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Sí, en los siglos XII y XIII existía verdaderamente Europa, y en aquella Europa actuó
San Bernardo. Existía un sentido de fraternidad humana, de solidaridad de espíritus y
almas, del que casi hemos perdido el recuerdo. Este internacionalismo era visible en
todos los campos. Abundan los testimonios. Por ejemplo, en los nombramientos
eclesiásticos, en que se había visto a un bienaventurado Lanfranc, piamontés, luego a
un san Anselmo, valdotano, llegar a ser, uno después del otro, abad de Bec Hellouin
en Normandía, luego arzobispo de Canterbury en Inglaterra, en sentido contrario se
vería a Juan de Salisbury, inglés, llegar a ser obispo de Chantres. En el terreno
intelectual, sucedía lo mismo. En las grandes escuelas, más tarde en las
Universidades, maestros de todas nacionalidades eran requeridos para enseñar a
alumnos llegados de todos los países: en París, por ejemplo, se veía en las cátedras a
un san Alberto Magno, alemán, a un santo Tomás de Aquino y a un san
Buenaventura, italianos, a un Sigiero de Brabante, belga, y muchos otros. Todos los
espíritus superiores de Europa no necesitaban para entenderse este sistema de
cascos de escucha ni de traducciones simultáneas que, en nuestras O.N.U.,
U.N.E.S.C.O, y otros organismos internacionales, evidencian el babelismo de
nuestra época, ya que todos hablaban una lengua internacional: el latín.
Existía una Europa que poseía un espíritu común, un alma común, que
emprendía comúnmente, bajo el impulso de su jefe espiritual, el Papa, aquellas
grandes operaciones que se llamaban Cruzada a Tierra Santa o Reconquista de
España. Una Europa lo mejor de la cual se expresaba en una forma de arte múltiple
y variada como sus miembros, pero única en su principio: la catedral. Aquella
Europa tenía un nombre: Cristiandad.
Es la última palabra que se ha de decir. San Bernardo, porque era un santo,
pudo actuar en su época en la forma vista. Si pudo hacer oír su voz por encima del
clamor de los odios y de los intereses opuestos, es sencillamente porque aparecía,
a los ojos de sus contemporáneos, como el vivo heraldo de la cristiandad, la
encarnación de su conciencia colectiva.
Extracto tomado de Daniel Rops, Saint Bernard, quand un saint arbitrait l´Europe.
Traducción española: San Bernardo, Aymá, Barcelona, 1957 (trad. de Montserrat
Roca).