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LA EXPERIENCIA:

1- Comencemos con la definición del la palabra experiencia en el DRAE:


experiencia.
(Del lat. experientĭa).: derivado de experiri: intentar, ensayar, experimentar

1. f. Hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo.


2. f. Práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer
algo.
3. f. Conocimiento de la vida adquirido por las circunstancias o situaciones
vividas.

4. f. Circunstancia o acontecimiento vivido por una persona.

*
2- M.HEIDEGGER, Del camino al habla, s.159:

“Hacer una experiencia (Erfahrung) con algo –sea una cosa, un ser humano, un dios–
significa que algo nos acaece, nos alcanza, que se apodera de nosotros, que nos tumba, que
nos transforma. Cuando hablamos de “hacer” (machen) una experiencia, esto no significa
precisamente que nosotros la hagamos acaecer; “hacer” significa aquí: sufrir, padecer,
tomar lo que nos alcanza receptivamente, aceptar, en la medida en que nos sometemos a
ello. Algo se hace, adviene, tiene lugar”

“Experimentar algo significa: alcanzar algo caminando en un camino. Hacer una


experiencia con algo significa que aquello mismo hacia donde llegamos para alcanzarlo nos
demanda, nos toca y nos requiere en tanto que nos transforma hacia sí mismo” (ibid.,s.177).

*
3- H.U.VON BALTHASAR, Gloria.Una estética teológica, V.1, Ed.Encuentro 1985, 203ss.
“Por consiguiente, la experiencia humana de la totalidad y de la profundidad no es la vía
que se abre a la experiencia de la fe, aunque esta profundidad y esta globalidad de lo
humano pueda ser puesta al servicio de una experiencia cristiana, más aún, Dios mismo se
ha apropiado de ella en la imagen del hombre Cristo. Si ya en el ámbito intramundano, la
experiencia no es un estado sino un proceso (a ello alude el prefijo “ex”), entonces no es la
entrada del hombre en sí mismo, en sus mejores y más altas posibilidades, sino la
introducción en el Hijo de Dios, Jesucristo –que le es inalcanzable en el plano natural– la
que se convertirá en una experiencia que es la única que puede reclamar su entera
obediencia.”

“Si la fe es participación otorgada en la perfecta fidelidad de Jesucristo a la alianza,


entonces la fe, en su origen y en su centro, no me pertenece propiamente a mí, sino a Dios
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en Cristo. Cristo es, por así decirlo, la planta madre, y yo sólo soy su sarmiento, y tampoco
puedo cerrarme sobre la realidad sobrenatural de la fe como algo propio, sino que en y a
través de la fe estoy abierto y expropiado de mí mismo. Lo “psicológico” de lo que podría
cerciorarme es la dimensión menos interesante y característica de la fe. Lo importante es el
movimiento que me saca de mí mismo, la preferencia de lo otro, de lo más grande, de
aquello de lo cual el que se ha expropiado a sí mismo por Dios no quiere precisamente
asegurarse. Considerada así, la experiencia cristiana sólo puede significar el crecimiento de
la propia existencia en la existencia de Cristo sobre el fundamento de la creciente
formación de Cristo en el creyente (cf.Gal 4,19).”

“La ex–periencia en su sentido más amplio es justamente la comprensión adquirida a través


de un viaje.1 Esta experiencia sólo puede adquirirse en la medida en que se hace, y sólo
puede hacerla el que se abandona a sí mismo y se pone en marcha, es decir, el que lleva su
fe a la práctica y vive como creyente. Aquí tiene lugar el tránsito del “psíquico”, que posee
el Espíritu “teóricamente”, pero no lo realiza, al “pneumático”, que acoge al Espíritu dentro
de sí. El primero “no percibe las cosas del Espíritu de Dios, son para él locura y no puede
entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente” (1 Cor 2,14). Por eso el dogma
(sobre Cristo en cuanto Hijo de Dios que muere y resucita por y en nosotros) sólo puede
desarrollarse partiendo del modelo del hombre pneumático y sólo puede ser comprendido
en su verdad por él. La dogmática cristiana se desarrolla en el ámbito de la fe y esto
significa, para Pablo, de la fe vivida en la existencia; aquí está su demostración, aquí radica
su carácter apodíctico, tanto su comprensibilidad objetiva como su inteligibilidad subjetiva.
En este sentido, la experiencia no tiene, naturalmente, nada que ver con el “sentimiento”
(tal como lo entiende Schleiermacher), ni con la irracionalidad modernista, pues aquello
dentro de lo cual viaja la existencia y es conducido ya por la gracia de Dios, es la realidad
objetiva, trinitaria, del Dios que “de antemano” (cf.Rm 5,8) ha tenido misericordia de
nosotros.”

“No obstante, el vuelo desde sí mismo hacia Dios no tiene el sentido de un “olvidarse a sí
mismo” (Flp 3,13), como si el hombre se perdiera a sí mismo. Más bien, en la experiencia
del Espíritu se le comunica la más profunda experiencia de sí mismo, porque el Espíritu
Santo es un Espíritu de revelación, habla al espíritu humano, le es inmanente y lo ilumina
en su ser.”
*
4- K.RAHNER: La experiencia del Espíritu, Narcea, Madrid 1977, pp.15-16.

“Para tratar el tema con mayor exactitud, podríamos abrir la Biblia y leer lo que se dice
sobre el Espíritu. Vemos que es el Espíritu del Padre que se da por el Hijo a todos los que
creen en él. Es como agua viva que mana del costado abierto del Crucificado, como fuente
vivificante que salta hasta la vida eterna y apaga en nosotros la sed de eternidad. Nos hace
decir “¡Abba, Padre!”. Se nos da en el bautismo y en la imposición de las manos. Significa
la venida del Dios Trino. Nos hace participar en el amor, la verdad y la libertad de Dios.
Nos hacemos en El, uno, unos con otros. En El esperamos. Por El somos ungidos y

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El autor juega aquí con la palabra er-fahren (experimentar, llegar a saber) en la que está incluída la idea de
viajar (fahren).
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sellados. Gime en nosotros y con nosotros con gemidos inenarrables y procura el acceso al
Padre y la seguridad de la vida eterna.

Podemos preguntarnos con razón dónde y cómo tiene lugar en nosotros esa experiencia del
Espíritu, ya que la Escritura no sólo habla en un plano doctrinal del “Espíritu que nos es
dado”, sino que incluye también una llamada –en la carta a los gálatas, en otros lugares de
san Pablo y de san Juan y en la Escritura en general– a la experiencia del Espíritu que
debemos hacer cada uno.”
*
5- J.ALFARO: Existentia cristiana in fide, spe, caritate, Lecciones del curso 1973-74 en la
P.Universidad Gregoriana, Roma.

El tema que trata es el de la certeza de la esperanza según san Pablo. Como conclusión de
Rom 5,5; 8,14-17 y 8,31-39, afirma: “La certeza de la esperanza es la experiencia vivida de
confianza filial, suscitada por el Espíritu Santo. La experiencia interior de la filiación, es
decir, del amor del Padre hacia nosotros, la experiencia de que somos hijos de Dios, es lo
mismo que la experiencia de que Dios nos ama, de que Dios me ama, que Dios es mi Padre.
La certeza de la esperanza, fundada sobre el amor de Dios en Cristo y suscitada por el
Espíritu Santo, implica la experiencia de que Dios es realmente nuestro Padre. Consiste en
la confianza filial en el amor de Dios, el amor de Dios hacia nosotros vivido en nuestra
actitud de confianza filial a Dios. Lo que vivimos, lo que inmediatamente tocamos, es la
actitud filial hacia Dios, pero exactamente en la actitud filial estamos seguros en modo
vivido de que Dios es nuestro Padre, que Dios nos ama como nuestro Padre, de que me
ama. Es una certeza vivida en la decisión consciente de confiarse incondicionalmente en el
amor de Dios, por lo tanto hay una decisión; no pensemos que es una experiencia
puramente pasiva. Es una certeza vivida en la decisión consciente de confiarse
incondicionalmente al amor de Dios, de poner nuestra existencia en sus manos, esperando
únicamente de El la gracia de nuestra salvación”

*
6- V.FERNÁNDEZ, La gracia y la vida entera, Herder 2003, 51-54.

“En la teología de las misiones divinas, Santo Tomás indica que la procesión eterna de una
Persona divina se prolonga en la historia por un término producido fuera de lo divino. A
partir de ese efecto creado en nosotros se accede a la experiencia de la divina Persona... No
estamos hablando de la gracia sin más, en la cual comunican todos los hábitos
sobrenaturales. Hablamos más bien de los dones operativos sobrenaturales, que se derivan
más inmediata y directamente de la gracia, los más nobles, que son el amor y la sabiduría...
No nos referimos entonces a una unión ontológica sino dinámica, por lo cual decimos que
es del orden de la experiencia. Así, afirmamos que en la caridad hacemos una particular
experiencia de la tercera Persona, que procede como Amor. También decimos que en el
don de la sabiduría –que perfecciona la fe redundando en amor– hacemos una particular
experiencia de la segunda Persona, que procede como “Verbo mental que espira Amor”.

Esta experiencia no requiere grandes conocimientos teológicos, y puede realizarse también


en un no cristiano. En el amor que nos inclina hacia otras personas humanas, por ejemplo,
puede hacerse una cuasi-experiencia del Espíritu Santo, ya que él es inclinación de amor
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que une al Padre y al Hijo en cuanto Personas distintas. Esta experiencia se realiza en
nosotros aunque nunca hayamos oído hablar del Espíritu Santo ni podamos expresar quién
es. En la sabiduría se vive la experiencia de un verbo mental que prorrumpe en amor. Así
“nos unimos al Verbo por la conveniencia de ese efecto con El” y poseemos un
conocimiento “cuasi experimental” de la segunda Persona, aún cuando no tengamos un
conocimiento expreso de ella...

Cabe advertir que, cuando S.Tomás dice “quasi experimentalis” no está afirmando que esto
sea menos experimental que la experiencia sensible. Es una verdadera experiencia, pero se
trata de un modo nuevo y diferente de experiencia, y por ello utiliza el “cuasi”. Pero
advirtamos que es diferente no sólo porque requiere la gracia santificante y trasciende toda
experiencia natural, sino por algo más: porque estamos hablando de posesión y gozo de una
Persona divina, de manera que hay una distancia infinita con respecto al la experiencia que
podamos tener de cualquier realidad creada, tanto natural como sobrenatural”

*
7- M.BELLET, Un trajet vers l’essentiel, Seuil, 2004:

“La teología no sería sino una cáscara vacía si, en cierto sentido, no estuviese sostenida por
una experiencia. Esto plantea un enorme problema, ya que desde hace muchos siglos existe
una especie de separación, al menos en la Iglesia católica, entre lo que se refiere a la
experiencia de lo religioso, de lo espiritual, y la teología propiamente dicha. Esta se
atribuyó la dignidad de una ciencia con su correspondiente objetividad, pero con una fuerte
desvinculación con respecto a la experiencia de los creyentes, juzgada como demasiado
empírica. Esta separación pudo haber tenido un sentido y una función pero, llevada
demasiado lejos, podía ser la fuente de una catástrofe. Ya que la teología y lo religioso no
son nada si no hay detrás algo que el hombre experimente. Esta experiencia puede ser
radical cuando es auténtica. No se trata simplemente de la dimensión espiritual o religiosa
de los estados anímicos del yo (p.93-94).

[Ante estas ideas] algunas personas –especialmente los teólogos– pueden fruncir el ceño,
diciendo que la experiencia es algo puramente subjetivo. Pero, ¿qué es la distribución entre
subjetivo y objetivo? Como si la experiencia estuviese del lado de lo subjetivo y la doctrina
del lado de lo objetivo. Estas son categorías mortales. Si la doctrina está del lado de lo
objetivo que excluye la experiencia, la doctrina se transforma en algo doctrinario. Si la
experiencia está del lado de lo subjetivo, significa que no puede haber experiencia de
aquello que afirma la doctrina. Pero la experiencia de la que estoy hablando es la
experiencia de ser desarraigado de lo que banalmente llamaría la experiencia de mi “yo”
(p.77-78)”.

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