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Lenguaje y realidad: una relación positiva – Eddo Rigotti1

El 16 de febrero de 1998 nuestra asociación organizó, en la Facultad de Ciencias de la Información


de la UCM, la mesa redonda "Lenguaje y realidad: una relación positiva". Dicha mesa redonda
fue presidida por el entonces Decano de la Facultad, y en ella participaron Dña. María del
Carmen Bobes Naves (Catedrática de la Universidad de Oviedo), Dña. Cristina
Gatti (Profesora de la Universidad Católica de Milán) y D. Eddo Rigotti (Catedrático y Decano
de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la Suiza Italiana).
Transcribimos la conferencia que pronunció el Profesor Rigotti, la cual nos resulta especialmente
provocativa. La definición que da en ella de “cultura”, opuesta a “ideología”, nos parece, entre
otros, un punto de reflexión necesario e insoslayable. Queremos darle la máxima difusión por la
riqueza y fecundidad que dicho encuentro tuvo para la asociación.

D. Eddo Rigotti, Catedrático y Decano de la Facultad de Ciencias de la


Comunicación de la Universidad de la Suiza Italiana

Entre comunicación y convivencia no hay una relación de sinonimia, sino una profunda
relación de implicación, porque la relación que hace típicamente humana la convivencia
se hace consciente y operante sólo gracias a la comunicación. En efecto, la estructura
profunda, casi en el sentido de "deep structure", de la convivencia que es la cultura se
forma , si participa y permanece en el tiempo ,con una forma comunicativa. No olvidemos
que la educación -que podríamos llamar también comunicación pedagógica- es el proceso
a través del cual todas las instituciones y organizaciones humanas se perpetúan; sobre la
educación -en cuanto verdadera y genuina comunicación intergeneracional- se funda esta
forma particular de memoria que es la cultura.

Entre las diferentes dimensiones organizativas de la convivencia, la economía que preside


la producción y el intercambio de bienes -objetos y servicios para vivir y crecer- está
totalmente entretejida de comunicación, por procesos de proyección y producción para el
intercambio. Las nuevas tecnologías acentúan este aspecto potenciando el papel de la
información en los procesos productivos (piénsese en la informática), en los servicios y
en los intercambios (piénsese en la nueva generación de empresas que opera con empresas
virtuales, "customer driven enterprises", etc.)

Pero es probablemente la convivencia civil, en especial esa delicada y preciosa forma de


convivencia civil que es la democracia, indispensable en la sociedad contemporánea, la
que tiene necesidad de una comunicación genuina, no adulterada, no contaminada. Por lo
demás, los historiadores nos pueden documentar como incluso en la crisis de convivencia
entre los pueblos, los poderes interesados en preparar la guerra y, por tanto, en propagar

1
RIGOTTI, E. (1998), «Lenguaje y realidad: una relación positiva». Conferencia pronunciada el 16 de
febrero de 1998 en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM y organizada por la Asociación
para la Investigación y la Docencia Universitas. Texto transcrito disponible en www.asociacion-
universitas.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=45&te=37&idage=330&vap=0 [acceso
29/08/2019].
el "animus bellandi", intentan hacer imposible o contaminar la comunicación
intercultural: un pueblo culturalmente aislado llega a sentir lo diferente como enemigo.

Pero el nexo entre comunicación y convivencia se ilustra bien en la historia de nuestro


siglo. Aún más, es razonable hacer un balance: nuestro siglo debe largamente sus
sufrimientos y horrores a una comunicación viciada. Pueblos enteros de millones y
millones de seres humanos han sido manipulados comunicativamente y han asumido
pasivamente durante décadas condiciones humillantes de sometimiento a totalitarismos
aparentemente diferentes pero igual de inhumanos. Numerosos pueblos se han opuesto a
otros, el mundo entero se ha dividido en bloques alternando guerras cruentas a batallas
ideológicas. La manipulación lingüística a lo largo de todo el siglo ha sido una de las
armas para agredir y oprimir. Incluso dentro del mismo pueblo se ha dado esta
comunicación perversa que ha dividido y ha generado hostilidades. El uso distorsionado
del lenguaje corrompe los ganglios más íntimos y delicados de la convivencia y de la
conciencia. Se dice unánimemente que nuestro siglo es el siglo de las ideologías incluso
cuando a menudo no se está de acuerdo en lo que esto significa. Yo intento definirlo: la
ideología es una concepción de la vida y de la convivencia que no se establece como
hipótesis y, por lo tanto, no se verifica en la experiencia sino que se impone como axioma
y por lo tanto la experiencia le es indiferente. La cultura es otra cosa por dos razones: no
es una elaboración puramente intelectual sino una forma de vida y de convivencia vividas
y, en cuanto tal, está continuamente abierta a una verificación en la experiencia. La
ideología es un proyecto referido al poder. Ahora bien, si por poder, en sentido negativo,
entendemos la instauración de una relación que determina el comportamiento del otro
eludiendo la libertad y/o la conciencia es evidente que se vale de la comunicación
perversa como instrumento para eludir la realidad.

De la experiencia de este siglo, ha nacido un sentimiento bastante difuso de desconfianza


y de miedo hacia cualquier tipo de comunicación, sentimiento en definitiva irracional,
como el de quien se abstenga totalmente del alimento para evitar los alimentos
adulterados. Por otro lado de este miedo se puede servir el poder para silenciar la
democracia. La desconfianza lleva a pensar que cualquier intento de relación con el otro
para hacerle partícipe de un conocimiento, de un proyecto, de un ideal, por lo tanto para
persuadirlo, se ve como un intento de manipulación.

Ahora bien, la única discriminante entre persuasión y manipulación es su reconciliación


con la realidad o su elusión. Estoy manipulado y no persuadido si se me induce a creer lo
que no es o a hacer lo que realmente no es mi bien.

Además la desconfianza sobre la comunicación ha colaborado, igual que las ciencias del
lenguaje que se han desarrollado no han ayudado a que se supere esta desconfianza. Éstas
han concebido el lenguaje, a menudo, como una combinación mecánica de signos. Para
ser más preciso, se ha concebido el acto comunicativo en muchas corrientes de la
lingüística y de la semiótica como el activarse de un códice constituido por signos
convencionales y arbitrarios según reglas dictadas por el mismo código y además con
carácter convencional y arbitrario, signos indiferentes en sí mismos a la experiencia y,
por tanto a la realidad, y que se combinan según reglas también arbitrarias e indiferentes
a la realidad. Creo necesario que, respetando la brevedad impuesta de una mesa redonda,
señale algunos aspectos de interacción entre el código con la experiencia en la
constitución del sentido del discurso que emergen con claridad en las disciplinas
lingüísticas (en la sintaxis, la semántica y la pragmática) y en las teorías de la
comunicaciónde los últimos decenisos de este siglo.

En primer lugar, si es verdad que las diferentes lenguas se diferencian no sólo en su


estructuración fonológica sino también e incluso más en la organización semántica hasta
el punto de sugerir en su carácter de categoría una articulación particular del mundo, es
también verdad que estas redes categoriales están intrínsicamente ligadas a las culturas
en las cuales estas lenguas se formaron, y por lo tanto, son pertinentes a la experiencia
histórica de cada comunidad.

La profunda unidad entre la maduración psíquica y de la competencia lingüística (se habla


de lengua madre) confiere al código unas fuerte tasa de experiencia. En cualquier caso,
los diversos sistemas semánticos de las lenguas no son lecturas alternativas de la realidad
sino que sacan a relucir acentos diversos. Donde las lenguas eslavas privilegian el aspecto
verbal introduciendo oposiciones semánticas que me atrevería a decir que son geniales,
las lenguas germánicas y las lenguas romances articulan con finura las oposiciones de
determinación y de indeterminación en las estructuras nominales.

En suma las diversas lenguas tienen en cuenta aspectos diversos de una única e inagotable
experiencia. En otro nivel lingüístico notamos que la sintaxis no se puede entender como
una combinación arbitraria. Las palabras no se combinan por casualidad sino en cuanto
desempeñan funciones semántico-referenciales complementarias. Platón observaba que
poniendo juntas palabras como "Sócrates y Platón" no obtengo un logos, una conexión
(symploké) que pueda hablar de la realidad, menos aún palabras como "anda y habla",
solamente poniendo juntas palabras como "Sócrates" que indican los que realizan la
acción y palabras como "anda" que indican acción (Sócrates anda) obtenemos un logos.
Existe por lo tanto una profunda semántica de la sintaxis y la búsqueda de las condiciones
de sentido de las estructuras sintácticas lo evidencia. En estos apuntes que dedicamos a
la interacción entre el lenguaje y la realidad no podemos olvidar una clase de signos
lingüísticos presentes en todos los códigos que muestran una inevitable interdependencia
entre el lenguaje y la experiencia compartida: pensamos en expresiones como yo, tú,
ahora, aquí y tantas otras. Se trata de deícticos, palabras cuyo significado cambia
radicalmente si está en un discurso u otro, en relación con la experiencia que comparten
el emisor y el destinatario de la situación comunicativa concreta.

Pero la profunda lógica del lenguaje emerge de también de una manera sorprendente en
el nivel de la estructura del texto. Como es lógico, es decir que responde a la tarea de
decir sobre la realidad, la unidad entre las palabras que hace lógica la relación entre las
secuencias del texto nunca es yuxtaposición de enunciados. El análisis textual ha
evidenciado la necesidad de la existencia entre las secuencias del texto de conectivos, ya
sean implícitos o explícitos, que constituyen el tejido lógico del texto. Y, cuando los
conectivos son implícitos, lo que es bastante frecuente, a través de un tipo de abducción
se puede imaginar un conectivo adecuado y con ello el texto cobra sentido.
(Confrontemos: 1. Mi hijo no conduce. Tiene cinco años. 2. Mi hijo no conduce. Está
casado. Creo que las reflexiones que expongo, aunque sea de un modo muy sintético,
permiten abandonar una concepción código-céntrica del lenguaje que desprecia a los
sujetos que se comunican y a la experiencia que se comunica.

Por eso, creo oportuno dedicar como conclusión algún apunte a la dimensión más
estratégica de la relación entre lenguaje y realidad. Hemos hablado ya de la persuasión y
la manipulación y hemos visto cómo la diferencia entre uno y otro caso está en la relación
con la realidad. En efecto es posible la manipulación precisamente porque las palabras
están hechas por su naturaleza para decir las cosas.

Me limito a observar por una parte que la dinámica de la persuasión constituye el núcleo
esencial de la relación comunicativa, por otro lado, que esta dinámica pone en juego una
relación más compleja entre el acto comunicativo con la realidad y con los sujetos
comunicativos. Respecto al primer aspecto, apunto que no sólo está en juego la razón sino
también la racionabilidad: la referencia es hacia la realidad en su significado total y en
relación con el sujeto. Es interesante a propósito de esto sugerir que los procedimientos
manipuladores más frecuentes y más pérfidos actúan sobre las experiencias que remiten
a la totalidad: de la dinámica de la envidia (el bien se da en su totalidad y si alguno tiene
una cosa, me lo ha quitado a mi), a la corrupción del ejemplo en estereotipo (ab uno disce
ominis). Es precisamente por estas razones que la lógica de la pistis-fides, la
racionabilidad que persuade, no permite dejarse reconducir más que limitadamente a la
lógica formal. Quiero concluir con un detalle significativo sobre el título de esta mesa
redonda. Entre las lenguas indoeuropeas que han elaborado con atención el área
semántica de la pistis es significativo el latino suadeo. Este verbo, ligado a suavis dulce,
subraya en el proceso persuasivo la respuesta al deseo. Persuade no simplemente lo
verdadero sino la verdad que corresponde a una espera, consciente o inconsciente, de
felicidad. La dinámica de la comunicación implica a todo el hombre, la razón y el deseo,
es decir el corazón.

Y de todo corazón les agradezco a todos ustedes su atención y cordialidad.

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