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Análisis de la relación entre memoria histórica, cultura e identidad musical en

la ciudad de Ibagué

La reconstrucción de la historia alrededor de la cultura puede ayudar a consolidar la


identidad colectiva de una comunidad, es de suma importancia el análisis cultural y social
del territorio en la búsqueda del restablecimiento de su historia, donde la sociedad puede
educarse a partir de ella y así no olvidar los importantes hechos que dejaron huella en el
pasado, tanto de su desarrollo como en la construcción de su identidad; la cual es generada
en muchas ocasiones por la zona territorial en la que vive. En el siguiente ensayo se busca
establecer una relación entre el territorio, la memoria histórica, la cultura y la identidad de
los ibaguereños respecto a la música. Para lo cual se utilizarán planteamientos de autores
como Armando Silva “Imaginarios Urbanos” (2006), Beatriz Nates Cruz, en su artículo
“Soportes teóricos y etnográficos sobre conceptos del territorio” (2010), El artículo
“Identidad y cultura” de Morelba Rojas, María García Alonso “Los territorios de los
otros: memoria y heterotopia” (2015), Olga Lucía Molano con el artículo “Identidad
cultural, un concepto que evoluciona” Carlos Vladimir Zambrano con su cápitulo:
“Territorio y desarrollo cultural” en “Manual Atalaya, de apoyo a la gestión cultural”, el
documento “Territorio, cultura e identidades” de Gilberto Giménez, contando también con
el planteamiento de la tesis de la Maestría en territorio, conflicto y cultura del profesor
Carlos Orlando Pardo Viña “Configuración de la memoria colectiva en la ciudad de la
música; Ibagué 1850- 1950” (2016).

A partir de los pensamientos de estos autores se busca analizar el comportamiento de la


identidad colectiva de los ibaguereños en relación con la memoria histórica y la incidencia
de la misma en el desarrollo de la identidad musical, el olvido a las tradiciones y desarraigo
de sus lazos culturales del pasado y la manera como se puede recuperar esa cultura basada
en la conexión con el pasado.

La construcción de identidad en Ibagué

El ejercicio de construcción de memoria en la capital tolimense aborda una problemática


que va más allá de reconocer los hechos históricos que han marcado la ciudad, una cuestión
que se entrelaza con la cimentación de la identidad de los Ibaguereños. “sin memoria no
hay identidad” (Pardo, 2016). En el año 2012 la UNESCO (Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) declaró a la ciudad de Bogotá como
Ciudad Musical de la Humanidad, entrando a la Red de Ciudades Creativas de la
Organización, de la cual también hacen parte Bologna (Italia), Brazzaville (República del
Congo), Glasgow (Escocia), Gent (Bélgica) y Sevilla (España); haciendo un énfasis en el
desarrollo musical que ha tenido la ciudad Colombiana en los últimos años, la cual
promueve “la música como herramienta para los procesos socioeconómicos y la diversidad
cultural” (UNESCO, 2016). En el año 2009, la Alcaldía Municipal de Ibagué solicitó a la
división de Signos Distintivos de la Superintendencia de Industria y Comercio conceder a
la ciudad, capital tolimense hacer posesión y uso de la marca: Ibagué Capital Musical, la
cual fue establecida como logotipo institucional (Pardo, 2016, pág. 9)

Por lo que el posterior nombramiento de Bogotá como ciudad de la música fue un duro
golpe que recibieron los ibaguereños, el descontento en la ciudadanía era notorio pero las
razones por las que la ciudad capital de Colombia fue seleccionada como “musical” fueron
impecables. Lo anterior llevó a una fuerte crisis de identidad a la población ibaguereña. A
través de los medios de comunicación y por medio de las redes sociales se pudo ver el
interrogante y el descontento por la pérdida del distintivo si no somos ciudad musical ¿Qué
somos? El hecho derrumbó la seguridad con la que el Ibaguereño aseguraba la naturaleza
cultural de su identidad y lo puso a dudar acerca de su lugar en el territorio, su importancia
y sobre todo el qué los diferencia de los demás municipios y ciudades del mundo.

Por muchos años se ha llamado a Ibagué como “La Capital Musical de Colombia” los
ibaguereños se sentían identificados con este título y en medios de comunicación y demás
se han referido siempre a la ciudad como la musical. Las historias frente al nombramiento
de Ibagué como Ciudad Musical de Colombia, no solamente tienen que ver con el arte y la
cultura, aunque no todos los ibaguereños conozcan la historia de este título, está escrito en
el famoso libro Viaje a través de América del sur, publicado en París en 1868 y escrito por
el viajero francés Jean Alexis Cadoine, conde de Gabriac; en donde narra una travesía
desde Santa Marta hasta el Amazonas en los años 1866 y 1867. En el libro, el conde
manifiesta en un capitulo dedicado a Ibagué, en detalle la magia musical perteneciente al
territorio, habla de las serenatas de guitarras y flautas, diferentes grupos de instrumentistas
a los cuales denomina como virtuosos e incluso es partícipe de una batucada de indios, en
donde entre la chicha y el aguardiente es sorprendido por las perfectas métricas de las
piezas tocadas con tamboras, alfandoques y carrascas de bambú. (Coymat, 2013)

De allí parte un sinnúmero de expresiones artísticas y musicales por las que Ibagué empieza
a verse como una potencia musical en la región Andina del País, la Escuela de Música del
colegio San Simón, la fundación del Conservatorio del Tolima y la presencia de maestros
de la música de talla internacional enseñando y aprendiendo de lo que la ciudad tenía en su
sangre para enseñar acerca de la música.

Para entender el cuestionamiento de los ibaguereños hay que hacer un análisis de los
procesos de construcción de memoria que, en este caso, se han visto fracturados por la falta
de apropiación de escenarios y hechos históricos que han marcado la cultura y la identidad
del municipio.

La fragmentación de la memoria histórica

La historia es una ciencia social que nos relata el pasado, para Juan Sisinio Pérez Garzón en
su capítulo, “Entre la Historia y las Memorias: poderes y usos sociales en juego” destaca
que se debe referir a las memorias en plural, ya que no existe ninguna “única ni unívoca,
por más que alguna trate de ser dominante” (Pérez, 2010) además expone que se debe
hablar de la historia en singular ya que se trata de una saber que tiene como objetivo
construirse científicamente como la disciplina crítica para el conocimiento de las
experiencias humanas del pasado (Pérez, 2010).

En Ibagué existe una gran variedad de herencia musical, con más de diez orquestas, seis
coros, dos colegios de primaria y secundaria musicales y una agenda musical conformada
por mas de ocho festivales de música entre los que destacan, coros, festival folclórico,
música sacra, festival de la música colombiana, Ibagué Ciudad Rock, festival de las Artes,
entre muchos otros (Pardo, 2016); todos estos festivales representan un acontecer histórico
importante para la ciudad y cada uno de ellos indican un momento cultural en la historia del
municipio y el departamento.
Las fiestas, celebraciones, conmemoraciones y festivales son espacios culturales que crean
memorias, que conectan a la población y generan historia para la comunidad, según el
centro de memoria histórica, las memorias históricas corresponden a distintos gestores de
narrativas las cuales hilan secuencias y sentidos sobre el pasado imaginado, colectivo
(Centro de Memoria Histórica , 2018), desde este punto de vista, el pasado más que haberse
cerrado o haber sido concluido, toma vida por la manera en la que nos apropiamos de él; en
el caso ibaguereño por las manifestaciones culturales que se generan en torno a las
tradiciones y la música. Además, a estas memorias le son otorgados significados dentro de
la comunidad que los apropia, por la huella que deja en la comprensión del presente y la
perspectiva que genera hacia el futuro.

Existe una fragmentación en la creación de las memorias entre los ciudadanos ibaguereños,
ya que el ibaguereño no está reconociendo su pasado y por lo tanto está desconociendo sus
conexiones ancestrales, su arraigo, el significado de su identidad; no es una cuestión
irremediable pero si debe ser una gran preocupación para los entes culturales el establecer
estrategias para lograr que la población tenga mayor interés por su historia, por su proceder,
su origen, la relación de su identidad, su historia y su territorio.

Cultura y territorio

Armando silva en su libro Imaginarios Urbanos destaca que la ciudad es “un lugar del
acontecimiento cultural y como escenario de un efecto imaginario” (Silva, 2006) se
entiende entonces que lo que suceda dentro del territorio de la ciudad hace que esta se
transforme y así mismo sus habitantes. Se debe reconocer a partir de lo anterior que la
ciudad es un escenario de lenguaje, sueños y recuerdos; de imágenes, aspiraciones, es “el
mundo de una imagen, que lenta y colectivamente se va construyendo y volviendo a
construir incesantemente” (Silva, 2006)

El territorio es entonces el enlace entre el mundo, el entorno, la tierra “el medio de trabajo
donde se ponen en evidencia no sólo relaciones económicas, sino también roles sociales,
lazos de parentesco, y ciertos rituales que implican como ellos dicen, “amansar” o
domesticar” (Cruz, 2010) la transformación de los territorios es constante, todos los
cambios que la globalización ha significado en los diferentes lugares del mundo, descansa
en los nodos urbanos, que son la “piedra angular de las regiones” (Giménez, 2003) y su
historia se escribe sobre estos terrenos que son habitados por personas -de carne y hueso -
que evolucionan a la par con el lugar del que hacen parte.

El territorio más allá que un espacio físico, tiene una significación cultural (Cruz, 2010) con
múltiples intervenciones a nivel social, es un espacio que combina diferentes dimensiones
(Giménez, 2003), incluyendo los contenidos que generan y organizan una población a partir
de un punto imaginario, con una denotación de valor, que se puede representar como el
lugar de origen o la compilación de la historia de nuestra identidad y cultura. “Todo objeto,
material o inmaterial, es una expresión del desarrollo de una colectividad sea cual sea su
singularidad o su diversidad” (Zambrano, 2012)

“El desarrollo cultural se emplaza en el territorio en virtud de la relación entre cultura y


naturaleza” (Zambrano, 2012). El sitio en el que se manifiestan o expresan diferentes
hechos que demarcan la significación de una población se cimenta bajo esos términos y se
construye a partir de ellos, no de manera estática, sino con una serie de transformaciones y
evolucionando, para trascender de esta manera a través de la historia y creando ritos,
rituales y tradiciones que se mantienen en el territorio como parte de su identidad y de
quienes lo habitan.

Es entonces menester de sus habitantes reconocer esos rituales de los que hacen parte y los
cuales representan lo que los diferencia del resto de poblaciones, para esto tienen que
reconocer al otro, la otredad que Foucault delineaba dentro de los territorios como “contra-
espacios” (Alonso, 2014). Reconociéndose y reconociendo al otro, en sociedad se logra lo
que muchos llaman memoria colectiva, en donde los aconteceres sociales son resguardados
y trascendidos por generaciones.

La representación del territorio, su comunicación y significación, hasta donde llegan sus


límites o su demarcación territorial, que es visual, simboliza la reconstrucción de los sujetos
territoriales, “como una focalización narrativa, donde los habitantes enuncian sus relatos
urbanos” (Silva, 2006); este territorio necesita de “operaciones lingüísticas y visuales”
(Silva, 2006) dentro de sus primordiales apoyos para que se haga una mención u
nombramiento de su recorrido físico y mental. El territorio debe ser nombrado,
materializado en una imagen, en una articulación de operaciones simbólicas que por su
naturaleza dispone sus contenidos y demarca las limitaciones.
Estas operaciones simbólicas se arraigan en la cultura de los ciudadanos, se convierten en
emblemas de su identidad, “las culturas actúan sobre los mecanismos de la evolución
transformando sus orientaciones, sus procesos y sus significados los cuales son
actualizados y renovados periódicamente” (Zambrano, 2012) creando, de esta manera,
significados, anhelos colectivos, generando utensilios y bienestar para un mejor modo de
estar en sociedad en su territorio.

Desarrollo cultural, memoria histórica e identidad

“Los objetos son unas cosas culturales; por eso hoy en día, cualquiera de ellos, puede
convertirse en patrimonio cultural” (Zambrano, 2012) El territorio posee funciones
culturales, en tanto el desarrollo de la cultura tiene funciones territoriales. Se puede afirmar
que una de las funciones culturales más evidentes, sobre el territorio, es la de otorgar
cimientos y producir referentes para la territorialidad, que se puede entender como la
identidad de los habitantes del territorio con su lugar de nacimiento, o donde reside, y su
gentilicio, (Tolimense, Ibaguereño, etc).

Territorio fue y sigue siendo un espacio, así sea imaginario, donde habitamos con los
nuestros, donde el recuerdo del antepasado y la evocación del futuro permiten
referenciarlo como un lugar que nombró con ciertos límites geográficas y simbólicos”
(Silva, 2006). El ejemplo más claro de la función territorial en el desarrollo de la cultura
puede ser la cooperación a la valoración de todas y cada una de las expresiones culturales y
artísticas que existen en el territorio, difundiéndolas y llenándolas de significado.

Estos símbolos, representaciones de las ideas colectivas, construyen una “identidad


cultural” (Molano, 2010) que es comprendida a través de las definiciones de la cultura y su
evolución a través del tiempo. Los contenidos históricos y del espacio, de la relación que da
entre el territorio y el desarrollo cultural, significan un entramado de labores particulares
para fomentar los emprendimientos y gestionar los medios necesarios que ofrezca el campo
artístico y cultural del lugar o territorio determinado; además de favorecer la gestión y guía
política de las interacciones de la variedad cultural de la población de un departamento con
los emprendimientos requeridos; brindan también al desarrollo cultural herramientas de
análisis, reflexión y ejecución para diferenciarla de la gestión del territorio y no caer en el
error de confundirlas. (Zambrano, 2012)
La historia del desarrollo de la cultura es el relato de las luchas entre diferentes proyectos o
expresiones artísticas, creencias, símbolos y arraigos culturales que intentan cimentarse en
la cotidianidad de las comunidades, cultivándose y desarrollándose bajo la aceptación de
las mismas, es un desarrollo colectivo basado en los vestigios culturales, donde yacen las
historias de los ancestros, las memorias y los recuerdos.

La memoria colectiva no reside de forma única en la conciencia, sino que vive en el


desarrollo de las prácticas sociales. (Pardo, 2016) por lo que el término de memoria
representa diferentes conflictos y significados, en la identidad, las herencias y saberes
culturales y sus representaciones. “nuestros recuerdos individuales están determinados por
los marcos sociales y las formas de relación con el mundo (…) la creación de significado
no es posible sin la existencia de dicha memoria colectiva” (Pardo, 2016)

La memoria histórica, que es también un trabajo colectivo, pues solo se puede dar dentro de
un marco de esa naturaleza y se debe a un gran número de personas. Y la memoria cultural
que evoca pensamientos, acontecimientos y expresiones del pasado colectivo, pasado que
ocurre sobre un territorio y compete de manera directa a sus habitantes. “No todo lo cultural
debe ser expuesto y mercantilizado, pues las culturas también tienen su propia intimidad
colectiva, que es necesario respetar.” (Zambrano, 2012) una intimidad que no permite que
sus expresiones sean contaminadas, como la música lo es para la ciudad de Ibagué, una
expresión, un encuentro que más que mercantil, es cultural, está arraigado y tiene su origen
en el territorio mismo.

Por lo anterior es importante recalcar que es de gran importancia la demarcación del


territorio al analizar la identidad cultural y el desarrollo de las memorias de la ciudadanía
ibaguereña, los rituales y los escritos que dejan ver que la cultura y la musicalidad, el
talento y la magia musical del territorio no son adrede sino tienen su origen y una evolución
y transformación oportuna, que se manifiesta en todas las generaciones y que, aunque
pareciera haberse visto pausada por mucho tiempo, en cuanto al desinterés y el atraso
cultural que sufren hoy por hoy países como Colombia que afectan ciudades y
departamentos como Ibagué y el Tolima respectivamente, pero en donde es innegable el
talento y el haber musical que ha trascendido durante muchos siglos y que no ha muerto en
la muy bien llamada Ciudad Musical de Colombia.
Referencias
Alonso, M. G. (2014). Los territorios de los otros: memoria y heterotopía. México: Escuela
Nacional de Antropología e Historia.

Centro de Memoria Histórica . (2018). Centro de Memoria Histórica . Obtenido de Los


Caminos de la Memoria Histórica:
http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/micrositios/un-viaje-por-la-memoria-
historica/pdf/los-caminos-de-la-memoria-historica.pdf

Coymat, Á. C. (2013). El conde de Gabriac en Ibagué. Ibagué: Alcaldía de Ibagué.

Cruz, B. N. (2010). Soportes teóricos y etnográficos sobre conceptos de territorio.


Medellín : Universidad de Caldas.

Giménez, G. (2003). Territorio, Cultura e Identidades. En Estudios sobre las culturas


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Molano, O. L. (2010). Identidad cultural un concepto que evoluciona.

Pardo, C. O. (2016). CONFIGURACIÓN DE LA MEMORIA COLECTIVA EN LA CIUDAD


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Pérez, J. S. (2010). Entre la Historia y las Memorias: poderes y usos sociales en juego. En
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