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2.

El sacramento del bautismo

1. Introducción: Jesús, el sacramento del Padre

Jn 14, 8-11: Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». Jesús le
respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me
conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al
Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las
palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las
obras.

Este texto nos ayuda ver a Jesús como el sacramento del Padre. El que me ha visto, ha
visto al Padre. Gracias a la Encarnación, Jesús pudo manifestar entre los hombres al Dios
invisible. Con sus palabras, sus acciones, a través de su santísima humanidad, Jesús reveló
a Dios. Manifestó que el Padre estaba con él, hablando sus palabras y realizando sus obras.
Jesús era un signo visible del Padre invisible, un signo visible de la gracia invisible.

Jn 1, 14: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto
su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad.

Como hemos dicho, Dios no quiso salvarnos como individuos aislados, sino como un
pueblo. La Iglesia continúa la misión de Cristo en el mundo. “El que los escucha a ustedes,
me escucha a mí.” (Lc 10, 16). Y así, también podemos considerar la Iglesia como el
sacramento de Cristo.

Jesús se encarnó en un momento preciso de la historia. Nació en un pueblo concreto. Era el


plan de Dios desde el inicio, desde la eternidad, pero fue revelado poco a poco. Primero,
Dios llamó a Abraham para hacerle padre de muchas naciones. Después, llamó a Moisés
para liberar a los descendientes de Abraham de su esclavitud en Egipto. Llegando al monte
Sinaí, Dios entró en una alianza con los israelitas, formando así un pueblo de Dios.

Ex 19, 3-6: Moisés subió a encontrarse con Dios. El Señor lo llamó desde la
montaña y le dijo: “Habla en estos términos a la casa de Jacob y anuncia este
mensaje a los israelitas: «Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo los
conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí. Ahora, si escuchan mi voz y
observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque
toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una
nación que me está consagrada». Estas son las palabras que transmitirás a los
israelitas”.

Dios les prometió ser su Dios y ellos prometieron ser su pueblo, obedeciendo su Ley y
sirviéndole como su único Dios. Era un pueblo sacerdotal, un reino de sacerdotes, una
nación consagrada a Dios. Podían ofrecer culto al Dios verdadero, según sus propias

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instrucciones y en la manera que Él quiso. Es su función principal, lo que distingue a este
pueblo de los demás pueblos de la tierra.

Como sabemos, Israel no era fiel a su alianza. Pero Dios no abandonó a su pueblo. Más
bien, por medio de los profetas, Dios comenzó a fomentar la esperanza en una Alianza
nueva y eterna.
 Jer 31, 31-33: “Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una
nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que
establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del
país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo
del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de
aquellos días – oráculo del Señor –: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré
en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.”

 Ez 36, 25-28: “Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los
purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo
y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de
piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que
signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la
tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios.”

¿Cuál era el defecto de la Antigua Alianza? La Alianza Antigua no les dio la fuerza para
poder cumplirla. No cambió el interior del hombre. El hombre necesitó de una purificación
y una renovación interior, es decir, un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Jesús se encarnó para establecer esta Alianza Nueva. Pero hace falta un pueblo nuevo. Por
eso, Jesús reunió entorno de sí a 12 apóstoles. El número era preciso. Como el pueblo de
Israel fue formado por doce tribus, el nuevo Israel se fundaría sobre 12 apóstoles. En esto
vemos la intención de Jesús; quiso formar un Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia.

En su primera a carta, vemos cómo San Pedro reflexiona sobre la identidad de la Iglesia en
relación con la identidad de Israel bajo la Alianza Antigua, presentando a la Iglesia como el
nuevo Israel.

1 Pe 2, 5: ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa


espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales,
agradables a Dios por Jesucristo.

1 Pe 2, 9-10: Ustedes… son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de
las tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el
Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han
alcanzado.

La identificación de la Iglesia como el nuevo Pueblo de Dios, el nuevo Israel, indica que
hay continuidad entre la Alianza Antigua y la Alianza Nueva. La nueva es el

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cumplimiento de la antigua y la antigua una preparación para la nueva. No es, por
tanto, extraño que los apóstoles hicieran una relectura de las escrituras (Antiguo
Testamento). En primer lugar buscaron luz sobre la identidad y la misión de Jesucristo para
mostrar que él era el Mesías prometido y que en Él se cumplirían todas las promesas de los
profetas. También, hicieron una relectura para encontrar luz sobre la identidad y la misión
de la Iglesia.

Ahora, vamos a ver algunas de las prefiguraciones del bautismo en el Antiguo Testamento,
que de alguna manera, prepararon el camino para acoger este sacramento y entenderlo
mejor.

2. Las prefiguraciones del bautismo en el Antiguo Testamento.

a. La circuncisión.

La circuncisión era el rito por el cual los varones pertenecían al pueblo de Israel. Sus hijos
debían recibir la circuncisión al cumplir 8 días. Un adulto que quería convertirse debía
recibir la circuncisión también. Era un signo visible que marcaba en sus cuerpos su
identidad como Israelitas. Era un compromiso de la Antigua Alianza. Los que no recibían la
circuncisión eran excluidos del pueblo (Cf. Gen 17, 11-14).

Lo importante no era simplemente lo externo. Junto con esto, debían añadir disposiciones
interiores de humildad y de obediencia. No servía para nada la circuncisión si no eran
obedientes a la Alianza. Por eso, Moisés exhortó los israelitas a que: “circunciden sus
corazones y no persistan en su obstinación” (Dt 10, 16).

En los primeros años de la Iglesia hubo mucha controversia sobre la necesidad de


circuncidar a los gentiles, a lo que San Pablo se opuso enérgicamente. Fue el tema concilio
de Jerusalén (cerca al año 49 d. C.).

 He 15, 1-2: Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si
no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse.
A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente
con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a
Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros.

Es interesante como los cristianos querían una respuesta de la Iglesia y por eso fueron a
Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros. No habían decidido
la cuestión independientemente, basado en sus interpretaciones de las escrituras. En eso, no
eran como Lutero y compañía.

También, San Pablo enseñó que la circuncisión era inútil si no se cumplía la Ley. El
verdadero judío lo es interiormente y la verdadera circuncisión es la del corazón (Rm 2,
29).

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 Rm 2, 25-29: La circuncisión es útil si practicas la Ley, pero si no la practicas, es
lo mismo que si fueras un incircunciso. Al contrario, el que no está circuncidado,
pero observa las prescripciones de la Ley, será tenido por un verdadero circunciso.
Más aún, el que físicamente no está circuncidado pero observa la Ley, te juzgará a
ti, que teniendo la letra de la Ley y la circuncisión, no practicas la Ley. Porque no
es verdadero judío el que lo es exteriormente, ni la verdadera circuncisión es la que
se nota en la carne. El verdadero judío lo es interiormente, y la verdadera
circuncisión es la del corazón, la que se hace según el espíritu y no según la letra
de la Ley. A este le corresponde la alabanza, no de los hombres, sino de Dios.

En su carta a los Colosenses, San Pablo, habló de “la circuncisión de Cristo,” dejando claro
que el bautismo era el rito de iniciación para los cristianos. Como uno pertenece al pueblo
de Israel por la circuncisión, ahora un cristiano entra en la Iglesia -el nuevo Israel- por la
puerta del bautismo.

 Col 2, 11-14: En él fueron circuncidados, no por mano de hombre, sino por una
circuncisión que los despoja del cuerpo carnal, la circuncisión de Cristo. En el
bautismo, ustedes fueron sepultados con él, y con él resucitaron, por la fe en el
poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Ustedes estaban muertos a
causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir
con él, perdonando todas nuestras faltas.

Considerar el papel de la circuncisión entre los israelitas nos ayuda a entender la necesidad
del bautismo, el bautismo de los niños, el carácter del sacramento y las disposiciones
interiores para recibir fructíferamente la gracia del bautismo.

b. El agua.

El agua utilizada en los rituales de purificación y consagración. Hemos visto en la


profecía de Ezequiel que el símbolo del agua significaba la purificación de los pecados:
“Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados” (Ez 36, 25). En el Libro de
Números, Dios decretó, por la consagración de los levitas: “los rociarás con agua lustral…
y así quedarán purificados (Nm 8, 7). Similarmente, el agua fue utilizada para lavar a
Aarón y a sus hijos antes de recibir su consagración sacerdotal (Ex 29,4; 30,19-20). Se
ordena al pueblo que lave sus vestiduras a fin de santificarse antes de entrar en la Alianza
(Ex 19,10.14). Finalmente, en Números (19,1-22) encontramos las reglas sobre la
preparación y el uso del agua lustral. Aquí es un ejemplo:

Nm 19, 11-12: El que toque el cadáver de cualquier ser humano será impuro
durante siete días. El tercero y el séptimo día se purificará con el agua lustral, y
será puro; y si no se purifica el tercero y el séptimo día, no será puro.

El agua como símbolo de la vida y la muerte.

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El agua significaba también la bendición de Dios. Sin agua, no hay vida. En el desierto, el
agua hace renacer la vida. Por eso, Isaías la usó en su profecía sobre la restauración de los
israelitas después de su destierro en Babilonia.

Is 41, 18 -20: Haré brotar ríos en las cumbres desiertas y manantiales en medio de
los valles; convertiré el desierto en estanques, la tierra árida en vertientes de agua.
Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos silvestres; plantaré en la
estepa cipreses, junto con olmos y pinos, para que ellos vean y reconozcan, para
que reflexionen y comprendan de una vez que la mano del Señor ha hecho esto, que
el Santo de Israel lo ha creado.

En otras ocasiones, Dios usó el agua para castigar a los pecadores, como en el diluvio.
Viendo todo el pecado en el mundo, Dios se arrepintió de haber creado al hombre. Pero,
también vivía un hombre justo: Noé. Dios castigó a los pecadores por medio del agua, pero
salvó a Noé y a su familia.

San Pedro lo interpretó como una figura del bautismo:


 1 Pe 3, 18-22: Cristo murió una vez por nuestros pecados –siendo justo, padeció
por la injusticia– para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue
vivificado en el Espíritu. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que
estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba
pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos –ocho
en total – se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del bautismo, por el
que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha
corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la
resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo
y de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.

El paso por el Mar Rojo es similar. Liberados de su esclavitud en Egipto, los Israelitas
tenían que pasar por el Mar Rojo, guiados por la nube. El faraón mandó a su ejército detrás
de ellos. Moisés partió las aguas y los israelitas pasaron por tierra seca. Pero cuando los
soldados trataron de pasar, las aguas regresaron a su lugar y todos los soldados murieron.
Por algunos, las aguas presentaron una vía de salvación. Por otros, su destrucción.

San Pablo vio en esta intervención salvífica de Dios una figura del bautismo:
 1 Cor 10, 1-2: que todos nuestros padres fueron guiados por la nube y todos
atravesaron el mar; y para todos, la marcha bajo la nube y el paso del mar, fue un
bautismo que los unió a Moisés.

El río Jordán. Los israelitas tenían que pasar por el río Jordán antes de entrar en la tierra
prometida. Fácilmente podemos aplicarlo a nuestra peregrinación al cielo.

El río Jordán era también el sitio de la curación de Naamán. Naamán era un general del
rey de Aram, pero sufría de lepra. Escuchó que había un profeta en Israel que podía curarle
de su lepra, y se fue a verle. Eliseo le mandó un mensajero con estas instrucciones: “Ve a
bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio.” (2 Re 5, 10).

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Naamán se enojó porque no era lo que esperaba. Era demasiado sencillo. Pero, después de
reflexionar, obedeció las instrucciones del profeta. “Entonces bajó y se sumergió siete
veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como
la de un muchacho joven y quedó limpio.” (2 Re 5, 14).

También el sacramento del bautismo parece como algo demasiado sencillo, un lavado de
agua, pero este lavado quita todos los pecados e infunde la gracia santificante.

3. El bautismo de Juan

El bautismo de Juan preparó el camino para el mesías. Juan proclamó un bautismo de


conversión para el perdón de los pecados (cfr. Mc 1,4), para preparar al Señor un pueblo
bien dispuesto (cfr. Lc 1,17). Su bautismo era una confesión pública de los pecados y una
forma de penitencia. Pero su bautismo no confería la gracia santificante y la remisión de los
pecados. No era un sacramento verdadero. Era un rito que ayudaba a los judíos a
arrepentirse y a prepararlos así para recibir el bautismo de Cristo.

Mt 3, 11: Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene
detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las
sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

Jesús comenzó su ministerio público con el bautismo de Juan.

Mt 3, 13-17: Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan
para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene
necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero
Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos
todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del
agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender
como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este
es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».

Juan no quería bautizar a Jesús. Tenía la plena conciencia de que Jesús – su persona y su
misión – eran más grandes que él: aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo y
yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en
el fuego. (Mt 3, 11). Juan reconoció que él mismo necesitó el bautismo de Jesús.

En su bautismo, Jesús muestra las disposiciones interiores que son necesarias para nosotros:
la humildad y la obediencia. En todo Jesús cumplió la voluntad de su Padre. Bajando a las
aguas del Jordán, las santificó con su presencia. Saliendo del agua, recibió al Espíritu Santo
y escuchó las palabras de su Padre.

El bautismo de Jesús era una epifanía de la Santísima Trinidad, por lo cual podemos intuir
la fórmula trinitaria del bautismo. Vemos el signo externo del bautismo. Vemos también que
el fin del bautismo es darnos al Espíritu Santo y hacernos hijos de Dios. Con el bautismo,
los cielos se abren para nosotros.

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4. El Sacramento del Bautismo

CEC 1213: El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico


de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a
los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados
como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la
Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Concilio de Florencia: DS 1314; CIC,
can 204,1; 849; CCEO 675,1): Baptismus est sacramentum regenerationis per
aquam in verbo" ("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua
y la palabra": Catecismo Romano 2,2,5).

Notamos brevemente algunos puntos:


 El Bautismo es el fundamento de la vida cristiana. Es en donde recibimos el don de
la vida eterna. “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de
Dios” (Jn 3, 5).
 El Bautismo es la puerta de los otros sacramentos. Sin el bautismo, no se puede
recibir los demás sacramentos.
 Por el Bautismo somos liberados del pecado, tanto del pecado original como de los
pecados personales.
 Por el Bautismo somos regenerados como hijos de Dios, hijos adoptivos. “Pero
cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer
y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos
hijos adoptivos.” (Gal 4, 4). Esta adopción es una participación real en la naturaleza
divina (cfr. 2 Pe 1, 4) y no simplemente una acción jurídica que no cambia la
naturaleza.
 El Bautismo nos une a Cristo y nos une a todos los que están unidos a Él en el
Bautismo. Este es el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia.
 Como miembros de la Iglesia, participamos en la misión de la Iglesia. Todos los
fieles participan en la misión de la Iglesia.

El Bautismo fue instituido por Jesucristo.

En el Nuevo Testamento aparecen testimonios tanto de las notas esenciales del sacramento
como de la institución hecha por Jesucristo:

 En su diálogo con Nicodemo, Jesús dijo: “Te aseguro que el que no renace de lo
alto no puede ver el Reino de Dios.” (Jn 3, 3). Aquí, Jesús declaró solemnemente la
necesidad del bautismo. Pobre Nicodemo, no entendió nada, y Jesús reiteró su
mensaje: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en
el Reino de Dios” (Jn 3, 5). Podemos ver la materia del sacramento (agua) y la
acción del Espíritu Santo.

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 Antes de la Ascensión, Jesús mandó a sus Apóstoles a bautizar: “Vayan, y hagan
que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado” (Mt 28, 18-19). “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a
toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se
condenará.” (Mc 16, 15-16). Aquí podemos notar la fórmula Trinitaria del
bautismo y la relación entre el sacramento y el perdón de los pecados.
 El día de Pentecostés, cuando la gente preguntó que deben hacer, San Pedro les dijo:
“Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean
perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.” (He 2, 38).
 Después de Pentecostés, los apóstoles bautizaron a la gente. Formó parte de la
iniciación cristiana. Y así, Felipe bautiza a un etíope. “Siguiendo su camino,
llegaron a un lugar donde había agua, y el etíope dijo: «Aquí hay agua, ¿qué me
impide ser bautizado?». [Felipe dijo: «Si crees de todo corazón, es posible». «Creo,
afirmó, que Jesucristo es el Hijo de Dios».] Y ordenó que detuvieran el carruaje;
ambos descendieron hasta el agua, y Felipe lo bautizó. (He 8, 36-38).

4. Los efectos del bautismo

a. El Espíritu Santo, las virtudes, y los dones

El primer efecto del bautismo es la inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestro


corazón.
 Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará;
iremos a él y haremos en él nuestra morada (Jn 14, 23).
 Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece
en él. (1 Jn 4, 16).
 ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes? (1Cor 3, 16-17).

Lo que hace el Espíritu Santo en nosotros es perdonar nuestros pecados y santificarnos con
la gracia santificante. El Espíritu Santo se encarga de nuestra santificación, capacitándonos
para colaborar con Él. Por eso, recibimos las virtudes infusas y los dones del Espíritu
Santo. Las virtudes son infundidas para hacernos capaces de obrar como hijos de Dios y
merecer la vida eterna. Elevan las facultades humanas al plano divino.

Los dones del Espíritu Santo son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil
para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones son: sabiduría, inteligencia,
consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Los frutos del Espíritu son perfecciones
que el Espíritu Santo forma en nosotros como primicias de la vida eterna. La tradición de la
Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad,
mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gal 5, 22-23, vulg.).

b. La justificación

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La justificación es la consecuencia de la gracia santificante infundida por el Espíritu
Santo. Consiste en la remisión de los pecados y en la santificación y la renovación del
interior del hombre (cfr. D 799, CEC 1989). No están separados temporalmente. El Espíritu
Santo derrama su gracia que, a la vez, remite los pecados y santifica el hombre.

El bautismo causa la remisión del pecado original, y en los adultos, la remisión de los
pecados personales, junto con la pena temporal. No hay nada para impedir el acceso
directo al cielo. Es decir, no hace falta más purificación a través del purgatorio.

La justificación también incluye la santificación y la renovación del hombre. Esta


afirmación va contra la teoría de Lutero y los reformadores protestantes, quienes vieron la
justificación como la “non-imputación” del pecado. Desde el momento en que el hombre
tiene fe en Jesucristo como su salvador, Dios ya no toma en cuenta sus pecados. Los
pecados “permanecen” pero no su culpa y su castigo.

La gracia santifica y renueva interiormente, pero ciertas consecuencias permanecen en la


naturaleza después del bautismo. Parte del problema de Lutero fue que identificó la
concupiscencia con el pecado.

La concupiscencia no es un pecado, es una inclinación, una atracción, una tentación a pecar.


En la providencia de Dios, las heridas de la naturaleza humana quedan después del
Bautismo para que el hombre pueda formarse en la virtud y, de esta manera, colaborar en su
santificación.

Hay que evitar dos extremos: que la gracia no es necesaria o que la gracia es inútil.
1. Una es representada por el pelagianismo. Según Pelagio, el hombre podía vivir una
vida moralmente buena y salvarse sin la ayuda de la gracia. Según él, la falta de
Adán era simplemente un mal ejemplo, negando el pecado original.
2. El otro extremo es representado por los reformadores protestantes. Según ellos, la
naturaleza humana está totalmente corrompida por el pecado original. La gracia no
sana y santifica su interior. Remane un pecado después de su “justificación.” Y así,
el hombre no puede no pecar, ni siguiera con la ayuda de la gracia.

c. La gracia sacramental

5. La necesidad del bautismo

El Bautismo es necesario para salvarse. Así declaró el Concilio de Trento: “Si alguno dijere
que el bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema.” (Dz 861).

Jesús mismo declaró que el Bautismo era necesario para la salvación. “Te aseguro que el
que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). “El que
crea y se bautice, se salvará” (Mc 16, 16). La razón teológica de la necesidad del bautismo
es clara: sin la incorporación a Cristo nadie puede salvarse. Tenemos que participar en sus
méritos y recibir su gracia. Cristo es el único camino al Padre, el único mediador entre Dios
y el hombre.

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El Catecismo enseña que el “Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los
que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento”
(no. 1257). Pero, afirma a la vez que “Dios ha vinculado la salvación al sacramento del
Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos.”

El sacramento puede ser suplido en casos extraordinarios, cuando sin culpa propia no se
puede recibir el bautismo de agua:
 por el martirio (llamado también bautismo de sangre),
 por el deseo explícito o implícito del bautismo para quienes tienen uso de razón
(llamada también bautismo de deseo).

El bautismo de sangre es el martirio de una persona que no ha recibido el bautismo, es


decir, el soportar pacientemente la muerte violenta por haber confesado la fe cristiana o
practicado la virtud cristiana.

El bautismo de deseo es el anhelo explícito o implícito de recibir el bautismo, un deseo


que incluye naturalmente la contrición perfecta. Bajo el influjo de una gracia actual, la
persona hace un acto de perfecta contrición o de perfecto amor a Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña al respecto que a los catecúmenos que mueren
antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el Bautismo, unido al arrepentimiento de
los pecados y a la caridad, les asegura la salvación (n. 1259).

Para aquel que ha conocido la revelación cristiana, el deseo de recibirlo ha de ser explícito.
Por el contrario, para el que no tenga ninguna noticia del sacramento basta el deseo
implícito. Como enseña el Catecismo:

CEC 1260: “Cristo murió por todos … En consecuencia, debemos mantener que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por
Dios, se asocien a este misterio pascual” (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre
que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la
voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que
semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen
conocido su necesidad.

En cuanto a los niños muertos sin el Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la
misericordia divina. La gran misericordia de Dios nos permite confiar en que haya un
camino de salvación también para ellos (CEC 1261).

En el Bautismo de deseo, la persona recibe la gracia santificante, pero no recibe el carácter.

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