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La obra del pintor tapatío José Luis López Galván nos transporta a mundos de dualidad,
surca sobre una línea delgada donde se realiza la síntesis de fuerzas que parecieran
oponerse; la fantasía y la realidad; lo simbólico y lo concreto; tenebrismo e inocencia;
oscuridad y luz; belleza y fealdad.
Estudió unos meses con el maestro Nino Magaña en el Instituto Cultural Cabañas.
Reconociendo éste su habilidad para el dibujo, le dice que ha llegado el momento de
empezar a pintar. Sin embargo, su estadía será breve y el discípulo abandona el taller para
aprender copiando a los grandes como Velázquez, Goya o Rembrandt; es decir, desde sus
pinturas. A manera de ensayo y error, empieza a desentrañar “la magia” – como él la llama-
de ciertos efectos que admiraba de los grandes maestros. Sin embargo, el artista ha elegido
una vertiente distinta a la de los grandes del barroco, incorporando estos efectos de luz y
estos conocimientos de anatomía y animal a un discurso surrealista, creando cuerpos
deformados, antropozoomorfos, fantásticos, oníricos.
El Fototropista, pieza realizada en 2016 para la colección del Grupo Milenio, se sintetiza
una buena parte de su proceso artístico. Al centro de esta pieza, aparece el torso de un
hombre con vestimenta del siglo XVII, similar a la que aparece en un homenaje que hace a
Rembrandt, representando “Las Clases de Anatomía” en la que suple a los personajes con
conejos vestidos. Sin embargo, esta vez lo ha hecho con mayor maestría en el detalle de los
pliegues, las texturas de las telas y sus transparencias. Aunque éste último detalle podría
mejorar, como se ve en los puños y en el paño que cruza el torso. También, se aprecia cierta
rigidez en la caída de las telas que hace que pierda naturalidad y fluidez el conjunto.
Bastante más óptimo es el realismo en la textura de la piel, las arrugas del rostro son
bastante expresivas y bien logradas. Las manos han sido trabajadas con cuidado, quizá
técnicamente es uno de sus mayores aciertos, es visible que ha sido un elemento que viene
trabajando con esmero desde tiempo atrás. También la textura y el brillo del metal está muy
bien logrado, las esferas en particular tienen un efecto óptico de volumen y brillo efectivos.
Es notoria la influencia del barroco español, que heredaron los efectos lumínicos de la
escuela de Caravaggio. El fondo negro siempre es atractivo, atrapa la curiosidad del
espectador al que luego le son lanzados los objetos del cuadro bañados de luz cálida y dura
que provoca contrastes dramáticos de luz y sombra; bastante favorecedor para las piezas
doradas que aparecen en el cuadro.
La figura central de este cuadro, es un cuerpo humano surrealista que se muestra integrado
en una composición circular donde el rostro ocupa el espacio del torso y las piernas
aparecen cruzadas como en una posición de sentado que recuerda a la meditación zen. Los
brazos se apoyan sobre la cabeza-torso en la cima del cuerpo logrando así la unidad
circular. El rostro varonil lleva un bigote delgado que recuerda la moda francesa con las
puntas curveadas hacia arriba.
Estos elementos se ligan visualmente a la figura del hombre vestido descrito anteriormente,
el cual tiene sus brazos hacia el frente, uno apoyado sobre un escritorio y el otro sostiene
una palanca que podría ser el de una caja musical o de una maquinaria de reloj. Del lado
izquierdo (visto de frente) del escritorio, el artista ha roto la perspectiva, integrando este
elemento con el suelo que se prolonga en una especie de pasillo hacia el fondo.
En la parte inferior del cuadro, sobre el escritorio (o el suelo, según se quiera interpretar)
aparece en miniatura un hombrecillo en sombra, de pie y dando cuerda a la maquinaria. De
hecho se podría seguir una línea narrativa desde abajo hacia arriba, encontrando su génesis
con este pequeño hombrecillo que acciona esta pequeña máquina de engranajes y que se
conecta sucesivamente con el torso vestido y posteriormente hacia arriba con los aros en
movimiento que giran alrededor del círculo. Esto le da unidad asombrosa al cuadro,
dándonos entender que todos los elementos están conectados en una especie sistema
coordinado como lo es el de una gran maquinaria de reloj.
Es evidente que el cuerpo-círculo es una representación del sol y los aros son las órbitas de
los planetas. En este simbolismo, el hombre ocuparía el lugar del sol, el centro de todo,
quizá una alusión al antropocentrismo excesivo contemporáneo. Es curioso que no aparezca
ninguna figura femenina dentro del cuadro ¿una omisión, o un acto inconsciente, o no
resultaba adecuado para el discurso intencionado?
Fototropismo es la cualidad que presentan ciertos organismos como respuesta a la luz solar.
Por ejemplo las plantas que crecen en la dirección en que es recibida la luz; los girasoles
son un buen ejemplo que denota esta cualidad. El fototropista de Galván, puede referirse de
forma poética a cualquier ser humano, incluso al desarrollo de las civilizaciones para
quienes la medición del tiempo ha sido uno de los avances más importantes y se deben a la
posición relativa de la tierra respecto del sol así como su rotación que deviene en las horas
del día y las estaciones del año. El tiempo, tan humano y tan etéreo es como diría san
Agustín: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero
explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.”
El Fototropista.
130cm x 130cm.
Oleo / tela.
José Luis López Galván. 2016.
Parte del proyecto LUNA Y SOL, DUALIDAD. Colección Milenio Arte.