamiento entre el movimiento sindical peronista y el primer gobierno no peronista.

El 6 de octubre se publicó un acuerdo concluido entre la CGT y el gobierno, por el cual se


comprometían a celebrar elecciones en todos los gremios en un lapso de 120 días y a la
designación por la central obrera de interventores en todos aquellos sindicatos que se
encontraban en situación irregular, principalmente los ocupados por antiperonistas.

Los gremialistas antiperonistas proclamaron sus inquietudes frente a ese proceso y


resolvieron ejercer presión sobre el gobierno, esto en tanto y en cuanto se oponían a un
proceso electoral sindical que seguramente confirmaría el dominio de los gremios, y por lo
tanto de la CGT, por los peronistas. Esos temores fueron acentuados por la decisión
gubernamental de instalar interventores designados por la CGT en sindicatos donde había
un conflicto abierto entre peronistas y no peronistas. Los sindicatos más afectados por esta
política eran precisamente aquellos donde las fuerzas antiperonistas tenían mayor poder.

En respuesta a esa presión, el 20 de octubre el gobierno advirtió a muchos gremios


peronistas, que por iniciativa propia habían puesto en marcha su proceso electoral, que
antes era necesaria la aprobación de sus estatutos por el Ministerio de Trabajo. Además se
produjeron varios otros ataques, siempre organizados por los comandos civiles. En los
sindicatos donde el conflicto entre peronistas y antiperonistas era particularmente áspero,
muchos de los interventores nombrados por la CGT no pudieron desalojar del poder a los
grupos antiperonistas que se habían hecho cargo del sindicato. Todo lo cual llevó a una
creciente pérdida de confianza por parte de la dirigencia peronista. El 26 de octubre, en una
reunión a la que concurrieron más de 300 jefes sindicales para tratar la crítica situación,
Framini pidió que Cerutti Costa rectificara esas violaciones del pacto del 6 de octubre.

Cerutti Costa respondió con un decreto que regulaba el proceso electoral. Esencialmente, el
decreto despojaba de su autoridad a todos los dirigentes gremiales, designaba a tres
interventores por sindicato mientras se desarrollara el proceso electoral y nombraba un
administrador de todos los bienes de la CGT. Esta contestó declarando una huelga general.
Sin embargo, el ala conciliatoria del gobierno (Lonardi y los nacionalistas católicos)
negoció con la CGT y se logró evitar la huelga.

Esta crisis convenció al ala tradicional y liberal del gobierno de que sólo el alejamiento de
Lonardi, y junto con él de la influencia ejercida por los nacionalistas católicos, aseguraría
una aplicación cabalmente antiperonista de los principios de la revolución realizada contra
Perón.

El 13 de noviembre se lo obligó a renunciar y asumió la presidencia el General Aramburu:


la persuasión se tornó innecesaria, la primera tentativa por integrar los sindicatos peronistas
a un Estado no peronista había fracasado. Tras renovados ataques de los antiperonistas
contra muchos locales sindicales, y al no responder Aramburu un pedido de cumplimiento
del pacto del 2 de noviembre, la CGT declaró el 14 de noviembre una huelga general por
tiempo indeterminado. Ese mismo día el gobierno declaró ilegal la huelga y dos días
después intervino la CGT y todos los sindicatos.

Factores determinantes en el trasfondo de la ruptura: el surgimiento de las bases

El sector de Lonardi admitía que el peronismo conservara el dominio de la clase trabajadora


y sus instituciones con la condición de que los sindicatos respetaran como esferas
claramente demarcadas la acción del gobierno, por un lado, y la representación de los
trabajadores, por otro, y restringieran su actividad a esta última.

El ala nacionalista del antiperonismo veía en ese movimiento un baluarte contra el


comunismo. En este sentido, los sindicatos cumplían un importante papel como órganos de
control social y canales de expresión de las masas trabajadoras. El problema era sólo de
límites y excesos.

Desde el punto de vista de los dirigentes sindicales, ellos estaban preparados para hacer
sacrificios con tal de adaptarse a la nueva situación y así evitar cualquier actividad que
pudiera interpretarse como ajena a la esfera de los intereses estrictamente sindicales.
En principio, no parece haber existido razón alguna por la cual no pudiera arribarse a un
modus vivendi practicable entre el gobierno y los sindicatos.

Para entender lo acontecido es necesario tener en cuenta 2 factores:

1) La CGT comenzó a dudar cada vez más de la capacidad que Lonardi y su grupo tenían
para cumplir sus intenciones. En la práctica, el sector nacionalista del gobierno carecía de
autoridad suficiente, dentro de las fuerzas armadas o de la policía, para impedir las
ocupaciones sindicales por parte de los comandos civiles. A su vez, el creciente número de
detenciones de dirigentes sindicales de segunda o tercera fila planteaba un problema
similar; los sectores de las fuerzas armadas o de la policía que las efectuaban tenían
autonomía de acción.

Esto puso a la jefatura sindical en una posición muy difícil, pues existían concesiones que
no podían hacer sin debilitar incluso la base mínima de su poder y advertían que la falta de
control, por el gobierno, de esa actividad antiperonista conduciría Inevitablemente a una
creciente anarquía en el movimiento y a una erosión de sus propias posiciones.

2) referido a la actividad de las bases peronistas. La jefatura sindical peronista de ningún


modo tuvo las manos libres para obrar como mejor le pareciera. La amplitud de la
resistencia ofrecida por la militancia peronista de base al golpe contra Perón y la dureza de
la respuesta a esa resistencia, contribuyeron a determinar los acontecimientos de esos
meses. No obstante la disposición a transar mostrada por Di Pietro, la reacción inicial de
incredulidad estupefacta ante la renuncia de Perón pronto cedió su sitio a una serie de
manifestaciones espontáneas en los distritos obreros de las principales ciudades.

El restablecimiento de la autoridad formal por las fuerzas revolucionarias no puso fin a la


resistencia de las bases peronistas. Durante todo octubre, al intensificarse la batalla por la
posesión de los sindicatos, hubo huelgas, no dispuestas por los dirigentes gremiales, en
protesta contra los ataques de los comandos civiles y el creciente número de detenciones.

Para fines de octubre aparecieron los embriones de lo que llegaría a ser conocido como la

Resistencia Peronista. El rencor subyacente y el sentimiento de rebelión encontraron un


canal de expresión en el llamamiento no oficial a una huelga general que lanzaron varios
sectores peronistas para la simbólica fecha del 17 de octubre. A despecho de la orden dada
por la cúpula de la CGT en el sentido de que debía ser un día laboral normal.

Análogamente, la huelga proclamada por la CGT para el 3 de noviembre y cancelada


después fue convertida por los militantes de base en otro masivo acto antigubernamental.
Los “perturbadores” fueron sistemáticamente capturados exacerbando el resentimiento y la
hostilidad de los peronistas de base contra las nuevas autoridades.
La índole de esa oposición de las bases, fue fundamentalmente espontánea, instintiva,
confusa y acéfala.

Es así que aparecían formas embrionarias de resistencia organizada, pero en general los
canales más frecuentes de reacción consistieron en iniciativas espontáneas y atomizadas
que con frecuencia asumían la forma de huelgas no oficiales. Pero en ausencia de una
jefatura coherente y nacional esas acciones no podían pasar de la protesta defensiva.

Esta resistencia ofrecida por las bases, agregó una dimensión vital al proceso entero de
negociación y compromiso entre el gobierno y los líderes sindicales. Los dirigentes
gremiales que negociaban en Buenos Aires el futuro del movimiento no tenían de ningún
modo las manos libres para obrar como mejor les pareciera. La oposición creada por los
afiliados de base amenazaba con hacerlos a un lado si concedían demasiado.

El corolario lógico de esta situación era el siguiente: por más que personalmente
favorecieran el compromiso, los jefes sindicales no podían, en la práctica, garantizar su
cumplimiento. Tal como lo demostraban los episodios del 17 de octubre y el 3 de
noviembre, el control que ejercían sobre sus afiliados era limitado. Esto a su vez alarmaba a
los elementos más antiperonistas de las fuerzas armadas y robustecía sus posiciones, lo que
dificultaba más aún a Lonardi efectuar concesiones como las que hubieran aplacado a las
bases peronistas.

La cúpula gremial peronista pasó por un período de extremada confusión limitándose a


reaccionar a una serie de presiones que no estaba a su alcance controlar. Así lo demostró en
la huelga del 14 de noviembre, haciendo poco por organizar el movimiento y declarándola
como un último acto de desesperación. La respuesta que el peronista medio dio al llamado
de huelga fue rotunda. Pero la falta de dirección y la fuerza de la represión condenaron la
huelga a la derrota. El gobierno intervino la CGT y todos los sindicatos que la integraban, a
muchos de cuyos dirigentes encarceló. Ese mismo día la huelga fue levantada, aunque ya
muchos trabajadores habían empezado, en vista de la represión, a concurrir al trabajo.

Así fue como la interrupción del interregno de Lonardi dejó una clase trabajadora peronista
derrotada, confundida, pero que también había demostrado su disposición a defender
espontáneamente “algo que instintivamente sentían que estaban perdiendo”.

Para los dirigentes sindicales esos dos meses representaron un parte aguas.

Aramburu y la clase obrera: primeros elementos de una política

La política del gobierno de Aramburu con respecto a la clase trabajadora siguió tres líneas
principales:

a. Se intentó proscribir legalmente un estrato entero de dirigentes sindicales peronistas


para apartarlos de toda futura actividad. Esto concordó con la nueva intervención de
la CGT y la designación de supervisores militares en todos sus sindicatos.
b. Se llevó a cabo una persistente política de represión e intimidación del sindicalismo
y sus activistas en el plano más popular y básico.
c. Hubo un esfuerzo concertado entre el gobierno y los empleadores en torno al tema
de la productividad y la racionalización del trabajo, proceso que marchó de la mano
con un intento de frenar los salarios y reestructurar el funcionamiento del sistema de
negociaciones colectivas.
Impacto del peronismo en el nivel de taller y planta durante la era de Perón

Esta actitud de controlar y debilitar las comisiones internas estuvo íntimamente ligada a una
de las principales preocupaciones de la política económica preparada por el nuevo
gobierno: aumentar la productividad de la Industria. El mayor peso social alcanzado por la
clase trabajadora y sus instituciones en la sociedad durante el régimen peronista se reflejó
inevitablemente en el lugar de trabajo. Esto significó una transferencia de poder, dentro del
sitio de trabajo, de la empresa a los empleados. Después de la crisis económica de 1951-52.
toda esa esfera de las relaciones en el sitio de trabajo llegaría a ser el punto donde se
centrarían las preocupaciones de las empresas y el Estado, pues allí se conectaba el tema
del ulterior desarrollo económico argentino con el de la mayor productividad.

Desde el punto de vista del empleador y del Estado el problema no era de naturaleza
primordialmente económica o técnica, sino social. Residía precisamente en el
insatisfactorio equilibrio de fuerzas generado en el plano del taller o la planta por una clase
trabajadora confiada en sí misma y por un poderoso movimiento sindical que contaba con
el apoyo del Estado.

Concretamente, los empleadores elaboraron una estrategia basada en tres puntos con el fin
de contrarrestar los efectos del mayor poder de los obreros en los sitios de trabajo. Primero,
estableciendo tasas de bonificación conducentes a acelerar la producción.

El 2° motivo de preocupación de los empleadores era la existencia, en los contratos, de


cláusulas que regulaban las condiciones de trabajo, las cuales limitaban los derechos de las
empresas en lo relativo a la movilidad de la mano de obra y especificación de la tarea y
garantizaba además beneficios sociales. Aún así, el principal motivo de queja de los
empleadores consistía en la comisión interna de delegados gremiales, en tanto los vieron
como un obstáculo contra la racionalización eficaz y la imposición de disciplina laboral.

Los empleadores tropezaron con una resistencia obrera considerable cuando intentaron
poner en práctica su estrategia. Dicha resistencia se cumplió en dos niveles. Uno consistió
en la respuesta a los efectos concretos de la ofensiva patronal, oposición que adoptó la
forma de una negativa a cooperar, antes que la de una vierta acción de huelga.

Sin embargo, los proyectos sobre productividad y racionalización chocaron con algunos
supuestos decisivos, de orden cultural y social, nacidos en el seno de la clase trabajadora
por efecto de la experiencia peronista. Esa resistencia era así, expresión concreta de lo que
significaba la justicia social para los obreros: la capacidad para ganar un buen salario sin
estar sometidos a presiones infrahumanas dentro del proceso de producción.

Esa resistencia ideológica generalizada de los obreros a la estrategia de sus empleadores era
de índole a la vez limitada y ambigua. Nunca involucró una crítica de los criterios
subyacentes en las relaciones de producción capitalistas.

Pero no podemos adjudicar las limitaciones del desafío lanzado por los trabajadores a la
autoridad capitalista exclusivamente al peso de la manipulación ideológica practicada por el
Estado peronista. Así como la conveniencia de armonía social general predicada por Perón
encontraba eco importante en la clase trabajadora, así también puede pensarse que el
reconocimiento de los intereses respectivos del capital y el trabajo en colaborar
mutuamente en el proceso de producción formaba parte en aquel momento de la cultura de
la clase obrera. Esto suponía el reconocimiento general del derecho de los empresarios a
ejercer el control y la autoridad, así como la aceptación general de un ideal ético según el
cual la relación entre empleadores y empleados debía ser consensual. Esto parece haber
sido reforzado por una genuina internalización, por parte de los trabajadores, del orgullo en
el desempeño industrial argentino, que simbolizaba la recuperación de la estima propia bajo
Perón.

Racionalización y represión en el taller y la planta: la revolución libertadora, llega al


lugar de trabajo

Al tema de la productividad, Aramburu lo abordó mediante el decreto 2739, de febrero de


1956, autorizando un aumento salarial de emergencia del 10 por ciento mientras se
negociaban acuerdos de más largo plazo. El artículo 8 autorizaba la movilidad laboral
dentro de una fábrica si se la consideraba necesaria para acrecentar la productividad.

Las cláusulas vigentes relativas a las condiciones de trabajo y a las clasificaciones de las
tareas serían prolongadas, “con excepción de aquellas condiciones, clasificaciones y
cláusulas que directa o indirectamente atenten contra la necesidad nacional de incrementar
productividad, las que quedan eliminadas”.

Por lo tanto, quedaba claro que nuevos acuerdos sobre salarios estarían sujetos a
circunstancias relacionadas con la productividad.

Como reacción, importantes sectores de la clase trabajadora se embarcaron en la larga lucha


defensiva conocida como “la Resistencia”.

En la aplicación de esa línea la policía colaboró ampliamente con los empleadores.


También era frecuente el hostigamiento dentro de los sindicatos. Los interventores eran con
frecuencia socialistas, radicales o sindicalistas que aprovechaban las circunstancias para
ajustar viejas cuentas.
Esta nueva relación de fuerzas en el plano del taller y la planta fue una condición vital de
cumplimiento indispensable para la aplicación de la política de productividad.

Debilitado el poder de las comisiones internas, los deseos de los empleadores se


convirtieron en la práctica común, lo que disminuyó las garantías de juicio imparcial que el
trabajador individual pudiera tener en caso de disputa con el sector patronal.

Resultó claro, en consecuencia, que el drástico cambio operado en el equilibrio del poder en
el plano político nacional no podía dejar de reflejarse en las fábricas. Sin embargo, una vez
más los empleadores fueron decepcionados en lo relativo a resultados de largo término. Los
tribunales de arbitraje y los funcionarios del Ministerio de Trabajo no fueron
uniformemente favorables a los empleadores y parecieron vacilar ante la incorporación en
masa, en los contratos existentes, de nuevas cláusulas sobre acuerdos en materia de
productividad. Esta ambigüedad por parte del gobierno se explica en cierto modo por la
resistencia que provocaba en la clase obrera la ofensiva en favor de la productividad, cuya
eficacia se redujo.

Organización de la resistencia en las fábricas

Los trabajadores emprendieron en las fábricas un proceso de reorganización espontáneo y


localizado, y basaron su actividad en cuestiones concretas.

No todas las luchas tuvieron el mismo éxito, pero hacia mayo y junio de 1956 había cada
vez más signos de la creciente confianza obrera y la mayor organización de comités
semiclandestinos.

Obviamente, para aquellos trabajadores de sectores menos importantes y con menor


tradición de organización militante les era más difícil reorganizarse en gran proporción
clandestinamente. Pero ya para mediados de 1956 esa corriente adquirió mayor impulso y
las autoridades militares designadas en la intervención de varios otros sindicatos les
otorgaron un reconocimiento de hecho. Ese reconocimiento significó la admisión de que no
habían acertado a eliminar efectivamente las comisiones internas o erradicar de ellas la
influencia peronista.

Esta confirmación del dominio de la clase trabajadora por los peronistas en el nivel de
planta arraigaba en la lucha por defender conquistas inmediatas. La política del nuevo
gobierno y de los empleadores reforzó directamente la identificación de Perón y el
peronismo con esas experiencias concretas y cotidianas de los trabajadores.

Socialistas y comunistas en la época de Aramburu

La posición de los socialistas era ambigua: por un lado, criticaron abiertamente a los
militares por coligarse con los empleadores en el ataque a las condiciones y derechos
básicos de los trabajadores. Por otro, también condenaban al gobierno cuando reconocía las
comisiones de trabajadores de base, dominadas por los peronistas, que defendían aquellas
condiciones y derechos.

Tanto los socialistas como otros militantes no peronistas no se avenían a aceptar las
implicaciones de una experiencia de diez años de sindicalismo y de mejoramiento de los
salarios y condiciones de trabajo con el respaldo del Estado. Donde las ventajas obtenidas
estaban manchadas en un sentido moral por su nexo con un gobierno paternalista y
democrático. Es así que su política osciló entre refrendar en la práctica las medidas del
gobierno militar y proclamar la necesidad de una regeneración moral y una reeducación de
los trabajadores peronistas.

Por su parte los comunistas, que si bien compartían muchas de las mismas actitudes básicas
frente al peronismo y su influencia sobre los trabajadores, en general adoptaron un enfoque
más realista.

Es así que llevaron adelante en las fábricas una línea de trabajo junto a los obreros
peronistas en defensa de las condiciones laborales y la permanencia de los delegados
gremiales. Esta luche en el mismo terreno que los peronistas les dejaba muy poco que les
permitiera diferenciarse de ellos o que pudieran ofrecerles para atraerlos a sus propias filas.

Hacia fines de 1956 el gobierno había llegado a aceptar, con renuencia, que era imposible
borrar tranquilamente el peronismo de los sindicatos por medio de decretos o simple
represión.

La política que emergió de esta visión consistió, en general, en mantener la línea dura y en
una tentativa por disminuir el continuo dominio absoluto del peronismo en los gremios. Se
adoptaron medidas para debilitar todo futuro movimiento sindical: garantizar la
representación de la minoría, permitir que los trabajadores de cada industria fueran
representados por más de un solo sindicato, otorgar a los organismos locales de la CGT
autonomía respecto de la central obrera. Ante todo el gobierno de Aramburu intentó, en las
elecciones sindicales que empezaron a efectuarse de octubre de 1956 en adelante, poner en
manos de los antiperonistas una porción significativa, aunque minoritaria, del movimiento
gremial. Esa política tuvo escaso éxito. Los resultados de las primeras elecciones realizadas
en octubre no hicieron más que confirmar la tendencia ya expresada en las elecciones de las
comisiones internas y los delegados para las negociaciones salariales.

La lucha salarial durante el gobierno de Aramburu

El significado de la cuestión de los salarios bajo Aramburu residió más en la esfera de lo


que se percibía y se pensaba que en la simple y directa cuestión del aumento o la caída de
los salarios reales. A fin de cuentas, los salarios reales habían declinado también por
momentos, bajo Perón, particularmente a principios de los años 1950-60. Lo que agregó
después otro significado al problema fue la intensidad del antagonismo social y la
animosidad existentes. La declinación de los niveles de vida resultaba más bien de una
derrota política, es decir la caída de Perón, antes que de circunstancias económicas
adversas. Era el resultado directo del ataque gubernamental contra los sindicatos y de una
congelación salarial respaldada por el gobierno. El gobierno y los empleadores imponían
por medios legales y gracias al poder del Estado lo que no eran capaces de imponer
mediante los mecanismos del mercado laboral.

Las luchas salariales de fines de 1956 ayudaron a consolidar el creciente movimiento de


resistencia.

La ira ante la ferocidad de la represión y el orgullo por la resistencia obrera debían perdurar
como parte decisiva de la cultura militante que nació en ese tiempo.

3 .COMANDOS Y SINDICATOS: surgimiento del nuevo liderazgo sindical peronista

Viejos y nuevos líderes sindicales

En el contexto de la proscripción de los antiguos dirigentes gremiales, adquirieron


prominencia los activistas que se habían destacado en la acción diaria en los sitios de
trabajo. De todas formas, algunos dirigentes antiguos siguieron influyendo sobre sus
gremios desde la cárcel. Cuando un dirigente anterior había mantenido su actitud de lucha,
los nuevos líderes se consideraron a sí mismos como reemplazantes provisionales hasta que
aquél pudiera volver a ocupar su posición.

Los antiguos dirigentes que optaron por seguir influyendo en los gremios en 1956
comenzaron a organizarse entre sí y ya en 1957 existían cuatro grupos principales: CGT
única e Intransigente, Comando Sindical, CGT Negra y CGT. La influencia de estas
centrales cobró real importancia cuando se unieron para formar la CGT Auténtica con
Andrés Framini como Secretario General.

Entre esos grupos y la nueva dirigencia emergente hubo fricciones. Muy pocos de los
líderes nuevos habían tenido experiencia de la jerarquía sindical peronista, y en gral debían
sus posiciones actuales a su actividad en la resistencia diaria, por lo que existía una estrecha
identificación entre los militantes de base y los nuevos líderes, y esto se reflejó en una
mayor democratización de la práctica sindical.

Los antiguos dirigentes se resintieron al verse obligados a quedar al margen y observar


como sus sindicatos se ponían cada vez más fuera de su alcance.

La Intersindical y las 62 organizaciones

En 1957, algunos de los gremios normalizados crean una Comisión Intersindical para
restablecer a todos los sindicatos mediante elecciones libres, liberar a los encarcelados y
reabrir la CGT. La fuerza propulsora inicial de la Intersindical fueron los comunistas y
después queda en manos peronistas.

La creciente influencia de la Intersindical avivó el antagonismo entre viejos líderes


gremiales peronistas y los nuevos. Para los viejos dirigentes la Intersindical representaba
una amenaza a sus intenciones de recobrar sus antiguas posiciones. Sostenían que era
preciso combatir a la Intersindical porque los líderes elegidos lo eran de comicios
fraudulentos. Los nuevos líderes, en cambio, creían que era necesario utilizar la
Intersindical y la legalidad que disponía para limitar los efectos de las fraudulentas
maniobras gubernamentales. Pese a la oposición de los antiguos líderes, lo cierto es que
sólo gracias a la Intersindical empezaron a llegar regularmente las órdenes de Perón a los
líderes gremiales y por estos a las bases. Además, a través de los sindicatos se organizó una
campaña para votar en blanco en las elecciones nacionales de 1957. Sólo la Intersindical
posibilitó alcanzar cierta coherencia en la organización de las fuerzas peronistas en el
ámbito gremial. Como así también le confirió mayor coherencia al movimiento peronista
clandestino, al proporcionarle una estructura institucional de la que carecía desde la
proscripción del Partido Justicialista y la CGT en 1955.

En septiembre de 1957 se realiza un congreso para normalizar a la CGT y de allí surgen las
62 Organizaciones. Su nombre remite a las 62 organizaciones peronistas y comunistas que
permanecieron en el mencionado congreso luego de la partida de los antiperonistas que
esperaban ser mayoría en aquel. Los comunistas pronto se alejaron y formaron un cuerpo
de 19 gremios controlados por ellos; los antiperonistas que se marcharon del congreso
confluyeron en las 32 Organizaciones Democráticas. El surgimiento de las 62 fue un hecho
importante porque confirmó la posición dominante de los peronistas en los gremios y
porque proporcionó una entidad peronista para presionar al gobierno. También confirmó
que los sindicatos constituían la principal fuerza organizadora y la expresión institucional
del peronismo en la etapa posterior a 1955.

Sabotaje y grupos clandestinos

El repudio popular del gobierno militar y sus políticas recurrió a canales de expresión que
estaban al margen de la esfera específicamente sindical.

En la conciencia popular peronista, la Resistencia incluyó un variado conjunto de


respuestas que iban desde la protesta individual en el plano público hasta el sabotaje y la
actividad clandestina.

Desde 1956 existían gérmenes de una organización basada en grupos locales, formados por
trabajadores de la misma fábrica que se reunían regularmente y planificaban acciones.
También había células clandestinas conformadas por amigos del mismo barrio, cuya
influencia y acción estaban más circunscriptas, por lo que se dedicaban a la pintura de
consignas y a al distribución de volantes. Muchas de esas células no estaban integradas por
trabajadores agremiados, sino que contenían una muestra representativa de clases sociales.

Por último, hacia 1956, también se utilizaron bombas contra objetivos militares y edificios
públicos, lo cual exigió una ejecución planificada y experimentada en el uso de tales
artefactos. La principal motivación de este tipo de acciones era el rechazo al nuevo régimen
político, pero el uso de bombas y el sabotaje expresaban también el sentimiento de
desesperación de los trabajadores. Algunos activistas creían que podían encontrar ciertas
figuras militares que se solidarizarían con la causa, lo cual les hizo obviar la organización
en el largo plazo.

Para Perón la estrategia general del movimiento debía basarse en la “guerra de guerrillas” y
la resistencia civil debía cumplir un rol importante. Era necesario evitar cualquier intento de
hacer frente al régimen militar en su nivel puramente militar. Perón veía más eficaces las
pequeñas acciones que desgataran poco a poco al régimen. En el terreno social, la
resistencia debía impulsar la huelga, el trabajo a desgano y la baja productividad; y en el
plano individual debían realizarse acciones activas y pasivas. La primera podía incluir el
sabotaje y la segunda consistiría en la difusión de rumores, distribución de volantes y
pintada de consignas. Todo esto tornaría ingobernable el país y prepararía el terreno para la
huelga general revolucionaria que daría la señal para la insurrección a escala nacional;
momento en que actuarían los comandos, que junto a los sectores leales de las fuerzas
armadas garantizarían el éxito de la insurrección. La meta era una revolución social. Ahora
bien, en la práctica existieron divergencias entre los comandos de sabotaje y otras
actividades clandestinas y el movimiento de resistencia en los sindicatos; todo lo cual se
reflejó en la tensión que subyacía en los sindicatos recientemente reconquistados. Los
sindicatos eran instituciones sociales arraigadas en la existencia misma de la sociedad
industrial y cumplían un papel funcional en la misma. Los comandos, en cambio, eran
organizaciones políticas cuya existencia dependía de un conjunto de circunstancias
particulares. De todas formas, en la mente de los peronistas el camino de la insurrección
representaba una posibilidad no muy consistente; de hecho las negociaciones secretas con
Frondizi demostraron que la opción revolucionaria estaba lejos de concretarse. El voto por
Frondizi ayudaría a consolidar las posiciones ganadas, además podría reconstituirse la CGT
y esto consolidaría a los gremios. Finalmente, se ordenó dar el voto al candidato radical,
quien gracias a los votos peronistas obtuvo el porcentaje necesario para llegar a la
presidencia.

4. Ideología y conciencia en la resistencia peronista


Durante la resistencia ejercieron influencia los principios ideológicos peronistas por
ejemplo, el nacionalismo económico. Esto se expresó en el ataque al gobierno militar por
ser considerado proimperialista, antinacional, antiindustrial y antiobrero. Otro de los
componentes de la ideología peronista de la resistencia fue la defensa de las ventajas
económicas obtenidas con Perón, términos como el de “justicia social” y “soberanía
nacional” eran frecuentes, también el de capital humanizado y la idea del común interés
entre trabajador y empleador en proteger la industria nacional.

Además, se desarrollaron valores como el orgullo, la solidaridad y la confianza en las


propias fuerzas. Durante la resistencia el enemigo fundamental era el gorila, y no la clase
dominantes; el conflicto era entre peronistas y antiperonistas, el contenido de clase no
aparecía manifiesto.

Los principios tradicionales rara vez fueron abandonados, en cambio perduraron en forma
modificada. La razón de esta ambigüedad reside en el propio contexto político: la división
del país entre peronistas y antiperonistas tuvo por efecto que un intenso conflicto de clases
fuera absorbido por una polarización política, que en definitiva no se basaba en las clases.
Lo que fue acentuado por la concienzuda actitud del gobierno antiperonista.

Aun así no se puede ignorar la presencia de esos factores de clase latentes que en la década
siguiente representarán un obstáculo con el que tropezarán tanto los empleadores como el
Estado.

M.CAVAROZZI

AUTORITARISMO Y DEMOCRACIA (1955/2006)

CAPÍTULO 1: EL FRACASO DE LA “SEMIDEMOCRACIA” Y SUS LEGADOS

En 1955 una insurrección cívico-militar puso fin al gobierno peronista.

Los líderes del Golpe de Estado de 1955 caracterizaron al régimen peronista como una
dictadura totalitaria, y en consecuencia, levantaron los estandartes de la democracia y la
libertad, proponiéndose como objetivo el restablecimiento del régimen parlamentario y el
sistema de partidos. Este objetivo, sin embargo, se frustró recurrentemente: en 1957, la
asamblea constituyente no pudo acordar una nueva Constitución y se disolvió.

Tanto en 1955-1958 como en 1962-1963, los interregnos entre gobiernos constitucionales


fueron ocupados por administraciones militares. El principal y autoproclamado objetivo de
estos gobiernos temporarios fue la imposición de mecanismos proscriptivos del peronismo.

Pero los fracasos en la tarea de lograr estabilidad institucional no impidieron que durante
esos años se configuraran nuevos modos de hacer política que dejaron un legado político-
ideológico con el cual tuvieron que lidiar necesariamente los diferentes actores políticos,
viejos y nuevos, cada vez que se esbozaron fórmulas políticas alternativas a partir de 1966.

 Argentina post 1955: una comunidad política desarticulada


Muchos antiperonistas compartieron la noción, un tanto ingenua, de que los peronistas
habían sido convertidos a ese credo político mediante una combinación de demagogia,
engaño y coerción. En consecuencia, creyeron que la reeducación colectiva resultaría en
una gradual reabsorción de ex peronistas por partidos y sindicatos “democráticos”. Sin
embargo, dicha ilusión tuvo el efecto de permitir a los antiperonistas proclamar que la
proscripción del peronismo –una medida que implicaba segregar políticamente entre 1/3 y
la mitad de la ciudadanía argentina- era en realidad una acción democrática.

El corolario de la exclusión del peronismo fue particularmente complejo:

a. 1° introdujo una profunda disyunción entre la sociedad y el funcionamiento de la


política en la Argentina, que resultó en la emergencia paulatina de un sistema
político dual. En el mismo, los mecanismos parlamentarios coexistieron, de manera
conflictiva y a veces antagónica, con modalidades extrainstitucionales de hacer
política. El principal resultado de este dualismo fue que los dos “bloques”
principales de la sociedad –es decir, el sector popular y el frente antiperonista,
compuesto por los sectores burgueses y de clase media- rara vez compartieron la
misma arena política para la resolución de conflictos.
El movimiento sindical peronista se transformó progresivamente en la expresión
organizada más poderosa de aquel sector. Sin embargo, la presión popular se redujo
a la capacidad de desestabilizar, desde afuera a través del planteo de demandas
económicas que contradijeron y socavaron la viabilidad e las políticas de
estabilización lanzadas entre 1956 y 1963 como mediante el apoyo a candidatos
antioficialistas en elecciones nacionales, provinciales y locales.

b. El 2° factor podría ser considerado como una “disyunción dentro de la disyunción”


y afectó al antiperonismo. Poco a poco partidos no peronistas y militares
comenzaron a expresar contenidos disímiles, y a veces antagónicos. Esto se debió a
dos circunstancias: 1) que los militares “democráticos” de 1955 fueron perdiendo
progresivamente su “vocación democrática”, lo cual los llevó a enfrentarse
crecientemente con los partidos en tanto estaban ligados al funcionamiento de un
sistema democrático-parlamentario. 2) los partidos no peronistas se transformaron
en el principal canal de expresión de una compleja interacción entre 2 controversias
que dominaron la escena política argentina luego de la caída de Perón: la
erradicación del peronismo (cuyas diferentes posiciones iban desde el
“integracionismo” hasta el gorilismo); y la segunda eran los problemas económicos.
A partir de 1956 fueron emergiendo gradualmente 3 posiciones divergentes en el campo del
antiperonismo: la del populismo reformista, la desarrollista y la liberal:

o El populismo reformista no cuestionó las premisas básicas del modelo impulsado


durante la década peronista. Por el contrario, alentó la promoción simultánea de los
intereses de la clase obrera y la burguesía urbana, y propuso una política
nacionalista moderada, que impidiera, o limitara, la presencia del capital extranjero.
Sólo formuló dos críticas importantes a las políticas económicas del gobierno
peronista: por una parte sostuvo que Perón había desalentado la producción
agropecuaria; y por otra parte, argumentó que se había fracasado en la promoción de
la industria pesada y el desarrollo de la infraestructura económica.
Sus consignas fueron promovidas por el radicalismo. En 1956 el partido se dividió;
un ala, la Radical Intransigente o frondizista, era partidaria de una gradual
legalización del peronismo; la otra, los Radicales del Pueblo, permanecieron
cercanos a la posición proscriptiva de los militares.

Sin embargo cuando el líder de los Intransigentes, Frondizi, fue elegido presidente
en 1958, redefinió radicalmente la orientación económica del partido, articulando
una posición enteramente distinta, la desarrollista, y fue la otra fracción, es decir los
Radicales del Pueblo, quienes mantuvieron su apoyo a los postulados del populismo
reformista.

o Los desarrollistas sostuvieron que el estancamiento económico de la Argentina se


debía a un retardo en el crecimiento de las industrias de base. Tal debilidad solo
podía superarse mediante un proceso de “profundización” que abarcara la expansión
de los sectores productores de bienes de capital e intermedios. Asimismo, la
posición desarrollista postuló que el modelo de conciliación de clases del período
1945/1955 tenía al menos en el corto plazo, una contradicción ineludible. La misma
sólo podía ser resuelta disminuyendo el salario real de los trabajadores para
aumentar la renta de los industriales; tal aumento era, a su vez, considerado un
requisito indispensable para una elevación significativa del nivel de inversión. Por
otra parte, sostuvo que dado que los recursos locales de capital eran insuficientes se
requería una incorporación masiva de capital extranjero a la economía. El
desarrollismo recién se terminó de articular en 1958, cuando Frondizi cambió de
curso y tiró por la borda el programa “nacional y popular” que había contribuido
significativamente a generar los apoyos sociales que le permitieron alcanzar la
victoria en las elecciones de ese año.
El programa desarrollista no cuestionó los aspectos centrales del proceso de
industrialización sustitutiva inaugurado en los años 30. Por el contrario, los políticos
desarrollistas impulsaron tanto la aceleración como la ampliación cualitativa del
proceso de industrialización.

o Los liberales no sólo criticaron el modelo de conciliación de clases; cuestionaron


también la premisa según la cual el desarrollo industrial debía constituir el núcleo
dinámico de una economía cerrada, en el que tuvo lugar una proliferación de
industrias “artificiales”. La imagen del mercado pasó a constituir, en un doble
sentido, la piedra fundamental de la posición liberal. Por una parte, implicaba la
apertura de la economía argentina y la eliminación de otras “distorsiones” que
protegían a los sectores artificiales. Por otra parte, suponía una drástica reducción de
la intervención del Estado en la economía y la restauración, mediante adecuados
incentivos, de la iniciativa del sector privado.
La política de ese período se caracterizó por una circunstancia muy poco común: los
clivajes y alineamientos políticos no respondieron solamente a los cálculos que se hicieron
del impacto que las políticas económicas producirían en cada clase social. Existió además
otro factor, la cuestión del peronismo.
A partir de 1955, los partidos políticos, organizaciones corporativas y corrientes
ideológicas, a través de los cuales se expresaron el reformismo populista, el desarrollismo y
el liberalismo, entraron en numerosas alianzas y conflictos.

La lógica de esta compleja interrelación fue gobernada principalmente por las oscilaciones
pendulares de la posición liberal.

Dichas oscilaciones en parte respondieron a una circunstancia relativamente contingente:


los programas concretos de los dos partidos que dieron cuerpo a las posiciones del
populismo reformista y el desarrollismo –es decir, los Radicales del Pueblo y los Radicales
Intransigentes-.Ya desde 1956 sectores significativos del Radicalismo del Pueblo habían
defendido políticas económicas reformistas y nacionalistas pero con respecto al peronismo
tendieron a asumir posiciones cercanas al “gorilismo”; apoyaron la proscripción electoral
del peronismo hasta principios de la década del 60 y abogaron por el establecimiento de un
sistema de afiliación sindical que hubiera tenido como consecuencia la atomización de la
organización corporativa de la clase obrera. Por su parte, el Radicalismo Intransigente,
luego de la asunción de Frondizi, adoptaron un programa económico orientado a la
expansión de las industrias productoras de bienes de consumo durable y de capital y la
modernización y privatización creciente de los sectores de energía, transporte y
comunicaciones. Este programa reservó un papel estratégico al capital extranjero; sin
embargo nunca abandonaron los objetivos “integracionistas”, aunque al mismo tiempo
indujeron (e incluso forzaron) a los líderes sindicales a actuar “responsablemente”.

Excluido el peronismo, los dos partidos Radicales agotaban el espectro de fuerzas


electoralmente significativas de fines de la década del 50 y principios del 60. La posición
liberal carecía de la posibilidad de expresarse a través de un partido conservador fuerte, en
consecuencia, luego de 1955, debieron enfrentar la dura realidad de que la derrota de su
principal enemigo, el peronismo, no se tradujo en la resolución de sus problemas políticos.
Así se vieron continuamente forzados a elegir entre lo que en última instancia percibieron
como dos “males menores”: el desarrollismo y el reformismo populista. Sin embargo, la
lógica de este juego político llevó a los liberales a modificar repetidamente su evaluación
de cuál de esos “males” era realmente el “menor”.

Así, entre 1959 y 1961, tendieron a aliarse con el desarrollismo. Pero esa alianza no fue
fácil, si bien coincidieron en la necesidad de aplicar programas de estabilización basados en
fuertes devaluaciones y congelamientos de salarios, no alcanzaron el mismo grado de
acuerdo con respecto a la estrategia económica de largo plazo. Además, debido a que los
desarrollistas nunca abandonaron su postura “integracionista”, los liberales frecuentemente
se sintieron ofendidos. En consecuencia, aquéllos se inclinaron a menudo por resaltar sus
orientaciones antiperonistas –como ocurrió en 1956-1958 y, menos claramente en 1962-
1963-, lo cual los llevó a unirse al populismo reformista. Pero, naturalmente, ésta también
era una alternativa poso satisfactoria puesto que constituía la antípoda del liberalismo en
términos de política económica. Cada vez que el populismo reformista tuvo oportunidad de
aplicar su programa económico –como ocurrió parcialmente en 1956 y de un modo más
claro entre 1963 y 1966- los liberales se sintieron profundamente contrariados por políticas
que no dejaban de asemejarse a las del peronismo.

Los liberales, como cabía esperar, adquirieron una conciencia creciente de la futilidad de
sus pendulaciones. Hacia mediados de la década de 1960 esta progresiva toma de
conciencia fue un factor decisivo que indujo a los liberales a optar por una estrategia
abiertamente antidemocrática. Entre 1964/66, a diferencia del período frondizista, el énfasis
renovado puesto por los liberales en sus objetivos económicos no desembocó en otra
alianza con el ala desarrollista del espectro político. A esa altura los liberales ya estaban
convencidos de que para alcanzar sus objetivos económicos y políticos debían romper sus
vínculos con el establishment partidario no peronista.

 LOS SINDICATOS PERONISTAS EN LA OPOSICIÓN


El régimen militar fracasó rotundamente en sus intentos de erradicar al peronismo de la
clase trabajadora, no logró imponer su proyecto de crear un sistema de afiliación y
representación sindical múltiple, destinado a reemplazar las pautas establecidas por la ley
peronista de los años 40. Sin embargo, a pesar de que no cuajaron, esos intentos produjeron
cambios.

En primer lugar, el estilo de control político basado en el tutelaje benévolo de la clase


obrera por el Estado y los líderes sindicales se vieron, salvo contadas excepciones,
efectivamente desplazados. En 2° lugar, el frustrado proyecto de los militares creó las
condiciones para el surgimiento de un movimiento sindical peronista enteramente diferente
que ganó cierta independencia frente a Perón y fue capaz de desarrollar su propia estrategia
política.

Sin embargo, Perón no desapareció de la escena política argentina ni del peronismo luego
de 1955. Su rol, eso sí, sufrió cambios significativos. La imagen del retorno a un pasado
mejor se constituyó en la base más importante del atractivo que el peronismo despertó
permanentemente en las masas y, en particular, en la clase obrera. Otro cambio importante
fue que Perón perdió, en parte, su poder de controlar a los líderes peronistas. Algunos
políticos provinciales y numerosos líderes sindicales generaron bases propias de poder.

Otra circunstancia importante surge porque las connotaciones ideológicas del peronismo se
fueron librando en parte de su influencia. Un peronismo menos subordinado a la autoridad
de Perón se transformó en un peronismo crecientemente proletario. Esta gradual
transformación fue favorecida por un factor adicional: en cada ocasión que la proscripción
electoral del peronismo fue levantada –aunque fuera de manera parcial- la esfera de acción
de los líderes sindicales se vio considerablemente expandida al tener la oportunidad de
incidir en la lucha política en torno a los comicios. El voto de los trabajadores se
transformó así en un instrumento de presión y negociación, comparable a los paros y
huelgas. En consecuencia, los líderes sindicales del peronismo desarrollaron una aptitud de
la que habían carecido hasta 1955, es decir, la capacidad de negociar con actores políticos
no peronistas, tales como los partidos, las asociaciones empresariales y los militares.

¿Cómo empleó el sindicalismo su redefinido poder? Más arriba se sugirió que las acciones
de los líderes fueron gobernadas, a partir de 1955, por una estrategia defensiva y de
oposición. Esto estuvo estrechamente ligado al énfasis puesto por el peronismo en la
imagen del retorno. A partir de 1959 la economía fue gradualmente transformada por la
expansión de los sectores industriales productores de bienes intermedios y de consumo
durable, más intensivos en el uso del capital. Los nuevos sectores desplazaron a los
antiguos sectores industriales desarrollados de su rol de núcleo dinámico del capitalismo
argentino. Empero, el discurso de los sindicalistas peronistas reclamó continuamente la
restauración de los atributos prevalecientes antes de 1955. Estos atributos eran: la alianza
entre la burguesía nacional y la clase obrera bajo el tutelaje protector del Estado; políticas
económicas redistributivas; nacionalismo; la definición de la oligarquía como principal
adversario social de las fuerzas “nacionales y populares” y el poder arbitral de Perón.

Sin embargo, el regreso de Perón, y de la Argentina peronista, dejó de ser objetivo político
fundamental del movimiento sindical peronista. Se transformó, más bien, en una especie de
mito que cumplía dos funciones:

1. Permitió a los líderes sindicales interpelar a los obreros como obreros peronistas;
2. La adhesión a un objetivo político considerado inalcanzable liberó a los sindicalistas
de la responsabilidad de reconocer las consecuencias y corolarios políticos más
concretos.
Las prácticas políticas del movimiento sindical combinaron 2 elementos: a) esporádicas
penetraciones en los mecanismos de representación y b) una acción de desgaste “desde
afuera” que se ejerció contra regímenes políticos que excluyeron al peronismo.

La exclusión del peronismo de la política redundó en que la capacidad política de la clase


obrera para obtener concesiones fue mayor toda vez que ésta se propuso quebrantar las
reglas formales. En consecuencia, el movimiento sindical peronista se tornó, tal como se
quejaban algunos de sus adversarios, una fuerza subversiva. Pero no se trató de un
cuestionamiento de la naturaleza capitalista de las relaciones sociales. Reflejó, en cambio,
que el sindicalismo recurrió, como último recurso, al quebrantamiento de las reglas
formales del sistema.

Esta capacidad defensiva permitió al sindicalismo obstaculizar la implementación definitiva


de las políticas de estabilización económica que se propusieron retrasar los salarios con
respecto a los aumentos de otros precios, e inducir, de ese modo, un aumento de la
inversión privada. Las mismas tuvieron el efecto de anular, al menos parcialmente, el
impacto negativo inicial que los programas de estabilización habían producido en los
niveles de salario y empleo. Pero, aun así, la resistencia sindical no pudo revertir algunos de
los cambios introducidos en la economía. Se dio una importante expansión de los sectores
industriales caracterizados por ser capitales intensivos y contener una presencia
predominante del capital extranjero.

 LOS MILITARES DEL PERÍODO POSTERIOR A 1955: NUEVOS ESTILOS DE


INTERVENCIÓN POLÍTICA
Los militares constituyeron el 3° elemento importante de la fórmula política que emergió a
partir de 1955. El éxito de la insurrección militar de ese año inauguró un nuevo patrón de
intervención militar en la política argentina. Entre 1930 y 1955, las Fuerzas Armadas se
habían constituido en guardianes de los gobiernos constitucionales, derrocando 3
administraciones civiles. Sin embargo, a excepción del corto período entre 1943 y 1945, los
militares se abstuvieron de participar directamente en la conducción del Estado a lo largo
de esos 25 años.

Tampoco se propusieron institucionalizar regímenes no democráticos controlados


permanentemente por las Fuerzas Armadas.

A partir de 1955, los militares modificaron gradualmente ese patrón de intervención.


Durante una 1° etapa, desarrollaron un estilo de intervención tutelar, que resultó en 1) la
exclusión del peronismo y 2) el ejercicio de presiones y de su poder de veto sobre las
medidas e iniciativas políticas. Por lo tanto, denegaron el derecho a elegir candidatos de su
preferencia a una porción significativa de la ciudadanía y recurrieron repetidamente a la
amenaza de deponer las autoridades constitucionales si las mismas no satisfacían sus
demandas. Por supuesto, todo esto se hizo en nombre de la democracia.

A principios de la década del 60, comenzaron a darse cuenta de que los beneficios
obtenidos mediante la intervención tutelar eran inferiores a los costos; concluyeron que
eran percibidas por la opinión pública como responsables de la distorsión de las prácticas
democráticas, sin siquiera obtener el beneficio compensatorio de que sus objetivos se
cumplieran. Además, el alto grado de compromiso de los militares con el manejo de los
asuntos públicos contribuyó a generar una profunda fragmentación interna. Esta alcanzó su
punto más crítico entre 1959 y 1963, a raíz de confrontaciones entre facciones opuestas. La
victoria de una de estas facciones militares en 1963 –los “azules”, y la emergencia del gral
Onganía- abrió el camino a una profunda revaluación de la estrategia política de los
militares. En consecuencia, las prácticas de intervención tutelar fueron abandonadas, en la
medida que se las percibió como responsables de la pérdida de prestigio y unidad de las
FFAA. A partir de 1963, con el advenimiento de los Radicales del Pueblo al poder, los
militares suspendieron en buena medida su intromisión en los asuntos de gobierno. Empero
el interregno “profesionalista” de 1963 y 1966 –y la paralela reunificación del ejército, y
del conjunto de las FFAA, alrededor de Onganía- precedió e hizo posible la articulación
definitiva de la doctrina de la “seguridad nacional”, cuyo principal corolario se expresó en
que las FFAA deberían asumir la responsabilidad única en el manejo de los asuntos
públicos.

Los grupos liberales, en particular, recibieron con beneplácito la posición antipartidista


adoptada por las FFAA, ya que tales grupos habían llegado a la conclusión de que, en el
juego planteado por la política parlamentaria, les tocaba invariablemente elegir entre
alternativas igualmente insatisfactorias.

Pero resultó en parte paradójico que las consignas de los militares liderados por Onganía
fueran acogidas también por el actor a quienes éstos querían liquidar: el sindicalismo
peronista y la corriente hegemónica dentro de él, o sea el vandorismo. Esto fue una
consecuencia de la afinidad de los sindicalistas peronistas con las invocaciones al orden; la
unidad, el verticalismo, el anticomunismo y la tutela estatal. Si bien las acciones obreras
durante la 2° mitad de la década del 50 habían resultado en transgresiones muy serias a
aquellas invocaciones, los dirigentes sindicales redescubrieron rápidamente ingredientes de
la ideología peronista que resultaban consonantes con los esquemas militares como
Onganía.

La “intervención de los trabajadores en la orientación del futuro económico del país” que
los sindicalistas peronistas venían demandando desde 1957 parecía poder llegar a
materializarse sólo si se privilegiaban vías de participación alternativas al semibloqueado
carril partidario electoral.

CAPÍTULO 2: EL PREDOMINIO MILITAR Y LA PROFUNDIZACIÓN DEL


AUTORITARISMO

En el período 1955/66 se conformó una manera común de hacer política, al definir una
fórmula que se basó en su propia crisis permanente dentro de los límites puestos por las
pretensiones relativamente modestas de los actores predominantes: los políticos y los
militares. Los 1°, que quisieron consolidar una democracia, pero la negaron
permanentemente al no atreverse a incorporar plenamente al peronismo, o no poder hacerlo.
Los 2°, que pretendieron reservarse poderes de veto y de tutela, pero sin llegar a proponerse
instaurar un régimen autoritario estable dominado por las FFAA.

Desde 1966 no ha habido un amanera común de hacer política como ocurrió en el período
previo.

 EL GOLPE DE 1966: LA SUPLANTAIÓN DE LA POLÍTICA POR LA


ADMINISTRACIÓN
El gobierno Radical del Pueblo inaugurado en 1963 sirvió para reforzar las tendencias que
habían sido prenunciadas por los episodios que rodearon la caída de Frondizi en 1962: la
cada vez más decidida inclinación de la gran burguesía y de los sectores liberales a apoyar
la instalación de un régimen no democrático; la escasa predisposición de los sindicalistas
peronistas a con tribuir a legitimar y estabilizar gobiernos semidemocráticos que
continuaban proscribiendo a su movimiento y el progresivo “deslizamiento” autoritario de
las FFAA.

En junio de 1966, la culminación de la tarea de “profesionalización” de las FFAA encarada


por Onganía coronó la coincidencia de liberales y sindicalistas en apoyo al golpe militar
que derrocó a Illia. O’ Donnell señala que Onganía indujo la materialización del “factor
ausente” entre 1956 y 1963 –la unidad militar- al conducir la reacción “profesionalista” y
capacitarlas para la comprensión de problemas sociales desde la óptica de las doctrinas de
seguridad nacional. Este intento se conectaba con el diagnóstico de que el fraccionamiento
interno se debía a la constante intervención en la política nacional en alianza con, y en
función de las metas de partidos políticos y grupos civiles.

Los objetivos que se propuso la “Revolución Argentina” fueron congruentes con el aludido
diagnóstico: por un lado, suspender sine die las actividades de los partidos políticos y de las
instituciones parlamentarias, por el otro, consagrar la desvinculación de las FFAA del
gobierno disponiéndose que éstas “…no gobernarán ni cogobernarán.” Es decir, la política
dejaría el lugar a la administración con el resultante predominio de técnicos situados por
encima de los intereses sectoriales.

La propuesta de Onganía respondió a la convicción de que el problema de la Argentina era


un problema fundamentalmente político y era necesario barrer con la intermediación de los
circuitos partidarios, parlamentarios y corporativos para que se desplegaran plenamente las
potencialidades de crecimiento económico. En el plano económico, consistió en reeditar las
recetas desarrollistas ensayadas entre 1959 y 1962.

Aparte de los éxitos alcanzados hasta la 1° mitad de 1969 –una normalización sin costos
sociales demasiado elevados, aumento de la inversión, descenso de la tasa de inflación,
mejora en la situación de la balanza de pagos- el gobierno se anotó una serie de importantes
triunfos políticos: los partidos cayeron en un pozo de irrelevancia e inactividad, los
sindicatos fueron forzados a aceptar sucesivamente la abolición, en la práctica, del derecho
de huelga –a raíz de la sanción de la ley de arbitraje obligatorio de agosto de 1966- y la
intervención gubernamental de los gremios industriales más importantes como resultado del
rotundo fracaso del “Plan de Acción” de comienzos de 1967, y Perón fue convirtiéndose en
una especie de muerto.

Sin embargo durante los años transcurridos entre 1966 y mediados de 1969 hubo 2 espacios
en los cuales fueron dándose fenómenos novedosos cuyas repercusiones sobre la política
nacional sólo se manifestarían a partir de mayo de 1969. El 1° fue la gravitación creciente
que fue adquiriendo el mayor perfilamiento de las corrientes internas dentro de las FFAA –
paternalistas, nacionalistas y liberales-. Las causas subyacentes de las divergencias entre las
corrientes no fueron nuevas; lo que sí cambió radicalmente a partir de 1966 fue el hecho de
que ahora las disensiones internas de las FFAA se dieron dentro de un ordenamiento
institucional en el que quedaba presuntamente excluida la permanente gimnasia
conspirativa. A esto se agregó que a las FFAA se les vedó expresamente la participación
directa en la gestión gubernativa. Como el “Estatuto de la Revolución Argentina” no había
fijado plazos a la gestión del presidente ni había previsto transiciones, el gobierno de
Onganía no tuvo “fusibles”, por lo cual el riesgo de que el juego adquiriera rápidamente un
carácter de todo o nada ante una situación de crisis era enorme.

El 2° espacio en el que se produjeron modificaciones significativas fue el de una serie de


ámbitos de la sociedad civil que, hasta 1966, habían sido dominados, en buena medida, por
la lógica de negociaciones y presiones extrainstitucionales. Entre 1955 y 1966 algunas
organizaciones fundamentales de la sociedad civil, como los sindicatos y las asociaciones
empresariales, desbordaron permanentemente los canales institucionales gubernamentales;
sin embargo, siempre lo hicieron procurando evitar el ser ellas mismas desbordadas por la
movilización de sus propios miembros. Dentro del esquema, los dirigentes tendieron a
utilizar la movilización como arma para el chantaje frente a otros actores y el Estado,
valorizando no sólo su capacidad de generar dichas movilizaciones, sino también de
encauzarlas, e incluso refrenarlas.

Las medidas antisindicales tomadas a partir de fines de 1966 no liquidaron los gremios ni a
sus dirigentes –tampoco era esa su intención- sino que los forzaron a aceptar dócilmente las
políticas gubernamentales. El éxito de la estrategia oficial de intransigencia se sumó a otras
causas que venían minando el poder y el grado de control de la dirigencia sobre las bases
obreras desde antes del golpe de junio de 1966. Entre éstas pesaron preponderantemente la
política de las grandes empresas en sectores de punta de promover la creación de sindicatos
por empresa en desmedro de las uniones y federaciones. En 1968 comenzó a insinuarse un
proceso, que se profundizó a partir de 1969, por el cual se resquebrajaron las complejas
ligazones que, desde principios de la década habían mantenido articulado un sindicalismo
relativamente unificado con eje en el poderoso dirigente del gremio metalúrgico, Augusto
Vandor. Entre 1959 y 1966 el poder del vandorismo había resultado de su capacidad de
subordinar a una lógica común a los restantes nucleamientos sindicales peronistas y no
peronistas. Durante 1968/69 el vandorismo comenzó a perder buena parte de esa capacidad
al ser flanqueado por la derecha y desbordado por la izquierda. Los “blandos”, que
inspirándose en la jerga oficial fueron rebautizados como “participacionistas”, se
fortalecieron significativamente en la medida que, favorecidos por el patrocinio estatal,
mantuvieron plenamente el control de la maquinaria y los recursos de los gremios en que
predominaban. Asimismo, la ruptura por parte del gobierno del diálogo con los vandoristas
privó casi totalmente a estos de una de las dos patas en la que se apoyaba su estrategia, es
decir, la negociación con el Estado. Esto último desvalorizó el argumento vandorista de que
una postura menos intransigente (que la de los “duros” o “combativos”) producía mejores
resultados. Y fue, precisamente, la desvalorización de la estrategia vandorista lo que
permitió que en marzo de 1968, en un congreso normalizador de la CGT convocado sin el
reconocimiento gubernamental, una heterogénea combinación que incluía a peronistas
duros, “independientes” progresistas y a marxistas ajenos a la ortodoxia del partido
comunista, se impusiera al vandorismo y designara a Raimundo Ongaro, un obrero gráfico,
secretario general de la CGT. Inmediatamente Vandor desconoció los resultados y convocó
a un nuevo congreso que nombró otra mesa directiva, con lo que, en la práctica, se pasó a la
existencia de dos CGT. En parte debido a la represión oficial y en parte como resultado de
sus tácticas erráticas, la CGT de los Argentinos –tal fue el nombre que adoptó la entidad
dirigida por Ongaro- fue rápidamente perdiendo la adhesión. Sin embargo, su discurso de
oposición frontal al régimen de Onganía y de condena a las tácticas de los “blandos” y los
vandoristas fue acentuando los contenidos anticapitalistas, constituyéndose en un material
ideológico y “práctico” disponible para ser apropiado por otros protagonistas en acciones
colectivas más masivas.

Las insurrecciones populares de 1969: el intento de Onganía de eliminar las trincheras del
juego político, clausurando los múltiples mecanismos institucionales y extrainstitucionales
a través de los cuales el compromiso había predominado y pretendiendo canalizar y
“ordenar” los diversos intereses y orientaciones sociales desde un Estado supuestamente
omnisciente y jerárquico, terminó por producir lo que, de alguna manera, había venido a
erradicar como posibilidad en la Argentina. A la inesperada y espontánea explosión popular
se sumó la renuncia de las FFAA a desencadenar una represión más sistemática.

La imagen de un Estado aislado, cuyo discurso autoritario de pronto perdió resonancia en la


sociedad y no sólo socavó irremediablemente la legitimidad del gobierno de Onganía, sino
que además impregnó a la misma sociedad. A partir de 1969 se superpusieron, entonces, 2
crisis: por un lado, la del régimen militar autoritario, crisis cuyo despliegue pasó a ser
gobernado por el entrecruzamiento de los conflictos internos de las FFAA y las
interrelaciones entre un gobierno cada vez más acorralado y un frente de oposiciones
políticas que fue progresivamente convergiendo en torno a la persona de Perón; por el otro,
la crisis de la dominación social, que se expresó a través de la incertidumbre acerca de la
continuidad de prácticas y actitudes antes descontadas como “naturales” de clases y
sectores subordinados.

En ese sentido se puede afirmar que en 1969 se abrió un período inédito en la historia
argentina, durante el cual resultó profundamente cuestionada y corroída la autoridad de
muchos aquellos “que dirigían” las organizaciones de la sociedad civil. Dentro de esta
categoría quedaron incluidos los dirigentes sindicales más propensos a la negociación y
más dependientes de la tutela estatal, los profesores y autoridades de universidades y
escuelas que se habían respaldado en, y habían sido promovidos por las orientaciones
tradicionalistas y jerárquicas del gobierno de Onganía, la jerarquía conservadora de la
Iglesia Católica y los gerentes y empresarios.
Desde el Cordobazo hasta la defenestración del efímero sucesor de Onganía, el gral
Levingston, la agudización de la crisis del régimen militar jugó de modo de acentuar la
seriedad de las amenazas a las bases mismas de la dominación social. El empecinamiento
de Onganía en procurar el imposible salvataje de su esquema, 1°, y el intento de Levingston
de “profundizar” la “Revolución Argentina” dándole un carácter más nacionalista y
movilizacional, después, no sólo terminaron por alinearles definitivamente el apoyo del
grueso de sus camaradas, sino que, además, sirvieron para acentuar la crisis social al
superponer las contestaciones antiautoritarias con las primeras manifestaciones de otros 3
tipos de cuestionamientos: 1) aquellos centrados en las políticas económicas “liberales” y
que comenzaron a exigir cada vez más audazmente la satisfacción de las reivindicaciones
de los sectores más postergados como los empleados públicos y privados de niveles de
calificación más bajos, los pequeños y medianos empresarios y la población de aquellas
regiones, como Tucumán, que resultaron afectadas por programas de racionalización; 2)
aquellos que, en un 1° momento, reclamaron la liberalización política del régimen militar,
para pasar luego a exigir una plena democratización con la celebración de elecciones sin
proscripciones y 3) aquellos que, sobre todo desde el ámbito de la incipiente guerrilla
peronista, plantearon el objetivo de promover la insurrección popular armada.

Sacudidos el miedo y la pasividad política que por 3 años había impuesto la dictadura, los
mecanismos políticos propuestos por ésta perdieron sentido en modo vertiginoso y dejaron
de ser el referente orientador de las acciones de sus anteriores partidarios y de sus
opositores. Al mismo tiempo, sin embargo, los proyectos de Onganía y Levingston de
entrar en el “tiempo social” y de promover la creación de un “movimiento nacional” que
seguiría postergando a los partidos y se basaría en un reacercamiento con los sindicatos,
respectivamente, continuaron ocupando el centro de la escena política. ¿Cuál fue la
consecuencia de la obstinación y ceguera de ambos presidentes?

Durante un lapso quedó bloqueada la posibilidad de emergencia de un proyecto alternativo


del gobierno de rearticulación de las orientaciones y acciones de las distintas fuerzas que
operaban en la sociedad argentina. Esta “demora” fue tornándose cada vez más peligrosa: al
progresivo espanto que despertaron en la gran burguesía propuestas que se alejaban del
esquema normalizador de Krieger Vasena, se fue sumando el aludido agudizamiento de la
crisis social con la difusión de consignas más radicales; éstas alcanzaron su pico en el 2°
Cordobazo a principios de 1971 que tuvo contenidos más clasistas e insurreccionales que el
1°. La propuesta alternativa del gobierno militar no podía ser otra que la de un repliegue
que admitiera las derrotas sufridas y reconociera que el reequilibramiento social debía
transitar por una apertura política que incorporase temas y demandas de las fuerzas
opositoras. En un primer momento lo que estuvo en danza fue una suerte de liberalización
en torno a la figura del ex presidente Aramburu. Con la desaparición de Aramburu y la
“pérdida de tiempo” ocasionada por la “profundización” ensayada por Levingston, la única
opción restante fue la de una promesa de democratización, en la que los militares
consintieran en traspasar el poder a un gobierno surgido de elecciones.

La operación implementada por el 3° presidente militar, el gral Lanusse, partió


precisamente de reconocer el limitado margen de iniciativa de gobierno, desplazando el eje
de la política del plano de la crisis social al de la dilucidación de las características
específicas del régimen que reemplazaría a la dictadura militar. Este proceso tuvo como
principal virtud –desde el punto de vista del reequilibramiento de la dominación social- la
de rearticular la crisis social (y los cuestionamientos a la autoridad en ámbitos e
instituciones de la sociedad civil) a las pujas y conflictos en torno a la cuestión del régimen
político.

La asunción de la presidencia por Lanusse permitió al gobierno recuperar, en parte, la


capacidad de determinar cuáles serían los campos en los que se librarían las batallas
políticas de la sociedad argentina. El poco ceremonioso reemplazo del 2° presidente de la
“Revolución Argentina”, a menos de 1 año de la también abrupta salida de Onganía, sólo
pudo ser justificado en la medida que Lanusse se comprometió a presidir la liquidación del
régimen militar.

A partir de marzo de 1971 las oposiciones capturaron decisivamente la iniciativa política.


Es decir, se pasó de una situación en la cual el gobierno fue desbordado y las acciones
sociales quedaron sin cauces definidos, a otra en la que dichas acciones se fueron
“organizando” en torno a nudos generados a partir de las iniciativas de actores políticos
más o menos constituidos. En el caso de los actores que poblaban el campo de la oposición
–es decir, Perón, los partidos no peronistas, los dirigentes sindicales y empresariales, y al
juventud radicalizada confluyente con la guerrilla-, éstos se propusieron objetivos muy
disímiles; sin embargo, todos compartieron una orientación común: el percibir la crisis
social abierta en 1969 como el terreno apto, o como un instrumento, para alcanzar de
diferentes maneras, los objetivos propios. Así, Perón maniobró utilizando la crisis en
función de sus aspiración a convertirse en el eje obligado de cualquier definición política
que resultara, los partidos trataron de realzar su cualidad de mecanismos útiles para la
contención de la crisis, los dirigentes sindicales y empresariales reaccionaron de manera de
defender sus privilegios corporativos y la guerrilla, prenunciando la visión instrumental que
profundizaría más adelante, reinterpretó los cuestionamientos a la autoridad de aquellos que
dirigían, como la manifestación de un reclamo colectivo de constitución de un liderazgo
político autoritario que condujera a la Argentina hacia la meta del “socialismo nacional”.

Las tácticas gubernamentales y, sobre todo, las coincidentes orientaciones de las


oposiciones políticas y corporativas en el sentido de encauzar la crisis social para favorecer
los objetivos propios contribuyeron decisivamente a que ésta fuera reabsorbida en una
proporción significativa.
Se puede afirmar que en la Argentina de 1971 a 1973 las prácticas de los agentes políticos,
y particularmente de aquellos que componían el campo de la oposición política,
contribuyeron a reabsorber o conjurara la crisis social. Todos esos agentes, incluso aquellos
que se definían como los instrumentos del “cambio de estructuras”, se situaron frente a las
acciones sociales de carácter contestatario tratando de enhebrarlas a sus lógicas (la de los
agentes), es decir, a lógicas orientadas casi exclusivamente a la conquista del poder
político. Esas lógicas se enfrentaron en dos planos diferentes: por una parte, se dieron
luchas entre el gobierno militar y las proposiciones; por la otra, se fueron perfilando
propuestas alternativas en el campo de la oposición que no trascendieron el terreno de las
consignas y las confrontaciones ideológicas. Se han destacado las consecuencias de dichas
luchas sobre los acontecimientos posteriores a mayo de 1973 señalando, por un lado, que la
derrota total de los militares determinó su repliegue hostil durante los primeros tiempos del
gobierno de peronista y, por el otro, que las propuestas alternativas del período prefiguraron
los salvajes enfrentamientos que se desencadenaron dentro del frente triunfante en 1973.

La naturaleza de la crisis política entre 1971/73 contribuyó a debilitar la autonomía de las


contestaciones celulares de carácter antiautoritario. Esta circunstancia, que se acentuaría
mucho más entre 1973/75, en parte respondió a que los agentes políticos del período no
privilegiaron la capacidad de las fuerzas actuantes en la sociedad civil que previeron que
dichos cambios contribuirían a fortalecer sus respectivas posiciones de poder. Asimismo, la
reabsorción de loa crisis resalta la dificultad para que procesos de cambio en las relaciones
de dominación puedan trascender los ámbitos específicos de la sociedad civil. En el caso
argentino podría estar señalando que las lealtades y las identificaciones políticas
tradicionales anudadas en torno al peronismo, y en menor medida al radicalismo, resultan
fundamentales en coyunturas críticas como la abierta en 1969. En efecto, la recaptura del
centro de la escena política por parte de Perón (y, en alguna medida, también por Balbín, a
través de su coprotagonismo del agrupamiento de La Hora del Pueblo y de su
reconciliación histórica con Perón) no sólo consagró el fracaso de la transición controlada a
la que aspiraban Lanusse y los militares. La vigorosa reaparición de los viejos astros de la
política argentina también expresó la imposibilidad de las prácticas sociales contestatarias
de generar un discurso propio pasible de difundirse en el conjunto de la sociedad.

 RETORNO DE PERÓN Y FRACASO DE SU PROYECTO DE


INSTITUCIONALIZACIÓN POLÍTICA
Perón se propuso encauzar la política institucionalmente, a través de una fórmula que
apuntó crear un doble arco. El primero consistió en el intento de reedición, en una versión
mejorada y ampliada, de los acuerdos entre asociaciones gremiales de trabajadores y
empresarios, la CGT y la Confederación General Económica (CGE) acordaron los niveles
generales de aumentos salariales. Pero en varios aspectos la situación era más propicia que
la de 20 años atrás. Por una parte, la coyuntura económica resultaba favorable debido a los
buenos precios de los exportables en el mercado internacional y al apreciable margen de
capacidad ociosa existente en el sector industrial. Por la otra, la CGE de principios de la
década del 70 era una organización mucho más extendida y representativa. A su capacidad
de aglutinar vastos segmentos del pequeño y mediano empresariado, la CGE había sumado
asimismo la presencia de grandes empresas de capital nacional y en las vísperas de la
llegada del peronismo al poder, de las cámaras agrupadas en la tradicionalmente
antiperonista UIA que se autodisolvió y fusionó a la CGE.

Distinta era la situación, en cambio, en el campo sindical. En él, la conducción vandorista,


que seguía al frente de la CGT, había perdido terreno desde 1968 en favor de grupos de
oposición y activistas de planta quienes, cubriendo un espectro que iba desde el peronismo
combativo hasta posiciones independientes y marxistas revolucionarias, le reprochaban a la
vieja camada dirigente sus claudicaciones frente al Estado y las patronales. La campaña
electoral que culminó con la elección de la fórmula de Cámpora y Solano Lima reafirmó la
declinación de los sindicalistas y el auge de la izquierda peronista, dentro de la cual los
Montoneros habían anunciado expresamente que su objetivo era la exterminación física de
los dirigentes sindicales.

En definitiva, el acuerdo entre sindicalistas y empresarios, el Pacto Social, fue firmado a los
pocos días de llegado Cámpora a la presidencia, estableciéndose en él un moderado
aumento de salarios y su posterior congelamiento, además de la suspensión de los
mecanismos de negociación colectiva salarial por un plazo de 2 años y su reemplazo por un
compromiso del Ejecutivo de implementar las medidas necesarias para mantener el poder
adquisitivo del salario.

El proyecto de Perón, asimismo, apuntó al establecimiento de un 2° conjunto de


articulaciones que resultaba inédito dadas las tradiciones antiparlamentarias del peronismo.
El propósito era el de convertir al Parlamento en un ámbito real de negociación entre los
partidos.

El rescate del Parlamento como ámbito de negociación y la propuesta implícita de crear un


sistema de partidos representativo iba en contra del movimientismo del peronismo de la 1°
época. Este componente autoritario de la ideología y prácticas del peronismo, al que
aparentemente Perón había renunciado en vísperas de su retorno al poder, era, sin embargo,
reivindicado por importantes sectores del peronismo. Fue por ello que los principales
apoyos que encontró Perón a su proyecto de revitalización del Parlamento y los partidos
estuvieron fuera del peronismo; ellos fueron el radicalismo, cuyo líder Balbín, Perón
celebró una reconciliación histórica a fines de 1972 y los grupos más importantes de la
derecha y la izquierda parlamentarias, la Alianza Popular Federalista y la Alianza Popular
Revolucionaria.

Obviamente, la reconciliación entre el peronismo y el radicalismo no fue solamente el


resultado del viraje ideológico de Perón; él respondió asimismo al cambio en las actitudes
radicales, quienes comprendieron que la realización de la democracia en la Argentina
pasaba necesariamente por la plena integración del peronismo a la vida política. En ese
sentido, la propuesta de Onganía de abolir la política obró como un catalizador del
reencuentro en un terreno común de los polos antagónicos de la política partidaria
argentina, que habían sido ejes entre 1955 y 1966 de los dos campos de un sistema político
escindido y cuya norma de funcionamiento había sido la reproducción de su propia crisis.

Finalmente, la propuesta de Perón contempló la redefinición del rol de las FFAA, tratando
de quebrar el estilo de acción que había llevado a éstas a intervenir recurrentemente en la
política. Para ello, procuró, por un lado, preservar una esfera de autonomía corporativa, lo
que también introdujo un importante cambio con respecto a las “fuerzas armadas
peronistas” que se había pretendido crear entre 1946/55. Por el otro lado, procuró que los
militares se subordinaran efectivamente a las autoridades constitucionales del Estado.
Perón, a partir de su nuevo retorno al país del 20 de junio, enfatizó la necesidad de
privilegiar la participación organizada y canalizada a través de los cauces “naturales” por
sobre las movilizaciones populares inorgánicas y a reafirmar los preceptos tradicionales de
la doctrina justicialista en detrimento de las temáticas del socialismo nacional y al guerra
revolucionaria impulsadas por la izquierda y a las cuales Perón había prestado eco a
menudo durante los últimos años de su exilio.

Desde el punto de vista político, la consolidación del proyecto de Perón hubiera requerido
una considerable disminución del grado de dramatismo de la política argentina. Para ello
hubiera sido necesario desacelerar el tiempo político induciendo a los actores a privilegiar
la eficacia a largo plazo de la reinstitucionalización de sus acciones en vez del impacto a
corto plazo de triunfos espectaculares que se pudieran obtener sobre contendientes
coyunturales.

Los casi 3 años del gobierno peronista presenciaron una constante aceleración del tiempo
político, resultado de la premura de los actores internos del peronismo por consolidar sus
ganancias inmediatas y desalojar a sus adversarios de todas posición de poder. Así, sobre el
trasfondo de la intensificación del terrorismo guerrillero y paraestatal, se fueron
proyectando episodios que fueron minando la viabilidad del gobierno constitucional y, por
ende, del régimen democrático; la salvaje limpieza de los sectores de izquierda, el
Navarrazo, o sea la destitución del gobernador y vice de Cba por el jefe de la policía
provincial, convalidada por el Ejecutivo Nac ejercido por Perón, la liquidación de Gelbard,
el Rodrigazo, al defenestración de López Rega y su camarilla y la renuncia del ministro de
Economía Cafiero ante el sabotaje sindical de su programa.

Los jefes sindicales, y principalmente los dirigentes que controlaban las 62 Organizaciones,
fueron precisamente uno de los actores que contribuyeron más decisivamente a generar un
patrón político en el que predominaron las consideraciones de corto plazo y la
despreocupación por la consolidación institucional. En ese sentido, y con la excepción
parcial de los meses en que Perón ocupó la presidencia, los dirigentes sindicales no se
apartaron mayormente de las tácticas defensivas y oposicionistas que habían aprendido y
ejercitado desde 1956 frente a gobiernos que proscribieron al peronismo. Ante la amenaza
que las oposiciones sindicales representaron para su predominio, los dirigentes de las 62 y
la CGT reaccionaron no solamente impulsando una mayor centralización del aparato
sindical –lo que les dio mayor poder para controlar tanto a las bases obreras como a los
disidentes- sino también minando esfuerzos, como los de Gelbard y Cafiero, de vincular la
política de ingresos a las otras variables fundamentales de la economía.

Hacia mediados de 1975 ya habían sido excluidos de la lucha por el poder, y pulverizados
políticamente, la izquierda peronista y los sectores empresariales y políticos vinculados a
Gelbard. A esa altura, la camarilla agrupada en torno a López Rega intentó liquidar al único
contendiente de peso que se le oponía dentro del peronismo, o sea la dirigencia sindical.
Por un lado, se procuró contener mediante un retraso salarial la desenfrenada carrera de
precios y salarios. Por el otro, se trató de lograr la involucración de las FFAA con la
pretensión de que los militares se convirtieran en el sostén principal de un régimen político
que tendiera a la liquidación completa de las instituciones parlamentarias y de las libertades
públicas. La operación política concebida en torno al Rodrigazo resultó un descalabro total
que culminó con la defenestración de la figura de Isabel Perón. Sin embargo, ella
constituyó un importante hito de la historia del gobierno peronista, pues marcó el momento
en que las FFAA recuperaron plenamente la iniciativa política, y junto con ellas, los
sectores de la gran burguesía que habían quedado ala defensiva desde 1973. A partir del 3°
trimestre de 1975, los militares, que ya habían ganado un espacio considerable desde
principios de ese año al serles asignada la responsabilidad de la represión de la guerrilla en
la provincia de Tucumán, empezaron a manejar el tiempo de la política en función de un
proyecto de liquidación del régimen democrático.

Durante el lapso que medió entre el Rodrigazo y al caída de Isabel Perón en marzo de 1976
se fue configurando aceleradamente el síndrome de una sociedad desgobernada. Por una
parte, esto consistió en la desarticulación del frente de fuerzas que se había expresado a
través del FREJULI y del arco de partidos parlamentarios que compusieron la oposición
leal a su gobierno, es decir el radicalismo y la Alianza Popular Revolucionaria. El plano
más visible del proceso fue la descomposición misma del gobierno peronista; este perdió
totalmente el contacto con la sociedad. En un nivel más profundo que abarcó el plano de la
política global; ésta se redujo a la salvaje confrontación de FFAA y a la caza de víctimas
indefensas; la violencia se convirtió en el recurso cotidiano, y casi exclusivo, mientras la
abrumadora mayoría de los sectores movilizados a partir de 1969 completaron una parábola
de desactivación y de repliegue al cual contribuyeron, en dosis comparables, la decepción
ante la crisis y el fracaso del peronismo y el miedo. Los comportamientos económicos se
basaron en vivir al día.
Pero, por otra parte, la imagen de caos y de desgobierno no fue simplemente el resultado de
las torpezas y la ineficacia del gobierno y la parálisis de los actores ligados a él. A partir de
1975 dicha imagen fue fomentada deliberadamente por los dos actores que, desde la
política y la economía respectivamente, fueron constituyéndose en los censores severos y
externos no sólo del gobierno sino también de toda una manera de organización de la
sociedad argentina; es decir, las FFAA y la cúpula empresarial liberal que reaparece
espectacular y exitosamente con la creación de la APEGE (Asamblea Permanente de
Entidades Gremiales Empresarias). En principio denunciaron a un gobierno incapaz de
“poner orden”, tanto por su supuesta ineficacia en la represión como por su imposibilidad
de regular los comportamientos de los distintos sectores sociales.

La negativa de las FFAA a involucrarse con un régimen en descomposición, prolongando


una situación en la cual la soc arg se vio sometida a niveles de desgobierno, incertidumbre
y desquiciamiento económico sin precedentes hasta 1976, no sólo gratificó el
antiperonismo visceral de la gruesa mayoría de los miembros de la corporación militar y de
sus aliados sociales. Además, ello tuvo como objetivo dejar sentada una moraleja
ejemplarizadora, sobre la cual pudiera basarse legítimamente la fundamentación de la
propuesta de construcción de un orden social alternativo a la sociedad populista. La
cuestión pasaba a ser entonces, la creación de una nueva sociedad.

 EL GOLPE DE 1976: REVOLUCIÓN BURGUESA EN CONTRA DE LOS


PROLETARIOS…Y DE LOS BURGUESES
Al proyecto de establecer un gobierno de las FFAA, y no meramente apoyado por ellas, se
agregó la visión de la necesidad de producir un cambio profundo en la sociedad argentina.

El desafío de la guerrilla y la aguda crisis social fueron interpretados por los militares como
la manifestación de una sociedad enferma –y por lo tanto indefensa frente a la penetración
del virus subversivo-. Desde esta visión el populismo y el desarrollismo modernizante
aparecieron como las dos caras de una misma moneda. Para el diagnóstico de los militares
de 1976, una de las pruebas más contundentes de los límites del desarrollismo, yu en
definitiva de su confluencia con la premisa básica del populismo –es decir, la utilización
del crecimiento industrial como eje dinámico de la economía arg-, fue su política de
propiciar un pacto con el sindicalismo peronista.

En síntesis, para los militares el desarrollismo se transformó en el correlato del populismo.


La condena simultánea dejó el campo abierto a los postulados liberales y a sus
sostenedores.

En 1975/76, finalmente, los liberales pudieron articular un discurso en el que se integraron


3 núcleos temáticos que hasta entonces habían permanecido dispersos y que definieron la
matriz del orden a erradicar; la subversión, caracterizando como tal no sólo a las acciones
guerrilleras sino también toda forma de activación popular, todo comportamiento en
escuelas y fábricas y dentro de la familia, toda expresión no conformista en las artes y la
cultura y, en síntesis, todo cuestionamiento a la autoridad; la sociedad política populista: el
peronismo, los sindicatos, las oposiciones “complacientes” (es decir, los radicales y la
izquierda parlamentaria) y el Estado tutelar; y, por último, la economía urbana apoyada en
la dinámica del sector industrial, y sus soportes sociales básicos, una clase obrera
“indisciplinada” y un empresariado “ineficiente”.

Contrariamente a lo que una visión poco informada acerca de la naturaleza del liberalismo
argentino pudiera suponer, el recetario liberal de 1976 enfatizó la idea de un Estado fuerte.
El resultado fue una suerte de “liberalismo desde arriba”. Por un lado, se trataba de
caracterizar a la Argentina como una sociedad en guerra, con lo que se configuraban como
prioritarias las tareas militares de extirpación del cáncer subversivo. Las FFAA, por ende,
fueron presentadas como “responsables principales y últimas del destino nacional”, con una
serie de manifestaciones institucionales y simbólicas: la negación absoluta y a menudo
explícita del Estado de Derecho, la suplantación de los poderes constitucionales por las tres
armas, que se repartieron hasta el último cargo de intendente del pueblo más remoto y sus
prebendas, y el ejercicio del poder supremo del Estado por la Junta de Comandantes en Jefe
y no por un déspota semimonárquico al estilo de Onganía. Por el otro lado, el Estado se
perfiló como el instrumento fundamental en la subversión del “viejo orden” populista,
interviniendo activamente para “destruir el modo de acumulación hacia el cual la economía
se inclinaba naturalmente”.

La revolución en serie que proponían los liberales exigía, en principio, que el Estado se
disciplinase a sí mismo, eliminando las empresas públicas y empleos “superfluos”,
desmantelando sistemas de subsidio y absteniéndose de fijar precios sociales para sus
servicios. Sin embargo, la reforma del Estado avanzó muy lentamente; los mandos militares
permanentemente sabotearon las iniciativas de Martínez de Hoz sometiendo al frustrado
reformador a numerosos vetos a sus propuestas de achicamiento del Estado. En cambio, el
ministro de Economía tuvo más éxito en difundir la consigna acerca de la conveniencia de
destruir los “viejos hábitos” de trabajadores y empresarios. En el caso de los trabajadores,
la apelación a la idea del mercado, es decir de un universo en el cual sus componentes son
átomos, y se conciben como tales, respondió al propósito de destruir los mecanismos
mediadores, principalmente los sindicatos y las estructuras de representación obrera en las
plantas. La disolución de las centrales empresariales y de trabajadores y la intervención de
los gremios fue presentada por el gobierno militar como una depuración de una de las
numerosas ramificaciones del Estado corporativo populista. La disolución simultánea de la
CGT y de la CGE alteró radicalmente el tanteador de la puja social en favor de la burguesía
debido a una razón más gral. Mucho más que en el caso de otras clases sociales, la fuerza
de la clase obrera depende de sus posibilidades de actuar colectivamente.

Los años de Videla marcaron el período más extenso de inactividad sindical desde 1943.
Desde el lado de los empresarios, la estrategia adoptada fue la de la instauración de un
sistema económico de libre mercado a través, principalmente, de la apertura del mercado
interno a la competencia exterior, partiendo de la constatación de que bajo un sistema de
protección, las actividades productivas locales gozan de un margen de protección excedente
que hace del precio de competencia de la oferta externa un límite superior virtual pero no
efectivo.

 LA DESARTICULACIÓN DEL PACTO FISCAL


En la coyuntura de 1975 ya estaban prácticamente deshechos los mecanismos a través de
los cuales el sector público generaba, gestionaba y transfería recursos financieros. Los
principales mecanismos eran: 1) el sistema impositivo, 2) el sistema de jubilaciones y
pensiones, 3) el financiamiento de la infraestructura pública y 4) los subsidios al sector
productivo privado.

Las políticas económicas implementadas entre 1978/81, que en la práctica constituyeron un


híbrido dogmatismo monetarista y activismo estatista, tuvieron un fuerte impacto negativo
sobre las finanzas públicas. Tanto la sobrevaluación del peso como los elevados gastos en
obras públicas y en compras de armamentos, se financiaron preferentemente a través del
aumento de la deuda externa. La deuda se cuadriplicó durante los años de Martínez de Hoz.

En la coyuntura de 1981/82 confluyeron factores externos e internos para hacer estallar la


crisis. Las manifestaciones más directas de los factores externos se vincularon a la suba de
los tipos de interés a nivel internacional y a la brusca interrupción de la afluencia de nuevos
capitales.

A su vez, el factor interno más importante tuvo que ver con la acelerada deslegitimación
que sufrió el gobierno militar desde 1981.

A ello se sumó una fuga masiva de capitales que alcanzó una magnitud sin precedentes
gracias a la apertura financiera. Como buena parte de esos capitales eran propiedad de
residentes argentinos, las remesas al exterior destinadas al pago de intereses pasaron a
constituir transferencias de argentinos, induciendo así una drástica reversión del sentido de
los flujos financieros con el exterior. La crisis de la deuda, desatada a partir de agosto de
1982, fue parte de un proceso más general.

Por otro lado, se produjo la licuación de una porción significativa de la deuda privada al ser
transferidas las deudas externas e internas de las empresas al sector público. Estas
operaciones, al permitir que las empresas privadas recuperaran su viabilidad, lo hicieron a
costa de agravar aún más la vulnerabilidad de las finanzas públicas. Esta fue una de las
herencias más pesadas que recibió el nuevo gobierno democrático en 1983.

CAPÍTULO 3: EL REARMADO DE LA POLÍTICA ARGENTINA: 1983/2006

 POLÍTICA, ESTADO Y DEMOCRACIA DESPUÉS DEL COLAPSO DEL


AUTORITARISMO
Uno de los hechos más significativos del fin de siglo XX, que coronó la transición de la
década de 1980, fue la condena institucional de los crímenes y atrocidades cometidos por
los militares durante la dictadura. El Juicio a las Juntas Militares que habían gobernado al
país durante el régimen autoritario fue posible gracias a una reforma legal que permitió el
traslado a la órbita judicial de procedimientos de enjuiciamiento que, previamente, habían
estado exclusivamente radicados en la justicia militar. Al hacerse cargo del gobierno,
Alfonsín dispuso una reforma al Código de Justicia Militar. De acuerdo con esta reforma,
que se convirtió en ley, el Consejo Supremo de las FFAA, que instruía las denuncias sobre
presuntas violaciones cometidas entre marzo de 1976 y septiembre de 1983, tenía que
informar a la Cámara Federal si se producían demoras en la sustanciación de los procesos.
En caso de que la Cámara estimara que las demoras eran injustificadas, tomaría a su cargo
los juicios. El juicio desarrollado por la Cámara Federal en lo Penal culminó en 1985 con la
condena a cumplir términos de prisión efectiva impuesta a la mayoría de los integrantes de
las Juntas. Este desenlace convirtió a la Argentina en un caso único en América Latina.

Sin embargo, desde el punto de vista más limitado del propio gobierno, los beneficios
políticos que le reportó el Juicio a las Juntas Militares, y la exposición pública de la
mayoría de las atrocidades cometidas –a través de la creación de la Comisión Nacional de
Desaparición de Personas (CONADEP)- se esfumaron rápidamente. En 1986 nuevamente
se interpuso en el camino el Consejo Supremo de las FFAA al rehusarse a la
implementación de la disposición de la Cámara Federal de juzgar a los oficiales superiores
y otros encargados operacionales de la represión. El gobierno radical perdió
definitivamente la iniciativa en el frente militar cuando se sancionó la ley Punto Final en
diciembre de 1986. Esta ley tuvo un efecto boomerang, ya que, a raíz de su sanción, se
presentaron 487 demandas contra 300 oficiales superiores de las FFAA, el 30% de los
cuales estaba en actividad. El siguiente episodio fue la rebelión de los oficiales
“carapintadas” en abril de 1987, que tornó patéticamente evidente que los militares no
obedecían a las autoridades constitucionales.

J.C.TORRE

LOS SINDICATOS EN EL GOBIERNO 1973/76

LA TRAYECTORIA DEL SINDICALISMO ENTRE 1955/73

1. Las fuentes de poder del sindicalismo

Entre 1946/55 el movimiento sindical se había convertido en el actor principal, y el


derrocamiento del régimen político hizo surgir dudas sobre cuál sería su lugar en la nueva
etapa. A partir de 1955 su gravitación social y política se mantuvo, dicha gravitación no fue
constante; el lugar ocupado por el sindicalismo se amplió y comprimió repetidas veces,
como cabría esperar que ocurriese en un país caracterizado en los últimos 25 años por un
desenvolvimiento errático.

Partiendo de la hipótesis de que “la clase obrera argentina es una clase obrera madura”.
Surgen varios análisis:

 Desde un punto de vista demográfico, hace referencia, por un lado a la formación


de una masa de trabajadores asalariados que mayoritariamente están desvinculados
de la economía y la sociedad agrarias y residen en los grandes centros urbanos. En
la década del 40, aproximadamente el 50% de los trabajadores urbanos eran recién
llegados a la ciudad. Desde entonces, lo que ha caracterizado al país es la tendencia
al agotamiento de las reservas de mano de obra rural. Por otro lado, esa tendencia al
agotamiento de las reservas de mano de obra rural ha conducido, con el tiempo, a
que haya disminuido la proporción de los trabajadores urbanos con orígenes en
contextos socio-culturales semitradicionales.
 En un sentido socio-económico, se trata de una clase obrera madura en tanto y en
cuanto sus miembros poseen un alto grado de homogeneidad en su origen socio-
cultural y sus experiencias de vida. Se trata de obreros que son, por lo menos, 2°
generación urbana, esto es, que han superado el período de ajuste a la ciudad y han
crecido en un ambiente en el que las pautas tradicionales de autoridad se han
debilitado. Además son, por lo gral, 2° generación obrera, es decir, que han pasado
la mayor parte de sus vidas en el ámbito de sus familias y culturas obreras, que han
servido para reforzar la integración subjetiva a su condición de clase.
 También se puede hablar de una madurez política; la clase obrera tuvo acceso a los
derechos civiles, sociales y políticos que califican el status de miembro pleno de la
comunidad política nacional y que, en consecuencia, hayan podido perseguir sus
intereses económicos y políticos mediante sus propias organizaciones. A este
respecto, la década del 1° gobierno peronista (1946/55) puede ser considerada como
el período que culminó la institucionalización de la clase obrera. Es preciso
subrayar que las limitaciones puestas al derecho al voto, al derecho a asociarse y
negociar colectivamente los salarios actuaron sobre una fuerza social ya
previamente reconocida e insertada institucionalmente. De allí que la condición de
la clase obrera en esas circunstancias sea de una naturaleza muy diferente a la
marginalidad socio-política que caracterizara su status público en años anteriores a
su incorporación a la comunidad política nacional. Para una clase obrera
incorporada, la existencia del sindicalismo es una conquista irreversible.
Con una clase obrera madura es esperable que el sindicalismo se constituya en un hecho
central de la vida social y política.

Las reiteradas proscripciones, recaídas sobre el partido peronista llevaron a los sindicatos a
desempeñar, junto a su función propia de la defensa profesional de los trabajadores, la
función sui generis de representarlos en sus lealtades políticas mayoritarias.

Es posible distinguir, en 1° lugar, 2 fuerzas de carácter estructural, que concurren a


potenciar el poder del sindicalismo argentino:
a) Determinantes estructurales del poder sindical

I. Mercado de trabajo relativamente equilibrado: la escasez relativa de trabajadores ha


acompañado históricamente el desarrollo económico del país; las reservas mismas
de mano obra rural han estado limitadas por la inexistencia de una masa de
campesinos pobres. Para decirlo de otro modo, la ausencia de un amplio ejército
industrial de reserva ha contribuido a que los salarios se sitúen a niveles altos con
referencia a América Latina y a que los sindicatos dispongan de una gran capacidad
de recuperación en las luchas económicas.
II. Cohesión política de la clase obrera: desde que fuera computada por 1° vez, para las
elecciones de 1946, la correlación entre el voto de los trabajadores urbanos y el voto
peronista, la consistencia del electorado obrero ha venido ratificándose una y otra
vez. Este hecho, sumado a la relativa dispersión de las preferencias políticas de los
otros estratos sociales, ha depositado en los sindicatos una formidable arma de
presión política. La importancia crítica de la unidad política de la clase obrera ha
gravitado también sobre la dinámica interna del sindicalismo mismo. Por un lado,
ha limitado el alcance de las divergencias que se suscitan entre los cuadros
dirigentes. Por otro, ha galvanizado la adhesión de las bases obreras a sus
organizaciones, al poner en movimiento lealtades políticas que contribuyen a
compensar la falta de éxitos económicos.

Un aspecto que es de naturaleza distinta a los factores mencionados, ha contribuido


decisivamente a que los recursos económicos y políticos de los que dispone el sindicalismo
hayan sido movilizado de modo de condicionar el libre juego de las fuerzas del mercado y
la adopción de decisiones políticas: la estructura organizativa del sindicalismo
argentino, cuyos rasgos dominantes han sido:

Las unidades de encuadramientos sindical típicas han sido las ramas de


actividad;
 El monopolio de la representación sindical por unidad de encuadramiento, esto
es, que solo un sindicato es reconocido como agente de negociación;
 La articulación de la estructura sindical en forma de pirámide;
Se trata de una estructura sindical fuertemente agregada, no competitiva y centralizada.

b) Determinantes políticos del poder sindical

En el propio diseño de la ley, que favoreció la expansión del poder sindical, estuvo
inscripta la voluntad de controlar el poder sindical. La institución del monopolio sindical,
por la cual el Estado otorga al sindicato la personería gremial reserva a la burocracia
pública el derecho de controlar al sindicato en el desempeño de sus funciones gremiales, su
vida política interna y el uso de sus fondos.

El control sobre la acción sindical que está virtualmente incluido dentro de la legislación
sindical presupone siempre un actor político en el Estado. La crisis política posterior a 1955
se definió por la ausencia de un personaje semejante y, permitieron a los sindicatos
neutralizar los controles legales que regulan su actuación. Solo cuando la instalación de un
régimen autoritario acudió respondiendo al clamor contra el “excesivo poder de los
sindicatos” el peso socio-político de estos últimos fue momentáneamente limitado.

Pero más allá los rasgos de la clase obrera que contribuyen a potenciar la capacidad de
presión económica y política del sindicalismo, este se define también según el campo de
fuerzas dentro del que se ejerce. El poder sindical no es solo función de los atributos de los
trabajadores que organiza, sino que es, a la vez, función de las características de los grupos
sociales y políticos a los que se confronta. El poder de presión que logró movilizar el
sindicalismo fue un poder que supo extraer de la debilidad política y la fragmentación
social de las fuerzas a las que enfrentó en el terreno económico y político: a) gobiernos
constitucionales sin un respaldo social amplio, constantemente amenazados por un golpe
militar, b) dispersión y endeblez de los partidos políticos, c) las divisiones existentes entre
las fuerzas empresariales.

La articulación económica y política del movimiento obrero organizado no tiene una


contrapartida comparable en las otras fuerzas, a saber no se ha formado una central
empresaria que comande una representatividad similar a la de la CGT; el mundo de los
negocios ha mostrado una permanente reticencia a involucrarse en la actividad política
partidaria, prefiriendo hacer lobbyng en los regímenes militares y los partidos han quedado
confinados a ser canales para la influencia de las escasamente cohesionadas clases medias.
Si ha existido un sobredimensionamiento del poder sindical, como lo sugiere la protesta
contra “el excesivo poder de los sindicatos”, su verdadero origen no ha estado, entonces, en
los fondos que manejan; sino en el marco de una comunidad fragmentada.

La ampliación del papel del sindicalismo, su tendencia a prescindir de la mediación


partidaria para negociar en forma directa con el Estado y los grupos de poder lo ha llevado
con frecuencia a actuar en terrenos situados más allá de sus fines profesionales.

Los sindicatos pesan demasiado sobre la vida del país para despreocuparse de los efectos
económicos y políticos de su intervención. Ciertamente, por mucho tiempo se han sentido
ajenos al orden institucional, pero las vicisitudes de la historia política los llevaron a
participar en el gobierno entre 1973/76.

2. la reconstitución del sindicalismo peronista

Si hubo un ideal general que unificó la convulsionada historia del país después de 1955, ese
fue el de disminuir la importancia que habían alcanzado los sindicatos a los efectos de:

a) revertir la distribución del ingreso, reconstruir los beneficios empresariales y alentar


nuevas inversiones de capital;

b) acrecentar la disponibilidad de la fuerza de trabajo para ponerla al servicio de una


racionalización de la estructura productiva y;
c) crear un orden político menos dependiente del sostén activo de la clase obrera.

Más allá de la común intención de redefinir la relación de fuerzas en perjuicio de las bases
sociales del peronismo, poco era lo que acercaba entre sí a los componentes de dicha
coalición. Una política regresiva de ingresos despertaba los justificados temores de las
clases medias asalariadas; las altas barreras proteccionistas era vista desde ángulos
diferentes por los propietarios rurales, y la creación de un orden político nuevo estimulaba
las ambiciones rivales de los partidos.

De una 1° etapa en la que las bases obreras y los dirigentes sindicales aparecieron unidos en
la resistencia a la ofensiva antilaboral de los años 1956/59 se arribó a una situación, sobre
todo a partir de 1969, marcada por la proliferación de rebeliones intrasindicales. La
culminación de esta trayectoria –con el retorno del peronismo al gobierno en 1973- cerró
todo un ciclo en el que el sindicalismo fue definiendo su fisonomía actual a través de sus
relaciones con Perón, sus propias bases y la constelación de fuerzas sociales y políticas.

La reconstitución del sindicalismo peronista dio comienzo en 1957, cuando el gobierno


militar convocó a elecciones en los sindicatos intervenidos en 1955. Previo al llamado
electoral, un decreto oficial inhabilitó para el desempeño de cargos gremiales a los
dirigentes que ocuparan esas posiciones bajo el derrocado régimen. La presentación a estas
elecciones fue la ocasión para el estallido de un premonitorio conflicto entre Perón y el
nuevo equipo de líderes sindicales. El jefe peronista había ordenado el boicot a las
elecciones y el reconocimiento, como autoridades legales, a las anteriores a 1955 reunidas
en una central obrera clandestina. Desoyendo estas consignas, los cuadros de 2° línea
formados antes de 1955 y otros más nuevos se presentaron a las elecciones y ganaron el
control sobre un importante n° de sindicatos.

Instalados en el poder, les fue fácil hacerse perdonar esa indisciplina inicial. Perón
necesitaba demasiado esas estructuras sindicales para recrear su movimiento político. Por
su parte, los nuevos líderes no podían ignorar que su ascenso se debía a la común
identificación con el peronismo que los unía a sus bases. El ostracismo político en el que se
encontraban los sectores obreros, la súbita debilidad de un movimiento sindical otrora
poderoso tendieron a reforzar el primado de los vínculos ideológicos.

Estos avances del sindicalismo peronista eran limitados frente a la magnitud del retroceso.
En 1957 los líderes sindicales peronistas lograron frustrar la normalización de la CGT
planeada por el gobierno militar. Pero este bloqueo se dio en un contexto en el que las
negociaciones colectivas estaban suspendidas, el estatuto sindical de 1945 anulado y el
partido peronista proscripto.

La salida que tenía por delante el movimiento peronista pasaba por una radicalización de
las luchas e, incluso de sus propias formulaciones ideológicas. En la situación de debilidad
en que se hallaba, los fines negociables que podía obtener eran reducidos.
Para el sindicalismo no quedaba, pues, otro camino que replegarse sobre su aislamiento
político y acentuar el carácter no integrable de sus demandas: la consigna de la
rehabilitación del peronismo y, eventualmente, de su retorno al poder sirvió a ese propósito.
Colocadas en esta perspectiva, las derrotas aparecían como reveses momentáneos, en una
marcha que se presentía larga y llena de escollos.

Por otra parte, la centralidad que recibió ese objetivo político permitió al sindicalismo
capturar el sentimiento de alienación política existente entre las masas trabajadoras. Las
huelgas, con alta participación activa, contribuyeron a fortalecer la solidaridad entre los
cuadros y las bases y rodearon de un valioso prestigio al emergente liderazgo sindical.

Este carácter de las luchas obreras durante “la etapa de la resistencia”, ayuda a explicar su
fuerte conflictualidad y la gravitación, dentro de ellas, de orientaciones ideológicas que, por
su radicalismo, eran nuevas en la tradición del sindicalismo peronista. La común profesión
de fe peronista tendía un puente en el ala radical del peronismo y las posiciones sindicales y
oscurecía el contraste profundo entre quienes colocaban su combate contra el poder militar
bajo los ideales de una revolución más vasta y aquellos otros que encontraban en dichas
consignas una proyección política para el objetivo más modesto de asegurar su
supervivencia como fuerza social organizada.

La ambigüedad se fue develando, en parte, a medida que el aislamiento inicial del


peronismo se quebró por la multiplicación de las solicitaciones de los que fueron
descubriendo que no existía fórmula de gobierno viable sin su respaldo o su benevolencia.

3. los sindicatos y el sistema político

La política económica del nuevo gobierno, luego de una etapa inicial de aumentos masivos
de salarios, afectó la posición de los trabajadores en la distribución del ingreso. La
estrategia de desarrollo frondizista consistió en un esfuerzo de capitalización tendiente al
logro de una mayor integración industrial, donde era la inversión y no el alta salarial, la que
cumplía la función de generar la demanda. Para lograr esa capitalización, los recursos de
capital provinieron, por un lado, de la entrada de capitales extranjeros y, por otro, de la
compresión del salario real.

Los sindicatos no demoraron su respuesta a este repentino revés de las esperanzas puestas
en el triunfo electoral y lanzaron contra su reciente aliado una ola de movilizaciones de una
envergadura inédita. La ofensiva sindical se estrelló sin embargo contra el bloque unitario
que se formó en defensa del programa de modernización capitalista emprendido por el
desarrollismo: el mundo de los grandes negocios y las jerarquías militares.

El colapso de las huelgas de 1959/60 cerró el ciclo de movilizaciones iniciado en 1956.


Bajo el impacto de las derrotas y de la penuria económica, se produjo un reflujo de la
intensa participación de masas que había acompañado hasta entonces a la acción sindical.
Los acuerdos negociados en el marco de la debacle acentuaron este retroceso mediante
disposiciones que recortaban, drásticamente, las atribuciones de los órganos privilegiados
de la militancia de base, las comisiones internas de empresa. El sindicalismo peronista se
encontró paralizado, precisamente en el momento en que la lucha por su reconocimiento en
el sistema político parecía culminar con éxito.

Pero fue en ese contexto en el que comenzó una política de cooptación del gobierno, por la
que se aseguraban ventajas oficiales a los dirigentes adictos y la mayor intransigencia a
quienes se negaran a ella. Esto se debió al hecho mismo de que el mundo sindical encerraba
potenciales soportes para un poder político a menudo frágil. Con respecto a esto, el
crecimiento de los sindicatos a partir de 1975 dio origen a vastos aparatos burocráticos que,
además de negociar los contratos de trabajo, proveían a los afiliados los beneficios de una
extensa gama de servicios sociales. Los dirigentes sindicales no eran solo los que discutían
el nivel del salario sino también, los administradores de un enorme patrimonio social. Los
recursos ligados a estos aparatos creaban una red de clientelas y de influencias cuyo
mantenimiento no era independiente del favor de los gobiernos.

Llamando la atención sobre esta dependencia, advirtiendo sobre los riesgos de una excesiva
militancia, Frondizi procuró atraer a los líderes sindicales e integrarlos a su empresa
política. Esta tentativa tuvo un rédito limitado: el éxito de la política de cooptación está en
relación directa con la capacidad de sacar partido de la debilidad de los aparatos sindicales
y con la magnitud y durabilidad de las concesiones que puedan ofrecerse. El precario poder
surgido de las elecciones de 1958 no estaba en condiciones de garantizar ni lo uno ni lo
otro.

La otra táctica que Frondizi siguió frente al sindicalismo peronista, poco después del
colapso de las movilizaciones de 1959, fue la de levantar las restricciones que pesaban
sobre los sindicatos, iniciar negociaciones para la normalización de la CGT y permitir la
semilegalización del peronismo, que accedió a ella creando estructuras partidarias basadas
principalmente en los aparatos sindicales.

El sindicalismo peronista aprovechó esta apertura para reingresar a la arena política y lo


hizo con la misma beligerancia, el mismo radicalismo, con los que había conducido sus
luchas desde 1956. El reconocimiento que el gobierno le ofrecía no bastaba para poner fin a
sus recelos.

Pero esta radicalización política carecía entonces del respaldo de la movilización de masas
de los años 1956/59. El n° de huelgas cayó notablemente en 1961/62 y se amplió, por
consiguiente, la distancia entre el nivel de las expresiones políticas y el de las luchas
sociales. este sindicalismo se encontraba ahora a la defensiva, obligado a asistir
pasivamente al proceso de reorganización capitalista en curso: las nuevas ramas
productoras de bienes durables y de capital se expandían mientras las empresas ligadas al
consumo de los asalariados entraban en una fase de relativo estancamiento; parecía como si
la estructura productiva se moviera hacia un modelo dualista con exclusión de los sectores
obreros y en el que solo una fracción de éstos tendría cabida trabajando para un mercado
compuesto por los grupos sociales de altos ingresos.

4. la estrategia de presión política del sindicalismo

El retroceso sindical, tan visible en el terreno económico, era menos rotundo en la escena
política. Esta circunstancia permitió a los sindicatos compensar, en parte, su debilidad en el
mercado de trabajo y recurrir al auxilio de una estrategia de presión política. Por sus
recursos, por sus objetivos, esta estrategia difería sustancialmente de la acción sindical
basada en la movilización de base. El sindicalismo perseguía ahora afectar la estabilidad del
gobierno, utilizando su capacidad de provocar crisis y conmociones en el orden público.
Contaba para ello con una clase obrera disciplinada, que secundaba masivamente sus
llamados a la huelga general. Es así que, a lo largo de 1961 3 paros grales consiguieron
quebrar la rígida política de salarios oficial, llevaron a la renuncia de 3 ministros de
Economía. Estas experiencias llevaron a los dirigentes sindicales la conciencia de que el
camino más corto para consolidarse era explotar el poder de presión que les confería su
ubicación en un sistema político caracterizado por la fragilidad de los gobiernos y la
persistente división de sus adversarios políticos y sociales.

La apertura de Frondizi fracasó en su intento por integrar a los líderes sindicales en su


empresa política. Pero hizo posible la incorporación del sindicalismo al cambiante juego de
transacciones políticas que dominó el orden postpopulista. Podría argumentarse que,
concibiendo a los sindicatos como un grupo de presión más, se les concede una libertad de
maniobra que no se reconcilia muy bien con las fuertes limitaciones de carácter legal que
regulan su comportamiento. Mas el control sobre la acción sindical que está potencialmente
incluido dentro de la legislación existente presupone siempre un poder estatal que esté en
condiciones de hacerlo efectivo. Precisamente este poder estatal fuerte fue el que estuvo,
con frecuencia, ausente del sistema político levantado a la caída del régimen peronista.

La estrategia de presión política de los sindicatos entrañaba, no obstante, un delicado


equilibrio porque su propia dinámica entregaba poder de regateo a los militares y ponía en
peligro el propio sistema político del que derivaba su peso político social. Cuando en 1962
los líderes sindicales decidieron llevar al peronismo a las elecciones provinciales, ese
peligro se tradujo en los hechos. Contra los cálculos de Frondizi, su partido fue superado
por el voto peronista en los principales centros del país, y todo indicaba que esa tendencia
se mantendría en las elecciones presidenciales de 1964. Este fue el fin de su gobierno y
pareció que lo sería de la participación alcanzada por los sindicalistas. Pero los militares se
mostraron divididos respecto al futuro poder que tan fácilmente habían conquistado y se
reabrió una vez más el juego político.
Los años 1962/63 fueron un lapso durante el cual el sindicalismo peronista no sólo
mantuvo su poderío sino que también logró acrecentarlo con la recuperación de su control
sobre la CGT. Este sindicalismo era considerado por los militares y los grupos políticos
como uno más de los “factores de poder”. Su reabsorción dentro del orden postpopulista
tuvo 2 consecuencias:

A. El énfasis previo en los fines de largo plazo dejó paso a reivindicaciones sectoriales;
fue desapareciendo del discurso sindical “el retorno del peronismo al poder” y su
lugar fue ocupado por un mayor acento en la participación dentro del sistema
político. Perdió importancia la línea radicalizada bajo la que había librado sus
luchas hasta entonces. La figura dominante de este movimiento obrero pragmático y
dispuesto a la negociación fue Augusto Vandor.
B. Transformación de la acción sindical de una acción asentada en la movilización de
masa a una participación de tipo instrumental, fundada en un cuidadoso cálculo de
pérdidas y ganancias. En este sentido, una organización sindical débil y libre de
compromisos como la existente en los años 1956/59 podía lanzar contra el Estado la
protesta activa de las bases obreras; empero, para esta nueva organización sindical,
que recuperaba la CGT, los costos de una participación semejante serían altos y
prefería descansar sobre dispositivos controlados, como las huelgas grales, en las
que la acción de masas estaba descartada de antemano y lo que importaba era la
eficiencia de los aparatos. Por otra parte, 1962 reveló que el poder de presión
política del movimiento sindical no estaba estrictamente ligado a la coyuntura
económica y si a la trama de los acuerdos que estuviera en condiciones de articular:
1962 se caracterizó por una aguda recesión como resultado de la caída de las
exportaciones y el aumento de las importaciones industriales estimulado por el
programa de desarrollista. Las medidas para conjurarla consistieron en las
tradicionales técnicas de devaluación del peso y el alza de los precios
agropecuarios. La depresión aproximó las quejas comunes de los sindicatos y los
sectores del empresariado mediano, concretándose una 1° edición de la política de
alianzas que vincularía las direcciones de la CGT y la CGE. Este acuerdo,
prolongado luego por un paro gral de 48 hs, recibió la adhesión de los partidos
políticos y confirmó a los líderes sindicales que la hora de su marginamiento había
pasado.
El marco dentro del que desplegaron ese vigor y esa independencia, lo proveyó el gobierno
de Illia instalado en 1963. Fruto de una nueva versión de la política de proscripciones, el
gobierno de los radicales contó, desde un comienzo, con la oposición del movimiento
sindical peronista, sin lograr representar tampoco al poderoso bloque económico
consolidado durante la experiencia frondizista. Antes de caer en 1966, desplazado por un
golpe militar, sirvió al apogeo del sindicalismo liderado por Vandor.

A pesar de que una próspera coyuntura económica caracterizada por buenas cosechas e
incremento de las exportaciones del agro, hizo posible la recuperación y el lanzamiento de
una política de mayores salarios reales y empleo, el movimiento sindical no dio tregua al
gobierno. Se prosiguió el plan de lucha través de una escalada de ocupaciones de fábricas,
escrupulosamente planificadas. Aunque las demandas económicas ocupaban un lugar
prominente en la propaganda sindical el objetivo era, básicamente, de orden político y
apuntaba en varias direcciones:

 Frente al gobierno, destinatario explícito del Plan de Lucha, la movilización sindical


se proponía bloquear el proyecto radical de recortar el poder de las asociaciones
obreras;
 Paralelamente, los líderes sindicales procuraban reforzar su presencia en la arena
pública y hacer saber a los militares y al mundo empresario que todo futuro arreglo
político, como el que se tramaba en los cuarteles y clubes exclusivos, debía tenerlos
a ellos como aliados indispensables;
 Con relación a Perón su acción perseguía demostrar la capacidad del movimiento
sindical para darse metas políticas independientes.
Después del Plan de Lucha, recurrieron a la que había sido su consigna en el pasado, el
regreso de Perón y continuando con un asedio a la administración radical, montaron la
frustrada operación retorno de 1964. A su vez, el período radical también fue testigo de la
creciente fortaleza del sindicalismo vandorista. Fracasado el retorno de Perón a la
Argentina, los dirigentes sindicales creyeron llegado el momento de poner fin a su
incómodo acatamiento a quien se interponía entre ellos y el orden político en el que habían
logrado ser finalmente aceptados.

El proyecto que los opondría a Perón reclamaba para el movimiento peronista una gestión
interna más democrática y dirigentes representativos de las bases locales y tenía la
intención de institucionalizarlo como una fuerza política más. El conflicto estallaría en
1963 con motivo de las elecciones provinciales de Mendoza en las que concurrieron Perón
y Vandor; allí, reafirmando su peso político en un terreno que siempre le fuera propicio
Perón se impuso. Sin embargo, la corriente vandorista retuvo el poder suficiente para
desplazar de los aparatos sindicales a los sectores que optaron por la fidelidad a Perón, los
que, encabezados por el ex-secretario de la CGT, José Alonso, formaron una corriente
aparte dentro de las llamadas “62 Organizaciones”. En parte por su propio enfrentamiento
con el gobierno radical, las energías de los sindicalistas se concentraron en adelante, en la
conspiración militar de junio de 1966.

5. el sindicalismo en crisis

La imagen demasiado optimista que los líderes sindicales tenían de su lugar en la Argentina
postpopulista les impidió ver que el golpe militar en preparación, alteraría posiciones que
creían firmes. En particular, parecían olvidar que su fortuna se debía mucho a la existencia
de un juego político relativamente abierto que obligaba a los gobiernos, y a quienes se
colocaban en la oposición, a solicitar su apoyo o su neutralidad.

En los ámbitos más concentrados de la industria y las finanzas estaba planteado un proyecto
ideal de racionalización de la estructura productiva y de redefinición del Estado: al hacerlo
suyo, los militares de 1966 decidieron anular al mismo tiempo, el complicado sistema de
negociaciones políticas que tantos obstáculos ponía a su realización. Con ello anularon,
igualmente, las bases mismas de la estrategia de presión política del sindicalismo. El
régimen autoritario de Onganía congeló súbitamente el poder de presión de los grupos
sociales y abrió las puertas para que el predominio económico alcanzado desde 1959 por
los sectores oligopólicos del mundo de los negocios se proyectara sobre el orden político.
El artífice del plan económico, Krieger Vasena:

1. Promovió una transferencia de ingresos desde los asalariados y el agro a los


empresarios urbanos, en particular a las grandes empresas, mediante el control
estatal de los salarios y la captación por el Estado de los beneficios extraordinarios
de las exportaciones agropecuarias;
2. reorganizó el papel del aparato estatal, sustituyendo las funciones de patronazgo y
protección, por la tarea de crear las economías externas requeridas por las
necesidades expansivas de las empresas modernas;
3. se lanzó la eliminación de los bolsones de la irracionalidad capitalista constituidos
por las actividades más ineficientes y aceleró la concentración y la
internacionalización del poder económico.
El plan significaba, pues, un verdadero desafío, ya que su suerte pasaba a depender de la
fortaleza del gobierno para controlar el rechazo de los sectores afectados, mientras
maduraban los prometidos frutos de la modernización.

Si bien los ingresos en gral tendieron a crecer, la distancia entre los beneficios captados por
el polo moderno de la economía y el resto no cesaba de ampliarse. La racionalización
productiva impulsada por Vasena había acarreado severos costos para los sectores que no
lograron ajustarse a los patrones de eficiencia reclamados desde el gobierno: la pequeña y
mediana empresa y algunas economías regionales; a los que se agregó el reclamo de los
propietarios rurales y el de los trabajadores que vieron retroceder sus posiciones relativas
en los ingresos, frente al avance de los grandes capitales industriales y financieros. El grado
considerable de articulación de la sociedad argentina transformó esta acumulación de
tensiones en un formidable y explosivo movimiento que, a partir de 1969, fue sacudiendo
los cimientos del régimen militar.

El autoritarismo del presidente Onganía proveyó el elemento coadyuvante a esta vasta y


heterogénea protesta. El golpe militar de 1966 había clausurado la actividad de los partidos,
suspendido las negociaciones colectivas, en favor de una gestión centralizada del gobierno.
Pero abrió una peligrosa cesura entre la sociedad civil y un poder cada vez más arrogante.
Mientras duró el repliegue político que siguió al golpe militar, la recuperada soberanía
política del Estado dotó al ministro Krieger Vasena del margen de maniobra adecuado para
imponer su plan. Pero cuando estalló el descontento en 1969, quedó en evidencia la otra
cara de dicha soberanía estatal, la omnipresencia de un poder autoritario colocado al
servicio de un proyecto económico escasamente popular.

Así, la visualización del gobierno en las diversas decisiones, llevó a que las quejas de los
sectores afectados se politizaran de inmediato y acarrearan un cuestionamiento de la
autoridad estatal. El malestar tendió a expresarse en forma inorgánica, a través de motines y
huelgas ilegales, hasta culminar con la aparición de la guerrilla.

La consecuencia inmediata del estado de rebelión social después del Cordobazo, fue la
renuncia de Krieger Vasena y la fractura de la unidad militar. La situación de desobediencia
generalizada trajo al 1° plano de la atención de los militares los problemas de la seguridad
interna y, luego de defenestrar a Onganía, comenzaron a buscar una salida política que
hiciera posible encapsular institucionalmente la protesta y devolverlos otra vez a los
cuarteles.

Las luchas obreras posteriores a 1969 constituyeron uno de los fenómenos más novedosos
que dejó por herencia el gobierno de la llamada “Revolución Argentina”.

Con todo esto, se puede observar que el optimismo de los medios sindicales se fue
evaporando a medida que el gobierno comenzó a desplegar su programa económico: se
modificaron los regímenes de trabajo en el puerto y los ferrocarriles y se procedió al
redimensionamiento de la industria azucarera mediante el cierre de los ingenios más
deficitarios. Estas medidas, tomadas en nombre de la eficiencia gral de la economía,
provocaron la comprensible resistencia de los trabajadores. La CGT cedió a esas demandas
y ordenó una paralización gral de actividades. Esta reluctante reacción sería también la
última. En marzo de 1967 la central obrera se rindió. Más tarde recibió el golpe de gracia:
el ministro de Economía suspendió por 2 años las convenciones colectivas de trabajo,
reservándose para sí la facultad de fijar las retribuciones salariales durante dicho período.

El colapso de la política consistente en golpear 1° para negociar después desencadenó una


grave crisis de liderazgo en los ámbitos sindicales. Mientras la mayoría de los dirigentes
obreros optó por dar un paso atrás refugiándose en una prudente pasividad, un sector menor
se acercó al gobierno para aspirar a los favores menudos que el presidente Onganía ofrecía
a cambio del sometimiento a su política, entrando en un letargo político.

La primera ruptura de la impasse, todavía en el nivel de las direcciones sindicales, ocurrió


en ocasión del congreso de la central obrera de 1968, durante el cual se fraccionó un
movimiento de oposición sindical que sería conocido como la “CGT de los Argentinos”,
animado por líderes de las industrias en crisis. La reacción más vasta y duradera se produjo
más tarde, a partir del Cordobazo.

La experiencia más notoria de este tipo de acción obrera fue la protagonizada por los
sindicatos SITRAC y SITRAM entre 1970/71. La resistencia era posible; sumadas a los
motines regionales, las manifestaciones estudiantiles, las críticas de los proscriptos partidos
políticos, empujaron a un golpe militar, cada vez más aislado, a buscar una salida política.
En esta atmósfera, que habría de ir en aumento hasta las elecciones de 1973, sólo repuntó la
tasa de inflación, poniendo de manifiesto la decisión de los grupos sociales de recuperar las
posiciones perdidas. La generalización de los conflictos laborales y la reanudación de las
pujas por la distribución del ingreso –a las que se agregaba una guerrilla- sirvieron de
marco al fin de la experiencia iniciada en junio de 1966 y habrían de rodear el inesperado
giro que tomaría la historia política con el retorno de Perón al poder.

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