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la ciudad de Ibagué
Por lo que el posterior nombramiento de Bogotá como ciudad de la música fue un duro
golpe que recibieron los ibaguereños, el descontento en la ciudadanía era notorio pero las
razones por las que la ciudad capital de Colombia fue seleccionada como “musical” fueron
impecables. Lo anterior llevó a una fuerte crisis de identidad a la población ibaguereña. A
través de los medios de comunicación y por medio de las redes sociales se pudo ver el
interrogante y el descontento por la pérdida del distintivo si no somos ciudad musical ¿Qué
somos? El hecho derrumbó la seguridad con la que el Ibaguereño aseguraba la naturaleza
cultural de su identidad y lo puso a dudar acerca de su lugar en el territorio, su importancia
y sobre todo el qué los diferencia de los demás municipios y ciudades del mundo.
Por muchos años se ha llamado a Ibagué como “La Capital Musical de Colombia” los
ibaguereños se sentían identificados con este título y en medios de comunicación y demás
se han referido siempre a la ciudad como la musical. Las historias frente al nombramiento
de Ibagué como Ciudad Musical de Colombia, no solamente tienen que ver con el arte y la
cultura, aunque no todos los ibaguereños conozcan la historia de este título, está escrito en
el famoso libro Viaje a través de América del sur, publicado en París en 1868 y escrito por
el viajero francés Jean Alexis Cadoine, conde de Gabriac; en donde narra una travesía
desde Santa Marta hasta el Amazonas en los años 1866 y 1867. En el libro, el conde
manifiesta en un capitulo dedicado a Ibagué, en detalle la magia musical perteneciente al
territorio, habla de las serenatas de guitarras y flautas, diferentes grupos de instrumentistas
a los cuales denomina como virtuosos e incluso es partícipe de una batucada de indios, en
donde entre la chicha y el aguardiente es sorprendido por las perfectas métricas de las
piezas tocadas con tamboras, alfandoques y carrascas de bambú. (Coymat, 2013)
De allí parte un sinnúmero de expresiones artísticas y musicales por las que Ibagué empieza
a verse como una potencia musical en la región Andina del País, la Escuela de Música del
colegio San Simón, la fundación del Conservatorio del Tolima y la presencia de maestros
de la música de talla internacional enseñando y aprendiendo de lo que la ciudad tenía en su
sangre para enseñar acerca de la música.
Para entender el cuestionamiento de los ibaguereños hay que hacer un análisis de los
procesos de construcción de memoria que, en este caso, se han visto fracturados por la falta
de apropiación de escenarios y hechos históricos que han marcado la cultura y la identidad
del municipio.
La historia es una ciencia social que nos relata el pasado, para Juan Sisinio Pérez Garzón en
su capítulo, “Entre la Historia y las Memorias: poderes y usos sociales en juego” destaca
que se debe referir a las memorias en plural, ya que no existe ninguna “única ni unívoca,
por más que alguna trate de ser dominante” (Pérez, 2010) además expone que se debe
hablar de la historia en singular ya que se trata de una saber que tiene como objetivo
construirse científicamente como la disciplina crítica para el conocimiento de las
experiencias humanas del pasado (Pérez, 2010).
En Ibagué existe una gran variedad de herencia musical, con más de diez orquestas, seis
coros, dos colegios de primaria y secundaria musicales y una agenda musical conformada
por mas de ocho festivales de música entre los que destacan, coros, festival folclórico,
música sacra, festival de la música colombiana, Ibagué Ciudad Rock, festival de las Artes,
entre muchos otros (Pardo, 2016); todos estos festivales representan un acontecer histórico
importante para la ciudad y cada uno de ellos indican un momento cultural en la historia del
municipio y el departamento.
Las fiestas, celebraciones, conmemoraciones y festivales son espacios culturales que crean
memorias, que conectan a la población y generan historia para la comunidad, según el
centro de memoria histórica, las memorias históricas corresponden a distintos gestores de
narrativas las cuales hilan secuencias y sentidos sobre el pasado imaginado, colectivo
(Centro de Memoria Histórica , 2018), desde este punto de vista, el pasado más que haberse
cerrado o haber sido concluido, toma vida por la manera en la que nos apropiamos de él; en
el caso ibaguereño por las manifestaciones culturales que se generan en torno a las
tradiciones y la música. Además, a estas memorias le son otorgados significados dentro de
la comunidad que los apropia, por la huella que deja en la comprensión del presente y la
perspectiva que genera hacia el futuro.
Existe una fragmentación en la creación de las memorias entre los ciudadanos ibaguereños,
ya que el ibaguereño no está reconociendo su pasado y por lo tanto está desconociendo sus
conexiones ancestrales, su arraigo, el significado de su identidad; no es una cuestión
irremediable pero si debe ser una gran preocupación para los entes culturales el establecer
estrategias para lograr que la población tenga mayor interés por su historia, por su proceder,
su origen, la relación de su identidad, su historia y su territorio.
Cultura y territorio
Armando silva en su libro Imaginarios Urbanos destaca que la ciudad es “un lugar del
acontecimiento cultural y como escenario de un efecto imaginario” (Silva, 2006) se
entiende entonces que lo que suceda dentro del territorio de la ciudad hace que esta se
transforme y así mismo sus habitantes. Se debe reconocer a partir de lo anterior que la
ciudad es un escenario de lenguaje, sueños y recuerdos; de imágenes, aspiraciones, es “el
mundo de una imagen, que lenta y colectivamente se va construyendo y volviendo a
construir incesantemente” (Silva, 2006)
El territorio es entonces el enlace entre el mundo, el entorno, la tierra “el medio de trabajo
donde se ponen en evidencia no sólo relaciones económicas, sino también roles sociales,
lazos de parentesco, y ciertos rituales que implican como ellos dicen, “amansar” o
domesticar” (Cruz, 2010) la transformación de los territorios es constante, todos los
cambios que la globalización ha significado en los diferentes lugares del mundo, descansa
en los nodos urbanos, que son la “piedra angular de las regiones” (Giménez, 2003) y su
historia se escribe sobre estos terrenos que son habitados por personas -de carne y hueso -
que evolucionan a la par con el lugar del que hacen parte.
El territorio más allá que un espacio físico, tiene una significación cultural (Cruz, 2010) con
múltiples intervenciones a nivel social, es un espacio que combina diferentes dimensiones
(Giménez, 2003), incluyendo los contenidos que generan y organizan una población a partir
de un punto imaginario, con una denotación de valor, que se puede representar como el
lugar de origen o la compilación de la historia de nuestra identidad y cultura. “Todo objeto,
material o inmaterial, es una expresión del desarrollo de una colectividad sea cual sea su
singularidad o su diversidad” (Zambrano, 2012)
Es entonces menester de sus habitantes reconocer esos rituales de los que hacen parte y los
cuales representan lo que los diferencia del resto de poblaciones, para esto tienen que
reconocer al otro, la otredad que Foucault delineaba dentro de los territorios como “contra-
espacios” (Alonso, 2014). Reconociéndose y reconociendo al otro, en sociedad se logra lo
que muchos llaman memoria colectiva, en donde los aconteceres sociales son resguardados
y trascendidos por generaciones.
“Los objetos son unas cosas culturales; por eso hoy en día, cualquiera de ellos, puede
convertirse en patrimonio cultural” (Zambrano, 2012) El territorio posee funciones
culturales, en tanto el desarrollo de la cultura tiene funciones territoriales. Se puede afirmar
que una de las funciones culturales más evidentes, sobre el territorio, es la de otorgar
cimientos y producir referentes para la territorialidad, que se puede entender como la
identidad de los habitantes del territorio con su lugar de nacimiento, o donde reside, y su
gentilicio, (Tolimense, Ibaguereño, etc).
Territorio fue y sigue siendo un espacio, así sea imaginario, donde habitamos con los
nuestros, donde el recuerdo del antepasado y la evocación del futuro permiten
referenciarlo como un lugar que nombró con ciertos límites geográficas y simbólicos”
(Silva, 2006). El ejemplo más claro de la función territorial en el desarrollo de la cultura
puede ser la cooperación a la valoración de todas y cada una de las expresiones culturales y
artísticas que existen en el territorio, difundiéndolas y llenándolas de significado.
La memoria histórica, que es también un trabajo colectivo, pues solo se puede dar dentro de
un marco de esa naturaleza y se debe a un gran número de personas. Y la memoria cultural
que evoca pensamientos, acontecimientos y expresiones del pasado colectivo, pasado que
ocurre sobre un territorio y compete de manera directa a sus habitantes. “No todo lo cultural
debe ser expuesto y mercantilizado, pues las culturas también tienen su propia intimidad
colectiva, que es necesario respetar.” (Zambrano, 2012) una intimidad que no permite que
sus expresiones sean contaminadas, como la música lo es para la ciudad de Ibagué, una
expresión, un encuentro que más que mercantil, es cultural, está arraigado y tiene su origen
en el territorio mismo.
Pérez, J. S. (2010). Entre la Historia y las Memorias: poderes y usos sociales en juego. En
M. Histórica, Juan Sisinio Pérez Garzón y Eduardo Manzano Moreno (págs. 23-
70). Madrid: Catarata.