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colono de hacienda, humillado por un terrateniente, se imagina cubierto de excrementos; el

relato termina con el señor a sus pies lamiéndolo. El cambio como inversión de la realidad. Es el
viejo y universal sueño campesino en el que se espera que algún día la tortilla se vuelva, pero en
los Andes, donde ''los conflictos de clase se confunden con enfrentamientos étnicos y culturales,
todo esto parece contagiado por una intensa violencia.^ Inkarri pasa de la cultura popular a los
medios urbanos y académicos. Los antropólogos difunden el mito. Cuando a partir de 1968
irrumpe en la escena política peruana un gobierno militar nacionalista. Inkarri dará nombre a un
festival, será motivo para artesanías, tema obligado en afiches, hasta figurará en carátulas de
libros. Para un pintor contestatario, Armando Williams, Inkarri es un fardo funerario a punto de
desatarse: en la imaginación de otro plástico, Juan Javier Salazar, es el grabado de un microbús
(ese peculiar medio de transporte limeño) descendiendo desde los Andes bajo el marco
incendiario de una caja de fósforos.9 Los intelectuales leyeron en el mito el anuncio de una
revolución violenta. El sonido de ese río 8. Fani Muñoz. «Cultura popular andina: el Turupukllay:
corrida de toros con cóndor». Lima, Universidad Católica. 1984. memoria de Bachillerato en
Sociología. Informes proporcionados por el profesor Victor Domínguez Condeso, Universidad
Hermilio Valdizán, Huánuco. 9. Gustavo Buntinx. «Mirar desde el otro lado. El mito de Inkarri. de la
tradición

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