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Rm 8,29
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«El rostro se niega a la posesión, a mis poderes […] La expresión que el rostro
introduce en el mundo, no desafía la debilidad de mis poderes, sino mi poder
en mi poder […] El rostro me habla y por ello me invita a una relación sin
paralelo con un poder que se ejerce, ya sea gozo o conocimiento»5.
4 Ver el artículo de L. D. Cascante, Visión del ser humano desde la filosofía, sobre este propósito
en esta misma obra.
5 E. Levinas, Totalidad e infinito, p. 211.
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El presente artículo pretende esbozar, sin agotar, el hilo conductor de
las antropologías presentes en la Sagrada Escritura. Sí, hablamos de ‘antro-
pologías’, porque no podríamos pretender una exclusiva visión de hombre
en un lapso de tiempo tan distante como el que comprende la redacción de
las escrituras judeocristianas y un lapso de tiempo en el cual la influencia
de los pueblos vecinos es tan notoria que se ha convertido en necesario el
estudio de las culturas circundantes. Empero, estas ‘antropologías’ presentan
un trasfondo común, un punto medular que las unifica y nos hace extraer un
concepto de lo humano permanente en el texto sagrado.
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aspecto material de lo humano, pero no creando una división con lo espiritual,
sino designando al hombre en cuanto totalidad.9 En el caso de Pablo,
designa ‘cuerpo’, “todo el cuerpo”10, i. e., el significado más común del término
(Ga 6,17; 1 Co 13,3) y es empleado también en estricto sentido como la
carne de hombres y animales, para designar lo externo y visible en el hombre,
así como, metafóricamente, la caducidad y el “hombre viejo” contrapuesto al
“hombre nuevo en Cristo” (Ef 2,15; Col 3,10).
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9 Un lector minucioso podría cuestionar, con toda razón, lo que afirmamos aquí si se basara
en Mt 6,25 y en Mt 10,28. Ambas perícopas parecen contraponer (soma) y
(psiqué), aunque en el fondo simplemente se emplean los términos como dimensiones de
lo humano, de una única realidad. Si se quiere una reflexión más detenida de esto ver: J.
L. Ruiz de la Peña, Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental, p. 66-70.
10 Cf. J. L. Lorda, Antropología bíblica. De Adán a Cristo, p. 313.
11 M. Borg y J. D. Crossan, El primer Pablo. La recuperación de un visionario radical, p. 182-183.
12 Cf. H. Zúñiga, “Una aproximación…”,
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Podemos entender neºpeš como el elemento vital que distingue a los seres
animados de los inanimados. Hablamos de aquello que conforma la interiori-
dad del ser humano y que, a diferencia de las concepciones platónicas, tiene
una cuota de corporeidad, sin agotarse en la materialidad. La neºpeš, como
principio inmanente, “[…] es considerada como el centro de la conciencia y
de la unidad del poder vital; es por tanto la persona viva y concreta […]”13.
El lexema neºpeš ha sido traducido por los LXX y luego por nuestras
lenguas modernas, como la platónica14. La confusión, originada por esta
traducción, ha sido muy evidente en la comprensión de los textos, gracias
la formación filosófica de occidente. Cuando nosotros, desde la tradición
esencialista, hablamos de ‘alma’ estamos aludiendo a un elemento constitu-
tivo del ser humano eminentemente espiritual, incluso superior al cuerpo
y a cualquier otro elemento material. El judeo-cristianismo nunca asumió
oficialmente esta interpretación atomista de lo humano. No obstante, por el
influjo de Platón en algunos Padres de la Iglesia, sobre todo en San Agustín15,
el dualismo llega hasta nosotros hoy. Si hiciéramos la prueba de consultar a
un grupo de personas creyentes qué es más importante, si el alma o el cuerpo,
además de que ya estaríamos planteando una pregunta sesgada, la respuesta
sería inclinada directamente a lo espiritual porque ‘lo importante es salvar el
alma’. Hasta en las mismas exequias rezamos ‘por el alma de nuestro herma-
no’. Consecuentemente, no se pide por el difunto en integridad, aunque esto
último es lo que queremos decir. El lenguaje dualista que empleamos crea
un imaginario social incorrecto si lo comparamos desde la tradición bíblica.
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cuerpo, el cual es expresión de una profundidad y densidad que no se agota
en la superficialidad de lo visible.
Hasta aquí, decimos que todos los seres humanos son ‘cuerpo’ y ‘alma’,
son materialidad y principio vital, de la misma forma que el resto de los ani-
males. No obstante, por su relación con Dios, debe haber otro principio que
diferencie al hombre del resto de la creación y, así, hablamos de su ‘señorío’
en ella, i. e., su condición de ‘imagen’ de YHWH: el ‘espíritu’.
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19 De las 214 veces que aparece el término en el AT, 136 veces hace referencia al “espíritu
de YHWH”. Cf. H. W. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento, p. 57.
20 Cf. H. Zúñiga, “Una aproximación…”.
21 Cf. H. W. Wolff, Antropología…, p. 57.
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Un punto particular nos interesa en San Pablo: la contradicción -
En el vocabulario paulino, ‘carne’ alude a las tendencias de muerte,
a la opción por el pecado que conscientemente no queremos pero que, por
nuestros impulsos, devenimos débiles (Rm 7). Con la recepción de Cristo,
como elemento principal de la escala personal de valores, se abre una lucha
más fuerte entre lo que ‘deseo hacer y no me libera (carne)’ y lo que ‘deseo
hacer pero, por debilidad, no siempre logro (espíritu)’. No se trata de un
dualismo antropológico, sino de una distinción moral:
«El hombre psíquico, como el hombre carnal, es aquél que, privado de su rela-
ción vivificante con Dios y su Espíritu, conduce una existencia ‘animal’, esto
es sólo dinamizada por sus fuerzas y recursos naturales, meramente terrenos
y, en cuanto tales, limitados»22.
Ahora bien, Pablo llega, en una bella perícopa, a conjuntar los tres con-
ceptos analizados más arriba. La primera carta a los Tesalonicenses nos dice:
“Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irrepro-
chables en todo su ser, espíritu, alma y cuerpo hasta la Venida de nuestro Señor Jesu-
cristo” (1 Ts 5,23). A primera entrada, parece que nos encontramos con una
tricotomía antropológica que separa las ‘partes’ de lo humano. No obstante,
cuando el Apóstol hace la enumeración de espíritu, alma y cuerpo, lo que está
elucubrando es la concepción veterotestamentaria del hombre (rûªH, neºpeš
y bäSär) sin pretender presentar una triple división, sino más bien, hablar
de la totalidad de las dimensiones humanas. Se trata de un recurso literario
típicamente semita que, con exhaustiva enumeración, pretende sintetizar di-
versas dimensiones humanas. Casos parecidos son Dt 6,5 (“amarás a YHWH
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”) y el Sal 16,9
(“Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro”)
donde se expresa la visión totalizadora mediante el señalamiento de diversos
aspectos del hombre.
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d) ble
La raíz del término lëb aparece 858 veces en el AT, 814 de las cuales se
encuentra referida al ser humano23. La particularidad de este lexema radica
en la diferencia de comprensión que el mismo término tiene en Occidente y
Oriente. Para los hebreos, el ‘corazón’ es la sede de los pensamientos, el lugar
del raciocinio, mientras que para los occidentales de nuestro siglo, el ‘cora-
zón’ es la representación más clara de las emociones. Para unos, la sede de
la razón, para otros, la sede de los sentimientos. Aunque debemos reconocer
que, en el imaginario hebreo, ésta distinción no es tan clara.
23 Como hemos anotado, la raíz de rûªH aparece 214 veces, la de neºpeš 755 y la de bäSär
273. Según H. W. Wolff, “lëb” aparece unas 598 veces y “lübab” unas 258 veces, además
agrega los mismos conceptos en arameo presentes en el libro de Daniel (“lēb” una vez y
“lebab” siete veces), para un total de 858 usos, aunque no es el concepto antropológico
más empleado. Cf. BibleWorks 5.0. Base de datos: Hermeneutika Computer Bible Research
Software (2005).
24 Cf. J. De Fraine y A. Vanhoye, “Corazón”: X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología
bíblica, p. 189.
25 Cf. H. Haag; A. Van Den Born y S. De Ausejo, Diccionario de la Biblia, p. 375.
26 Cf. S. Fernández-Ardanaz, “Evolución en el pensamiento hebreo sobre el hombre. Es-
tudio diacrónico de los principales conceptos antropológicos”: Revista Catalana de Teología
XII/2, p. 300.
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y el principio de la vida psíquica profunda; designa el interior del hombre, su
intimidad, profundidad, libertad27 y, desde ahí, su responsable comunicación
con los demás hombres y con YHWH.
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de expresión de interioridad y comunicación: los hipócritas desfiguran sus
rostros para hacer creer a los demás que están ayunando (Mt 6,16); el ‘rostro’
del cielo expresa lo que sobrevendrá –tormenta o un día soleado– (Mt 16,3;
Lc 12,56); en la transfiguración “su rostro resplandeció como el sol”, su apariencia
“se hizo otra”, ya que Jesús manifestó su gloria (Mt 17,2; Lc 9,22; cf. Hch
6,15 y 2 Co 3,7s.); por el rostro se puede mirar la condición de las personas
(Mt 22,16; Mc 12,14), se puede mostrar la situación de algo, queda a la vista
una realidad (Lc 2,31) e incluso, la voluntad firme o enclenque que podamos
tener para tomar una decisión (Lc 9,51).
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De esta manera, el ser humano aparece en el día sexto como punto culmi-
nante de la creación –una cosmogonía que culmina en una antropogonía39– y
que participa del descanso bendecido por Dios en el día séptimo. Pero esta
participación no es sólo en cuanto al descanso sabático, sino que implica todas
las áreas de la complejidad humana:
39 Cf. J. Severino Croatto, “El hombre en el mundo según el Génesis”: Revista Bíblica: Año
34, 1972, p. 46.
40 H. Zúñiga, Una aproximación...",
41 Cf. H. W. Wolff, Antropología…, p. 217.
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función del hombre como ‘imagen’ es hacer presente esa gracia, i. e., a Dios
mismo, en medio de la creación.
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de quien revelaría la auténtica condición humana: Jesucristo, la perfecta
‘imagen’ que refleja la gloria de Dios en su rostro (2 Co 4,4.6), la verdadera
‘imagen del Dios invisible’, tal y como lo cantaban los primeros cristianos en
el himno recogido por la carta a los Colosenses (1,15)45: “Si el hombre (Adam)
era, en cuanto imagen de Dios, gestor y presidente de la creación, Cristo, la imagen
arquetípica, lo es de forma acabada: ‘primogénito de toda la creación’, la recapitula y le
confiere consistencia (Col 1,15.17.18)”46.
3. Consideraciones finales
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Pero, para que esto fuera posible, uno de los dos entes relacionados –Dios o
el hombre– debía ‘expropiarse de su ser’ para permitir que el otro coincidiera
con él. La novedad que nos presenta el NT es que ha sido Dios quien lo ha
hecho: el ser humano no necesita dejar de realizar su propia esencia, sino
realizarla acabadamente: “ser imagen de Dios y ser, pura y simplemente,
‘hombre’ es lo uno y lo mismo ‘en Cristo’. La empresa de ser como Dios, ha
dejado de implicar un endiosamiento o una misión imposible, pero porque el
que era como Dios ha querido ser-como-hombre”48.
en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de
hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros,
semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado […]”.
48 Cf. J. L. Ruiz de la Peña, Imagen de… 80.
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Bibliografía