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COMUNICACION para X Congreso de Antropología de la F.A.A.E.E.

: Culturas, Poder
y Mercado. Sevilla 2005. Simposio no 5.

PUBLICADO en C. Díez Mintegui y C. Gregorio Gil (eds): Cambios culturales y


desigualdades de género en el marco local-global actual. Fundación El Monte/
Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español/ Asociacion Andaluza
de Antropología, Sevilla 2005.

¿CÓMO HACER ETNOGRAFÍA FEMINISTA "HACIA ARRIBA"?


DILEMAS ÉTICOS Y POLÍTICOS PARA LA ANTROPOLOGÍA CRÍTICA.
Britt-Marie Thurén, Universidad de Göteborg, Suecia

Han pasado ya treinta años desde que Laura Nader publicó su artículo sobre "study up", la
necesidad de dirigir la mirada antropológica hacia arriba, hacia los escalones altos de las
jerarquías, hacia los sectores poderosos de la sociedad. Los antropólogos que tengan,
tengamos, una intención crítica no pueden, no podemos contentarnos con "dar voz a" o
"apoyar" o "hablar por" los grupos débiles del mundo, sino debemos también recabar
conocimientos acerca de los que rigen los destinos de todos. Incluso para los fines meramente
descriptivos resulta necesario incluir todos los niveles de la sociedad; si queremos entender
todo tipo de organización humana, no podemos excluir unos sectores específicos sólo porque
son los que tienen los medios para ocultarse de nuestros ojos curiosos. Hay que estudiar hacia
arriba, no sólo hacia abajo o hacia los lados, o nuestros conocimientos resultarán parciales y
tal vez perversos.
Si miramos la antropología feminista, veremos un desarrollo paralelo del objeto de
estudio: Era lógico durante los primeros años de la segunda ola del feminismo (años 1970
aproximadamente) concentrarnos en las mujeres. Hasta entonces parecía que las ciencias
sociales sólo se interesaban por los hombres, considerándolos los actores sociales en
exclusiva. Las mujeres eran las ausentes, las invisibles, por lo tanto había que ponerlas en el
mapa, defender la idea de que lo que hacen, dicen y piensan ellas también es interesante. Pero
para comprender bien por qué habían estado tan excluídas, habría que comprender el orden de
género en su totalidad, las relaciones entre mujeres y hombres, eso lo descubrimos durante los
años 1980, y allá por el año 1990 se daba ya bastante por supuesto que nuestro objeto de
estudio no era "las mujeres" sino "el orden de género".
Y si los hombres tienen más poder que las mujeres, en realidad es casi más importante
comprender a los hombres que a las mujeres, para poder describir bien y criticar el orden de
género. Es decir también al enfocar el orden de género tenemos que "study up", describir a los

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más poderosos, a los que están colocados en la parte superior de la jerarquía. Y en efecto, hoy
dia eso se está haciendo; aumenta la cantidad de estudios de los hombres vistos no como los
seres humanos por excelencia sino como una categoría de género. En este sentido la
antropología de género ha avanzado más que la antropología de otras relaciones jerárquicas.
Algunos antropólogos han estudiado los ricos y poderosos en el sistema de clases.i
Algunas antropólogas estudian las experiencias y los puntos de vista de los hombres en el
orden de género.ii Es decir, se ha empezado, algo se está haciendo. Pero poco, teniendo en
cuenta que llevamos treinta años diciendo que es una tarea imprescindible.
Hay, sin duda, varios obstáculos que explican el retraso del desarrollo sólido del tema.
Uno es que los métodos antropológicos exigen cercanía, acceso, tal vez incluso simpatía. No
es fácil en ningún caso, pero es especialmente complicado entre gente que prefiere mantener
las distancias y tiene los medios para hacerlo. Si las personas socialmente bien situadas no
quieren ser estudiadas, pueden evitarlo, y de hecho normalmente no quieren. Otra razón para
la preferencia por estudiar capas más modestas es la tradición mencionada de entender como
más crítico un trabajo que enfoca y hace visibles los que no suelen aparecer a la luz pública.
Por supuesto que tales trabajos son necesarios también, pero no deben monopolizar nuestra
atención; eso fue lo que nos hizo ver Laura Nader y hoy dia hay bastante consenso teórico
acerca de ello, a pesar de la raquítica práctica. Otra dificultad es conseguir financiación para
proyectos que requieren que el antropólogo vista ropa cara y tenga dinero para gastos de lujo.
Y hay otras barreras materiales, sociales y quizás incluso políticas que irán apareciendo en el
ejemplo que voy a presentar hoy.
Sin embargo esta comunicación tratará principalmente de un obstáculo de otra índole,
un dilema que para mí ha resultado particularmente espinoso; me refiero a las complicaciones
éticas y metodológicas.
Si conseguimos acceso, ¿cómo podemos cumplir con las normas éticas de respetar a
los estudiados? ¿Cómo podemos, por ejemplo, tratarlos con ese cariño y respeto que
normalmente expresamos tan profusamente en nuestros agradecimientos, si en realidad nos
caen fatal? ¿Como podemos dejarles hablar "con voz propia" si se trata de personas que ya
tienen mucha voz en la sociedad, que no necesitan que les apoyemos, sino que al revés, son
personas que queremos analizar para descubrir de qué manera sus ideas y acciones refuerzan
la jerarquía social que criticamos? Para ese fin nos tenemos que acercar con más sospecha que
amistad, más dispuestos a leer sus discursos a contrapelo que darles más peso del que ya
disponen. ¿Cómo hacer eso si nuestros métodos requieren que actuemos como personas
amables y de confianza, y si la ética profesional prohibe la duplicidad?
Este problema se presenta siempre que dirijamos la vista hacia los grupos más o
menos de élite, del tipo que sea, en cualquier parte del mundo. Pero se agudiza si estudiamos
grupos de nuestra propia sociedad, nuestro propio país.

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Y se agudiza aun más si hemos asumido profundamente la ética feminista. No sólo en
la antropología feminista, sino en los estudios de género interdisciplinarios en general, los
métodos cualitativos se han hecho populares, y se han publicado muchos argumentos de por
qué y cómo una feminista debe tener especial cuidado en no reproducir jerarquías sociales en
la interacción con las personas estudiadas, sino que debe acercarse a ellas con extremo respeto
y con simpatía, creando en la medida de lo posible una relación simétrica, procurando
cercanía y comprensión mutua, evitando métodos que impliquen distancia, evitando
manipulación de los sentimientos de los informantes, etc. Una buena feminista debe tener en
cada momento el consentimiento de las personas estudiadas, y ese consentimiento no puede
ser superficial, sino tiene que estar fundamentado en una buena comprensión de una
información amplia del proyecto.
Esta exquisitez en cuanto a la sinceridad del investigador y en cuanto al respeto por la
dignidad humana está muy bien. Pero parece dar por descontado que se estudia siempre "hacia
abajo". Lo mismo pasa con una aplastante mayoría de las publicaciones que tratan del aspecto
ético del trabajo antropológico.
Son necesarias las normas éticas de este tipo, yo las suscribo. Pero no resultan
fácilmente aplicables en los estudios hacia arriba. Incluso podría ser que, si las cumplimos al
pie de la letra, imposibilitarían los estudios hacia arriba, siempre que los poderosos no
compartieran la opinión de que se les debe exponer a un escrutinio crítico, lo cual no creo que
sea el caso muy a menudo.
De cierta manera el investigador es siempre la parte más poderosa en la interacción
con personas estudiadas, porque es ella/él quien define los problemas a estudiar, los métodos
y los fines del proyecto. En la interacción concreta hay, inevitablemente, una jerarquía donde
el investigador se encuentra en posición superior, porque tiene en mente una finalidad más
allá de la situación inmediata (aunque nunca puede saber si no lo tienen también los
informantes, claro), y le respalda una institución poderosa y prestigiosa aunque abstracta: La
Ciencia. Por lo tanto es correcto y necesario que las personas estudiadas tengan algún contra-
poder, una posibilidad de defenderse contra posibles abusos. Eso es así, independientemente
del origen social de los estudiados.
Ahora bien, en los casos reales el equilibrio de poder depende de los métodos usados.
Los antropólogos vivimos peligrosamente, porque usamos métodos que exigen mucho más
que un consentimiento formal. Nuestros métodos exigen cercanía, y la literatura está llena de
anécdotas y descripciones de los problemas "de acceso", como lo solemos llamar. No es nada
fácil obtener permiso para estar presente en la vida cotidiana de personas que apenas nos
conocen durante largo tiempo, y una vez logrado eso, pedimos aún más, buscamos
comprensión a fondo. Camino hacia tales sutilezas tenemos que vencer muchas dudas,

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resistencias, malentendidos, conflictos, irritaciones, etc. Lo consideramos como un aspecto
normal del trabajo de campo, no como una falta de ética.
Por regla general no nos sentimos como poderosos representantes de La Ciencia, sino
como molestos intrusos, sujetos a los caprichos de los que nos rodean y ponen las condiciones
para nuestro trabajo.
Si permitimos que todo el mundo tenga el derecho a negarse a ser estudiados, y si hay
categorías que por razones de su propia cultura quieren mantener una cortina de mitos
alrededor de lo que son - como es el caso por ejemplo de muchas aristocracias tradicionales y
también de las élites políticas y financieras - estas categorías podrán esconderse de la vista de
cualquier investigador y muy especialmente de los antropólogos. Tenemos que elegir entre
romper con la exquisitez ética o contentarnos con visiones parciales de la sociedad. Este es un
problema insuficientemente iluminado. Hay una laguna, y es la existencia de ella que quiero
señalar en esta comunicación.
Tal vez no hay soluciones generales. Tal vez no se pueden modificar las normas éticas
en general sin que caigamos en contradicciones. Pero entonces tenemos que buscar soluciones
ad-hoc, reunir ideas prácticas de cómo formular nuestros proyectos y cómo comportarnos en
las situaciones reales que puedan surgir durante un trabajo de campo entre gente "de arriba".

UN PROYECTO DE CLASE MEDIA ALTA MADRILEÑA

Hoy quiero contribuir a tal esfuerzo, contando mis propias experiencias en un estudio de la
clase media madrileña, para el que hice trabajo de campo hace ya varios años. Fue un proyecto
comparativo; había hecho un estudio de los discursos de género en un barrio de clase obrera
en Valencia, quería continuar mi exploración de los órdenes de género en ambientes urbanos
en España, y pensé que habría que completar con un estudio de la clase media. Pensé
especialmente en lo que entonces se llamaba la clase media nueva - no la tradicional de
médicos y abogados etc. que tienen clínicas y bufetes propios, sino la situación de ser
asalariado pero aun así vivir bastante bien. Antes de aproximadamente 1965, vivir de un
sueldo en España era sinónimo a vivir mal. Pero con el gran cambio económico y social del
país, surgió una necesidad de un nuevo tipo de expertos, que antes habían sido pocos:
economistas, ingenieros, profesores, periodistas, etc. Durante los primeros años seguían
siendo pocos, mientras la necesidad de sus servicios crecía vertiginosamente, con lo cual una
generación - aproximadamente la que terminó sus estudios entre 1965 y 1975 - pudo obtener
condiciones económicas muy buenas. Es una generación que ha marcado la vida del país, más
allá de sus propios círculos. Sus estilos de vida y sus opiniones han tenido una influencia
fuerte también en el orden de género. ¿Cómo son esos estilos de vida, esas opiniones? ¿Cómo
son las relaciones entre hombres y mujeres en esta clase? ¿Qué ideas sobre género hay, y

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cómo se habla de ellas, cómo se negocian culturalmente los cambios en el orden de género?
etc.
Como vosotros bien sabéis, hay muchas ideas diferentes. En la clase media hay todo
un abanico de posturas, igual que en la clase obrera, con la diferencia de que las posturas
extremas son más extremas. Esa es mi conclusión. Pero hoy no voy a hablar de los resultados
empíricos de este proyecto, sino del trabajo de campo.
Hice trabajo de campo en Madrid, porque es donde podía asegurarme el acceso a
ambientes variados de la clase media, gracias a viejas amistades. Como yo había vivido antes
de ser antropóloga una vida de clase media en Madrid, se puede decir que este estudio en
general no era ni hacia abajo ni hacia arriba, sino lateral. Para captar la variedad de ideas y
actitudes, me movía en todo tipo de ambientes: asociaciones radicales, incluyendo algunas
feministas, actividades culturales para amas de casa, el movimiento vecinal, etc.etc. Y a través
de unos amigos de toda la vida conseguí entrar en un club de tenis del tipo al que pertenecen
tantos madrileños de la clase media para tener donde estar los fines de semana, para bañarse
en verano sin tener que ir a las piscinas comerciales, para jugar al tenis también, tal vez, y
sobre todo para tener un lugar donde encontrarte con tus amigos sin tener que hacer planes y
sin tener que invitar a gente a tu casa.
El club al que me invitaron resultó ser uno de los más conservadores de Madrid. (Yo
sabía que los amigos que me introdujeron eran conservadores, pero no creía que tanto.) La
parte del trabajo que llevé a cabo en este club fue claramente hacia arriba, ya que
económicamente casi todos los socios estaban bastante mejor situados que yo, y además se
consideraban "de élite", lo decían ellos mismos. No eran de clase alta; no había entre ellos ni
aristocracia tradicional ni gente del gran capital, sino vivían de sus sueldos, pero eran sueldos
que les permitían vivir en chalets o pisos grandes, viajar al extranjero a menudo, celebrar
bodas por todo lo alto, mandar a los hijos a estudiar un año de bachillerato en EE.UU., tener
varios coches por familia etc. (O por lo menos eso daban a entender.) Y tenían trabajos que les
proporcionaban cierto poder social. Muchos eran ejecutivos de empresas grandes,
multinacionales muchas de ellas, también había gerentes de banco, algunos periodistas
destacados, ingenieros de todo tipo, muchos médicos y abogados, algunos políticos. Si
hablamos de los hombres, es decir. Había mujeres de carrera también, entre las jóvenes, pero
entre las mayores de aproximadamente 40 años la mayoría eran amas de casa. Me daba la
impresión que muchas tenían pocos estudios, pero no lo podía saber seguro, porque de eso no
se hablaba. Había algunas maestras, incluso algunas que ejercían, y había unas pocas que
tenían boutiques propios.
Con la introducción de mis amigos, que además estaban muy bien considerados dentro
del club, parte del problema de acceso ya estaba resuelto. Y como todos los socios venían al
club para relacionarse y sobre todo para hablar, era fácil para mí hacer lo mismo. Me sentaba

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en los grupos que conversaban o jugaban a las cartas en los salones, me movía entre los
grupos alrededor de la piscina durante el verano, participaba en otras actividades como
exposiciones de arte, una subasta de antigüedades, conferencias, cenas...

EL REGIMEN DE GENERO DEL CLUB

No tardé en descubrir que el club era un lugar de discursos muy conservadores. Me resultó
interesante de por sí que en medio de los discursos que dominaban en general en Madrid y en
España acerca de cambio social existiese una isla cultural donde la gente pretendía vivir como
si nada hubiese cambiado, como si todo era como "antes", tal como según ellos debía ser.
Muy especialmente era un ambiente conservador respecto a cuestiones de género. Por
ejemplo se regían estrictamente por una norma de vestir que se llamaba "decente" y cuyo
efecto general era ocultar las formas de los cuerpos, sobre todo los cuerpos de las mujeres. Se
daba por supuesto que las hijas se iban a casar y tener muchos hijos, aun cuando también se
mostraba mucho orgullo cuando las chicas sacaban buenas notas en la universidad. Se daba
por descontado que las mujeres jóvenes eran vírgenes al casarse; creo que los mayores sabían
que no era el caso, pero eso no se podía admitir, sino que se hablaba como si no cupiesen
dudas. Feminismo era una palabra maldita, proscrita.
Los socios del club defendían una diferencia clara entre los géneros, y negaban que
fuera una diferencia que conllevase jerarquía. Además defendían la idea de que esta diferencia
era natural, y que era peligroso e inmoral cuestionarla. Preferían no hablar del tema siquiera.
Así ponían coto a la posibilidad de negociar culturalmente una adaptación de sus ideas a los
cambios en el orden de género que acontecían fuera del club. Podríamos suponer que así
resultarían vulnerables, y que su rigidez a la larga haría insostenibles sus ideas de género. Pero
hay que recordar que eran personas influyentes en la sociedad en general y en los ambientes
donde se movían. Y su rigidez podía aparecer como convicción auténtica. Entre una cosa y
otra tenían buenas posibilidades de dejar su marca en muchos ambientes, también fuera del
club. Y dentro del club, el consenso silencioso causaba un efecto cultural fuerte. Lo que no se
cuestiona resulta dóxico (Bourdieu 1977). Como las ideas hegemónicas fuera del club eran
otras, las ideas que dominaban dentro del club no podían ser totalmente dóxicas, pero para los
socios el club funcionaba como una reserva, un lugar de descanso y sin debates, protegido de
ideas incómodas, y así se construía un conjunto de ideas que se reproducía eficazmente
aunque fuera en un espacio y un tiempo acotados.
Las opiniones de los socios del club chocaban frontalmente con las mías. Como
feminista las considero represivas y peligrosas, porque son ideas que tienen consecuencias
materiales y que limitan la libertad de movimiento de las mujeres, más que la de los hombres,

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y que además se apoyan en una actitud anti-democrática, anti-crítica, donde lo que se desea es
una armonía superficial y ausencia de debate.
Con todo, pensaba que era una suerte que había ido a caer en un sitio tan especial; no
habría sido fácil encontrarlo si lo hubiera buscado a propósito, aun menos obtener acceso. Me
parecía una oportunidad que no podía dejar escapar de hacer una contribución etnográfica
nada corriente y que desde un punto de vista feminista, o de crítica social en general, era
estratégicamente vital.

MI PRESENCIA

No ocultaba lo que estaba haciendo. Pero tampoco me resultaba fácil explicarlo bien. La gente
del club no tenía muchas ganas de escucharme. Nunca era oportuno del todo. Muchos socios
pensarían que las ciencias sociales son algo relacionado con socialismo o comunismo, por lo
tanto inmoral, feo, sucio. No lo decían, eran corteses siempre, pero se les notaba en el tipo de
preguntas que me hacían, en las muecas involuntarias, y en que generalmente evitaban el
tema.
Además yo no encajaba para nada. Estaba divorciada; yo decía separada, pero eso era
casi igual de malo. No había socios separados. Me contaron que si una pareja se separa, se dan
de baja en el club los dos, porque sería muy incómodo seguir siendo socios, incómodo sobre
todo para los demás que tendrían que escoger con quién de los dos relacionarse. Es decir, se
daba por supuesto que una separación no ocurre si no hay enemistad profunda. ¿Y si uno se
queda como socio y el otro no? preguntaba yo. No, pues no, eso es que... tampoco... Parecía
como si fuera algo tan desagradable que había que pretender que no existía.
Mujeres solteras había, pero aparte de las jóvenes (las hijas), eran pocas y tampoco se
movían como yo, solas y libres, entre los grupos del club; generalmente estaban adheridas a
alguna familia.
Además yo no podía vestir a la altura de los gustos del club. Las mujeres no vestían
según la moda de última hora. Tendían más bien hacia un gusto clásico, sobrio. Cada prenda
era de calidad cara, y normalmente no llevaban bisutería sino pendientes y cadenas de oro. Yo
me sentía, y creo que me veían, como medio indecente por mi vestir barato - y eso en un
ambiente donde "aparentar" era una palabra clave, y el aparentar significaba siempre pretender
tener más dinero del que se tenía.
Así que yo resultaba incómoda, por mi estado civil y por mi aspecto, y además por mi
proyecto de estudio. En alguna medida me salvaba el hecho de ser profesora de universidad,
porque "educación" era un valor alto en el club (aunque se le daba un sentido más de clase
social que de estudios), y sobre todo el estatus indudable de mis amigos. Además tuve la

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suerte de que me hicieran una entrevista en el telediario, y participé en un programa de La
Clave, lo cual me dio prestigio en el club, por lo menos durante algún tiempo.
Los socios me trataban amablemente, pero lo hacían de manera superficial, no me
daban confianza, y algunos me evitaban o mostraban a las claras que mi presencia resultaba
molesta.
Estar en el club era duro. Además tenía que vigilar constantemente lo que decía. Yo no
era una de ellos, eso resultaba evidente, aunque intentaba adaptarme y ser la buena
antropóloga que cae bien a todo el mundo. No protestaba cuando pronunciaban opiniones para
mí horrendas, por ejemplo de tipo racista, pero no sé hasta qué punto lograba controlar mi
sonrisa cortés, y muchas veces sentía que no podía mantener la sonrisa, no quería, me afectaba
demasiado profundamente a mi propio ser. Y lo que no hacía tampoco era contribuir a la
conversación con mis propios ejemplos y opiniones, como era la norma (como es la norma
general en conversaciones españolas), con lo cual seguro que la mayoría de los presentes
entendían que yo no estaba de acuerdo. No me confrontaban, no me obligaban a mostrar mis
cartas, porque eso habría sido ir en contra de sus propias normas de cortesía y arriesgar que se
produjera un debate, pero con el tiempo eran cada vez más numerosas las personas que
intentaban evitarme - discretamente, cortésmente, pero de hecho haciendo mi trabajo difícil. Y
yo, por ética personal y por eficacia antropológica, tampoco quería provocar. Si llego a
sincerarme en cuanto a opiniones, creo que me habrían expulsado del club.
¿Quiere decir esto que practicaba observación oculta? No, en absoluto. Nadie ignoraba
por qué estaba allí. Y en cuanto a mis opinones, se las podían imaginar, como digo.
Hasta aquí las reacciones de los socios a mi presencia. Vamos a considerar ahora mis
propias reacciones al club.

INCOMODIDADES ETICAS, PROFESIONALES Y PERSONALES

Si mi observación no era oculta, tampoco era tan abierta como proclaman los ideales de los
manuales metodológicos. Tenía que hacer equilibrios constantes, en el sentido de que si llego
a ser un poco más hipócrita hubiera conseguido más información, pero entonces hubiera ido
en contra de la ética profesional, y además soy incapaz como persona de mantener una
fachada falsa mucho rato. Pero si hubiera sido totalmente sincera y ética, el trabajo habría
resultado imposible. Abandonarlo tampoco era una solución ética, en la medida que lo
consideraba esencial para fines críticos.
Esto era un dilema, un doble vínculo (Bateson 1973). Fuera yo más sincera o menos,
me sentía atrapada en una maraña de dilemas éticos, personales y profesionales. El trabajo de
campo resultaba duro, a ratos francamente desagradable, y no tan fructífero como habría
deseado.

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También era un equilibrio en el sentido de que me sentía falsa aun en los momentos
que me portaba de una manera completamente sincera. Hice amistades en el club, y muchas
veces me lo pasaba bien. Es inevitable. Siempre hay algunos individuos que te gustan más que
otros. Y a algunos caía bien yo, por razones que no entiendo bien, pero fue así; algunos socios
me admitían en sus grupitos, me contaban cosas de su vida, me confiaban secretos. Me veía
con unos pocos de ellos fuera del club. Eso era necesario, profesionalmente, pero además me
apetecía. Cuando tratas a unas personas con bastante intensidad, les cuentas tu vida (aunque
en este caso con cuidado y censura), y escuchas sus anécdotas y problemas, cuando les
acompañas a comprar ropa, cenas con ellos, vas a bodas y bautizos y les felicitas de corazón
porque vives la felicidad de ellos, cuando conoces sus circunstancias... Cuando te pasa todo
esto, experimentas irresistiblemente la belleza de la compañía humana. Cuando sucede todo lo
que sucede en un trabajo de campo, y lo combinas con un poco de teoría social, entiendes no
sólo racional- sino emocionalmente que estas personas no son malas, sino que piensan como
piensan por una serie de razones y casualidades. Hay que diferenciar entre seres humanos y
discursos, entre los individuos y las estructuras, por mucho que los discursos y las estructuras
son reproducidos por la gente.
Había personas por las que llegué a sentir auténtico cariño. Me duele pensar que ellos,
si llegan a leer lo que escribo, se sentirán traicionados por mí. Luchaba constantemente con mi
conciencia, preguntándome hasta qué punto podía pretender ser amiga de ellos, y hasta qué
punto podía permitirme a mí misma sentirme amiga de ellos sin violar mi propia personalidad.
Había veces, cuando en alguna conversación surgían temas que me resultaban
asquerosas y peligrosas, que literalmente me tenía que agarrar al sillón para no levantarme y
marcharme; muchas veces me consolaba pensando, "¡Ay, ya veréis cuando escriba sobre
vosotros!"
¡Pero no podemos usar nuestra voz para vengarnos! Una cosa son nuestros
sentimientos incontrolables, muy otra es la finalidad crítica de la investigación. Esto también
es un equilibrio nada fácil de conseguir.
Especialmente cuando los informantes no son jefes de tribus lejanas sino
representantes de las élites de tu propia sociedad. Como española que soy, no puedo ser
indiferente ante muestras de actitudes que me resultan nefastas por parte de personas que sé
que tienen poder sobre cómo va a ser mi propia vida en el futuro y la de mis hijos y nietos.
Como sueca, que también soy, tampoco puedo dejar de experimentar rechazo hacia grupos
que indirectamente influyen de un modo para mí negativo en los aspectos de vida que
compartimos todos los europeos.

SOLUCIONES AD HOC

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Llevé a cabo el trabajo de campo a pesar de todo. Serviría de poco contar en detalle cómo
resolví los problemas prácticos, porque en esto hay que adaptarse a cada lugar y ser creativo,
es decir hacer lo que los antropólogos hemos hecho siempre y tenemos que seguir haciendo.
Sólo unos ejemplos breves. Un método que había pensado usar era historias de vida.
Pero los socios del club no querían en absoluto contar sus vidas, ni a mí ni a nadie, porque les
resultaba importante aparentar una seguridad social y un nivel económico que no tenían. Me
lo decían, no de sí mismos pero de los demás: "No pidas que la gente te cuente sus vidas, no
van a querer, porque no quieren que nadie sepa de sus orígenes, que a veces son humildes, o
cuánto ganan, y esas cosas."
En cambio les apetecía siempre todo tipo de ocasión para conversar. Así que organicé
grupos de discusión en las casas de algunas mujeres que se prestaban a ello, y eso fue
sorprendentemente fácil; les parecía elegante (palabra que usaban ellas mismas) invitar a unas
amigas una tarde a tomar té o café y hablar de algún tema. En estas ocasiones el ambiente fue
siempre agradable, y las participantes decían que lo pasaban muy bien, con lo cual yo me
quedaba más o menos tranquila, éticamente. Además, siempre resultan más fecundos los
métodos que encajan con los hábitos y gustos de los informantes.
En el club la actividad más importante era conversar, y había una norma que decía que
todo el mundo podía hablar con todo el mundo. Como yo era socia, aunque temporal, era por
lo tanto lícito que me acercara y empezara a hablar con quien quisiera. Los demás socios no lo
hacían así, por cierto; la norma era más ideológica que puesta en práctica ("se funciona por
grupos" decían) pero el que yo lo hiciera no solamente se admitía, sino se consideraba bien.
Era casi como si yo ayudara a crear un poco más del ambiente distendido que se deseaba para
el club.
Eso sí, cuando me acercaba a personas que no conocía, siempre empezaba por explicar
quién era y por qué estaba allí, y si alguien ponía mala cara, por muy cortésmente que lo
hiciera, no insistía.
Por supuesto que aprovechaba todas las ocasiones colectivas que se daban: cenas,
conferencias, visitas a museos, etc. Así trababa relaciones con algunas personas a quienes
luego podía acompañar en algunas de sus actividades fuera del club.
Y como hacemos también siempre los antropólogos, al escribir adaptaba mis
ambiciones teóricas a los datos que realmente tenía y evitaba pronunciarme sobre lo que no
podía saber.
En cuanto a mi aspecto y mi estado civil no había mucho que hacer, pero intentaba ser
creativa en el manejo de impresiones: hacía bromas acerca de mi gusto "jipi" en el vestir,
como si se tratara de caprichos (no creo que se lo creyeran mucho, pero lo admitían tal vez
como una variante de su propio "aparentar" constante); contaba anécdotas de mis hijos

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(siempre escogidas para no escandalizar, por supuesto) para dejar claro que era madre y que
serlo era importante para mí; no decía nunca nada ni de mi ex-marido ni de otras relaciones
amorosas; no daba mi dirección exacta, porque vivía en un barrio nada elegante; explicaba
que no podía tener coche viviendo como vivía entre dos países, etc.
El dinero resultó menos problemático de lo que había temido. Cuando salíamos en
grupo, siempre pagaban los hombres, y cuando estábamos sólo mujeres nunca se hacían cosas
caras, y llegué a comprender que la mayoría de las mujeres no tenían mucho dinero para
gastar en sí mismas.
Así me fui arreglando. Pero el problema del malestar personal no lo pude resolver.

LEYES, NORMAS, CONSEJOS AMISTOSOS Y SENTIDO COMUN

Los amigos que me habían introducido en el club, y otros amigos a quienes contaba mis
penas, e incluso algunos de los amigos que hice dentro del club, me daban un consejo
concreto y prácticamente unánime. Me decían que el problema era que yo había empezado al
revés. No tenía que ir por el club declarando tan abiertamente que iba a hacer un estudio. Eso
resultaba incómodo para la gente, daba una impresión de frialdad y casi agresividad. "Pero si
sencillamente te das a conocer, hablas con la gente, ya verás cómo te empiezan a apreciar,"
me decían estos amigos, "y cuando ya hay cierta confianza, entonces puedes explicar lo que
estás haciendo y pedir que te ayuden, y entonces se van a ofrecer en seguida, seguro."
Probablemente tenían razón. Y un buen antropólogo debe aceptar los consejos del
ambiente cultural que estudia. Es más, debe adaptarse a las normas de interacción que rigen
allí. Pero la ética antropológica prohibe los estudios encubiertos. El doble vínculo de nuevo.
Para resolver tales dilemas debería haber normas éticas en las que apoyarse. No hay
del tipo que a mí me hacía falta, pero normas éticas generales sí hay. La asociación
norteamericana de antropología las tiene, por ejemplo.iii En Suecia existen unas normas que
tenemos que acatar todos los investigadores que tenemos proyectos financiados por el
Consejo Sueco de Investigaciones Científicas. Las voy a resumir para daros una idea de su
severidad y a la vez de su inutilidad para resolver los dilemas con los que me encontré en el
club madrileño.
Son cuatro requisitos principales: de información, de consentimiento, de
confidencialidad, y de utilización (HSFR:s etikregler, 1990).
La primera regla dice que el investigador "informará a los informantes o participantes
en la investigación de sus misiones en el proyecto y de las condiciones que valen para su
participación. Se les informará de que su participación es voluntaria y de que tienen derecho a
interrumpirla. La información incluirá todos los aspectos de la investigación en cuestión que

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se pueda suponer podrían afectar la disponibilidad para participar" (traducción mía). Esto se
expresa en la frase clave: consentimiento informado.
Ya con esta regla queda claro que yo no podía seguir el consejo de mis amigos
madrileños. Dicho de otra manera: o violaba una norma de carácter legal, o violaba el sentido
común antropológico. Era un doble vínculo sin escapatoria, que se refuerza aun más en la
segunda regla, que insiste que el investigador "obtendrá el consentimiento de los
participantes" y la tercera regla que especifica que las personas "que participan en una
investigación tendrán el derecho a decidir autónomamente si, cuánto tiempo y en qué
condiciones van a participar. Podrán interrumpir su participación sin que esto suponga
consecuencias negativas para ellos" (traducciones mías).
Las demás reglas tienen menos importancia para el tema de hoy (reglas que prohiben
por ejemplo relaciones de dependencia entre el participante y el investigador; que insisten en
la confidencialidad de los datos y cómo se deben tratar, guardar y comunicar; y que los datos
personales recogidos no se pueden emplear para fines comerciales u otros fines no científicos,
etc.)
Se podría decir que los antropólogos somos más éticos que nadie, porque no nos
protege ningún laboratorio ni otras instituciones poderosas; al revés, en el trabajo de campo
quienes estamos expuestos y vulnerables somos nosotros, y los poderosos son nuestros
informantes que normalmente no necesitan ser informados de sus derechos; si no quieren
participar no lo hacen, e incluso muchas veces tienen la posibilidad de echarnos del lugar.
Esto es así aunque estudiemos muy claramente hacia abajo, por ejemplo en ambientes
marginales o sociedades aisladas del cuarto mundo, y por supuesto es aun más así si
estudiamos hacia arriba.
Pero según las reglas suecas de ética científica, los proyectos antropológicos, igual que
los demás, tienen que incluir un apartado sobre ética y una promesa de que vamos a atenernos
a las reglas éticas del Consejo. Nuestras solicitudes tienen que pasar por un examen ético
previo. Normalmente son aprobadas. El comité ético incluye por lo menos un antropólogo y
no se suelen considerar los datos antropológicos como éticamente problemáticos.
Pero yo tuve problemas precisamente con el proyecto de la clase media en Madrid. No
sé si despertó alguna sensibilidad especial en los miembros del Consejo, una sensación tal vez
de que los informantes de mi proyecto serían personas parecidas a ellos mismos. Por las
razones que fueran, el comité de ética formuló unas normas de conducta específicas para mi
proyecto: que no debía observar los socios del club a escondidas y que tenía que pedirles
permiso y darles explicaciones acerca de quién era y por qué estaba allí cada vez que me
acercaba a hablar con alguien; me exigieron además que asegurara que iba a avisar
individualmente a todos los socios del club de que si no deseaban mi presencia podían exigir
que me fuera y no volviera más. Eran requisitos que tuve que decir que iba a cumplir, y en

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alguna medida intenté realmente cumplir con ellos, pero como comprenderéis resultaba
complicado, incluso descortés, cumplirlos siempre y al pie de la letra.
Intenté usar mi sentido común antropológico. Dije lo que tenía que decir a los suecos
para que aprobaran el proyecto, y actué en el club como me pareció correcto y cortés allí. Pero
como había contradicciones entre las dos cosas, no me quedé con la conciencia del todo
tranquila.
Lo que no hice, desde luego, fue seguir las recomendaciones de mis amigos e
informantes. Si llego a hacer eso, hubiera quebrado mis promesas éticas, y si algún avispado
del club llega a sentirse incómodo con mi proyecto y por casualidad conociera un poco cómo
funcionan las cosas en Suecia (de hecho había en el club por lo menos un ejecutivo de una
empresa multinacional sueca), me hubiera podido denunciar al comité de ética y eso me podía
haber causado un sinfín de problemas, hasta tal vez incluso destrozar mi carrera académica.
No sucedió. Pero la mera posibilidad indica el riesgo que supone estudiar "hacia
arriba". Un obstáculo más.
¿Qué es lo que se podría llamar "consentimiento informado" en este caso? Los socios
del club no eran ni ignorantes ni vulnerables, muy al contrario. Y todos conocían y
comprendían (más o menos) las razones de mi presencia en el club. Aun así nadie intentó
expulsarme. Ahora bien, probablemente habría algunos que toleraban mi presencia sólo
porque no querían enemistarse con los amigos que me habían introducido. Y porque la junta
directiva del club me había dado su permiso, por lo que protestar habría causado conflictos
internos en el club, cosa que nadie deseaba. Yo tenía mucho cuidado en acatar algunos
consejos que me había dado la junta directiva de cómo actuar en el club (no molestar a los
grupos familiares durante las comidas, atenerme al reglamento que regía para todos los socios,
etc.), y como digo, no hablaba con nadie que no quería hablar conmigo. Pero estaba allí. Me
pasaba horas en el club, sentada en los salones y terrazas, tumbada al lado de la piscina o
paseando por todas las instalaciones, siempre observando, en verano y en invierno. Llegué a
conocer cómo era el club, cómo funcionaba, qué ideas se consideraban incuestionables, qué
tipo de personas eran socios, cómo se vestían, como actuaban entre sí y hacia los empleados
del club, etc. etc. Seguro que no todos los socios deseaban esto.
¿Y qué hacer con nuestras propias reacciones ante informantes nada humildes? En mi
caso, seguí trabajando, intentando hacer lo mejor que podía de lo que tenía entre manos. Es lo
que nos enseñan, al fin y al cabo, que los antropólogos han hecho siempre, y lo consideré una
ocasión espléndida y única para conseguir datos etnográficos valiosos. ¿Pero no será
éticamente problemático intentar describir y analizar personas que nos despiertan sentimientos
negativos? ¿Y cómo podremos fiarnos de los datos recogidos bajo esta clase de presión
psicológica?

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Pero a pesar de todas las dificultades no podemos contentarnos con el estudio de
ambientes que nos agradan. ¿Qué pasaría entonces con la crítica social? Tenemos que poder
estudiar a los que tienen dinero y poder social y también a los que no quieren ser estudiados,
porque en caso contrario no podremos analizar cuestiones esenciales como relaciones de
poder o estratificación social. Además construiríamos una antropología coja, ya que, si
queremos entender todo tipo de sociedad, necesitamos datos de todo tipo de contexto.
No digo que no debemos tener normas éticas. Pero digo que tienen que ser flexibles y
adaptables a las circunstancias culturales y a los métodos antropológicos - en vez de intentar
adaptar los métodos antropológicos a normas pensadas principalmente para sociólogos y
médicos.
Y lo que necesitamos para los estudios hacia arriba es algo más. Necesitamos maneras
aceptables y practicables de resolver el dilema entre las exigencias éticas y las exigencias de la
investigación social crítica. Tenemos que buscar maneras de ser respetuosos con los
individuos sin ser deferentes con las estructuras de poder, y tenemos que encontrar métodos
prácticos que permitan estudiar hacia arriba sin desgastes psicológicos excesivos ni riesgos
personales inaceptables.

CONCLUSIONES

El ejemplo que he presentado de mi trabajo en el club madrileño es sólo eso, un ejemplo, una
ilustración. La finalidad de esta comunicación es proponer un debate ético y metodológico
acerca de lo que cada vez más veo como un conflicto o contradicción entre las exigencias
éticas, tanto feministas como antropológicas, por un lado, y por el otro el mandato que
pensamos tener los antropólogos (algunos por lo menos, y especialmente las feministas) de
llevar a cabo estudios críticos. Hay que seguir estudiando "hacia abajo" pero también "hacia
arriba", a pesar de los obstáculos, dilemas e incomodidades que he indicado, y otros más que
habrá.
En mi propio trabajo en el club hice equilibrios como pude, y no tengo graves
problemas de conciencia. Pero a pesar de los años que han pasado, no he podido dejar de
pensar en lo mal que lo pasé durante el trabajo de campo, y esta experiencia influyó
definitivamente en mi decisión de llevar a cabo mi siguiente proyecto en un ambiente donde
sabía que me iba a sentir a gusto. Eso es válido, éticamente, y sirve como solución a un
cansancio personal. Pero ésa no puede ser la salida general. Los estudios antropológicos con
una perspectiva crítica anti-jerárquica tienen que incluir todos los niveles de cada sociedad,
incluyendo también la nuestra propia. En el caso de estudios feministas no sólo hay que
describir los cambios en el orden de género, o las resistencias feministas o los experimentos
radicales. Es absolutamente imprescindible completar esa clase de conocimientos con

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etnografía de los contextos donde hay resistencia contra los cambios que desde el punto de
vista feminista resultan positivos, y muy especialmente si estos contextos son lugares de
encuentro de personas que poseen influencia y poder.
Tenemos que seguir estudiando hacia arriba. La cuestión es cómo. Por eso presento
esta comunicación, para provocar un debate, para poner en marcha, si puede ser, un esfuerzo
colectivo de buscar soluciones.
Me imagino que tal esfuerzo tiene que tener dos vertientes. Tiene que ser por un lado
bastante abstracto, teórico, epistemológico, político, etc, para resolver los dilemas que he
indicado en esta comunicación. Por otro lado también debe ser una exploración de problemas
prácticos, debe tratar cuestiones cómo: de qué manera podemos acercarnos a las personas
poderosas si no somos de su propio grupo, cómo hay que observar, cómo entrevistar, cómo
interactuar en general, cómo escribir, cómo guardar los apuntes, etc.
Para empezar sería interesante reunir unas cuantas experiencias concretas, por ejemplo
en un volumen editado. Si es que hay suficientes experiencias de este tipo.

BIBLIOGRAFIA CITADA

BATESON, G. (1973) Steps to an Ecology of Mind. Granada, London.


BOURDIEU, P. (1977) Outline of a Theory of Practice. Cambridge University Press,
Cambridge.
BOURDIEU, P. (1984) Distinction. A social critique of the judgement of taste. Routledge,
London.
CAPLAN, P. (1985) Class and Gender in India. Women and their organizations in a South
Indian city. Tavistock, London y New York.
CORNWALL , A. y N. LINDISFARNE (coord.) (1994) Dislocating Masculinity. Routledge,
London.
GAVANAS, A. (2004) Fatherhood Politics in the United States. University of Illinois Press,
Urbana.
HSFR:s etikregler. (1990) Humanistisk-samhällsvetenskapliga forskningsrådet, Stockholm.
McDONOGH, G. (1989) Las buenas familias de Barcelona. Historia social de poder en la
era industrial. Omega, Barcelona.
NADER, L. (1974), "Up the Anthropologist - Perspectives Gained from Studying Up", en
Hymes, D (coord.): Reinventing Anthropology. Vintage Books, New York.

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i
Por ejemplo los estudios de George Marcus sobre familias ricas norteamericanas, Pierre Bourdieu en La Distinction,
Patricia Caplan sobre clase media en una ciudad de la India y Gary McDonogh sobre las "buenas familias de Barcelona". Y
algunos más.
ii
Una buena antología es la de Cornwall y Lindisfarne (1994). Hay algunas más. Anna Gavanas (2004) ha hecho un estudio
interesante de hombres conservadores norteamericanos desde una perspectiva feminista.
iii
Se pueden leer en la página web de la American Anthropological Association: www.aanet.org. Allí también se encuentra
un texto específico sobre consentimiento informado. Pero aunque estos textos son más flexibles que las normas del consejo
sueco, y admiten "diálogo y negociación" con las personas estudiadas, están también redactados como si siempre se estudiara
"hacia abajo".

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