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I. Lutero
Mientras tanto, en el mismo año, yo había vuelto al Salterio para interpretarlo de nuevo,
en la confianza de que ahora estuviese más ejercitado luego de haber tratado, en cursos, las
epístolas de San Pablo a los Romanos y a los Gálatas como asimismo la que está dirigida a los
Hebreos. En efecto, me había sentido llevado por un extraño fervor de conocer a Pablo en su
epístola a los Romanos. Mas hasta aquel tiempo se había opuesto a ello no la frialdad de la
sangre del corazón, sino una sola palabra que figura en el primer capítulo: "La justicia de Dios
se revela en él (el Evangelio)". Yo odiaba la frase "justicia de Dios", porque por el uso y la
costumbre de todos los doctos se me había enseñado a entenderla filosóficamente como la
llamada justicia formal o activa, por la cual Dios es justo y castiga a los pecadores y a los
injustos.
Empero, aunque yo vivía como monje irreprochable, me sentía pecador ante Dios y
estaba muy inquieto en mi conciencia sin poder confiar en que estuviese reconciliado por mi
satisfacción. No amaba, sino más bien odiaba a ese Dios justo que castiga a los pecadores.
Aunque sin blasfemia tácita, pero con fuerte murmuración me indignaba sobre Dios diciendo:
"¿No basta acaso con que los míseros pecadores, eternamente perdidos por el pecado original,
se vean oprimidos por toda clase de calamidades por parte de la ley del Decálogo? ¿Puede Dios
agregar dolor al dolor con el Evangelio y amenazarnos también por él mediante su justicia y su
ira?". Así andaba transportado de furor con la conciencia impetuosa y perturbada. No obstante,
con insistencia pulsaba a Pablo en ese pasaje deseando ardentísimamente saber que quería.
Entonces, Dios tuvo misericordia de mí. Día y noche yo estaba meditando para
comprender la conexión de las palabras, es decir: “la justicia de Dios se revela en él, como está
escrito: el justo vive por la fe”. Ahí empecé a entender la justicia de Dios como una justicia por
la cual el justo vive como por un don de Dios, a saber, por la fe. Noté que esto tenía el siguiente
sentido: por el Evangelio se revela la justicia de Dios, la justicia "pasiva", mediante la cual
Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: "El justo vive por la fe". Ahora
me sentí totalmente renacido. Las puertas se habían abierto y yo había entrado en el paraíso. De
inmediato toda la Escritura tomó otro aspecto para mí. Acto seguido recorrí la Escritura tal
como la conservaba en la memoria y encontré también en otras palabras un sentido análogo. Por
ejemplo: la obra de Dios es la obra que Dios realiza en nosotros; la virtud de Dios significa la
virtud por la cual nos hace poderosos; la sabiduría de Dios es aquella por la cual nos hace
sabios. Lo mismo sucede con la fortaleza de Dios, la salud de Dios, la gloria de Dios.
Si antes había odiado con gran encono la frase "justicia de Dios", con tanto más amor la
ensalcé ahora porque me resultaba dulcísima. De este modo aquel pasaje de Pablo fue para mí la
puerta del paraíso. Más tarde leía El Espíritu y la Letra de Agustín, donde en oposición a mis
esperanzas encontré que interpretaba la justicia de manera parecida, a saber, la justicia "con la
cual Dios nos viste al justificarnos". Si bien esto queda expuesto en forma imperfecta y él no
explica aún claramente todo lo concerniente a la imputación, me gustó, sin embargo, que se
enseñara la justicia de Dios gracias a la cual quedamos justificados.
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Mejor preparado por semejantes pensamientos, comencé a interpretar los Salmos por
segunda vez. Este trabajo habría dado lugar a un gran comentario, si no me hubiera visto
obligado a abandonar la obra empezada, puesto que al año siguiente la dieta del Emperador
Carlos V me llamó nuevamente a Worms.
Estas cosas te las narro, estimado lector, para que, al leer mis opúsculos, tengas presente que yo
(como expliqué antes) soy de los (como escribe Agustín de sí mismo) que adelantaron
escribiendo y enseñando. No pertenezco a aquellos que, aunque nada son, llegan de súbito desde
la nulidad a ser grandes personajes y, sin haber trabajado, sin haber sido tentados y sin haber
adquirido experiencias, agotan de una ojeada todo el espíritu de las Escrituras.
Hasta este punto había llegado el asunto de las indulgencias en los años 1520 y 1521.
Siguen después las controversias con los sacramentos y los anabaptistas. Si vivo, trataré de esto
en el prefacio a otros tomos.
¡Adiós, estimado lector en el Señor! Ora por el incremento de la Palabra contra Satanás,
porque él es poderoso y malo y actualmente está Heno de furor extremo sabiendo que le queda
poco tiempo y que el reino de su Papa periclita. ¡Que Dios fortalezca en nosotros lo que ha
obrado y termine la obra que en nosotros comenzó para su gloria! Amén.
5 de marzo de 1545.
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autoridad, y nos hacen creer con palabras desvergonzadas que el Papa no puede errar en la fe, ya
sea malo o bueno, para lo cual no pueden aducir ni una letra siquiera.
Además, todos somos sacerdotes, como se dijo arriba. Todos tenemos el mismo credo,
el mismo Evangelio y el mismo sacramento. ¿Cómo no tendremos también poder de notar y
juzgar lo que es recto o incorrecto en la fe? ¿Dónde queda la palabra de Pablo: "El hombre
espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie", y "Tenemos el mismo espíritu
de fe"? ¿Cómo no sentiríamos nosotros tan bien como un Papa incrédulo lo que es conforme a la
fe y lo que es inadecuado? Por todas estas sentencias y muchas otras más, debemos llegar a ser
valientes y libres. No debemos dejar atemorizar al espíritu de libertad (como lo llama Pablo) por
palabras engañadoras del Papa. Al contrario, hemos de juzgar con desenvoltura, cuanto ellos
hacen o dejan de hacer, según nuestra comprensión de creyente en las Escrituras, y obligarlos a
seguir la interpretación mejor y no la suya propia.
La tercera muralla se derrumbará por sí misma, cuando caigan las dos primeras, puesto
que cuando el Papa obra en contra de las Escrituras, estamos obligados a acudir en ayuda de
ellas, a vituperarlo y a compelerlo de acuerdo con las palabras de Cristo: "Si tu hermano pecase
contra ti, ve y redargúyelo entre ti y él solo. Más si no te oyere, toma aun contigo uno o dos. Y
si no oyere a ellos, dilo a la iglesia. Y si no oyere a la iglesia, tenlo por pagano". Aquí se le
manda a cada miembro preocuparse por el otro. Tanto más debemos colaborar, cuando obra mal
un miembro que gobierna a la comunidad, el cual por su proceder origina mucho daño y
escándalo a los demás. Pero para acusarlo ante la comunidad, por fuerza tengo que reunirla.
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han confundido alma y cuerpo como hacen los pérfidos, traidores, infieles, perjuros, mentirosos
y rebeldes. Por eso también San Pablo da sobre ellos el siguiente juicio (Rom. 13, 1): “El que
resista a la potestad recibirá el juicio sobre sí”. Este versículo golpeará finalmente a los
campesinos más pronto o más tarde, porque Dios quiere que se mantengan la fidelidad y los
deberes.
Segundo: prepararon la revuelta, robaron y saquearon con impiedad conventos y
castillos que no eran suyos, por eso merecieron doblemente la muerte del cuerpo y del alma
como bandidos públicos y asesinos de la calle. Cualquier hombre que pueda ser acusado de
sedición ha sido ya proscripto por Dios y por los hombres, de manera que quien primero quiera
o pueda matarlo actúa claramente con justicia. Contra cualquiera que sea manifiestamente
sedicioso cualquier hombre es a la par juez y verdugo, así como, cuando estalla un incendio, el
mejor es el que logra apagarlo. De hecho, la sedición no sólo es un delito horrendo, sino que,
como un gran fuego, incendia y devasta un país; lleva consigo matanzas y derramamiento de
sangre, causa viudas y huérfanos, destruye todo como la más tremenda de las desgracias. Por lo
cual quienquiera pueda debe golpear, destrozar, masacrar en público o en secreto, convencido
de que no existe nada más venenoso, nocivo y diabólico que un sedicioso, igual que se debe
liquidar un perro rabioso, porque, si no lo matas tú, él te matará a tí y a toda la región contigo.
Tercero: ellos cubren con el Evangelio sus delitos espantosos y horribles, llamándose
Hermanos Cristianos, pretenden juramentos y obediencia y obligan a la gente a participar con
ellos en tales impiedades: por eso se han convertido en los mayores blasfemos de Dios y
ofensores de su santo nombre, y así honran y sirven al demonio bajo la máscara del Evangelio.
Ya por esto merecen diez veces la muerte del cuerpo y del alma, porque no oí jamás pecado más
horrendo. Pienso asimismo que el diablo ha de sentir próximo el día del Juicio, pues ha revelado
delitos, tan inauditos, como si dijese: estamos en el final, por eso debe venir lo peor. Y quiere
tocar el fondo y, en verdad, desfondar la tierra: ¡Quiera Dios impedírselo! Ved entonces cuan
potente príncipe es el demonio, cómo tiene en sus manos el mundo y cómo puede confundirlo a
su antojo. De golpe puede aferrar, cegar, seducir, inducir y sublevar tantos millares de
campesinos y cumplir, por intermedio de ellos, lo que su rabia feroz y maligna se propone.
Ni siquiera es útil para los campesinos protestar (Gen. 1 y 2), que todas las cosas fueron
creadas libres y comunes y que todos hemos sido bautizados del mismo modo; Moisés ya no
vale, ni el Nuevo Testamento lo conserva; sólo existe nuestro maestro Cristo,que nos pone,
cuerpo y bienes, bajo el emperador y el derecho secular, cuando dice: “Dad al César lo que es
del Cesar”. Análogamente, también Pablo (Rom. 13, 1) dice a todos los cristianos bautizados:
“Cada cual esté sometido a la autoridad”, y Pedro: “Someteos a toda potestad de los hombres”.
Estamos obligados a seguir esta enseñanza de Cristo, como el Padre celeste ordena y dice:
“Este es mi Hijo dilecto, escuchadlo”. De hecho, el bautismo no hace libres al cuerpo y a los
bienes, sino sólo al alma; ni el Evangelio hace comunes los bienes, salvo aquéllos que cada cual,
según su voluntad, quiera convertir en tales, como hicieron los apóstoles y discípulos (Hechos 4,
33 ss), los cuales no pretendían que fueran comunes los bienes de Pilatos y de Herodes, como
estúpidamente andan parloteando nuestros insensatos campesinos, sino sólo los bienes propios.
Nuestros campesinos quieren, en cambio, que se transformen en comunes los bienes de otros,
mientras continúan teniendo los propios para sí: me parece que son unos lindos cristianos, en
verdad. Creo que ya no hay más demonios en el infierno, sino que todos han ido a parar a los
campesinos. Su delirio está por cierto más allá y por encima de toda medida.
Pues ahora los campesinos excitan contra ellos a ambos: a Dios y a los hombres, y
porque por tantas razones se hacen ya pasibles de la muerte del cuerpo y del alma no admiten ni
respetan ningún derecho, y actúan con furia cada vez más bestial, debo yo indicar a la autoridad
civil cómo ha de comportarse en buena conciencia en esta situación. En primer lugar, no puedo
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ni quiero impedir a esta autoridad al castigar y golpear a los campesinos, tampoco [quiero]
adoptar medidas contra ella según justicia y equidad aunque ella no observase el Evangelio. De
todas maneras, la autoridad tiene de su parte al buen derecho, ya que los campesinos no
combaten más por el Evangelio, sino que se han convertido claramente en infieles, perjuros,
rebeldes, desobedientes, asesinos, depredadores y blasfemos y, por lo tanto, hasta una autoridad
pagana tiene el derecho y el poder de castigarlos, es más, está obligada a ello. Exactamente por
eso, ella lleva la espada y es ministra de Dios por sobre quienes cometen el mal (Rom. 13, 4).
[…]
Por ello, queridos señores, liberad, salvad, ayudad y tened misericordia de la pobre
gente; pero matad, degollad, estrangulad cuando podáis; y si haciéndolo os sobreviene la
muerte, bien para vosotros, no podréis encontrar muerte más santa, porque moriréis en
obediencia a la palabra y a la orden de Dios (Rom. 13, 5 ss) y en servicio de la caridad, para
salvar a vuestro prójimo del infierno y de los lazos del demonio... Y si alguien juzga todo esto
demasiado duro, piense que la sedición es algo insoportable y que, en cualquier momento, es
necesario esperar la catástrofe del mundo.
Cap. XXI: "De la elección eterna, por la cual Dios predestinó a los unos a la salvación y a los
otros a la condena"
Llamamos Predestinación: el consejo eterno de Dios por el cual ha determinado lo que
quería hacer de cada hombre. Pues no los creó a todos en igual condición, ya que ordena a los
unos hacia la vida eterna y a los otros hacia la condenación eterna.
Decimos entonces, como lo muestra la Escritura con toda evidencia, que Dios una vez decretó,
por su consejo eterno e inmutable, a quienes quería reservar para la salvación y a quienes quería
consagrar a la perdición. Decimos que este consejo, en cuanto a los elegidos, está fundado en su
misericordia, sin ninguna injerencia de la dignidad humana. Por el contrario, la entrada de la
vida está cerrada para todos aquellos que él quiere abandonar a la condenación, y que esto se
hace por su juicio oculto e incomprensible, aunque justo y ecuánime. Más aún, enseñamos que
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la vocación de los elegidos es como una muestra y testimonio de su elección. Igualmente, su
justificación es otra marca y divisa, hasta que acceden a la gloria, en la cual yace el
cumplimiento de aquella -justificación-. Así, como el Señor marca a los que ha elegido,
llamándolos y justificándolos, por el contrario, privando a los réprobos del conocimiento de su
Palabra o de la santificación de su Espíritu, él demuestra por medio de tal signo cuál será su fin
y qué juicio les está preparado.
1. Nuestras comunidades tendrán el derecho de elegirse sus propios párrocos, y éstos deberán
predicar la palabra de Dios únicamente según el Evangelio.
2. No pagarán más que los diezmos en especie que sirvan al sustento de los párrocos; el
excedente se usará en beneficio de los pobres.
3. Se suprimirá la esclavitud, porque Cristo, con su preciosa sangre, nos ha redimido a todos sin
distinción.
4-5. Serán libres para el campesino la captura de pájaros y la pesca, como también la caza, para
que las fieras salvajes del señor no dañen ni consuman demás lo nuestro, cosa que hasta hoy
soportamos en silencio. Los bosques volverán a ser posesión de la comunidad.
6-7. No seremos obligados a prestar mayores prestaciones personales que nuestros antepasados:
tales prestaciones se fijarán por medio de un contrato preciso entre el señor y los súbditos, y ya
no tendrá lugar el árbitro injusto.
8. El tributo de los bienes feudales será establecido sobre bases más equitativas, para que no
suceda que trabajamos las tierras sin ninguna ventaja.
9. Se observarán las buenas leyes antiguas y no se harán nuevas arbitrariamente.
10. Quienquiera que se haya apropiado injustamente terrenos pertenecientes a la comunidad
estará obligado a devolverlos.
11. Cesará la costumbre llamada “caso de muerte”, por la cual los herederos deben redimir su
herencia ante el señor mediante una parte de ella (por ejemplo, entregando su mejor cabeza de
ganado), y las viudas y los huérfanos resultan ciertamente despojados. Y finalmente:
12. Queremos, cuando uno de estos artículos sea contrario a la palabra de Dios y resulte
impugnado a partir de tal fundamento, que ese artículo se considere abrogado.
Mira, el caldo de cultivo sobre el que germinan la usura, el pillaje y la rapiña lo forman
nuestros mismos señores y príncipes. Toman como propias a todas las creaturas: los peces en el
agua, los pájaros en el aire y lo que crece sobre la tierra —todo les debe pertenecer a ellos,
Isaías 5 [v. 8, 30]—. Después hacen circular el mandamiento de Dios entre los pobres diciendo:
“¡Dios ha ordenado: No robaras!”. Pero ya no tiene validez, porque ellos le han provocado
carencias a todas las personas: al pobre campesino, al artesano; exprimen y despellejan a todo
ser viviente, Miqueas 3 [v. 1-12]; mas cuando (el pobre) se apropia de una ridícula pequeñez:
¡que lo cuelguen! Y el doctor Lutrucos [se refiere a Lutero] les da su Amén. Son los señores
mismos los que hacen que la gente pobre se les vuelva enemiga. Pues si se niegan a erradicar la
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causa de sublevación, ¿Como será posible que a la larga se llegue a buen fin? Mas si lo digo yo,
se me tiene por subversivo; sea pues.
[Los escribas] Asoman su fina lengüita y con ternura dicen: “Escudriñad las Escrituras”;
porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la salvación. Es allí que las pobres personas
indigentes sufren un engaño tan terrible, que no hay boca capaz de expresarlo. Ellos mismos, a
través de todas sus palabras y acciones, hacen que la gente pobre no esté en condiciones de
siquiera aprender a leer por la preocupación que les genera obtener alimento; y
desvergonzadamente ellos predican, que el hombre pobre tiene que dejarse deshollar y
despellejar por los tiranos. Entonces, ¿cuándo va a aprender a leer las Escrituras?
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18. Todo cristiano debe continuar sin detenerse el camino, una vez que lo ha iniciado, y no
mirar hacia atrás, para que no le sea cerrada la puerta; o sea que si su padre, su madre, su
hermana o cualquier otro de su parentela no quisiera acoger esta enseñanza y el signo de la
alianza, esto no debe dejar dubitativo al buen cristiano, sino que él debe permanecer constante
en su fe.
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