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Pontificia Universidad Católica de Chile

Facultad de Teología
Luis Antonio Ortiz Jiménez
El mal intrínseco
El presente informe muestra de manera sintética el aporte del manual de teología moral fundamental
de Augusto Sarmiento, Enrique Molina y Tomás Trigo sobre el tema del conocimiento del mal
intrínseco, y también el aporte que hace el Papa Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor.

Primeramente, Augusto Sarmiento que presenta esta parte de la obra menciona que, los actos humanos
son moralmente buenos si son conformes con el bien de la persona como tal, es decir, con el plan de
la sabiduría divina para la persona humana y, por lo tanto, ordenábles a Dios. Sin duda no se debe
olvidar que la moralidad de los actos humanos depende del objeto, del fin y de las circunstancias. Por
lo tanto, el acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto y del fin. Aunque las
circunstancias pueden variar es de vital importancia que el fin cuente con bondad. Sin embargo,
cuando ocurre que el objeto pierde su bondad, el acto en su conjunto es moralmente malo.

La tradición teológica ha denominado a los actos intrínsicamente malos aquellos que son malos por
su objeto, de tal modo que nunca pueden convertirse en buenos por la intención o fin del agente. La
encíclica de Veritatis Splendor hace un listado de los actos que considera intrínsicamente malos.

 Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios,
el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario;
 Todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas
corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica.
 Todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los
encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de
blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros
son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables.

En el fondo la encíclica busca remarcar que, sí es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar
un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer
el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es
intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana. Advierte la encíclica
que, si los actos son intrínsecamente malos, a pesar de una intención buena o determinadas
circunstancias particulares pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla. Es muy tajante el
Papa Juan Pablo II al mencionar que a pesar de lo anterior estos actos: son actos irremediablemente
malos, por sí y en sí mismos no son ordenables a Dios y al bien de la persona. Por esto, las
circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su
objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección.

Sin embargo, han surgido algunas distintas teorías éticas que proponen la revisión de esta doctrina
como es el consecuencialismo y el proporcionalismo. Estas doctrinas sostienen de fondo, que la
moralidad de los actos esta determinada solo por la intención y las consecuencias. De tal manera que
no se puede afirmar la existencia de actos que, por sí mismos, sean malos siempre y sin ninguna
excepción. Remarcan estas teorías que la moralidad de los actos se determina no por el objeto moral,
sino por la ponderación de los bienes que hay que conseguir o de los valores que respetar.

La pregunta que nos hacemos para la reflexión será: ¿Cómo es posible armonizar esta doctrina del
mal intrínseco que parece rígida y estática a una sociedad que esta tan cambiante y dinámica?, ¿será
relevante para esta sociedad esta doctrina?

Fuente: A. Sarmiento, E. Molina, T. Trigo, Teología Moral Fundamental, Pamplona: EUNSA, 2013

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