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CAPITULO 2.

J.A. HUERTAS

¿QUÉ ES ESA COSA LLAMADA MOTIVACIÓN?.

Nuestra intención a lo largo de este capítulo es adentrarnos en lo que hoy día la


psicología dice respecto al fenómeno motivacional. Las ideas que vamos a exponer van a
estar necesariamente sesgadas desde el punto de vista del autor. Si partimos de la base de que
no hay hechos ni teorías neutrales en Ciencia, nuestro deber y nuestra coherencia nos obliga a
acabar tomando partido. Desde esta posición vamos entonces a intentar dar sentido a los
datos y explicaciones que se han dado a estos factores afectivo-motivacionales que
conforman el otro universo de lo psíquico en el ser humano.

Quizá merezca la pena que, para empezar, nos paremos a pensar en qué hay detrás de
este lugar común que relaciona los procesos afectivos motivacionales con un universo
distinto de los procesos cognitivos. En principio, en el trasfondo de esta idea hay toda una
tradición tan vieja como viejo es occidente. Recodemos que para los griegos clásicos, esos
que ya dijeron todo lo que fundamentalmente se debía decir de las cosas y de las gentes, la
psyque estaba constituida por distintos órdenes de funciones. Así, el nous era el encargado
de conocer las cosas como son, la realidad y la verdad y la orexis tenía la función de entender
y de vérselas con todo lo que tuviese relación con los deseos, en donde el thymos regulaba la
dinámica de esos deseos. Curiosamente, los deseos se imponían a los hombres, todos los
héroes míticos se veían empujados a querer y a buscar metas que se les sobreponían, que les
tapaban la razón; formaban los deseos una especie de pasión arrebatadora y controladora.
Desde ese momento, en nuestro mundo se impuso la dicotomización del ser entre razón y
pasión. Cada teoría del hombre tomaba partido al respecto, una veces cargando las tintas en
una vertiente, otras equilibrándolas y, en algunos casos, olvidando o repudiando a una de
ellas. Si recapitulamos, tendremos que reconocer que, por lo general, han sido más las teorías
que en nuestro mundo occidental se han decantado por el predominio de la razón que por la
fuerza de lo oréctico. Esto es claro en psicología, aunque hay que reconocer que hubo
momentos en donde el papel de lo afectivo en la explicación del comportamiento humano
tuvo su lugar, y no nos estamos refiriendo sólo al psicoanálisis, acabamos de revisar en el
capítulo anterior algunas de esas otras líneas teóricas.

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En cualquier caso, si nos centramos en los momentos más recientes de nuestra
disciplina, es obvio que la psicología actual ha seguido prefiriendo supeditar lo afectivo a lo
cognitivo. Afortunadamente el absolutismo cognitivista es un periodo o una fiebre, como se
quiera, que parece que está pasando. En estos últimos años hay un claro aumento de obras y
de trabajos sobre la motivación y la emoción considerados ambos de forma autónoma; en los
congresos de psicología, en las librerías y en las clases vuelve a haber un hueco para estos
temas. Nuestro interés no es muy radical y rupturista, no queremos reivindicar una
independencia ontológica y funcional de los procesos orécticos, como por ejemplo defiende
tenazmente Zajonc con su teoría sobre el procesamiento afectivo, aspiramos, más bien, a una
consideración integrada de esos dos órdenes de procesos psicológicos. Esto significa, no
obstante, que es necesario dar carta de naturaleza a las funciones afectivas, considerar que no
siempre tienen que estar colonizadas por lo cognitivo-racional, significa, en suma, que la
actuación del individuo se explica por determinantes sociales, cognitivos y afectivo-
motivacionales, con sus reglas y sus peculiaridades cada uno. Este será el afán que lata detrás
del texto, quizá no lo consigamos, pero allá vamos.

1.- LOS DETERMINANTES DE LA ACCIÓN.

Antes que nada es conveniente señalar que la idea extendida comúnmente intramuros
y extramuros de la Ciencia de que hablar de motivación es referirnos a aquel proceso que
explica el por qué de la acción humana es un idea inadecuada. Las razones que determinan
una acción no son sólo motivacionales, hay otras causas: lo que sabemos hacer, lo que nos
dejan hacer, lo que nos obligan a hacer son también causas y orígenes de nuestro
comportamiento.

Pongamos un ejemplo cercano a muchos lectores: ¿Cuáles son las razones que
explican las acciones que se llevan a cabo al preparar un examen?. Seguro que se nos agolpan
en la cabezas varios determinantes, a saber, nuestro interés en la materia, el tiempo
disponible, los medios bibliográficos con que contamos, nuestros conocimientos y destrezas
adquiridas, las normas del profesor, el tipo de evaluación impuesta por éste, etc. Pues bien,
prácticamente sólo la primera es propiamente motivacional.

Como todos sabemos, con tan sólo querer no se desarrolla una acción. Hay razones no
personales que pueden justificar ciertas actividades, razones que están en la situación
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concreta en donde se realiza la acción: en las condiciones físicas y sociales del entorno
concreto. Detengámonos pues un poco más en la fuerza causal del entorno social. Las
órdenes, las restricciones, los hábitos de otras personas pueden estar en el origen de nuestro
comportamiento. Muchos nos quedamos maravillados ante el poder de control que adquiere
un hipnotizador ante otra persona, pero, ¿cuántas veces estamos sometidos a otras personas
de la misma manera, sin estar hipnotizados?, ¿cuántas veces hemos hecho lo que otro quería?,
¿cuantas veces hemos sido sujetos experimentales del trabajo de otro?.

Las otras razones que explican una acción, las que no son motivacionales, no siempre
están fuera del sujeto. También hay otros determinantes personales como las creencias, los
conocimientos y valores que resultan de la elaboración cognitiva de nuestra experiencia y que
sesgan el tipo de acción de cada uno. Para finalizar este recuento del por qué de la acción, tan
sólo señalar otra evidencia, no basta con conocer, con creer, hay que saber usar esos saberes.
Nuestras destrezas, nuestras habilidades, lo que sabemos hacer, explican, obviamente, lo que
al final hacemos.

2.- HACIA UNA DEFINICIÓN DE TRABAJO DE MOTIVACIÓN.

2.1.- ¿Qué entendemos por motivación?:


En todo este capitulo vamos a intentar llegar a un acuerdo a la hora de dibujar y
perfilar una serie de fenómenos humanos que se nos escurren de tanto que se mueven. Esto es
lógico, queremos trabajar con lo que constituye el componente energético del ser humano, lo
que le empuja y le dirige, algo que no es tangible ni siempre evidente. Esta tarea nos la
vamos a plantear poco a poco. Primero queremos recapitular algunas ideas generales sobre
este concepto que nos permita una primer grado de acuerdo, después de este esbozo,
pretendemos dar al fenómeno motivacional más forma, perspectiva y colorido.

Para empezar a pintar este cuadro, a delimitar las primeras líneas de su significado,
sigamos un camino conocido, recurramos a la autoridad más relevante en materia de habla
castellana, la Real Academia. En la tercera acepción del término motivación nos encontramos
con una definición elegante, sencilla y sorprendentemente apropiada a la luz de los
conocimientos de la psicología actual (una muestra más de la cercanía entre psicología
popular y científica). Dice la Academia que motivación es un ensayo mental preparatorio de
una acción para animarse a ejecutarla con interés y diligencia. Sólamente nos gustaría
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añadir dos aspectos más que, aún estando implícitos en la definición académica, creemos
conveniente resaltar algo más. El primero hace referencia a la necesidad de enfatizar que la
motivación se entiende como un proceso psicológico (no meramente cognitivo, la energía que
proporciona la motivación tiene un alto componente afectivo, emocional) que determina la
planificación y la actuación del sujeto. El segundo es que sólo se puede aplicar con propiedad
y gusto el concepto de motivación cuando nos referimos al comportamiento humano que
tiene algún grado de voluntariedad, el que se dirige hacia un propósito personal más o menos
internalizado.

Conviene remarcar más detenidamente la idea de que hablamos de un proceso


psicológico, de algo dinámico, más que de un estado fijo. Como todo proceso lo conforman
una serie de estados o fases de carácter cíclico que están en continuo flujo, en crecimiento o
en declive. Se incluyen en este proceso motivacional todos aquellos factores cognitivos y
afectivos que influyen en la elección, iniciación, dirección, magnitud y calidad de una acción
que persigue alcanzar un fin determinado.

Por otra parte, podemos considerar que ese dinamismo motivacional dentro del sujeto
está regulado y graduado por tres dimensiones o coordenadas:

 Aproximación - evitación: estudiar motivación no es sólo estudiar nuestro deseos o


gustos apetecibles, sino también aquellos que queremos evitar. El propósito, la meta es
algo más o menos querido o más o menos evitado, como se quiera. Así por ejemplo, el
miedo al fracaso y la búsqueda del éxito son dos polos de un continuo de motivación hacia
el logro. Cuando revisemos los motivos sociales, encontraremos ejemplos suficientes de
este continuo.

 Autorregulada (intrínseca) - Regulada externamente (extrínseca): una acción puede


surgir de intereses o necesidades personales de cada individuo o puede estar más o menos
graduada por los dictados de la situación en la que nos encontramos. Una materia
académica se puede estudiar porque conecta con otros intereses muy personales o porque
asumimos que es un requisito impuesto para obtener otras cosas que queremos. Por la
importancia que ha tenido en la literatura esta dimensión y por las posibilidades aplicadas
que abre, vamos a dedicar todo un capítulo a desentrañar esta dimensión de internalidad en
la motivación humana.
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 Profundo (implícito) - Superficial (Auto-atribuído): según se trate de un proceso muy
amplio, de una tendencia general básica, muchas veces no consciente o se trate de un
planteamiento consciente de intereses concretos. A esta dimensión vamos a dedicar una
apartado completo más adelante en este mismo capítulo, por lo que remitimos al lector a
ese lugar.

Antes de seguir, un par de advertencias. Estas dimensiones son meros criterios para
ordenar el proceso motivacional dentro de cada persona. No son criterios ontológicos, su
función es simplemente clarificar y organizar el complejo batiburrillo de lo que se amalgama
comúnmente dentro del campo motivacional. Por otra parte, el lector tiene que tener presente
también que no hay proceso humano, desde nuestro punto de vista, que se pueda entender
fuera del marco social en el que se da, que es el que lo origina y conforma. Aunque sigamos
en este capítulo una estrategia individualista de ver como se conforma el proceso
motivacional dentro de lo psíquico, siempre estará presente que la actividad humana se da
siempre en sociedad.

2.2.- Problemas para el análisis y conceptualización de la motivación:


No vamos a ocultar que estamos tratando una serie de fenómenos que son muy
elusivos y que el investigador cuando pretende trabajar con ellos siempre se encuentra con
varios problemas. Por citar algunos:

1.- ¿Cuántos motivos actúan en una persona?.


Ante un escenario cotidiano concreto aparece una gran variabilidad interindividual de
motivos y metas en las personas que participan en esa situación. En una clase, ¿todas las
personas implicadas actúan según los mismos intereses?. Además, una misma persona en
situaciones similares puede optar por acciones y metas distintas, según el momento,
dependiendo de una serie de circunstancias muy difíciles de delimitar. Nuestro interés por
una asignatura en clase varía de un día a otro por razones diversas. Que nadie espere, por
tanto, que sea fácil determinar y definir todos los motivos implicados en una acción, como
dice la canción, ni los vientos son cuatro ni siete los colores,...

2.- ¿Cómo se combinan los motivos cuando actuamos?, ¿lo hacemos por una sóla
razón o por varios intereses?.
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Cuando estudiamos motivación nos enfrentamos con un proceso tan dinámico que
resulta difícil dar con los estados implicados y con sus relaciones en cada momento
estudiado. Aquí hablaremos de distintas fases dentro del proceso motivacional, pero eso no
quiere decir que sean siempre necesarios ni fácilmente discernibles.

3.- ¿Se trata de un proceso jerarquizado en diferentes niveles?.


¿Hablamos del mismo proceso motivacional cuando actuamos movidos por una
tendencia de acción general y básica, casi inconsciente (como buscar afecto en los demás),
que cuando actuamos determinados por un interés concreto elegido voluntariamente para
comportarnos de una manera en una situación cotidiana?. Sin que sirva de precedente esta
pregunta tendrá alguna respuesta más adelante.

4.- El problema básico de la Psicología: ¿qué procedimiento de evaluación


utilizamos para conocer auténticamente lo que se supone que desea e impulsa a una
persona?.
¿Cuál es la validez y fiabilidad de instrumentos tan dispares como un cuestionario, el
análisis de un relato de una lámina, el autorregistro, etc..?. ¿Alguno de los instrumentos que
fatigosamente ha construido la psicología mide algo tan difícil como la energía, activación y
la orientación motivacional?.

No espere el lector que vayamos a dar respuesta exacta a estos interrogantes, tan sólo
pretendemos proporcionarle información y modos de entender estos fenómenos, para que
cada uno, según entienda y quiera, se enfrente a estos problemas.

2.3.- Aspectos importantes de la acción motivada:


Resumamos pues, aún a riesgo de parecer machacones, los principales rasgos
distintivos de estos fenómenos motivacionales:

 Su carácter activo y voluntario: la acción motivada impulsa, energetiza y no está regulado


al completo por una imposición externa.
 Su persistencia en el tiempo: es algo que fluye, pero que permanece de alguna manera en
el sujeto, eso sí adaptándose a cada circunstancia.
 Su vinculación con necesidades adaptativas. En último extremo su puesta en marcha
persigue la consecución de un estado de mayor adaptación y equilibrio.
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 La participación de componentes afectivo-emocionales. En línea con lo que acabamos
de decir en el aspecto anterior, la activación motivacional suele estar cargada
emocionalmente, su objetivo es algo más o menos querido o temido.
 Finalmente, una acción es acción motivada cuando se dirige a una meta, cuando se
realizan para elegir, dirigir y persistir en la consecución de un objetivo, finalidad o
propósito.

3.- LA ACCIÓN VOLUNTARIA, LA AGENCIALIDAD HUMANA Y LA


CAUSALIDAD PERSONAL.

Hemos mencionado hasta la saciedad que cuando hablamos de acción motivada nos
estamos refiriendo a algo que surge de una cierta decisión interna. Recordemos que no hemos
descartado la influencia de otros determinantes no motivacionales a la hora de explicar la
acción humana, allí tienen su lugar las imposiciones y las habilidades. Vamos a intentar hacer
abstracción de éstos para centrarnos en lo básico de la acción dirigida y orientada por un
proceso motivacional. De alguna manera buscar un lugar para la motivación es decantarse
por los modelos teóricos del sujeto que se sustentan en dar a la persona algún grado de
intencionalidad.

Hace poco tiempo se podía leer en la prensa una noticia que mencionaba las razones
que daba para seguir viviendo un paralítico noruego, afectado por una enfermedad
degenerativa desde hacía ya 50 años (el mal de Bechterens), a un tetrapléjico español que
llevaba casi una década demandando su derecho a la eutanasia. Después de contar el
escandinavo sus amargos avatares durante su penosa enfermedad y de relatar qué cosas le
había ayudado a salir para adelante, concluía con una razón definitiva para encontrar sentido
a su existencia, decía: Díganle que, aunque no crea en nada, haga un último esfuerzo: que
intente crear algo por sí mismo.

Este caso nos parece que pone en evidencia que la experiencia más básica del ser
humano es la de ser agente causal de sus acciones, la de luchar por no verse arrastrado por
fuerzas externas a si mismo. Se podría decir que si hemos considerado a la motivación el
motor y la energía psíquica del individuo, la agencialidad humana es lo que da el octanaje a
esa energía. Cualquier acción voluntaria tendrá un determinado octanaje, cuanto mayor sea,
más moverá al individuo, más satisfecho estará.
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En la psicología moderna este concepto se ha definido de distintas formas, causalidad
personal, autodeterminación, creencias de control, etc.. El término empezó a cristalizar en la
obra de Heider (1958) en su concepto de lugar de causalidad, término que en poco tiempo se
fue extendiendo en distintas versiones. Autores como Bandura, Seligman, White o Rotter por
ejemplo, lo adjetivaron de maneras diversas pero siempre con un contenido común, la
tendencia humana a preferir ser agente de sus actos. Esta idea cristalizó en el campo concreto
de la motivación con el trabajo de DeCharms (1968). La principal variación que introduce
este último autor con su concepto de causalidad personal es el énfasis que marca en la
importancia de la experiencia personal real de sentirse uno mismo agente de la acción que,
según él, es algo más que simplemente creer que se tiene control sobre esa acción. No
obstante, podemos entender la causalidad personal como un principio general básico para
estudiar la motivación. No es un motivo específico, significa que cada uno prefiere escoger
su medios para obtener un objetivo, fin o meta. Es, por lo tanto, un adjetivo que sirve para
calificar cualquier experiencia humana.

Tradicionalmente DeCharms considera que los diferentes grados posibles de


causalidad personal se pueden organizar en un continuo con dos polos extremos:

 El ORIGEN: en donde se encontrarían las acciones más genuinamente autodeterminadas,


libres de ser percibidas como impuestas. Se supone que cuando uno realiza un
comportamiento guiado por causas internas y bajo control personal esa actividad tendrá,
en principio, una carga afectiva satisfactoria, se es más optimista, confiado, se acepta
mejor el riesgo, etc.
 El PEÓN: en el extremo contrario estarían las acciones que se consideran sujetas a la
merced de fuerzas externas, aquellas que el sujeto se siente forzado a realizar. En la
medida que pensemos que lo que hacemos esta determinado y controlado por causas
ajenas a nosotros, esas acciones comportan afectos negativos, se está a la defensiva,
indeciso, se evita el riesgo, se está, en definitiva, desmotivado. (DeCharms, 1976).

Como empezamos a decir antes, este concepto de casualidad personal o de


agencialidad no se constriñe a un término básico sólo para el estudio de la motivación
humana. La idea de la preferencia del hombre por sentirse origen de lo que hace se incluye en
un marco más general de considerar la acción humana, se convierte en un elemento básico de
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los modelos psicológicos que suponen que la acción está bajo el dominio de estados
intencionales. Aquellos que defienden que la acción, más que dirigida sólo por una suerte
desangelada de estímulos externos, está sobre todo basada en determinantes personales como
creencias, deseos o compromisos morales.

Si nos estamos refiriendo a algo tan básico, estamos obligados, en último extremo, a
establecer y comprobar que el sentimiento de autodeterminación es fundamental para la vida
psíquica. Hay planteamientos que van en esta línea (véase Reeve, 1994), y, en algunos casos,
llegan incluso a considerarla una necesidad psicológica que cumple la misión fundamental de
impulsar al ser humano a dominar su entorno, de manera que cuando se alcanza esa sensación
de control, ésta viene acompañada por emociones positivas relacionadas con el interés y el
placer. Veamos sucintamente algunos trabajos aplicados que sustentan esta visión.

En diversos estudios (ver Etxebarría, 1996), principalmente desde el campo de la


clínica psicológica, se ha defendido que uno de los factores que facilitan el ajuste y la
estabilidad mental es el que se ha llamado ilusión o creencia de control, que se define en
términos parecidos a cómo acabamos de delimitar el concepto de causalidad personal o
autodeterminación, esto es, tener la sensación de que se controla y se determina una acción.
En último extremo lo que se defiende es que tal ilusión de control no es un sesgo de
pensamiento más, no es un error de apreciación, es una tendencia muy básica y de carácter
adaptativo que permite al sujeto ejecutar de forma satisfactoria la mayoría de las acciones
humanas. Así, por ejemplo, se ha visto que las ilusiones positivas de control promueven un
estado de ánimo más positivo, que favorece las relaciones sociales, o el trabajo creativo,
eficaz y productivo. En esta línea, la creencia en ciertas capacidades de control y de
agencialidad amortigua la experiencia de estrés y sus efectos. Cuando uno cree que puede
controlar algo de la situación estresante se desenvuelve mejor. Por el contrario, la pérdida de
control inclina la balanza a favor del desajuste, la desorganización y parece que hasta
predispone a la enfermedad y la muerte. En este sentido parece que existe una relación
inversa entre estrés incontrolable y respuesta inmunológica, es decir a mayor estrés, o lo que
es lo mismo, menor control, menor capacidad de defensa del organismo, más fácil sería
entonces sucumbir a enfermedades inmunológicas, como el cáncer, etc. Un último ejemplo
ya para tratar de convencer al lector a favor del principio de agencialidad, señalar que parece
que en el proceso de tratamiento psicológico para la recuperación de cierta estabilidad
emocional y psíquica en las personas que ha sufrido algún acontecimiento dramático
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(violación, accidentes, catástrofes naturales, etc.) juega un papel importante la recuperación
de sensaciones positivas de control de las acciones de la persona.

4.- ELEMENTOS Y FASES DEL PROCESO MOTIVACIONAL.

En lo que llevamos de capítulo hemos destacado repetidas veces que la motivación


humana debe entenderse como un proceso de activación y orientación de la acción. Como tal
proceso debe contener una serie de estados o fases que intervienen en su actuación. Vamos a
destacar esas fases, por lo menos las que nos parecen más determinantes, lo que no vamos a
ser capaces de hacer es señalar con precisión la estructura y los modos en que se relacionan
entre sí estos elementos, no podemos configurar la secuencia de fases, es que no sabemos
construir el diagrama de flujo exacto con todos los elementos y sus relaciones, ese que
consigue plasmar deteniéndolo, el movimiento de un proceso, esa labor se la dejamos a los
grandes psicólogos cognitivos, nosotros nos quedamos parafraseando al maestro Heráclito y
es que las cosas que fluyen, cambian y siempre están cambiando.

4.1.- La interpretación de la situación, de los escenarios que vivimos.


Como señalaba el viejo maestro Brentano, todo proceso intencional, y la motivación
claramente lo es, sólo tiene sentido en el acto. El conocimiento popular, no menos sabio,
también mantiene que cada situación, cada momento tiene su afán. Es decir, la motivación
tiene sentido y se debe comprender y explicar teniendo como referencia constante la
situación concreta en que se produce.

En cada situación la persona recibe ciertas señales de activación, ciertos indicadores,


destaca unos estímulos sobre otros, percibe algunas demandas, conoce los incentivos que
puede conseguir, etc. (McClelland, 1985). Como es fácil de imaginar, todos estos elementos
implícitos en una situación tienen una participación determinante en el proceso motivacional
del sujeto.

Hablamos siempre de una situación interpretada por el sujeto más que de un


conocimiento y de una recepción inmediata de la situación. Cada persona interpreta, percibe
cada contexto en virtud, no sólo de las características de ese entorno, sino también del
conocimiento, creencias y estilos del sujeto que interpreta, conforme los ha aprehendido de
su mundo social. Tan difíciles somos que un escenario tan típicamente atrayente, como una
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carrera ciclista, sabemos que hay algunos por ahí que lo evalúan como algo aburrido, odioso
o ridículo. Convendrán, en este sentido, que la frase torera de hay gente pa tó, nos indica que
hay más de una forma de ver y de querer una situación En definitiva, que el entorno no se
reconoce, sino que se construye interpretándolo, y es que no lo sabemos hacer de otro modo.

4.2.- Los elementos motivacionales, el concepto de motivo y de meta.


Desde que la vieja tradición de estudio motivacional de la expectativa-valor de
Atkinson y McClelland se las tuvo que ver con las reticencias del imperio conductista-
hulliano, una de las diferenciaciones clásicas en el proceso motivacional es la distinción entre
unas fases más propiamente motivacionales y otras más cognitivas o volitivas. Sigamos
nosotros esta distinción, todavía admitida hoy día (ver por ejemplo, Kuhl, 1992; Heckhausen,
1991 o Gollwitzer, 1990), y pasemos a comentar brevemente la primera de ellas.

Típicamente se entiende que en la fase motivacional ocurren los procesos


relacionados con la anticipación de deseos, lo que comúnmente se entiende como el
surgimiento de un motivo y el planteamiento de metas. Centrarse en lo motivacional
significa enfatizar lo que se desea y su viabilidad; realizar una suerte de análisis, más o
menos explícito, de los pros y contras de cada meta y de las expectativas de alcanzarla.
Conviene, por tanto, que intentemos agarrar de alguna manera dos de los términos centrales
en esta fase motivacional: el motivo y la meta.

El concepto de motivo.
Tenemos que empezar por reconocer que delimitar el concepto de motivo es algo que
nos resulta especialmente difícil y poco satisfactorio. Es un término que continuamente se
confunde con los otros elementos que forman el proceso motivacional, especialmente con el
de meta. Además, hablar de motivos significa aislar algo que no tiene existencia, a nuestro
entender, por sí mismo, que no tiene sentido desgajado fuera del esquema de acción en que se
incluye. Dicho de otro modo, a nosotros no nos gustar reificar algo que, como mucho, es un
estado en mitad de un proceso, para convertirlo así en un elemento suelto e idealizado.

No obstante, hay que admitir que puede resultar útil definir este concepto a efectos de
facilitar el estudio de la motivación humana. Si así lo hacemos, creamos una categoría teórica
que engloba un conjunto de gustos particulares con varios aspectos comunes, que nos permite
agrupar la inmensa variabilidad de las querencias humanas.
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Guiados por este espíritu pragmático vamos a empezar por definir los motivos de la
manera que más nos gusta y es recurriendo a esa copla que habla de las cosas del querer. Es
así ciertamente, un motivo refiere a un conjunto de pautas para la acción, emocionalmente
cargadas, que implican la anticipación de una meta u objetivo preferido. En algún sentido el
término común de deseo, como movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento,
posesión o disfrute de una cosa (Diccionario de la R.A.E.), podría ser su mejor sinónimo. Las
agrupaciones de motivos relacionados generarían las grandes tendencias de acción o motivos
sociales (ver capítulo 6), como la tendencia a intentar ser eficaz en las acciones que
emprendemos, la tendencia a dirigir de alguna manera el comportamiento de los otros o la
tendencia a buscar en los demás algún grado de reconocimiento afectivo. Hablamos de
tendencia porque un motivo nos mueve (aquí sí vale la redundancia) a anticipar unas metas
determinadas (ser eficaz, gustar, influir). Esta tendencia se ha formado y construido en la
personalidad del individuo, no es algo estable ni permanente. Nuestros gustos varían, se
forman y hasta se deforman.

El concepto de meta.
Acabamos de decir que todo proceso motivacional tiene sentido porque siempre está
dirigido a una meta, a un propósito preferido. Parece pues importante, en esta fiebre
definitoria que nos ha entrado, que intentemos dibujar con algún detenimiento este concepto.
Esta vez definir qué es una meta no es nada difícil, este concepto dispone de muchos
sinónimos acertados y de conocimiento común por todos los hablantes, conceptos como los
de propósito, objetivo, finalidad, están en el mismo campo semántico del concepto de meta.

¿Qué es lo que conforma cada propósito concreto?. Pues bien, una meta específica no
se define tan sólo a partir de los componentes del proceso motivacional, no queda concretada
sólo con lo que pueda establecer un determinado motivo. Diríamos que un deseo no conforma
del todo un propósito, éste se tiene que enfrentar y pulir en relación a otros componentes del
escenario concreto en que se produce. Desde luego el establecimiento de una meta dependerá
entre otras cosas del significado social que se atribuya a esa situación, del valor que se le dé,
de la dificultad que se perciba, de la complejidad de las acciones que conlleva satisfacerla,
etc.

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Veamos esto mismo con el ejemplo que usamos al principio del capítulo.
Pongámonos en el caso de un estudiante de una determinada asignatura, ¿qué hará que se
proponga estudiarla con el afán de saber, de aprender más sobre la materia? o por el contrario
¿qué le llevará a limitarse a buscarse los medios para conseguir aprobar sin más?. Seguro que
al lector se le amontonan un conjunto de circunstancias intervinientes a la hora de conformar
uno u otro propósito. Unos harán referencia a características implícitas en el proceso
motivacional: que conecte la asignatura con motivos anteriores del individuo, que le permita
cierto grado de autonomía y de agencialidad a la hora de enfrentarse a la misma, o lo que es
lo mismo que no sea aburrida al estar tan dirigida por el profesor, que despierte su curiosidad,
etc. Otras razones se escaparán al control voluntario del estudiante como el grado de
dificultad que dé el profesor a la asignatura, el valor social que suponga su dominio, el tipo
de evaluación que se lleve a cabo, etc. Todas estas razones están interactuando en cada
momento en el entorno de la asignatura. Sujeta a esta interrelación y a sus fluctuaciones, así
se conformará y variarán las metas del estudiante. En definitiva, no se puede concebir la
existencia de metas puras o aisladas. Sería entonces más correcto hablar de las metas como si
fuesen estados entrelazados en perpetuo flujo (Ortony, Clore y Collins, 1988).

4.3.- El control cognitivo o consciente de la acción


Para terminar con esta exposición sobre los distintos aspectos que intervienen en el
proceso motivacional, es obligado hacer mención a todo un conjunto de procesos cognitivos
que participan en la activación humana de la acción. El lector puede encontrar más adelante,
en el capítulo 5, una mención más explícita de estos procesos de conciencia, aquí tan sólo
vamos a perfilar y ubicar, aprovechando esta descripción en conjunto que estamos haciendo
de la motivación.

El control cognitivo de la acción se encarga principalmente de la planificación del


comportamiento, de establecer las acciones relevantes para conseguir lo deseado. Significa
centrarse en el análisis de la información referida a la meta elegida y en procurarse los
medios para su consecución. Muchos autores (e.g. Kuhl, 1994) han denominado a los
procesos implicados en esta fase, procesos volitivos, recuperando así el viejo concepto de la
voluntad, tan propio de la psicología alemana, psicología que destacaba la capacidad
autorregulatoria de la conciencia. Dicho de un modo más vulgar, todos sabemos que hay
cosas que no queremos, no porque no sean atractivas, sino porque consideramos que no
sabemos cómo conseguirlas. Todos los procesos que intervienen en la regulación y
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planificación de la acción se entenderían como procesos volitivos. Aquí se incluirían factores
como las creencias, las expectativas, los estilos atributivos, los patrones de regulación, etc.,
que veremos, como hemos anunciado ya, más adelante.

5.- LA ORGANIZACIÓN JERÁRQUICA DE LOS MOTIVOS.

Como decíamos al principio del capítulo, no todos estos esquemas motivacionales


tienen el mismo nivel de profundidad ni el mismo tipo de concreción. Nos referíamos a que
una de las dimensiones que ordenaría la motivación humana lo haría por criterios de
generalidad o profundidad, desde los motivos más básicos a los más superficiales. De esta
manera se podría establecer una cierta jerarquía de patrones motivacionales. Por otra parte,
considerarlos dentro de una estructura jerárquica es útil en la medida que permite la inclusión
de motivos dispares en una única red de motivos interrelacionados (Reeve, 1994).

Desde el principio de la investigación en motivación humana se hizo patente la


ausencia de correlación entre los resultados obtenidos con los dos principales procedimientos
de medidas de los motivos: el análisis de los relatos a través del T.A.T. y los autoinformes. Se
decía que mientras que el primer procedimiento evaluaba algo que funcionaba como un
impulso, como la plasmación subjetiva de una necesidad (logro, afiliación y poder), la
medidas de autoinforme tenían que ver más con el valor, con la descripción de creencias
acerca de metas deseables conscientemente y con modelos pautados de acción.

Esta diferencia metodológica sirvió para que algunos autores principales en esto de la
motivación humana (por ejemplo McClelland, De Charms, Veroff, etc.) creyesen ver la
expresión de un nivel profundo, implícito, y otro más superficial en los distintos motivos
humanos. Pasemos a describir brevemente lo que distingue a los motivos profundos (que
McClelland, 1992, prefiere llamar implícitos) de los más superficiales (llamados por estos
autores auto-atribuídos).

Hablaríamos de unos esquemas motivacionales profundos, muy establecidos e


internalizados en el sujeto, que predisponen hacia metas e interpretaciones muy generales y
básicas. Unos los han llamado motivos directrices (D’Andrade, 1992), otros motivos
implícitos (McClelland, 1992) y otros sólamente motivos sociales (Leontiev (1978). De
cualquier manera, serían el caso de los motivos que adjetivan y caracterizan nuestras
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intenciones en las actividades básicas, en la estructura social y cultural del ser humano, al
trabajar, al amar, al relacionarnos con otros, etc.

Por ser tan básicos estos patrones motivacionales pueden tener un funcionamiento
poco consciente, en el sentido de poco premeditado o automático. Las metas de alto nivel que
contienen acaban formando parte de la identidad de cada persona, son maneras de entenderse
a sí misma, en su moral y en su consideración general (Quinn, 1992). Uno se verá así más o
menos eficaz e interesado por ciertas actividades, así considerará sus preferencias afectivas,
así le gustará influir en los demás en ciertas ocasiones, etc.

Un bonito ejemplo de motivos profundos lo encontramos en el patrón básico de


activación que esconde el término samoano de alofa, que significa algo así como sentir cariño
por otro, ser afectivo con alguna persona, prestar atención a sus necesidades. Se dispara en
ocasiones diversas, por ejemplo cuando uno ve a un viejo cargado en un camino. Así es como
conciben ellos lo mas parecido a lo que nosotros llamamos amar, no hay en esas culturas otro
patrón de amor distinto a ese.

En estos patrones básicos existe la posibilidad de considerar que surgen de dos


orígenes distintos pero que acaban en el desarrollo individual siendo complementarios o
mejor dicho que acaban fundiéndose. Puede que alguno surja de unas predisposiciones o
tendencias básicas propias de la especie que posteriormente el niño cambia en el proceso de
socialización. El otro origen es sólo cultural y es el resultado de la internalización de las
funciones y valores dominantes en el mundo social que rodea a la persona. No vamos a
aventurar más cosas sobre el importante tema de la génesis de los motivos puesto que el
próximo capítulo pivotará sobre este aspecto.

En un nivel más superficial se encontrarían toda una serie de esquemas de acción


que se refieren a metas más concretas, más determinadas por situaciones estándar. Seria el
caso de los guiones que formamos y activamos cuando nos sometemos a determinadas
acciones sociales típicas, estudiar un examen concreto, ejecutar un trabajo específico,
convencer a otra persona, etc.

Suelen proceder de un planteamiento más consciente de todo el proceso motivacional.


Estas situaciones activarían un proceso que implica el uso consciente de motivos, metas,
44
expectativas, atribuciones, etc. En estos casos se nota especialmente el papel de lo que
llamábamos antes el control consciente de la acción, la forma de planificar la actuación hacia
una meta. Por lo mismo, los motivos más superficiales están más afectados por el resultado
de los análisis cognitivos que se hagan de las acciones anteriores, como son las atribuciones y
las expectativas.

Muchas veces estos patrones se organizan y están dirigidos por los motivos definidos
desde el nivel más profundo. En las mayoría de las ocasiones los motivos superficiales se
activan por demandas explícitas de situaciones sociales. Están, por lo tanto, más
influenciados por las demandas externas que intervienen en la acción, por el rango de
condiciones de posibilidad que permite un entorno concreto. Es decir, cuando planificamos,
damos energía y orientamos una acción de manera consciente y premeditada, esto es, cuando
activamos un motivo más superficial, podemos hacerlo fijándonos una meta que esta
determinada por patrones básicos o que surge de la aceptación o elección del rango de
posibles metas que son propias de una situación social determinada. Nosotros podemos
organizar una tarea concreta en el trabajo, porque nos lo planteamos como un reto personal
(motivo profundo) o porque nos interesa hacer lo que creemos que es lo que la situación
demanda (que implica un análisis y determinación de metas más complejo y concreto). Al
ser los motivos más superficiales dependientes de una interpretación detallada del escenario
de la acción, en caso de conflicto entre motivo de diferente nivel de profundidad, es más
normal que sean los más superficiales los que prevalezcan.

6.- ¿CÓMO SE CONFORMA Y ACTÚA LA MOTIVACIÓN EN LA


CONCIENCIA HUMANA?.

La Ciencia para estudiar los fenómenos que le interesan crea términos que le sirvan
para acotar, dividir y seriar los aspectos del fenómeno en cuestión. En esta línea, en el campo
de la afectividad humana, se han generado términos como emoción, motivos, metas,
impulsos, necesidades, activación, etc. Hablamos de crear o de generar porque pensamos que
la mayoría de las realidades que analiza la Ciencia no las puede percibir el hombre con sus
sentidos. Las Ciencias lo que hacen es crear metáforas que pretenden describir cómo son y
cómo funcionan sus objetos de estudio, forma teorías y construyen instrumentos
metodológicos para dar forma e interpretar y manipular esos objetos.

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Ciñámonos al caso concreto que nos atañe, el estudio de la motivación. Lo primero
que debemos decir es que la motivación no existe, por lo menos como realidad perceptiva, es
un constructo creado por unos científicos. El lector, si le parece oportuno, puede hacer el
siguiente ejercicio, busque a la persona que tenga más cerca, mírela bien, escudriñe su
cabeza, hable con él, manipúlelo, si se deja, seguro que habrá observado que tiene boca,
cejas, que habla, pero no habrá visto o palpado sus motivos. Si alguien consigue localizar y
dar con la forma, tamaño y textura de un motivo de sus amiga/o, que se ponga en contacto
conmigo para correr a comunicárselo a la Academia sueca, que el premio es substancioso.

Cuando la Ciencia crea conceptos descontextualizados, sin referencia directa a


realidades sensibles, no está realizando una tarea banal. Atendiendo a alguna demanda social
creamos algo útil, lo delimitamos, intentamos darle apariencia de realidad, con una forma y
una figura teórica, diseñamos instrumentos para manipularlos y los intentamos controlar;
todo ello, decíamos, para poder mejorar el conocimiento y la vida de los demás. Si creemos
en la virtualidad de esta tarea de ficción, una más en el teatro del mundo, entonces, como
cualquier científico, debemos empezar por el diseño de la teoría que nos permita ver y
trabajar con el fenómeno, elaborar pues el constructo de motivación humana, acomodarlo a
nuestro enfoque filosófico de la ciencia, y explicar así su funcionamiento, cómo actúa, se
comporta y cambia. A eso vamos.

6.1.- Del guión motivacional a su uso dramatúrgico.


Es tradición ya en la psicología que cuando consideramos la estructura y funciones de
un fenómeno psíquico que permanece de alguna manera en la memoria, acabemos
recurriendo a la noción de esquema. Siguiendo la tradición, deberíamos considerar que los
motivos serían unas estructuras simplificadas de símbolos en la memoria que recogen
nuestros deseos y propósitos. Pero esto no es más que repetir el viejo modelo asociacionista
que hablaba de la existencia de ideas y pasiones en la mente que eran copias de las
impresiones y vivencias recogidas en la experiencia. Esta visión del ser humano tiene para
nosotros varios problemas: ¿cuál es el formato de esos símbolos?, ¿cómo son?, ¿si son
algoritmos o cuasi-algoritmos, programas de ordenador, dónde para el código?, si la mente es
un saco de ideas, ¿dónde está ese receptáculo?, sobre todo cuando uno sabe que lo que hay
dentro de la cabeza sólo es cerebro, una maraña de neuronas.

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Probablemente el origen de nuestras reticencias a esta visión clásica radica, en última
instancia, en la posición filosófico-existencial sobre lo psíquico que subyace a esta postura.
Por si alguno no lo sabe, para construir un modelo científico, lo primero que debe hacer un
investigador responsable es tomar posición sobre una determinada filosofía de la ciencia: el
positivismo, el funcionalismo, el esencialismo, el historicismo, etc. son ejemplos de
filosofías distintas. Pues bien, la visión clásica de los esquemas presupone un modelo dualista
de ser humano, una visión que no resuelve, salvo apelando a posturas esencialistas, el
problema de la relación mente-cuerpo. Desde una postura más monista y más material, no
podemos crear un artefacto, como son los símbolos de la mente, que se alejen de la base
biológica que sustenta todas las operaciones del hombre y la mujer, del cerebro y sus
aledaños.

Uno de los caminos, que a nuestro modo de ver, puede significar un avance a la hora
de postular una estructura básica de las funciones psicológicas dentro del aparato psíquico y,
en concreto, de los procesos afectivos-motivacionales, se encuentra en los postulados básicos
que sustentan muchas psicologías actuales como las de tradición socio-histórica o las del
llamado grupo PDP (Procesamiento Distribuido en Paralelo, grupo capitaneado por
Rumelhart y McClelland). Conviene advertir, además, que este modelo no es nuevo, se basa
en viejos postulados del funcionalismo, de la psicología de la acción desarrollada por gentes
como Brentano, Dewey, Bartlett, Vygotski, etc.

No divaguemos más, independientemente de la paternidad de estas ideas, lo que aquí


se defiende es que podríamos considerar que los motivos tienen la estructura de unos
esquemas o guiones de acción. Serían algo así como secuencias, guiones para actuar que
instigarían, orientarían y darían fuerza o energía hacia determinados objetivos o propósitos
básicos, a unas metas. En dicha secuencia motivacional intervendrían otros aspectos, además
del propósito final o meta, como son los diversos automensajes que se da el sujeto, las
atribuciones o expectativas que genere, los obstáculos o ayudas que surjan, etc. Hemos
usado el término de guión a propósito, porque creemos que fenoménicamente así es como se
presenta a la conciencia humana.

La noción de guión aquí adoptada deriva de la ya vieja noción de script de Abelson


(1969, 1981), Schank y Abelson (1977). Los guiones son formaciones generales de
conocimiento que describen una secuencia de acciones o escenas apropiadas e
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interconectadas, que se refieren a una situación particular (por ejemplo, ir a un restaurante a
comer). Como el resto de los esquemas, los guiones se conforman constantemente cuando se
usan, cuando se aplican a un contexto específico.

Aunque el guión motivacional no tiene necesariamente las mismas connotaciones que


el propuesto por Shank y Abelson (1977), sin embargo, sí tiene algunas semejanzas que son
relevantes para explicar parte del proceso motivacional. Los guiones motivacionales tendrían
tema (por ejemplo, afiliación, etc.), papeles típicos (por ejemplo, hombre o mujer enamorada,
etc.), condiciones iniciales (se desea alcanzar una meta de intimidad), secuencias de escenas
(planificación de acciones, creencias, retroalimentaciones, obstáculos, etc.) y un conjunto de
acciones dentro de cada escena. La meta determinará todo el guión motivacional, los deseos,
el conjunto de acciones y de creencias se supeditará a esa meta anticipada (Locke, Shaw,
Saari y Latham, 1981). Todo ello modula la acción del sujeto y es decisivo para dar más o
menos energía a la acción. Así, puede decirse que los guiones motivacionales incluyen
distintas escenas en las que se especifican las metas, las acciones, las creencias, los
obstáculos, las ayudas, los afectos y los resultados. En función de las características de este
guión, las acciones que se incluyen en la escena serán más fuertes o tendrán más o menos
energía.

Estos guiones se construyen y validan en la comunicación y en las situaciones


cotidianas en las que se insertan. Son patrones que se organizan y activan en cada contexto
concreto y que, además, los eventos que fenoménicamente tienen en cuenta contienen una
serie de deseos asociados, de metas, de creencias, de estilos atributivos, de estados
fisiológicos, de recuerdos autobiográficos que modulan esa acción. Su fuerza y su desarrollo
depende de particularidades implicadas en instancias interpretativas de cada situación
concreta. Es decir, del modo en que el sujeto entienda las demandas y posibilidades de una
situación concreta, así se formará el patrón motivacional, volviendo al dicho, cada momento
tiene su afán.

En definitiva, estos guiones no existirían en ningún sitio de mente alguna, su


existencia se ciñe a su actuación. De esta manera no se conciben como estables, no quedan
guardados intactos en el viejo almacén de la mente, en cada situación su funcionamiento y
fuerza sería particular, cambian en cada uso. De esta forma, al estar en continua formación
estos guiones motivacionales no tendrían forma estándar alguna, podría haber regularidades
48
en su función de energetizar y dirigir la acción, pero en cada momento tendrían algo de
genuino. Repetimos que son procesos de acción, no copias simbólicas de objetos, su
existencia es sub-simbólica (de unidades de acción como-neuronas al estilo de lo que dicen el
grupo PDP). En la afortunada frase de Marinas (1996), son marañas de neuronas en busca de
un alma semántica (pág. 111). En cualquier caso, estos esquemas motivacionales así
considerados cumplen la función de interpretar, guiar, orientar y dirigir la acción de cada uno
de nosotros.

En el cuadro adjunto se puede observar un ejemplo de guión o esquema social de


acercamiento romántico típico de los jóvenes americanos (Holland, 1992):

 Se encuentran un chico frente a una chica atractiva en una situación social.


 El chico aprecia en la chica ciertas cualidades que son predominantes en su sociedad
(apariencia física, estilo de comportamiento, etc..) y las singulariza y las aumenta en
ella misma.
 Aparece el deseo. Muestra su afecto intentando tratarla bien, le compra cosas, va con
ella a los sitios que le agradan y no ceja de demostrar que su aprecio hacia ella es único
y el más grande.
 Ella corresponde a ese afecto con su interés y cariño, poco a poco van llegando a tener
unas relaciones más íntimas.
 Este último sería precisamente el motivo y la meta principal de este modelo, conseguir
una mayor intimidad, un mejor apoyo mutuo, correspondencia afectiva y, cómo no,
carnal. Además, el hecho de mantener esa relación permite revalorizar el atractivo
social de cada uno para el otro y para con los demás.

El modelo también incluye algunas excepciones:


 En ocasiones el atractivo o el prestigio del hombre se considera menor que el de la
chica, entonces él compensa este desequilibrio tratándola especialmente bien.
 Si ocurre lo contrario, el atractivo de la mujer es menor, ella le compensa quedando
satisfecha sin necesidad de tantos miramientos del chico.

Cuadro 1

Como se puede apreciar en estos guiones nada es estrictamente necesario, incluso no


es imprescindible la presencia de dos actores, chico y chica, a veces hemos estado
enamorados de alguien que nunca se ha enterado. Por lo general, la falta de una característica
puede ser compensado por un énfasis en otra del guión. Por otra parte, todo el mundo sabe
por experiencia que considerarse atractivo no es garantía de enamorar al instante.

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Otra de las características de estos guiones de acción es que cuanto más
acontecimientos incluyan más general, apropiado y versátil será el guión. Por ejemplo,
conforme sean más elaborados los criterios personales sobre qué requisitos tiene que reunir el
otro para ser más o menos atractivo, así seremos más o menos adaptables en la cosa del amor.

Decíamos que estos guiones son secuencias de sucesos, de acciones a realizar. El


principio de organización en el plano psicológico de estos esquemas, de esas secuencias es
más narrativo que conceptual. En la actividad de la conciencia de cada persona estos guiones
se organizan en distintas narraciones, tienen una secuencia y una trama o fábula, enuncian un
drama que mantiene un sentido, señalan con autoridad lo legitimo, sancionan lo deseable,
etc. y esto es así porque, como mantienen J. Madler o J. Bruner, lo que no se estructura en
forma narrativa se pierde en la memoria. Como hemos dicho, dejamos la consideración de la
vertiente computacional de estos guiones como unidades sub-simbólicas para los que le
interesa estudiar el interfaz entre lo biológico del sujeto y su acción.

Los términos que estamos usando de guión, de escena, de papeles, tienen un claro
parecido de familia con todos los relacionados con la dramaturgia. Tan antigua como nuestra
cultura es la tradición de asemejar la vida con el teatro, incluso muchos términos psicológicos
provienen originariamente de la denominación de elementos o papeles escénicos, conceptos
como persona, personalidad, Edipo, guión, papel, etc. Conforme conocemos a más gente,
tenemos más experiencia social, estamos más convencidos de eso del teatro mundo,
percibimos mejor las buenas y las malas interpretaciones de algunos. Kennett Burke (1969),
ha recuperado esa vieja metáfora de la vida con un nuevo vigor. El símil dramatúrgico ya no
es sólo un modo de describir las acciones humanas, es una de las mejores herramientas para
entenderlas (ver Blanco, Rosa y Mateos, en prensa). Cada escena de la vida tiene sus objetos
y sus funciones, sus actores, sus tendencias dramáticas y papeles. Cada escenario propone
unos elementos y unos modos de entender sus relaciones y sus posibilidades, una forma de
regular las intersubjetividades que están en juego, en definitiva, una gramática de la acción.
Tratar el juego, el intercambio y la negociación de diferentes deseos y metas de las personas
implicadas en una situación como una gramática, con sus modos, acuerdos y desacuerdos,
abre una nueva perspectiva de entender los motivos en la vida cotidiana, que es siempre
social y no de laboratorio.

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La posibilidades que abre el estudio de las gramáticas de una actuación social, de las
gramáticas de sus metas y deseos nos conduce hacia un camino sincrónico, actual que tiene
forzosamente, a nuestro entender que ser compatible con el otro posible, el diacrónico, el que
se conjuga en pasado, presente y futuro, el desarrollo del individuo. En este sentido estos
modos de interpretación de la experiencia y de formas de moverse en escena resultan ser
consecuencia de la actualización de patrones socio-culturales internalizados durante la vida
del sujeto, de todos los actores. Es decir, a lo largo de la vida, cada persona hace suyo un
conjunto de valores, metas, motivos; en definitiva, un conjunto de patrones básicos de
interpretación y valoración de la realidad. El proceso ontogenético de adquisición de patrones
motivacionales sería esquemáticamente de la siguiente manera. En la actividad cotidiana el
niño recibe una serie de narraciones en las que los agentes socializadores (por ejemplo los
padres) actúan como facilitadores de modelos. Así, los agentes socializadores dan sentido a
las metas, acciones, creencias, obstáculos, ayudas, afectos y resultados del niño de forma que
éste aprehende ese guión motivacional culturalmente aceptado, pero con alguna
modificación, el proceso de internalización no sigue un camino recto, reflejamos y
refractamos los mundos sociales y físicos en los que vivimos. De esta manera, las
perspectivas culturales asumidas determinarán de algún modo el contenido y el uso de las
emociones y motivaciones de los sujetos (Paez, Vergara, Achucarro e Igartua, 1992), pero en
cada sujeto se reciben esos modelos de una forma más o menos genuina.

La verdad es que nos acabamos de adelantar, en el orden que habíamos pensado para
organizar las ideas que queremos vender en este libro. Acabamos de comentar
atropelladamente la esencia de nuestra postura sobre el desarrollo de los motivos. Si a alguien
se le ha indigestado por lo compacto que ha sido, y le parece que le sigue interesando, verá
este argumento más desarrollado en el capítulo siguiente.

5.2.- El problema de lo que se dice y lo que se hace, el discurso como el magma de


la vida psíquica.
Uno de los problemas fundamentales que nos planteamos después de el enfoque
teórico que hemos dado a los procesos motivacionales es cómo conocemos los patrones
básicos de acción que la sociedad valora y que la mayoría de los sujetos de una cultura
reciben y acaban elaborando. La respuesta no es sencilla, pero se encuentra de alguna manera
en los discursos públicos. Los modelos culturales que internalizan los sujetos se muestran y
se forman a partir de ciertas narraciones y explicaciones privilegiadas y recurrentes de cada
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sociedad. En esos discursos culturales quedan reflejados siempre las necesidades, los gustos,
las metas y los deseos sociales.

El que estén en la cotidianidad de los sujetos no les quita importancia, más bien al
contrario, en la mayoría de los casos incluso se les suele atribuir propiedades normativas, ya
que establecen formas de entender la vida social, lo que se debe comer, quién es guapo o feo,
qué hay que ser de mayor, etc. Es más, establecen mecanismos de premio y sanción,
premiando su uso y castigando el abuso y su desuso. Los contenidos y la gramática de estos
discursos culturales dan significados y ejemplos para comprender y enseñar la experiencia
pasada. En último extremo, estos discursos al explicarnos nuestra realidad se convierten en la
realidad misma.

Entendemos entonces que el discurso público o privado (todos sabemos que tenemos
un lenguaje para hablar con nosotros mismos) es el medio, el lugar en que se construyen y se
verifican los guiones motivacionales y sus acciones de cada uno. No queremos caer en el
simplismo de considerar que la explicación de la conducta está de forma natural y directa en
el discurso, que el lenguaje y sus intenciones es lo que explica todas nuestras funciones
psicológicas y sus actos, hay sin duda otros medios, otros instrumentos de mediación, los
sentidos humanos, los demás, las imágenes, etc. son ejemplos de sistemas mediacionales. Sí
queremos defender que es la misma competencia la que produce conductas que la que
permite discursos (Potter y Wheterell, 1987). Los discursos son la vía regia de construcción
de lo psíquico, pero debe entenderse el discurso en su concepción más extensa, como la
construcción de una acción comunicativa, con sus intenciones, sentidos y significados. Por lo
tanto no se debe confundir discurso material y racionalizado con lo que fenoménicamente
ocurre cuando se forman guiones narrativos o pautas de acción en la conciencia del sujeto.
Debe quedar medianamente claro que una cosa es la producción verbal y otra el
funcionamiento del habla interior y la activación de los guiones que eso conlleva.

5.3.- La psicología popular y la científica dos caminos compatibles.


El problema que tenemos ahora es dar con una aproximación metodológica que nos
permita conocer cómo se conforman esos discursos con valor motivacional en cada persona.
A pesar de asumir la imposiblidad metafísica de radiografiar la conciencia, creemos que hay
caminos funcionalmente viables para conocer la formación y uso de estos guiones
motivacionales, principalmente los discursos que se producen en situaciones típicas.
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Esta vez vamos a ir más despacio, primero recordemos la noción de patrón
motivacional que expusimos más arriba. Consideramos el guión motivacional como la
descripción de una secuencia de acciones para alcanzar una meta que instiga, orienta y dan
fuerza o energía a la conducta. Pues bien, una vía de conocimiento de cómo son los guiones
motivacionales de los sujetos es ver cómo los mencionan, cómo los usan cuando se refieren a
algún componente de ellos, de una manera implícita o explícita, en sus discursos cotidianos.
Así empezó una de los procedimientos más clásicos de análisis de los motivos humanos, la
evaluación de los relatos construidos a partir de unas láminas del T.A.T (Test de Apercepción
Temática). Se suponía que en los discursos que emitían los sujetos quedaban reflejados sus
motivos, sus gustos y sus intereses profundos, que emergían al tener que dar contenido a algo
poco estructurado como un dibujo.

Uno de los inconvenientes más típicos que se pusieron a la validez de estas pruebas
era que no tenía por qué haber una relación entre lo que la gente escribía y lo que realmente
pensaba. Bruner señala que esta postura conlleva una curiosa implicación. Esta es que lo que
la gente hace es más importante, más real que lo que dice o que esto último sólo es
importante por lo que pueda revelarnos del primero. (Bruner, 1990 pág. 32 de la traducción
castellana). Paradójicamente a lo que se afirma en la acusación anterior, sigue manteniendo
Bruner, lo que dice la gente es tan importante en su vida diaria que para dar significado a una
acción cotidiana (al enojo del vecino, por ejemplo) siempre preferimos comprobar que esa
expresión o actuación coincide con lo que dice (entonces, y sólo entonces, pesamos que su
cabreo va en serio). Es decir, lo que dice una persona que le pasa tiene que explicar algo de lo
que le pasa.

De esta forma en el mundo del discurso de las gentes, a partir de las narraciones de
episodios emocionales o motivacionales que enuncian los sujetos legos, se puede llegar a
inferir los conceptos populares o de sentido común que manejan estas personas para
interpretar y dirigir lo que les pasa. Como decía el propio Fritz Heider los seres humanos
reaccionan en función de su propia psicología no de la psicología del psicólogo. De nuevo, lo
que dice una persona que le pasa tiene que explicar algo de lo que le pasa realmente.
Sabemos, por otra parte que en muchas ocasiones se ha comprobado que las creencias de
sentido común de una muestra lega reproducen con fidelidad los resultados experimentales
(Páez y Echeverría, 1989). Afortunadamente se da esta correspondencia entre la psicología
53
popular y la científica, porque si no la que corre el riesgo de estar más equivocada es la
científica, ya decía Epicteto que al hombre no lo hacen sufrir las cosas, sino la idea que tiene
de las cosas.

Por otra parte mucho empeño y énfasis ha puesto la psicología científica por dar con
una definición universal y adecuada de qué se entiende por emoción, afecto y motivación, por
establecer qué elementos la explican y la regulan. Este afán ha fracasado en su objetivo
último, pues no existe hoy día acuerdo alguno en la delimitación del concepto. Lo que puede
ocurrir más bien es que ese esfuerzo sea por naturaleza inviable o inútil. Si defendemos el
papel primordial de la interpretación personal de la situaciones a las que debe dar respuesta el
sujeto, la función de las definiciones estándar o canónicas es más relativo, simplemente
quedan en algo referencial. En cualquier caso, pensamos junto con otros autores (Bruner,
Russell, Vygotski por citar algunos) que un posible camino para delimitar estos fenómenos
psicológicos se encuentra en la llamada psicología popular.

Los críticos más benevolentes al uso de datos de la psicología popular mantienen que
por este camino se llega a obtener sólo las representaciones culturales más comunes en una
sociedad, que se trata únicamente de una vía de acceso indirecto a estos fenómenos psíquicos,
que no llegan a explicarlos plenamente (Fernández Dols, 1990; Parrot, 1992). Es cierto que
las descripciones cotidianas, por sí mismas, no llegan a definir y a comprender el fenómeno,
pero sí nos pueden dar pistas que nos permitan comprobar posteriormente en las acciones
cotidianas si lo que dicen que les pasa a esas personas, activa y controla lo que les ocurre.

En definitiva, nos empeñamos en mantener que los discursos es una de las pocas
cosas que nos muestran los sujetos, la otra es su acción cotidiana, casi siempre, por cierto,
enmarañada con discursos. Para comprender los conceptos de emoción, de motivación, de
meta, etc. de nuestros coetáneos es necesario primero que describamos lo que ellos entienden
ordinariamente por estos conceptos. Como decía Russell (1992), luego será tarea de los
científicos, si todavía es necesario, el prescribir cuáles de esos atributos son relevantes para
explicar, analizar, transformar y aplicar científicamente esos conceptos. En palabras de
nuestro compañero José Miguel Fernández Dols (1992) los conceptos de sentido común son
el contexto de descubrimiento de los psicólogos, él aconseja entonces precaución para no
confundirlo con el contexto de verificación, nosotros somos más atrevidos y pensamos que el
papel de los psicólogos es el de, a partir de estos conceptos cotidianos, ver cómo se
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conforman y se verifican en su uso también cotidiano. Es decir, se trata de contrastar el guión
narrado con los escenarios reales en donde se dice que se generan y con las acciones que allí
se posibilitan (Páez, Vergara, Achucarro e Igartua, 1992). Probablemente los guiones así
obtenidos no serán una demostración suficiente, pero son nada más y nada menos que el
punto de partida y de llegada. La psicología popular necesita ser explicada, no descalificada
(Bruner, 1990, pág. 45).

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