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TEMA 45

LAS TRANSFORMACIONES DEL EXTREMO ORIENTE


DESDE 1886 A 1949

1– INTRODUCCIÓN: CHINA Y JAPÓN EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO


XIX.
2– ESTANCAMIENTO Y CRISIS EN CHINA.
3– LA FORMACIÓN DEL IMPERIALISMO JAPONÉS.
4. LAS REVOLUCIONES CHINAS.
5. EL EXPANSIONISMO JAPONÉS.
6. BIBLIOGRAFÍA.

1– Introducción: China y Japón en la primera mitad del siglo XIX.

Un occidental que carezca de estudios especializados sólo podrá adquirir una visión
superficial de China y Japón, puesto que a la distancia geográfica hay que añadir una
diferencia de mentalidad aún mucho más notable; como ejemplo de ello puede citarse un
sistema lingüístico radicalmente distinto del de los indoeuropeos y que se halla relacionado
con un sistema de pensamiento que se diferencia del nuestro por completo y que nos
resulta de muy difícil acceso.

La geografía nos proporciona, por lo menos a primera vista, algunas indicaciones.


China es un país inmenso y compacto, bordeado del lado del mar por una fachada costera
poco articulada y que apenas ofrece posibilidades de penetrar hacia el interior; es además
un país aislado del resto del conjunto eurasiático por una serie de cordilleras, las más
elevadas y las más infranqueables del mundo, o por grandes desiertos alternativamente
muy calientes y muy fríos. Así pues, una gran parte de China puede ignorar por completo el
mundo exterior. En cambio, Japón es un archipiélago de islas con costas muy recortadas,
de fácil acceso desde el mar y en el interior del cual las relaciones por cabotaje son muy
fáciles, en especial a lo largo del "Mediterráneo japonés" (Seto–no–uchi).

Hacia 1840 las condiciones humanas parecían estar muy en consonancia con las
condiciones físicas. China era sobre todo un país de campesinos, compuesto por una
multitud de aldeas, cada una de las cuales constituía para sus habitantes su único horizonte
de vida. Existía un emperador, que residía con su corte en el extremo noroeste del país, en
Pekín, y que además pertenecía a una dinastía extranjera, de raza manchú. Es cierto que
contaba con una administración en teoría muy perfeccionada y reclutada de forma muy
democrática: los mandarines, elegidos mediante concursos literarios. Es costumbre burlarse
del carácter inmutable de las exigencias intelectuales que debían satisfacer los mandarines.
Pero ¿acaso este inmovilismo no era común a toda la sociedad china? Esta sociedad rural
era homogénea, y en ella, había sin duda desigualdades de riqueza, pero ¿condujeron a la

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formación de unas clases sociales bien diferenciadas, al igual que en Occidente? En todo
caso, no existía el feudalismo; la escasa estima que se tenía por las corporaciones
mercantiles y más aún por el oficio militar pone de manifiesto la debilidad de las
influencias y de las amenazas exteriores, que representan con frecuencia un gran estímulo
para la evolución. Así, la administración china no tenía muchas dificultades en confinar a
los pocos extranjeros, que a pesar de todo llegaban al país, en pequeños barrios de algunos
puertos, Macao y Cantón, donde sólo mantenían contactos con algunas categorías muy
limitadas de comerciantes.

El caso de Japón parece de entrada muy diferente. Se trataba sin duda también de
un país agrícola, que además, según se cree, recibió de China las bases de su civilización.
Pero su evolución le condujo hacia una sociedad muy jerarquizada de forma feudal y en la
que por tanto las virtudes militares eran muy enaltecidas. Además, el desarrollo de la
economía monetaria condujo a que muchos nobles –daimíos y samuráis– dependieran
cada vez más de los mercaderes que satisfacían sus necesidades de fasto y aparato. A los
"shogunes" –especie de mayordomos de palacio que eran en realidad quienes ostentaban el
poder de los emperadores de raza divina– les resultaba difícil contener a los señores
insubordinados. También ellos se esforzaron en mantener a su país cerrado a los europeos,
ya que temían las ambiciones misioneras y conquistadoras de éstos. Los holandeses fueron
los únicos que consiguieron una base en la bahía de Nagasaki, por donde penetraron no
tanto los productos europeos como sus técnicas. En resumen, cuando los europeos se
esforzaron en penetrar por segunda vez en estos lejanos mundos, China era un país con una
enorme inercia, en tanto que Japón contaba con elementos dispuestos a favorecer una
evolución rápida.

A principios del siglo XIX, las relaciones de China con Occidente se limitaban al
comercio en una asociación de mercaderes de Cantón, que ostentaba un monopolio, con
algunos negociantes, principalmente británicos, mantenidos fuera de la ciudad. Este
comercio era de tipo antiguo y se limitaba a algunos productos de gran valor y de escaso
peso: durante mucho tiempo las exportaciones de seda y de té habían proporcionado
numerario a China; pero, desde hacia poco, China perdía numerario debido a las
importaciones de opio, tráfico prohibido por el emperador, pero muy floreciente, ya que la
prohibición tuvo como consecuencia el que se pagara a los funcionarios con grandes sumas
para que no se aplicara.

En los años 1830, Gran Bretaña, en pleno apogeo de la revolución industrial, se


interesaba menos por el opio cultivado en la India que por la apertura del amplio mercado
chino al gran comercio moderno, especialmente exportaciones de cotonadas (o algodones)
del Lancashire. Para ello los viejos procedimientos estrictamente limitados resultaban
insuficientes. Tras algunos vanos intentos para establecer relaciones diplomáticas, el
Gobierno británico tomó como pretexto en 1839 la incautación de algunos cargamentos de
opio para hacer una demostración de fuerza militar. El Tratado de Nankín (29 de agosto de
1842) concedió a los comerciantes británicos el derecho a comerciar directamente en cinco
puertos, entre ellos Shanghai, cerca de la desembocadura del río Yang Tse Kiang, que
constituía la gran vía de penetración hacia el interior; además, los británicos consiguieron
el derecho a establecerse en el islote de Hong Kong, y pronto el privilegio de
extraterritorialidad; el opio no apareció en ninguna de estas disposiciones. Francia y los
Estados Unidos obtuvieron pronto concesiones análogas, a las que se sumaron una serie de
facilidades para los misioneros religiosos.

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Poco después se desencadenó un movimiento cuya amplitud no tuvo parangón con
la acción aún débil y muy localizada ejercida por los extranjeros, y cuyos orígenes y
verdadera naturaleza no han sido todavía explicados: la insurrección de Taiping. ¿Reacción
nacionalista china contra la dinastía manchú, de origen extranjero, y que acababa de
demostrar su debilidad frente a los "bárbaros" de Occidente? ¿Rivalidad tradicional entre el
sur de China, de donde surgió la insurrección, y el norte de China, sede del Gobierno
imperial? Estos factores fueron sin duda importantes, pero no los únicos: los funcionarios,
menos controlados por un poder central que se debilitaba, oprimían a sus administrados (el
tráfico de opio nos da la medida de su venalidad) Otro factor quizá de mayor
trascendencia: en aquella economía rural inmutable se manifestaban los signos de
superpoblación agraria. Desde mediados del siglo XVI hasta mediados del XIX, la
población había aumentado en más del doble. Las insurrecciones campesinas estallaban por
todas partes desde hacía medio siglo, y el bandidaje se convertía en un fenómeno
permanente y de amplitud cada vez mayor. Contra los bandidos se organizaron milicias
campesinas.

En medio de esta situación explosiva, surgió un movimiento que tomó forma de


secta religiosa. Su creador, el cantonés Hong Siue Siuan, era un fracasado del mandarinato,
que se puso a predicar una nueva religión hostil a los ídolos, un sincretismo en el que
pueden discernirse algunas nociones cristianas deformadas. ¿Fue la creencia en la llegada
inminente de un paraíso terrestre lo que puso en movimiento a las masas sufrientes? En
1851 estalló la revuelta, en 1853 dominaba el valle del Yang Tse y su ofensiva llegó incluso
a amenazar Pekín. Finalmente, se estableció un nuevo régimen que se mantuvo en Nankín
durante unos diez años.

La actitud de los países extranjeros frente a estos Taiping fue en un principio


indecisa, a veces incluso favorable, ya que se hallaban en conflicto permanente con el
Gobierno de Pekín, que intentaba eludir las estipulaciones de los tratados. En 1857 y tras
diversos incidentes, se reanudaron las hostilidades, que en esta ocasión se extendieron
hasta el norte, hasta Tientsin y Pekín, donde el célebre Palacio de Verano, sede de la corte
imperial, fue saqueado e incendiado. El Tratado de Pekín de 1860 amplió
considerablemente sobre el papel la apertura de China a los extranjeros, con los cuales se
mantuvieron en lo sucesivo relaciones diplomáticas regulares.

Pero el eje comercial esencial, el valle del Yang Tse, seguía en manos de los
Taiping, quienes, a pesar de los conflictos que los enfrentaban entre sí, parecían estar
edificando una sociedad militarizada y hostil al comercio, de tal modo que, finalmente,
franceses y británicos decidieron apoyar los esfuerzos de reconquista de las tropas
imperiales. En 1864 el Gobierno de Taiping desapareció, pero este episodio había
devastado las provincias más ricas de China, causando además 20 millones de muertos. El
Gobierno imperial, que había conseguido la victoria, se hallaba profundamente debilitado;
para llenar sus arcas vacías instituyó un impuesto sobre las transacciones interiores que
acabó de paralizar el desarrollo económico.

Fueron los norteamericanos quienes, poco antes que los rusos, reclamaron (1853) la
apertura de relaciones entre Japón y los extranjeros. Para ellos se trataba sobre todo de
obtener puertos de refugio para los balleneros en peligro, y puertos de escala en su ruta
hacia China.

Tanto en Japón como en China, la presión extranjera desencadenó, o más bien

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precipitó, una crisis interna. En Japón, los elementos revolucionarios pertenecían a las
clases dirigentes; estos elementos fueron los grandes feudos en manos de poderosos clanes,
rivales de la familia shogún de los Tokugawa: Chosu en el extremo oeste de Hondo,
Satsuma en el suroeste de Kiushu; otro elemento quizás aún más importante fe una gran
parte de la caballería de los samuráis, relativamente mucho más numerosos que la nobleza
francesa del Antiguo Régimen, consagrada tanto a los estudios como a las armas, y muchos
de los cuales eran muy pobres, debido a que no podían ejercer oficios considerados
inferiores. Entre ellos surgió la idea de restauración del poder efectivo del emperador que
sirvió de grito de unión de todas las oposiciones. Cuando el shogún se halló frente a las
exigencias norteamericanas, su autoridad era ya demasiado débil para que pudiera
responder él solo, por lo que procedió a una amplia consulta entre los notables del país. Las
respuestas que obtuvo no le ayudaron a decidir la política a seguir, pero resultan
esclarecedoras para nosotros: tan sólo una minoría aceptó las relaciones comerciales con el
extranjero sin restricciones; muchos de ellos tuvieron la esperanza de que se podría a la vez
no ceder nada y evitar la guerra; algunos estaban dispuestos a resistir por la fuerza; pero
tanto estos últimos como los contemporizadores tenían la idea de que hacía falta material y
técnica de los extranjeros, aunque sólo fuera para combatirlos con eficacia.

El shogún, consciente de su debilitad y de la ambigüedad de los consejos recibidos,


no tuvo otro recurso que ceder. Por otro lado, sus adversarios más decididos, los clanes de
Chosu y Satsuma, cuando intentaron resistir directamente, tuvieron que inclinarse ante la
potencia de las flotas, sobre todo francesas y norteamericana. Pero, en un país donde se
multiplicaban las demostraciones de xenofobia, la acusación lanzada contra el shogún de
haber capitulado frente a los extranjeros asestó el golpe final a su poder. Tras una serie de
conflictos políticos y militares, éste tuvo que capitular, en 1868, y entregar sus poderes al
emperador.
Por aquel entonces, el emperador había ya aceptado las concesiones hechas a los
extranjeros, y éstas eran bastante graves: apertura de algunos puertos, pero sobre todo
derecho de extraterritorialidad y de la limitación a una tasa muy baja del arancel japonés.
Pero se impuso el realismo: para poder realizar las aspiraciones nacionales, hacía falta ante
todo reconstruir un Estado, un Estado fuerte. Muchos creyeron en un principio que la
revolución era simplemente la substitución de un grupo de clanes por otro: pero los
hombres de Chosu y Sastuma son personas con experiencia, muchos de los cuales se
habían formado viajando a Europa. Estos reformadores se vieron inducidos por simple
necesidad a llevar a cabo acciones audaces. Las arcas estaban vacías, y el emperador
carecía incluso del amplio dominio en que se había apoyado los Tokugawa. Había que
constituir un ejército moderno, basado en la leva; dotarlo de armamento nuevo y muy
costoso, lo que representaba poner al servicio del poder los recursos de todo Japón y
sustituir los cánones feudales por un impuesto pagado directamente al Estado. A cada
campesino se le concedió su tierra en propiedad y la posibilidad de venderla, con la
finalidad de que el impuesto fuera efectivamente pagado: de hecho muchos japoneses se
convertirán en simples colonos. Pero, al mismo tiempo, los señores perdieron sus derechos
feudales. Tanto los antiguos samurais como los antiguos mercaderes se lanzaron a
empresas industriales. Las insuficiencias fueron suplidas por el Estado, que construyó
ferrocarriles o industrias metalúrgicas y se consagró a la colonización de la isla de
Hokkaido para substraerla a las ambiciones de los rusos.

De todos modos no hay que creer que esta "revolución por arriba" fue seguida de
manera pasiva por un pueblo disciplinado. La imitación de todo lo que procedía de
Occidente cayó a veces en los excesos propios de toda moda. Las rivalidades entre clanes,

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entre personas, las oposiciones entre distintas tendencias políticas fueron constantes. Los
periódicos se multiplicaron. Así, el Gobierno, por muy autocrático que fuera, se halló ante
la amenazada de verse desbordado a partir de los años 70. Algunos querían que se pusiera
fin cuanto antes a los "tratados desiguales", que se emprendiera la conquista de Corea. Por
su parte, el Gobierno recurrió a la emisión de papel moneda: llegó el momento, hacia 1880,
en que pareció necesario frenar la inflación y restablecer el equilibrio presupuestario, para
lo que se vendieron las empresas públicas en condiciones discutibles. Estallaron una serie
de revueltas, la más importante de las cuales fue la de los samuráis del clan de Satsuma,
bajo la dirección de Takaomoir, que fue aplastada en 1877.

Pero la oposición se irá orientando hacia el establecimiento de un régimen


representativo, al que los autócratas en el poder responden con una restricción de la
libertad de prensa. El año 1881 es considerado por algunos como el del triunfo de los
conservadores. Elaboran una Constitución que fue promulgada en 1889, inspirada en el
modelo prusiano, según el cual los ministros dependían del emperador y no del
Parlamento.

2– Estancamiento y crisis en China.

Mientras Japón se transformaba bajo la hégira de un poder central reformador,


China mantenía su fidelidad a la civilización tradicional, en tanto el poder imperial se
descomponía. Este tuvo, sin embargo, una apariencia solemne, incluso terrible, con la
emperatriz Tse Hi, regente en nombre de emperadores insignificantes. Dividiendo para
reinar, favoreció la tendencia, natural en un imperio en decadencia víctima de la
inseguridad, a la constitución de grandes feudos territoriales. Todos aquellos que se
distinguieron en la lucha contra las diversas rebeliones se convirtieron además en
gobernadores de provincias con sus propias bases territoriales, sus finanzas y sus ejércitos
casi personales; se les llamó "virreyes". Aquellos que eran más ilustrados y abiertos a las
ideas modernas se construyeron también, con la ayuda de los europeos, imperios
comerciales e industriales, pero con la finalidad esencial de contar con recursos que
apoyaran su política; así sacrificaron las inversiones indispensables, lo que hizo fracasar
este embrión de desarrollo económico.

No obstante, en los barrios extraterritoriales de los puertos abiertos y especialmente


en Shanghai, se formaron verdaderos enclaves de economía y de sociedades occidentales,
que alcanzaron una rápida prosperidad; también se constituía en estos enclaves una China
nueva, ya que se concentraba en ellos una masa de gente pobre que no podía hallar en otras
partes el modo de ganarse la vida, y también acudían allí muchos de aquellos que,
convencidos de las nuevas ideas, eran perseguidos en el resto del país e iban de algún
modo a ponerse bajo la protección de las jurisdicciones extranjeras. Pero estos enclaves
eran marginales, y su evolución ejerció muy poca influencia sobre el conjunto de China.

No se trata de que los dirigentes chinos no hubieran pensado en que, para resistir al
extranjero, hacía falta utilizar en provecho propio los recursos: las dificultades que halló
Francia en Tonkín en 1885 demuestran lo contrario. Pero concibieron estos préstamos al
extranjero en el sentido más limitado. El ejemplo de Japón pone de manifiesto que para
utilizar con eficacia estas armas materialmente superiores hacía falta reformar
progresivamente muchas cosas: la elección de los jefes, los resortes del poder, la
organización de las finanzas, de la economía y de la misma sociedad. China reaccionó
instintivamente contra todas estas consecuencias y se negó a abandonar una civilización

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que consideraba superior a todas las demás. Un ejemplo quizá simbólico en este sentido es
la reconstrucción del Palacio de Verano de Pekín, símbolo visible del antiguo esplendor
imperial, con los fondos destinados en principio a la creación de una marina de guerra
moderna. Otro ejemplo es la primera vía férrea construida a partir de Shanghai, y que las
autoridades chinas compraron para, seguidamente, hacerla destruir.

China y Japón, que representaban dos tipos de reacciones totalmente opuesta a las
influencias occidentales, iba a enfrentarse directamente. El motivo fue Corea, otro país
sistemáticamente cerrado el exterior, vasalla en teoría de China, y que era el gran puente
entre el continente asiático y las islas japonesas: para Japón, la ruta de las invasiones o
punto de partida indispensable para cualquier expansión. Corea se hallaba, a su vez,
enfrentada a los problemas de modernización, y dividida entre reformadores, apoyados por
los japoneses y conservadores, sostenidos por China. En diversas ocasiones (1873, 1884–
85) los nacionalistas japoneses más ardientes habían reclamado una intervención militar en
Corea; el Gobierno los había contenido alegando que el país no estaba todavía
suficientemente preparado para ello. En 1894, este argumento no era admitido –o el
Gobierno no podía hacer frente al clamor popular– y el conflicto coreano se convirtió en
una guerra entre Japón y China.

La oposición general de los países occidentales era, por entonces, que China
aplastaría con su peso a Japón. De hecho los japoneses pusieron rápidamente fuera de
combate a los chinos, sobre todo gracias al poder naval. En 1895 China tuvo que pedir la
paz, abandonando sus pretensiones sobre Corea y pagando una fuerte indemnización
económica, acompañada por la cesión a Japón de Formosa, las islas Pescadores y la
península de Liaotug. De este modo se consagró el éxito de la primera aventura expansiva
japonesa, iniciando una fase que sólo terminará tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero también su estatus internacional ha variado con la guerra chino–japonesa: los


países occidentales renunciaron a los "tratados desiguales" de los que se beneficiaban
frente a Japón. Pero paralelamente Japón pasa a ser motivo de inquietud entre las potencias
occidentales: en abril de 1895, Rusia, Alemania y Francia presionaron diplomáticamente a
Japón y le obligaron a renuncia a la península de Liaotung. Por otra parte, Rusia, con la
ayuda de capitales franceses, proporcionó a China los medios para saldar la primera parte
de su indemnización de guerra a Japón. Rusia obtuvo, además de la cesión en
arrendamiento del extremo del Liaotung, la concesión de vías férreas a través de
Manchuria, provistas de privilegios de extraterritorialidad. Alemania ocupó la bahía de
Kiaocheu y se reservó las concesiones de ferrocarriles en Shantung. Francia obtuvo la
prolongación del ferrocarril de Tonkín en Yunnan, en tanto que Gran Bretaña se esforzaba
en convertir en un coto privado el valle y las proximidades del Yang Tse Kiang. Los
ferrocarriles que iban a construirse tuvieron para China un alcance muy distinto de la
apertura de puertos fáciles de aislar del interior del país: implicaban una penetración a
fondo.

Los Estados Unidos reafirmaron su principio de "puerta abierta": de igualdad de


oportunidades para todos. Gran Bretaña no podía ser partidaria de un reparto político que
comprometería su preeminencia comercial en el conjunto de China. Rusia y Francia
estaban en realidad tan sólo interesadas en los extremos norte y sur de las posesiones
chinas.

El resultado fue que China se vio profundamente conmocionada, y que

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aprovechando el desconcierto general y las veleidades de independencia del emperador
nominalmente reinante frente a Tseu Hi, un grupo de reformadores se hizo con el poder de
junio a septiembre de 1898: fueron los "cien días de Pekín". Pero promulgaron una serie de
edictos de forma desordenada, de manera muy distinta al método pragmático y progresivo,
si bien rápida, empleado en Japón. En breve espacio de tiempo llegaron a contrariar
simultáneamente todas las tradiciones y todos los intereses, y su caída fue tan rápida como
su ascenso.

Sin embargo, la reacción china contra los extranjeros se iba desarrollando, contando
como base con una serie de sociedades secretas; el título de una de ellas dio a este episodio
el nombre de "revuelta de bóxeres". Ante todo atacaron a las misiones cristianas y a todos
los conversos, ya que los chinos cristianos se liberaron necesariamente del estilo de ida y
de la organización social tradicional, y debido a ellos toda la civilización china se hallaba
en entredicho. La corte imperial acorralada no tardó en aferrarse a esta fuerza popular y en
prestarle su apoyo oficial al menos en el norte de China, ya que los "virreyes" del centro y
del sur mantenían una prudente neutralidad. Se perpetraron múltiples atentados y en junio
de 1900 se produjo el asalto de las legiones extranjeras en Pekín. Estas fueron liberadas en
el mes de agosto por una expedición de socorro; la emperatriz huyó. Pero los extranjeros
no sacaron grandes beneficios de su victoria: garantías de seguridad para sus súbditos,
ampliación de las condiciones de comercio, y una fuerte indemnización, pero que sólo sería
pagada en parte. Quizá las potencias extranjeras se daban cuentan de que China, fácil de
vencer, era imposible de conquistar.

3– La formación del imperialismo japonés.

En 1894–1895 se produce la guerra entre Japón y China, en la que se disputaba la


influencia sobre Corea y, para Japón, las posibilidades de penetración en Manchuria; en
1904–1905, tiene lugar la guerra de Japón contra Rusia, con los mismos objetivos; en
1910, acontece la anexión de Corea por los japoneses; en 1914, Japón, aprovechando la
coyuntura de la primera guerra mundial, se hizo con las posesiones alemanas en China y en
el Pacífico; finalmente, en enero de 1915, Japón presentó a China las "Veintiuna
peticiones" que, de ser aceptadas, conducirían a un dominio japonés sobre el conjunto de
los territorios chinos. Esta política, que contrastaba en gran manera con el aislamiento
estricto mantenido por Japón hasta 1854, puede calificarse de imperialista.
¿A qué se debía esta orientación? Algunos la atribuyen a causas internas. La
primera que puede citarse es la explosión demográfica. La población japonesa, que antes
de la revolución Meiji se había mantenido, según parece, estacionaria por la práctica del
aborto y del infanticidio, pasó de 35,3 millones en 1875 a 52,7 millones en 1915. De ahí el
argumento a menudo esgrimido de que Japón necesitaba tierras nuevas para alojar y
alimentar su excedente de población. A partir de 1890–1894, Japón se convirtió en
importador de arroz, pero ello se debió también a que aumento el consumo por cabeza. El
argumento demográfico resulta, pues, un argumento propagandístico.

El problema del desarrollo industrial es mucho más complejo. La industria japonesa


experimentó, en efecto una evolución rápida, especialmente después de las guerras contra
China y contra Rusia, tras las cuales se benefició de unas substanciales indemnizaciones de
guerra.

Se le plantearon entonces importantes necesidades de materias primas que su suelo


no proporcionaba en suficiente cantidad. Pero su industria le permitía al mismo tiempo

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fabricar numerosos productos o bienes de equipo que antaño debían ser importados del
extranjero.

Es evidente que Japón se convirtió en un país deficitario; pero la importancia


relativa de este déficit tendió pronto a disminuir dado el rápido aumento del comercio
global. No hay que exagerar la importancia relativa del sector moderno en la economía
japonesa antes de 1914, ni el papel desempeñado en el abastecimiento de Japón por
colonias tales como Formosa o Corea. Si hubiera que reducir el imperialismo a la "última
fase" del capitalismo, la explicación del imperialismo japonés carecería entonces de base.

En realidad, el imperialismo es un fenómeno complejo, ampliamente influido por


las condiciones propias de cada nación. En el caso de Japón, todo el proceso, inclusive la
industrialización, aparece subordinado a un deseo de resistir a los países occidentales, y
luego de vencerlos, con sus propias armas. Tras su victoria frente a China, Japón tuvo que
renunciar a una parte de las ventajas obtenidas ante la presión diplomática de las potencias
occidentales; pronto Rusia tomó lugar y amenazó con instalarse hasta en Corea; ¿cómo no
iba a reaccionar? Casi al mismo tiempo fue suplantado por los Estados Unidos en las islas
Hawai. De ahí que se lanzara a una competición internacional en la que cada país intentará
asegurarse posiciones y ventajas, a menudo menos por necesidad directa que por deseo de
substraerlos a sus competidores. Aparece otra idea directriz, conforme también en este
caso al impulso inicial de la modernización japonesa: se trata de excluir a los
occidentales del Extremo Oriente, y, puesto que los demás países asiáticos parecen
incapaces de conseguirlo, Japón se encargará de ello, y al mismo tiempo considerará
cada vez más el conjunto extremo oriental como un coto privado.

4– Las revoluciones chinas.

Tras el fracaso del movimiento de los "bóxers" y ante la amenaza de un reparto de


China entre las potencias extranjeras, la emperatriz Tseu–Hi, llevada por un deseo de
eficacia, se propuso poner en práctica una serie de reformas. En tanto que empezaba a
constituirse una clase de hombres de negocios que desarrollaban prácticas modernas, el
Gobierno de Pekín decidía reconstruir el ejército con bases occidentales y reclutar a sus
funcionarios. También estaba prevista la creación de una Constitución. Podemos
preguntarnos hasta qué punto las reformas son sinceras o sólo una cortina de humo para
que la vieja clase dominante siguiera aferrada al poder. En todo caso las reformas asestaron
un golpe definitivo al sistema: el abandono de las tradiciones políticas, de la divinización
imperial, etc. Los nuevos oficiales, los nuevos funcionarios, muchos formados en Japón, no
tardaron en adherirse a una ideología antinacionalista, antimanchú, antidinástica y
revolucionaria.

El animador de las revoluciones fue Sun Yat Sen, quien había residido muchos años
en Japón y en Europa. Elaboró una doctrina basada en el nacionalismo antimanchú y
antiimperialista, democracia y socialismo (en realidad limitado a la creación de un
impuesto sobre bienes raíces).

Volvieron a surgir una serie de sociedades secretas, en la cuales oficiales y


estudiantes desempeñaron el papel esencial, y el 10 de octubre de 1911 una sedición militar
iniciada en Uchang se extenderá por todas partes, acarreando sin resistencias importantes el
fin del a dinastía manchú. Sun Yat Sen se hallaba en el extranjero cuando estalló la
revolución, por lo que no tuvo medios para controlarla. Elegido simbólicamente presidente

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de la República, que inauguró en Nankín el 1 de enero de 1912, pronto se eclipsó ante el
último jefe de Gobierno del antiguo régimen, Yuan Che–kai, que pasaba por ser un
reformador y contaba con el apoyo de la fuerza armada.

Se inició un período confuso: provincias y grupos de provincias cayeron en manos


de jefes militares, "los señores de la guerra", que luchaban entre sí con la finalidad de crear
conjuntos territoriales más amplios. Sun Yat Sen, por convicción o necesidad, se apresuró a
sofocar el movimiento de reformas políticas, e intentó reconstruir en beneficio propio una
monarquía, basada en el confuncianismo tradicional. Pero fracasó, y entre 1916 y 1928 el
Gobierno chino existió sólo de nombre.

A la altura de 1919 la sociedad política china estaba invadida por un patriotismo


frustrado, generado en parte por la ocupación de Japón de la posición Shantung, antes en
poder alemán y posteriormente (por la firma del injusto Tratado de Versalles) en poder de
Japón –recompensándole así su participación en favor de los aliados–

Esta circunstancia dará lugar a la celebración de multitudinarias manifestaciones


frente a la tristemente célebre puerta de la Paz Celeste (Tien–an men; plaza donde en 1989
se reprimió la revuelta juvenil). La respuesta de los señores de la guerra será encarcelar en
la propia universidad de Pekín a unos 1.500 estudiantes, dado que ésta había sido la clase
más activa y reivindicativa en las protestas populares. Al movimiento que desencadenó a
esta primera propuesta liberal y culta (con reivindicaciones de liberalización política, de
apertura a un sistema democrático de gobierno) se le conocerá como Movimiento del
Cuatro de Mayo.

Los chinos liberales (agrupados en el Kuomintag o KMT) buscarán de momento


una aprobación del Estado a sus medidas o, al menos, tolerancia ante sus reivindicaciones:
en síntesis, no se trata de un movimiento revolucionario, pese a la gran trascendencia
posterior que tendrá lo que había comenzado por ser una reclamación de evolución política.
Muchos de los líderes del KMT son personas que ha realizado estudios de formación en el
extranjero, sobre todo en Estados Unidos, teniendo una formación basada en el liberalismo
occidental; en tanto, los militares que vienen de Europa van más condicionados por una
ideología basada en preceptos como la lucha de clases. No se trata de una cuestión
secundaria: hasta cierto punto preludia la posterior división de los liberales entre el KMT y
el Partido Comunista Chino.

Entre tanto se produce un gran movimiento de alfabetización, en un país donde la


tasa de analfabetismo era del 90% (coincidiendo con una gran simplificación del sistema
caligráfico mandarín). A dicho movimiento también contribuyen influencias exteriores,
siendo básico el papel desempeñado por los misioneros. Sin embargo, respecto a la ayuda
exterior existirá un cambio fundamental: los mismos misioneros serán frecuentemente
atacados por el nacionalismo más radical tras la firma del inquietante Tratado de Versalles.
También la presencia de estadounidenses supondrá una gran innovación educativa.

El panorama político se mostrará copado por dos grandes fuerzas políticas: el


Partido Nacional del Pueblo, o Kuomintang, que gobierna en dictadura desde 1928, y el
Partido Comunista Chino: sin embargo de las profundas diferencias ideológicas, ambas
formaciones cohabitarán en la defensa de unos intereses comunes inicialmente, estallando
su enfrentamiento posteriormente. En general podemos decir que durante los años 20 los
chinos fueron impulsados a la acción por una serie de incidentes que fueron expresión del

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nacionalismo chino. El Movimiento del 4 Mayo de 1919 había iniciado un nuevo tipo de
movilización urbana, la de la juventud estudiantes contra el imperialismo. El 30 de mayo
de 1925, ante la segunda de las grandes oleadas de protesta, se producen disparos de las
fuerzas británicas contra manifestantes en la ciudad de Shanghai, y luego de ingleses y
franceses en los incidentes promovidos en Cantón. En todas las reivindicaciones se
manifiesta la exigencia de unidad nacional.

Esta reivindicación dio origen a la expedición del Norte de 1926, organizada en


Cantón por el gobierno que el líder del Kuomintang, Sun Yat–Sen, había establecido en
1924 al proclamar a la zona una república.

De crucial importancia será el acercamiento de los soviéticos a China: serán


precisamente agentes del Komintern (IIIª Internacional), quienes colaboren en la fundación
y organización del Partido Comunista Chino en 1921 (coincidiendo con la Tercera
Internacional, auspiciada por la URSS, y en la que se produjo la ruptura definitiva de la
unidad entre socialistas y comunistas: en ese mismo año, por ejemplo, se crea también el
Partido Comunista Español)

La revolución nacionalista de los años 20 fue una doble lucha: para liberar a China
de los señores de la guerra, y para acabar con los privilegios extranjeros que había supuesto
la apertura forzosa a Occidente. Existe una penetración especial de las ideas marxistas en
conjunción con la vigencia del confucionismo en el plano general de los valores éticos y
sociales: en cierto sentido, la igualdad, o la prevalencia de la comunidad antes que del
individuo, y por tanto la propiedad comunal y la organización colectiva del trabajo, son
constantes que habían permanecido durante milenios en la civilización china, que sólo una
fase de señorialización muy reciente (que se remonta al siglo XIX) había truncado. Por
tanto, algunos historiadores como Fairsbanks hacen notar que el comunismo, o cierta forma
de comunismo primitivo, estaba muy arraigado en la cultura tradicional china, lo que puede
ayudarnos a entender el extraordinario auge de las ideas luego canalizadas por el Partido
Comunista Chino tras la llegada de Mao.

La generación fundadora del Partido Comunista Chino estaba formada sobre todo
por intelectuales, con al menos una educación secundaria, y muchos de ellos con una fase
de formación en Centroeuropa (Alemania, especialmente), donde habían tomado contacto
con las ideas socialistas y comunistas. Pero su papel consistía en hacer llegar al hombre
común, al campesino, a la política: crear una conciencia articulada de ideas políticas
elementales, y crear así una organización centralizada y férreamente organizada.

Tanto el Partido Comunista Chino como Kuomintang aspiran a un poder político


total sobre China. Pero mientras el Partido Comunista no tiene poder dentro del ejército, el
KMT es muy pequeño para llevar a cabo un dominio del inmenso país.
Los soviéticos piensan que financiando al Kuomintang (mediante su apoyo al
gobierno de Sun Yat–sen) se permitiría que luego el Partido Comunista Chino lograse el
poder: pues si bien el KMT ha derrocado a los manchúes en 1911, carece de una suficiente
fuerza popular.

Su programa político es sencillo: proponen una vigencia del nacionalismo, una


democracia centralizada y algo parecido al socialismo más elemental. Para tener un ejército
propio, el gobierno de Cantón fundó una academia militar dirigida por Chiang Kai–shek,
líder nacionalista que fue formado en Moscú. Los soviéticos se asegurarán de la infiltración

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del Partido Comunista Chino en el ejército recién creado, como paso previo a la
preparación del movimiento revolucionario campesino: se trata de contar con una minoría
comunista capaz de actuar como vanguardia del campesinado, cualificado militarmente.

Los extranjeros han de plegarse ante la oleada de protestas populares,


crecientemente violenta. Pero Chiang Kai–shek de pronto dejó de tolerar las ideas de
comunistas (la ruptura es evidente en 1927), al sentir amenazada su posición de dominio
dentro del ejército, y establece un gobierno en Nankín, tomando el poder y creando una
fase de terror caracterizada por la represión feroz contracomunista, un poder dictatorial y
una política arbitrista.

Entre 1927–37 el gobierno nacionalista del Kuomintang tuvo que cargar con los
problemas del viejo orden, como por ejemplo con una Administración obsoleta e
insuficiente; mientras que el Partido Comunista Chino tuvo que crear un orden nuevo.

Al llegar al poder el Kuomintang cambió por completo el carácter de su discurso


político (después de todo había llegado al poder usando a los hampones de la Banda Verde
de Shanghai contra los comunistas): la prensa es censurada, en todos lados se manifiesta su
profunda actitud anticomunista, e incluso –en contra de su inicial espíritu prooccidental–
mediante un desaliento de toda actividad de modernización, considerada sospechosa.

Chiang en 1932 estaba totalmente desilusionado de su partido y del estilo


occidental de la democracia, que no auguraba ningún liderazgo vigoroso: por eso procedió
a la creación de los Camisas Azules, una organización pseudofascista paramilitar al
servicio de su liderazgo. Evidentemente, se produjo un inevitable choque de intereses entre
el gobierno nacionalista y las oligarquías locales, entre otros aspectos debido a las mayores
recaudaciones de impuestos decretadas: motivadas por la importancia de su costosa lucha
contra los señores de la guerra locales y la preparación para la guerra con Japón. De ese
modo, Chiang evoluciona (y con él el KMT) hacia una simple dictadura militar.

En las filas del Partido Comunista comienza a destacar el líder carismático Mao Tse
Tung (o Mao Zedong) por su unión de la teoría política y la práctica, formulada en un
conjunto magistral de aforismos sumamente claros y didácticos: "lo que no puedas usar no
lo aceptes".

Mao se había convencido tras varias frustraciones políticas, y tras la amarga


experiencia del gobierno del KMT de que la única vía posible para la ansiada
modernización (sin renunciar a la tradición) es la revolucionaria. Era maestro, y destacará
por la gran capacidad de convencimiento esgrimida. Frente a los consejos soviéticos, es
partidario desde el principio de movilizar al campesino, al que considera el verdadero
motor de China: desde el principio, su discurso se caracteriza por su sencillez, por su
adaptación al campesinado (fundado lo que luego se ha dado en llamar la vía maoísta del
comunismo), por su coherencia con muchas tradiciones chinas.

En 1931 los comunistas proclamaron la república de los soviets campesinos en las


regiones montañosas del Yangzi.

Mao comprende sin embargo que es necesario contar con un ejército propio, pues
las revueltas iniciadas por los comunistas no pueden con el entonces poderoso ejército
nacionalista. Por contra, los comunistas deben soportar las campañas de Chiang Kai–shek

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para exterminar a los comunistas, que a partir de ese momento adoptan tácticas de guerra
de guerrillas, sobre todo en la más inaccesible región de Kiangsi oriental. Las tropas de
Mao toman como norma no atacar si no es con mayoría, y proceden a alejar al enemigo de
sus puestos principales.

Pero esta táctica no basta. Acosados por repetidas operaciones militares, los
comunistas tuvieron que replegarse en 1934 a las regiones más remotas del país, en la
llamada "Larga Marcha", que se convertirá en una epopeya de la que saldrá reforzado el
Partido Comunista: empezó con 100.000 hombres y terminó con apenas 4.000, en medio de
una huida de una media de 27 Km. diarios recorridos, casi sin parar por la noche. La Larga
Marcha concluye en Shensi un año después (instalando su capital en Yenan), y supuso el
liderazgo ya incontestado de Mao entre los comunistas, pese a constituir una derrota. Pero
la guerra con Japón le daría un sesgo distinto.

Entre 1937 y 1945 se produce un período de 8 años de resistencia contra Japón. En


el Japón se desarrollaba un fuerte movimiento nacionalista, que, en su caso, tenía una cariz
expansionista. El país había salido reforzado de la Primera Guerra Mundial; había
adquirido las islas alemanas del Pacífico y se había convertido en país inversor en el
extranjero, principalmente en China. Tras la crisis de 1929 Japón se siente amenazada, lo
que dará pie a que un grupo de oficiales del ejército decidiera adueñarse de Manchuria
(1931), que se convirtió por decisión del emperador en Estado independiente (denominado
Manchukuo, en 1932). Ante la pasividad de la Sociedad de Naciones, japoneses y alemanes
firmaron además, en 1936, el Pacto Anti–Komintern, esencialmente antirruso, que fue
aprovechado sin embargo por Japón para atacar a los chinos.

La guerra chino–japonesa forzaría nuevamente el entendimiento entre el KMT y los


comunistas, que se prolongaría y confundiría con al Segunda Guerra Mundial.

Chang cree que la guerra contra Japón sólo atañe al ejército, y no moviliza a los
estudiantes: sí en cambio a los campesinos, descontentos por estar gravados con impuestos
especiales además. La creación de un frente unido entre Partido Comunista Chino y
Kuomintang supone el establecimiento de concesiones mutuas: el Ejército Rojo fue
llamando el Octavo Ejército.

Yenan, la capital comunista durante la Segunda Guerra Mundial fue una tierra de
ensueño, de utopía, con la moral y entusiasmo revolucionarios contagiosos, y con una
flexibilidad para compaginar objetivos a corto y largo plazo. La invasión japonesa prepara
el terreno para la movilización del Partido Comunista Chino: le permite desarrollar un
adoctrinamiento y descubrir lo que querían los campesinos y dárselo. La guerra de
resistencia supuso permiso para que el Partido Comunista Chino movilizase al
campesinado. Japón ha invadido por ferrocarril China, campo donde tiene su poder: en
cambio, los comunistas procederán a una política de desgaste por medio de la guerra de
guerrillas.
En 1940 tiene lugar la "Ofensiva de los cien regimientos": las líneas de ferrocarril
son cortadas, y vencen a los japoneses, que se ven obligados a traer más tropas y combatir
aplicando el principio de arrasar. Pero el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en su
conjunto (fundamentalmente la entrada en guerra de Estados Unidos) supone que Japón se
ve obligado a aflojar la presión sobre las zonas libres chinas.

Además, se produjo un apoyo Estados Unidos a Chiang, como expresión de los

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intereses occidentales en China, aunque los norteamericanos reclaman la unificación de
Kuomintang y Partido Comunista Chino.

Acabada la guerra contra Japón, se produce una guerra civil entre comunistas y
nacionalistas, dirigida con métodos anticuados por Chiang: otorga gran importancia a
conservar las capitales provinciales una vez que se apoderó de ellas, en vez de plantear
batalla regional. Los nacionalistas tenían el doble de tropas que los comunistas: pero su
mala administración económica, la frecuente corrupción, y el hecho de que el KMT no
supo tratar a la ciudadanía, que se aleja de estas ideas, son factores en su contra; además,
reprimirá con dureza innecesaria el movimiento en favor de la paz entre numerosos chinos
de las ciudades más importantes.

El Partido Comunista Chino moviliza en el noroeste al campesino, de donde


obtendrá su principal fuerza.

Chang aceptó las armas pero no el asesoramiento norteamericano, que recomienda


sacar tropas de las ciudades cuando todavía se está a tiempo.

Finalmente, la guerra (1945–1949) se salda con el triunfo comunista, la


proclamación de la República Popular China y el refugio en Taiwan de los nacionalistas.

5– El expansionismo japonés.

Una vez concluida la primera guerra mundial, de la que había salido beneficiado sin
grandes sacrificios, Japón, integrado de forma definitiva en el circuito mundial,
experimenta rápida y ampliamente, al menos en apariencia, la influencia de las grandes
corrientes políticas e ideológicas internacionales. Con el fin de la guerra, el imperialismo
japonés pareció alcanzar su apogeo: en la Conferencia de la Paz, Japón hizo triunfar su
tesis frente a las de China sobre la cuestión de Chantung, y por otro lado aprovechó la
Revolución rusa para establecer en Siberia oriental una ocupación militar que podría ser
duradera, y preparar el establecimiento de uan zona de influencia política y económica.

Pero con la primera guerra mundial se asistió al triunfo de las democracia


parlamentarias, que adquirió un valor paradigmático; poco después pareció imponerse el
idea de cooperación pacífica internacional. Bajo esta influencia, el sistema político japonés
adquirió, de 1920 a 1931 la apariencia de un régimen parlamentario, en e cual el primer
ministro ya no era elegido por ciertos clanes o por una camarilla de consejeros del
emperador, sino que era el jefe de uno de los partidos políticos, de aquel que, en general,
contaba con mayor número de diputados. El derecho de sufragio, limitado hasta entonces
por un censo bastante elevado, fue ampliado en 1919 y pasó a ser universal para los
hombres en 1925. También por entonces hizo su aparición la legislación social.

Paralelamente, el país aceptó, en la Conferencia de Washington (1921–22) poner un


freno a su política imperialista. Aislada tras la pérdida de la alianza británica, tuvo que
evacuar Siberia, prometer el abonando de Chantung y resignarse a limitar su marina de
guerra. Pero estas concesiones tuvieron también su contrapartida: la limitación de las
marinas de guerra de las demás potencias y la prohibición de fortificar las islas del Pacífico
dejaron las manos libres a Japón para que actuara a su antojo en Extremo Oriente. No
obstante, durante varios años Japón pareció elegir el camino de la expansión pacífica. Los
gastos militares, que representaban el 42% del presupuesto de 1922, fueron reducidos al

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28% en 1927.

Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto este régimen se hallaba bien
arraigado. Los principales partidos estaban excesivamente vinculados a los amplios grupos
familiares de intereses económico–financiero, los zaibatsu, característicos de la vida
económica japonesa, y que adquirieron su pleno desarrollo por aquella época: un Gabinete
del Partido Siyudkai sería denominado el "Gabinete Mitsiu", designación derivada del
nombre de unos de estos trusts, en tanto que un Gabinete del partido rival Minseito sería
denominado, por el mismo motivo, el "Gabinete Mistubishi". Unos y otros tuvieron que
hacer frente al movimiento obrero que se desarrollaba paralelamente a los progreso de la
industrialización. La dominación de los intereses económicos fue mal asimilada en la
medida en que el período de "prosperidad" fue para Japón especialmente turbulento:
después de un terrible terremoto, Japón entró en una fase de inflación entre 1924 y 1927,
período en el que los países europeos más debilitados entraban en una era de
consolidación. Cuando la situación empezaba a estabilizarse, sobrevino la crisis mundial,
cuyas repercusiones se dejaron sentir en el país.

Un hecho importante fue que el poder civil nunca consiguió hacerse dueño de las
fuerzas armadas: éstas dependían directamente del emperador (el cual nunca parecía
ejercer autoridad personal alguna). Además, la tradición querría que los Ministerios de la
Guerra y la Marina fueron ocupados por oficiales superiores en activo; así, el ejército podía
impedir la formación, o provocar la caída, de cualquier Ministerio que no fuera de su
agrado. Por otro lado, los oficiales japoneses, cada vez menos sometidos a la vieja
disciplina del calan, e impacientes ante lo que consideraban las debilidades del régimen
civil, favorecían la formación de sociedades secretas y formulaban complots, frente a los
cuales los jefes militares responsables se veían desbordados e incluso llegaban a hacerse
cómplices. Además apelaban a la opinión pública media, presentándose como los únicos
capaces de resolver los problemas económicos y sociales cada vez más acuciantes. A partir
de 1931 se difundieron los rumores de golpes de Estado militar, y en 1936 los elementos
más agresivos pasaron a la acción; después de una matanza de ministros, fueron reprimidos
por los militares de otra camarilla, aparentemente más moderados, y, a partir de entonces,
dueños de imponer su voluntad. En tales condiciones, las tropas estacionadas en territorio
chino tomaron una serie de iniciativas que el Gobierno no se atrevió a condenar, y se vio
obligado a seguir.

Desde 1905 Japón tenía un dominio efectivo sobre Manchuria, cuyos abundantes
recursos la convertían en un campo de expansión económica privilegiado. pero la
población autóctona y los inmigrantes chinos y coreanos se vieron invadidos por la
afluencia de chinos que, huyendo de la miseria, llevaron a cabo una de las mayores
migraciones de todos los tiempos. Los chinos construyeron una red ferroviaria concurrente
con la de los japoneses. Incluso políticamente el "señor de la guerra" que controlaba
Manchuria, no excesivamente dócil, fue asesinado en 1928, sin duda por los japoneses. Por
entonces, el movimiento de unificación de China bajo dirección de Chiang Kai–shek iba a
constituir una amenaza más grave, tanto más cuanto que las grandes potencias empezaban
a abandonar por entonces concesiones y derechos de extraterritorialidad. Los chinos
multiplicaron los disturbios, y tras un incidente premeditado en septiembre de 1931, las
tropas japonesas se apoderaron de toda Manchuria y crearon un Estado satélite.
Pero también coparon las provincias situadas al norte de Pekín, pero reclamaron
también privilegios especiales sobre el conjunto de China, de la que los ingleses se iban
retirando. Ante unas exigencias cada vez mayores, Chiang Kai–shek cedió poco a poco. En

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diciembre de 1936 fue hecho prisionero en Siam por los soldados amotinados de uno de
sus subordinados, debiendo de aceptar un pacto con los comunistas para enfrentarse a
Japón. Tras un incidente en el puente de Marco Polo, en las proximidades de Pekín, estalló
el conflicto bélico en julio de 1937. La guerra se solapará con la Segunda Guerra Mundial.

En diciembre de 1941, los japoneses decidieron bombardear por sorpresa al base


estadounidense de Pearl Harbour, intentando mediante un golpe sorpresa el eliminar a
buena parte de la fuerza naval de Estados Unidos: sin embargo, parece ser que a sabiendas
de la operación secreta japonesa, buena parte de la tropa y barcos del Pacífico
norteamericanos no se encontraban en dicho puerto, por lo que la eficacia del ataque será
limitada.

Comenzará una fase de guerra en la que ambos países lucharán en lo que se llamó
el "salto de isla en isla", expulsando en 1944 Mac Arthur a los japoneses de Filipinas. Sin
embargo del desmoronamiento del Eje, Japón se resistirá a firmar la paz, hasta el
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bombardeo agosto de Hiroshima (80.000 muertos y 60.000 heridos, con 13 Km totalmente
destruidos) y Nagasaki. El 22 de septiembre, Japón se rinde incondicionalmente.

Tras los tratados de paz, Japón fue obligado a desocupar todos los territorios
conquistados. China quedó libre y recuperó Formosa; Rusia recuperó las isla Sajalín, en
tanto Corea quedó bajo un sistema de ocupación ruso–americano (divididos por el paralelo
38, según lo acordado en la Conferencia de Potsdam con fines prácticos y transitorios: pese
a lo cual se convertirá en una frontera definitiva entre un gobierno comunista al Norte,
mandado por Pyon Yang, y otro liberal–democrático al sur con capital el Seúl preludio de
la guerra de Corea en 1950). Por último, Estados Unidos ocupó islas de Japón de gran valor
estratégico. El retorno de más 6 millones de emigrantes japoneses supondrá grandes
cambios económicos: abundancia de mano de obra barata, etc.

El afán de encauzar la organización de los demás Estados asiáticos en sentido


liberal– democrático ya había comenzado a chocar con las pretensiones del líder
nacionalista y comunista Ho Chi–Minh, quien desde 1946 comenzará una sublevación
armada en Indochina, protagonizada por el Viet–mihn.

6– BIBLIOGRAFÍA.
ARACIL, R.; J. OLIVER y A. SEGURA: El mundo actual de la Segunda Guerra Mundial
a nuestros días. Barcelona, 1995.
KITCHEN, M.: El período de entreguerras. Madrid, Alianza Ed., 1992.
KOHN, H.: Historia del nacionalismo. Madrid, 1984.
NÉRÉ, J.: Historia contemporánea. Labor, Barcelona, 1980.
PARKER, R.A.: El siglo XX, t. I. Madrid, Siglo XXI, 1987.
REMOND, R.: El siglo XIX (1815–1914). Barcelona, Vicens Vives, 1978, vol. II.

TRAVERSONI, A.: El mundo contemporáneo. Madrid, Cincel, 1985.

Ver Bibliografía actualizada en mi versión didáctica del tema. GRA.

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