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(1 Corintios 12: 18-22).

La lección más grande de humildad sobre el trabajo en equipo la dio Jesucristo al escoger
a doce discípulos con los cuales pudiese conformar un grupo de trabajo para acometer la
obra que tenía por delante. Él tenía todo el poder, la capacidad y la autoridad para trabajar
solo, sin pedir ayuda, y menos a doce hombres que en lugar de ser unos eficientes
auxiliares parecían más bien unos estorbos.

Pero Jesucristo no sólo los llamó para que lo apoyasen, sino que además los hizo sus
amigos, les pagaba un salario y los viáticos, les enseñaba, los cuidaba y hasta llegó al
extremo de lavarles los pies y decirles que ellos no estaban para servirle a Él, a Dios, sino
para ser servidos por Él.

¡Qué locura! La única forma de explicar todo esto es entendiendo que Jesucristo AMÓ a
esos discípulos. Es más, nunca los trató verticalmente, ustedes abajo y yo arriba, sino
horizontalmente, de tú a tú. Nunca pidió comida diferente a la de ellos ni se hospedó en
un lugar más lujoso. Tampoco los mandó a preparar todo y Él llegó al final a robarse el
“show”.

Comieron del mismo plato, bebieron de la misma copa, durmieron en el mismo lugar,
oraron juntos, lloraron juntos y rieron juntos. Dios trabajó hombro a hombro con ellos.

¿De dónde entonces la idea de que si un cristiano reconoce su deficiencia y pide ayuda
está demostrando debilidad? Eso no es bíblico.

Claro, alguien pensará: ¡Pero diga el débil fuerte soy! ¡Yo no dependo de ningún hombre, dependo de
Dios! ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, de manera que el que quiera, puede irse!
Sacar esos textos bíblicos de contexto es hacerlos un pretexto. No seamos prepotentes. Si
el mismo Jesús escogió ayudantes, ¿quién te crees para pensar que no los necesitas? Claro
que puedes decir que eres fuerte aunque seas débil, porque el Señor te rodea de personas
que te sostienen. Claro que dependes de Dios, porque Él te guía a través de
sus “ministros”. Claro que todo lo puedes en Cristo que te fortalece, porque Él usa a otros
miembros de su Cuerpo para que suplan tus necesidades.

El ojo nunca le podrá decir a la mano que no la necesita, ni tampoco la cabeza a los pies.
Cada órgano necesita de otro órgano. La iglesia de Cristo es un cuerpo y cada cristiano es
un órgano que hace parte de dicho cuerpo. Además, cada miembro depende de la cabeza,
que es Cristo, pero la cabeza no podrá hacer su labor si cada miembro se llena de orgullo
y se niega a trabajar en función de los demás. ¡Aprendamos a vivir en el Cuerpo,
sometidos a la Cabeza y trabajando en quipo, dando y recibiendo!

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