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Conicet- Universidad Torcuato Di Tella.
Robert Gellately (R. G.): —La obra de Goldhagen quedó casi completamente
desprestigiada entre los especialistas. Ya ningún historiador serio la considera, excepto
para señalar cuán equivocada está. Cuando yo lo reseñé, consideré conveniente
recordarles a los lectores que el antisemitismo era bastante más importante de lo que
muchos especialistas en general estaban dispuestos a admitir. Todavía hoy hay quienes
siguen hablando de un “Holocausto sin antisemitismo”. El peor de los casos es el de
Götz Aly que señaló las causas materiales que están por detrás de los asesinatos en
masa: el puro y simple deseo del botín1. Sin embargo, lo cierto es que los judíos fueron
asesinados del modo más despilfarrador posible. Las propiedades fueron saqueadas y
destruidas, con el propósito de dar con las “joyas escondidas”, sin que nadie sacara
provecho de ellas. Sólo en cierto grado el tesoro alemán obtuvo algo de dinero. Además,
a partir de 1943, cuando Alemania desesperaba por conseguir trabajadores para sus
fábricas de municiones, los asesinó sin remedio.
Ahora bien, Goldhagen sostuvo que el apoyo proporcionado por los alemanes al
nazismo provenía casi enteramente del hecho de que Hitler procuraba llevar adelante su
“proyecto nacional alemán”, que habría consistido en asesinar a todos los judíos de
Europa. El papel de Hitler desde su perspectiva sólo se habría limitado a liberar las
trabas puestas al antisemitismo, dado que los alemanes hacía tiempo que ya habrían
venido presionando en pos del asesinato en masa de los judíos. Yo creo que el papel de
Hitler fue más relevante que eso; no obstante, es cierto que no se lo puede entender sin
atender a la opinión popular alemana. Y en este sentido diría que el apoyo de los
alemanes hacia Hitler abrevó en varias fuentes. Algunos se dejaron llevar cuando se
recuperó el nivel de empleo; otros, cuando vieron que Hitler recuperaba terreno para
Alemania en la política exterior; otros más porque vieron que él jugaba la carta de “la
ley y el orden”. El objetivo de Hitler fue convertirse en un dictador popular, y casi diría
que lo logró. En 1939, o bien a mediados de 1940 luego de la derrota de Francia, e
incluso todavía en octubre de 1941 cuando sus ejércitos estaban a las puertas de Moscú,
Hitler era considerado por su pueblo como uno de los más grandes estadistas de todos
los tiempos. ¿Cómo puede todavía haber estudiosos que duden de esto?
Peter Fritzsche (P. F.): —Mi último libro, Death and Life in the Third Reich, fue y
seguirá siendo comparado con Goldhagen. En un sentido general, yo acepto sus
apreciaciones. No pongo en duda que existió un amplio apoyo al nazismo, que este
apoyo no hizo más que crecer y que la complicidad, así como también la indiferencia,
explican la relación entre los alemanes y los judíos. Para decirlo de un modo tajante: los
alemanes se convirtieron en nazis porque quisieron. No obstante, existen enormes
diferencias entre mi obra y la de Goldhagen.
No discuto que el antisemitismo creciera en la Alemania de Weimar, pero no fue más
que uno de los tantos hilos que conectaba a los alemanes entre sí. Lo pavoroso de 1933
no fue sólo el crecimiento del antisemitismo, y que cada vez más alemanes se
dispusieran a aceptar el argumento de los nazis de que Alemania necesitaba una
marginalización de los judíos, sino además el hecho decisivo de que toda la textura
social se disolvió desde el momento en que los alemanes vieron a sus vecinos judíos
sólo como judíos, y nada más que como tales. Goldhagen no ve este aspecto. Sostiene
que ya antes de 1933 los alemanes compartían un antisemitismo eliminacionista y que
lo característico de los nazis fue que simplemente se atrevieron a llevar a la práctica
algo en lo que ya todo el mundo creía. Pienso que esto es incorrecto y carece de
fundamentación. En pocas palabras, Goldhagen reduce el problema a un argumento
demasiado simple que no le permite ver los cambios que se dieron en los alemanes a lo
largo del tiempo. Los aspectos clave del proceso no pueden perderse de vista: el papel
1
Götz Aly es autor de La utopía nazi. Cómo Hitler compró a los alemanes, Barcelona, Crítica, 2007.
desempeñado por la derrota de 1918, la histeria a la que dio lugar, la capacidad de los
nazis de movilizar a los alemanes luego de 1933, y en especial, luego de 1943.
Goldhagen se limitó a poner de relieve que había mucho más antisemitismo en
Alemania, en especial a nivel popular, de lo que los historiadores estaban muchas veces
dispuestos a admitir. Pero yo rescataría el valor de la fórmula que William Sheridan
Allen expresara hace ya cuarenta años: los alemanes se interesaron por el antisemitismo
porque se inclinaron por los nazis, y no al revés. Hay algo más que podría agregar por
mi parte, sin embargo. Luego de largos años de investigar en torno al Tercer Reich y el
Holocausto, uno no deja de encontrar una particular crueldad que excede cualquier
posibilidad de explicación en las actitudes de los nazis, y de los alemanes, para con los
judíos. Por algo los lectores le prestaron tanta atención a las sospechas que por primera
vez planteó Goldhagen. Con todo, sigo pensando que el argumento de Saul Friedländer
de que el antisemitismo es inseparable de la redención política, económica e histórica de
Alemania —supongo que se refería a 1918— constituye la explicación más convincente
acerca de la particular intensidad que adquirieron las políticas antijudías de los nazis.
—¿En qué aspectos sus obras han contribuido a iluminar la cuestión del
Holocausto?
R.G.: —Mi obra, en especial mis más recientes libros, es crucial para la comprensión
del Holocausto. Muestra que si bien la gente no se hubiera resuelto a apoyar a Hitler, la
persecución de los judíos y otros grupos no habría alcanzado las dimensiones que tuvo.
Nunca lo sabremos con certeza de todas formas. Todo lo que podemos decir es que en
aquellas ocasiones en que la sociedad no apoyó lo que Hitler o su régimen procuraban
(como en el boicot de abril de 1933 por ejemplo), hubo que dar marcha atrás. Sabemos
que Hitler estaba muy preocupado por su popularidad, que cancelaba medidas que se
topaban con la menor objeción de la gente; por ejemplo, el partido removió en 1938 los
crucifijos de las escuelas pero luego de una muy breve protesta, las cruces fueron
repuestas en sus sitios.
P.F.: —Mi obra ilumina los debates sobre el Holocausto en varios sentidos. En primer
lugar está el hecho de que muchos, muchísimos alemanes, comprendieron cabalmente la
política antijudía de los nazis desde sus inicios. Se familiarizaron con las ideas
antisemitas acerca del problema judío y sus posibles soluciones, con la cuestión de la
“influencia judía” y las “cuotas judías”, con los pogroms de 1938 y con los asesinatos
en masa después de 1941. A veces quedaron desconcertados por el crimen y las
deportaciones. Al mismo tiempo, una amplia mayoría asoció las políticas de los nazis
contra los judíos con la preservación y la protección del Reich.
En segundo lugar, cuando los alemanes pensaban en la cuestión judía, iban más allá
todavía: focalizaban deliberadamente la moralidad nazi en su totalidad. Interpretaron las
acciones de los nazis contra los judíos, y sus propios prejuicios anti-judíos, en el marco
de un cuadro más amplio que comprendía las luchas existenciales de Alemania. En otras
palabras, hubo mucha más deliberación moral y política, además de discusiones reales,
sobre el papel de los judíos en el Tercer Reich, de la que muchas veces estamos
dispuestos a aceptar. De todas formas, la cuestión judía se perdió de vista luego de 1943,
en especial porque los judíos estuvieron cada vez más absorbidos por sus propios
problemas. Creo que se sabía más sobre el Holocausto en Alemania en 1941 que en
1944. Puesto que mi argumento se concentra en subrayar cómo los ciudadanos alemanes
se encolumnaron por detrás del proyecto nazi, le doy gran importancia a la
responsabilidad moral y política de los alemanes corrientes.
Una cuestión más: a fin de conservar su fe en la victoria de Alemania, en los años de
la derrota (1943-1945) los alemanes se mostraron inclinados a enterrar los crímenes. Es
insólito el hecho de que sólo muy pocos alemanes hayan podido imaginar, y mucho
menos todavía desear, una alternativa al Tercer Reich, al menos hasta antes de su final
en 1945.
— ¿Por qué, entonces, los alemanes apoyaron a Hitler? ¿Cuáles son las bases de
aquel consenso?
R. G.: — Las victorias en la guerra le dieron a Hitler los más amplios y profundos
apoyos que nunca haya tenido, pero el apoyo no se debió sólo a esto. La brutalidad de
Hitler contra todo aquel que se atreviera a tocar a una mujer en una calle oscura le
redituó un perdurable respeto por parte de las mujeres. Mucha gente continuó
recordando hasta el día de hoy que la mujer podía caminar tranquila por las calles. Hubo
muchos otros que supieron lo que era perder un trabajo, ver interrumpidos los pagos de
su seguro o tener que depender de elecciones interminables en las que no se decidía
nada. O soñaban con un líder fuerte de la talla del Príncipe Bismarck. Vieron a Hitler y
pudieron percibir que era capaz de tomar las riendas y afrontar el temporal. Incluso
hubo muchos que tenían sus reservas con los nazis, pero que estuvieron finalmente
dispuestos a darle su oportunidad.
La elite, así como también muchos ciudadanos comunes y corrientes que no formaban
parte del partido, hallaron diferentes modos para expresar su apoyo por el régimen
nacionalsocialista. Por ejemplo, actuaron como informantes voluntarios o delatores.
Incluso se dirigían a la GESTAPO con información cuando podían intuir que el destino
de un vecino se hallaba comprometido. Los motivos para este tipo de acciones variaban
enormemente de un caso a otro, pero lo que contaba en última instancia era el hecho de
que apoyaban a la dictadura, a la policía y al partido. A esto yo lo denominé una forma
de “auto-policía”: lo que quiero decir es que la sociedad era policía de sí misma.
Algunos historiadores objetaron este concepto pero como mostró con claridad Michel
Foucault, esto forma parte de cualquier sociedad disciplinaria moderna. En verdad hay
infinidad de razones por las cuales los alemanes estuvieron tentados o bien atraídos por
el nazismo. De un modo u otro, llegaron a entenderse con él.
P.F. : Para explicar el apoyo al nazismo, uno no debe subestimar el trauma provocado
por la derrota y la revolución —si bien es cierto que el consenso político acerca de que
1918 fue una catástrofe data mayormente de después de 1933, gracias a una
construcción poderosa, aunque no unánime—. Tampoco se deben subestimar las
espantosas consecuencias de la crisis económica de 1930 a 1933 y el poderoso anhelo
de algo diferente. No obstante, si miramos más allá de los nazis y consideramos la
destrucción de los partidos de clase media en la década de 1920, junto con la poderosa
movilización de diferentes alternativas políticas, entre ellas, las asociaciones
nacionalistas como la Stahlhelm (Cascos de Acero), lo que puede advertirse es una
dinámica política que resulta relativamente independiente de la economía. Más todavía:
todos los que ocupaban posiciones en la derecha odiaban el tratado de Versalles y
estaban de acuerdo en que 1918 había sido una verdadera catástrofe. Los nazis
triunfaron, pues, no porque abogaran por esto, que era común a todos, sino por lo que
tenían de diferente: ofrecían una agenda social y política en la que se reclamaba un
poderoso cambio para Alemania. Dado el despertar político alemán de los años que
siguieron a 1914 y la fuerte conciencia nacionalista, había mucha más consciencia
acerca de la necesidad de buscar alternativas a Weimar y estaba incluso presente la
sensación de que el nuevo movimiento nacionalista estaba cosechando importantes
triunfos, y en el futuro cosecharía todavía más. Hubo una gran confianza en la derecha,
que menguó quizás durante la Gran Depresión, pero que tuvo su culminación el 30 de
enero de 1933, que fue considerada la fecha de una verdadera “revolución nacional” y
no simplemente nazi. Debo agregar que ni los votantes nazis, ni siquiera los propios
nazis, se creían posicionados en la extrema derecha; por el contrario estaban
convencidos de que ofrecían una solución intermedia entre la reacción política y el gran
capital, por una parte, y el socialismo de la clase trabajadora, por la otra. El principal
enemigo político del nazismo se encontraba localizado en los partidos de derecha, a los
que los nazis les robaron sus principales votantes. Los nazis se presentaban y eran vistos
como una alternativa tanto más democrática que la de los gabinetes de Brüning, Papen y
Shleicher entre 1930 y 1933.
Claro que no fueron un partido democrático. Sin embargo el nazismo no puede
entenderse sin dar cuenta del modo en que Alemania se transformó desde 1900, y en
especial durante los años de la Primera Guerra Mundial, cuando se hizo posible que los
electores adquirieran mayores cuotas de poder político, por medio de una retórica que
ponía el acento en la Volkgemeinschaft (comunidad del pueblo). Era un momento en que
las elites tradicionales se vieron amenazadas e incluso desplazadas por la movilización
nacionalista, y luego por los nazis. La movilización política, no puede dudarse, es
formalmente un acto democrático. En cualquier caso, tanto el alcance como las formas
de la movilización política que puede advertirse a lo largo de Alemania, en especial en
la década de 1920, fue al mismo tiempo un indicador y un resultado de un proceso de
democratización de amplio alcance, si bien con fines no democráticos.
2
Jan T. Gross, Neighbours. The destruction of the Jewish Community in Jedwabne, New York, Penguin
Books, 2002.
sentían cómodos en el seno del Tercer Reich. Si se me permite el atrevimiento, yo diría
que era posible odiar a los nazis, aún cuando se amara el Tercer Reich.
El historiador que desee comprender el nacionalsocialismo debe enfrentarse a este
tipo de paradojas, que son las que muestran cómo operaba el nazismo sobre los
diferentes niveles de la percepción. El debate más relevante que se plantea tiene que ver
con la responsabilidad moral y política de la sociedad alemana en lo que respecta a las
consecuencias de su elección: no se puede dejar de considerar hasta qué grado los
alemanes fueron conscientes, encontraron atractivos a los nazis en aspectos en los que
estos no simplemente imitaban las posiciones nacionalistas tradicionales y se volvieron
sus cómplices en lo que respecta a la específica visión del mundo que sostenían los
nazis.
(…)